POEMAS PARA EL TIEMPO CUARESMAL
I
No son anchos y rectos
los caminos por donde transitas,
ni claras las rutas que necesitamos seguir.
Tu fuego devorador, que va delante,
ha borrado todas las pistas
y derribado las estancias que nos protegían.
Desposeídos y desnudos, saboreamos la plenitud
de nuestro genuino Ser reencontrado,
y el vértigo de la incertidumbre.
Cegados por tu luz,
nos dejaremos quemar el corazón y las entrañas,
y avanzaremos, sin reposar la cabeza,
siguiendo las brasas que por el camino enciendas.
Ya no importa donde tú nos lleves
Solo saberte paz y compañía
en nuestro caminar.
II
Mi ofrenda es muy pequeña
y quebradiza.
Se astilla siempre cuando se pierde
por los caminos del yo y la autocomplacencia.
Se que mi ofrenda no es siempre
de tu agrado y te profana cuando espera
recibir más que dar,
desde un yo herido e irreconciliado.
Y aún así, ¿por qué sales
fielmente a buscarme
y me acoges eternamente
a pesar de mi indignidad?
¿Qué tengo yo ahora para ofrecerte
que no sea mi arrepentido y tímido sí,
que, día tras día, se esfuerza
para convertirse en un sí de eterinidad?
El celo de tu amor me abrasa
y me impulsa a continuar amando,
más allá de mis infidelidades.
III
No huiré cuando las dificultades
o los sufrimientos me abrumen,
ni buscaré las distracciones
que me enturbien la memoria.
Despediré a las muertes que se avecinan
y me agarraré a los vástagos
que alimentan la esperanza.
No dormiré todavía,
hasta que los silencios de la noche
me devuelvan las palabras,
para proclamar la luz
de una nueva aurora.
Acogeré el frío
que la oscuridad me brinda,
para descubrir la calidez escondida
en las estancias del alma
aún no exploradas.
Y esperaré, en la quietud,
a que una brisa impulse nuevos pasos.
Mantendré los ojos bien abiertos,
más allá de los desánimos
que los declinen,
para contemplar los contraluces
que me inviten a abrazarlos.
No. No dormiré.
Permaneceré velando,
en el abrigo de tu refugio,
hasta que fecunde la pobreza
de mi libertad.
IV
Me duele tu luz
cuando desvela mis sombras
y me afronta a una verdad
demasiado amarga de aceptar.
Me duele y a menudo siento temor,
y vergüenza, no de ti sino de mí,
de no ser capaz de abandonarme
a la debilidad que me configura
y de permanecer en la oscuridad
que la cubre y la engalana.
Me duele tu Luz,
cuando deslumbra mis
comodidades y seguridades,
y me lanza a amar lo indeseable
y a abrazar la humillación y el desamor.
Y a pesar de todo, amo este dolor
y lo deseo con toda el alma,
porque lo se transformador
como el fuego del fundidor o
el jabón de hacer colada.
Sí. Deslúmbrame y hiéreme, Amor.
Y no permitas que el miedo
me aleje nunca de tu estancia.
V
¡Que tenga valor y no desfallezca!
¡Que no me canse de amar!
en los embates que aminoran mis fuerzas,
ni en el ser de aquellos
que más difícil me lo ponen.
¡Que no deje de servir!
a los que salen a mi encuentro,
a pesar del vacío y la tristeza que queda
cuando se aprovechan de todo lo regalado.
¡Que no huya del dolor!
que en la vida esconde
un sentido incomprendido,
ni me arrastre la indiferencia ante el mal
y la iniquidad de nuestro mundo.
¡Que no se me cierren los ojos!
ante la inocencia y la bondad
que se oculta en la debilidad de la vida,
ni se me pase por alto el misterio de Luz
que mora en el corazón de toda persona.
Sumergirme intensamente en todo
y abrazarlo en plenitud
sin retener nada,
ni el beso que me endulza la noche,
ni las sonrisas que
me alegran las horas amargas.
Y si en este vivir me siento morir,
que esta muerte sea, entonces,
el paso a un nuevo nacimiento.
VI
Hay vida… y esperanza,
cuando alguien ama
contra toda lógica,
contra toda razón,
contra toda posibilidad.
Hay vida… y nuevas oportunidades,
en la fuerza y el coraje
de quienes luchan día a día,
en medio su desolación,
para construir los sueños
de una vida mejor.
Hay vida… y luz,
en el corazón de aquellos
que responden,
serena y pacíficamente,
ante la impunidad del mal
que los asedia,
y en los que no guardan rencor
ante la ofensa y la agresión.
Hay vida… y belleza,
en la armonía de la creación,
y en aquellos que aman,
apasionadamente, todo lo que hacen,
no para sí, sino para ofrecer al mundo.
Hay vida… y alegría serena,
en el corazón de los que saben vivir
acogiendo y agradeciendo todo lo que son
y lo que tienen, sin desear más,
o, incluso, sin tener nada.
Hay vida… y ternura
en los gestos de compasión
de los que curan heridas
y remiendan las roturas del corazón.
Si, hay vida cargada de Luz,
esperanza, novedad, belleza,
ternura, alegría…
Y una música de Amor que todo
lo envuelve más allá
de los confines de la tierra.
Nada podrá silenciar su
Eterna sinfonía.
Tampoco el mal… ni la muerte.
VII
No lo entendemos.
Ni comprendemos los lenguajes extraños
con los que a menudo nos hablas,
ni el porqué de gestos y hechos
que rompen y deshacen
todos nuestros planes o aspiraciones.
No entendemos porque a veces
somos conducidos a la aridez de la vida,
o a los vientos que no nos son propicios,
o a los obstáculos de todo tipo que
dificultan nuestro caminar.
Y nos cuesta encontrar el sentido
de una bondad y un amor ineficaz,
tan a menudo derrotados por la seductora
injusticia y maldad.
No, No lo entendemos,
pero danos coraje y serenidad
para acogerlo y no huir ello,
entendimiento y sabiduría
para saberlo afrontar acertádamente
y confianza para descansar
en tu silenciosa Presencia,
que vela siempre por el sentido oculto
de nuestra plenitud.
Una fuerza inexplicable
será entonces fermento
para hacer nacer en nosotros
a un ser nuevo.
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