EL Rincón de Yanka: 🐺 "SOBRE LOS MALOS PASTORES" POR CARLOS MIGUEL BUELA

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domingo, 24 de mayo de 2020

🐺 "SOBRE LOS MALOS PASTORES" POR CARLOS MIGUEL BUELA


Sobre los malos pastores
(Del cap. 3º del libro "Sacerdotes para siempre")
fundador del Instituto del Verbo Encarnado

El profeta Ezequiel conmina a los malos pastores. 

Una de las tentaciones más graves que le es dado sufrir a los cristianos es ver el mal dentro de la Iglesia. No podría por tanto Dios Nuestro Señor dejar de indicarnos cuál debe ser nuestra actitud frente a este peligro. Por eso pertenece al depósito de la fe, a la revelación misma del mismo Dios, contenida explícitamente en la Sagrada Biblia y comentada por los Santos Doctores, los principios teológicos a que ha de echar mano el cristiano para saber como obrar en esas circunstancias. El mal en la Iglesia es más grave cuando parece encarnarse en algunos pastores, de ahí el tema reiterado de los malos pastores, o sea quienes por razón de su oficio, pertenecen a la jerarquía de la Iglesia, pero en rigor vale también para todos los hombres y mujeres según sus responsabilidades: padres, artistas, maestros, jefes, mayores, profesionales, autoridades públicas, periodistas, superiores, etc.

Por pertenecer este tema a la misma revelación de Dios, no debe asombrarnos demasiado que los medios escarben con fruición cualquier cosa que, según sus criterios, puede manchar a la Iglesia, porque, en general, desconocen la revelación de Dios ya que suelen estar al margen de la fe católica y porque estiman que con el escándalo aumentan el el índice de audiencia o rating. Por ejemplo, la revista “Isto´e”, brasileña, señalaba que había 1700 sacerdotes pederastas en Brasil y que la Santa Sede había mandado una comisión para tratar el tema. La noticia corrió como reguero de pólvora por todos los medios del mundo. A los pocos días llegó la pública desmentida, ni había ese número de sacerdotes, ni comisión alguna [1]. Éstos mienten, porque saben que siempre algo queda.

El tema de los malos pastores es un aspecto del problema del mal. Dios no crea, no causa, ni quiere el mal, porque el mal es privación del ser debido. Sólo lo permite, porque respeta la libertad de la criatura y porque Él es tan poderoso y tan sabio que puede sacar bien del mal, como dijo José, el hebreo: «Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso. Así que no temáis; yo os mantendré a vosotros y a vuestros pequeñuelos» (Gen 50,20-21), por eso «todo coopera para el bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28).

Está revelado que hay malos pastores, como recuerda Santo Tomás de Aquino, muestra la excelencia de Cristo: “Nadie deja de ser ministro de Cristo por ser malo; pues el Señor tiene siervos malos y buenos, como Él mismo dice: «¿A quién tienes por siervo fiel y prudente?» (Mt 24,45); añadiendo a continuación: «Si dijere este mal siervo en su corazón» (v. 48), etc. Y el Apóstol San Pablo: «Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1); añadiendo después: «De nada soy consciente, pero no estoy justificado en ello» (v. 4). Estaba cierto, por lo tanto, de ser ministro del Señor, y, con todo, no lo estaba de ser justo.

Se puede, pues, ser ministro de Cristo sin ser justo. Esto es prueba de la excelencia de Cristo, pues, como a verdadero Dios que es, le sirve lo bueno y lo malo, pues todo lo ordena su providencia para su gloria… ” [2].
… como hay pastores a quienes gusta oírse llamar por tal nombre, y no quieren cumplir con los deberes que comporta, examinemos lo que les dice Dios por medio del profeta Ezequiel. Escuchad vosotros con atención; escuchemos nosotros, los pastores, con temblor. 

I. Principio general: 
Los malos pastores sólo se apacientan a sí mismos. 

«La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza...» (Ez 34,1-2). El Buen Pastor nos ayudará a decir la verdad si no decimos cosas de nuestra propia cosecha. Si dijéramos de lo nuestro, seríamos pastores que nos apacentaríamos a nosotros mismos, y no a las ovejas. Si, en cambio, son de Él las cosas que digamos, es Él quien nos alimenta, hable quien hable. «Dirás a los pastores: Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño?» (Ez 34,2). Es decir, los que son verdaderos pastores no se apacientan a sí mismos, sino a las ovejas. Este es el primer motivo por el que son censurados estos pastores: se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. ¿Quiénes son los que se apacientan así mismos? Aquellos de quienes dice el Apóstol: «Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo» (Fil 2,21). Nosotros, a quienes el Señor nos puso, porque así Él lo quiso, no por nuestros méritos, en este puesto del que hemos de dar cuenta estrechísima, tenemos que distinguir dos cosas: que somos cristianos y que somos superiores vuestros –los fieles cristianos laicos-. El ser cristianos es en beneficio nuestro; el ser superiores es en el vuestro. En el hecho de ser cristianos, la atención ha de recaer en nuestra propia utilidad; en el hecho de ser superiores, no se ha de pensar sino en la vuestra. Son muchos los que, siendo cristianos, sin ser superiores, llegan hasta Dios, quizá caminando por un camino más fácil y de forma más rápida, en cuanto que llevan una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de ser cristianos, y según ello, hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida; somos también superiores, y según esto debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio (debemos dar cuenta de nuestro deber de estado)… 

Puesto que los superiores están puestos para que cuiden de aquellos a cuyo frente están, no deben buscar en el hecho de presidir su propia utilidad, sino la de aquellos a quienes sirven; cualquiera que sea superior en forma tal que se goce de serlo, busque su propio honor y mire solamente sus comodidades, se apacienta a sí mismo y no a las ovejas... 

II. ¿Qué aman los malos pastores? 

A. Viven de la leche de las ovejas. 

Veamos lo que la palabra divina, que a nadie lisonjea, dice a los pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas. «Vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas más fuertes; no habéis apacentado el rebaño. No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a las enfermas, no vendasteis a las que estaban fracturadas, no habéis hecho volver a las descarriadas, no habéis buscado a las perdidas…Y ellas se han dispersado, por falta de pastor» (Ez 34,4-5). Se recrimina a los pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas, qué cosas aman y qué cosas descuidan. ¿Qué aman? Tomáis su leche, os cubrís con sus lanas. “El obrero merece su salario” (Mt 10,10), el pastor tiene derecho a ello: “quién sirve al altar viva del altar” (1 Cor 9,13), pero no debe pastorear sólo por eso. Por razón de que tiene derecho dice el Apóstol: «¿Quién planta una viña y no come de su fruto? ¿Quién apacienta una grey y no se alimenta de la leche?» (1 Cor 9,7). Pensamos que la leche de la grey es todo lo que el pueblo de Dios dona a sus superiores para sustentar esta vida temporal… 

Quienes no pueden hacer lo que hizo Pablo, trabajar con sus manos, acepten la leche de las ovejas, socorran su necesidad, pero no descuiden las ovejas en su debilidad. No busquen, por lo tanto, su comodidad; pudiera parecer que anuncian el Evangelio para hacer frente a su penuria y no por amor a Dios y a las ovejas. Preparen para los hombres, que deben ser iluminados, la luz de la palabra de la verdad. Los pastores son como lámparas que deben iluminar… y si no iluminan son malos pastores. 

Es una necesidad para algunos pastores el aceptar aquello con que se vive, y para otros pastores es de caridad darlo. No se trata de hacer venal al Evangelio, como si él fuera el precio de aquello que consumen quienes lo anuncian para tener con qué vivir. Si lo venden de esta forma, cambian una cosa excelente por otra vil. Reciban del pueblo lo necesario para el sustento y del Señor la recompensa de su servicio. El pueblo no está capacitado para dar la recompensa a aquellos que le sirven por amor del Evangelio. No esperen los unos –los pastores- la recompensa sino de donde esperan los otros –los fieles- la salvación; es decir, de Dios. ¿Qué se les reprocha a éstos? ¿De qué se les acusa? De haber descuidado a las ovejas, mientras se alimentaban de su leche y se cubrían con sus lanas. Buscaban, por lo tanto, sus intereses, no los de Jesucristo. 

B. Se visten de su lana. 

Puesto que hemos dicho ya qué significa el alimentarse con la leche, investiguemos ahora el significado de cubrirse con sus lanas. Quien da leche ofrece un alimento; y quien da lana concede un honor. Son éstas las dos cosas que esperan obtener del pueblo quienes se apacientan a sí mismos, no a las ovejas: la comodidad para hacer frente a la necesidad y el favor del honor y de la alabanza. He aquí por qué puede bien entenderse el vestido como honor: cubre la desnudez. Todo hombre es un enfermo. Y cualquiera que está al frente de vosotros, ¿qué es sino lo mismo que vosotros? Lleva el peso de la carne, es mortal, come, duerme, se levanta; nació, morirá. Si piensas lo que es en sí mismo, verás que es un hombre. Tú, honrándolo como un ángel, en cierto modo cubres lo que está enfermo.

Ved qué vestidos había recibido el mismo Pablo del buen pueblo de Dios cuando decía: «Me recibisteis como a un ángel. Os manifiesto mi convencimiento de que, si hubiese sido posible, os hubieseis sacado vuestros ojos y me los hubieseis dado a mí» (Gal 4, 14-15). Pero, a pesar de habérsele concedido tan grande honor, ¿acaso por este mismo honor se abstuvo de corregir a los que erraban, para que no se lo negasen o le alabasen menos si los reprendía? Si hubiese hecho esto, sería de aquellos que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. Diría para sí mismo: «¿A mí qué me importa? Cada cual haga lo que quiera; mi garbanzo está seguro; mi honor, también. Tengo suficiente leche y lana; vaya cada cual por donde pueda». Según esto, ¿crees que todo está bien si cada cual va por donde puede? No te hago superior, sino uno más del pueblo: «Si sufre un miembro, sufren con él los restantes» (1 Cor 12,26). Por esto el mismo Apóstol, al recordarles cómo se habían comportado con él, da a entender que no se había olvidado del honor que le habían tributado: manifiesta su convencimiento de que le recibieron como a un ángel y que, si les hubiese sido posible, hubiesen querido sacarse los ojos y dárselos. Y, sin embargo, se acercó a la oveja enferma, a la apestada, para sajarle la herida y no disimular la podredumbre. «¿Acaso, les dice, me he convertido en enemigo vuestro por predicaros la verdad?» (Gal 4,14-16). He aquí que recibió la leche de las ovejas y se vistió con su lana; y, con todo, no descuidó a las ovejas. No buscaba sus intereses, sino los de Jesucristo.

C. Por razón de sus malos amores, los malos pastores predican el abuso de la misericordia pensando que eso atraerá a más feligreses 

Lejos, pues, de nosotros, el deciros: «Vivid como queráis, estad seguros, Dios no pierde a nadie; basta con que tengáis la fe cristiana. No pierde Él lo que redimió, no pierde a aquellos por quienes derramó su sangre. Y si quisiereis deleitar vuestro ánimo con los espectáculos públicos, id tranquilos. ¿Qué tienen de malo? Id, celebrad tranquilos también esta fiesta, de que participa toda la ciudad, entre la alegría de los comensales y de los que creen que se alegran con los festines públicos, cuando en realidad se pierden. La misericordia de Dios es grande y todo lo perdona. Coronaos de rosas antes de que se marchiten. En la casa de vuestro Dios celebraréis convites cuando queráis; saturaos y llenaos de vino en compañía de los vuestros. Para esto se os han dado estas criaturas, para que disfrutéis de ellas. Dios no las dio a los paganos y malvados, y os privó de ellas a vosotros». Si aconsejáramos todo esto, quizá reuniríamos mayores multitudes. Quizá hay algunos que, al escucharnos decir esto, piensan que no hablamos sabiamente; podrían ser pocos a quienes ofendemos, y nos congraciaríamos con la muchedumbre. Si dijéramos esto, no proclamando la palabra de Dios, no la de Jesucristo, sino la nuestra propia, seríamos pastores que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. Porque no alcanzará misericordia, quien abusa de la misericordia. 

III. Lo que descuidan estos pastores: 

A. Matan a las ovejas fuertes. 

Después de haber dicho lo que aman estos pastores, dice el profeta Ezequiel, también, lo que descuidan. Los vicios de las ovejas están a la vista. Las ovejas sanas y fuertes, es decir, las que se mantienen firmes en el alimento de la verdad y usan bien de los pastos, don del Señor, son poquísimas. Pero aquellos malos pastores no perdonan ni a éstas. Les parece poco el no preocuparse de las enfermas, débiles, descarriadas y perdidas. Matan también a estas fuertes y robustas, en cuanto depende de ellos. Pero éstas viven. Viven por la misericordia de Dios. Con todo, en cuanto respecta a los malos pastores, les dan muerte. «¿Cómo, dices, les dan muerte?» Viviendo mal, dándoles mal ejemplo. ¿O acaso se dijo en vano a un siervo de Dios, eminente entre los miembros del supremo pastor: «Sé para todos dechado de buenas obras» (Tit 2,7) y: «Sé un modelo para los fieles» (1Tim 4,12)? Cuando una oveja, aunque sea de las fuertes, ve frecuentemente a su superior que vive mal, aparta los ojos de las normas del Señor y mira al hombre, comienza a decir en su corazón: «Si mi superior vive de esta forma, ¿quién soy yo para no hacer lo que él hace?» (De aquí el dicho: Si el abad juega a los naipes, ¿qué le queda a los frailes?). Y así, el mal pastor, por sus malos ejemplos, da muerte a la oveja robusta. Si, pues, da muerte a la oveja fuerte, ¿qué hará con las otras, él, que con su mala vida dio muerte a la que él no había robustecido, sino que la había encontrado ya fuerte y robusta? 

Segundo principio: 
«Haced lo que os digan, pero no hagáis 
lo que ellos hacen»

Digo y repito a vuestra caridad que, aunque las ovejas vivan, aunque se mantengan firmes en la palabra del Señor y cumplan lo que oyeron del mismo Señor: «Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen» (Mt 23,3), aun en ese caso, quien en presencia del pueblo vive mal, en cuanto de él depende da muerte a aquel que le ve. No se lisonjee pensando que aquél no está muerto. Aunque el otro viva, él es un homicida. Sucede lo mismo que cuando un lascivo mira a una mujer deseándola: ésta se mantiene casta, pero él ya fornicó en su corazón. La palabra del Señor es verdadera y clara: «Quien mire a una mujer deseándola, ya fornicó con ella en su corazón» (Mt 5,28). No llegó al lecho de ella, pero ya se solaza en el suyo interior. Del mismo modo, quien vive malamente en presencia de aquellos a cuyo frente está, en cuanto de él depende, da muerte también a los fuertes. Quien le imita, muere; quien no le imita, sigue viviendo. Sin embargo, en cuanto depende del mal pastor, ha dado muerte a quien le imita y a quien no le imita: «Disteis muerte, dijo, a la que estaba fuerte y no apacentáis mis ovejas». 

¡Cuántas veces, aún sin darnos cuenta, habremos sido causa, por nuestros malos ejemplos, de la muerte de ovejas buenas! Estimo que esa debe ser una de las razones principales por las que no se escucha predicar sobre los pastores malos. Por eso debemos tratar de poner en práctica la enseñanza de San Gregorio Magno: «Hijo de hombre, te he puesto como atalaya en la casa de Israel (Ez 3,17). Fijémonos cómo el Señor compara a sus predicadores con un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia. 

Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión. 

Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del Juez piadoso. …¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mi, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de Él, ni a mi mismo me perdono»[3]. 

B. No fortalecen a las débiles. 

Ya oiste qué aman. Ved qué descuidan. «No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a las enfermas, no vendasteis a las que estaban fracturadas, no habéis hecho volver a las descarriadas, no habéis buscado a las perdidas …acabasteis con la que estaba fuerte», le disteis muerte, la matasteis.

¿Cuál es la oveja débil? Débil postura tiene la oveja cuando no cree en las tentaciones que le van a sobrevenir. Si el enfermo adopta esa débil postura, el pastor negligente no le dice: «Hijo, al disponerte a servir a Dios, mantente en la justicia y en el temor, y prepara tu alma para la tentación» (Eclo 2,1). Quien esto dice conforta al débil, y de débil le hace firme, para que cuando crea, no espere nada de la prosperidad de este mundo. Si se le enseña a esperar la prosperidad de este mundo, con la misma prosperidad se corrompe; al llegar las adversidades se debilita, o tal vez se extingue. Quien así edifica, no edifica sobre piedra, sino sobre arena. «La piedra era Cristo» (1 Cor 10,4). Los cristianos han de imitar los padecimientos de Cristo, no han de buscar placeres. Se fortalece al débil cuando se le dice: «Espera ciertamente las tentaciones de este mundo; pero de todas te librará el Señor si tu corazón no se retira de él. Pues para confortar tu corazón vino él a sufrir, a morir, a llenarse de salivazos, a ser coronado de espinas, a recibir insultos y, por último, a ser clavado en un madero. Todo esto hizo él por ti; tu nada haces por él, sino por ti». 

¿Cómo decir qué son aquellos que, temiendo herir a los que hablan, no sólo no les preparan para las tentaciones inminentes, sino que hasta les prometen la felicidad de este mundo, que Dios no prometió ni al mismo mundo? Dios predice que han de venir fatigas sobre fatigas al mismo mundo hasta el fin, ¿y tú quieres que el cristiano esté exento de ellas? Por el hecho de ser cristiano, ha de sufrir en este mundo todavía un poco más. Así dice el Apóstol: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución» (2 Tim 3,19). Si quieres, ¡oh pastor que buscas tus intereses, no los de Jesucristo!, mientras Él dice: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución», tú di: Si quieres vivir piadosamente en Cristo, serán abundantes todos tus bienes; y si no tienes hijos, los tendrás, y los criarás y ninguno se te morirá. ¿Acaso esto no sería edificación tuya? Presta atención a lo que construyes y dónde lo pones. Estás edificando sobre la arena. Llegará la lluvia, se desbordará el río, soplarán los vientos, abatirá esta casa, caerá, y su ruina será grande. Quítala de la arena; ponla sobre la piedra: esté sobre Cristo quien quieres que sea cristiano. Ponga su atención en los sufrimientos inmerecidos de Cristo; mire a aquel que no tuvo pecado alguno y restituyó sin haber robado; escuche a la Escritura que le dice: «Azota a todo hijo que recibe» (Heb 12,6). O prepárese para ser azotado o no busque ser recibido como hijo.

Él azota, dijo, a todo hijo a quien ama. Y tú le dices: «Tal vez serás una excepción». Si quieres ser exceptuado del dolor de los azotes, serás exceptuado también del número de los hijos. « ¿Es cierto, dirás tú, que azota a todo hijo? » Cierto que azota a todos, como azotó a su Hijo único. Aquel Hijo único, nacido de la sustancia del Padre, igual al Padre en la forma de Dios, el Verbo por quien fueron hechas todas las cosas, no tenía donde ser azotado. Con este fin se revistió de carne, para no escapar al azote. Quien, pues, azota al Hijo único sin pecado, ¿dejará libre del azote al hijo adoptado y con pecado?... 

Para que el débil no desfallezca en las tentaciones futuras, no ha de ser engañado con una falsa esperanza ni quebrantado con el terror. Dile: «Prepara tu alma para la tentación». Quizá comienza a vacilar, a asustarse, a no querer acercarse. Tienes el remedio: «Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de lo que podéis soportar» (1 Cor 10,13). (Siempre será verdad que: "Faciente quod est in se, Deus non denegat gratiam" [4], o sea, haciendo lo que hay que hacer, Dios no niega la gracia). Esa ha sido la experiencia de San Pablo: (2 Cor 12, 7-10). En esas dos cosas consiste el fortalecer al débil: prometerle la asistencia de Dios y anunciarle los sufrimientos futuros. 

C. No vendan las fracturadas. 

Prometer la misericordia de Dios a quien está demasiado temeroso, y hasta asustado de ello; misericordia que consistirá no en que le falten las tentaciones, sino en que Dios no permitirá que él sea tentado por encima de sus fuerzas; eso es vendar lo que está roto. Porque hay algunos que, al oír anunciadas las tribulaciones futuras, se arman más y, en cierto modo, estimulan su sed de beberlas: les parece pobre la medicina de los fieles y buscan la gloria de los mártires. Otros, en cambio, oyen que han de venir necesariamente tentaciones, que en verdad conviene que sobrevengan al cristiano; no las siente nadie sino quien verdaderamente quiere ser cristiano; pero, al acercarse éstas, se quiebran y claudican. Ofrece la venda del consuelo; venda lo que está quebrado. Di: «No temas; no te abandonará en medio de las tentaciones aquel en quien creíste. «Fiel es Dios, que no permitirá que seas tentado por encima de lo que puedes soportar» (1 Cor 10,13). No escuchas esto de mi boca; es palabra del Apóstol, quien también dice: «¿Queréis tener una prueba de que en mí habla Cristo?» (2 Cor 13,3). Cuando oyes estas cosas, las oyes de la boca de Cristo, las oyes de la boca de aquel pastor que apacienta a Israel. A Él se dijo: «Nos darás a beber lágrimas con medida» (Sal 79,6). Las palabras del Apóstol: «No permitirá que seáis tentados por encima de lo que podéis soportar» concuerdan con aquellas del salmista profeta: «Con medida». Oirán los malos pastores que no hacen esto o lo realizan negligentemente: « No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a las enfermas, no vendasteis a las que estaban fracturadas». ¿Se halla alguien quebrado por el terror de las tentaciones? Llegue a él aquella consolación con la que se venda lo que está fracturado: «Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de lo que podéis soportar, sino que con la tentación dispondrá también el éxito para que podáis resistirla» (1 Cor 10,13). 

¡Tú, Señor, no abandonas al que corrige y al que exhorta, al que atemoriza y consuela, al que hiere y sana! 

D. No cuidan a las enfermas. 

«No habéis fortalecido a las ovejas débiles… no habéis cuidado a las enfermas» …Lo dice a los pastores malos, a los pastores falsos, a los que buscan sus intereses, no los de Jesucristo; a quienes se gozan de la comodidad que les dan la leche y la lana, descuidando por completo las ovejas y no robusteciendo la que se encontraba enferma. Hay diferencia entre el débil y el enfermo, aunque decimos que los enfermos están débiles. Opino que debemos poner una diferencia entre el débil y el enfermo, esto es, el que no se encuentra bien… En el débil ha de temerse que venga la tentación y le quebrante. El enfermo, en cambio, sufre ya a causa de algún mal deseo, y este mismo deseo le impide entrar por el camino de Dios y someterse al yugo de Cristo. Fíjate en aquellos hombres que quieren vivir rectamente, que se han determinado a vivir de esta forma y que, sin embargo, no están tan dispuestos a soportar los males como preparados para realizar el bien. Pertenece a la firmeza cristiana no sólo obrar el bien, sino también tolerar el mal. Quienes parecen enfervorizarse en obrar el bien, pero no quieren o no pueden tolerar los sufrimientos inminentes, son los débiles. Quienes por un mal deseo, siendo amantes del mundo, se retraen de las buenas obras, yacen enfermos y lánguidos; éstos, por su misma enfermedad, como hallándose sin fuerza alguna, no pueden obrar bien alguno. Tal fue en el alma aquel paralítico: los que le llevaban, no pudiendo presentarlo al Señor, abrieron el techo y por él lo hicieron entrar. Es como si quisieras hacer esto con el alma: abrir el techo y poner ante el Señor el alma paralítica, descoyuntada en todos sus miembros y sin obra buena alguna, cargada con sus pecados y sufriendo con el mal de su deseo. Quizá están descoyuntados todos los miembros y padeces una parálisis interior y no puedes llegar al médico; tal vez se oculta el médico y está dentro, es decir, quizá está oculto el auténtico sentido de la Escritura; abre el techo y baja al paralítico, descubriendo lo que está oculto. 

E. No buscan a las descarriadas y extraviadas. 

…He aquí cómo nos encontramos en peligro entre los herejes. «La que estaba descarriada no la recogisteis; la que estaba perdida no la buscasteis». A causa de ellos nos hallamos siempre en manos de ladrones y dientes de lobos enfurecidos; te rogamos que ores por estos peligros nuestros. Hay también ovejas contumaces. Cuando se las busca, estando descarriadas, dicen en su error y para su perdición, que nada tienen que ver con nosotros. «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?» Como si la causa por la que nos preocupamos de ellas y por la que las buscamos no fuera que se hallan en el error y se pierden. «Si me hallo, dices, en el error, si estoy perdido, ¿para qué me quieres? ¿Por qué me buscas?» Porque estás en el error te quiero llamar de nuevo; porque te has perdido, y quiero hallarte. «Así, me dice, quiero errar; de este modo quiero perderme». ¿Quieres errar así y así perderte? ¡Con cuánto mayor motivo quiero evitarlo yo! Me atrevo a decir aún que soy inoportuno. Escucho al Apóstol que dice: «Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo» (2 Tim 4,2). ¿A quiénes a tiempo? ¿A quiénes a destiempo? A tiempo a los que quieren; a destiempo a los que no quieren. Es cierto que soy inoportuno y me atrevo a decir: Tú quieres errar, tú quieres perderte; yo no quiero. En última instancia, no quiere aquel que me atemoriza: ¡Yahvé Dios! Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: «La que estaba descarriada no la recondujisteis y la que estaba perdida no la buscasteis». ¿Tengo que temerte a ti más que a él? «Conviene que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo» (2 Cor 5,10). No te tengo miedo a ti. No puedes derribar el tribunal de Cristo y constituir el tribunal de los relativistas. Llamaré a la oveja extraviada, buscaré la perdida. Quieras o no, yo lo haré. Y aunque, al buscarla, me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que el Señor, que me atemoriza, me dé fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la que se pierde. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas. 

F. Si no se buscan las descarriadas, pueden perderse las fuertes.

Es poco decir que me duele verte extraviado y pereciendo. Temo que, despreocupándome de ti, dé muerte también a la que está fuerte. Escucha lo que sigue: «Acabasteis con la que estaba fuerte». Si me despreocupo del extraviado y del perdido, también a quien es fuerte le gustará extraviarse y perderse. Deseo ganancias exteriores, pero temo más los daños interiores. Si me mostrase indiferente ante tu extravío, al ver esto el que es fuerte pensará que es cosa sin importancia el pasarse a la herejía. Si no te busco a ti, que te has perdido, cuando apareciere alguna comodidad en el mundo que justifique el cambio, inmediatamente me dirá aquel fuerte que está a punto de perderse: «Dios está aquí y allá; ¿qué más da? Esto es obra de hombres pendencieros; Dios ha de ser adorado en todo lugar». Si por casualidad a aquel le dijere algún progresista: «No te daré mi hija si no te pasas a mi partido», es necesario que él reflexione y diga: «Si nada tuviese de malo pertenecer al partido de éstos, nuestros pastores no dirían tantas cosas contra ellos, no se preocuparían tanto de sus extravíos». Si, por el contrario, dejamos de hacerlo y nos callamos, dirá lo contrario: «Ciertamente, si fuese cosa mala pertenecer al partido de los progresistas, hablarían contra ellos, los refutarían, se esforzarían por ganarlos. Si están extraviados, los reconducirían; si están perdidos, los buscarán». No en vano, pues, después de haber dicho antes: «la que estaba gruesa la matasteis», puso otra vez al final: «acabasteis con la que estaba fuerte». Sería una frase repetida, a no ser que corresponda a lo antes dicho: «La que estaba extraviada no la recondujisteis y la que estaba perdida no la buscasteis; y, así obrando, la que está fuerte, la matasteis». 

¿No será, acaso, mal pastor, quien carezca por completo de celo por el verdadero ecumenismo y por el diálogo interreligioso? 

IV. ¿Cuál es el ‘fruto’ de los malos pastores?

Por lo tanto, escucha lo que dice a continuación acerca de estos pastores negligentes, más aún, malos: «…y así andan perdidas mis ovejas por falta de pastor, se han convertido en presa de todas las fieras del campo; andan dispersas» (Ez 34,5). Los lobos al acecho las roban, las arrebatan los leones rugientes, cuando las ovejas no están unidas a su pastor. Aunque el pastor esté presente, para quienes obran mal no es pastor. Se adhieren a pastores que no son pastores, que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. La consecuencia es un extravío fatal: se entregan a bestias depredadoras que desean saciarse con su muerte. Tales son quienes se alegran de los extravíos ajenos: son bestias que se alimentan de los muertos. 

«Mi rebaño anda errante por todos los montes y altos collados; mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra, sin que nadie se ocupe de él ni salga en su busca» (Ez 34,6). Las bestias que proceden de los montes y colinas son la hinchazón terrena y la soberbia del mundo... Cualquier autor de un error, hinchándose con soberbia terrena, promete a todas las ovejas un descanso, buenos pastos. Y, es cierto, a veces encuentran allí las ovejas pastos que tienen su origen en la lluvia divina, no en la dureza del monte. También ellos tienen Escrituras, también sacramentos. No pertenecen estas cosas al monte, y aunque se encuentren en él, es malo permanecer en él. Extraviados por montes y colinas, abandonan el rebaño, abandonan la unidad y los cuadros defendidos contra lobos y leones. Que Dios las llame para que salgan de allí, que él mismo las llame. Ahora mismo le oiréis llamar: «Se extraviaron, dice, mis ovejas por todo monte y elevada colina», es decir, por toda la hinchazón de la soberbia terrena. Hay también montes buenos: «Levanté mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio». Pero fíjate que tu esperanza no está en los montes: «Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120,1-2). No creas que haces una ofensa a los montes santos cuando dices: «Mi auxilio me viene, no de los montes, sino del Señor, que hizo el cielo y la tierra». Esto te lo gritan también los mismos montes. Monte era quien clamaba: «He oído que hay cismas entre vosotros, y que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo». Levanta los ojos hacia este monte, escucha lo que dice, pero no te quedes en él. Escucha lo que dice a continuación: «¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros?» (1Cor 1,11-13). Por lo tanto, después de haber levantado los ojos a los montes, de los que te llega el auxilio, es decir, a los autores de las Escrituras divinas, fija tu atención en quien, con todas sus fuerzas, con todos sus huesos, clama: «Señor, ¿quién es semejante a ti?» (Sal 34,10).Y así podrás decir con tranquilidad, sin causar ofensa alguna a los montes, «mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». Entonces no sólo no se enojarán contigo los montes, sino que te amarán y te favorecerán más; si pusieras en ellos tu esperanza, se entristecerán. Un ángel que mostraba al hombre muchas cosas divinas y maravillosas, fue adorado por éste, como elevando los ojos hacia el monte. Pero él, orientándolo hacia Dios, dice: «No hagas esto; adórale a él, pues yo soy siervo como tú y tus hermanos» (Ap 22,9). 

«Se dispersaron por todo monte, por toda colina y por toda la faz de la tierra». ¿Qué significa se dispersaron por toda la faz de la tierra? Buscando todo lo terreno, aman lo que brilla en la faz de la tierra; por ello suspiran. No quieren morir, de modo que su vida se esconda en Cristo. Sobre toda la faz de la tierra, es decir, con el amor de las cosas terrenas; significa también que hay ovejas extraviadas en toda la faz de la tierra. No todos los herejes se hallan en toda la tierra, pero en toda ella hay herejes. Unos aquí, otros allí, pero en ningún lugar faltan. Ni ellos mismos se conocen. Se hallan en diversos lugares. A todos los ha engendrado una única madre, la soberbia, del mismo modo que una única madre nuestra, la Católica, ha engendrado a los fieles cristianos extendidos por todo el orbe. Nada de extraño es que la soberbia produzca división, y la caridad, unidad. Con todo, la misma madre Católica, y en ella el pastor mismo, busca por todos los lugares a los extraviados, conforta a los débiles, cura a los enfermos, venda a los quebrados; a los unos los libra de éstos, a los otros de aquéllos, que resultan desconocidos entre sí. Ella, sin embargo, los conoce a todos, porque con todos está mezclada... Ella es como la vid que al crecer se extiende por todas las partes; aquellos, como los sarmientos inútiles, cortados con la podadera del agricultor a causa de su esterilidad, para que la vid sea podada, no para ser cortada. Los sarmientos permanecieron allí donde fueron cortados. La vid, por el contrario, crece por todos los lugares y conoce sus sarmientos, los que permanecieron en ella, y tiene junto a sí a los que de ella fueron cortados. Reconduce a los extraviados, ya que, refiriéndose a las ramas cortadas, también dice el Apóstol: «Poderoso es Dios para injertarlos de nuevo» (Rom 11,23). Tanto si piensas en las ovejas extraviadas del rebaño como si piensas en los troncos cortados de la vid, Dios es capaz de reconducir al rebaño las ovejas y de injertar de nuevo los troncos, porque él es el supremo pastor, el verdadero agricultor. 

V. Dios quita las ovejas a los pastores malos. 

«Por lo tanto, pastores, escuchad la palabra del Señor: Vivo yo, dice el Señor Dios» (Ez 34,7-8). Ved cómo comienza. Estas palabras son como un juramento de Dios, un testimonio de su vida. Vivo yo, dice el Señor. Murieron los pastores, pero las ovejas están seguras; vive el Señor. Vivo yo, dice el Señor Dios. ¿Qué pastores han muerto? Los malos pastores. Los que buscan sus intereses, no los de Jesucristo. ¿Habrá y se encontrarán pastores que no busquen sus intereses, sino los de Jesucristo? Los habrá, y se les encontrará; ni faltan ni faltarán. Veamos qué dice el Señor cuando jura que É1 vive; quizá diga que ha de quitar las ovejas a los pastores malos, que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas, y se las dará a los pastores buenos, que apacientan las ovejas y no a sí mismos. « Por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahveh: Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, lo juro: Porque mi rebaño ha sido expuesto al pillaje y se ha hecho pasto de todas las fieras del campo por falta de pastor, porque mis pastores no se ocupan de mi rebaño, porque ellos, los pastores, se apacientan a sí mismos y no apacientan mi rebaño; por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahveh» (Ez 34, 7-10). De nuevo habla al pastor; antes y ahora. No dice: ‘porque no hay pastores’. Para tales ovejas, que andan extraviadas para su mal y para su mal perdidas, no hay pastor; y si está presente, puesto que al estar presente hay luz, no es luz para los ciegos. «Y no buscaron los pastores mis ovejas; se alimentaron a sí mismos y no a mis ovejas». 

«Por esto, pastores, escuchad la palabra del Señor. ¿Qué pastores? Los malos pastores. Aquí estoy yo contra los pastores: reclamaré mi rebaño de sus manos y les quitaré de apacentar mi rebaño. Así los pastores no volverán a apacentarse a sí mismos. Yo arrancaré mis ovejas de su boca, y no serán más su presa» (Ez 34,10). Escuchad y aprended ovejas de Dios. Dios reclama sus ovejas de los pastores, y reclama su muerte de las manos de ellos. En otro lugar dice por el mismo profeta: «Cuando yo diga al malvado: 'Vas a morir', si tú no le adviertes, si no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, a fin de que viva, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti.

Si por el contrario adviertes al malvado y él no se aparta de su maldad y de su mala conducta, morirá él por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida.
Cuando el justo se aparte de su justicia para cometer injusticia, yo pondré un obstáculo ante él y morirá; por no haberle advertido tú, morirá él por su pecado y no se recordará la justicia que había practicado, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti.

Si por el contrario adviertes al justo que no peque, y él no peca, vivirá él por haber sido advertido, y tú habrás salvado tu vida» (Ez 3,18-20). ¿Qué es esto, hermanos? Veis cuán peligroso es callar. Muere el pecador y muere justamente; muere por su impiedad y su pecado; la negligencia del pastor le dio muerte. Hubiera podido encontrar un pastor viviente que le dijera: Vivo yo, dice el Señor; pero halló uno negligente; aunque era superior y centinela para dar el aviso, no avisó; el uno muere justamente; y el otro, justamente también, es condenado. Si, por el contrario, así dice el Señor, si al malvado a quien yo he amenazado con la espada le dijeras «vas a morir», pero él se despreocupase de evitar la espada inminente, y llegase ésta y le diese muerte, él morirá a causa de su pecado, pero tú libraste tu vida. Por esto mismo, a nosotros nos corresponde no callar; a vosotros, fieles cristianos laicos, en cambio, os toca escuchar, aun cuando nosotros callemos, las palabras del pastor en las Santas Escrituras. 

VI. ¿Cómo les quita las ovejas a los malos pastores? 

… Veo que, efectivamente, quita las ovejas a los pastores malos. Por esto dice: «He aquí que yo vengo sobre los pastores y reclamaré mis ovejas de sus manos, los retiraré para que no apacienten mis ovejas; y no se apacentarán más a sí mismos. Cuando les digo que apacienten mis ovejas, se apacientan a sí mismos, no a mis ovejas. Los retiraré, para que no apacienten mis ovejas» (Ez 34,10). ¿Cómo los retira para que no apacienten sus ovejas? «Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen». Como si dijera: «Dicen lo mío, hacen lo suyo». Podía haber dicho: «Haced tranquilamente lo que hacen; a ellos los condenaré por vivir mal, pero a vosotros os perdonaré, porque habéis seguido a quienes son vuestros superiores». Si hubiera dicho esto, repito, hubiese aterrado a los malos pastores, que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. Pero infunde temor no sólo al ciego que guía, sino también al ciego que le sigue - pues no dice: Cae en la fosa el que guía, pero no cae el que le sigue, sino: «Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la fosa» (Mt 15,14); por eso advierte a las ovejas diciéndoles: «Haced lo que dicen; no hagáis lo que hacen ellos». Cuando no hacéis lo que hacen los malos pastores, entonces no os apacientan ellos; cuando hacéis lo que dicen, Yo os apaciento. Proclaman mis preceptos y no los cumplen. «Con tranquilidad, dicen algunos, seguimos a nuestros obispos». Esto suelen decirlo frecuentemente los herejes, cuando son convencidos por la verdad manifiesta: «Nosotros somos ovejas; ellos darán cuenta de nosotros.» Ciertamente dan mala cuenta de vuestra muerte. El mal pastor dará mala cuenta de la muerte de la oveja maligna. ¿Acaso vive la oveja porque se presenta su piel? Se recrimina al pastor el haber descuidado la oveja extraviada, por lo que cayó en las fauces del lobo y fue devorada. ¿De qué le aprovecha presentar la piel marcada? El padre de familia reclama la vida de la oveja. He aquí que el mal pastor presenta la piel. Da cuenta de la piel. ¿Acaso podrá mentir el pastor? Lo veía desde arriba quien luego lo juzgará; le cuenta las palabras, los hechos y ve sus pensamientos. Dé cuenta el mal pastor de la piel de la oveja muerta. «Le anuncié tus palabras, y no quiso seguirlas; me esforcé para que no se extraviase del rebaño, y no me obedeció». Si dice esto y con ello dice la verdad —Dios sabe si dice la verdad—, da buena cuenta de la oveja mala. Si, por el contrario, ve Dios que descuidó la oveja extraviada, que no buscó a la que se perdía, ¿de qué le sirve haber encontrado la piel que poder presentar? La hubiera reconducido al rebaño, para no tener que mostrar la piel de la muerta. Si, pues, no dio buena cuenta quien no la buscó cuando estaba extraviada, ¿qué cuenta dará quien la extravió? Esto es lo que oigo: Si el obispo de la Iglesia católica no da cuenta de la oveja, si no la busca cuando está extraviada del rebaño de Dios, ¿qué cuenta ha de dar el obispo hereje que no sólo no la recondujo del extravío, sino que la impulsó a él? 

VII. Dios es el que apacienta el rebaño. 

Pero veamos, según dije, de qué manera aparta Dios las ovejas de los malos pastores: «Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen». No son ellos quienes os apacientan, sino Dios; quieran o no los pastores, para llegar a la leche y a la lana, han de anunciar la palabra de Dios. «Tú que predicas que no se debe robar, robas» (Rom 2,21) dice el Apóstol a aquellos que dicen buenas cosas y practican el mal. Tú escucha al que predica, no robes; no imites al que roba. Si quisieras imitar al ladrón, él te apacienta con su acción; te suministra veneno, no alimento. Pero si escuchas que dice algo, no de su cosecha, sino de la de Dios... -no pueden recogerse uvas de las zarzas, pues es también palabra del Señor: «Nadie recoge uvas de las zarzas ni higos de los abrojos» (Mt 7,16); no debes calumniar a Dios en cierto modo diciéndole: «Señor, no me has querido, porque no se pueden recoger uvas de las zarzas; y en otro lugar me dijiste a propósito de algunos: «Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen»; es decir, que quienes obran mal son zarzas. ¿Cómo quieres que yo recoja la uva de la palabra de las zarzas?» El responderá: «Aquella uva no es producto de las zarzas; lo que acontece a veces es que el sarmiento se enreda en el seto y cuelga la uva en medio de espesas zarzas, pero no proviene de la raíz de éstas. Si tienes hambre y no tienes de dónde recogerlas, mete la mano con cuidado para no lacerarte con las zarzas, es decir, para no imitar las acciones de los malos; y recoge la uva que cuelga en medio de las zarzas, pero que es fruto de la vid. El alimento del racimo llegará a ti; a las zarzas está reservado el tormento del fuego».

«Les arrancaré de su boca y de sus manos mis ovejas, dijo, y no serán ya más pasto suyo». Esto mismo se dice en el salmo: « ¿No saben todos los que obran iniquidad que devoran a mi pueblo como a pan? Y ya no serán más pasto suyo, porque esto dice el Señor Dios: He aquí que yo mismo las apacentaré». Aparté a las ovejas de los malos pastores intimándolas, como dije, «que no hagan lo que hacen»; es decir, que no hagan las incautas y despreocupadas ovejas lo que hacen los malos pastores. ¿Y qué dice? ¿A quién da lo que a ellos quitó? ¿A los pastores buenos tal vez? No lo indica. ¿Qué diremos, pues, hermanos? ¿Es que no hay pastores buenos? ¿No se dice en otro lugar de las Escrituras: «Y les daré pastores según mi corazón, y las apacentarán con disciplina» (Jer 3,15)? Así como no da a los buenos pastores las ovejas que quita a los malos, como si en ningún lugar quedasen pastores buenos, dice: ‘¿Las aceptaré yo?’. Había dicho a Pedro: «Apacienta mis ovejas». ¿Qué pensar, pues? Cuando se encomiendan a Pedro las ovejas, no dice el Señor: Yo apacentaré a mis ovejas, no lo hagas tú, sino: «Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas» (Jn 21,17). ¿O acaso porque ahora ya no está Pedro —ya fue recibido en el descanso de los apóstoles y de los mártires— no hay nadie a quien el Señor de las ovejas pueda decir con confianza: «Apacienta mis ovejas»? ¿Quizá, obligado por la necesidad, baja para ejercer el oficio de apacentar sus ovejas, por no tener a quien encomendarlo y no queriendo abandonarlas? Así parece, pues sigue: «Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo», es decir, aquel a quien decíamos: «Tú que apacientas a Israel, mira; tú que guías como a ovejas a José» (Gen 37,28), al pueblo establecido en Egipto. Israel, extendido ya entre los pueblos, es el mismo José. Sabéis, en efecto, que José emigró a Egipto; esto ocurrió al venderlo los hermanos. A Cristo le vendieron los judíos; no sin motivo, también entre los apóstoles Judas fue quien le vendió. Comenzó Cristo a estar entre los gentiles, allí fue honrado, allí creció su pueblo, no le abandonó su pastor. «Despierta, dijo, tu poder y ven a salvarnos» (Sal 79,2-3). Lo está ya haciendo y lo hará. Dice así: « Porque así dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas» (Ez 34,11-12). Los malos pastores no se preocuparon; no las rescataron con su sangre. «Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas». «Como visita, dijo, el pastor su rebaño en el día». ¿En qué día? Cuando haya tempestades y nubes, es decir, lluvia y niebla. La lluvia y la niebla son el extravío en el mundo, una gran oscuridad que surge de los apetitos de los hombres y una densa niebla que cubre la tierra. Es difícil que en medio de esta niebla no se extravíen las ovejas. Pero el pastor no las abandona. Las busca, atraviesa la niebla con ojos agudos, sin que se lo impida la oscuridad de las nubes. Las ve, llama a la extraviada en cualquier lugar, para que se cumpla lo que dice en el Evangelio: «Las ovejas que son mías escuchan mi voz y me siguen» (Jn 10,27). «Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo» (Ez 34,12-13). Cuando es difícil encontrarlas, entonces yo las encontraré. ¡Gran principio de la auténtica pastoral católica! Cuando cualquier acción parece inútil frente a la gravedad de la situación, el Señor está por dar mucho fruto. 

¡Nunca debemos desconfiar del poder de Dios! 

VIII. Los exhuberantes montes de Israel son los libros de la Biblia. 

«Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra. Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán abundantes pastos por los montes de Israel» (Ez 34,14). Las sacaré de entre los pueblos, las recogeré de las regiones, las conduciré a su tierra y las apacentaré sobre los montes de Israel. Constituyó como montes de Israel a los autores de las Escrituras divinas. Apacentaos allí para hacerlo con seguridad. Cuanto oigáis que procede de allí, deleite vuestro gusto; rechazad cuanto es extraño. No os extraviéis en la niebla, oíd la voz del pastor. Reuníos en los montes de la Sagrada Escritura. Allí se encuentran las delicias de vuestro corazón; nada hay venenoso, nada extraño; hay pastos ubérrimos. Vosotras venid, sanas, apacentaos sanas en los montes de Israel. Y en los riachuelos y en todo lugar de la tierra. En estos montes que estamos mostrando tienen su cabecera los riachuelos de la predicación evangélica, cuando en toda la tierra se extendió su voz y todo lugar de la tierra se hizo alegre y fecundo para las ovejas que han de ser apacentadas. Las apacentaré en buenos pastos en los altos montes de Israel y tendrán allí su aprisco, es decir, el lugar donde descansen, donde digan: «Se está bien»; donde digan: «Es verdad, está claro, no nos engañaron». Descansarán en la gloria de Dios, como en sus apriscos. Y dormirán, es decir, descansarán, y descansarán en completas delicias. 

«Se apacentarán en abundantes pastos sobre los montes de Israel». Dije ya quiénes eran los montes de Israel, los montes buenos a los que levantamos los ojos para que de ellos nos venga el auxilio. Pero nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Por esto, para que ni siquiera en los montes buenos pusiésemos nuestra esperanza, dijo: «Apacentaré mis ovejas sobre los montes de Israel»; más aún, para que no te quedases en los montes, añadió inmediatamente: Yo apacentaré mis ovejas. Levanta tus ojos a los montes, de donde te vendrá el auxilio; pero escucha a quien dice: «Yo apacentaré». «Tu auxilio está en el Señor, que hizo el cielo y la tierra». 

IX. Dios hace lo contrario de los malos pastores. 

«Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahveh. Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; y guardaré a la que está gorda y robusta: las pastorearé con justicia» (Ez 34,16). Mas, para hacerlas descansar, ¿de qué se preocupó con anterioridad? Lo que fueron sus anteriores preocupaciones lo dice después: Esto dice el Señor Dios: Buscaré la que se perdió; llamaré la que se extravió; vendaré la quebrada, fortaleceré la débil y custodiaré la que es grande y fuerte: cosas todas que no hacían los malos pastores, que se apacentaban a sí mismos, no a las ovejas. No dice el Señor: «Pondré otros pastores que hagan esto», sino: «Yo mismo lo haré; no confiaré mis ovejas a ninguno otro». Estad tranquilos, hermanos; estad confiadas vosotras, las ovejas. Somos nosotros los que hemos de temer, como si faltase el pastor bueno. 

Concluye de esta forma: «Y las pastorearé con justicia». Ten en cuenta que sólo él las apacienta así; Él, que las apacienta con justicia. ¿Qué hombre puede juzgar a otro hombre? Todo está lleno de juicios temerarios. Aquel de quien habíamos perdido toda esperanza se convierte repentinamente y se hace buenísimo. Aquel de quien habíamos esperado tanto, cae repentinamente y se convierte en pésimo. Tanto nuestro temor como nuestro amor son inseguros. Qué es el día de hoy un hombre cualquiera, apenas lo sabe él mismo. Con todo, en cierta medida, él sabe qué es hoy. En cambio, qué será mañana, ni él mismo lo sabe. Apacienta, pues, él con justicia, repartiendo a cada uno lo suyo: esto a éstos, aquello a aquellos, lo merecido a quienes lo merecen, sea esto o aquello. Sabe lo que debe hacer. Apacienta con justicia a los que redimió cuando fue juzgado. Luego él apacienta con justicia. 

Según el profeta Jeremías, clamó la perdiz, reunió huevos que no puso, amontonando riquezas, pero sin juicio. Al contrario de esta perdiz que amontonó sus riquezas sin juicio, este pastor apacienta con juicio. ¿Por qué sin juicio aquélla? Porque reunió lo que no engendró. ¿Por qué éste con juicio? Porque cría lo que él engendró. Estamos hablando del pastor bueno. Los pastores buenos o no existen o están ocultos. Si no los hay, ¿por qué perdemos el tiempo? Si están ocultos, ¿por qué no se habla de ellos? En aquella perdiz algunos de nuestros mayores y de los comentadores de la Escritura anteriores a nosotros vieron significado al diablo, que reúne lo que no parió. El no es creador, sino embaucador, amontonando sus riquezas sin juicio. No le importa el que uno se extravíe de esta forma y otro de otra. Quiere que todos se extravíen, sean cuales sean los errores. ¡Cuán distintas herejías existen! ¡Cuán diversos son los errores! El quiere que los hombres se extravíen en todos. El diablo no dice: «Sean donatistas y no arrianos». Sea aquí, sea allí, le pertenecen a él, que congrega sin juicio. «Si adora los ídolos, dice, es mío; si permanece en la superstición de los judíos, mío es; si, abandonando la unidad, se va a esta o aquella herejía, mío es». Reúne sin justicia al amontonar sus riquezas. Pero ¿qué sigue? «A mitad de sus días la abandonarán y en sus postrimerías será necia» (Jer 17,11). Viene aquel que congrega de todas las partes sus ovejas. A mitad de los días del mal pastor, antes de lo que esperaba, antes de lo que pensaba, le abandonarán, y aparecerá como necio en sus postrimerías. ¿Por qué en sus primeros días aparecía como sabio y en los últimos aparecerá como necio? A veces en la Escritura se dice sabiduría en lugar de astucia, en sentido figurado, no en el propio. Por esto se dice: «¿Dónde está el sabio, dónde el docto, dónde el investigador de este mundo? ¿No ha hecho Dios necia la sabiduría de este mundo?» (1 Cor 1,20). Esta perdiz, este dragón, esta serpiente, se mostró aparentemente sabia cuando, por medio de Eva, engañó a Adán. Creyó Adán que decía la verdad, estimó que le daba un buen consejo; le creyó a él antes que a Dios. Según la costumbre de nuestras Escrituras -pues, ¿qué nos importa a nosotros cómo hablen los autores del mundo?-, se habla de sabiduría en sentido abusivo y malo; eso lo puedes ver en el mismo libro: «Era allí la serpiente más sabia que todas las bestias» (Gen 3,1-6). Esta bestia, la más sabia de todas, es considerada como astuta y hábil en el engaño. Posteriormente ya no se le da crédito. Se le dice: «Renunciamos a ti; nos basta que por incautos nos engañases la primera vez». De este modo, pues, en sus últimos días será necia. Serán descubiertos sus fraudes y, por lo mismo, ya no habrá más. En sus últimos días será necio quien reunió lo que no engendró y amontonó riquezas sin juicio. Al contrario que él, nuestro Redentor apacienta con juicio. 

Pensemos en un hereje cualquiera. Aunque no es hermano del diablo, ciertamente es su ayudante e hijo. También a él le llamaría perdiz, animal contencioso. Como saben los cazadores, este animal puede ser cazado por su afán de pelea. Los herejes lucharon contra la verdad, y ya desde el momento en que se separaron. Ahora dicen: «No queremos contiendas», porque ya están capturados. No tienen qué decir sino: «No quiero contiendas.» ¡Oh cautivo! Sin lugar a duda eres tú el que en los primeros tiempos de tu separación acusabas de traidores, condenabas a los inocentes, buscabas la sentencia del emperador, no te sometías al juicio de los obispos, siempre que eras vencido volvías a apelar, ante el mismísimo emperador litigabas afanosamente. Reunías lo que no habías engendrado. ¿Dónde está ahora tu dura cerviz? ¿Dónde tu lengua? ¿Dónde tu silbido? Ciertamente en tus últimos días te hiciste necio, te atemorizaste al estar sin juicio. Ya no quieres juzgar lo cierto, ni sobre tu error, ni sobre la verdad. Al contrario, Cristo te apacienta con juicio, distingue las ovejas que son suyas de las que no lo son. «Las ovejas que son mías, dice, escuchan mi voz y me siguen». 

X. Todos los buenos pastores son uno sólo: ¡Jesucristo! 

Aquí encuentro a todos los buenos pastores en uno solo. No faltan los buenos pastores, pero se hallan en uno solo. Quienes están divididos son muchos. Aquí se anuncia uno solo, porque se recomienda la unidad. Quizá digas que ahora no se habla de pastores, sino de un solo pastor, porque no encuentra el Señor a quien confiar sus ovejas. Entonces las confió porque encontró a Pedro. Al contrario, en el mismo Pedro nos recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles y sólo a uno se dice: «Apacienta mis ovejas». ¡Lejos de nosotros decir que faltan ahora buenos pastores; lejos de nosotros el que falten, lejos de su misericordia el que no nos los produzca y establezca! En efecto, si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en uno, son una sola cosa. Apacientan ellos, es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz del esposo. Por lo tanto, es Él mismo quien apacienta cuando ellos apacientan. Dice: Soy Yo quien apaciento; pues en ellos se halla la voz de Él, en ellos su caridad. Al mismo Pedro a quien confiaba sus ovejas, como si fuera su «alter ego», quería hacerle una cosa sola consigo, para de este modo confiarle las ovejas. Porque así Él sería la cabeza y mantendría la figura del cuerpo, es decir, de la Iglesia; como esposo y esposa serían dos en una sola carne. Por lo tanto, al confiarle las ovejas, ¿qué le pregunta antes para no confiárselas a otro distinto de sí? «Pedro, ¿me amas?» Y respondió: «Te amo». De nuevo: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo». Confirma la caridad para consolidar la unidad. El mismo, siendo único, apacienta en éstos; y éstos apacientan en el único. Calla acerca de los pastores, pero no se calla. Se glorían los pastores: pero «quien se gloríe, gloríese en el Señor». Esto es lo que significa que Cristo apacienta: esto es apacentar con Cristo, apacentar en Cristo y no apacentarse a sí mismo fuera de Cristo. No pensaba en la penuria de pastores, como si el profeta anunciase como venideros estos malos tiempos, cuando dijo: «Yo apacentaré a mis ovejas», como diciendo: No tengo a quien confiarlas. En efecto, cuando aún vivía Pedro, y cuando aún se hallaban en esta carne y en esta vida los apóstoles mismos, entonces dice aquel pastor único, en quien son todos una sola cosa: «Tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que yo las atraiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). Estén todos en el único pastor, anuncien todos la única voz del pastor, en modo que la oigan las ovejas y sigan a su pastor, no a éste o al otro, sino al único. Anuncien todos en Él una sola voz; no tengan diversas voces. Os ruego, hermanos, que todos anunciéis lo mismo y no haya entre vosotros cismas. Oigan las ovejas esta voz liberada de todo cisma, expurgada de toda herejía, y sigan a su pastor que dice: «Las ovejas que son mías, oyen mi voz y me siguen». 
Muy clara es la diferencia entre pastores buenos y malos. Los primeros «dan la vida por las ovejas» (Jn 10,11), los segundos son «mercenarios y no les da cuidado de las ovejas» (Jn 10,13). Unos, buscan los intereses de Jesucristo, no los suyos propios; los otros, buscan sus propios intereses, no los de Jesucristo. Los primeros son una sola cosa con Jesucristo y vibran por el celo de la unidad de la Iglesia; los segundos se han desgajado de Jesucristo y son causa de división.
Voltaire al ver males en la Iglesia dijo en 1773: “En veinte años ya no habrá Iglesia”. Han pasado más de 200 años de esa pseudo profecía y la Iglesia aparece cada vez más joven, más extendida y más fuerte. Hace un tiempo recordaba el Cardenal Ratzinger: 'Me viene a la mente una anécdota que se cuenta a propósito del Cardenal Consalvi, secretario de Estado de Pío VII. Le habían dicho: 'Napoleón intenta destruir la Iglesia.' Responde el Cardenal: 'No podrá, ni siquiera nosotros hemos podido destruirla'[5]. 

¡Que la Divina Pastora nos alcance la gracia de tener el corazón del Buen Pastor!

[1] Zenit, 19 de diciembre de 2005.
[2] S. Th. III, 82, 5.
[3] San Gregorio Magno, Homilias sobre el profeta Ezequiel L.1, 11, 4-6; cfr. LH, t. IV, 1337-39.
[4] Santo Tomás, S. Th., I-II, 109, dif 2 y ad 2; 112, 3 ad 1; etc.
[5] 30 Giorni, n. 3, marzo 2000, entrevista al Cardenal Joseph Ratzinger, pág. 24: 'Non riuscirà, neppure noi siamo riusciti a distruggerla'

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Fuente: Padre Buela