'CINCO CONSEJOS PARA
POTENCIAR LA INTELIGENCIA'
POTENCIAR LA INTELIGENCIA'
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Enrique Rojas:
"El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz"
"Inteligencia es flexibilidad, resiliencia, voluntad, constancia y orden"
Definir la inteligencia de una forma sencilla no es fácil. La palabra procede de dos voces latinas, intus y legere, lo que nos da «leer por dentro». Una de las grandes aportaciones de las modernas psiquiatría y psicología es la constatación de que existen muchos tipos de inteligencia.
Debemos, por tanto, hablar de inteligencias en plural y podemos describir una serie de modalidades en donde los muchos matices que se dan originan un inventario amplio con todo tipo de particularidades en las que poner el acento.
El libro 'Cinco consejos para potenciar la inteligencia' de Enrique Rojas incide especialmente en esta cuestión. Inteligencia es capacidad para captar la realidad en su complejidad.
Es tener una visión verdadera de la realidad, con todo lo que eso significa. Inteligencia es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Inteligencia es capacidad de síntesis o también capacidad para recibir información, procesarla de forma adecuada y dar respuestas eficaces que se ajustan a la realidad.
El psiquiatra y catedrático define la inteligencia auxiliar como aquella modalidad que utiliza cinco herramientas esenciales como instrumentos de la razón: orden, constancia, voluntad, motivación y capacidad de observar y tomar nota.
La inteligencia auxiliar nos proporciona una serie de elementos muy útiles para mantener relaciones fluidas con los que nos rodean o dentro del ámbito familiar, experimentar una vida afectiva y de pareja sana, encontrarnos cómodos en nuestro entorno laboral, en definitiva, para sentirnos realizados tanto en nuestra dimensión personal como social.
Rojas nos ofrece un recorrido ameno y muy documentado sobre la inteligencia humana. Lo realiza en doce capítulos divididos, a su vez, en distintos apartados teóricos que se complementan con ejemplos de su práctica profesional, reflexiones literarias y casos clínicos notables con algunas de las ideas-fuerza que nos proponen Enrique Rojas y sus hijas y colaboradoras Isabel y Marian Rojas-Estapé, psiquiatra y psicóloga, respectivamente.
¿Qué es la inteligencia?
La inteligencia es la lucidez de la razón
La palabra inteligencia procede de dos voces latinas: intus y legere, lo que sería «leer por dentro». No es fácil, como veremos a lo largo de las páginas de este libro, dar una definición sencilla y clara, pues debo decir de entrada que existen muchos tipos de inteligencia. Debemos por tanto hablar de inteligencias en plural y, como veremos en otro capítulo, podemos describir una serie de modalidades en donde los muchos matices que se dan originan un inventario amplio con todo tipo de particularidades en las que poner el acento.
Voy a ir dando una serie de definiciones que no son sino pinceladas que nos acercan, que nos aproximan a lo que realmente se esconde en el interior de este concepto. Inteligencia es capacidad para captar la realidad en su complejidad y en sus conexiones. Es tener una visión verdadera de la realidad, con todo lo que eso significa. Inteligencia es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Lo diría de otra manera: inteligencia es capacidad de síntesis o también capacidad para recibir información (input), procesarla de forma adecuada y dar respuestas eficaces que se ajustan a la realidad (output). Por tanto se trata de la habilidad computacional para seguir la línea mejor, el comportamiento más sano, para ser más libre e independiente. No debemos perder de vista que son muchas las dimensiones que se hospedan dentro de la inteligencia. Las iré desgranando en el curso de las siguientes páginas.
Dentro de esta cascada de conceptos la inteligencia implica saber utilizar los instrumentos de la razón de forma eficaz y productiva. Allí donde hay comprensión lógica o racional, allí hay una persona inteligente. Inteligencia es saber ensayar una solución adecuada a un problema concreto. En una palabra: libre juego de las facultades superiores para saber pensar, dirigiendo nuestra conducta de forma equilibrada, estando en la realidad.
El novelista William Golding, en su libro "El señor de las moscas", nos cuenta una historia protagoniza da por náufragos. En una isla deshabitada un grupo de niños ha sobrevivido a un accidente aéreo y necesitan organizar su vida. Destacan dos niños: uno, Ralph, es bastante razonable y pide unas normas; otro, Jack, se convierte en su contrincante, totalmente opuesto. Es la razón frente a la espontaneidad sin sujeción. El primero es más bien tímido y cerebral; el segundo es bastante más vital y llega a ser violento en su afán de que no existan reglas: ¡que entre con fuerza el relativismo! Pero asoma un tercer personaje: Piggy, un niño listo y débil, asmático, que se da cuenta de la gravedad de la situación. Él quiere también unas reglas y se acuerda de la central de autobuses de su pueblo, con sus luces y sus señales, que indican por dónde hay que ir. Es importante saber que la inteligencia natural, la que cada uno tiene como dotación genética, debe ser pulida, limada, retocada, ilustrada para que se le pueda sacar el mejor rendimiento.
Por ello la inteligencia consiste en un conjunto de operaciones para manejar la información remota y reciente que da como resultado un comportamiento positivo, equilibrado, sano. Hay un caudal de datos y experiencias que vienen de nuestra biografía y que deben combinarse con lo actual. Se juntan el pasado vivido y el presente fugaz.
La inteligencia es el arte y el oficio de utilizar los distintos componentes de nuestro patrimonio psicológico (percepción, memoria, pensamiento, conciencia, afectividad, vida de los impulsos, voluntad, etc.) para responder a las incidencias de la vida personal de la mejor manera posible. Esto significa que cuando actuamos, enjuiciamos o tomamos una decisión de cierta importancia hay muchos ingredientes que se arremolinan ayudando y oficiando para que las cosas salgan del mejor modo. Es como una gran orquesta que produce una sinfonía. Es saber gestionar la vida personal de forma sana y equilibrada.
Sin embargo, las cosas no quedan solo ahí: inteligencia es también la capacidad para hacer preguntas esenciales y dar respuestas coherentes y completas. Poderosa conjunción de recuerdos, imágenes, sentimientos, reflexiones, etc.
Inteligencia es el arte de usar la computadora mental de cada uno, con dos elementos clave: objetivos e instrumentos, medios y fines. Se trata de hacer preguntas decisivas, de buscar las mejores respuestas y poner todo ello en práctica.
En el animal existe un tipo de inteligencia que se mueve dentro de unos esquemas y programas establecidos , mientras que el ser humano es capaz de inventar y diseñar sus propios programas.
Una buena inteligencia sabe computar lo vivido con lo sabido, la experiencia de la vida con los diferentes conocimientos que ha ido aprendiendo. Por eso una inteligencia bien conjugada debe aproximarnos a un mayor grado de felicidad. Es capacidad para aprender, tino para juzgar, imaginación y arte para gestionar la propia vida, aspirando a lo mejor. Son muchos los factores: inteligencia es aprender a discriminar.
Voy a explicarlo con unos ejemplos tomados de la vida misma. Para ello me voy a valer de un cardiólogo, un ornitólogo, un catador de vinos y un psiquiatra. El cardiólogo ausculta con el fonendo a su paciente. No tiene mayor agudeza auditiva que los demás, pero al ser un médico especialista en esa área capta más información y es capaz de darse cuenta de si hay un soplo cardiaco, una arritmia o latidos descompensados.
Al ornitólogo le pasa lo mismo: en la algarabía del bosque aprende a distinguir el sonido de cada pájaro y sabe discriminar ese lenguaje etéreo, desdibujado, de contornos difusos.Se adentra en la selva de esos lenguajes, sabe ordenarlos y los clasifica y agrupa. El catador de vinos es un explorador minucioso de los caldos que tiene que probar y se detiene en cada una de sus cuatro fases: la visual, que le permite ver el color sobre una superficie blanca; luego mete la nariz en la copa, previamente movida, y sus fosas nasales reciben las primeras impresiones del líquido elemento; después viene el momento clave, que es cuando el vino es propiamente probado. Las papilas gustativas se empapan de él y es capaz de decir lo que experimenta. Pensemos en un Malbec argentino, que tanta calidad tiene. Uno puede decir en esta tercera etapa de análisis: vino intenso, de sabor aterciopelado, que nos trae el recuerdo de frutos rojos tipo cereza, compota, café, bayas... Sus diversos contenidos dejan un regusto a esos frutos rojos del campo, con toques de fresas desdibujados y sutiles. Y al final, el retrogusto: largo, agradable, sólido, persistente, propio de un Malbec de calidad.
Finalmente asoma el psiquiatra, al que le sucede algo parecido a los tres personajes mencionados. Se sienta delante de una persona y aparece un diálogo abierto de preguntas, silencios y respuestas. Va estudiando la ingeniería de la conducta, lo que el otro dice y lo que calla. Se revelan el lenguaje verbal, el lenguaje no verbal, el subliminal... Una hora da para mucho si el especialista sabe aplicar los instrumentos propios de la psicología y cómo adentrarse en la intimidad del otro y descubrir cómo es su forma de ser, qué le preocupa, cuáles son sus objetivos de vida... Así como elaborar una apretada síntesis de su biografía.
Cada una de estas cuatro personas tiene desarrolladas unas capacidades perceptivas bien distintas. No es que el cardiólogo tenga mejor oído que el ornitólogo o que el catador de vinos sea más inteligente o que el psiquiatra sea una persona superior. No se trata de eso, sino de que cada uno ha desplegado un potencial de discriminación muy concreto. Eso es la inteligencia especifica, que se
especializa en una materia y la observa y estudia con detalle, con precisión. La inteligencia consiste en una conjunción de operaciones mentales en las que entran enjuego muchas piezas informativas que se mezclan y a la vez se agrupan.
La mirada inteligente
Una persona ilustrada, con un cierto nivel de cultura literaria, nos ofrece una visión de la realidad que se escapa de los linderos normales. Por ejemplo me voy a Quevedo, uno de los grandes poetas del Siglo de Oro español, con un dominio de la escritura excepcional. Traigo aquí un texto suyo que revela esa especial inteligencia literaria o metafórica para contarnos lo siguiente:
Era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo, ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes. Los brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas.
La inteligencia del escritor se prolonga más allá de sus palabras. Es la mirada a través de la metáfora. Su calidad al escribir nos abre un mundo rico y frondoso.
Me voy a otro gran poeta de ese tiempo, Lope de Vega. Sabemos de él que era de un temperamento vital vehemente y tierno, comunicativo y alegre y con un modo de hacer versos realmente extraordinario. Copio este verso titulado por él «Varios efectos del amor», un soneto sin igual sobre lo que es el amor:
Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso.
No hallar, fuera del bien, centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso. Huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño: esto es amor. Quien lo probó lo sabe.
¡Qué síntesis sobre el calidoscopio de lo que se vive en el amor! La inteligencia es una forma de evaluar la realidad.
Son muchos los ejemplos que puedo traer a colación. Bécquer, poeta romántico del siglo XIX, en su célebre libro Rimas y leyendas nos da unos brochazos sobre lo que significa la poesía:
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas,
pero siempre
¡habrá poesía!
Mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras haya esperanza y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; mientras haya una mujer hermosa, ¡habrá poesía!
Por eso una persona que tiene el hábito de leer sabe expresarse mejor y tiene como una dilatación de la mirada para ver más, para apreciar los muchos matices que se dan cuando observamos la realidad con cierto detenimiento. La lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio físico es al cuerpo.
La inteligencia es un edificio con dos pisos. En la parte de abajo están el orden, la constancia y la motivación. La escalera que los une es la voluntad. Y en el piso de arriba, los instrumentos de la razón, donde se cuece lo que va a ser finalmente una conducta inteligente. En el sótano está la base, lo que le da solidez al edificio. La participación de la voluntad, como iré explicando en el curso de las páginas de este libro, es esencial, clave, decisiva.
La inteligencia es la catedral conceptual de la razón. Y en ella se da una especie de bricolaje en donde se integra un conjunto de operaciones diversas que deambulan dentro de cada uno de nosotros mediante una serie de mecanismos: unos conscientes y otros inconscientes y automáticos, que se disparan como resortes aprendidos y que hacen que nos comportemos de un modo u otro. Saber mirar es comprender y captar, es saber amar, es utilizar toda la información acumulada dentro de nosotros y que está archivada en la biblioteca de la memoria, ordenada de forma singular y que va funcionando según los avatares y ajetreos de la vida.
La inteligencia capta la realidad en su complejidad
Son muchas las herramientas que se orquestan en la inteligencia. Pero lo que sí debo adelantarme en decir es que casi todo depende del modo en el que captemos lo que vemos, lo que nos sucede, lo que nos encontramos delante y alrededor de nosotros. Hay una cuestión previa que no quiero dejarme en el tintero: la jerarquía de valores.
Los valores son unos criterios previos, formados en nuestro interior y que están presentes antes de evaluar la realidad y de actuar. Son conceptos, ideas de nivel elevado que valen por sí mismos en cualquier situación que se le pueda presentar al ser humano: la coherencia, la generosidad, el bien, la bondad, la sinceridad. No podemos preguntarnos: ¿para qué sirven? Porque valen por sí mismos. Los valores son criterios positivos para la conducta que tienen buena venta en cualquier mercado.
Es fundamental tenerlos bien clasificados. Cuando uno tiene una jerarquía clara, las cosas se simplifican y todo es más fácil. No todo es igualmente importante, pues los valores deben tener cada uno cierta altura. Es decir, unos van primero y otros después. Los hay profundos y periféricos.
Lo importante es tener claro cuáles son por los que uno realmente se rige. De hecho, los valores ponen en marcha los sentimientos. Son los dos grandes componentes del ser humano: inteligencia y afectividad. O dicho de otra forma, se trata de los dos grandes argumentos de la existencia humana: el corazón y la cabeza. Unos y otros apelan a la totalidad de la persona. Por eso los valores no pueden ser algo neutro, frío, desangelado, porque son claves a la hora de penetrar en los entresijos de la realidad. Asoman, se ponen de pie, piden paso, tienen voz y voto. Se transmiten a través de modelos reales de la vida ordinaria que son vistos y captados. Las palabras llaman la atención y los ejemplos arrastran. Por eso, aunque no nos demos cuenta a la hora de captar la realidad de forma inmediata o mediata, los valores que se camuflan en el fondo de nuestra personalidad actúan, aparecen y enjuician los hechos que tratamos de apresar.
Por eso la inteligencia no actúa de forma distante, glacial, viendo lo que tiene delante de sus ojos sin más, sino que los valores lo tamizan todo, aunque no nos demos cuenta.
Todo esto tiene implicaciones muy amplias a lo largo de la actuación humana. No penetramos en la realidad sin más, sino que lo hacemos inevitablemente teniendo dentro de nosotros una serie de dimensiones que nos atraviesan de arriba abajo y que van a ser claves a la hora de valorar los hechos que analizamos.
Tomás Moro muere en 1535 en la cárcel de Londres. Solo, privado de su poder, pasó de lord canciller de Inglaterra a no tener nada material. En su último libro, "Cartas desde la cárcel", dice estar feliz y contento porque muere por sus ideales, defendiendo aquello en lo que creía. La felicidad consiste en estar contento con uno mismo al evaluar la realidad y darse uno cuenta de que está haciendo algo que merece la pena con su propia vida. Desde fuera se ven unos hechos, pero desde dentro se captan otros. Otro buen ejemplo es Aleksandr Solzhenitsyn, quien estuvo durante años preso en Siberia, en uno de los terribles gulags. Allí escribió Una día en la vida de Iván Denísovich y su libro esencial, Archipiélago Gulag, en el que nos dice que se siente contento a pesar de estar a cuarenta grados bajo cero y con veinte kilos menos de peso, tratado como si fuera un animal de carga: «porque estoy luchando contra el poder opresor del comunismo y algún día esto caerá y se sabrá la verdad brutal de lo que han hecho con nosotros».
Por eso es tan difícil dar una definición certera, precisa, concreta, de la inteligencia, ya que plantea problemas y a la vez los resuelve. Son diversas las facultades que se hospedan en ella para apresar la realidad y lo que le rodea, sumando todos y cada uno de los componentes que se mueven en su entorno. De ahí su complejidad. Lo decía Allen Newell, uno de los padres de la inteligencia artificial, que considera que hay dos sistemas independientes que funcionan dentro de ella: el de los conocimientos y el de las metas, el de la información y el del objetivo. Una cosa es saber lo que uno debe hacer y otra hacerlo.
Captar la realidad por arriba y por abajo. El vuelo alto de las águilas lleva a ver todo en perspectiva, registrando las incidencias que se contemplan cuando uno se eleva de nivel. Somos miopes en relación con estos animales de vuelo superior. Pero a la vez nos sumergimos por debajo de las aguas de la realidad, haciendo submarinismo, para fijarnos en la flora y la fauna que recorren las aguas del mar que atravesamos. La inteligencia va de la superficie a la profundidad. Penetramos de cerca y de lejos en los hechos que vemos.
El ser humano tiene la capacidad de tomar distancia de la realidad y verla en perspectiva.
La realidad tiene, pues, dos dimensiones: una objetiva y otra subjetiva. La primera es lo que se ve de forma imparcial, notarial, fáctica, fotográfica... El bien propio de la inteligencia es abrirse a ella, a lo real. La otra tiene que ver con el modo de interpretarla, viéndolo todo según tantas cosas como se hospedan y habitan dentro de nosotros. Comprender al hombre es interpretar lo que vemos que le sucede; verlo desde dentro. Esa es una tarea de espeleología, la hermenéutica.
En el libro de Ovidio "El arte de amar" nos encontramos en su frontispício con la siguiente sentencia: Video meliora proboque, sed deteriora sequor: «Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor». Es la diferencia entre la teoría y la práctica de la vida. Tener las ideas claras sobre el camino que uno debe seguir es importante, pero hacerlo es decisivo. Nada más y nada menos. El animal más desarrollado filogenéticamente es el mono, pero una cosa es la inteligencia animal, que responde a programas de conducta previamente establecidos y de los que no se puede salir, y otra la inteligencia humana, que rebasa esos programas, los desborda e inventa escapadas y vericuetos sorprendentes de actuación según la diversidad de acontecimientos que se le puedan presentar. Catalogarlos sería el cuento de nunca acabar. Esto quiere decir que todo está condicionado por «las gafas con las que vemos los hechos que estudiamos » y que pueden ser de tipo físico, psicológico, social, cultural y espiritual. La pluralidad que se esconde en cada hecho real es rica y frondosa. Por eso hay derrotas objetivas (se ha perdido claramente) que pueden ser vistas como éxitos al utilizar un ángulo concreto de exploración. El tema da para mucho. Por eso puedo decir que interpretar es comprender la forma y el sentido. Se va más allá de los datos que la retina nos muestra.
La inteligencia aprecia más de lo que recibe. Y lo hace por los muchos componentes que hay dentro de su mundo y que se mueven y circulan y saltan y enfocan: percepción, memoria, pensamiento, conciencia, afectividad y un largo etcétera. La inteligencia ilustrada da más de lo que recibe. De ahí su grandeza. Es lo que José Antonio Marina ha llamado inteligencia creadora, la forma en que cada una de nuestras actividades mentales es capaz de ampliar su facultad común para dilatarse de modo significante y grandioso.
Enrique Rojas:
"El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz"
2 comments :
Si has llegado a ser un Psicologo experto psicóloga principiante, es porque mereces estar donde estás: te lo has ganado. De lo que se trata ahora es de empezar a ganar experiencia de manera consistente, haciendo que la práctica profesional añada calidad al servicio que damos. Es un proceso de crecimiento constante en el que nunca hay un final: en cierto modo, todos los psicólogos somos novatos, siempre. El comportamiento humano es demasiado complejo como para que una sola persona lo comprenda en su totalidad.
Es por eso que no debes compararte con una idealización de lo que representa ser un psicólogo. No dejes que el síndrome del impostor te bloquee.
Ser o no ser, esa es la cuestion.
Gracias por tu comentario
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