La fe de la iglesia rumana frente al comunismo:
7 obispos reconocidos mártires
- Valeriu Traian Frenţiu
- Vasile Aftenie
- Ioan Suciu
- Tit Liviu Chinezu
- Ioan Bălan
- Alexandru Rusu
- Iuliu Hossu
- Vasile Aftenie
- Ioan Suciu
- Tit Liviu Chinezu
- Ioan Bălan
- Alexandru Rusu
- Iuliu Hossu
Éste último (obispo de Cluj-Gherla, en 1964 sale de la cárcel, queda bajo arresto domiciliario, muere en 1970; Pablo VI lo había creado cardenal "in pectore", es decir, en secreto)
Durante la persecución comunista de los años 50, muchos sacerdotes y obispos permanecieron fieles a Roma y al Papa
En 1945, vivían en Rumanía un millón y medio de católicos de rito oriental, una iglesia viva y pujante, que volvió a la unidad con Roma en 1698. Las autoridades comunistas, con la connivencia de la jerarquía ortodoxa, decidieron suprimir esta Iglesia siguiendo órdenes de Moscú. La intención, en todos los países de la órbita comunista, era separar a los católicos del Papa.
Primero se lanzó una campaña para que el clero greco-católico se integrara en la Iglesia Ortodoxa: de 1.600 sacerdotes sólo cedieron 38. A pesar de ello, se declaró disuelta a la Iglesia greco-católica y fueron confiscados sus edificios y sus bienes. Después llegó la persecución física: cientos de sacerdotes greco-católicos fueron detenidos y presionados, aunque casi ninguno cedió.
El obispo Ioan Suciu, de Alba-Julia, pronunció estas palabras en su catedral antes de ser detenido:
“Nos someteremos a las leyes pero no haremos nada contra nuestra fe. Y si nos preguntan: ¿de qué parte estáis, de parte del pueblo o de parte del Papa?, responderemos: de parte de Dios, para que ayude a este pueblo”. Lo detuvieron el 28 de octubre de 1948 y murió a causa de las repetidas torturas físicas después de 5 años de calvario. Parecida suerte tuvieron los otros seis obispos de aquella Iglesia brutalmente perseguida.
Testigo de excepción de esta tremenda historia es Alexandru Todea, consagrado obispo en secreto en 1950 y encarcelado de 1951 a 1964. Los 13 años en prisión no lo hundieron: al salir reorganizó la Iglesia greco-católica en la clandestinidad y al caer el comunismo fue nombrado arzobispo y luego cardenal con Juan Pablo II. Al participar en 1990 en el Sínodo de los Obispos, Todea habló en nombre de esa Iglesia que había perdido sus templos pero que transformó las celdas de las cárceles en otras tantas capillas y abrió seminarios en las catacumbas rumanas del siglo XX. Durante el tiempo de la persecución fueron ordenados cerca de doscientos sacerdotes.
Cadáveres que siguen sin aparecer
Han pasado 60 años y los cadáveres de tres de ellos siguen sin aparecer. El historiador e investigador Gheorghe Petrov explica en el interesante y terrible libro La tortura del silencio(de Guido Barella, en español en Rialp) que “se sabe sólo que sus cuerpos fueron enterrados en lo que se llamaba el Cementerio de los pobres de Sighet, pero el sitio sigue siendo desconocido”. Sighet fue una de las peores prisiones del régimen comunista rumano, solo superada en perversidad por Pitesti.
Una Iglesia católica oriental viva y pujante
Los católicos de rito griego en Rumanía eran aproximadamente un millón y medio en 1945. Era una iglesia viva y pujante, unida a Roma desde 1698. Se organizaba en 5 diócesis y contaba con unos 1.600 curas, la mayoría casados y con hijos, conforme a la costumbre oriental, distribuidos en unas 1.700 parroquias. Valeriu Traian Frentiu, uno de los obispos mártires, por ejemplo, era hijo de sacerdote, como sucedía a menudo.
Pero “en octubre de 1948, las autoridades de la Rumanía comunista, junto con la jerarquía ortodoxa, terminaron con la existencia jurídica de la Iglesia greco-católica. Fue una decisión tomada siguiendo órdenes de Moscú, en función de un proyecto minucioso que tenía como objetivo separar del Vaticano a todos los países que, tras la guerra, quedaban bajo la influencia de la URSS”, explica el historiador Gheorghe Petrov.
Primera fase: presionaron a 1.600 clérigos, ceden 38
La estrategia comunista consistía en integrar a los católicos de rito oriental en la Iglesia ortodoxa local, mucho más controlable, desconectándolos de la Iglesia universal. Se empezó con una campaña animando al clero católico a integrarse en la ortodoxia: de 1.600 clérigos, solo 38 cedieron. El obispo Hossu proclamó la excomunión de estos 38 "ipso facto" (es decir, "por el hecho mismo" de su desobediencia).
A continuación, la Iglesia Ortodoxa rumana -totalmente controlada por el poder comunista- declaró disuelta a la Iglesia greco-católica y lo celebró con una gran misa “de reunificación”. Los comunistas confiscaron los edificios y bienes grecocatólicos: parte para el Estado comunista, parte para la dócil y amedrentada Iglesia Ortodoxa local.
De confiscar a encarcelar y matar
Tras las confiscaciones, llegó la persecución física ese mismo año de 1948: cientos de clérigos grecocatólicos fueron detenidos. Les presionaron para que se hicieran ortodoxos, pero casi ninguno cedió.
Primero los encerraron en monasterios ortodoxos bajo vigilancia, como “huéspedes”. Ya en 1950 pasaron a los obispos a la horrenda prisión de Sighet.
Mientras tanto, puesto que el pueblo grecocatólico no podía acceder a sus obispos detenidos, la Nunciatura vaticana en Bucarest procedió a ordenar rápidamente a 6 nuevos obispos más jóvenes: Alexandru Todea, Titu Liviu Chinezu, Ioan Chertes, Juliu Hirtea, Ioan Ploscaru y Ioan Dragomir. Pero las autoridades comunistas los localizaron pronto y los encarcelaron. Siendo más jóvenes y fuertes, sobrevivieron a su encarcelamiento y, años después, fuera de prisión, pese a estar vigilados, formaron una eficaz red clandestina de sacerdotes grecocatólicos.
El obispo Suciu que no se escondía
En ese año de presiones de 1948, el obispo grecocatólico de Alba Julia, Ioan Suciu, predicaba así, en público, en su catedral de Braj: “Nos someteremos a las leyes pero no haremos nada contra nuestra fe. Y si nos preguntan: ¿de qué parte estáis, de parte del pueblo o de parte del Papa?, responderemos: de parte de Dios, para que ayude a este pueblo”.
Los historiadores hoy tienen numerosos informes de la inteligencia del régimen comunista, la temida Securitate, detallando cada homilía o discurso del obispo Suciu. En Pascua de 1948, por ejemplo, predicaba: “Una larga vida y la misma libertad no tienen significado cuando el número de cadáveres crece cada día y las cárceles y los campos de concentración están llenos de presos políticos”.
También tenemos acceso a las transcripciones de los interrogatorios a los que fue sometido por la Securitate. “¿Agitador? Sí, yo agito las conciencias para ponerlas en orden con Dios. No he predicado ni predicaré contra las autoridades, pero defenderé siempre a la Iglesia y la doctrina católica”, declaró en una de esas sesiones.
Lo detuvieron el 28 de octubre de 1948, reteniéndole primero en un monasterio ortodoxo y luego en la cárcel de Sighet. Murió a causa de las repetidas torturas físicas, en la celda número 44, el 26 de junio de 1953, después de 5 años de calvario.
Se dice que murió en brazos del obispo Juliu Hussu y que los carceleros arrastraban su cadáver por las escaleras para que todos oyeran el truculento golpear. Tenía 46 años.
Obispos en la fosa común
Este obispo Juliu Hussu también fue arrestado en 1948, enviado a un monasterio ortodoxo (en realidad, una prisión controlada) y luego a la cárcel de Sighet. Al cabo de unos años lo dejaron marchar, pero como organizó una misa solemne en la plaza de la Universidad de Cluj lo volvieron a encarcelar en 1956. Pablo VI lo nombró cardenal “in pectore” (en secreto) en 1969, algo que se supo sólo en 1973, cuando ya estaba muerto.
A la misma fosa común fue arrojado el obispo Titu Liviu Chinezu, que de hecho había sido consagrado obispo en la mismísima cárcel de Sighet, a escondidas, por otro obispo allí detenido, el pastor de Lugoj, Ioan Balan.
Se sabe que Chinezu, cada vez que recibía presiones de las autoridades comunistas para que se pasase a la Iglesia Ortodoxa (donde estaría siempre vigilado, dócil y controlado por la Securitate) respondía con humor: “No entiendo cómo el gobierno de Bucarest, que hace profesión de ateísmo, es tan misionero de la Iglesia Ortodoxa”.
En enero de 1955 lo pusieron en una gélida celda sin ventanas, cuando la temperatura exterior era de 20 grados bajo cero. Murió el 15 de enero, probablemente de congelación.
Ioan Balan, trabajados forzados con 70 años
Ioan Balan, obispo de Iugoj, tenía cierta experiencia como preso: durante la Primera Guerra Mundial le habían detenido las autoridades rumanas acusado de ser espía austrohúngaro, aunque el rey rumano pidió después que se le liberara convencido de su inocencia. Ahora, 40 años después, le encerraban los comunistas. En 1950 se le condenó a trabajos forzados extenuantes en Sighet: tenía 70 años.
Cinco años después, cuando se cerró Sighet (ese año la Rumanía comunista entraba en la ONU y le interesaba fingir un lavado de cara), se le mantuvo bajo vigilancia, enfermo y agotado, en monasterios ortodoxos, hasta que murió en 1959.
El obispo Frentiu, ordenando obispos a escondidas
Valeriu Traian Frentiu estudió en Viena y era obispo grecocatólico de Oradea. Primero estuvo preso en monasterios y se las arregló para consagrar obispo, a escondidas, a Ioan Chertes en la noche de Navidad de 1949 (Chertes pasaría 14 años en distintas prisiones y campos de trabajo, y luego más años bajo vigilancia).
En 1950 Frentiu llegó a Sighet, donde moriría en 1952, con 77 años. Como otros en Sighet, fue enterrado una noche, sin ataúd, en un pozo común en el Cementerio de los Pobres. La tumba fue nivelada para que el lugar del entierro no se conociera ni honrara, pero una investigación en 2008 encontró sus huesos.
Sighet: diseñada para matar de hambre
Conocemos muchos datos de la vida en Sighet por el obispo Ioan Ploscaru, que pasó 15 años en cárceles del régimen (4 en aislamiento) pero sobrevivió a todo y murió anciano, en 1998, con 87 años, y explicando los hechos con detalle en sus memorias “Cadenas y terror”.
“El mayor suplicio de la cárcel de Sighet era el hambre. La dieta alimenticia de esta prisión estaba calculada con mucho cuidado para que el detenido no muriese rápidamente sino gradualmente por el hambre. Los alimentos eran pocos y podridos”, escribió.
Sighet cerró como cárcel política en 1955 al entrar Rumanía en la ONU: de los 200 reclusos que albergó en apenas 8 años, 54 murieron allí.
Hoy una Fundación con pocos fondos intenta convertir Sighet en un “lugar de la memoria”, con apoyo del Consejo de Europa, que la clasifica junto al Memorial de Auschwitz y el Memorial de la Paz en Francia como un espacio de conservación de “memoria del siglo XX”. Su web-memorial es www.memorialsighet.ro .
Torturado en el Ministerio de InteriorOtros obispos fueron asesinados en otros espacios. El vicario general de Bucarest, Vasile Aftenie (que desde 1940 era también obispo auxiliar de Alba Julia) fue arrestado en 1948, pasó por un campo de concentración, luego un monasterio y, como se negaba a hacerse ortodoxo, en mayo de 1949 lo torturaron en los sótanos del Ministerio del Interior. “Ni mi fe ni mi nación están en venta”, dijo a sus torturadores.
Murió en mayo de 1950, pero logró al menos un funeral católico y una tumba en el cementerio católico de Belu, en Bucarest.
La celda negra: desnudo, encadenado en la oscuridadAlexandru Rusu, el obispo de Maramures, arrestado en 1948, pasó primero por conventos-prisión. En 1950 llegó a Sighet donde pasó mucho tiempo en la terrible “celda negra”, desnudo, encadenado de pie y en oscuridad absoluta. Sobrevivió a 5 años en condiciones terribles.
Puesto en libertad vigilada, en 1956 firmó con los obispos Ioan Balan y Ioan Hussu un documento en defensa de los derechos religiosos de los grecocatólicos. Volvieron a detenerlo y en 1957 el régimen le condenó a 25 años de trabajos forzados, alojado en una celda subterránea en Gherla. Murió allí en 1963. Los documentos dicen que se le enterró en el cementerio de presos políticos de la cárcel… un lugar que luego las autoridades comunistas araron para nadie identificara los restos.
Todea: 13 años de cárcel, 27 de arresto domiciliarioOtro caso es el de Alexandru Todea, que cuando los comunistas disolvieron la Iglesia grecocatólica en 1948 era un simple sacerdote. Lo consagraron obispo en secreto en 1950. Lo encarcelaron de 1951 a 1964.
Pero esos 13 años no lo hundieron: al salir reorganizó la Iglesia grecocatólica a pesar de que oficialmente lo sometieron a 27 años de arresto domiciliario. Cuando cayó el comunismo fue nombrado arzobispo y luego cardenal con Juan Pablo II.
Todea, en 1990, al caer el Muro de Berlín, habló así en un sínodo de obispos en Roma: “Hablo de una iglesia mártir, que ha vivido 16 años en prisión. Durante este periodo, de los doce obispos que tenía, cinco han muerto en prisión, dos en los monasterios ortodoxos como presos y dos después de la liberación con la salud maltrecha. Hablo en nombre de una Iglesia que ha perdido las iglesias pero ha transformado las celdas de las cárceles en otras tantas capillas y ha abierto seminarios en las catacumbas rumanas del vigésimo siglo. Durante el tiempo de la persecución fueron ordenados cerca de doscientos sacerdotes”, explicó.
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Poner Piteşti en perspectiva
El ruso cristiano Aleksandr Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y autor de Archipiélago Gulag, escribió que el experimento Pitesti fue "el acto más terrible de barbarismo del mundo contemporáneo". Pero "barbarismo" hace pensar en ira ciega, y la maldad en Pitesti se recreaba de forma meticulosa, cientifista y sistemática.
El historiador François Furet, de la Academia Francesa, lo considera "uno de los experimentos más terribles en deshumanización que ha conocido nuestra época".
Pero Sorin Iliesiu, entre los cientos de horas de testigos y expertos que ha grabado y entrevistado, quiere dejar claro que nada llega al nivel de Piteşti, y para ello recurre al historiador Stéphane Courtois, ex-maoísta, investigador del CNRS francés y director del equipo que escribió en 1997 "El Libro negro del Comunismo". Iliesiu ha colocado su análisis incluso en español en la web "El Genocidio de las Almas"
Torturados por Cristo
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