👉 Prisciliano 👈
¿Un hereje licencioso
o un gran teólogo y un santo mártir?
“Si atentamente miras
has de hallar en la vida atrocidades…
Las historias repletas de mentiras
y las fábulas llenas de verdades”. León Felipe
“Los santos son herejes que tienen éxito, los herejes son santos fracasados. Prisciliano cuestionó muchas cosas, y le tocó perder” (Luis Racionero)
¿Quien fue Prisciliano? ¿Un hereje, un peligroso mago, “el último druida”… acaso un licencioso e incluso un libidinoso insaciable… O más bien un gran teólogo, un buen pastor y conductor de masas, un santo y, a la postre, un mártir injustamente condenado? La ortodoxia de la iglesia lo ha condenado repetidamente; desde figuras tan grandes como San Agustín o san Jerónimo, o concilios como los de Toledo y Braga (siglos V-VI) y luego en los siglos pasados hasta el mismo siglo XX. Pero hace más de cien años se ha iniciado su rehabilitación. Y Eugenio Romero Pose –que antes de obispo auxiliar de Madrid, fue reputado patrólogo– reconoce que hay un Prisciliano “oficial” –el del género literario del hereje, que cuadra con un estereotipo de hereje– y otro “real” (Priscilián: historia e ficción, A Trabe de ouro 26, 1996).
Las condenas empezaron ya en el s.IV con su gran enemigo el obispo Itacio de Ossonoba, que le colgó todas las herejías posibles de su tiempo; algunas incluso contradictorias. “Fue para los teólogos españoles una especie de monstruo legendario”, escribe E.Ch. Babut en una obra de referencia: Priscillien et le priscilianisme“.
San Agustín, mal informado por Paulo Orosio y luego por Consencio, ve en él una mezcla horrible y confusa de todas las aberraciones teológicas. Dirigido a ellos, escribe sus obras Ad Orosium contra Priscillianistas et Origenistas y Ad Consentium contra mendacium (tratado “contra la mentira” que dice practican sistemáticamente los priscilianistas); y ya al final de su vida lo incluye en su catálogo de herejes, calificando el priscilianismo como mezcla de doctrinas gnósticas y maniqueas, “una cloaca a la que van a parar varios desagües e inmundicias”. San Jerónimo llega a decir de Prisciliano que pasó “de mago a obispo”, fue panteísta, maniqueo, pelagiano, gnóstico… y fue “condenado por la tierra entera” (Ep. 133).
Fue un insigne gallego, Orosio, uno de los primeros impulsores de la tendencia antipriscilianista, con su Commonitorium de errore Priscillianistarum et Origenistarum. Y muchos siglos después, otro clérigo gallego, el canónigo e historiador compostelano López Ferreiro, fue quien escribió en su libro Estudio histórico-crítico sobre el priscilianismo los mayores insultos contra Prisciliano: “inmunda exhalación”, “depravado y falsario” de “pasión satánica”, “heresiarca de inmundas teorías”, “execrable dogma”, “miasma metafísico y corrompido”, “foco de corrupción y pestilencia”… En fin, el erudito Marcelino Menéndez Pelayo habla de Prisciliano y sus seguidores en su Historia de los heterodoxos españoles como de una secta gnóstica ocultista de raíz maniquea: “los últimos anillos de la gran serpiente gnóstica que desde el primer siglo cristiano venía enredándose al recio tronco de la fe, pretendiendo ahogarlo”.
Cuando a alguien se le cuelgan todas las herejías, pecados y depravaciones, cabe sospechar que a ese “todo” bien podría corresponder “nada”, como veremos. En todo caso, aunque hubiese alguna heterodoxia en el pensamiento y la praxis de Prisciliano, lo más dramáticamente cierto fue que en la “caza de brujas” que la ortodoxia católica inició en el siglo IV, la primera víctima mortal fue él, decapitado en Tréveris el año 385 con media docena de inocentes compañeros y hasta una honorable viuda.
Hay que cuestionar la leyenda negra que se ha cernido históricamente sobre Prisciliano, obispo de Ávila, ajusticiado inicuamente en Tréveris (Alemania). Como decían los versos de León Felipe, su presunta historia -la que cuentan los concilios y recogen la mayoría de las historias de la Iglesia-, está “repleta de mentiras”; mientras su memoria mítica de mártir, las presuntas fábulas que también corrían sobre él, está “llena de verdades”, y así lo reconocen ahora los historiadores y teólogos, desde el descubrimiento de sus escritos en una biblioteca de Baviera a finales del siglo XIX.
Poco a poco, el “hereje” Prisciliano fue siendo rehabilitado; aunque tarde en llegarle su hora en la oficialidad, como ya ocurrió con Galileo y otros. Ya el propio Prisciliano había negado las falsas acusaciones en su “Liber Apologeticus” dirigido al papa Dámaso; allí niega vehementemente las acusaciones de idolatría y prácticas mágicas, relativas a conjuros e imprecaciones al sol y la luna, condenando una larga serie de herejías, especialmente el maniqueísmo, la acusación más grave de que fue objeto. La presunta herejía de la doctrina priscilianista fue perdiendo su fundamento con la difusión de “Tratados“, encontrado por el investigador G. Schepss en Baviera, a finales del s.XIX. El teólogo protestante F. Paret, publica una obra poco después del descubrimiento de estos manuscritos, donde califica a Prisciliano como justo reformador desde el mismo título: “Prisciliano. Un reformador del siglo IV“, presentándolo como digno predecesor de Martín Lutero. El obispos católico suizo E. Herzog insiste en la misma tesis exculpatoria; para él, el mantenimiento de la tradición heresiológica contra Prisciliano es el resultado de una cerril resistencia de la Iglesia a justificar teológicamente los procesos contra presuntos herejes del pasado.
A comienzos del siglo XX, el teólogo francés E.Ch. Babut, en “Priscillien et le priscilianisme“, defiende a Prisciliano como un hombre bueno, inocente de los cargos y herejías de los que fue acusado por un sector del episcopado hispano que veía peligrar su influencia. Babut habla del “ardor de su piedad, la vivacidad espontánea de su amor por Dios Cristo”. En fin, décadas después, el teólogo holandés A. B. J. M. Goosen escribe su magna obra “Las bases del ascetismo cristiano de Prisciliano” (“Achtergronden van Priscillianus christelijke Ascese“); piensa que fue “muy injustamente tratado este hombre cuyo cuerpo está enterrado en alguna parte del jardín de Galicia… -como dijo en una conferencia en Galicia- fue un hombre con el corazón lleno de amor ardiente por su Cristo-Dios y por la Iglesia, que vivía del Espíritu Santo de Cristo… un hombre atrayente, retórico y asceta, humilde y puro de corazón”.
Pero, a pesar de tantos argumentos a favor, aun debemos esperar la rehabilitación oficial de Prisciliano, el mártir de Tréveris, por parte de la jerarquía eclesiástica. Desgraciadamente, hoy como ayer, esta jerarquía sigue condenando cualquier disidencia y dando señales de intolerancia. No en vano, Prisciliano, además de ser un gran teólogo injustamente acusado de hereje, fue un asceta, impulsor del primer movimiento monástico en la Hispania; pero no con un “ascetismo conformista”, sino rebelde; como han estudiado W. Schatz, Goosen, Justo Pérez de Urbel, J. Mª Blázquez, etc. Y fue también un profeta iniciador de un movimiento social por una iglesia y una sociedad más justa e igualitaria, como han estudiado Abilio Barbero y Marcelo Vigil; un “profeta contra el poder” clerical, como lo define Xosé Chao Rego.
Como decía Luis Racionero en la cita del comienzo del texto anterior “Prisciliano cuestionó muchas cosas y le tocó perder“. Como al profeta de Nazaret, aunque la historia le vaya haciendo justicia.
¿Qué podemos decir de la teología y el pensamiento de Prisciliano?
Durante siglos solo conocimos los informes pervertidos que nos fornecían las condenas de los concilios y los escritores eclesiásticos antipriscilianistas. Hoy ya conocemos sus escritos; ya nos es posible escuchar “directamente” a Prisciliano, tras siglos de conocerlo sólo por terceros y de manera manipulada.
Sabemos que Prisciliano pudo escribir una extensa obra. De ella conocemos hoy dos fundamentales, que gran parte de los estudiosos consideran de su autoría (G. Schepps, E. Ch. Babut, H. Chadwick, B. Vollmann, S. Fernández Ardanaz…): Tratados y Cánones a las epístolas paulinas. Los “Tractatus”, que conocemos por un manuscrito del siglo V-VI (Mo.th.Q.3) descubierto en 1885 por G. Schepss en la Biblioteca da Universidad de Würzburg (Baviera), son: Liber Apologeticus, Lib. ad Damasum, Lib. de fide et Apocryphis, Tractatus Paschae, Tract. Genesis, Tract. Exodi, Tract. primi Psalmi, Tract. tertii Psalmi. Tract. ad populum y la Benedictio super fideles, magnífica pieza eucológica de una hermosura arcaica y misteriosa. Los Canones in Pauli apostoli epistolas son 90 pequeños textos, en tiempos atribuidos a San Jerónimo, pero que hoy se reconocen de Prisciliano.
También conocemos otras dos obras más, de las que no podemos garantizar su autoría aunque sin son considerados escritos del círculo priscilianista: Prólogos monarquianos a los cuatro evangelios y La fe católica trinitaria.
Los “Tratados” y “Cánones” manifiestan que la conducta religiosa priscilianista tiene, en síntesis, estos elementos: Defensa del ideal del ascetismo, particularmente del celibato, pero sin condenar el matrimonio, como se le acusó falsamente. Renuncia a los bienes mundanos. Abstención da carne e do alcohol. Apartarse de la iglesia durante los períodos de Cuaresma y Navidad. Estudio de las Escrituras incluyendo los Apócrifos. Importancia del don de profecía carismática, recibido sin mediación de la jerarquía eclesiástica, con especial énfasis en la figura del maestro (“doctor”). Defensa de la igualdad de sexos (las mujeres también pueden ser “doctoras”) y estamentos sociales entre los creyentes.
Prisciliano era, ante todo, un teólogo, como dice claramente Romero Pose (cf. el trabajo citado anteriormente): “Merece un lugar especialísimo en la historia del pensamiento cristiano… despunta como un gigante en los medios teológicos del s. IV”. Igualmente, su maestro, el P. Orbe, dice que Prisciliano es un teólogo genial, con la teología “más difícil de Occidente”. El patrólogo jesuita estudia particularmente su difícil, compleja y riquísima teología trinitaria, en su Tratado sobre la Trinidad (“Doctrina trinitaria del anónimo priscilianista ‘De trinitate fidei catholica’. Exégesis en Jn 1, 1-4”, Gregorianum 49, 1968; un largo trabajo de 50 densas páginas). La afirmación fundamental es: Dios es uno y el Verbo es Dios, hay una unidad indisociable entre Dios Padre y Dios Hijo. Si los autores eclesiásticos son bastante explícitos sobre el Padre y el Hijo al hablar de la Trinidad, pero “resultan desesperadamente sobrios a propósito del Espíritu Santo”, dice Orbe, “no así el ‘De trinitate fidei’, que expone la teología del E.S. en páginas de excepcional interés”. Prisciliano “concibe una Sabiduría dinámica, espíritu operante de Dios”, que se manifiesta en el Hijo; es “el misterio de la inhabitación divina en el hombre”. Como el Padre y el Hijo, el E.S. es sin principio, ab aeterno, como la Vida de Dios; de este modo, Prisciliano se mantiene en la teología cristiana ortodoxa.
Además de hablar de Cristo-Dios y la Trinidad, la teología de Prisciliano hace brotar una espiritualidad a partir de sus ideas sobre el hombre y el cosmos, que también dieron lugar a malas interpretaciones que llegaron a hacer de el un druida celta.
"No es el temor sino la Fe
quien me hace amar
lo bueno y rechazar lo malo".
Prisciliano
Prisciliano fue un señor hispano romano cristianizado del siglo IV que, medio siglo después del gran Concilio de Nicea (325, convocado y presidido por el emperador Constantino a instancias de su consejero, San Osio de Córdoba, el redactor del Credo), mientras se consolidaba la involucración del Imperio de Roma con la Iglesia de Cristo, instituciones ambas sujetas a planes y programas universales o católicos que buscaban extenderse a todos los hombres, comenzó a predicar doctrinas disolventes para la eutaxia social, en tanto que prometían fantasiosas salvaciones eternas individuales.
Sus prédicas fueron contagiando de elitismo egoísta y antisocial a otros cristianos, que le tuvieron por adalid y aún le elevaron al obispado de Ávila. Fracasados los intentos de conciliación y su reacomodo a la ortodoxia del I Concilio de Zaragoza (380), y al persistir en propagar creencias tan engañosas que iban acompañadas de prácticas supersticiosas y mágicas incompatibles con el estadio de racionalidad filosófico teológica propio de aquellos tiempos, pareció necesario decapitar a Prisciliano junto a otros dirigentes de la secta, lo que se ejecutó en Tréveris el año 385.
El emperador Teodosio (otro señor hispano romano, nacido en una villa del municipio de Coca, a menos de 50 millas de Ávila), que conocía de cerca las andanzas de su paisano Prisciliano, supuso terminada tal disidencia con la decapitación autorizada por su usurpador Magno Clemente Máximo (derrotado y ejecutado en 388, Teodosio mandó que la cabeza de Máximo circulase por las provincias), y hasta su muerte en 395 no le preocupó el activismo de los seguidores del obispo de Ávila. Pasividad que aprovecharon los priscilianistas, que trasladaron a Hispania como reliquias los cuerpos de los ejecutados en Tréveris y, transformado Prisciliano en mártir, reavivaron la expansión del fanatismo. El Primer Concilio de Toledo, en 400, tuvo ya que prestar atención especial y nominal a esta secta: Comienzan los artículos de la fe católica contra todas las herejías, y sobre todo contra los Priscilianos.
Los obispos misioneros priscilianistas encontraron más facilidades para su labor en las zonas menos civilizadas de Hispania, donde había más villas y aldeas que ciudades. Se asentaron así principalmente por el noroeste de la Gallaecia, provincia formada por tres conventus con sus capitales en Lugo, Braga y Astorga, y persistieron al descomponerse poco después el Imperio y producirse en 409 la bárbara invasión de Hispania por suevos, vándalos y alanos. Durante más de siglo y medio priscilianistas más o menos degenerados actuaron entre los rústicos de aquellos pagos, sometidos a los suevos. Siglo y medio después coincidió la decadencia de suevos y priscilianistas. Martín, eficaz especialista, supo corregir los errores de aquellas gentes volviéndolas al catolicismo (mientras, merovingios y bizantinos pretendían influir, a su vez, en el reino suevo frente a los visigodos). Nacido hacia 510 en la lejana Panonia, tras haber actuado durante varios años por Palestina, llega a Braga hacia 550 y funda en sus afueras el monasterio de Dumio, que hacia 556 es reconocido como diócesis por Lucrecio, obispo de Braga, y él, Martín de Dumio, como obispo. Interviene en el I Concilio de Braga, de 561, que de nuevo condena la tenaz persistencia de la herejía prisciliana, y al año siguiente ya es Obispo de Braga. Para su labor evangelizadora San Martín de Braga redacta De correctione rusticorum, y el éxito recristianizador del panonio fue tal que San Martín Dumiense o Bracarense (contradistinto de San Martín de Tours) es tenido desde hace siglos por Apóstol de los suevos y Apóstol de Galicia.
Pervivieron un tiempo vestigios priscilianistas, mencionados en concilios posteriores, pero pronto Prisciliano fue uno más entre tantos heresiarcas, sectarios y personajes pintorescos que hacen tan entretenida la historia eclesiástica. Como es natural, desde muy pronto, procuró la ortodoxia católica triunfante situar las raíces del supuesto mal contagioso que habría corrompido a Prisciliano en fuentes lejanas y extranjeras, a la vez que se añadían vicios psicológicos y depravaciones morales a su biografía, para mejor explicar a los rústicos aquellos desvíos, pues sería imprudente recordar con detalle disputas dogmáticas teológico político prácticas, siempre susceptibles de reaparecer.
Bajo la dudosa categoría de «memoria histórica», en la España del siglo XXI tiene lugar, gracias al empuje tanto de algunos organismos oficiales como de instituciones privadas, alimentando el afán de diversas empresas editoriales y el debate nacido en los así llamados «laboratorios de ideas», una recuperación de ciertos episodios más o menos oscurecidos de la Historia española, como por ejemplo la Guerra Civil para la «izquierda» o para la Leyenda Negra para la «derecha». En todos estos análisis brilla por su ausencia una perspectiva que, a pesar de ello, todavía goza de una buena consideración a ojos de un selecto de grupo: los estudios acerca de esa «España Mágica» delimitada por el gran Fernando Sánchez Dragó en su apabullante "Gárgoris y Habidis": Una historia mágica de España (1978).
Un 16 de agosto de 1973, Sánchez Dragó escribía: «¿Puedo sentirme sincretista, creer que la verdad se manifiesta de muchas formas, admitir que fuera de la Iglesia hay salvación y hasta dudar de que exista dentro de ella? Cristiano soy, no papalino, protestante o popista. Mi religión es evangélica, gnóstica, cátara y española: la religión de Prisciliano, Lulio, Juan de la Cruz y Miguel de Molinos. Lo demás —Roma, Bizancio, Canterbury— me parecen vanidades laicas, capítulos de una conspiración política bien tramada, pero pasajera». A pesar de los bandazos que diera en tantos otros temas, este «credo» fundamental de la Dragontea continuó siendo el mismo hasta el final. El 18 de abril de 2020 Dragó escribió en sus redes sociales: «Confieso que yo también me he creído en ocasiones la reencarnación de alguien. Sobre todo de Prisciliano, el hereje gallego del siglo IV, degollado en Tréveris y enterrado en la cripta que luego fue jacobea». Así pues, el hereje español más célebre del siglo XX apunta directamente al gnóstico gallego del siglo IV, Prisciliano, como estandarte de la «España Mágica».
Prisciliano nació en Iria Flavia (igual que Camilo José Cela), procedente de una familia aristocrática, alrededor del año 340, si bien no saltó a la fama como predicador hasta el año 379. Según el cronista Sulpicio Severo, Prisciliano fue instruido por una mística mujer llamada Agapé, que era conocida por haber fundado un grupo gnóstico en Barcelona hacia el año 375 de nuestra era. Tanto Agapé como sus discípulas, las agapetas, eran una suerte de libertinas de la época para las cuales toda noción de «vicio» o «impureza» no eran otra cosa que férreos mecanismos de control moral sobre la sociedad y las verdaderas posibilidades espirituales de Eros. Algunas de las más importantes alumnas de Prisciliano, como Eucrotia y su hija Procula, eran continuadoras de esta estirpe y acabaron siendo decapitadas, en tanto que “brujas”, debido a sus transgresiones.
Llegado a Galia directamente desde Palestina, el gnóstico Marcos, destacado adivino nacido en Menfis pero instruido en Aquitania y educado en Alejandría, trasladó a Europa un culto a la diosa llamada Gracia (o «Charis») que no tardaría en extenderse a España. Fuese una sustancia alucinógena o dulce fruto de una ceremonia sexual, lo cierto es que esta opaca Gracia causó furor entre los adeptos, especialmente aquellos femeninos, que seguían a Marcos. Mediante estos y otros extraños rituales, de los que se sabe poco, Marcos conseguía convertir en místicas y hasta en profetas a sus sacerdotisas, que lograban generar combinaciones de palabras sugerentes e incluso iluminadoras, que hoy nos recuerdan tanto a las pitonisas de Delfos como a la célebre «escritura automática» de los surrealistas.
Así pues, Ágape habría estado directamente formada en los excesos nocturnos de Marcos, llegando a destacar como una de sus más insignes discípulas. Como todo gnóstico que se precie, Prisciliano, como antes Marcos, era un férreo defensor del antinatalismo, del gozo sexual célibe y sin procreación o incluso de la abstinencia, por considerar que traer hijos a este mundo en Caída supone entregarle víctimas propiciatorias al Demiurgo. En ese sentido escribe Alexandrian: «El común denominador de todos los gnósticos era el rechazo de la procreación; los que propugnaban la continencia, la abolición del matrimonio, lo hacían con esa intención; los que se entregaban a las relaciones sexuales las hacían infecundas por medio de la contracepción y el aborto. Creían que el Demiurgo había dicho “creced y multiplicaos” a fin de perpetuar la desdicha de la humanidad sobre la tierra».
Higinio, obispo de Córdoba, inició una dura campaña contra Prisciliano y pronto se vio reforzado por el apoyo de Idacio, obispo de Mérida. En respuesta, Instancio y Salviano nombraron a Prisciliano obispo de Ávila; el nombramiento apenas si afectará a sus inquisidores, que en secreto ya lo habían condenado. Con el caso de Prisciliano, la Iglesia comenzó la persecución por la libertad de conciencia religiosa que más tarde se cebaría con sus herederos espirituales: cátaros (los «puros»), templarios (del Templo del rey Salomón), masones (albañiles y constructores de catedrales), etcétera. Con su condena, que anuncia la de Lutero, se quiso evitar la difusión del gnosticismo dentro de la Iglesia.
Prisciliano, que terminaría siendo obispo de Ávila, si bien más tarde condenado en los concilios de Zaragoza (380) y Burdeos (385), hasta su decapitación en Tréveris, sin duda fue más lejos que sus antecesores, como Basílides, Marcos o Ágape, en las prácticas mágicas encaminadas a invocar a la diosa mediante extraños ritos dionisíacos. Más influyente incluso que Ágape sobre las ideas de Prisciliano resultaría el célebre retórico de Burdeos, Delphidius, a su vez casado con la más importante de las discípulas del hereje gallego, Eucrocia, quien a su vez sería rebautizada como Ágape. Como Pico della Mirandola y tantos otros magos, Prisciliano era un seductor, un druida instruido en los secretos de la magia sexual, que pronto pasaría a morir y renacer en calidad de reformador religioso. Quizás sea por eso que ambos dos, Marcos y Prisciliano, serán condenados por Ithacio de Ossanova.
Frente a la reciente prohibición papal de unos textos sagrados que empezarán a sepultarse bajo el rótulo de «apócrifos», Prisciliano defenderá el contenido gnóstico de estas enseñanzas. Incluso irá mucho más allá: para él y para sus seguidores, los priscilianistas, los humanos nacemos en un mundo, el de la materia inmanente, a consecuencia de un pecado del que no somos conscientes, pero nuestro verdadero Padre no es el falso Dios llamado Demiurgo, sino el Uno innombrable que no podemos conocer. Prisciliano no sólo defendía el empleo de textos apócrifos, también bebía de libros encuadrados dentro de aquello que Cornelio Agrippa denominaría como «filosofía oculta» varios siglos después.
René Guénon distinguía «Gnosis» de «gnosticismo», igual que Religión de religiones. Este mundo, según la cosmovisión gnóstica, es una creación del Adversario, de Satán, del Maligno, describiendo un aciago cosmos que confluye con las nociones pesimistas de Emil Cioran (fascinado por Teresa de Ávila), que escribió sobre el Demiurgo desde una perspectiva antinatalista, o Albert Camus (tesis sobre neoplatonismo), para quien la condición humana “despierta”, que diríamos, era la extranjería despojada de la madre (la Sabiduría) y enfrentada al status quo social. No olvidemos que Meursault, como antes Prisciliano, muere decapitado por no encajar en el sistema de valores del Estado, igual que el gallego no comulgaba con los valores de la Iglesia.
El Dios de Prisciliano está compuesto del Logos, un Principio Masculino y de Sofía, un Principio Femenino. Entre las obras de Prisciliano de las que tenemos noticia, destaca su Himno a Jesucristo, que fue borrado casi totalmente junto al resto de textos del gallego. Cuando en el año 383 Magno Clemente Máximo se convierte en emperador, tras el asesinato de su antecesor y protector de los gnósticos, Graciano, en París, las doctrinas herméticas de Prisciliano, incrustadas dentro del cristianismo, serán perseguidas de forma inmisericorde desde Roma. La idea de que mediante el «pneuma» o espíritu se puede purificar a la materia para mejor elevarse más allá de la cárcel del Demiurgo, que ya encontramos presente en Mani (crucificado en Persia en el año 275), maestro del renegado maniqueo Agustín de Hipona, será considerada herética por la ortodoxia eclesiástica. La jerarquía eclesiástica acusó a un místico que gustaba de orar desnudo de ser un pervertido entregado a los peores vicios. Los supuestos garantes del legado de Cristo premiaron a Prisciliano por sus transgresiones con la tortura para obtener la misma confesión con la que justificarían su condena a muerte.
Una idea abiertamente herética de la «Gnosis» tal y como la entendía Prisciliano es que Dios del Antiguo Testamento es en realidad el Demiurgo. Prisciliano defendía la exégesis de las Sagradas Escrituras, frente a la lectura “literalista” de la Iglesia de su tiempo. También defendía la doctrina «emanantista», según la cual no hay una Creación unívoca, sino distintas emanaciones de lo divino, cada cual peor que la anterior por cuanto se aleja de lo Uno. Su marcado dualismo diferenciaba con claridad «Luz» de «Tiniebla» y «materia» de «espíritu». Como ocurrió después con los cátaros y los templarios, a los priscilianos se los acusó de orgías para dañar el rigor espiritual de sus prácticas eróticas; lo cierto es que practicaban con asiduidad reuniones secretas, solo para iniciados, convocadas en cuevas y demás recodos del bosque.
Según la cosmovisión de Prisciliano y sus seguidores, la vida consiste en perfeccionar el espíritu para dominar el cuerpo. Mediante el placer sexual sin reproducción y el ascetismo en determinadas fechas como la Navidad uno se aleja de la materia. Como el mundo es obra de Satán, el Demiurgo, Prisciliano consideraba que Jesús no pudo nacer en él; y por esa razón no celebraban ni la Navidad ni la Pascua: Jesús es un símbolo del Logos, un Mensajero de la Luz. También estaban contra la comunión: preferían las uvas al pan y la leche al vino. Los priscilanistas no creían en la resurrección de la carne, sino en la «metempsicosis» pitagórica o transmigración de todas aquellas almas que no se han liberado de su condición material. Siguiendo una tradición que se remonta hasta Pitágoras, Prisciliano ligó los movimientos de los astros con los posibles movimientos del cuerpo humano; y, además, defendía el uso de amuletos zodiacales, como el de «Abraxas», o de magia sexual, como el de la serpiente que se muerde la cola («Ouroboros»).
Hoy sabemos que esa peregrinación conocida bajo el sobrenombre de «Camino de Santiago» en realidad bebía de un original pagano que no terminaba en la ciudad de Compostela, sino en ese rincón imponente de la Costa de la Muerte que es el Faro de Finisterre. Tampoco la Cruz de Santiago, así llamada por la Orden de los Caballeros de Santiago, tiene nada que ver con el apóstol, a pesar de su errada asociación posterior. Sánchez Dragó, quien fundamentalmente bebe de lo escrito por Marcelino Menéndez Pelayo en su gran monumento del pensamiento, la Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), afirma en su libro que cuatro años después de la muerte de Prisciliano sus discípulos fundarán la España Mágica tal y como la conocemos, llevando sus restos mortales al lugar donde hoy se veneran los del apóstol Santiago, patrón del hermetismo católico, quien en realidad nunca habría visitado España.
Al concluir su peregrinación a Santiago de Compostela, Miguel de Unamuno exclamó: «El sepulcro de Santiago lo es de toda España, pero quizá repose en él Prisciliano, el gnóstico gallego, obispo de Ávila, que en el siglo IV mezcló el paganismo de sus paisanos con las doctrinas cristianas». La muerte de Prisciliano, como señala una vez más Dragó, supone el nacimiento de una sociedad secreta, la del priscilianismo, que además de fundar la España Mágica ha conseguido que, durante siglos, se veneren secretamente los restos mutilados y decapitados de un gnóstico incomparable. No hay que olvidar que los caballeros de la Orden del Temple fueron declarados protectores de la ruta que hoy conocemos como Camino de Santiago.
Además de los nexos evidentes con el Camino de Santiago, los vínculos entre el priscilianismo nacido en el siglo IV, coincidiendo históricamente con la expansión del culto de Mani en Persia, y el catarismo de claro signo gnóstico (especialmente antinatalista) de los siglos XII y XIII, finalmente destruido por la Iglesia Católica en «Cruzada albigense» que culminaría con la masacre del Castillo de Montségur en 1244, resultan evidentes cuando se examina la figura de la Dama tal y como la trabajaron los druidas, los trovadores y los cátaros, respectivamente.
Esos «minnesängers» que, como Wolfram von Eschenbach y demás trovadores que incluyen a los célebres «fedeli d’Amore» encabezados por Dante Alighieri, encontrarían en la España Mágica de Prisciliano y su impronta céltica un claro antecedente. En palabras de Otto Rahn: «La teogonía celtíbera parece haber sido dualista, la teogonía céltica lo era. Recién con la dominación romana se convirtió en politeísta, manteniéndose aún bajo su forma original durante varios más en los valles recónditos, inaccesibles y en las alturas de los Pirineos». En esos valles se mantuvo viva la llama del priscilanismo hasta su desaparición a finales del siglo VI. Acerca de lo que sucediera después con este culto mistérico, hoy sólo podemos guardar silencio.
Prisciliano, introductor del ascetismo en Hispania, Las fuentes.
Estudio de la investigación moderna de Yanka //elrincondeyanka.blogspot.com/
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Ocultismo y poderes carismáticos en la Iglesia primitiva
HENRY CHADWICK
1 comments :
Lo que no es cierto es que los restos de Prisciliano sean los que están en la Catedral de Santiago como tampoco son los del Apóstol. No se sabe de quien son, incluso se dice que son de varias personas.
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