EL Rincón de Yanka: LIBRO "LA NEOINQUISICIÓN": PERSECUCIÓN, CENSURA Y DECADENCIA CULTURAL EN EL SIGLO XXI

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domingo, 17 de mayo de 2020

LIBRO "LA NEOINQUISICIÓN": PERSECUCIÓN, CENSURA Y DECADENCIA CULTURAL EN EL SIGLO XXI


Persecución, censura, acusación 
y decadencia cultural en el siglo XXI

Hoy ya no se quema a las brujas en la hoguera ni se somete a nadie a un proceso inquisitorial. Pero no cabe duda de que un nuevo puritanismo, cuyo origen se encuentra esta vez en la izquierda intelectual, afecta de lleno a Occidente y causa un daño considerable.
Vivimos en la era de la llamada «corrección política», que podría definirse como una práctica cultural cuyo objetivo es la destrucción de la reputación personal, la censura e incluso la sanción penal de aquellas personas o instituciones que no se adhieran a cierta ideología identitaria, la desafíen o la ignoren. Una ideología que promueve la liberación de grupos considerados víctimas del opresivo orden occidental, que tiene sus propios estándares de pureza moral y establece una clara distinción entre el bien y el mal.
Sus apóstoles, como ocurría con las viejas persecuciones de brujas, están dispuestos a seguir el dedo acusador donde quiera que apunte para destruir al diablo y liberar a la sociedad de su influencia maligna. Al igual que los tribunales de antaño, quien se declara en contra de sus postulados es identificado con el mal, exponiéndose a las turbas y los tribunales populares de los medios de comunicación y las redes sociales. 

Con este libro valiente, que es una celebración de la libertad y la herejía, el intelectual chileno Axel Kaiser aborda uno de los temas principales de nuestro tiempo:
la utilización de las emociones y la ofensa para rehuir un debate franco, democrático y libre y para crear un nuevo tribalismo incompatible con la libertad individual que emergió en Occidente.
El nuevo fascismo


Karl Popper está de moda. Su imagen, en un meme que intenta explicar burdamente la paradoja de la tolerancia, circula en diversas redes sociales y ha sido compulsivamente difundida por parte de la izquierda estudiantil.


Vivir en una sociedad abierta y libre exige que aceptemos lo que nos disgusta e incluso la expresión de ideas que nos provocan la más fuerte aversión. Esa tolerancia es justamente la que protege la libertad de todos, ya que en lo que cada uno de nosotros hace y piensa seguro que hay algo que otro ser humano considera profundamente erróneo, ofensivo y censurable.
Bajo la acusación de blasfemia se ha perseguido todo aquello que ha ofendido las opiniones de otros. Muchos disidentes terminaban en la hoguera o la plaza pública bajo la acusación de ofender. Siguiendo esa lógica, muchos pensadores liberales que pusieron en duda el derecho divino de los reyes habrían sido linchados. 
El poeta irónico Heinrich Heine decía que allí “donde se queman libros se terminan quemando también personas”. Paradojalmente, la izquierda parece creer que la censura es favorable a la promoción de la tolerancia. Ello explica su burda apelación a la paradoja planteada por Popper, olvidando que el filósofo liberal decía que eso no significaba que algunos se arroguen la facultad de censurar las opiniones que consideran intolerantes. No es su facultad ni su derecho.
“Popper advierte que las filosofías intolerantes, como el nazismo y el comunismo, debían ser derrotadas usando argumentos racionales, para así mantenerlas en jaque en la opinión pública”.
"La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos.

Tenemos por tanto que reclamar, en el nombre de tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia". Karl Popper

Popper advierte lo inadecuado de presumir lo anterior diciendo que las filosofías intolerantes, como el nazismo y el comunismo, debían ser derrotadas usando argumentos racionales, para así mantenerlas en jaque en la opinión pública. La izquierda universitaria, sin embargo, como sólo se basa en un burdo meme, olvida esto y en su pregonada lucha contra el supuesto fascismo de Kast está usando métodos propios de las SA de Hitler y las camisas negras de Mussolini. Son ellos, y no Kast, los que están yendo contra el uso público de la razón y los fundamentos más básicos de cualquier sistema democrático decente.

Una izquierda totalitaria e irracional se incuba en las aulas universitarias. Se presume a sí misma como guardiana de la tolerancia y se arroga el carácter de Santa Inquisición. Lo peor es que una parte de la izquierda política y de las autoridades universitarias aceptan aquello e indirectamente justifican frenar a palos cualquier cosa que les huela a discurso de odio.
Civilización versus barbarie. La palabra versus el garrote. Esa era la tensión que veía Karl Popper. La izquierda universitaria es hoy la primera enemiga de la sociedad abierta. Son ellos los que promueven el odio hacia la libertad de conciencia.
“Huele a fascismo, huele a caza de brujas“, declaró hace poco en Revista Capital el director Sebastián Lelio, ganador del Oscar con su película “Una mujer fantástica”. Con la expresión “fascismo”, Lelio se refería a cierto espíritu totalitario que está impregnando la convivencia social, creando una cultura “del linchamiento público inmediato” y de gente que “empieza a vivir con miedo” por “el temor a que la mirada del otro te castigue por salirte un poco de la corrección”.
¿Son exageradas las palabras del director? Veamos. El actor Liam Neeson (“Taken”) ha declarado que hay una “cacería de brujas en Hollywood” -Morgan Freeman se encuentra entre las víctimas más recientes-, mientras la crítica de cine más importante de México, Fernanda Solórzano, ha dicho que “le aterroriza ver” cómo las agendas ideológicas, políticas y psicológicas están llevando a los artistas a la “autocensura”, agregando que hoy sería “imposible hacer una película como ‘El último tango en París'”, el clásico de 1972 protagonizado por Marlon Brando.

La poetisa rumana Ana Blandiana, sobreviviente de la dictadura de Ceausescu, ha dicho por su lado que “si no se libera de la corrección política, la poesía muere“, y añade que “la corrección política es más peligrosa”, pues “contra la censura de una dictadura, con los factores externos, es mucho más fácil luchar” que en contra de “los cánones de la corrección política” que obligan a la autocensura. Para el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, “la corrección política es una censura perversa para la que no estábamos preparados“, pues no la ejerce el gobierno.
Ese es el ambiente que se vive, según voces autorizadas, en el mundo de la literatura, el arte y el cine, donde incluso una serie tan inofensiva como “Friends” ha sido acusada de “sexista, transfóbica y homofóbica” por la audiencia millennial .

En la academia no es muy distinto. Diversos intelectuales de renombre, tales como el sociólogo Charles Murray, la activista somalí Ayaan Hirsi Ali, el profesor de Oxford Richard Dwakins, el comentarista de izquierda Bill Maher, el profesor de biología evolutiva Bret Weinstein, el ícono de la revolución feminista Germaine Greer, la intelectual marxista crítica del islam Maryam Namazie, entre muchos otros, han sido censurados e incluso expulsados con violencia de distintas universidades. ¿La razón? Sus opiniones y las conclusiones de sus investigaciones resultan “ofensivas” para ciertos grupos, lo que justificaría que sean silenciados y, en muchos casos, que pierdan sus trabajos.
Fue lo que ocurrió a Weinstein, un liberal de izquierda forzado a dejar Evergreen College tras violentas protestas por oponerse a que se prohibiera por un día el ingreso de personas blancas con el fin de celebrar a los estudiantes afroamericanos. Weinstein había sido siempre un defensor de las minorías, pero un apartheid inverso le parecía llevar las cosas demasiado lejos. Lo de Evergreen no fue una excepción.
Hace un año, Harvard, siguiendo a Stanford y Columbia, anunció que, por primera vez en su historia, tendrá una fiesta de graduación exclusivamente para estudiantes negros, regresando así, aunque a la inversa, a prácticas que recuerdan los peores tiempos de la segregación racial en Estados Unidos.
Ni siquiera las ciencias, el ámbito apolítico por excelencia, se han salvado del espíritu fascista. Un reciente artículo publicado en City Journal explica cómo la presión por incorporar mujeres y minorías ha llevado a que se bajen los estándares de exigencia en las áreas STEM -ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas-, cambiando la forma en que se enseñan para hacerlas más accesibles e “igualitarias”, aunque ello signifique una reducción de nivel y calidad.
Según el artículo, Harvard, por ejemplo, ya no requiere el examen GRE en física para estudiantes de doctorado en astronomía debido a que los hombres obtenían, en promedio, mejores resultados que las mujeres. En Inglaterra, la Universidad de Oxford decidió dar más tiempo a las mujeres en los exámenes de matemáticas y de computación para ayudarles a obtener mejores notas, desatando la ira de mujeres que consideraban, con razón, que la medida las presenta como “más débiles”.

Los negocios del área tampoco escapan al nuevo fascismo. Google, que hizo noticia mundial tras su decisión de despedir a un investigador que cuestionó científicamente sus políticas de diversidad, fue demandado en enero de este año por personal de reclutamiento despedido por negarse a seguir las órdenes de la empresa de eliminar todas las postulaciones que no fueran de mujeres, hispanos y afroamericanos. En Silicon Valley, el billonario cofundador de Pay-Pal, Peter Thiel, ha decidido emigrar debido a que lo considera un espacio “totalitario” dominado por una especie de “régimen de partido único”, donde se “persigue” a quienes piensan distinto a la corrección política predominante. Sam Altman, fundador de Y Combinator, el acelerador de startups más grande y prestigioso de Silicon Valley, ha declarado que “hablar herejías en San Francisco se ha vuelto cada año más fácil“, agregando que este espíritu de intolerancia ha dañado la creación de startups , pues ha llevado a muchos investigadores brillantes a abandonar San Francisco tras haber enfrentando una reacción “tóxica” cuando los resultados de sus investigaciones no se ajustaban al discurso ideológico dominante.

Pero tal vez no hay caso más representativo del extremo al que está llegando el nuevo espíritu totalitario que lo que ocurre en el mundo del humor, una esfera en la cual siempre se ha aceptado la conversión de lo prohibido en terapéutica liviandad. El legendario comediante Mel Brooks ha dicho que la comedia es hoy casi imposible, porque “nos hemos convertido en estúpidos de la corrección política“. Gilbert Gottfried, en tanto, ha sostenido que existe una “epidemia de las disculpas” y que si los más grandes comediantes de la historia como Charly Chaplin vivieran hoy, no podrían trabajar sin disculparse todo el tiempo. El comediante afroamericano Chris Rock, por su parte, ha decidido, siguiendo a otros humoristas, no actuar más en campus universitarios por la obsesión que tienen de “no ofender a nadie”. Dennis Miller ha explicado, dando en el nervio del asunto, que “el problema principal de los escuadrones de la inquisición de hoy es que muchos de nuestros guardias ‘abiertos de mente’ se encuentran entre los ciudadanos de mente más cerrada”.

Sin duda, nuestro país se está infectando del nuevo espíritu fascista. Basta ver las persecuciones a comentaristas radiales, leer el orwelliano pliego de peticiones de las alumnas que tomaron la Universidad Católica y advertir el ridículo que hizo su vocera intentando hablar la neolengua que pretenden imponer a todos los estudiantes para constatar la presencia de las fuerzas que empujan por seguir el mismo camino de fanatismo e intolerancia. Si a ello agregamos la débil reacción del rector de la universidad y de otras autoridades ante un movimiento que, como bien notó un grupo mayoritario de alumnas, aplastó los derechos de los estudiantes a educarse y circular libremente, más la oportunista postura del gobierno, que parece no haber aprendido de la vez anterior que tomar banderas insensatas solo contribuye a radicalizarlas, sumado al miedo y complacencia de muchos “liberales” e intelectuales que vociferan por el aborto, pero callan cuando se trata de la libertad de expresión optando por un frívolo “virtue signaling” bajo la tonta creencia de que ellos no serán arrasados mañana por la ola de intolerancia que celebran hoy y, finalmente, consideramos el miedo generalizado que inhibe la crítica al ímpetu fascista que crece en nuestro país, resulta claro que una oscura noche está aún por caer.

Este clima fascista que lleva a la censura, a la persecución, a comisarios del lenguaje y a proyectos de ley totalitarios, encuentra alimento en un estilo político sumiso en el que se remueve a directores de museos por permitir expresiones artísticas “ofensivas” -validando así el argumento supremo del nuevo fascismo-.
Lejos de ayudar, la burbuja de sobreprotección dentro de la cual padres y autoridades de todo tipo encapsulan a niños y jóvenes, explica el profesor de la Universidad de Nueva York, Jonathan Haidt, incrementa su fragilidad psicológica, contribuyendo a crear una cultura intolerante y proclive al autoritarismo, en la cual se suele recurrir a una autoridad para que por la fuerza haga del mundo un safe space , es decir, para que convierta la esfera pública en una extensión de la privada. Para Haidt, ello es incompatible con un orden social democrático, pues este exige que las personas se paren sobre sus propios pies tolerando estrés y adversidad, se defienden a sí mismas y resuelven sus asuntos y diferencias sin recurrir a un papá protector omnipresente. Pero la corrección política no solo destruye los fundamentos de la vida democrática, de la tolerancia y de la libertad de expresión.

Según Slavoj Zizek, el intelectual marxista vivo más influyente del mundo y que en esta materia ha sido uno de los pensadores más lúcidos de Occidente, esta forma de “totalitarismo” no es más que una gran impostura. Los “guerreros del discurso políticamente correcto -dice Zizek- celebran el colorido, la diversidad y la gran inclusión. La verdad es que únicamente establecen una nueva norma de dominación discriminando minorías que tienen poco que decir”. Esta “gran farsa”, dice Zizek, entre cuyos principales exponentes nombra a Trudeau, crea nuevos enemigos, además de un lenguaje que establece una verdad única y excluyente, un tipo de discurso oficial que, explica el pensador esloveno, es similar a la pantomima creada en el pasado por la propaganda del régimen comunista de su país natal. Al final, concluye Zizek, el discurso políticamente correcto -que el gobierno parece esmerado en reforzar- solo perpetúa “el prejuicio, el machismo y el racismo”, bajo una opresión supuestamente benévola que no busca nada más que una “defensa de privilegios” para grupos vociferantes enemigos de una auténtica democracia.

La Inquisición del Siglo XXI

Acusar y condenar a alguien en otros tiempos era relativamente sencillo. Sólo había que apuntar con el dedo y a la brevedad podíamos ver al acusado recibir su condena. Sin mayor juicio, sin mayor defensa. Lo hizo la Inquisición durante la Edad Media y lo hicieron también las dictaduras de antaño y los regímenes comunistas.
Después de 600 años, la tradición jurídica ha logrado desarrollar un sistema que permite que el acusado pueda defenderse ante las denuncias y tener un procedimiento que le garantice un principio básico inmutable e inalterable: la presunción de inocencia, es decir, toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario.
Según Emilia Schneider, vocera de las tomas feministas, “el debido proceso y la presunción de inocencia no toman en cuenta la desigualdad en razón del género”, lo que justificaría su revisión.
Este principio se ha visto cuestionado en los últimos meses. El movimiento feminista, en su loable bandera por eliminar los abusos por violencia de género, ha mutado a una radicalización que es preocupante en su ánimo por corregir estos delitos. Lo anterior, debido a que la vocera de las tomas feministas universitarias y consejera FECH, Emilia Schneider, aseguró que “el debido proceso y la presunción de inocencia no toman en cuenta la desigualdad en razón del género”, debido que la justicia ordinaria y los protocolos de sanción no han sido efectivos, y así se justificaría replantear dicho principio, puesto que “de alguna manera, es un debate que se abre en la sociedad”.

Esta corrección iría enfocada en hacer una “revisión” del principio de inocencia y revertir la carga de la prueba. Sería el acusado quien debe probar su culpabilidad, y no la víctima, como siempre se ha entendido. Es decir, el imputado sería culpable hasta que se demuestre lo contrario. Revertir la carga de la prueba nunca ha sido aplicado en la práctica, pero sí es relevante alertar del peligro de lo que ha planteado el feminismo en nuestro país al pedir la revisión de dicho fundamento.
Es el principio de inocencia que establece que no volvamos a un sistema de juicio represor.
¿Por qué es tan preocupante que se revise un pilar jurídico que hoy es considerado un derecho humano? Porque es el principio de inocencia que establece que no volvamos a un sistema de juicio represor y que exista un proceso donde el acusado pueda refutar dichas acusaciones con pruebas, y sea escuchado por un tribunal imparcial. Es la culpa y no la inocencia la que debe ser probada, y es el Estado el que debe destruir dicha presunción y nunca al revés.
El llevar la carga de la culpa al denunciado sólo facilitará el uso de acusaciones sin legitimación, además de dificultar la defensa, transformándose, en el peor de los casos, en una caza de brujas, tal como lo hizo la Inquisición. Los sistemas penales no pueden modificar principios generales en base a situaciones particulares, puesto que conforman una guía de comportamiento para sancionar delitos, sobre todo cuando el principio de inocencia ha permitido el desarrollo de sociedades civilizadas y modernas.

Las propuestas para eliminar la violencia sexual contra las mujeres en las universidades debiesen mejorar y hacer más efectivo el mecanismo de persecución penal, colaborando con protocolos de abusos en todas las instituciones y generando un real acompañamiento a las víctimas. Pero el sistema penal y sus principios no pueden ser usados a conveniencia y desechados cuando no juegan a favor de una situación específica. Pensar en volver a un sistema así es negar e ignorar los logros en libertades y seguridades, propias de las sociedades modernas.

Axel Kaiser | La Paradoja de Karl Popper