LA LEYENDA DE LA ROSA DE JERICÓ
Completamente diferente a la rosa que conocemos, esta planta tiene una propiedad muy particular: su capacidad de “volver a la vida”
Anastatica hierochuntica o Rosa de Jericó no debe confundirse con Selaginella lepidophylla, que es una especie de helecho o similar que habita en América y se comercializa bajo el mismo nombre.
Al hablar de rosa, nos viene naturalmente a la mente la bella flor que sobresale a un tallo espinoso, pero no sólo la rosa tradicional se llama así. En los antiguos desiertos de Alejandría en Egipto y en los afluentes del Mar Rojo había una planta muy curiosa también llamada “rosa”: es la Rosa de Jericó.
Por largos periodos de tiempo la planta, que vive en regiones desérticas, crece y se reproduce hasta que el ambiente se vuelve desfavorable. En ese momento las flores y las hojas secas se caen, las raíces se desatan y las ramas secas se doblan, formando una “pelota” que permite que el viento la lleve a donde quiera.
Las Rosas de Jericó pueden ser transportadas por kilómetros, viviendo secas, sin nada de agua, durante mucho tiempo, hasta que encuentran un lugar húmedo. Cuando esto sucede, hunden sus raíces en la tierra y se abren, volviendo a florecer.
La Rosa de Jericó se encuentra en Oriente Medio y en América Central. Es posible comprarla seca y luego, al ponerla en un recipiente con un poco de agua, verla florecer en la propia casa.
La Rosa de Jericó es llamada también flor de la resurrección, porque según lo que afirman algunos observadores, esta flor presenta la propiedad particular de morir para luego volver a florecer.
Su origen está relacionada con la historia del cristianismo por una interesante leyenda citada por varios autores:
Al huir de Belén con el Niño Jesús para liberarlo de la cruel matanza ordenada por el rey Herodes, la Sagrada Familia se vio obligada a atravesar las planicies de Jericó.
Cuando la Virgen bajó del asno que montaba, surgió a sus pies una pequeña flor delicada.
María le sonrió a la pequeña flor, porque entendió que brotaba de la tierra para saludar al Niño Jesús.
Durante la permanencia de Cristo en la Tierra, las Rosas de Jericó continuaron floreciendo y embelleciendo los campos, pero cuando el Salvador murió sobre la cruz se secaron todas y murieron.
Tres días después, cuenta la leyenda, cuando Cristo resucitó, las Rosas de Jericó volvieron a florecer y a irradiar un dulce perfume.
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