¿Hemos perdido nuestros sentidos?
En busca de la sensibilidad creyente.
«Despierta, tú que duermes,
levántate de entre los muertos
y la luz de Cristo brillará sobre ti».
Ef 5,1-20
Los sentidos y la sensibilidad son las vías que tenemos a nuestra disposición para percibir la realidad: desde la realidad más simple hasta la realidad misma de Dios. Nos pertenecen para hacer resonar «realidad y Dios» dentro de nosotros y hacernos volver después a la realidad y a Dios con el corazón dilatado.
Debido a la progresiva desaparición de la sensibilidad de nuestro bagaje espiritual, necesitábamos ser llevados de la mano para redescubrir psicológica, filosófica y teológicamente lo que es más peculiarmente humano. Una base rigurosa, a la vez que de agradable lectura, estructura el libro, cuyo autor nos introduce, gracias a un núcleo de definiciones y clarificaciones, en varias tipologías de sensibilidad y nos hace llegar después a la sensibilidad de Dios. La segunda parte del volumen está toda ella orientada a la formación mediante la invitación a cultivar los sentidos, uno por uno, a la luz y al calor de la espiritualidad, y concluye con la propuesta de un sólido itinerario formativo de la sensibilidad.
La tentación del mundo virtual, la cultura de la apariencia, los retos de lo cotidiano... pueden afrontarse con éxito si enraizamos los sentidos y la sensibilidad en la inteligencia y en la afectividad madura; si alabamos a Dios por los sentidos y por la sensibilidad. Él está con quien «siente» en su nombre; con quien dispensa atención y cuidado en su nombre; con quien teje vínculos de solidaridad, comunión y compasión profunda en su nombre. Con quien ama en su nombre.
PREFACIO
De la raíz griega: "Sensación", "sensibilidad", "percepción mediata de los sentidos" nace el término "estética". Así, la contemplación y la producción de la Belleza tienen su origen en el cultivo de los sentidos y la sensibilidad. Ésta, en síntesis absoluta, es la materia de la que está hecho el libro de Amedeo Cencini, que ha de leerse todo de un una sola vez y luego releerse con calma meditativa.
El libro nos dice cómo estamos poniendo en peligro de adormecer estos dos dones extraordinarios, cuán indispensable es hoy día orientarlos al Bien, y cuánto debemos enriquecerlos de sentido alimentándolos directamente por el encuentro con Dios.
Los sentidos y la sensibilidad son los caminos que tenemos a disposición para percibir la realidad: desde la más sencilla hasta Dios. Nos pertenecen para hacer que resuenen la "realidad y Dios" dentro de nosotros y para hacernos regresar luego a la realidad y a Dios con el corazón dilatado.
Amedeo Cencini nos ha hecho un regalo. Debido a la progresiva desaparición de la sensibilidad de nuestro bagaje espiritual, necesitábamos que se nos tomara de la mano para redescubrir, desde las vertientes psicológica, filosófica y teológica, lo que es mayormente propio del ser humano. Una estructura rigurosa y, al mismo tiempo, de lectura agradable, conforma el libro, cuyo autor utiliza un esprit de géométrie y un esprit de finesse para adentrarnos, gracias a un núcleo de definiciones y clarificaciones, en varias tipologías de sensibilidad y para hacernos luego arribar a la sensibilidad de Dios. La segunda parte de la obra está orientada francamente a la formación mediante la invitación a cultivar los sentidos, uno a uno, a la luz y al calor de la espiritualidad y se concluye con la propuesta de un itinerario sólido y formativo de la sensibilidad.
No perdamos nada de lo escrito. La óptica humanista y espiritual al mismo tiempo, típica del autor, nos entusiasma en el descubrimiento -que, en cierta manera, podría llamarse pionero- del cuidado de los sentidos y la sensibilidad. Tenemos ganas de nuevos ojos para contemplar, de nuevos oídos para escuchar y de palabras justas para consolar y orar. Las páginas de este libro ponen, además, en paralelo el ser consagrado con el ser firmemente sensibles: personas con sentidos abiertos de par en
par que viven cada encuentro, cada cosa y vínculo con alegría y devoción concentrada.
La tentación de lo digital, la cultura de la apariencia, los retos de lo cotidiano pueden ser confrontados con éxito si arraigamos los sentidos y la sensibilidad en la inteligencia y la afectividad madura. Si los cultivamos porque queremos afinar la vida de comunidad y de familia. Si nos formamos y formamos a los demás a producir Belleza.
Nunca "apagados", entonces. Y alabado sea Dios por los sentidos y la sensibilidad. Él está con quien "siente" en su nombre; con el que concede atención y cuidado en su nombre. El quien teje vínculos de solidaridad, comunión y compasión comulga en su nombre. Con quien ama en su nombre.
Prólogo
DEL "HOMO SAPIENS" AL "HOMO INSENSATUS
No todos se han dado cuenta, por la sencilla razón de que, para comprender que estamos perdiendo los sentidos, sirven... los sentidos; es preciso, por lo tanto, estar muy atentos, despiertos y vigilantes para darse cuenta de que alguien o algo se le está de alguna manera quitando, o que por cualquier motivo estamos desaprendiendo su ejercicio. Para tener semejante tipo de atención es preciso tener sentidos en condición de desarrollar su trabajo, el de garantizar la relación con la realidad. ¿Cómo pueden nuestros sentidos permitirse descubrir que los estamos perdiendo si... en efecto los estamos perdiendo, o si no están ya funcionando como deberían?
Y, sin embargo, parece ser precisamente así.
Quizá sea el elemento que de verdad caracteriza a esta nuestra época, clasificable de manera diversa si se la mira desde diferentes ambientes culturales, pero que es semejante en varios contextos de este fenómeno tan globalizante como deshumanizador: la pérdida de los sentidos. Ya lo decía Iván Illich, pero su grito no fue escuchado1. Pareció ser pesimista y excesivo, no lo suficientemente justificado por la realidad. De hecho, la suya fue al menos una anticipación a los tiempos, muy acertada y que se está realizando. Hoy, en efecto, tenemos muchos elementos para confirmar ese diagnóstico o comprobación. Desafortunadamente.
La gran anestesia
Hay quien la llama "la gran anestesia de los sentidos humanos"2. Y la describe así, captando ya su contradicción interior:
Tenemos los ojos llenos de imágenes y cada vez nos volvemos más miopes; estamos completamente arrollados por los sonidos y ya no oímos nada. El perfume de las cosas es un recuerdo vago: asumimos sustancias que hacen que el olfato se vuelva inservible. Lo tocamos todo, y no logramos que seamos "tocados" por nada; la intimidad de la alegría, la intimidad del dolor, nuestro y de los demás, la conocemos solamente como excipiente del spot que nos ha de vender algo. Ya no conocemos sus secretos, sus tiempos, las emociones, los impulsos de verdad que nos llegan al corazón, y los lapsos de larga duración que nos aficionan para siempre3.
Hay quien capte de nuevo, como Pisarra, la paradoja íntima de este fenómeno, pero a un nivel aun más radical y lo describe en términos coloridos:
Perdimos los sentidos. Los perdimos casi sin darnos cuenta, cuando todo a nuestro alrededor parecía indicar su triunfo: culto del cuerpo, exaltación de la sensualidad, en un frenesí de consumo, de viajes y experiencias paroxísticas. Los perdimos. (...) De los sentidos, los verdaderos, quedan solamente máscaras pálidas, sucedáneas, insípidas e indigestas mixturas. Inundados de imágenes, aturdidos por el ruido, embrutecidos por la trivialidad y la vulgaridad, anestesiados por los desodorantes y perfumes, atontados por los tranquilizantes, nos hemos encontrado, de un día para otro, con una serie de prótesis sofisticadas (celulares, cámaras fotográficas microscópicas...) y cada vez más insensibles: extraños al dolor del mundo y, sin embargo, listos a derramar una lágrima de compasión cuando la muerte se hace espectáculo4.
Le hace eco el psiquiatra Risé que explícita un complemento paradójico de este fenómeno, o sea la extraña relación con el cuerpo, al límite del rechazo de él, en contraste con el aparente culto del mismo cuerpo:
El hombre moderno ha soñado con sustituir los sentidos con instrumentos tecnológicos, con centrales de información precisas, listas a conectarse según su deseo u orden. Se ha realizado así la fantasía de conectar directamente la mente humana al mundo, dejando de lado el cuerpo, fardo siempre embarazoso y, después del abandono de los sentidos, terreno de caza de la cosmética y la cirugía estética5.
¿Y qué quiere decir "perder los sentidos"?
Significa que "de ellos perdemos no sólo el placer, sino también el control, no sólo la fiesta, sino también el apoyo, la sustancia, la solemnidad"6.
Significa, de manera más precisa y dramática, que corremos el peligro de volvernos insensibles, de perder otra dimensión o componente típica de nuestra humanidad: la sensibilidad. Casi pasando del homo sapiens al homo insensatus, literalmente "sin sentidos".
"Los indiferentes"
Volvamos una vez más al análisis eficaz de Sequeri:
Se oscurecen los sentidos y perdemos el alma. La razón es sencilla. Nuestros sentidos fueron hechos para las cualidades del espíritu: vacíalos metódicamente de esta vitalidad, y los encontrarás tan apagados que te dará lástima. Figúrate el espíritu. Es lo que llamamos, sencillamente, sensibilidad de las personas humanas: teniendo en cuenta la cualidad más alta y preciosa de ser humanos... La sensibilidad humana está bajo fuego. Desubicada y burlada y, apenas sea posible, quirúrgicamente extirpada7.
Pisarra lo reconoce y denuncia explícitamente, como ya lo vimos: si nuestros sentidos, los cinco valores fundamentales de nuestro cuerpo, son ayudados por cientos de prótesis, protecciones, provisiones..., por otra parte nosotros nos volvemos cada vez más insensibles:
Ajenos al dolor del mundo y, sin embargo, listos a derramar una lágrima de compasión cuando la muerte se vuelve espectáculo, cuando -como en un estudio televisivo- se enciende la lucecita por la muerte de Lady D o por la última masacre en Iraq8.
El escritor Ferdinando Camón llega a la misma conclusión, pero por otro camino:
Tenemos tres novelas propias de esta época, tres grandes obras de estos tiempos que presagiaban el "mal moral" que nos envenenaría. Son: Los indiferentes de Moravia, La Náusea de Sartre y El extranjero de Camus. A menudo me he preguntado cuál de las tres obras nos representa mejor. Y respondo: Los indiferentes. La Náusea es un rechazo del mundo (lo vomitamos), el ser ajenos es una separación (somos extraños para el mundo). Con la indiferencia vemos y sentimos, pero no nos perturbamos. El cerebro y los nervios son apáticos. Los demasiados mensajes los han des-sensibilizado. La abulia moral es una práctica corriente9.
Oído musical
Finalmente, otra indicación sumamente interesante al respecto es la que nos viene de Benedicto XVI quien, en la homilía de la Misa de Medianoche de la Navidad del 2009, al confrontar la actitud vigilante y atenta de los pastores con nuestras distracciones y disipaciones, llega a decir que "hay personas que dicen ser 'religiosamente privadas de oído musical'". Expresión un poco singular, probablemente ligada a la personalidad especial del papa Ratzinger o, mejor, a su rica sensibilidad (con su bien conocido amor por la música), pero que quiere presentar un fenómeno real y bien preciso:
En efecto, nuestra manera de pensar y actuar, la mentalidad del mundo moderno, la gama de nuestras diferentes experiencias son aptas para reducir la sensibilidad hacia Dios, a hacernos "desprovistos de oído musical para Él", como lo reconoce el mismo Pontífice10.
¿Y qué viene a ser el "oído musical", sino esa capacidad peculiar de escuchar y reconocer la buena música, de gozarla, de captar dentro del misterio, lo que no se puede decir sólo con la palabra hablada o escrita, y de permanecer fascinado por la singular sonoridad armoniosa de la belleza y de la verdad? ¿No es acaso el "oído musical" la tentativa, humilde e ingeniosa, de reproducir y "crear" esa buena música con la propia sensibilidad creativa por definición? Y además, ¿no es también el "oído musical" la capacidad de estar entonado, es decir, de entrar en-tono, en sin-tonía, con la música y sus reglas, con la "música de Dios" y sus notas (incluidos los "accidentes", con su divina melodía y armonía, "cantando" al unísono con Él y por Él un canto siempre nuevo, sin desentonación ni desfiguración? Y si nada menos "Dios es música, misteriosa e inefable armonía, acorde perfecto"11, ¿la sensibilidad humana no es quizá nota, pequeña nota de este acorde grande y armonioso?
En resumen, el cuadro parece bastante bien trazado en sus líneas esenciales o en sus polaridades: por un lado, existe esta situación de oscurecimiento de los sentidos, ligado probablemente a una sobreexposición e hiperestimulación de ellos, y también a un extraño rechazo del cuerpo, más allá de las apariencias, pero que de manera inevitable ha llevado a la trivialidad de los unos y del otro, y a la pérdida de su función. Por otro lado, consecuencia aún más grave -si es posible- de esta pérdida de los sentidos, otra pérdida, la de la sensibilidad.
En este libro quisiéramos entender el significado de este fenómeno, por lo que quiere decir a nivel psicológico y existencial, pero también religioso y creyente. La fe, en efecto, no es ciertamente insensibilidad, por el contrario, ella está hecha (también) de sensibilidad, o es una manera precisa de vivir la propia sensibilidad.
Por una parte, en realidad, en cuanto creyentes, tenemos el sentir ("el pensar") de Cristo (cf. ICo 2,16), por otra, estamos llamados a tener en nosotros los mismos sentimientos del Hijo (cf. Flp 2, 5). Es decir, existe una gracia de conformación a Cristo difundida en nuestros corazones, pero al mismo tiempo tendremos que llegar a convertir también nuestra sensibilidad, "la cualidad más alta y preciosa del ser humano"12, para poseer la del Hijo y ser hombres como Él.
1 ILLICH, I. La perte des sens. París, 2004.
2 SEQUERI, P. "La bellezza di Dio e i suoi segni ci conservano il mondo". En: Avvenire, 18/11/2009, p. 2.
3 Ibtd.
4 PISARRA, P. II giardino delle delizie. Roma, 2009, p. 15.
5 RISÉ, C. Guarda tocca viví. Riscoprire i sensi per essere felici. Milán, 2011.
6 TOSCANI, C. "Pisarra e l'ineffabili 'sesto senso' del vero cristiano". En: Avvenire, 27/04/2010, p. 29. Es también el temor del cantante Jovanotti en su canción Fango: "El único peligro que siento verdaderamente es el de no lograr ya sentir nada".
7 SEQUERI, P. "La belleza". Op. cit., p. 2.
8 PISARRA, P. Op. cit., p. 15 .
9 CAMÓN, F. "Ribelliamoci all'indiferenza, male che insidia e che non turba". En: Avvenire, 24/03/2010, p. 2
10 BENEDICTO XVI. Homilía pronunciada en la Basílica Vaticana durante la Misa de Medianoche de la Navidad del Señor del año 2009 (cf. L'Osservatore Romano, 26/12/2009).
11 PISARRA, P. Op. cit., p. 34
12 SEQUERI, P. "La belleza". Op. cit.
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