Anatomía de la barbarie
Una obra de crítica cultural absoluta, una guía y una disección completa, extensa e intensa de las manifestaciones intelectuales y artísticas del tiempo presente.
Se necesitaba desde hace mucho tiempo un libro como "La traición de los europeos", de Guillermo Mas Arellano (La Tribuna del País Vasco, 2023); una obra de crítica cultural absoluta, una guía y una disección completa, extensa e intensa de las manifestaciones intelectuales y artísticas del tiempo presente; un análisis implacable, frío, exhaustivo, de los modos en los que se evidencia la muerte de una vieja civilización, el fin de un ciclo histórico que nació en Troya y fue asesinado en Sarajevo. Momentos terminales que retrata con spengleriana objetividad esta obra densa, que abarca el conjunto de las manifestaciones intelectuales de nuestra era y que sorprende por su hondura y erudición. Según confiesa el autor, éste es “el libro de crítica cultural que habría querido leer de adolescente”, y también es la referencia intelectual que se necesitaba en un país en el que los pocos críticos que quedan no paran de repetir las mismas paradojas de Chesterton. Buscábamos algo así, tan verdaderamente europeo y tan fatídicamente contemporáneo.
La silenciosa transformación en bárbaros que rechazan su propia Tradición
El núcleo de esta imponente estructura literaria es la traición de los europeos: “la silenciosa transformación en bárbaros que rechazan su propia Tradición y asumen en su lugar una cultura ajena”. Al lector le puede producir un fuerte acceso de melancolía el comprobar que esta obra brillante y sabia es, sobre todo, un acta de defunción, un análisis de las patologías espirituales de nuestra era. El epílogo de la obra le ratificará en tan sombrío concepto. Los remedios, de tener alguno esta agonía, no son suaves:
“Durante mucho tiempo hemos sido comandados por los mismos ineptos: urge producir una sangría que permita la reconstrucción”.
Por desgracia, la Europa envilecida por el vínculo trasatlántico parece incapaz de ejecutar por sí misma esta necesaria operación descolonizadora, este barrido de colaboracionistas que parece haberse iniciado tras el limes del imperio del dólar:
“Mientras todos los miembros de la Aldea Global fueran fieles al mismo imaginario cultural norteamericano y estructuraran sus valores morales y sociales en torno a él, no habría problema. Pero cualquier pueblo que aspirara a reivindicar sus verdaderas raíces, frente a la imposición mediática, sería considerado una seria amenaza. Eso ha sido y es Rusia: un pueblo que afirma su identidad, señalando con ello la desnudez del emperador”. Aunque centrado en la cultura, el texto no puede obviar inevitables referencias políticas a una Europa marcada por su incapacidad para convertirse en “una autarquía poderosa. Políticamente soberana, capaz y libre”. Y frente a la entereza de otras culturas, Europa destaca por “su sociedad infantilizada cuyos individuos no entienden el mundo en el que viven”. Y a los niños siempre les gobiernan, les castigan y les educan los mayores.
Frente a la tierra baldía de las abstracciones del racionalismo, que han secado el espíritu de la cultura europea, la respuesta debe ser el arraigo: “No basta con negar el mundo moderno o alguna de sus características más insidiosas, es necesario realizar una impugnación concreta, oponiéndole el mundo de la Tradición sapiencial”. La influencia de Evola se hace evidente en las páginas dedicadas a la raíces tradicionales de Europa y a su visión negativa del cristianismo:
“Homero es irreconciliable con Cristo”
“Homero es irreconciliable con Cristo”. Postura que recuerda al Evola vibrante y radical de Imperialismo pagano, a Nietzsche y al indispensable Alain de Benoist. Sin embargo, hay que recordar que las esencias paganas de Europa están preservadas en la liturgia, las hagiografías, los milagros, las peregrinaciones, los cultos y las fiestas de las iglesias tradicionales europeas —las ortodoxas y lo que queda del catolicismo popular—, combatidas como idolatría por el protestantismo, primer embate antitradicional en Europa, padre del liberalismo, abuelo del marxismo, modelo del nefando Vaticano II y evidente inspiración del puritanismo woke que ahora nos oprime. Toda la resistencia a la hegemonía americana viene de países que han recuperado su tradición religiosa: Irán o Rusia, por ejemplo. Y en ello reside el secreto de la “conquista” de Occidente por el Islam, en que ellos adoran lo que los europeos destruyen: su Dios y su fe. Por algo los grandes pensadores perennialistas Guénon, Schuon, Burckhardt o Lings, hijos de la burguesía europea, se islamizaron. Buscaron fuera lo que no encontraron en casa.
La difícil resistencia al mundo inmundo (Portella dixit) en el que tenemos la desgracia de vivir sólo puede realizarse con los ya conocidos remedios de cabalgar el tigre y la jüngeriana emboscadura (“la emboscadura es un estado interior del Ser que el hombre libre se otorga a sí mismo por medio de la voluntad”) a los que el autor dedica un importante análisis, pues la interioridad es el último reducto del espíritu. Quizás lo más innovador en este aspecto es su rescate del sentimiento trágico de la vida, que considera, con razón, la más políticamente incorrecta de las actitudes, la respuesta al nihilismo de la sociedad de la vigilancia, cuyo último fin es “el debilitamiento intelectual y mental de lo humano”, ingeniería social y biológica de la que la reclusión mundial durante la llamada pandemia fue el primer ensayo. La gran igualación del liberalismo nihilista cumple la profecía dostoievskiana sobre la identidad del catolicismo con el socialismo y los vaticinios pesimistas de Tocqueville sobre el destino de la libertad en las democracias: “El Gran Inquisidor ya está aquí, nos quiere inclusivos” (Frank G. Rubio).
Por supuesto, de momento, todavía quedan reductos de lo humano. El principal: la belleza y su emanación material, el Arte. El autor tiene bien claro que una sociedad sin un norte estético “es una sociedad desarraigada; y más aún, pulverizada, desligada, carente de todo aliento espiritual”. La crítica de las corrientes estéticas y de sus realizaciones forma parte esencial de La traición de los europeos y apunta certeramente al origen del mal: Duchamp terminó por descabezar el arte apocándolo a su valor de mercado
“Duchamp terminó por descabezar el arte apocándolo a su valor de mercado”. Belleza plástica y belleza del verbo, cuya decadencia tiene un sentido en esta sociedad de la imagen: “Sin más capacidad de emplear la palabra, el siervo se ve reducido a la categoría de una bestia que no está habilitada para entender la indignidad que entraña su yugo”.
Esta obra enciclopédica no puede ser resumida en un artículo; de Lovecraft a Montaigne, de Scorsese a Pasolini, de Evola a Lyotard, todo pasa por la lanceta del investigador, del patólogo de la cultura que no puede sino dar un sombrío diagnóstico que todos intuimos. La brillantez y agudeza intelectual, la amplitud de sus enfoques y la riqueza de sus contenidos son las mejores invitaciones a la lectura de La traición de los europeos, una impecable anatomía de la barbarie de nuestra era.
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