11M
ALFONSO DEL ÁLAMO
Director de Emergencias
de Madrid
Las 42 horas más terribles
de Alfonso del Álamo
Eran cerca de las 8 de la mañana y Alfonso del Álamo, director de Emergencias de Madrid, 3.150 efectivos a su cargo (bomberos, Samur y voluntarios de Protección Civil, más lo que luego llegaría: psicólogos, personal de Asuntos Sociales, Cruz Roja...), se anudó la corbata, bajó a la calle y ordenó al chófer que lo llevara al lugar de donde la gente huía.
Allí, en Atocha, con el chaleco amarillo del Samur, bajó como Dante al infierno. "Los tres primeros vagones están vacíos, abiertos, abandonados. (...) En el cuarto vagón no hay puertas ni paredes, sólo un retorcimiento de hierro. Hay cuerpos en el interior y en el exterior, también en la vía contraria. Miro pero no veo. Resulta espantoso el revuelto de ropas, gomaespuma de los asientos, cuerpos apenas reconocibles entre el polvo y la chatarra en que se ha convertido el vagón". Era el 11 de marzo de 2004 y España asistía al mayor ataque terrorista de su historia. 190 asesinados. 1.755 heridos.
Alfonso del Álamo lo recuerda con los ojos por momentos húmedos, 13 años después. Crónicase cita con él no muy lejos de aquellos andenes porque ha decidido relatar las 42 horas que duró su 11-M (11-M: El honor de servir: Crónica emocional del director de Emergencias de Madrid, La Esfera de los Libros) por dos razones. Una, la oficial, porque "nadie" de quienes participaron como él en el macro operativo de atención a las víctimas y sus familias ha dejado su experiencia por escrito. La segunda, que desvela a mitad de la charla y que acaba revelándose como la razón última, es más personal. Su hija Asela se salvó aquel día fatídico: debido a una huelga de profesores, faltó a la universidad. Por eso no estuvo en Atocha, con su carpeta de estudiante, a las ocho de la mañana. Esa buena suerte, por desgracia, no la acompañó cuando hace tres años, sin cumplir los 30, un accidente de tráfico se la llevó.
"Salvando las distancias", dice su padre, "entendí lo que es que te arrebaten a lo que más quieres". "Desde ese dolor", desde el duelo largo que aún le hace hablar de su hija en presente, ha querido contar el duelo masivo del 11-M. Las horas en las que, conocido el "horror", supo lo que era el "terror".
Porque el primero le era casi familiar. Entre 1983 y 1990, Del Álamo ejerció de médico y luchó contra la tuberculosis en Guinea Ecuatorial -donde conoció a una joven guineana, Margarita, y nacieron Asela y su otro hijo, Daniel- y de allí saltó a Nicaragua, donde, coordinando el programa sanitario de la cooperación española, vivió la epidemia del cólera, las erupciones volcánicas, el tsunami de 1992...
Ya como director de Emergencias de Madrid lideraría la respuesta al atentado de ETA en la T-4, la tragedia de Spanair o el caso Madrid Arena. "Pero nada nunca ha sido tan desgarrador", afirma, "como lo que vi y viví el 11-M".
Hora quinta de su 11-M. Del Álamo llega al recinto ferial de Ifema, donde un núcleo reducido comandado por él debe poner orden al caos. Alrededor de 3.000 personas angustiadas esperan la identificación de sus seres queridos. Él revisa y custodia con celo la lista de los identificados. Hasta las 18.30 horas no llega el primer nombre del juzgado. Pero los nombres se amontonan y a las 21 horas el médico toma una decisión: buscarán a los familiares por el inmenso recinto con ayuda de un megáfono. Pequeño, blanco, con la culata azul. "Después aquello sería criticado, pero no había ninguna solución mejor para agilizar el proceso", alega. Alguien comenta entonces que han dejado de ser "ángeles de la vida" para mutar en "heraldos de la muerte"...
IDENTIFICACIÓN
Esa noche, cuenta, el juez Del Olmo quiso interrumpir las labores de identificación hasta el día siguiente. Reculó por la presión de Pedro Calvo, concejal de Seguridad con Ruiz-Gallardón, quien "rondó el desacato". Hubo más sombras. Como los psicólogos, que "hicieron más briefing que soporte a las personas". O "el dirigente de la federación de CCOO de Madrid" que exigió una UVI móvil preventiva para una pariente... Y muchas luces, como la "solidaridad" de Madrid, y los "agradecimientos" de familias llenas de pena que finalmente dejaron aquel gran recinto de duelo.
Sin dormir, a las 2 de la mañana del 13 de marzo, el médico metió la llave en la cerradura de su casa. Se abrazó a Asela, a Daniel y a su mujer, y regresó al baño donde todo comenzó. Se agachó y, al quitarse los calcetines, sintió como si la piel se le despegara con ellos. "Sólo entonces me di cuenta de que había vivido 42 horas en la mayor concentración de pena y pánico que se pueda concebir". "Nada", dice, "tan desgarrador como el asesinato masivo del 11-M".
Introducción
El 11 de marzo de 2004 se produjo un ataque inimaginable contra la ciudad de Madrid. Los asesinos colocaron un total de trece bombas en cuatro trenes diferentes. Diez artefactos estallaron en diez vagones llenos de gente inocente. A sangre fría y a ciegas acabaron con la vida de 191 seres humanos, hirieron gravemente a 250 personas y con carácter moderado o leve a más de 1.200. Estudiantes, obreros, funcionarios, inmigrantes (el 26 por ciento de los fallecidos) viajaban en esos trenes. Los hechos constituyen la mayor catástrofe sufrida por la ciudad de Madrid desde la Guerra Civil de 1936. Aquel espantoso día forma parte de la historia de la ciudad y de España con el añadido que muy pocos acontecimientos poseen: la evocación de los mismos con solo la cita de la fecha. Cuarenta millones de personas saben a ciencia cierta dónde estaban en aquellos momentos.
La crónica del suceso ha sido minuciosa y repetidamente relatada. Se han escrito al menos cincuenta libros sobre el 11-M. Por tanto, este quiere alejarse de la crónica. Habla de los hechos, ciertamente, pero el lector los conocerá a través de las vivencias y de las emociones de alguien que vivió las 42 horas que duró la crisis desde una obligada primera fila, condicionado por su función al frente de los servicios de emergencia de la ciudad. Es una mirada directa, imperfecta, en vivo, de un profesional, un responsable público que debe conciliar sus sentimientos con sus objetivos profesionales. Es otra historia. Los protagonistas son los que quedaron. Los que sufrieron las más largas, angustiosas y dolorosas horas de su vida. Primero como heridos por la agresión; luego, heridos para siempre por la ausencia incomprensible, inasumible, imperdonable de los que se fueron. También es la historia de la gente que les acompañó e intentó ayudarles.
Para el narrador aquellos hechos y aquellas horas supusieron una experiencia que, más allá del impacto de espanto y dolor de todos los ciudadanos, le colocaron en ese momento que todo hombre teme afrontar en su vida. La convicción de que los hechos le pueden superar, de que no tiene certezas que le sostengan sobre su capacidad para lo que debe y tiene que hacer cuando más preciso es actuar correctamente en un océano de desdicha y pavor. Fueron horas de mucho miedo. No miedo a la muerte; más a la fragilidad, al desacierto. Solo por la fortuna de verse rodeado de un grupo de profesionales extraordinarios hoy se anima a escribir estas líneas.
Una última reflexión. Las personas en las circunstancias más terribles reaccionan solidaria y cívicamente si la sociedad les ofrece un marco de referencia y un soporte en el que confiar. Creo que los servicios de emergencias fueron ese asidero para cientos de personas durante aquellas inolvidables 42 horas.
Prefacio
Carta a Guillermo Fesser del 15 de febrero de 2015:
Hola.
Efectivamente me tocó el centro del espanto. Los cadáveres esparcidos por el andén y las vías de la estación de Atocha, la sangre haciéndote resbalar, una mochila en la espalda de un tronco sin piernas, sombras grises en un paisaje de mentira. Y luego la Lista. La Lista que me sé de memoria. Cientos de preguntas en busca de los nombres desaparecidos. Una y otra vez en la espera del reconocimiento de los cadáveres. La Lista, que a la vez que símbolo del horror era tabernáculo del orden, el reducto de un mundo funcionando. Nombres que quedarán mucho tiempo en mi cabeza. Nombres a los que ayer, después de dos días sin dormir a la espera de los trabajos periciales, reconocí en las fotos de los periódicos. Todos los nombres y todas las caras de sus mujeres, padres e hijos, amigos o compatriotas. Doscientos nombres en busca de sus destinos finales. Y tantas veces diciendo:
«No, no tenemos los datos». Y tantas veces diciendo:
«Ha sido identificado; por favor, acompáñenos». Los ecuatorianos de largas trenzas y humilde espera; los currantes de El Pozo, comunistas de viejo cuño, herederos del padre Llanos; la polaca de ojos hinchados y con el miedo de no tener «papeles» seguros. Todos hundiendo la cabeza en el pecho, llorando, gimiendo; y nosotros, androides del orden, Nexus 6 fríos y eficaces, vuelta a empezar. Así hasta ciento veintiséis la primera noche. No hay tregua ni descanso cuando sale un día que no lo hace para doscientos de los nuestros. Siguen las preguntas y ya no miro la lista. «¿Pero por qué me dice que no, si no miró la lista?». Ni falta hace, compadre, me la sé todita de memoria.
Seguimos solos, los medios presionan, resistimos como podemos, pero hay que informar, lo exigen los políticos, una servidumbre más. La inteligencia florida de los periodistas y sus preguntas sencillas. Todos quieren tener al SAMUR. Somos los héroes del día. Pero hay que terminar pronto. Nos espera la Lista. Así todo un día. Recurren los expertos a las fotos de los cadáveres, horribles fotos irreconocibles, y hay que convocar a las familias con orden, con firmeza, con la certeza de que me están odiando y al mismo tiempo dependen de mis palabras, de mi orden, para llegar a sus seres queridos. Y los ojos de los que no son convocados y de los que no han sido capaces de dar sus datos a la policía científica y, en consecuencia, no tienen nombres que oír, me miran y no dicen nada. Alguno indaga: ¿García Presa? ¿Neil Astocóndor? Y la rabia se esconde, porque esperan, dependen de nosotros. Somos lo único que tienen.
VER+:
«El 11-M fue el día más difícil para Madrid
desde la Guerra Civil»
ELMUNDO
Trece años desués del 11-M el director de Emergencias de Madrid de entonces,
Alfonso del Álamo, cuenta las 42 horas más terribles que ha vivido.
0 comments :
Publicar un comentario