NECESITAMOS SER VOMITADOS
POR LA BALLENA DE DIOS COMO A JONÁS
«Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha subido hasta mí». Jonás 1: 2
LA MAYORÍA DE LOS SÁBADOS en mi iglesia hay cuatro generaciones que se reúnen para adorar. La generación de los que sirvieron en la Segunda Guerra Mundial (los nacidos en las décadas de 1920 y 1930), los nacidos durante la posguerra o poco antes de la misma (en las décadas de 1940 y 1950), la generación X (los nacidos en las décadas de 1960 y 1970) y los «milenarios» (los nacidos en las décadas de 1980 y 1990). Tres de estas generaciones ya han conquistado nuevas fronteras: la generación de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial con su espacio «interior» (no muy arriba en la estratosfera); los de la posguerra con su espacio «exterior»; y los de la generación X con su «ciberespacio». Pero, ¿qué espacio queda por conquistar para Dios por parte de la generación de hoy?
La primerísima pregunta del libro de Jonás nos precipita en el drama: «¿Cómo puedes estar durmiendo? ¡Levántate! ¡Clama a tu dios! Quizá se fije en nosotros, y no perezcamos» (Jon. 1: 6, NVI). Pero el dormilón Jonás no está con humor para orar. Sabe de dónde proceden los vientos huracanados y el mar embravecido: el Dios al que desobedeció ha venido tras él, y ¡se arma la marimorena en el Mediterráneo! ¿Cómo podía dormir tan siquiera? En un ensayo, Haddon Robinson observó: «Si alguna vez hubo un hombre que viviera en desobediencia directa a Dios, fue el profeta Jonás. Dios lo envió a predicar a los ciudadanos de Nínive, pero él se embarcó en un navío y viajó alejándose de Dios en vez de hacer lo que Dios le había mandado hacer. Durante su huida se desató una violenta tempestad que aterró a los marineros gentiles, pero Jonás estaba dormido bajo la cubierta del barco. Evidentemente, Jonás estaba en paz con la decisión que había tomado. Por otro lado, si alguna vez hubo alguien que hacía la voluntad de Dios, fue Jesús camino a la cruz. No obstante, en el huerto de Getsemaní estuvo angustiado y su sudor era como gotas de sangre que caían en tierra (Luc. 22: 4). La paz no es prueba de haber adoptado una decisión piadosa» (en Preaching to a Shifting Culture, pp. 85, 86).
Solo porque los elegidos tengamos paz con dejar sin conquistar para Dios la última frontera y el último «espacio» no quiere decir que hayamos tomado una decisión piadosa. Entonces, ¿estás listo para dar marcha atrás y ayudar a Dios a conquistar la última frontera?
«Mas yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios; cumpliré lo que te prometí. ¡La salvación viene de Jehová!». Jonás 2: 9
EN SECUENCIA TREPIDANTE, los marineros gentiles empapados por el mar en el épico relato de Jonás formulan las preguntas dos a ocho a gritos, imponiéndose a los vientos huracanados, directamente al corazón al profeta fugitivo. Y, agarrado a la barandilla de aquel agitado navío fenicio, Jonás se quita con la lengua la sal de los labios y responde con un mea culpa.
Respondió: «Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará, pues sé que por mi causa os ha sobrevenido esta gran tempestad» (Jon. 1: 12). Los hombres lo creen y lo echan al mar, y en ese instante el mar queda en calma.
No para Jonás, que es absorbido de las profundidades borboteantes a las inmediaciones vomitivas de una monstruosa criatura marina. Pero, asombrosamente, en esa montaña rusa movida sobre un mar negro como el carbón, Jonás ni muere ni vomita.
Ora con arrepentimiento y confesión abyectos. Y, por lo visto, nuestro Dios puede oírnos con independencia del lugar en el que suceda que nos encontremos en la tierra (o en el mar), porque el profeta fugitivo es perdonado. Con gozo, Jonás exclama las palabras del texto de hoy: «¡La salvación viene de Jehová!».
Pero el sonido que siguió no fue igual de gozoso. Cuando nuestra perra Sadie Hawkins se pone a vomitar, hace un sonido característico indicativo de arcadas que da un subidón de adrenalina a quienquiera se encuentre más cerca de ella para ¡Sacar en volandas a la pobre Sadie, llevándola al patio! A Jonás no le importa el sonido: es vomitado en tierra seca. ¡Aleluya! Y cuando Dios le ordena por segunda vez ir, Jonás va de inmediato, movilizado en la misión de Dios por aquella ciudad perdida.
Y, quién lo iba a decir, en una de las campañas de evangelización de mayor éxito de la historia del mundo, el rebelde se convierte en el agente de Dios que logra el avivamiento de toda una ciudad que ¡Lleva la salvación a la ciudad más malvada de la tierra (así opinaba Jonás y por eso había huido)! «Al ver Dios lo que hicieron, es decir, que se habían convertido de su mal camino, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción que les había anunciado» (Jon. 3: 10, NVI).
¿Y Jonás? Estaba tan contrariado de que el fin no se produjera que, de hecho, ¡Suplicó a Dios que lo matara (historia verídica)! Por lo visto, es posible que los elegidos anhelen más el fin del mundo que la salvación de los perdidos, como si su reputación importase más que la de Dios. ¿Anhelamos eso nosotros? ¿Importa más?
«Y de Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no habría yo de compadecerme?». Jonás 4: 11, NVI
ESA ES LA ÚLTIMA LÍNEA del épico relato de Jonás. La historia termina con una única pregunta (la número 13) de los labios de Dios: «¿No habría yo de preocuparme por esa gran ciudad?». Fin
¿No ha llegado el momento de la historia en que la última pregunta de Dios debe convertirse en nuestra primera pregunta? De los más de siete mil millones de habitantes de este planeta, ahora se calcula que el 47% vive en ciudades (no en un barrio periférico, un pueblo, una aldea o en el campo). De hecho, las ciudades del mundo se han hecho tan grandes que 438 de ellas se denominan ahora «aglomeraciones», definidas como trechos contiguos de edificios y calles habitados. Entre las mayores aglomeraciones del mundo se encuentran: Tokio, Ciudad de México, Seúl, Nueva York, São Paulo, Bombay, Delhi, Shanghái, Los Ángeles y Osaka. Solo estas diez ciudades contienen más seres humanos que la mitad de la población de Estados Unidos. Si el clamor de Dios que pone fin al libro de Jonás fue por solo una ciudad, ¿te puedes imaginar la profundidad del grito divino hoy?
¿Quieres saber lo que de verdad siente Dios por las ciudades?
«Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella» (Luc. 19: 41, NVI). Hay solo dos casos en el relato evangélico en los que se describe a Jesús llorando: una vez por un amigo fallecido y una vez por una ciudad perdida. Bob Pierce, fundador de World Vision, solía decir: «Debemos llegar al punto en que aquello que rompe el corazón de Dios rompa también el nuestro». Quizá por eso se escribieran estas palabras hace más de un siglo: «Trabajad sin tardanza en las ciudades, porque queda poco tiempo. […] En un tiempo como este, han de emplearse todos los medios. […] La carga de las necesidades de nuestras ciudades ha descansado tan pesadamente sobre mí que en ciertas oportunidades me he sentido morir» (El evangelismo, pp. 29, 30; la cursiva es nuestra).
Sin embargo, en vez de desanimarnos por este inmenso desafío urbano, es preciso que reconozcamos cómo Dios nos ha encaminado al éxito. Los medios de comunicación de masas nos permiten ahora diseminar nuestro mensaje por doquier. Y la nuestra es ahora una cultura urbana universal con una generación de jóvenes que habla globalmente el mismo lenguaje cultural. Dios ha preparado su reino no para el fracaso, ¡sino para el éxito! Si algo podemos aprender de la historia de Jonás, tiene que ser: ¡Vamos!
«Entonces el Señor dijo a Pablo en visión de noche: “No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo y nadie pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad”». Hechos 18: 9, 10
«PERO NO HAY MANERA de que yo pueda trasladarme a Tokio, Nueva York o São Paulo: estoy preso aquí en casa». ¿No lo estamos todos? Por ello, veamos dos estrategias simples para movilizarte por las ciudades de Dios.
Estrategia 1. Empieza con la ciudad más cercana a ti. No es probable que sea tan exótica como Río, pero es una ciudad cerca de casa. Si el corazón de Dios se conmovió por Nínive y Jerusalén, también se conmueve por tu ciudad. Según nos recuerda el texto de hoy, Dios tiene a muchos integrantes de su pueblo en nuestras ciudades. ¿Cuántos son esos «muchos»? Suficientes como para que Cristo diera su vida, naturalmente. Y eso quiere decir que ya no podemos quedarnos cómodamente sentados, distraídos a las afueras de un barrio residencial y hacer como que eso es todo. Podemos congratularnos de que la generación de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial conquistase el «espacio interior» y de que los bebés de la posguerra conquistasen el «espacio exterior» y la generación X el «ciberespacio», pero ha llegado el momento de ir al primer punto de nuestra agenda: la última frontera que hay que conquistar para Dios: el «espacio urbano». Seamos sinceros. A escala nacional y global, nos ha ido bien en los pueblos y en el campo, y no demasiado mal en los barrios residenciales. Pero nuestra cuenta de resultados en las ciudades es pésima. Están aún por conquistar para Cristo y su reino. Por eso se precisa desesperadamente una nueva generación ¡para apoderarse para él de esta última frontera! Nuevos pioneros, nuevos misioneros del tercer milenio. No hay necesidad de cruzar el océano, ni tan siquiera el país. Empieza en la ciudad más cercana a ti.
¿Qué podemos hacer? Para algunos, ser fieles al Dios del llamamiento de Jonás significará trasladar su membresía de una iglesia local amada a una iglesia necesitada de un barrio marginal de una ciudad. Para otros, será la visión radical de plantar una iglesia nuevecita en uno de esos centros urbanos. Para otros más, será la organización de equipos de voluntarios para iniciar tareas de evangelización en barrios marginales a pie de calle (predicación puerta a puerta, puesta en marcha de una iniciativa para contar relatos a los niños del barrio). Nuestra congregación universitaria se ha embarcado en estos tres empeños. ¿El sentido de ello? Podemos hablar de las grandes necesidades de las grandes ciudades del mundo, pero si no hacemos nada por cambiar las cosas en la ciudad cerca de la cual nos ha puesto Dios, ¿de qué vale? Entonces, ¿por qué no hacer una llamada a un amigo, a otro miembro de tu congregación, a tu pastor, e invitar a alguien —cualquier persona— para que te acompañe en la búsqueda del pueblo que Dios tiene en esa ciudad tuya?
«Ahora, pues, llevad también a cabo el hacerlo, para que así como estuvisteis prontos a querer, también lo estéis a cumplir conforme a lo que tengáis, porque si primero está la voluntad dispuesta, será aceptado según lo que uno tiene, no según lo que no tiene». 2 Corintios 8: 11, 12
UNA SEGUNDA ESTRATEGIA para ayudar a Dios a alcanzar las ciudades del mundo puede ser fácilmente pasada por alto. Es la estrategia para cuando no puedes ir. Es esencial hasta cuando puedes ir.
Estrategia 2. Da en pro de las ciudades que te rodean. La realidad práctica es que no todo el mundo puede trasladarse a una ciudad. Las obligaciones familiares, las elecciones de la carrera, las responsabilidades profesionales, los proyectos de formación, las razones económicas: obviamente hay razones legítimas y múltiples por las que no todos podemos convertirnos en misioneros en un barrio marginal o en un centro urbano. Pero no es menos cierto que todos podemos dar: todos podemos efectuar una inversión económica en la misión de Dios por las ciudades del mundo. De hecho, según señalamos hace unos días, el éxito de nuestra misión en nuestras iglesias locales es directamente proporcional a nuestra inversión en la misión global del reino. La expresión era «influencia refleja». ¿Te acuerdas de cuando tu médico tomó aquel martillo y te dio un golpecito en la rodilla para ver si tu pierna se sacudía con un movimiento reflejo (cosa que hizo, haciéndote sentir bastante tonto y descontrolado)? La acción del médico produjo una reacción correspondiente por tu parte. Dar para la misión más global del reino funciona de la misma manera. En realidad, invertir en misiones en ciudades alejadas de nosotros tiene una influencia refleja en el éxito de nuestra misión en nuestra propia comunidad. «Las iglesias volcadas al exterior» —iglesias que se centran en las necesidades más amplias del mundo que las rodea— experimentan un crecimiento y una vitalidad impresionantes. Es, ciertamente, ilógico, ya que reservar tus recursos para tu iglesia local parecería la respuesta prudente. Pero en el reino de Dios es al revés.
"El Señor no desea que nadie perezca" 2 Pedro 3:9
"El desea que todos se salven" 1 Timoteo 2:4
Entonces, ¿qué pasaría si empezases a destinar algunas de tus ofrendas a misiones en barrios marginales? ¿No te puedes incorporar a las labores de evangelización a pie de calle? Contribuye a fundar una. ¿No te puedes presentar como voluntario en un comedor comunitario? ¿Por qué no contribuir a apoyar económicamente uno? ¿No puedes aparecer personalmente en televisión? Hay varias iniciativas pastorales radiofónicas y televisivas para alcanzar las ciudades del mundo en esta generación. El «espacio urbano» es nuestra última frontera, y tú puedes contribuir a financiar su conquista para Dios.
Traducida al español, la letra de la quinta estrofa del himno 575 de The Seventh-day Adventist Hymnal dice así: «Sean tu corazón tierno y tu visión clara; ve a la humanidad como la ve Dios, sírvelo lejos y cerca. Que tu corazón se rompa por el dolor de un hermano; comparte tus ricos recursos, da una y otra vez»
"Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos era millones de millones". Ap 5,11
"Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos". Ap 7,9
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