Oración del predicador
Señor Jesucristo, haz que con deseo ardiente
me precipite a escuchar la Palabra de Dios,
y haz que no rechace
a los que ya se han acercado;
haz que sepa estar junto a las aguas,
no dentro de las aguas de la vanagloria;
que suba a la navecilla de la obediencia
y que baje a tierra por la humildad;
que lave las redes del deseo de la predicación
y de las buenas obras de toda avaricia,
vanagloria y adulación;
que sepa repararlas mediante
la armonía de las sentencias;
que las seque con la claridad;
que las recoja por cautela y no por pereza;
que no las rasgue por las divisiones;
que aleje de la tierra la nave de la religión
y permanezca descansando en ella.
me precipite a escuchar la Palabra de Dios,
y haz que no rechace
a los que ya se han acercado;
haz que sepa estar junto a las aguas,
no dentro de las aguas de la vanagloria;
que suba a la navecilla de la obediencia
y que baje a tierra por la humildad;
que lave las redes del deseo de la predicación
y de las buenas obras de toda avaricia,
vanagloria y adulación;
que sepa repararlas mediante
la armonía de las sentencias;
que las seque con la claridad;
que las recoja por cautela y no por pereza;
que no las rasgue por las divisiones;
que aleje de la tierra la nave de la religión
y permanezca descansando en ella.
Haz que enseñe a los demás con el ejemplo;
que sepa alternar la contemplación y la acción;
que sepa conducir a los demás
a la profundidad de la contemplación
mediante la predicación de la religión.
Que lance las redes en tu palabra
y no en la tiniebla del pecado y de la ignorancia
de tal forma que pueda capturar obras vivas;
que en las aguas de las tribulaciones
pueda llenar mis redes de la abundancia
de tu presencia y de tus consuelos
de modo que el alma reviente de admiración
y busque ayudar al prójimo,
especialmente a los más necesitados.
Que llene las naves de obediencia y de paciencia
y que por la humildad me prosterne
ante las rodillas de Jesús
y que, una vez arribado de este mundo
a la tierra de los vivientes,
pueda yo recibir los premios eternos.
Amén.
San Alberto Magno.
Liturgia de las Horas.
Propio O.P., pp. 1814-1815.
ORACIÓN DE UN MINISTRO
Dios, mi maestro, deseo predicar hoy, pero me dirijo débil y necesitado a la realización de mi tarea; sin embargo, anhelo que la gente pueda ser edificada por la verdad divina, y ser capaz de sostener ante ellos un testimonio honesto.
Concédeme asistencia al predicar y orar con el corazón elevado por la gracia y la unción.
Obsequia a mi vista objetos pertinentes a mi tema, con plenitud de contenido y claridad de pensamiento, expresiones apropiadas, fluidez, fervor, sensibilidad a las cosas que predico, y gracia para aplicarlas a la conciencia de los hombres.
Dame la libertad de abrirme a los dolores de tu pueblo, y de ofrecerles reflexiones consoladoras.
Mantenme en todo tiempo consciente de mis defectos, y no permitas que me gloría orgullosamente sobre mi actuación. Ayúdame a ofrecer testimonio de ti, y a dejar a los pecadores sin excusa para rechazar tu misericordia.
Dame la libertad de abrirme a los dolores de tu pueblo, y de ofrecerles reflexiones consoladoras. Asiste con poder a la verdad predicada, y despierta la atención de mi audiencia perezosa. Que tu pueblo pueda ser renovado, enternecido, persuadido, confortado; ayúdame a usar los argumentos más sólidos derivados de la encarnación y los sufrimientos de Cristo, que hacen santos a los hombres.
Yo mismo necesito tu apoyo, consuelo, fuerza, santidad, para ser un canal puro de tu gracia, y ser capaz de hacer algo para ti. Dame la renovación entre tu pueblo, y ayúdame a no tratar los asuntos excelentes de manera vana, a no mantener un testimonio indigno de mi redentor, ni ser tosco en el tratamiento de la muerte de Cristo, su designio y su fin, por falta de calidez y fervor. Presérvame en armonía contigo en la medida en que realizo mi trabajo.
(Autor desconocido, siglo XVII D.C.)
Señor Jesús, Palabra eterna del Padre, que delegaste a tu Iglesia la misión de ser Palabra y testimonio ante el mundo, y nos concedes también a nosotros participar en esta delegación, en esta misión.
Te damos gracias con todo nuestro corazón, por habernos llamado a este sublime ministerio, a esta hermosa tarea de prolongar tu presencia entre nuestros hermanos, de dar cuerpo a tu presencia, voz a tu palabra, ternura concreta a tu amor eterno.
Vuelve a pasar hoy, Señor, por los caminos polvorientos de nuestros campos, por las calles de nuestros pueblos, poniendo tus pasos sobre las huellas de los pies de tus «delegados», para que en nuestro servicio a la comunidad pueda resonar verdaderamente tu misma Palabra, tu voz, tu presencia, tus gestos salvadores, tu amor a todos los hombres y mujeres.
Ayúdanos a estar unidos entre nosotros y con nuestros pastores, contigo y con el Padre, con nuestra comunidad y con todas las comunidades cristianas, con todos los hombres y mujeres, especialmente los más pobres.
Haznos dignos de la misión que nos encomien-das. Que no manchemos tu rostro con nuestro comportamiento indigno. Que con nuestros pecados no hagamos increíble la Palabra que predicamos. Que con nuestra fidelidad diaria te agradezcamos esta misión sublime que nos encomiendas. Que por nuestra vida intachable y nuestro amor cumplido seamos también nosotros Palabra viva que habla y predica aun en silencio, desde el grito de la vida diaria.
Señor Jesús, pon tu Palabra en nuestra boca, tu Amor en nuestro corazón, tu Fuerza sanadora en nuestros gestos, para que por donde pasemos nosotros se realicen de alguna manera los mismos milagros que Tú realizabas. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
La Oración del predicador - Los Narvaez
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