En muchos sentidos, la religión se ha centrado en el «yo»; se va a la Iglesia como forma terapéutica, para sentirse bien con uno mismo. En realidad, le debemos todo a Dios. La comprensión tradicional de la religión buscaba rendir a Dios el culto, el homenaje y la acción de gracias que le correspondía como Dios, el que nos hizo, nos cuida y nos salva. En la teología católica, esto se entendía como una expresión de la justicia, de la deuda con Dios, que se cumple con la virtud de la religión.
Una virtud se refiere a una disposición habitual para realizar una acción buena, de modo que se convierte en una segunda naturaleza. La religión se convierte en virtud cuando tenemos la disposición y la facilidad de dar a Dios lo que le debemos. Por supuesto, nunca podríamos devolverle todo lo que merece en estricta justicia, aunque el sacrificio expresa nuestro deseo de entregarnos a Dios, reconociendo nuestra dependencia y necesidad de ordenarle todas las cosas. Según santo Tomás de Aquino, la virtud de la religión no se centra únicamente en adorar y servir a Dios, ya que también dirige todas nuestras acciones hacia Dios para su gloria, haciendo que toda nuestra vida sea religiosa.
Hacer que toda nuestra vida sea religiosa, una ofrenda de todo lo que somos y hacemos, choca completamente con el secularismo de nuestra cultura. Nos gusta mantener la religión ordenadamente en un rincón, como una opinión más o menos aceptable o una forma de pasar una mañana de domingo. Los cristianos pueden vivir una vida secular, aunque vayan a la iglesia, si la fe queda confinada allí. Dios no quiere solo una hora a la semana. Quiere que vivamos toda nuestra vida con, en y a través de Él. No se trata simplemente de que Dios exija nuestra atención; lo necesitamos desesperadamente a Él y a la guía de su gracia. La adoración nos pone en relación correcta con Él, reconociendo su primacía y poniéndonos humildemente ante Él para recibir su bendición.
Aunque la palabra «religión» forma parte de nuestra teología desde hace mucho tiempo y es, por supuesto, un concepto básico en la historia del mundo, cada vez nos sentimos más incómodos con ella. «Religión» se ha convertido en una mala palabra, en una fuente de división e hipocresía o, incluso entre los cristianos, en algo que señala nuestros propios esfuerzos por encima de y contra la gracia de Dios. La religión sigue siendo importante, sin embargo, porque somos seres espirituales que también son materiales porque necesitan una expresión exterior de nuestra vida interior, y también seres sociales, que no pueden adorar a Dios y ordenar la vida según Él de forma aislada. La fe cristiana incluye necesariamente el culto religioso de la Eucaristía y otros sacramentos que nos permiten relacionarnos con Dios de forma tangible y humana.
También nos sentimos incómodos con la religión porque parece llevarnos a una red de relativismo, enredados en afirmaciones que compiten entre sí sin esperanza de discernir qué es lo verdadero o cómo encaja todo. Si la religión es una virtud moral, una parte de la justicia, podemos decir que pertenece a la naturaleza humana reconocer nuestra dependencia de Dios, adorarle y ordenar nuestras vidas según Él. Los seres humanos han tratado de hacerlo de diversas maneras, aunque somos limitados y caemos fácilmente en el error. También manipulamos la religión de forma supersticiosa e idolátrica, subordinando la religión a nuestros propios deseos de control y posesiones materiales.
La gracia de Dios libera la religión, revelándonos al verdadero Dios para que podamos conocerlo claramente y enseñándonos a adorarlo correctamente. La Biblia expresa la religión correcta primero en los sacrificios imperfectos del Antiguo Testamento y luego en la ofrenda perfecta que Cristo hizo de sí mismo en la cruz. Jesús desvela el sentido y la finalidad de la religión al mostrarnos que lo que debemos a Dios es el sacrificio completo y la entrega de nosotros mismos a Él en el amor. En última instancia, la religión apunta a la comunión que Dios desea tener con nosotros.
Necesitamos recuperar la virtud de la religión para volver a centrarnos en la primacía de Dios. Su gloria debe brillar en la vida y en la liturgia de la Iglesia; es lo que más se necesita en nuestras vidas y en nuestro país. La religión nos señala la centralidad de Dios y la urgente necesidad de recuperar una correcta relación con Él que reordene nuestras prioridades. Si se está interesado en leer más sobre esta virtud descuidada y cómo nos ordena correctamente a Dios, véase el libro de Scott Hahn y Brandon McGinley (ES JUSTO Y NECESARIO) "It Is Right and Just": Why the Future of Civilization Depends on True Religion, que se centra en la necesidad de recuperar la religión para nuestra sociedad, y mi propio y reciente estudio, "The Primacy of God": The Virtue of Religión in Catholic Theology, que explora la continua importancia de la religión para entender la historia humana, la vida espiritual y la teología.
¿Es la religión un derecho que nos otorga el estado? ¿Es un opio para las masas? ¿Es algo privado y sin papel en la esfera pública?
En "Es justo y necesario", desafían nuestro concepto de la religión y su papel en la sociedad. Argumentan que, para responder preguntas sobre libertad religiosa, justicia y paz, primero debemos rechazar la idea perpetuada por la cultura secular-liberal: que la religión es un asunto privado.
Al contrario de lo que dicen los comentaristas políticos y los activistas, la religión no solo es relevante para la justicia y la ley, sino que es necesaria para que la civilización prospere.Publicado por R. Jared Staut en Catholic Education
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
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