EL Rincón de Yanka: CARAVIAS

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sábado, 3 de diciembre de 2016

EL FRUTO DE LA JUSTICIA, SERÁ LA PAZ

 
El fruto de la justicia, sera la paz

Hace XXVIII siglos que Isaías dijo que la “Paz” es un fruto que sólo sabe dar un árbol que se llama “Justicia” (Is 32,17). Justicia según Dios: según ese proyecto que el Dios bueno tiene sobre el mundo, en el que "su" tierra pueda llegar a cada familia según el número de sus miembros (Núm 33,53s). Implantar la Justicia según Dios es llegar a respetar a todo ser humano según la dignidad y los derechos que Dios mismo le dio.

Sólo entonces, y en la medida en que se construya este ideal, podemos hablar de Paz, la Paz según Dios, que ciertamente no es la paz de la que se suele hablar en este nuestro mundillo.

La Biblia lucha por hacernos entender y vivir estos valores. El Mesías, "el Príncipe de la Paz", vendría a establecer "el derecho y la Justicia" (Is 9,6s); a darnos su Paz, que no es la paz de este mundo (Jn 14,27). "Florecerá en sus días la Justicia y una Paz grande" (Sal 72,7).

Por ello los profetas criticaron con fuerza a los comunicadores de una falsa paz. Es tan importante vivir la paz, que se debe desenmascarar a todo el que intente dar al pueblo un ideal equivocado de paz.

Durante una época muy agitada de Judá, alrededor del siglo VII antes de Cristo, en la que un grupo de capitalinos viven en una prosperidad relativa, al costo de la miseria del pueblo, los profetas atacan con dureza a los que defienden aquel status quo, afirmando que viven en una era de paz. Decir que aquello era "paz" era pervertir la fe en Dios. Yavé no podía estar de acuerdo con el precio de miseria del pueblo con que se pagaba aquella aparente tranquilidad.

Ya el sufrido campesino Miqueas, expulsado de su tierra por la guerra, había sintonizado el problema: "Esto dice Yavé en contra de los profetas que engañan a mi pueblo; si pueden masticar a boca llena, anuncian la paz; pero si alguien no les llena la boca, le declaran la guerra santa" (Miq 3,5). 

Pero es Jeremías el que, en medio de aquel torbellino internacional que se da en su época, lucha denodadamente por aclarar lo que supone la paz verdadera. El denuncia con dureza a los que llaman paz a lo que no es paz. "Desde el más chico al más grande todos andan buscando su propio provecho, y desde el sacerdote hasta el profeta, son todos unos mentirosos. Calman sólo a medias la aflicción de mi pueblo diciendo: 'paz, paz', siendo que no hay paz. Deberían avergonzarse de sus horrendas acciones, pero han perdido la vergüenza y ni siquiera se sonrojan…" (Jer 6,13-15; ver 8,11s y 23,16-18).

Ezequiel, en el mismo tiempo que Jeremías, pero desde Babilonia, remacha la misma idea: "Engañaron a mi pueblo dándole seguridad de paz, cuando no había paz; mi pueblo construye un muro y ellos lo cubren de lodo aguado. El muro caerá, porque vendrá un aguacero torrencial, con abundante granizo y viento huracanado. Cuando el muro se derrumbe, les preguntarán: ¿dónde está el barro con el que lo recubrieron?... ¿Dónde están los profetas de Israel que profetizaban sobre Jerusalén y anunciaban la paz, no habiéndola?" (Ez 13,10-12.16).


Ante situaciones de grandes acaparamientos de tierras (Is 5,8-10; Miq 2,1-5) y graves dependencias externas (Asiria y Babilonia), muy pesadas para el pueblo, no podía pretenderse ignorar la realidad, tapando las grietas del muro con barro aguado. La situación estaba dañada desde el cimiento, y cuanto más se taparan las grietas, más se agravaba el peligro de un derrumbe total. Querer ignorar una enfermedad grave, queriendo convencer al enfermo de que no pasa nada, es llevarlo directamente a la muerte… Por eso los profetas de Judá se esforzaban en concientizar al pueblo sobre su situación real, tan lejana del hermoso proyecto de Dios sobre ellos.


Hoy en día, ante los graves resquebrajamientos de los cimientos de nuestra sociedad, ciertos gobernantes y políticos pretenden taparlo todo con lodo aguado. Se sigue llamando "paz y progreso" a la impunidad del "progreso" acaparador de unos cuantos, a costa de la miseria de la mayoría. Pretenden que se les deje tranquilamente engordar a boca llena, sin que nadie les cree problemas, viviendo en “paz”, o sea, con impunidad... Su ideal es la paz de los cementerios, en los que todos sus habitantes están en perfecto orden y totalmente callados para siempre…
Todo esto no tiene nada que ver con la Paz de Dios... No. ¡Hoy no vivimos en Paz! Mientras unos pocos tengan bienes muy de sobra, y la mayoría del pueblo sufra hambre, esto no tiene nada que ver con la paz bíblica. No hay paz sin justicia
Necesitamos de la bendición bíblica: “La obra de la Justicia será la Paz y los frutos de la Justicia serán tranquilidad y seguridad para siempre” (Is 32,17). 

¡Necesitamos que se abracen y se besen la justicia y la paz, pues no pueden vivir la una sin la otra! (Sal 85, 11). 



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El Dios de Jesús no es el dios de los fariseos



sábado, 25 de agosto de 2007

El Dios de Jesús no es el dios de los fariseos


Jesús heredó toda la rica tradición de la fe de Israel. Para el judaísmo antiguo, Dios es ante todo el Señor, el que siempre está por encima de nosotros, el Todopoderoso, el único y verdadero Dios. Jesús tiene fe en todo ello. El es un verdadero israelita. Pero su fe se adentra de tal modo en el ser de Dios, que toma características totalmente nuevas. Aceptando la fe israelita, Jesús muestra una imagen nueva de Dios, mucho más clara y cercana.


El respeto a Dios como Señor absoluto es un elemento esencial en la predicación de Jesús, pero no es su centro. Para él Dios es ante todo Padre.Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como Padre, pero con Jesús esta paternidad recibe acentos nuevos. La experiencia de Jesús ante Dios es totalmente original. Cuando Jesús habla de Dios quedan superadas todas las creencias del Antiguo Testamento.

La vida de Jesús, sus actitudes, sus amistades, sus compromisos, todo en él se halla animado de tal manera por la realidad "Padre Dios", que adquieren un estilo y originalidad que resultan sorprendentes para los que tratan con él: "¿Quién es este hombre?" (Lc 8,25). Es imposible comprender a Jesús y su mensaje sin conocer al Dios en el que creyó y del que se dejó penetrar hasta las últimas consecuencias.

Para Jesús lo principal no es la palabra "Dios", sino los hechos que hacen presente al hombre la realidad "Dios". El nunca se enreda en "palabrerías" teológicas, ni en oraciones vacías de sentido. Jesús nunca se sirvió de teorías sobre "Dios" para adoctrinar a sus oyentes, sino que se refería a él en situaciones concretas, buscando siempre descubrir los signos de su presencia en el mundo.No enseñó ninguna doctrina nueva sobre la paternidad de Dios. Lo original en él es que invoca a Dios como Padre en circunstancias nuevas. Lo que hay de nuevo en el caso de Jesús es que invoca a Dios como Padre metido en medio de una acción humanizadora. Él designa a Dios como el que rompe toda opresión, incluso la opresión religiosa: actuando de este modo, proféticamente, como destructor de toda opresión, a favor de la vida, es como se atreve a llamarlo Padre.
Porque siente de una manera nueva a Dios como padre, Jesús deja de cumplir ciertas normas de la ley, contrarias a ese proceso de liberación humana en el que él ve la presencia bondadosa del Padre.
Su original experiencia de Dios le lleva a un enfrentamiento con los adoradores del Dios oficial. Para los escribas y fariseos Jesús era un blasfemo porque cuestionaba el Dios del culto, del templo y de la ley.
Jesús no ve a Dios encerrado dentro del templo, o sometido al cumplimiento exacto de los ritos del culto, o midiendo el cumplimiento detallado de todas las normas de las complicadas leyes judías. El abre nuevas ventanas, nuevos horizontes, por los que descubrir la presencia de Dios.

El no anuncia al Dios oficial de los fariseos (parábola del fariseo y del publicano), ni al Dios de los sacerdotes del templo (parábola del buen samaritano), sino a un Dios que es cercano y familiar, al que se puede acudir con la confianza de un niño. Es el Dios que nos sale al encuentro en todo lo que sea amor verdadero. El Dios que busca al pecador hasta dar con él. El Dios que prefiere estar entre los marginados de este mundo, y posterga a los que ocupan los primeros puestos. Jesús ofrece un Dios sin los intermediarios de la ley, el culto, las normas, los sacerdotes, el templo...

El Dios de Jesús es un Dios-Loco para los representantes del Dios oficial. Jesús sustituye la fidelidad al Dios de la ley por la fidelidad al Dios del encuentro, de la liberación y el amor.
Siente profundamente a Dios como padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres, especialmente para con los "pecadores", los desanimados y perdidos. Ya no se trata del Dios de la ley, que hace distinción entre buenos y malos: es el Dios siempre bueno que sabe amar y perdonar, que corre detrás de la oveja descarriada, que espera ansioso la venida del hijo difícil y lo acoge en el calor del hogar familiar. El Dios que se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. El Dios que prefiere a las prostitutas antes que a los "piadosos"…

Toda la vida de Jesús se apoya en esta nueva experiencia de Dios. El se siente tan amado de Dios, que ama como Dios ama, indistintamente a todos, hasta a los enemigos. El se siente de tal manera aceptado por Dios, que acepta y perdona a todos.
Jesús encarna el amor y el perdón del Padre, siendo él mismo bueno y misericordioso para con todos, particularmente para con los desechados religiosamente y desacreditados socialmente. Así concreta él el amor del Padre dentro de su vida.

Nosotros llegamos a ser cristianos en la medida en que sentimos una experiencia de Dios al estilo de Cristo. No basta con creer en Dios: hay que creer en él del modo como nos enseñó Jesús.Las demás experiencias de Dios puede que sean buenas, como eran buenas las de los judíos, pero incompletas, camino ojalá para llegar a la experiencia de Jesús.
Muchos de los llamados hoy cristianos en realidad no son sino buenos paganos o a lo más buenos judíos. Pero para ser de verdad discípulos de Jesús hay que llegar a vivir la experiencia nueva de Dios que él tuvo.

José L. Caravias, S.J