EL Rincón de Yanka: "HISTORIA DE ESPAÑA PARA HISPANOAMERICANOS" por CÉSAR PÉREZ GUEVARA 🌎

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martes, 14 de mayo de 2024

"HISTORIA DE ESPAÑA PARA HISPANOAMERICANOS" por CÉSAR PÉREZ GUEVARA 🌎


Historia de España 
para hispanoamericanos

La Tierra de Conejos

A modo de justificación

Tal como he señalado en diferentes espacios en los últimos años, el desconocimiento que tenemos los hispanoamericanos de la historia de España es absurdo e inconcebible. En buena medida la responsabilidad de tan supina ignorancia responde a los bulos chovinistas que durante los últimos doscientos años hemos almidonado en Hispanoamérica llamándolos “historia patria”, y es que en efecto, estos galimatías interminables que hablan de buenos indígenas, malos españoles y santos libertadores, han hecho que lo español, fragmento indispensable de nuestro ADN y parte fundamental de nuestra cultura como pueblos hispanos inmersos en el mundo occidental —signifique esto último lo que signifique en la actualidad— nos sea cercenada, haciendo que fundamentalmente no sepamos quiénes somos realmente.

Este desconocimiento de nosotros mismos produce hipertrofias tan absurdas como la pretensión impúdica de que nuestras identidades nacionales como hispanoamericanos respondan a ciertas comidas típicas o a ciertos hábitos bulliciosos o festivos que desembocan en la espantosa frase “es que somos así”, englobando en esta última todos nuestros vicios. Por tanto, como yo creo que “no es que seamos así”, sino que la ignorancia de quienes somos como pueblo nos ha hecho pensarnos así; adoptando todos los vicios y dejando de lado todas las virtudes, es la razón por la cual a partir de este artículo comenzaré a procurar deslindar un poco la ignorancia de nuestra propia composición, y, por tanto, me dedicaré a narrar la historia de España, desde la edad antigua hasta los años más cercanos a nuestros días que los escrúpulos de la ciencia histórica me permitan al momento de terminar esta serie de entregas.

Una vez leídos los dos párrafos anteriores el lector hispanoamericano formado en la “educación” chovinista a la cual he hecho mención, de seguro pensará: pero ¿por qué este hombre no habla de nuestros indígenas o de nuestros pueblos originarios en vez de hablar de esos españoles? 
La respuesta, por supuesto, no puede ser otra sino señalar que incluso el enunciado que plantea semejante cuestión está mal formulado producto de la ignorancia inveterada de los dos últimos siglos, dado que tan nuestros son los indígenas que poblaban nuestras tierras en el siglo XV como los hispanos que llegaron a repoblarlas y multiplicar el mundo que conocían en nuestras latitudes. Por supuesto, del mismo modo también son nuestros los africanos que llegaron —en buena medida en contra de su voluntad bajo diferentes modos de servidumbre— a tierras americanas desde finales del siglo XV hasta bien pasado el siglo XIX.

Ahora bien, aun cuando son los indígenas, como los africanos y los españoles, en estas líneas no me empeñaré en hablar de los indígenas ni de los africanos, por las siguientes razones.

En el caso de los indígenas ya durante las últimas décadas, salvo algún que otro cuento, nuestros pueblos hispanoamericanos han generado una imagen bastante clara de su existencia y relación con nosotros, por muy hipertrofiada que sea la misma, y esto a pesar de las estatuas que de los aborígenes se colocan en nuestros lugares públicos, que parecen más empeñadas en mostrarnos a participantes de Míster Olimpia que a realizar una recreación histórica del físico de estos pueblos precolombinos. Por lo tanto, con la aceptación que el gran público tiene de la propiedad y familiaridad que nos une con ellos me doy por servido.

Por su parte, en el caso de los africanos, también durante las últimas décadas, de nuevo, salvo algún que otro cuento, se nos ha trasladado junto a su existencia un sentimiento de propiedad o familiaridad, sin embargo, la noción que tenemos popularmente sobre la historia de la esclavitud en esta parte del mundo también me deja tan inconforme que, luego de estar el año pasado por España dictando conferencias al respecto, estoy actualmente inmerso en la elaboración de un libro en torno a este espinoso tema que estoy plenamente convencido no dejará feliz a ninguno pero espero que al menos coloque el tema en discusión. La finalización de este libro me ha sido esquiva a la brevedad que hubiera deseado, pero estas tardanzas son parte de lo terrible que tiene el exilio, pues el comenzar a construir tu vida de nuevo a los 32 años se tiene poco espacio para escribir y pensar sobre estos temas, sin embargo, como diría Galileo eppur si muove.

Ahora bien, en el caso de los españoles la noción que tiene el gran público hispanoamericano sobre ellos a nivel histórico es poco menos que ridícula. La serie de cuentos y bulos que se han empeñado en contarnos en Hispanoamérica durante los dos últimos siglos una vez realizada la secesión política, autonomía política o independencia —como quieran llamarle—, nos los presenta como individuos salidos del más terrible de los avernos, presas de la codicia por el oro y el sadismo por la sangre y el exterminio de los naturales; retrato odioso que no solo no se corresponde con la realidad sino que produce la absurdidad de que quienes tengamos una idea tan negativa de los españoles hace apenas quinientos años también éramos españoles y apenas hace doscientos años, dejamos de serlo para cambiarnos el nombre por motivos políticos. Sin embargo, tal cual como actualmente quien se cambia de nombre o nacionalidad no puede suprimir el ADN que ostenta, ni el bagaje cultural que le ha determinado a ser en la sociedad (con determinadas costumbres, creencias y expectativas de la realidad), tampoco nosotros pueblos hispanoamericanos podemos negar que en su momento fuimos tan españoles como los que más, siendo la única especificidad en el hecho de que éramos españoles indianos, españoles del nuevo mundo.

Dice el famoso dicho el que quiera entender que entienda, pues lo señalado en el punto anterior por ponzoñoso que pueda sonar para individuos criados en la leyenda negra antiespañola es una verdad como un puño. De manera que, una vez planteada la necesidad de enseñar historia de España a aquellos que hasta hace poco tiempo fueron españoles—tiempo relativamente ínfimo a nivel histórico—, y que por tener actualmente otra nacionalidad política no pueden dejar de lado ni su propio ADN ni su propia existencia cultural, debe comprenderse que no es más que un intento de atacar tanta miseria “educativa” que los chovinismos de los últimos doscientos años han llamado orgullo patrio o necedades semejantes.

De la multiplicidad de pueblos

Al momento de comenzar a hablar sobre historia de España, necesariamente debemos trasladarnos a la península ibérica, cuna de la hispanidad. No obstante, debo advertir de entrada que en la edad antigua no podemos hablar propiamente de la historia de los españoles que conocemos hoy en día, pues para ello hizo falta un contacto con una gran cantidad de pueblos y la asimilación de otras civilizaciones, así como ser asimilados por otras grandes potencias, todo lo cual desarrolló lo que hoy en día podemos comprender como ser español. Tan absurdo es pretender a estos pueblos como españoles, como es de errado pretender hablar de venezolanos, colombianos, mexicanos o peruanos, cuando nos referimos a los pueblos indígenas que se encontraban en América antes de la llegada de Colón— y por ello son llamados pueblos precolombinos—, al contrario, los que se encontraban habitando esos territorios eran caribes, timotocuicas, aztecas o incas, y no tenían idea de qué era ser venezolano, colombiano o mexicano, por ello tanto Guaicaipuro y Chacao nunca se concibieron venezolanos ni compartieron ningún vestigio cultural con nosotros, como Moctezuma y Cuauhtémoc jamás fueron mexicanos y Manco Cápac jamás fue peruano.

Así, una vez explicado lo anterior, el lector hispanoamericano que sigue estas líneas podrá comprender que los pueblos que se encontraban en la primera etapa de la edad antigua atomizados y repartidos por la península ibérica, y que bien podemos considerar a su vez pueblos indígenas, no se consideraban españoles en esa época, tan sencillamente porque el propio concepto de español no existía en esos remotos tiempos. De este modo, en aquella época conseguimos en la península ibérica decenas de pueblos que aún hoy en día se continúan descubriendo e investigando, pueblos tales como los carpetanos, lusitanos, vetones, ilercavones, cántabros, astures, vascones, entre otros. Estos pueblos no solo es que eran distintos entre sí, sino que tenían grandes diferencias que les hacían constantemente estar en guerra entre ellos y siempre demostraban un abrumador sentido de autonomía frente al extranjero. Por ejemplo, para un lusitano su país era todo aquel territorio que dominaba su pueblo, y un túrdulo u oretano —por poner algún ejemplo— no era un connacional ni un aliado por vecino que fuera, al contrario, eran sus enemigos.

Ahora bien, estos pueblos tan distintos entre sí, que habían llegado en distintos momentos producto de las constantes migraciones de la época de diferentes lugares (en buena medida la historia de la humanidad es la historia de las migraciones de los pueblos), mantenían distintos niveles de avance cultural, político, social y militar, sin embargo, habitando en la península ibérica bañada por el mar mediterráneo —verdadera gran autopista marítima del comercio y la cultura—, rápidamente tendrían no solo la influencia sino la presencia de los pueblos que se disputaban la bandera de los avances en los primeros tiempos de la antigüedad; por lo tanto, helenos (griegos) y fenicios también llegaron a la península ibérica en diferentes momentos, fundando colonias particularmente en las áreas costeras, y con ello no solo llevaron su cultura, sino que establecieron verdaderas ciudades o centros urbanos que hoy en día aún subsisten. Es de estos pueblos, particularmente de los helenos de donde nos llegan las descripciones de los habitantes de la península ibérica que se encontraron en esas épocas.

Particularmente, los helenos notaron la gran diferencia de los pueblos asentados en las regiones costeras con los que se encontraban inmersos en lo vasto de la península, diferencias que no solo eran culturales, sociales y militares, sino incluso de fenotipo. Así, comienzan a aparecer en la historia que narramos nombres como íberos y celtas para agrupar a determinados pueblos que mantenían algunas características comunes, por un presunto origen o, por formas en común, aunque fueran bastantes distintos entre sí. Del mismo modo, los fenicios al notar la existencia de abundancia de conejos llamaron a la riquísima tierra que tenían ante sí “tierra de conejos”, o en su idioma i-spn-ya, palabra que ha llegado hasta nuestros días como España.

Ahora bien ¿Qué influencia tuvieron los fenicios? ¿Cuándo llegó este pueblo de origen fenicio llamado Cártago a la península ibérica? ¿Qué decían los helenos de los habitantes peninsulares? Verdaderamente el contacto de estos pueblos avanzados del mediterráneo con los habitantes que consiguieron en la península ibérica sería determinante para los sucesos que ocurrirían con posterioridad en el desarrollo de esta historia, por lo tanto, todo ello, junto con la histórico-legendaria aparición de Tartessos la trataremos en la siguiente publicación.

Tiempos de leyenda

La comprensión de los hechos legendarios en la historia

Antes del siglo V a.C. encontramos muy comúnmente entre los pueblos de la edad antigua que lo que hoy en día conocemos como hechos históricos se combinan inescindiblemente con fábulas legendarias, teniendo estas narraciones para los habitantes de esas épocas la misma relevancia que los hechos creíbles para nuestro tiempo, a pesar de lo fantásticos que nos puedan parecer hoy en día los sucesos contados en los relatos de aquellas épocas. Por ello, los historiadores posteriores de la antigüedad —particularmente de la época romana—, recogieron estos hechos fantásticos como parte de los relatos fundacionales de estos pueblos, y, por tanto, aún cuando no podemos hablar con certidumbre de la ocurrencia de las gestas que se relatan, sí podemos considerarlas parte indispensable del imaginario colectivo que probablemente tendrían esas civilizaciones, y, por lo tanto, en una historia de España como la que les presentamos, los hechos más representativos de este tipo tienen que incluirse en ella, y esto es en buena parte lo que veremos en la entrega de hoy.

La influencia fenicia y helena

En la primera entrega habíamos comentado como esa maravillosa autopista acuática que es el mar Mediterráneo, al bañar abundantemente las costas de la península ibérica, le había servido de vía marina a los pueblos fenicios y helenos para que llegaran a realizar distintos asentamientos en esas latitudes, particularmente en las regiones costeras de la misma. Al respecto, el historiador heleno Estrabón en su obra Geografía, relativa al ecúmene de su tiempo—, nos cuenta que fueron cuatro las grandes colonias fenicias de la península ibérica: Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra), las cuales tuvieron distintos grados de desarrollo económico, siendo siempre el comercio el punto neurálgico de su actividad.

Por su parte, la influencia helena (griega) si bien fue también prolija, más allá de meros asentamientos o factorías, se circunscribió fundamentalmente a dos grandes colonias, Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas). Ahora bien, más allá de la propia existencia de dominio griego efectivo en la península ibérica, la cultura helénica —que es el origen más importante de nuestro originario acervo cultural como hombres occidentales— nos trae una serie de hechos fantásticos y personajes legendarios que tuvieron una vinculación importantísima con la península ibérica. Así, observamos como en los textos homéricos son varios los héroes aqueos de broncíneas lorigas que en sus viajes de regreso luego de la caída de Troya terminan pasando por la `península ibérica, estando entre los más famosos Menelao y Diomedes y, por supuesto, el del retorno más esquivo, el ingenioso Odiseo quien incluso se dice que fundó una ciudad llamada Odisea, la cual siguiendo de nuevo a Estrabón, aún existía en el siglo I de nuestra era.

Sin embargo, capítulo aparte merece el héroe heleno que definitivamente está más vinculado a la península ibérica, que no es otro que el poderoso Heracles —llamado Hércules por los romanos— quien, en el vaivén de sus famosos doce trabajos, dejó una impronta definitiva en la península ibérica. Se entiende que Heracles fundó la hoy en día conocida ciudad de Sevilla con el nombre original de Ispal en honor a su hijo Hispalo, apelativo del cual se supone proviene la palabra hispano, la cual nada más y nada menos que comprende a toda la cultura de la cual formamos parte. Igualmente, se habla de la fundación de la ciudad de Toledo —siendo la Cueva de Hércules una prueba de ello—, Cádiz, Barcelona, Seu de Urgel y Tarazona por parte del más famoso de los varones hijos de Zeus.

Ahora bien, incluso en lo geográfico se cuenta cómo Hércules moldeó la península ibérica para siempre, pues la leyenda nos habla que creó los Pirineos lanzando piedras para crear un sarcófago digno de su amada Pyrene, así como que fue el creador del Estrecho de Gibraltar, separando con su indetenible fuerza a la península ibérica del norte de África para poder perseguir al gigante Gerión —una terrible criatura formada por tres cuerpos—, hasta la isla de Eriteia ubicada en la región gaditana. Esta última hazaña de Hércules fue realizada en medio de uno de los doce trabajos encomendados al semidiós, consistente en robar el rebaño de toros al gigante Gerión—sí, ya desde ese entonces el toro es un animal simbólico en la península—, monstruo al cual persigue hasta el norte de la península ibérica y le da muerte, fundando como homenaje al triunfo la ciudad de Coruña.

Pero el héroe heleno dejaría otro regalo para conmemorar su décimo trabajo, por supuesto el lector avezado a estas alturas sabrá que no es otro que las famosas Columnas de Hércules; ubicada legendariamente de modo probable la columna norte en el peñón de Gibraltar y, la columna sur en el monte Hacho en Ceuta, considerándose este hito durante siglos el verdadero límite del ecúmene del mundo, y siendo tan simbólicamente importantes para España que aún hoy forman parte de su escudo nacional.

Tartesia

Con la historia del infame gigante Gerión nos adentramos en otra de las civilizaciones existentes en la península ibérica durante la antigüedad, y este es el caso de la legendaria y obscura Tartesia. Se supone que Gerión es el primer rey de la ciudad de Tartessos, civilización que con bases indígenas ibéricas y fusión con los migrantes fenicios tuvo en el siglo VIII a.C. una abrumadora influencia y esplendor en lo que hoy en día conocemos como parte de Extremadura y Andalucía, todo ello hasta su desaparición histórica definitiva sobre el siglo VI a.c, tras la muerte de su último rey Argantonio.

Ahora bien, es sobre el cuarto rey tartésico en quien la historia española al abordar estos tiempos semi legendarios suele detenerse, este es el indolente Gárgoris y su hijo bastardo y sucesor Habis. Gárgoris era reputado como un poderoso y sabio rey, a quien incluso se le considera el padre de la apicultura, pero a pesar de ello se le recuerda porque a pesar de estas virtudes violó a su hija y tuvo producto de este terrible acto un hijo bastardo llamado Habis. Avergonzado por la existencia de semejante prole, Gárgoris intentó por todos los modos hacer morir a Habis; abandonándole a las fieras del bosque, dejándole a la merced del ganado, o ante cerdos y perros hambrientos, saliendo sin embargo siempre bien librado el infante de todas estas tropelías. Así, cuando finalmente el padre le arrojó al océano fue sacado del mismo por las olas del mar, que le depositaron sano y salvo en la orilla. Una vez en tierra, Habis fue criado por venados, y al ser capturado en su mocedad por cazadores se le entregó a Gárgoris, quien al reconocerle no tuvo otra más que nombrarle su sucesor, siendo este muchacho un buen rey y legislador para su pueblo.

La llegada de Cártago

Para finalizar la entrega de hoy, tenemos que cuando las colonias fenicias del norte de África fundadas en el siglo IX a.c se independizaron para configurar la potente Cártago, estas comenzaron a extenderse con tanta profusión como sus ascendientes por los confines del Mar Mediterráneo, logrando en pleno siglo VI a.c en la batalla de Alalia, desplazar a los tartesos y a sus aliados helenos y fenicios del predominio mediterráneo y, por lo tanto, también de la península ibérica, inaugurando de este modo la etapa cartaginesa de la península ibérica. En esta etapa veremos el predominio de este pueblo, también llamado púnico, y el esplendor de sus grandes hombres y hazañas en tierras peninsulares, en una etapa en la cual ya los hechos fantásticos han quedado de lado y los hechos históricos, con cada vez mayor certidumbre aparecen de mano de los grandes historiadores de la antigüedad.

Sobre el esplendor de Cártago en la península ibérica y sus grandes enfrentamientos con la joven Roma hablaremos en la próxima entrega.

Cartago, la potencia africana

La acostumbrada errónea visión de los pueblos africanos como sempiternas víctimas

La perspectiva que se tiene en la actualidad sobre el acontecer histórico de los pueblos africanos se suele contraponer —en una cotidiana falacia de falso dilema— al devenir histórico de los pueblos caucásicos, lo cual es lamentablemente poco más que ridículo. Por alguna razón se ha asentado en el imaginario colectivo una mísera visión del continente africano, alusiva a su concepción como un territorio más o menos homogéneo que siempre ha sido explotado por el abyecto hombre blanco en detrimento de los inocentes “ángeles” que lo han habitado a lo largo de los siglos, sustentándose por supuesto tal noción en el material audiovisual de los grandes medios de comunicación. Estos últimos fundamentan la visión que transmiten al gran público en ejemplos históricos inmediatos, como por ejemplo la rapiña decimonónica británica sobre sus posesiones africanas y, por supuesto, la barbarie belga en el Congo en pleno siglo XX, todo lo anterior realizado, por supuesto, ante la mirada cómplice del resto de Europa.

Sin embargo, pensar que por casos puntuales tan cercanos a nuestra época los milenios de historia de un continente como África —que es cinco veces más grande que Europa—, se resumen en tan poco, es dejar de lado la historia de sus grandes civilizaciones, imperios y culturas, constituyendo ello francamente una ofensa a la inteligencia, máxime si hablamos del complejo clima de intercambio cultural, económico, político, étnico y social que siempre han tenido el norte de África y el sur de Europa a través del mar Mediterráneo, porciones territoriales que nos interesa traer a la comprensión del lector en las líneas que siguen.

Por lo tanto, en esta entrega no hallarán ustedes una historia de buenos africanos y malos europeos como están acostumbrados, mucho menos atenderemos a la corrección política —siempre totalmente antihistórica— de determinar de modo anacrónico explotadores y explotados o vencedores y vencidos. Al contrario, encontrarán ustedes aguas abajo la narración de civilizaciones desplegando su hálito vital a través de sus virtudes y vicios —siendo siempre lamentablemente en la vida humana superiores estos últimos a los primeros, sea de origen caucásico o africano el pueblo del que se trate—, y no en pocas ocasiones hallarán actitudes censurables para sus visiones desde el siglo XXI, de parte precisamente de los que se consideran sempiternamente oprimidos, esto es, los africanos. Así, una vez señalado lo anterior, ahora sí podemos comenzar a hablar de Cartago.

Cartago, la gran potencia africana

Este impresionante pueblo tiene en la historia pocos pares que puedan contextualizadamente equiparársele y poder colocarse a su altura, tanto en medios, modos y expansión, y es que desde su natal África (actual Túnez), llevó adelante uno de los desarrollos más impresionantes y ambiciosos de toda la Edad Antigua, opacado quizás solo por el que tuvo ese pueblo del Lacio, llamado romano sobre el que hablaremos muchísimo con posterioridad.

Envalentonados por la ocupación de Tiro por parte de los caldeos en pleno siglo VI a.c, los cartagineses comenzaron un proceso de expansión que los llevó a ocupar las otrora colonias fenicias en la península ibérica, y a partir de la batalla de Alalia desplazaron a los pueblos helenos estableciendo de este modo una clara supremacía en la mayor parte de la península ibérica. Así, el lector desprevenido se enterará que conforme le señalaba al inicio de estas palabras el imperio que dominaba sobre tierras, hoy en día españolas, era un imperio africano y, por lo tanto, la tez de los dominantes y dominados no coincide con la que le han acostumbrado a tener por válidas al respecto.

Cartago, como toda potencia de la edad antigua, junto con su dominación trajo no solo sus propias instituciones políticas y sociales, sus prácticas comerciales y agrarias sino también sus expresiones artísticas, algunas de las cuales forman parte hoy en día del riquísimo patrimonio arqueológico de España. Un claro ejemplo es el de la misteriosa Dama de Elche —que el interesado que se encuentre actualmente en Madrid puede visitar en el Museo Arqueológico Nacional—, obra magna cuyo origen se imputa si no directamente a Cartago, al menos sí a la clara influencia de este pueblo y su hacer artístico en territorio ibérico.

De este modo tenemos pues que Cartago dominó con claridad y sin mayores aspavientos buena parte de la península ibérica desde el siglo VI a.C., hasta que en el siglo III a.C., es decir, tres siglos después se desperezaron los romanos del Lacio y se dio inició a esa terrible pero interesantísima etapa bélica de la historia de la Edad Antigua que son las guerras púnicas y sus dos formidables participantes constituidos en encarnizados adversarios a muerte: Cartago y Roma. Obviamente imaginará a estas alturas el lector que por la propia circunstancia territorial de la península ibérica que hemos pergeñado hasta aquí, la misma jugaría un papel fundamental en tamaños conflictos bélicos.

Las Guerras Púnicas

Así, durante la primera guerra púnica no fueron pocos los nacidos en la península ibérica bajo el mando de Cartago quienes lucharon y murieron en un conflicto que contra todo pronóstico tuvo como ganador a la república romana, la cual sorpresivamente comenzaría a ser toda una potencia naval y se expandiría por primera vez más allá del Mediterráneo. Ahora bien, ambos rivales habían quedado muy maltrechos y la cesión de la Sicilia a Roma había dejado por los suelos las finanzas de Cartago, lo que hizo que adentrarse en territorios aún no poseídos de la península ibérica fuera más que necesario para obtener recursos y sanear su malograda economía.

Al finalizar la Primera Guerra Púnica uno de los generales cartagineses había cobrado verdadera fama por encima del resto, no solo por sus tácticas militares, sino por su postura de entender que la rendición cartaginesa había sido prematura, este era Amílcar Barca quien llegaría a ser el verdadero mandamás de su pueblo, jurando odiar a Roma con todo su ser, e inculcando este oscuro sentimiento a los suyos, en particular a su hijo Aníbal. Así, al finalizar la primera parte del conflicto, Amílcar Barca emprendería una serie de campañas militares que lograrían con mayor profusión la supremacía sobre mayor parte de la Península Ibérica, sometiendo a gran cantidad de pueblos, fundando incluso ciudades como Alicante (Akra Leuké) en el 231 a.C. y en el 230 a.C., Barcelona (Barkenon).

La diplomacia de las potencias enfrentadas tuvo su punto neurálgico en el Tratado del Ebro del año 226 a.C., que pretendía controlar la influencia de ambas potencias en la península ibérica, lo cual colocaría a estas tierras hoy españolas como el eje central del conflicto latente entre los dos grandes rivales mediterráneos. Ahora bien, ante el fallecimiento de su padre Amílcar Barca (228 a.C.), de quien había heredado su odio por todo lo romano, y de su cuñado Asdrúbal El Bello (221 a.c) —quien fundaría Cartago Nova, hoy en día Cartagena—, Aníbal Barca sería quien se encumbraría como el líder de los púnicos.

Hablar sobre Aníbal Barca no es sencillo, ya que es uno de estos personajes de la historia que cualquier cosa que se diga sobre ellos parece no hacerles justicia, toda vez que cuando sobre él nos referimos, hablamos de uno de los más grandes generales de la antigüedad. Aníbal deseaba más que nada la venganza de Cartago contra Roma y la obtuvo al vulnerar el Tratado del Ebro y destruir la ciudad edetana de Sagunto, a la sazón aliada de Roma en la península ibérica, ocasionando con ello la Segunda Guerra Púnica. De este modo, este adalid victorioso partió con un colosal ejército rumbo a la península itálica con el objetivo de invadir la propia Roma, llevando sus formidables elefantes bélicos, guerreros legendarios, entre los cuales se encontraban miles de tropas ibéricas —como los famosos honderos baleares—, llevando así adelante una de las más brillantes campañas militares de época alguna, en la cual humilló a los ejércitos romanos en batallas tan famosas como Trebia, Lago Trasimeno y, sobre todo, Cannas.

No obstante, como diría Maharbal “Aníbal sabes vencer, pero no sabes aprovechar la victoria”, pues habiendo derrotado a las tropas romanas, ya sin nadie quien pudiera hacerle realmente frente en el momento, en lugar de seguir a la ciudad y conquistarla, en el momento en el cual los romanos aterrados al enterarse de la catástrofe militar gritaban “Hannibal ad portas” (Aníbal está a las puertas), prefirió no hacerlo siendo quizás extremadamente prudente, y se dedicó a la rapiña y al saqueo, dándole con esto a Roma la posibilidad de rearmarse y contraatacar. Es en este momento, cuando surge la importancia de un personaje clave en la historia de Roma, Escipión el Africano. Escipión había perdido a su padre y a su tío luchando contra los cartagineses en la península ibérica, razón por la cual tomó el mando de las tropas de la región y llevó adelante una brillante contraofensiva en una campaña que le llevó a tomar todas las posesiones cartaginesas de la península ibérica. Este hecho hizo que Aníbal tuviera que dejar la península itálica para hacerle frente a este joven caudillo romano, siendo finalmente derrotado por este en el año 202 a.C. en la batalla de Zama, obteniendo así Roma la victoria sobre su conspicuo rival; poco más quedaría del ilustre comandante cartaginés, ya que el resto de su vida no estuvo a la altura de sus etapas pasadas y terminó suicidándose en el 183 a.C.

De manera que como hemos visto, las dos primeras guerras púnicas, fueron determinantes para la historia de la península ibérica y, por ello, las abordamos a grandes rasgos en estas breves líneas dada su brevedad. Sin embargo, es claro que el ávido lector luego de leer las dos primeras guerras púnicas echa de menos leer sobre la tercera, pero al respecto debemos señalarle que la obviamos en este relato porque es un conflicto bastante menor en comparación a los dos primeros, que se da con los remanentes de lo que alguna vez fue Cartago y sin mayor relevancia para la península ibérica, toda vez que ahora la nueva protagonista de la situación que motiva estas entregas va a ser la potencia del Lazio, es decir, Roma que acababa de llegar a la península ibérica.

Una vez narrado lo anterior, es imposible dejar de pensar qué habría ocurrido si Cartago hubiese derrotado a Roma en las guerras púnicas, pues el predominio de este imperio africano sobre Roma definitivamente habría llevado a la historia por otros cauces, no obstante, los hechos históricos y sus protagonistas se desenvolvieron del modo ocurrido y fue Roma la vencedora. Sin embargo, mientras tomar las Galias a Roma le tomó solo un puñado de años, por su parte tener completo dominio de la península ibérica les tomó al menos dos siglos.

¿Por qué Roma demoró tanto obteniendo el dominio íntegro de la península ibérica? ¿Cuáles fueron los principales hechos y hombres de la Hispania Romana? ¿Cuál fue la labor de Roma en la península ibérica que terminó creando a Hispania como una de las principales provincias romanas que incluso dio hasta tres emperadores romanos?

Roma y la actualidad del mundo hispano

El buenismo de nuestra época actual

En los últimos años gracias a una exacerbada dosis de corrección política, nosotros los “buenos hombres del siglo XXI” hemos optado por pretender juzgar a las civilizaciones del pasado y sus situaciones históricas con la óptica buenista de nuestra época. Esta visión presentista de los hechos históricos constituye un vicio de la historia llamado anacronismo, y, por supuesto que invalida cualquier tipo de análisis que se pretenda serio. De manera que, antes de narrar la historia de cómo los romanos llegaron a la península ibérica así como la actividad vital que desarrollaron en la misma, debo dejar establecido el modo de análisis con el cual necesariamente se debe observar la praxis de las civilizaciones anteriores; todo ello a fin de poder lograr lo correcta comprensión de la magnitud, grandeza e importancia de la civilización romana. Lo anterior es de vital importancia en esta historia de España para hispanoamericanos que estamos relatándoles capítulo por capítulo, pues podemos afirmar sin ambages que sin la llegada de Roma los hispanos no seríamos quienes somos hoy en día, dado que Roma es la columna vertebral de todos los pueblos tributarios de ella, entre quienes por supuesto nos encontramos los hispanos.

Efectivamente, sin la llegada de Roma a la península ibérica no seríamos quienes somos, seríamos otra cosa, quizás más, quizás menos, o quizás ni siquiera seríamos ónticamente en el mundo, pues cuando hablamos de historia al abordar supuestos que no ocurrieron y, que por tanto son contrafactuales solo podemos especular. Ahora bien, afortunadamente para nosotros Roma llegó a la península ibérica como llegó al resto de lugares en los cuales se asentó y, no se encargó de rapiñar recursos o maltratar judíos —como cierto cine de Hollywood de los años 50 se empeñó en vender, si era con Charlton Heston protagonizando la película mejor—, sino que llegó para quedarse a la península ibérica trayendo sus usos, su derecho, su arquitectura, su arte militar, su cultura, en resumen, romanizando, y terminó por crear en estos confines una de las provincias romanas más ricas y de mejor reputación de toda las épocas: Hispania, al punto que incluso dio tres emperadores romanos en los siglos posteriores: Trajano, Adriano y Teodosio, así como gente eminente en los distintos ámbitos de la vida romana.

De manera que, la labor de Roma en la península ibérica fue titánica, sorprendente y extremadamente avanzada, siendo definitivamente superior a todas las de su época, por algo como observábamos en el capítulo pasado, superó y sucedió a la poderosa Cartago como la principal potencia mediterránea; sin embargo, a pesar de lo señalado debemos aclarar que la colosal labor de Roma fue a fin de cuentas una labor de su época. Así, este pueblo llegó a la península ibérica en los albores de la Edad Antigua y debió enfrentarse a otros pueblos que usualmente tenían un nivel cultural bastante inferior, a los cuales para determinar su situación de extranjeros o forasteros respecto a Roma los latinos abstrajeron en la palabra barbarus, término libre por aquel entonces de la fuerte carga peyorativa con la cual hoy adoptamos la palabra bárbaro. De este modo, Roma debía enfrentarse en contra de estos pueblos que querían erradicarles y robar sus riquezas, razón por la cual en una etapa del mundo sin derechos humanos, en la cual los pueblos más poderosos lo eran porque podían imponerse a su adversario y reducir a cenizas la patria del enemigo, vendiendo a sus habitantes sobrevivientes como esclavos, Roma fue claramente la más exitosa, pero hubo mucho más allá, pues Roma solo llevó adelante la destrucción de otras civilizaciones cuando no podía asimilar al pueblo en cuestión, de manera que, independientemente de la visión sobre la civilización romana que se ha popularizado hoy en día, no es correcto afirmar que Roma fue un pueblo particularmente más arbitrario que los otros de su tiempo.

La romanización de la península ibérica

Roma desarrolló en la península ibérica un impresionante y sólido sistema arquitectónico que hizo que aún hoy se conserven grandes maravillas de la construcción (quien les escribe lo hace observando en este preciso momento el majestuoso acueducto romano de Segovia); asimismo, estableció el derecho romano, en una primera etapa sistematizando el derecho de los pueblos ibéricos a través del pretor peregrino y, luego con el derecho civil, al asimilar plenamente la provincia. Igualmente, trasladó su sistema político —germen de todos los sistemas que conocemos hoy en día en el mundo occidental—a la península ibérica, colocando a Hispania como una provincia más de todo el imperio. Por su parte, socialmente los romanos exportaron plenamente su cultura y usos a la joven provincia hispana al punto de establecer familias patricias de antiguas gens en territorio hispano. De este modo, Roma logró asimilar a toda la cultura vernácula ibérica anterior, razón por la cual en la actualidad no podemos comprenderla desde la llegada de los latinos sin comprender primero a Roma, lo cual constituye un motivo de orgullo en la actualidad de España —a excepción de algún necio—, pues millones de turistas vienen año tras año a la península ibérica para apreciar las obras que Roma dejó en la península ibérica en lugar como Segovia, Mérida, Cartagena, Sevilla, Cáceres, Tarragona, Barcelona, entre otros tantísimos que se encuentran aún hoy en día en pie en la península ibérica.

De manera que, conforme ha comprendido el lector espabilado a estas alturas es un hecho que no podríamos comprender a España sin comprender primero a Roma, pues si bien es cierto ya en la península ibérica existían pueblos y civilizaciones al momento de llegar los latinos, fue tal la asimilación y expansión cultural que hizo que Roma fuera la primera en ordenar toda la península ibérica bajo una misma autoridad, con la misma axiología y mismos fundamentos jurídicos, lo que constituyó al pueblo español como un pueblo romano.

Roma ¿devuelve el oro?

Imaginen ustedes que en este mundo de hombres mortales un grupo de obnubilados en lugar de apreciar la maravilla de Roma, comprender su hacer en su justo contexto histórico y sentirse orgullosos de haber pertenecido a la super potencia que fue en su momento, comenzara a decir que la expansión romana en la península ibérica no fue más que una invasión y un saqueo, que a pesar de ver fehacientemente las obras dejadas tanto arquitectónicamente como culturalmente, en características tales como el idioma y la axiología, teniendo su máxime en los valores católicos, este grupo de facinerosos dijera que Roma lo que hizo fue cometer un genocidio en contra de los inocentes y bondadosos ángeles indígenas que se encontraban antes de la llegada del malvado invasor. Ahora bien, imagínense que el Rey de España y el presidente del gobierno le solicitaran al presidente de la actual república italiana o al presidente del consejo de ministros de la república italiana que pidieran perdón y devolvieran el oro que se robaron durante tantos siglos de salvaje conquista y colonización, a pesar de que es evidente que Hispania fue provincia de Roma y no colonia.

Por supuesto, el lector avezado sabrá que es ridículo el supuesto que planteo en las líneas previas, y no solo sería ridículo desplegar esta conducta, sino que constituiría algo risible y censurable por la tamaña ignorancia que conllevaría, en fin, sería algo vergonzoso. Pues al respecto debo señalarles que esta actitud ridícula es en la que sea cae en Hispanoamérica, cuando en este mundo de hombres mortales un grupo de obnubilados violentos en lugar de apreciar la maravilla de la obra de España en América, comprender su hacer en su justo contexto histórico y sentirse orgullosos de haber pertenecido a la super potencia que fue en su momento, comienzan a decir que la expansión hispana en América no fue más que una invasión y un saqueo, que a pesar de ver fehacientemente las obras dejadas tanto arquitectónicamente (eso que llaman en Hispanoamérica arte colonial) como culturalmente, en características tales como el idioma y la axiología —teniendo su máxime en los valores católicos—, este grupo de facinerosos dice que España lo que hizo fue cometer un genocidio en contra de los inocentes y bondadosos ángeles indígenas que se encontraban antes de la llegada del malvado invasor. Y, por supuesto la impudicia llega a un nivel hiperbólico cuando detentadores del poder ejecutivo en países hispanoamericanos como Andrés Manuel López Obrador o Nicolás Maduro le piden al Rey de España y al presidente de gobierno español que pidan perdón y devuelvan el oro que se robaron durante tantos siglos de salvaje conquista y colonización, todo ello a pesar de que es evidente que lo que hoy en día son los países hispanoamericanos fueron provincias ultramarinas de España (virreinatos y capitanías generales) y no colonias.

Al observar detenidamente las palabras anteriores es claro que me he adelantado en el tiempo en este capítulo, pues a las alturas en la que se encuentra esta historia de España para hispanoamericanos, es palmario que aún estamos bastante lejos de llegar siquiera al descubrimiento de América. Sin embargo, he considerado que este capítulo como prolegómeno a la narración de la romanización de la península ibérica era supremamente necesario, pues dado el público objetivo de estas palabras no podía dejar de largo el hacer estos señalamientos, todo ello a fin que cuando por fin lleguemos a los capítulos americanos el lector vaya preparado y comprenda plenamente lo que se le plantea, lo cual no es otra cosa más que su propia historia que ha permanecido en las sombras hasta ahora.

Ahora sí, una vez esbozado suficientemente lo anterior y habiendo explicado abundantemente porqué es vital comprender la historia de Roma para comprender la historia de España, a partir del siguiente capítulo abordaremos las preguntas que dejábamos pendientes en la entrega anterior: ¿Por qué Roma demoró tanto obteniendo el dominio íntegro de la península ibérica? ¿Cuáles fueron los principales hechos y hombres de la Hispania Romana? ¿Cuál fue la labor de Roma en la península ibérica que terminó creando a Hispania como una de las principales provincias romanas que incluso dio hasta tres emperadores romanos? Y lo haremos luego de narrar la historia de Roma con sus características más fundamentales, a fin que el lector sepa en cuál momento Roma llego a Hispania ¿era reino, república o imperio? Lo veremos en el siguiente capítulo.

La civilización romana

¿Por qué aprender la historia de Roma es necesario?

En virtud de que la historia de España para hispanoamericanos que les cuento pretende ser lo más ilustrativa posible, he considerado que a fin de crear mayor interés y afán de investigación en el lector que me sigue, me es imposible quedarme complacido con la explicación orgánica de la labor de Roma en la península ibérica o tratar su expansión en tierras de la península ibérica sin antes trasladarles un esbozo histórico breve de ese pueblo del Lacio que se convirtió en sinónimo de civilización y cultura. Después de todo, tan hispanos somos los hispanoamericanos que la parte determinante de nuestra cultura es la romana y, por tanto, debemos conocerla tanto como la historia de España.

-Roma: de pequeña aldea a imperio mediterráneo-

Al momento de investigar la historia de los pueblos de la edad antigua es común encontrarnos narraciones en las cuales se entremezclan una serie de mitos y hechos históricos, los cuales debemos saber encuadrar en su justo contexto para procurar explicar el origen de estos grandes pueblos, de ahí que, siendo Roma el principal pueblo de la antigüedad también deba serle aplicada la misma metodología. Y es que, precisamente dada la importancia que Roma llegaría a tomar con el paso de los siglos contados desde su fundación —sobre todo en etapa republicana con posterioridad a la primera guerra púnica—, sus propios hombres de letras y, en ocasiones políticos (como Julio César), se encargaron de desarrollar una serie de narraciones sobre sus orígenes que hacen que sea imposible trasladar una unigénita historia sobre los orígenes de Roma. Ahora bien, dada la brevedad y el carácter de breve acercamiento a la historia de Roma de estas líneas, desde mis escasas posibilidades procuraré apenas esbozar una síntesis de la historia romana, partiendo de las concepciones míticas e históricas más comunes por los historiadores de la antigüedad.

La ciudad de Rómulo

Los orígenes de Roma se suelen remontar hasta el siglo XII a.c, cuando una vez urdida con éxito la estratagema del caballo de Troya por parte de los aqueos (helenos), los teucros (troyanos) tuvieron que escaparse para salvar la vida ante la masacre general que se desarrolló en la ciudad domadora de caballos reinada por el rey Príamo. Así, este grupo de teucros que salvaron la vida con el semidios Eneas a la cabeza —hijo del pastor Anquises con la diosa Venus (Afrodita)— se supone que escaparon y que, desde la entrada de Asia menor, se fueron trasladando con distintos niveles de éxito por la cuenca del mediterráneo hasta que desembarcaron finalmente en la península itálica. El héroe Eneas sería sucedido en el liderazgo de su gente por su hijo Ascanio, también llamado Yulo, quien fundó la ciudad de Alba Longa, dando así paso a una serie de reyes en los siguientes siglos hasta la llegada a la corona en el siglo VIII a.C. del rey Amulio, hermano del anterior rey Numitor, al cual había desplazado de la corona.

Como podemos imaginarnos el rey Amulio procuró deshacerse de cualquier heredero varón del otrora rey Numitor, llegando al punto de convertir a su hija Rea Silvia en una sacerdotisa vestal, lo que le impedía yacer con hombres y, por tanto, generar descendencia, siendo este el momento cuando nuevamente aparece el componente divino en la historia romana. Pues, fue el dios de la guerra Marte (Ares para los griegos) quien enamorado de Rea Silvia compartió el lecho con la joven doncella dejándola embarazada de mellizos, a quienes tan pronto dio a luz, el iracundo Amulio ordenó asesinar. No obstante, el encargado a ejecutar tan terrible plan no tuvo corazón en llevar a cabo el infanticidio y dejó la vida de los infantes a la voluntad de los dioses abandonándoles en la ribera del legendario río Tiber, allí fueron amamantados por la loba capitalina (Luperca), y posteriormente criados en secreto por un humilde pastor y su esposa.

Si creemos en alguna veracidad de la historia anterior, una vez que pensamos más allá del probable obscuro origen de quien realmente amamantó a los recién nacidos en cuestión, la figura de la loba capitalina es tan importante en la historia del mundo occidental que, su imagen amamantando a los recién nacidos no solo ha sido de las más importante y simbólicas de la historia, sino que actualmente incluso es el escudo de la ciudad de Roma. Por supuesto, el lector que me sigue como siempre lo suficientemente avezado, ya sabrá que los mellizos abandonados a la orilla del Río Tiber y amamantados por una loba son Rómulo y Remo. Así, como podríamos esperar de esta historia, este par de importantes personajes una vez dejan de lado la edad de mancebos, asesinan al inicuo Amulio restituyen en el trono de Alba Longa a su abuelo Numitor, y parten a fundar una ciudad, siendo el amparado por los augurios Rómulo, quien por tanto, funda Roma (la ciudad de Rómulo) en el monte Palatino. De este modo, Rómulo delimitó la ciudad (pomerium) y al ser este límite vulnerado por su hermano Remo, le dio muerte, constituyendo claramente después de Caín y Abel, el fratricidio más famoso de nuestra cultura.

De este modo, Roma se funda en el año 753 a.C., como un reino que, tuvo reyes legendarios, guerreros, píos y de distinto linaje pues se habla que uno de ellos, Servio Tulio, había sido esclavo, y se fue expandiendo y haciéndose cada vez mas importante en la península itálica, constituyendo un componente de pueblos latinos, sabinos y etruscos su principal caudal humano, enmarcándose en un orden social encabezado por los patricios, seguido por los plebeyos. De este modo, tal como nos cuenta Tito Livio, Roma se expandió por la península itálica asimilando ciudades como la propia Alba Longa y ya teniendo una consideración importante, cuando en el año 509 a.c, los romanos expulsaron a su último rey etrusco Tarquino el Soberbio y construyendo uno de sus mayores legados al mundo occidental, la república (res: cosa, publicae: de todos).

La república romana

Nuevamente fue una mujer la figura principal en tamaña situación, pues fue la patricia Lucrecia quien, al haber sido violada por un hijo del rey Tarquino, prefirió acabar con su vida en frente de su marido antes que sobrevivir a tamaña afrenta. Así, su marido Colatino junto con Lucio Junio Bruto, organizaron un movimiento que desplazó al rey Tarquino el Soberbio, cuyos poderes se dividieron en una serie de magistraturas encabezadas por dos cónsules, dando así vida a la republica romana. Precisamente el diseño institucional de dos cónsules estuvo pensado para que el poder más nunca pudiera degenerarse en despótico, por ello magistraturas como el censor y el propio senado tenían un férreo control sobre los detentadores del ejecutivo. Ahora bien, podemos prever como algo lógico que, en plena edad antigua, la existencia de un sistema institucional tan avanzado, con tal balance de poderes, podía constituir una desventaja frente a los pueblos vecinos de vocación tan belicosa, razón por la cual el propio sistema tenía una magistratura excepcional para que en el caso de un conflicto de particular trascendencia un solo hombre pudiera dictar los actos normativos, políticos y de disposición de la guerra necesarios, colocándose el mismo a la cabeza de las tropas para afrontar el conflicto, y así fue como se creó la magistratura excepcional llamada “dictador”. El dictador debía resolver el conflicto para el cual era designado y entregar nuevamente el poder a la república, no obstante, como en toda creación humana hubo ejemplos de integridad total como el caso del dictador Cincinato, pero también otros que desfiguraron la institución dictatorial hasta convertirla en despótica como el caso de Lucio Cornelio Sila o Cayo Julio César.

Esta Roma republicana de férreos y austeros principios siguió desarrollando su vocación expansionista por la península itálica y luego por el propio mediterráneo, sin embargo, como toda sociedad también tenía diatribas y pugnas sociales internas, como el gran conflicto entre patricios y plebeyos, dado el abuso de los primeros por considerarse superiores socialmente a los segundos señalando que descendían de los propios fundadores de Roma. Nunca hubo una solución al conflicto, al contrario, el mismo fue escalando y transformándose en la medida en la que Roma se transformaba de urbe metropolitana a enclave dominante de vastísimos terrenos, ahora bien, como siempre la respuesta institucional debía esperarse y así fue como se creo el famoso Tribuno de la Plebe, cargo que pretendía empoderar a los plebeyos y figuras como los hermanos Graco suelen estudiarse en este punto de la historia. Igualmente, con el paso de los años se permitió a los plebeyos el acceso a una cantidad importante de magistraturas.

La Roma republicana se demostró lo suficientemente pragmática como para reconocer sus fortalezas, pero también apreciar la de otros pueblos, y, en el caso de tomarlas por superiores integrarlas dentro de su propia sociedad. Fue así como en el año 454 a.C., un grupo de romanos, llamados los decenviros recibieron la encomienda de viajar a la Atenas de Solón y fijarse en su modo de hacer la legislación, siendo la respuesta la creación de la ley de las XII tablas, verdadero cuerpo normativo de carácter supremo, del cual los romanos desprendieron el resto de su ordenamiento jurídico, al punto de que en palabras de Cicerón, a los romanos desde su más tierna edad se les hacía aprenderse la ley de las XII tablas como un verso necesario.

Entre los siglos IV y III a.C., los romanos tuvieron una serie de conflictos militares como las guerras samnitas y las guerras latinas que, les llevaron a terminar estableciendo su clara supremacía en la península itálica. Ahora bien, ya desde el siglo III a.C., Roma en su calidad de potencia peninsular mediterránea participaría en una serie de conflictos y campañas que le llevarían al Mar Egeo, como el caso de las guerras pírricas, y así el contacto entre los romanos y los helenos fue de una retroalimentación importantísima en los siglos posteriores, al punto que si bien es cierto, Roma terminó estableciendo su preponderancia política y militar, al mismo tiempo absorbió la cultura, historia, religión y formas sociales helénicas, situación más que evidente en su panteón de dioses, en su literatura y en los lugares a los cuales la alta nobleza enviaba a sus hijos a educarse, al punto que no solo es que varios eruditos romanos tenían ascendencia u origen heleno, sino que todos los jóvenes nobles romanos tenían un preceptor proveniente de la Hélade.

Es en este contexto en el cual los romanos en pleno siglo III a.C., afrontaron las Guerras Púnicas que les he presentado en capítulos anteriores, y que como ya sabe el lector su desenlace colocó a Roma como la principal potencia mediterránea, siendo esta es la Roma que llegó a la península ibérica.

La llegada de Roma a la península ibérica

De este modo, ya teniendo el lector una visión panorámica tan general de la historia de Roma como me permiten estas escasas líneas, puedo comenzar a pergeñar las respuestas a las preguntas que nos hemos planteado con anterioridad:

¿Por qué Roma demoró tanto obteniendo el dominio íntegro de la península ibérica? Porque como hemos observado, en contraposición a los pueblos de la antigüedad, Roma no se contentaba con ganar batallas y saquear ciudades a fin de obtener el botín de guerra, al contrario, la vocación de Roma era expandirse asimilando a la mayor cantidad de culturas mediterráneas posibles y, por ello, en el caso de Hispania al conseguirse con poblaciones tan heterogéneas, la labor de Roma fue ir avanzando poco a poco hasta romanizar plenamente la península ibérica.
¿Cuáles fueron los principales hechos y hombres de la Hispania Romana? 
Hubo desde emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio hasta intelectuales como Séneca, escritores como Juvenco, así como poetas y artistas, algunos de los cuales veremos en el siguiente capítulo.
¿Cuál fue la labor de Roma en la península ibérica que terminó creando a Hispania como una de las principales provincias romanas que incluso dio hasta tres emperadores romanos? 
La labor de Roma no fue otra cosa que la propia construcción de Hispania como unidad político territorial y unidad cultural y espiritual.
¿Roma era reino, república o imperio cuando llegó a la península ibérica? 
La Roma que llega a la península ibérica es la potente república que he procurado esbozar en estas líneas. 

La necesidad de enseñar historia para todo público en nuestros tiempos

Una pausa justificada

Mientras me encontraba elaborando la entrega correspondiente a esta semana de esta historia de España para hispanoamericanos me han llegado de parte de ustedes estimados lectores, una cantidad importante de comentarios benévolos, saludos y felicitaciones por las entregas anteriores. Estos conceptos y expresiones, como no puede ser de otro modo, antes de decir nada más se los agradezco profundamente y debo además manifestarles que incentivan óptimamente el ánimo con el cual, desde el exilio en el cual me encuentro, llevo adelante esta labor. Una vez dicho lo anterior, deseo compartir con ustedes unas palabras que he considerado menester trasladarles esta semana, pausando así la acostumbrada narración de hechos históricos de las entregas anteriores, todo ello, con el interés de lograr una mejor comprensión del valor del conocimiento de la historia que les estoy presentando en los tiempos que transcurren.

Como suele ser habitual en estos tiempos en los cuales vivimos, esta semana me han llegado a través de la aplicación de mensajería instantánea Whatsapp una abundante cantidad de presuntos vídeos de historia; algunos enviados de manera directa por bienintencionados amigos y ex alumnos y, otros de manera indirecta en alguno de los grupos en los que me encuentro añadido, y la revisión de este material me hizo entrar en conciencia de una serie de reflexiones que paso en seguida a compartir con ustedes.


Palabras necesarias antes de proseguir la narración

En estos tiempos nuestros de información infinita y falsos eruditos usualmente me acontece que, al contemplar el atiborramiento existente en las redes sociales de fragmentos de la historia hispana, me quede estremecido pensando en el contenido que expresarán los responsables de cada vídeo. Sin embargo, luego del estupor inicial suelo afrontar de modo impertérrito la tarea de revisar la información que comparten, notando al sumergirme en este caos de imágenes y libretos que, salvo casos contados, en estos vídeos solo se comparten fragmentos —la mayoría de las veces inexactos— de procesos históricos complejos, los cuales hacen un daño importante pues en lugar de enseñarle al consumidor de este material a comprender la historia, lo que hacen es compartirles una serie de anacronismos que les llenan de prejuicios y complejos, propagando inveteradamente, quizás de modo inconsciente, la leyenda negra antiespañola y en los casos más abyectos, se desarrolla una serie de nacionalismos chovinistas en los países en los cuales actualmente se encuentra disgregado el mundo hispano. Este abundante material al que me refiero es expuesto por una heterogénea gama de distintos exponentes que van desde los más púberes, a los jovenazos y, por supuesto, a académicos renombrados.

La heterogeneidad y autocomplacencia de los exponentes de estos “fragmentos de historia hispana” de las redes sociales, trae a mi cabeza una frase que leí a los 19 años mientras estudiaba en la universidad algún semestre de filosofía, y es que es una de esas frases que son tan poderosas que, una vez que el joven abierto a nuevas posibilidades de conocimientos las lee, se abstraen del libro y se quedan grabadas en carne viva en su memoria. La frase la leía en el prolegómeno de la “Introducción al pensamiento complejo” de Morin y decía: “Mientras los medios producen la cretinización vulgar, las universidades producen la cretinización de alto nivel”. ¡Qué conjunto atinado de palabras para expresar la triste situación en la cual nos encontramos en el momento en que la humanidad tiene mayor acceso a información! Hoy, cuando como nunca antes, tenemos la capacidad para compartir y recibir información, la solemos utilizar para satisfacer un instinto irracional y fútil, a través del cual nos alejamos del raciocinio y actuamos más semejantes a un perro persiguiendo un automóvil que no logra entender lo innecesario de su nada fructífera carrera. Así, parece que nuestro acercamiento a la historia solo lo hacemos por el mero hecho de distraernos y entretenernos un rato, mientras seguimos viendo al mundo pasar y no aportamos nada más que estolidez.

Esta inaudita situación de pasmo intelectual generalizado, me ha hecho comprender aún más que en esta sociedad de individuos estólidos militantes, esa frase de Orwell que rezaba que “Quien controla el presente, controla el pasado, y quien controla el pasado, controlará el futuro”, es más que nunca cierta, y, por tanto, ahora que tenemos las herramientas para difundir una historia de España para los hispanoamericanos válida debemos hacerlo, a fin de aportar en la comprensión de la identidad de los pueblos hispanos, y por antonomasia, propender a que centenares de millones de personas conformantes de este grupo humano tomen conciencia y dejen de lado la imitación y complejo frente a posturas anglosajonas, germanas o galas, y, por tanto podamos retomar nuestro propio modo de hacer las cosas y la creación como máxima obra del espíritu humano.

De ahí que, el lector comprenderá por qué en cada capítulo de esta historia de España para hispanoamericanos que les presento, en lugar de valerme de detalles escabrosos o en narrar los vicios de ciertos personajes, es muy al contrario mi intención perenne, el trasladarle los avances y grandes obras de las culturas y los personajes que se van presentando, así como las consecuencias de estas grandes acciones humanas, y, sobre todo como les he señalado, el mostrarles cómo el espíritu humano crea y va dando forma cada vez más al pueblo al que pertenecemos; ese mismo pueblo que solemos negar por pugnas intestinas de hace poco más de dos siglos que no parecen haber dejado algo verdaderamente provechoso.

Por lo tanto, el lector entenderá que en esta etapa tan rica en la cual nos encontramos sumergidos, como lo es la llegada, expansión y conformación de Roma en la península ibérica, no daremos mayor espacio a las crucifixiones, luchas de gladiadores y botines de guerra, pues al contrario, considero mucho más importantes las características culturales, sociales y políticas que están entrando en contacto desde la llegada de Roma a la península ibérica, los grandes hechos de los individuos y sus pueblos y, por supuesto, la consolidación de la Hispania que ante el desdibujamiento de Roma con el paso de los siglos recibirá a los visigodos teniendo una cultura latina más que preponderante, todo ello sin diálogos victimistas ni polémicas anacrónicas.

Una vez dicho lo anterior, espero que el lector comprenda la necesidad de estas palabras en este momento y, por tanto de esta pausa semanal y, por supuesto el por qué, antes de conocer a Viriato, Galba, Numancia y los increíbles guerreros cántabros y astures, es menester realizar estas reflexiones, comprendiendo así para qué queremos como hispanoamericanos aprender historia de España, cuál utilidad nos deja y hacer de ello una labor útil.

El surgimiento de Hispania

I
Sobre la errónea percepción del vencedor y el vencido

Tal como les he relatado en anteriores entregas la historia de la humanidad en la edad antigua es, en buena medida, la historia de pueblos emigrando de un lado a otro a fin de procurar satisfacer necesidades infinitas en un contexto en el cual hay muy pocos recursos disponibles. Ahora bien, dada la propia volatilidad y falibilidad de la conducta humana que hemos esbozado tantísimas veces en capítulos anteriores, encontramos que esta se maximiza cuando está subsumida en un grupo humano protagonista de algún movimiento o desarrollo en particular, de ahí que, es fácilmente previsible que los avatares que surgieron a raíz del contacto entre grupos humanos distintos durante esta etapa de la historia fueren bastante heterogéneos.

Es decir, el contacto entre civilizaciones en la edad antigua trajo aspectos infinitamente benévolos, negativos o eclécticos dependiendo de los pueblos protagonistas de los acontecimientos históricos a los cuales nos estemos refiriendo, por tanto, aun cuando como hombres del siglo XXI —preñados de un buenismo recalcitrante—, pretendamos evaluar conforme a nuestros cánones actuales el avance que constituyó la romanización de la península ibérica frente a los grupos indígenas que se encontraban en la misma a su llegada, nos hallaremos con una multitud de resultados distintos en el mismo contexto histórico. Así, tal como existieron grupos humanos que se asimilaron, se romanizaron y, por tanto, llegaron a su máximo desarrollo uniendo sus destinos a Roma, hubo otros que siempre se resistieron; siendo algunos de ellos subyugados, otros destruidos y otros expatriados, todo esto, por razones conflictuales culturales, lingüísticas, religiosas, políticas o meramente humanas.

Sin embargo, tal como les he señalado tantas veces, la existencia de un grupo que a pesar de ser avasallado cultural y militarmente por otro, prefiriera resistir y morir en lugar de abrazar la nueva cultura y situación que se le proponía no debe crear a nuestros ojos, por antonomasia, la concepción de héroe de la cual tanto hemos bebido en nuestra época. Como individuos de la especie humana que eran, algunas de estas tribus se resistieron a la romanización por ideas bastante más pragmáticas que idealistas. Así, algunos resistieron a Roma por el hecho de estar muy inmersa en su cultura la idea de actuar con total independencia y autonomía absoluta, otros por sentirse desplazados desde su situación de preponderancia frente a otras tribus para pasar a una situación de segundo nivel, otros por mero egoísmo humano de sus líderes que consideraban que perdían su estatus social, y finalmente, hubo algunas tribus que el contacto que tuvieron con los generales romanos con los cuales negociaban —tan humanos y llenos de defectos como ellos—, se vio manchado por la traición de estos últimos, y mientras hombres como Escipión el Africano procuraban el cumplimiento de la palabra prometida, otros como Galba no concebían la igualdad de los negociantes y eran capaces de prometer cualquier cosa con tal de conseguir sus fines expansionistas. De ahí que, como en toda historia de contacto de civilizaciones, máxime cuando una se enseñorea frente a otras, la propia reacción de la cultura subyugada o asimilada tuvo que ver no solo con aquello que se le proponía, sino por el momento histórico en el cual ocurrió, y las personalidades representantes de Roma con las cuales tuvieron contacto efectivo.

Ahora bien, la verdad histórica es que Roma prevaleció y se expandió por toda la península ibérica, estableciendo por primera vez en la historia la unidad territorial de este componente de la geografía europea, y creando de este modo la verdadera piedra angular del mundo hispano. Así, Roma es claramente el inicio y base fundamental de todo cuanto somos los hispanos hoy en día, siendo esta afirmación irrefutable salvo por los obnubilados o díscolos que siempre han pululado entre los mentecatos, pero que hoy gracias a las redes sociales pueden comentar tanto sinsentido sin ninguna consecuencia.

Conforme a lo planteado en los párrafos precedentes, dado que estoy narrando la historia de España obviamente no puedo aferrarme solo a la historia de Roma que es el pueblo que se impuso, sino que también debo narrar la historia de aquellos que, por múltiples razones, las encontremos válidas o no, se resistieron a la romanización, y precisamente de estos últimos hablaremos un montón en este capítulo. Así, antes de adentrarnos en ello solo me queda advertir una vez más al lector que no pretenda en estas páginas leer la historia de villanos abyectos que invaden y exterminan poblaciones inocentes frente a héroes que resisten y exhalan pundonor, al contrario, conténtese con leer la historia de seres humanos en diferentes posiciones y grados culturales, necesarios todos ellos en el devenir histórico que nos ha traído hasta aquí.

II

Pueblos indígenas de la península ibérica a la llegada de los romanos

En materia de pueblos existentes en el mundo mediterráneo en la antigüedad si a un sabio podemos dar crédito es a Estrabón y, por supuesto, a su magna obra Geografía, a la que nos hemos referido en capítulos pasados. Así, el geógrafo heleno nos señala que a la llegada del mundo romano a la península ibérica los pueblos que se encontraban en la misma se dividían a grandes rasgos de la siguiente manera.

En el norte de la península ibérica se encontraban, por una parte, en territorios que hoy en día constituyen Galicia los Galaicos, siendo vecinos estos de los astures, quienes habitaban buena parte de lo que hoy en día conocemos como Asturias y parte de León. Aproximándonos al noreste nos conseguíamos a los cántabros, ocupando en buena medida lo que hoy en día conocemos como Cantabria. Por su parte entre los territorios que hoy en día conocemos como el País Vasco, Navarra, y parte de Aragón conseguíamos entre distintos pueblos la primacía de los vascones. Entre los límites de lo que hoy en día conocemos como Cataluña, Aragón y Valencia, nos encontrábamos contacto entre ilercavones y edetanos, prevaleciendo particularmente estos últimos en territorios hoy en día valencianos.

Hacia el sureste en lo que hoy en día conocemos como Alicante y Murcia hallamos la supremacía de los contestanos. Por su parte, en al oeste en lo que hoy en día conocemos como el sur de Extremadura y parte del noroeste de Andalucía nos conseguíamos al interesantísimo pueblo de los turdetanos (presuntos herederos de Tartesia), quienes además también disputaban la mayor parte de Andalucía con los túrdulos. Al oeste, ocupando todo el territorio que hoy en día es Portugal y parte de Extremadura conseguíamos a los poderosos lusitanos. En el resto de Extremadura se encontraban una multitud de pueblos celtíberos. En parte del actual territorio de Castilla y León nos topábamos a los vaceos, mientras los vetones tenían supremacía entre el Duero y el Guadiana. Por su parte, en territorios hoy en día madrileños teníamos a los carpetanos, quienes también se extendían hacia Toledo y parte de Guadalajara, mientras que finalmente, en los territorios actuales de la provincia de Ciudad Real eran los señores la tribu de los oretanos.

III

Los hombres de Roma

Durante los dos siglos que duró el establecimiento del dominio de Roma en la península ibérica, se vio sucederse de manera ininterrumpida la marcha de legiones en los distintos puntos en los cuales eran necesarios. Estos legionarios, claramente los mejores guerreros del mediterráneo por mucho en su época, eran comandados por jefes militares que luego de cumplir con el cursus honorum y alcanzar prestigio en sus urbes obtenían el mando de tropas también llamado imperium. Ahora bien, como les comentaba en los prolegómenos de estas líneas, entre los generales romanos conquistadores existieron aquellos que hicieron de su palabra una verdadera garantía para atraer a la cultura latina a las tribus y, por tanto, obtener el apoyo de las mismas frente a las más belicosas que se seguían oponiendo, mientras que a su vez, hubo generales que se valieron de manipulaciones y tratos arteros para poder cumplir sus objetivos a corto plazo, ocasionando a largo plazo mayores problemas para Roma con tribus que les odiaban producto del hacer de sus adelantados. Precisamente ambos extremos los ejemplifican muy bien los dos principales generales enviados por Roma a la península ibérica: Escipión el Africano y Galba.

A finales del siglo III a.C. el esmerado patricio Escipión el Africano, que llegó a la península ibérica como observamos en capítulos pasados persiguiendo a los cartagineses, en sus estancias en Tarragona y Cartagena mostró tal benevolencia, devolviendo la libertad a los esclavos indígenas que los cartagineses habían tomado y, a su vez, recuperando rehenes de los púnicos para las tribus autóctonas que encontraba —siempre y cuando pudiera contar de estas el apoyo a Roma—, que consiguió la ayuda necesaria de los pueblos hispanos para derrotar a su acérrimo enemigo cartaginés.

Por su parte, a mediados del siglo II a.C. el cruel general romano Servio Sulpicio Galba pretendiendo pacificar a la belicosa tribu de los lusitanos les hizo creer en la buena fe que les proponía haciéndoles desarmar y volver a sus campos mientras les prometía total impunidad y seguridad en sus bienes y vidas, sin embargo, no tan pronto creyendo en la buena fe del romano los lusitanos hubieren hecho esto, Galba ordenó asesinar a miles de ellos con la mayor sangre fría, perdonando solo a un grupo muy pequeño que destinó a la esclavitud. Entre los sobrevivientes que lograron escapar a tamaña sangría del pueblo lusitano, se encontraba un muchacho muy joven a quien llamaban Viriato, y que precisamente juraría venganza a Roma a partir de aquel día, siendo el castigo de Roma en su adultez.

IV

Viriato y los lusitanos

Los lusitanos, tribu de probable origen céltico, constituían una sociedad verdaderamente belicosa que defendía celosamente su hegemonía sobre los territorios que podían alcanzar en la península ibérica. Los antiguos hablan no solo del particular carácter sanguinario de los lusitanos, sino de su costumbre de hacer sacrificios humanos, y revisar el porvenir inmediato en las entrañas de los enemigos sacrificados. Desde inicios del siglo II a.C. habían permanecido en una férrea guerra contra Roma, lo que les había hecho ser considerados su principal enemigo entre las tribus resistentes. Ahora bien, esta situación de belicosidad de los lusitanos llegó a su punto más álgido cuando, como les comentaba, en torno al año 150 a.C. el general romano Galba les traicionó y realizó una razzia que acabó con miles de ellos, generando así un motivo para que a partir de ese momento la guerra de los lusitanos contra Roma fuera total, generando al caudillo adecuado para estos fines, el bravo Viriato.

De Viriato sabemos que aún era un mozo cuando ocurrió la masacre de Galba, al encontrarse entre los sobrevivientes que lograron escapar, con el paso del tiempo gracias a sus hazañas militares y proezas personales los lusitanos le nombraron su líder. Era tal la fama de Viriato que curiosamente, tribus ajenas que no solían aceptar el mando en la guerra de jefes ajenos como los vetones y arévacos, entre otras, aceptaron la jefatura de Viriato, y la revuelta en contra de Roma se extendió por vastísimos territorios de la península, donde durante años Viriato derrotaba con alarmante facilidad a los hombres que Roma enviaba en su contra, al punto que en el año 140 a.C., Roma se vio forzada a acordar la paz con el caudillo y, por tanto, reconocer su jefatura sobre sus territorios y gentes.

Este magno acuerdo fue entendido como debilidad por buena parte de los optimates que se encontraban en Roma y reemprendieron una guerra contra Viriato que eran incapaces de ganar en buena lid, razón por la cual, el romano Quinto Servilio Cepión no consiguió mas remedio que lograr que tres de los hombres más cercanos a Viriato le traicionaran, prometiéndoles al efecto tierras y riquezas. Una vez fue consumada la traición siendo asesinado el caudillo por sus aliados, se cuenta como cuando estos pretendieron cobrar el premio prometido, fueron recibidos por Cepión con el mayor de los desprecios quien les dijo: «Roma traditoribus non praemiat», es decir, «Roma no paga a traidores», frase que desde entonces ha quedado eternizada y aún usamos mucho en el mundo hispano.

V

La toma de Numancia

Así, como fue inmortalizado el adagio con el cual cierro la narración del apartado precedente, también ha sido eternizada la expresión “resistencia numantina” o “defensa numantina”, y en este apartado les voy a explicar el origen de ello.

La “guerra de fuego” fue el nombre con el cual los romanos a partir del año 152 a.c, bautizaron al conflicto que tuvieron con Numancia, ciudad ubicada a orillas del Duero, un poco más arriba de Soria. Ni antes ni con posterioridad los romanos se enfrentarían con un pueblo tan formidable e indómito, quizás con la excepción de los propios lusitanos o los cántabros y astures a los cuales les dedicaremos el siguiente apartado. Así, durante dos décadas los numantinos hicieron frente y rechazaron con relativo éxito todo tipo de incursiones de los romanos causando una verdadera sangría entre las legiones que una a una fracasaban frente a esta resistencia numantina. Esta situación ocasionó un pavor entre las tropas romanas, que rehuían el llamado a hacer la guerra de fuego a Numancia, y cuando no les quedaba de más remedio de asistir a estas tierras, lo hacían en mal grado con el pavor incrustado en su ser.

Ahora bien, la confrontación con Numancia acabaría gracias a Escipión Emiliano —el nombre lo había obtenido al haber sido adoptado por un hijo de Escipión el Africano—, quien luego de una singular campaña logró sitiar a Numancia por completo en el año 134 a.c, impidiendo a través de la alianza o la amenaza a las tribus vecinas que acudieran en ayuda de los numantinos. Como no podía esperarse de otro modo, los numantinos resistieron hasta el final el hambre y la enfermedad, llegando al extremo que una vez acabados todos los recursos y siendo imposible la supervivencia en pie, realizaron un suicidio masivo de toda la ciudad, así cuando Escipión Emiliano entró en la asolada urbe solo encontró montones de cadáveres y cenizas. Verbigracia de lo anterior, se cuenta como en medio del terrible sitio los numantinos fueron contumaces antropófagos, no solo de los muertos, sino de los débiles que no podían luchar.

VI

Augusto y las guerras contra cántabros y astures

Ante los ejemplos anteriores de resistencia frente a la romanización de la península ibérica por supuesto que es posible que el lector considere poco probable que existiere otro tan representativo, pero efectivamente sí existió. La tenacidad de las tribus de cántabros y astures en el norte de España no era un factor al cual los romanos estuvieran poco habituados luego de tantos años de lucha, pero observar el orgullo indómito que demostraban estos hombres incluso al haber sido vencidos, fue algo que quedó en los anales de la historia de Roma. Se habla de cómo luego de ser vencidos y muchos de ellos ser crucificados para hacer ejemplo entre sus pares, estos bravos guerreros se disponían a cantar con sus últimos alientos himnos de guerra con la felicidad de no ver nunca su espíritu dominado por Roma. Así, encontramos casos de madres cometiendo infanticidio en contra de sus hijos con tal de que no cayeran en manos romanas, o niños acabando con sus familiares que habían sido tomados como siervos por los romanos, también se habla de aquellos que se arrojaron motu proprio a las llamas antes de enfrentar el sometimiento a los romanos.
El carácter indomable y despiadado de estas tribus hizo que el propio César Augusto, primer emperador romano, sobrino del finado Cayo Julio César conquistador de las Galias, tuviera que participar personalmente en la guerra contra estos fieros norteños, logrando derrotarlos de modo definitivo en el 19.a. y, estableciendo a partir de ese entonces la pax romana en toda la península ibérica.

A partir de aquí, Hispania será una provincia del imperio romano totalmente pacificada que participará de las luces y sombras del imperio más representativo del mundo occidental. 
¿Cómo participaron los hombres de Hispania en el imperio romano? ¿cuál fue la situación de esta provincia?

De manera que, como siempre, me despido con las palabras del maestro Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

[Colección Bicentenario Car... by Oswaldo Flores

Historia de La Primera República de Venezuela 

Este documento describe la organización política y administrativa de Venezuela bajo el dominio colonial español antes de la revolución de independencia. Explica cómo el territorio fue unificado en 1777 bajo el mando del Capitán General de Caracas, y las funciones de los diferentes organismos como la Real Audiencia, la Intendencia de Real Hacienda, los gobernadores provinciales y los ayuntamientos. Aunque el poder del Capitán General era limitado, la administración colonial funcionaba de manera normal y eficiente hasta que estalló la revolución.

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Comenzando el siglo XIX, los mantuanos no vivían mal en absoluto. Caracas es descrita por los viajeros como una urbe de calles limpias y empedradas, con aceras altas de arcilla o laja de piedra, casas con grandes ventanales, las más lujosas de dos plantas con elegantes balcones, con techos de teja roja, con gente animosa y bien arreglada. En su interior, estas casonas disponían un amplio y vistoso patio abierto con un jardín de árboles frutales y una fuente de agua en el centro. Sus estancias estaban decoradas con lujosos cortinajes adornando ventanas y puertas, muebles traídos de Francia, paredes tapizadas en damasco carmesí, grandes espejos y enormes arañas de cristal en el techo40. En las mansiones no faltaba el oratorio privado, rica y profusamente decorado con pequeños altares, reclinatorios y gran número de tallas, crucifijos y cuadros. 

La reexportación de productos europeos era común, por lo que se conseguían sin problema aceites, vinos y licores de España, Portugal y Francia, ginebra holandesa, queso de Flandes, manteca de Norteamérica, telas de Inglaterra y encajes de Bruselas, porcelanas chinas, vajillas centroeuropeas, esencias y perfumes franceses, frutos y pescados traídos de tierras y mares lejanos como castañas, avellanas y almendras41, atún, arenques, bacalao, salmón y anchoas. La gente acudía a conciertos de música de Haydn, Bach, Mozart y Beethoven así como a funciones de ópera, dramas y comedias que se representaban en el caraqueño Teatro Coliseo 42, con sus tramoyas, vistosos telones y cortinajes, coloridos decorados y sus mil localidades entre el patio y los palcos. Las damas y los caballeros de bien estaban muy pendientes de su apariencia, siguiendo las últimas modas de vestimentas y peinados que llegaban de París y Londres43 y no era infrecuente que viajaran a Europa por negocios o para establecerse allí 44, enlazando matrimonialmente con alguna familia aristocrática, o por el simple placer de viajar. Pero los mantuanos vieron en la invasión napoleónica de la Península Ibérica la oportunidad de desembarazarse del sistema político que tanto amenazaba sus privilegios en los últimos tiempos. Ignorando las instrucciones de la Junta de Sevilla para coordinar acciones contra los franceses y aprovechando que los cargos de capitán general y arzobispo estaban vacantes, se conjuraron para crear una junta independiente en Caracas45, intento abortado por la el regente de la Real Audiencia, el criollo neogranadino Joaquín Mosquera y Figueroa, que ya los conocía bien por haber investigado una trama de corrupción en la que estaban incursos varios de sus cabecillas en connivencia con las anteriores autoridades españolas en Caracas46. 

Buena parte de los conspiradores fue detenida y encarcelada y su máximo cabecilla, Antonio Fernández de León, fue enviado a la Península para ser sometido a juicio. Es significativo que entre los apoyos para contrarrestar la conjura mantuana estuviera el de los milicianos pardos acantonados en Caracas, cosa que no es de extrañar sabiendo que los conjurados se habían mostrado contrarios a los principios de representación popular y de igualdad social entre las razas. Pero en la Península, la Junta Central Gubernativa optó -tal vez guiada por la desastrosa situación política y militar existente- por no abrir un nuevo frente y desistió de la causa judicial, liberó a los detenidos, otorgó el título de marqués de Casa León al principal de sus cabecillas y emitió por exigencia de éstos una certificación escrita de su lealtad a la Corona. Un año después, el 19 de abril de 1810, estos mismos mantuanos volverían a intentar -esta vez con éxito a través de un golpe de estado- la toma del poder, estando entre sus primeras medidas la eliminación de la Audiencia y la Intendencia, aunque se guardaron muy bien de mantener el Consulado y duplicar la paga de los militares.

En la junta que constituyeron, incluyeron un representante de los pardos, el mantuano José Félix Ribas, que de pardo no tenía nada. Por más que la constitución republicana de 1811 eliminase los privilegios estamentales, no fue la actitud ante la igualdad racial algo que cambiase mucho durante los años de revolución y guerra civil que vendrían después: en el congreso que declaró la independencia de Venezuela sólo había un diputado pardo, y eso por no hablar del diputado mantuano Francisco Policarpo Ortiz, instigador de una revuelta en el cabildo de Nueva Barcelona del Cerro Alto en 1807 contra la incorporación de un mallorquín del que se decía que una tía abuela de su esposa era parda47. Las familias aristocráticas tenían una amplia representación en el congreso independentista48, además de reflejarse en él las tradicionales alianzas familiares entre mantuanos criollos y funcionarios reales49 y no ser infrecuentes los nexos de parentesco entre los diputados50. La bandera de la igualdad se usaría según conviniese. 

Cuando en julio de 1811 un grupo de comerciantes canarios en Caracas se alzó a favor del rey a raíz de que un grupo de zambos intentara adueñarse de sus tiendas provocando una gran trifulca con varios muertos, el gobierno republicano no tuvo objeción en enviar una turba de pardos armada contra ellos. Días después los cabecillas canarios fueron juzgados, confiscadas sus propiedades, colgados en la horca y sus cadáveres decapitados, destrozados y expuestos en varios puntos de la ciudad. No se olvidaron los mantuanos de las ordenanzas de los llanos, proyecto que desempolvaron y aprobaron en 181151; también desmontarán el sistema de protección a los indios52 bajo el pretexto de la igualdad, como si en aquellos tiempos un indio pudiera competir en igualdad de condiciones con un mantuano. Sin que a los mantuanos les supusiera mayor sonrojo, uno de los suyos, Esteban Palacios, se encontraba en Cádiz como diputado en las Cortes Constituyentes del mismo reino que su sobrino predilecto, Simón Bolívar, se empeñaba en destruir en América y mientras otro mantuano, Lino de Clemente, dirigía los preparativos militares contra los ejércitos españoles en Venezuela, su hermano Fermín vivía en Cádiz como comerciante y también diputado en Cortes. 

Contradictorios fueron los cabecillas de las conjuras de 1808 y 1810, los marqueses del Toro53 y de Casa León54. El primero huyó a Trinidad después de su derrota militar en 1812, de donde no regresó hasta bien finalizada la guerra, pese a los reclamos de su íntimo amigo Simón Bolívar para que se reincorporase a la lucha; mientras, su hermano Pablo en Madrid le tramitaba el perdón real y la devolución de sus bienes confiscados, peticiones a las que Fernando VII accedió. En cuanto al segundo, fue indistintamente consejero de los jefes republicanos Miranda y Bolívar así como de los jefes monárquicos Monteverde y Boves; además, su hermano Esteban formaba parte del Consejo de Estado en la Península. También se encontraba como diputado en Cádiz el temible regente Mosquera -pese a todos los obstáculos que le pusieron los mantuanos venezolanos a través de sus contactos en la Península-, quien llegaría a ser presidente del cuerpo parlamentario que aprobó la Constitución de 1812 y presidente del Consejo de Regencia. Pero esto es ya otra historia…