En la dramática situación política actual adquiere una nueva y extraordinaria urgencia la Declaración de una Ética Mundial del Parlamento de las Religiones del Mundo, realizada en Chicago en septiembre de 1993. Lo mismo cabe decir de la propuesta de InterAction Council —una asociación de antiguos jefes de Estado y de gobierno bajo la dirección del antiguo canciller alemán Helmut Schmidt— en favor de una declaración universal de los deberes humanos y, en fin, del «Llamamiento a nuestras instituciones rectoras» del Parlamento de las Religiones del Mundo reunido en Ciudad del Cabo en 1999. (Todos estos documentos pueden encontrarse en internet, en el portal www.weltethos.org.)
Ante las diarias imágenes de las brutales crueldades cometidas en los escenarios bélicos del mundo, cobran una actualidad totalmente nueva los principios formulados en Chicago hace diez años, como fundamentos de la política mundial y de toda sociedad civil. Sobre todo, el principio de humanidad: «Todo ser humano —varón o mujer, israelí o palestino, americano o afgano, ruso o checheno, soldado o prisionero de guerra— ha de ser tratado humanamente, esto es, con humanidad y no de un modo inhumano o bestial».
Y ante la espiral de violencia y represalia, como en Israel y Palestina, se impone la Regla de oro, que se encuentra ya en Confucio, muchos siglos antes de Cristo, pero también en los rabinos y, por supuesto, en el Sermón de la Montaña y en la tradición musulmana: «Lo que no quieras que te hagan a ti, tampoco se lo hagas a otros». Estos dos principios fundamentales son desarrollados y concretados en la Declaración de Chicago en cuatro ámbitos centrales de la convivencia humana:
• El compromiso a favor de una cultura de la no violencia y del respeto a toda vida. Ante las víctimas de la guerra en Irak, frente a todos los asesinatos en Israel y en los territorios ocupados, pero también ante los asesinatos en las escuelas americanas y europeas (¡Erfurt!), ¿no sigue siendo oportuno e importante reclamar la atención sobre el vetusto principio, que se encuentra en todas las grandes tradiciones de la humanidad: «¡No matarás!» o, expresado en términos positivos, «Respeta toda forma de vida»?
• Compromiso a favor de una cultura de la solidaridad y de un orden económico justo. Ante la imparable epidemia de corrupción en la economía y los partidos, e incluso en la ciencia y la medicina, en la «apropiación» sin escrúpulos y los delitos “de puertas adentro” urdidos hasta en altos niveles de dirección, ¿no es urgente recurrir a la regla que se encuentra en todas las tradiciones éticas y religiosas: «¡No robarás!» o, expresado positivamente hoy en día, «¡Compórtate de un modo justo y honesto!»?
• Compromiso a favor de una cultura de la tolerancia y de un estilo de vida honrada y veraz. Ante la falsificación de balances por algunos empresarios, ante todas las mentiras de políticos y las manipulaciones publicitarias de los medios de comunicación, también en el contexto de la guerra de Irak, ¿acaso resulta importuno evocar el antiquísimo precepto de las religiones y filosofías: «¡No cometerás falso testimonio ni mentirás!» o, dicho en forma positiva hoy día, «¡Habla y actúa verazmente!»?
• Compromiso a favor de una cultura de la igualdad y el compañerismo entre hombre y mujer. Ante todos los abusos sexuales a niños y adolescentes, incluso en las Iglesias, y ante la explotación sexual de tantas mujeres, ¿no será inevitable llamar la atención sobre el inmemorial precepto, presente en todas las tradiciones éticas y religiosas: «¡No abusarás de la sexualidad!» o, en lenguaje más adaptado a nuestro tiempo, «¡Respetaos y amaos unos a otros!»?
Estos principios de la Declaración de Chicago de 1993 deberían penetrar en las conciencias del mayor número posible de personas, desde la ONU hasta nuestras escuelas, comunidades e Iglesias. Todo cuanto les he dicho sobre el tema «ética mundial y diálogo de las culturas» podría resumirse en la ponencia sobre el diálogo de las culturas que tuve el honor de leer el 9 de noviembre de 2001 ante la Asamblea plenaria de la ONU:
«Con enorme agradecimiento asumo el extraordinario honor de dirigirme a esta alta Asamblea. En mi dedicación científica he consagrado largos decenios, pese a no pocas dificultades, a promover la paz mundial mediante un diálogo de las culturas y las religiones. Me llena de gran esperanza para el futuro el hecho de que esta Asamblea haya puesto el “diálogo de las culturas” en su orden del día.
»Ante los actuales errores y confusiones, son muchas las personas que se preguntan: ¿Va realmente el siglo xxi a ser mejor que el siglo xx con toda su violencia y sus guerras? ¿Podremos realmente conseguir un nuevo, un mejor orden mundial?
En el siglo xx hemos desperdiciado tres ocasiones para un nuevo orden mundial
— en 1918, después de la Primera Guerra Mundial, por culpa de la “realpolitik” europea:
— en 1945, después de la Segunda guerra Mundial, por culpa del estalinismo,
— en 1989, después de la reunificación alemana y de la guerra del Golfo, por culpa de una falta de visión.
Nuestro grupo propone esa visión de un nuevo paradigma de las relaciones internacionales que incorpore nuevos actores a la escena global.
»En nuestros días surgen de nuevo las religiones como actores en la política mundial. Es cierto que a lo largo de la historia las religiones han mostrado con demasiada frecuencia su lado destructivo. Han sembrado y legitimado el odio, la enemistad, la violencia y hasta las guerras. Pero también han fomentado y legitimado en muchos casos la comprensión, la reconciliación, la colaboración y la paz. En los últimos decenios han surgido en todas partes del mundo fuertes iniciativas de diálogo interreligioso y de colaboración entre las religiones.
»Las religiones del mundo han descubierto en este diálogo que sus propias afirmaciones éticas fundamentales dan ulterior profundidad a los valores éticos seculares que se contienen en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En el Parlamento de las Religiones del Mundo de 1993, en Chicago, más de 200 hombres y mujeres, representantes de todas las religiones del mundo, expresaron por primera vez en la historia su consenso sobre algunos valores, actitudes y estándares éticos comunes como base para una ética mundial, los cuales han sido luego asumidos en el informe de nuestro grupo de expertos para el Secretario General y la Asamblea plenaria de Naciones Unidas. ¿Cuál es, pues, la base para una ética mundial que pueda ser compartida por personas de todas las grandes religiones y tradiciones éticas?».
A continuación citaba yo los ya mencionados principios fundamentales de humanidad y reciprocidad y las orientaciones elementales de la Declaración de Chicago, concluyendo con estas palabras: «Algunos politólogos pronostican para el siglo xxi un “conflicto de las culturas”. Nosotros nos atrevemos a proponer una visión de futuro muy diferente; no un simple ideal optimista, sino una realista visión de esperanza; las religiones y culturas del mundo, en colaboración con todas las personas de buena voluntad, pueden ayudar a evitar ese choque de culturas si ponen consecuentemente en práctica las siguientes ideas:
—no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones;
—no habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones;
—no habrá diálogo entre las religiones sin estándares éticos globales;
—no habrá supervivencia en paz y justicia en nuestro mundo global sin un nuevo paradigma de las relaciones internacionales, fundado en estándares éticos globales».
Hans Küng
http://www.comayala.es/Articulos/hanskung/hanskung.htm
http://www.geocities.com/cronopiable/eticamundial.html
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