👉 Prisciliano 👈
¿Un hereje licencioso
o un gran teólogo y un santo mártir?
“Si atentamente miras
has de hallar en la vida atrocidades…
Las historias repletas de mentiras
y las fábulas llenas de verdades”. León Felipe
“Los santos son herejes que tienen éxito, los herejes son santos fracasados. Prisciliano cuestionó muchas cosas, y le tocó perder” (Luis Racionero)
¿Quien fue Prisciliano? ¿Un hereje, un peligroso mago, “el último druida”… acaso un licencioso e incluso un libidinoso insaciable… O más bien un gran teólogo, un buen pastor y conductor de masas, un santo y, a la postre, un mártir injustamente condenado? La ortodoxia de la iglesia lo ha condenado repetidamente; desde figuras tan grandes como San Agustín o san Jerónimo, o concilios como los de Toledo y Braga (siglos V-VI) y luego en los siglos pasados hasta el mismo siglo XX. Pero hace más de cien años se ha iniciado su rehabilitación. Y Eugenio Romero Pose –que antes de obispo auxiliar de Madrid, fue reputado patrólogo– reconoce que hay un Prisciliano “oficial” –el del género literario del hereje, que cuadra con un estereotipo de hereje– y otro “real” (Priscilián: historia e ficción, A Trabe de ouro 26, 1996).
Las condenas empezaron ya en el s.IV con su gran enemigo el obispo Itacio de Ossonoba, que le colgó todas las herejías posibles de su tiempo; algunas incluso contradictorias. “Fue para los teólogos españoles una especie de monstruo legendario”, escribe E.Ch. Babut en una obra de referencia: Priscillien et le priscilianisme“.
San Agustín, mal informado por Paulo Orosio y luego por Consencio, ve en él una mezcla horrible y confusa de todas las aberraciones teológicas. Dirigido a ellos, escribe sus obras Ad Orosium contra Priscillianistas et Origenistas y Ad Consentium contra mendacium (tratado “contra la mentira” que dice practican sistemáticamente los priscilianistas); y ya al final de su vida lo incluye en su catálogo de herejes, calificando el priscilianismo como mezcla de doctrinas gnósticas y maniqueas, “una cloaca a la que van a parar varios desagües e inmundicias”. San Jerónimo llega a decir de Prisciliano que pasó “de mago a obispo”, fue panteísta, maniqueo, pelagiano, gnóstico… y fue “condenado por la tierra entera” (Ep. 133).
Fue un insigne gallego, Orosio, uno de los primeros impulsores de la tendencia antipriscilianista, con su Commonitorium de errore Priscillianistarum et Origenistarum. Y muchos siglos después, otro clérigo gallego, el canónigo e historiador compostelano López Ferreiro, fue quien escribió en su libro Estudio histórico-crítico sobre el priscilianismo los mayores insultos contra Prisciliano: “inmunda exhalación”, “depravado y falsario” de “pasión satánica”, “heresiarca de inmundas teorías”, “execrable dogma”, “miasma metafísico y corrompido”, “foco de corrupción y pestilencia”… En fin, el erudito Marcelino Menéndez Pelayo habla de Prisciliano y sus seguidores en su Historia de los heterodoxos españoles como de una secta gnóstica ocultista de raíz maniquea: “los últimos anillos de la gran serpiente gnóstica que desde el primer siglo cristiano venía enredándose al recio tronco de la fe, pretendiendo ahogarlo”.
Cuando a alguien se le cuelgan todas las herejías, pecados y depravaciones, cabe sospechar que a ese “todo” bien podría corresponder “nada”, como veremos. En todo caso, aunque hubiese alguna heterodoxia en el pensamiento y la praxis de Prisciliano, lo más dramáticamente cierto fue que en la “caza de brujas” que la ortodoxia católica inició en el siglo IV, la primera víctima mortal fue él, decapitado en Tréveris el año 385 con media docena de inocentes compañeros y hasta una honorable viuda.
Hay que cuestionar la leyenda negra que se ha cernido históricamente sobre Prisciliano, obispo de Ávila, ajusticiado inicuamente en Tréveris (Alemania). Como decían los versos de León Felipe, su presunta historia -la que cuentan los concilios y recogen la mayoría de las historias de la Iglesia-, está “repleta de mentiras”; mientras su memoria mítica de mártir, las presuntas fábulas que también corrían sobre él, está “llena de verdades”, y así lo reconocen ahora los historiadores y teólogos, desde el descubrimiento de sus escritos en una biblioteca de Baviera a finales del siglo XIX.
Poco a poco, el “hereje” Prisciliano fue siendo rehabilitado; aunque tarde en llegarle su hora en la oficialidad, como ya ocurrió con Galileo y otros. Ya el propio Prisciliano había negado las falsas acusaciones en su “Liber Apologeticus” dirigido al papa Dámaso; allí niega vehementemente las acusaciones de idolatría y prácticas mágicas, relativas a conjuros e imprecaciones al sol y la luna, condenando una larga serie de herejías, especialmente el maniqueísmo, la acusación más grave de que fue objeto. La presunta herejía de la doctrina priscilianista fue perdiendo su fundamento con la difusión de “Tratados“, encontrado por el investigador G. Schepss en Baviera, a finales del s.XIX. El teólogo protestante F. Paret, publica una obra poco después del descubrimiento de estos manuscritos, donde califica a Prisciliano como justo reformador desde el mismo título: “Prisciliano. Un reformador del siglo IV“, presentándolo como digno predecesor de Martín Lutero. El obispos católico suizo E. Herzog insiste en la misma tesis exculpatoria; para él, el mantenimiento de la tradición heresiológica contra Prisciliano es el resultado de una cerril resistencia de la Iglesia a justificar teológicamente los procesos contra presuntos herejes del pasado.
A comienzos del siglo XX, el teólogo francés E.Ch. Babut, en “Priscillien et le priscilianisme“, defiende a Prisciliano como un hombre bueno, inocente de los cargos y herejías de los que fue acusado por un sector del episcopado hispano que veía peligrar su influencia. Babut habla del “ardor de su piedad, la vivacidad espontánea de su amor por Dios Cristo”. En fin, décadas después, el teólogo holandés A. B. J. M. Goosen escribe su magna obra “Las bases del ascetismo cristiano de Prisciliano” (“Achtergronden van Priscillianus christelijke Ascese“); piensa que fue “muy injustamente tratado este hombre cuyo cuerpo está enterrado en alguna parte del jardín de Galicia… -como dijo en una conferencia en Galicia- fue un hombre con el corazón lleno de amor ardiente por su Cristo-Dios y por la Iglesia, que vivía del Espíritu Santo de Cristo… un hombre atrayente, retórico y asceta, humilde y puro de corazón”.
Pero, a pesar de tantos argumentos a favor, aun debemos esperar la rehabilitación oficial de Prisciliano, el mártir de Tréveris, por parte de la jerarquía eclesiástica. Desgraciadamente, hoy como ayer, esta jerarquía sigue condenando cualquier disidencia y dando señales de intolerancia. No en vano, Prisciliano, además de ser un gran teólogo injustamente acusado de hereje, fue un asceta, impulsor del primer movimiento monástico en la Hispania; pero no con un “ascetismo conformista”, sino rebelde; como han estudiado W. Schatz, Goosen, Justo Pérez de Urbel, J. Mª Blázquez, etc. Y fue también un profeta iniciador de un movimiento social por una iglesia y una sociedad más justa e igualitaria, como han estudiado Abilio Barbero y Marcelo Vigil; un “profeta contra el poder” clerical, como lo define Xosé Chao Rego.
Como decía Luis Racionero en la cita del comienzo del texto anterior “Prisciliano cuestionó muchas cosas y le tocó perder“. Como al profeta de Nazaret, aunque la historia le vaya haciendo justicia.
¿Qué podemos decir de la teología y el pensamiento de Prisciliano?
Durante siglos solo conocimos los informes pervertidos que nos fornecían las condenas de los concilios y los escritores eclesiásticos antipriscilianistas. Hoy ya conocemos sus escritos; ya nos es posible escuchar “directamente” a Prisciliano, tras siglos de conocerlo sólo por terceros y de manera manipulada.
Sabemos que Prisciliano pudo escribir una extensa obra. De ella conocemos hoy dos fundamentales, que gran parte de los estudiosos consideran de su autoría (G. Schepps, E. Ch. Babut, H. Chadwick, B. Vollmann, S. Fernández Ardanaz…): Tratados y Cánones a las epístolas paulinas. Los “Tractatus”, que conocemos por un manuscrito del siglo V-VI (Mo.th.Q.3) descubierto en 1885 por G. Schepss en la Biblioteca da Universidad de Würzburg (Baviera), son: Liber Apologeticus, Lib. ad Damasum, Lib. de fide et Apocryphis, Tractatus Paschae, Tract. Genesis, Tract. Exodi, Tract. primi Psalmi, Tract. tertii Psalmi. Tract. ad populum y la Benedictio super fideles, magnífica pieza eucológica de una hermosura arcaica y misteriosa. Los Canones in Pauli apostoli epistolas son 90 pequeños textos, en tiempos atribuidos a San Jerónimo, pero que hoy se reconocen de Prisciliano.
También conocemos otras dos obras más, de las que no podemos garantizar su autoría aunque sin son considerados escritos del círculo priscilianista: Prólogos monarquianos a los cuatro evangelios y La fe católica trinitaria.
Los “Tratados” y “Cánones” manifiestan que la conducta religiosa priscilianista tiene, en síntesis, estos elementos: Defensa del ideal del ascetismo, particularmente del celibato, pero sin condenar el matrimonio, como se le acusó falsamente. Renuncia a los bienes mundanos. Abstención da carne e do alcohol. Apartarse de la iglesia durante los períodos de Cuaresma y Navidad. Estudio de las Escrituras incluyendo los Apócrifos. Importancia del don de profecía carismática, recibido sin mediación de la jerarquía eclesiástica, con especial énfasis en la figura del maestro (“doctor”). Defensa de la igualdad de sexos (las mujeres también pueden ser “doctoras”) y estamentos sociales entre los creyentes.
Prisciliano era, ante todo, un teólogo, como dice claramente Romero Pose (cf. el trabajo citado anteriormente): “Merece un lugar especialísimo en la historia del pensamiento cristiano… despunta como un gigante en los medios teológicos del s. IV”. Igualmente, su maestro, el P. Orbe, dice que Prisciliano es un teólogo genial, con la teología “más difícil de Occidente”. El patrólogo jesuita estudia particularmente su difícil, compleja y riquísima teología trinitaria, en su Tratado sobre la Trinidad (“Doctrina trinitaria del anónimo priscilianista ‘De trinitate fidei catholica’. Exégesis en Jn 1, 1-4”, Gregorianum 49, 1968; un largo trabajo de 50 densas páginas). La afirmación fundamental es: Dios es uno y el Verbo es Dios, hay una unidad indisociable entre Dios Padre y Dios Hijo. Si los autores eclesiásticos son bastante explícitos sobre el Padre y el Hijo al hablar de la Trinidad, pero “resultan desesperadamente sobrios a propósito del Espíritu Santo”, dice Orbe, “no así el ‘De trinitate fidei’, que expone la teología del E.S. en páginas de excepcional interés”. Prisciliano “concibe una Sabiduría dinámica, espíritu operante de Dios”, que se manifiesta en el Hijo; es “el misterio de la inhabitación divina en el hombre”. Como el Padre y el Hijo, el E.S. es sin principio, ab aeterno, como la Vida de Dios; de este modo, Prisciliano se mantiene en la teología cristiana ortodoxa.
Además de hablar de Cristo-Dios y la Trinidad, la teología de Prisciliano hace brotar una espiritualidad a partir de sus ideas sobre el hombre y el cosmos, que también dieron lugar a malas interpretaciones que llegaron a hacer de el un druida celta.
"No es el temor sino la Fe quien me hace amar
lo bueno y rechazar lo malo".
Prisciliano
Prisciliano fue un señor hispano romano cristianizado del siglo IV que, medio siglo después del gran Concilio de Nicea (325, convocado y presidido por el emperador Constantino a instancias de su consejero, San Osio de Córdoba, el redactor del Credo), mientras se consolidaba la involucración del Imperio de Roma con la Iglesia de Cristo, instituciones ambas sujetas a planes y programas universales o católicos que buscaban extenderse a todos los hombres, comenzó a predicar doctrinas disolventes para la eutaxia social, en tanto que prometían fantasiosas salvaciones eternas individuales.
Sus prédicas fueron contagiando de elitismo egoísta y antisocial a otros cristianos, que le tuvieron por adalid y aún le elevaron al obispado de Ávila. Fracasados los intentos de conciliación y su reacomodo a la ortodoxia del I Concilio de Zaragoza (380), y al persistir en propagar creencias tan engañosas que iban acompañadas de prácticas supersticiosas y mágicas incompatibles con el estadio de racionalidad filosófico teológica propio de aquellos tiempos, pareció necesario decapitar a Prisciliano junto a otros dirigentes de la secta, lo que se ejecutó en Tréveris el año 385.
El emperador Teodosio (otro señor hispano romano, nacido en una villa del municipio de Coca, a menos de 50 millas de Ávila), que conocía de cerca las andanzas de su paisano Prisciliano, supuso terminada tal disidencia con la decapitación autorizada por su usurpador Magno Clemente Máximo (derrotado y ejecutado en 388, Teodosio mandó que la cabeza de Máximo circulase por las provincias), y hasta su muerte en 395 no le preocupó el activismo de los seguidores del obispo de Ávila. Pasividad que aprovecharon los priscilianistas, que trasladaron a Hispania como reliquias los cuerpos de los ejecutados en Tréveris y, transformado Prisciliano en mártir, reavivaron la expansión del fanatismo. El Primer Concilio de Toledo, en 400, tuvo ya que prestar atención especial y nominal a esta secta: Comienzan los artículos de la fe católica contra todas las herejías, y sobre todo contra los Priscilianos.
Los obispos misioneros priscilianistas encontraron más facilidades para su labor en las zonas menos civilizadas de Hispania, donde había más villas y aldeas que ciudades. Se asentaron así principalmente por el noroeste de la Gallaecia, provincia formada por tres conventus con sus capitales en Lugo, Braga y Astorga, y persistieron al descomponerse poco después el Imperio y producirse en 409 la bárbara invasión de Hispania por suevos, vándalos y alanos. Durante más de siglo y medio priscilianistas más o menos degenerados actuaron entre los rústicos de aquellos pagos, sometidos a los suevos. Siglo y medio después coincidió la decadencia de suevos y priscilianistas. Martín, eficaz especialista, supo corregir los errores de aquellas gentes volviéndolas al catolicismo (mientras, merovingios y bizantinos pretendían influir, a su vez, en el reino suevo frente a los visigodos). Nacido hacia 510 en la lejana Panonia, tras haber actuado durante varios años por Palestina, llega a Braga hacia 550 y funda en sus afueras el monasterio de Dumio, que hacia 556 es reconocido como diócesis por Lucrecio, obispo de Braga, y él, Martín de Dumio, como obispo. Interviene en el I Concilio de Braga, de 561, que de nuevo condena la tenaz persistencia de la herejía prisciliana, y al año siguiente ya es Obispo de Braga. Para su labor evangelizadora San Martín de Braga redacta De correctione rusticorum, y el éxito recristianizador del panonio fue tal que San Martín Dumiense o Bracarense (contradistinto de San Martín de Tours) es tenido desde hace siglos por Apóstol de los suevos y Apóstol de Galicia.
Pervivieron un tiempo vestigios priscilianistas, mencionados en concilios posteriores, pero pronto Prisciliano fue uno más entre tantos heresiarcas, sectarios y personajes pintorescos que hacen tan entretenida la historia eclesiástica. Como es natural, desde muy pronto, procuró la ortodoxia católica triunfante situar las raíces del supuesto mal contagioso que habría corrompido a Prisciliano en fuentes lejanas y extranjeras, a la vez que se añadían vicios psicológicos y depravaciones morales a su biografía, para mejor explicar a los rústicos aquellos desvíos, pues sería imprudente recordar con detalle disputas dogmáticas teológico político prácticas, siempre susceptibles de reaparecer.
Prisciliano, introductor del ascetismo en Hispania, Las fuentes.
Estudio de la investigación moderna de Yanka //elrincondeyanka.blogspot.com/
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Ocultismo y poderes carismáticos en la Iglesia primitiva
HENRY CHADWICK
1 comments :
Lo que no es cierto es que los restos de Prisciliano sean los que están en la Catedral de Santiago como tampoco son los del Apóstol. No se sabe de quien son, incluso se dice que son de varias personas.
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