EL Rincón de Yanka: VIA CRUCIS DE LA GRATUIDAD, CONTEMPLATIVO, DE ALABANZA Y PROFÉTICO

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viernes, 18 de abril de 2014

VIA CRUCIS DE LA GRATUIDAD, CONTEMPLATIVO, DE ALABANZA Y PROFÉTICO


MEDITACIONES SOBRE EL VIACRUCIS
Hablar de Jesús en primera persona


El libro también acoge un capítulo que se titula Viacrucis profético, en el que se "habla de Jesús en primera persona y nos contara Él su propia pasión". 
Asimismo, hay otros capítulos que lleva el título: Viacrucis contemplativo y Viacrucis de alabanza. 
"Me apetecía hacer algo así con las estaciones bíblicas, menos emocionales y más interiores que las tradicionales. Con éste quedaban compuestos dos bíblicos y dos tradicionales". 

Banquete espiritual

"Debido al tiempo de que he dispuesto por mis enfermedades, he continuado este banquete espiritual que han sido para mí los viacrucis, haciendo un comentario de cada una de las estaciones de ambos viacrucis. Estos comentarios, más largos y reposados, me han salido en plan de meditación. Se trata nada menos que veintiocho escritos de unas tres páginas cada uno, ya que he tratado las estaciones de ambos viacrucis, tanto el bíblico como el tradicional, incluso repitiendo las que coinciden. La primera sección de éstas la titulo: Meditaciones sobre el viacrucis de Juan Pablo IIy la segunda: Meditaciones sobre el viacrucis tradicional. Me he dado cuenta de que meditar en la pasión de Cristo no es una simple devoción para almas cándidas sino que es un alimento fuerte, un anuncio precioso del misterio pascual, un kerigma".

Dios quiso hacerse hombre

En este libro hay una fuerte acentuación de la humanidad de Jesucristo de la que "quiero imbuirme cada uno de los minutos de mi vida. Dios nos podía haber salvado con una palabra o con una decisión de autoridad incruenta pero quiso hacerse hombre y acercarse de esa manera a nuestra realidad pobre y sangrante", señala Chus Villarroel en el prólogo del libro.
"Todo lo que nos ayude a valorar y a enamorarse de la humanidad de Jesucristo en la que somos salvados es bueno o, mejor, muy bueno. En Cristo hombre habitó la plenitud de la divinidad que pasó por todas las amarguras de la humanidad para redimirlas". 

(Estaciones bíblicas) 
Monición introductoria 
Hermanos: El Señor Jesús ha resucitado. Vive para siempre y nunca más volverá a morir. Su humanidad fue juzgada y asesinada por el pecado de los hombres, de todos y cada uno de nosotros. Todos le gritamos a Poncio Pilatos que lo crucificara. Le creímos digno de muerte porque se oponía a nuestros planes. Dios, sin embargo, le dio la razón resucitándolo de entre los muertos. Es más, le ha constituido Señor y le ha nombrado Juez de vivos y de muertos. Le ha sido sometido todo en el cielo y en la tierra. No obstante, no hay nada que temer. Al contrario, tendremos vida a costa de su muerte. Su Espíritu nos hará entender este misterio de amor siguiendo sus huellas en este viacrucis. Démosle gracias y vivamos en oración, el testimonio de sus últimas horas en este mundo. 
1ª Estación: Jesús en el huerto de los olivos. 

Puesto de rodillas oraba diciendo: Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya. Cuanta mayor era su angustia, más insistentemente oraba. Su sudor se parecía a gotas espesas de sangre que caían a tierra (Lc 22, 41-44). 

Cuanto más sufrías, Señor, más insistentemente orabas. Eso dice tu evangelio. Llegaste hasta tal angustia que sudabas gotas de sangre. Tu humanidad, como la nuestra, aborrecía el sufrimiento y gritaste: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz”. Pero no fue posible, Señor, porque sufrías por todos nosotros. Allí estaba yo también con todos mis pesos. 

Ahora sólo quiero decirte una cosa: gracias por tu angustia, gracias por tus gotas de sangre; ellas son las que me salvan. No son mis 2 sufrimientos, ni mis esfuerzos, ni mis bondades los que cuentan. Eres tú, Señor, eres tú el único Salvador, la única ofrenda agradable al Padre. Que yo no me apoye en mis obras ni en mis méritos sino que crea en tu amor totalmente gratuito, sin pedir nada a cambio. Nadie me ha querido, nadie me ha buscado, nadie ha dado su vida por mí como tú lo has hecho. Nos amaste siendo enemigos tuyos, cuando no te entendíamos, cuando le pedimos a Pilatos tu vida. Jesús, eres único; gracias por el mal rato que pasaste en Getsemaní. 

2ª Estación. Jesús traicionado por Judas 

Todavía estaba Jesús hablando cuando se presentó Judas acompañado de un tropel de gente armada con espadas y palos. Se acercó Judas a Jesús y le dijo: Maestro. Acto seguido lo besó y entonces todos se abalanzaron sobre él para prenderlo (Mc 14, 43-46). 

El beso de Judas, Señor, es mi beso, el beso de cualquier hombre. ¡Qué contradicción! Con un gesto de amor te traicionamos. Los hombres somos así. Hacemos daño muchas veces con nuestros besos. Aún queriendo ser buenos, nos sale lo malo. No hay bondad en nosotros para poder besarte, para poder abrazarte, ni a ti ni a los hermanos. Estamos, como Judas, encerrados en nuestros intereses y, a veces, en nuestra malicia y pecado. Haz, Señor, que nos dejemos salvar por ti para que dejemos de ser Judas los unos para los otros. 

Tú, Jesús, vivo y resucitado para siempre, sabes besarnos y llenarnos de paz. Tú sabes besarnos en nuestras pobrezas y heridas. Tú abrazas y besas a los más pequeños, a los más necesitados. Siempre te pones de parte del excluido, del que es víctima, del que no tiene protección. Tú tienes experiencia de todo lo nuestro, de nuestras traiciones. Judas te traicionó, pero antes ya habías sido asesinado en Abel, vendido en José, perseguido al nacer, violado en niñas, excluido en los pobres, despreciado en los indefensos, injustamente tratado en todas las víctimas de la historia. Te necesitamos. Señor, necesitamos tu gracia para crear unas relaciones nuevas entre los hombres. Que tu gracia sane mis besos y los trasforme en besos de paz, de cariño, de perdón y misericordia. 

3ª Estación: Jesús condenado por el Sanedrín 

Otra vez le interrogó el sumo sacerdote: ¿”Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito”? Jesús respondió: “Si, lo soy… Al oír esto el sumo sacerdote dijo indignado. “¿Para qué queremos más testimonios?” ¡Ya habéis oído su blasfemia! ¿Qué os parece? Y todos a una le condenaron a muerte (Mc 14, 61- 64). 

Señor Jesús, tu profeta Isaías había dicho que serías entregado sin juicio, sin argumento, sin culpa. Es verdad, pero tú te expusiste a ser juzgado porque te hiciste pecado y maldición, como un cualquiera. Ya sabemos que no eran tus culpas sino las nuestras. Te damos gracias porque te dejaste juzgar y tratar como un pecador. Era yo el que era juzgado cuando te juzgaron a ti; tú quisiste ponerte en mi lugar. Nosotros, no nos ponemos en lugar de nadie; al contrario, como el Sanedrín, juzgamos y rechazamos. Jesús, ten piedad de este mundo nuestro que te ignora y que te volvería a matar si volvieras. 

Gracias a tu resurrección nos damos cuenta de que Dios te ha dado la razón, y no sólo te ha devuelto a la vida sino que te ha constituido, Señor de todas las cosas y Juez de la historia. Gracias a tu resurrección podemos ser buenos. Te alabamos, Señor, por tu santa y maravillosa resurrección. Tu victoria es la nuestra y nadie nos la arrebatará. Que esta victoria tuya actúe en nosotros y termine con nuestros juicios, con nuestras envidias y nuestras rivalidades. El juicio del Sanedrín no pudo ser otra cosa que una pantomima. No sabían de qué acusarte pero tenían muy claro que te iban a condenar. Así actúa nuestra malicia impresentable. Sana, Señor, los juicios de nuestro corazón. 

4ª Estación: Pedro niega a Jesús 

Pedro estaba sentado fuera, en el patio; y se le acercó una criada que le dijo: “También tú andabas con Jesús, el galileo”. Pero él lo negó delante de todos: “No sé lo que estás diciendo”. Cuando salía hacia el pórtico lo vio otra criada, que dijo a los que había allí: “Ése estaba con Jesús el Nazareno”. Y él de nuevo negó con juramento: “No conozco a ese hombre”. Poco después, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: “Realmente tú también eres de ellos pues tu acento te delata”. 

Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar: “No conozco a ese hombre”. Y en aquel momento cantó un gallo. Y Pedro se acordó de lo que había dicho Jesús: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces” (Mt 26, 69-75). 

Señor, Jesús, yo te pido que no te niegue nunca. Ya tengo bastantes cosas con las que cargar para encima negarte y encerrarme en mi oscuridad. Concédemelo como una gracia ya que por mí mismo soy tan débil como Pedro. Cualquier criada me asusta, cualquier juicio del mundo me avergüenza, me cuesta ser cristiano, sacar la cara por ti. En esta sociedad mundana y descreída muchos van contra ti y contra tus discípulos; seguirte es nadar contra corriente. Cualquier cosa, Señor, antes que perderte, antes que negarte y alejarme de ti. 

Te damos gracias porque en tu resurrección le concediste el perdón a Pedro y en él a todos los débiles como yo. Ahora te quiero pedir por los más débiles: por los niños abortados, los que mueren de hambre, los maltratados y abandonados, los que cambian de padre cada fin de semana, los que están en orfanatos y correccionales. De una manera especial te pedimos por los que te niegan en los niños y en los pobres. Ablanda, Señor, su corazón. Quiero vivir en la Iglesia de Pedro, de los perdonados, de los débiles, indigentes y necesitados, de los que todo lo esperan de ti y de tu amor. Quítame la soberbia de querer salvar al mundo por mí mismo, porque sé que, como Pedro, seré derrotado. 

5ª Estación: Jesús es juzgado por Pilatos 

Llevaron atado a Jesús y se lo entregaron a Pilatos. Éste le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “Tú lo dices”. Como los jefes de los sacerdotes no dejaban de acusarle, Pilatos le preguntó otra vez: “¿No respondes nada? Mira cómo te están acusando”. Pero Jesús no contestó; así que Pilatos se quedó sin saber qué pensar (Mc, 15, 1-5). 

Otro juicio del mundo sobre ti. Este fue un juicio político. Pilatos no supo reconocerte ni se interesó por ti; te condenó por miedo a perder su puesto. Tú, ante tal indiferencia, también, Señor, te callaste y dejaste a Pilatos perplejo y sin saber qué pensar de ti. ¿Por qué no te defendiste? Para nosotros fue mejor que te callaras. Tú sabías que no te estaban juzgando a ti sino a toda la humanidad y verdaderamente no tenemos defensa. Tú nos amabas y por eso no te defendiste; preferiste entrar en la  muerte por nosotros. En Pilatos te estaba juzgando el Padre y tú aceptaste el reto. Tu muerte resucitada sería el principio de una justicia nueva. 

Señor, te damos gracias por esta justicia nueva que ya no se basa en nuestras obras y ofrendas, incapaces de sostenerse. Junto a ti yo no quiero mi justicia ni mis méritos ni mi valía. Sé que sólo puedo sostenerme en pie delante del Padre, gracias a tu muerte no a las mías. Por eso, Señor, dame fe en ti; asegúrame de que es en tu sangre donde yo y el mundo entero estamos a salvo. Líbrame de la soberbia de creer que yo puedo hacer algo por mí mismo para mi salvación. Enséñame que tú eres la salvación y que sólo tu gracia me lleva a ella. Quiero amarte sabiendo que tú eres todo para mí. 

6ª Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas 

Queriendo quedar bien con la gente, Pilatos ordenó que pusieran en libertad a Barrabás y que a Jesús lo azotaran y lo crucificaran… Le pusieron un manto de púrpura y una corona de espinas en la cabeza para burlarse de él (Mc 15, 15- 19). 

¡Qué escenas más duras, Señor! ¿Qué quisiste sanar en nosotros sometiéndote a estas afrentas? Tu humanidad ha sido el instrumento que Dios eligió para nuestra salvación, pero ¿era necesario llegar hasta el extremo de dejarte insultar, flagelar, burlar y coronar de espinas? Sí, era necesario y te damos gracias porque lo has hecho. ¿Qué pensabas, Jesús, de los que te azotaban? ¿Pensabas en mí? ¿Me veías con un látigo en la mano? Has tenido que pasar por nuestras situaciones, una a una, para que todas queden redimidas. Si tú no pasas por ellas el Demonio sigue siendo su dueño. Gracias porque me has librado de él. 

Te veo, Señor, atado a la columna mientras te flagelan. Te presento a todos los que están atados por la enfermedad, por el paro y la pobreza, por un matrimonio infeliz, por diálisis, por la enfermedad de un familiar, por torturas de la mente, por un trabajo agobiante, por el desprecio y el odio y la humillación. Sana, Señor, a todos los que se sienten desgraciados en su enfermedad. Renueva nuestra confianza. Haznos experimentar que no estamos solos, que tú estas en nuestros problemas. Yo quiero alabarte en el absurdo, allí donde no entiendo nada, en cualquier circunstancia que me torture. 

7ª Estación: Jesús carga con la cruz 

Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura, le vistieron su propia ropa y lo sacaron de allí para crucificarle (Mc 15,20). 

El que quiera venir en pos de mí que tome su cruz y me siga. Tú, Señor, has dicho estas palabras. Tú lo hiciste primero, tú cargaste con tu cruz. No obstante, no me mandes a mí algo imposible. Yo no puedo cargar con mi cruz. La rechazo y huyo de ella todo lo que puedo. No me es nada amable. No me acepto, ni acepto mi vida. A veces quiero que se muera gente que está a mi lado. No los soporto. Tampoco soporto mi trabajo ni a los que mandan. Sin embargo, yo sé que sólo siguiéndote a ti encontraré descanso. 

Yo sé que la cruz para el cristiano puede ser gloriosa porque tú ya has vencido a la muerte. Tú dijiste: No temáis, yo he vencido al mundo. Por el poder de tu victoria: Acuérdate, Señor, de todos los que blasfeman en sus sufrimientos, de todos los que lo llevan mal, de los que se hacen ateos porque no entienden el dolor en el mundo. Acuérdate también de todos los que trabajan para mitigar el dolor de las injusticias, desigualdades, hambres y carencias de todo tipo; acuérdate de los médicos, investigadores, enfermeras; de todos los que tienen la cruz en su propio hogar o comunidad. Te entregamos, Señor, la cruz del mundo entero, pon tu mano sobre nuestro dolor. 

8ª Estación: Jesús es ayudado por el Cirineo 

Por el camino encontraron a un hombre que volvía del campo, a un tal Simón, natural de Cirene… y le obligaron a cargar con la cruz de Jesús (Mc 15,21). 

Un hombre cualquiera, llamado Simón, venía del campo. Al ver la comitiva que acompañaba a Jesús, se acercó, tal vez por curiosidad. Los soldados, contra su voluntad le obligaron a ayudar a Jesús y a cargar con su cruz. No sabía que era un elegido. Pese a su mala disposición fue bendecido. Jesús lo miró agradecido y la gracia se derramó en su alma. Los hijos de este tal Simón de Cirene, son citados como miembros de la Iglesia primitiva. Jesús, tu mirada profundamente humana conoce nuestros corazones. Nadie te gana en generosidad. 

Gracias, Señor, porque todos los que estamos hoy aquí somos unos elegidos. Por eso, por tu gracia, queremos ayudarte a cargar con tu cruz, aunque a veces nos cuesta. La cruz de los enfermos, de los ancianos, de los que están solos y no tienen hogar. Que nuestra entrega a tu Iglesia sea sincera y no la hagamos desde nosotros mismos y nuestros intereses. Que oremos desde el corazón, que sirvamos a tus hijos con convicción y a tus pobres con amor. Que sea tu Espíritu el que dirija nuestro obrar para que no nos busquemos a nosotros mismos sirviendo a los demás. De esta forma te ayudaremos, como el Cirineo, a llevar tu cruz y la del mundo entero 

9º Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén 

Detrás iba también mucha gente del pueblo y mujeres que lloraban y se lamentaban. Jesús, en cierto momento se volvió a ellas y les dijo: “Mujeres de Jerusalén no lloréis por mí; llorad, más bien, por vosotras y por vuestros hijos (Lc 23, 27-28). 

Dios nos encerró a todos en el pecado para tener misericordia de todos. Nuestro llanto debe recaer sobre nosotros. Sin embargo, somos objetos de misericordia por medio de esta pasión que contemplamos. Jesús, tú eres la compasión de Dios hacia nosotros. Nos duelen tus sufrimientos, pero no podemos llorar por ti como lo hacían las mujeres. Tu misión es de amor. No es un castigo lo que te ocurre, nadie te quita la vida, tú la entregas con amor infinito. Gracias, Señor. 

En cambio, sí debemos temer y llorar por nosotros y por los hermanos que se alejen de la misericordia marchando detrás de sus planteamientos. Descúbrenos, Señor, tu misericordia, no permitas que nos endurezcamos como muchos judíos. Sobre ellos cayó, a los pocos años, un castigo y no quedó de su ciudad piedra sobre piedra. Fuera de tu misericordia aún el vivir es un castigo. No nos dejes en nuestras propias manos; danos tu Santo Espíritu y auméntanos la fe. Haz que nos encontremos contigo más allá de las lágrimas, en el quebrantamiento del corazón. 

10ª Estación: Jesús es crucificado 

Cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, crucificaron a Jesús y a dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús entonces decía: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 33-34). 

Señor Jesús, mientras los hombres destrozaban y crucificaban tu cuerpo, tú les estabas perdonando y rogabas al Padre por ellos. Tu perdón es nuevo, cambia la historia de la humanidad. Nadie ha podido perdonar al que lo asesinaba y, si alguno lo ha hecho, ha sido porque tú le has dado tu gracia, le has hecho una criatura nueva. Tu perdón es algo bajado del cielo que limpia como ninguna otra cosa nuestros corazones. Por eso son santos tantos mártires porque han sabido perdonar a sus verdugos. Gracias por todos los que nos dan un testimonio de perdón semejante al tuyo. 

Yo, Señor, no sé perdonar. Mi hombre viejo, cuando se siente herido, hierve en deseos de juicio y de venganza. El rencor y el resentimiento habitan en mí. Pienso que el que la hace debe pagarla. Sáname, Señor, yo no puedo perdonar. Sana todos mis recuerdos heridos. Hazme una criatura nueva en el perdón. Sólo tú puedes hacerlo como regalo de tu muerte y resurrección. Que yo aprenda a morir en el perdón no como obra de mi esfuerzo sino como fruto de tu justicia, la que nos has merecido en este precioso misterio pascual que estamos recorriendo este rato de viacrucis. 

11ª Estación: Jesús promete su reino al buen ladrón 

Uno de los criminales lo insultaba… pero el otro increpó a su compañero. Volviéndose a Jesús, le dijo: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Jesús le contestó: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” Lc 23, 39-43). 

Extraña escena. En plena pobreza, en la cercanía de la muerte, en presencia de un Jesús sangrante, un hombre acoge la gracia y el otro se endurece y radicaliza su malicia. ¿Qué es esto? ¿Qué hay detrás de tales posturas? Mi corazón se echa a temblar y te dice: “Acuérdate de mí en tu reino”. ¿Por qué unos hombres son de una manera y otros de otra? No quiero entenderlo, no quiero ser un atrevido. Si lo hiciera dejaría de ser niño. No pretendo grandezas que superan mi capacidad. 

Nosotros, Señor, no podemos salvarnos pero sí podemos condenarnos. Esto lo tengo muy claro. Sé también que tu muerte borra el pecado original y ahuyenta al demonio, padre del endurecimiento y de la soberbia. ¿Qué había en el corazón del mal ladrón? ¿Qué hay en el corazón de tantos que te niegan en estos tiempos? Señor, queremos acoger tu muerte, todos los frutos de tu muerte. Con esta gracia queremos orar por ese desgraciado ladrón y por todos los hombres que están en una situación semejante a la suya. Líbralos del poder del Maligno. 

12 Estación: Jesús crucificado, la madre y el discípulo 

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María la mujer de Cleofás, que era hermana de su madre, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo a quien tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” Después dijo al discípulo:”Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa (Jn 19, 25-27). 

Señor, te alabamos por el misterio de tu Madre. Por su fe y su compasión, su entrega se hizo total. La espada de Simeón atravesó su alma hasta el final. Creyó en ti, Señor, contra toda evidencia y contra el sentir de todo su pueblo que gritaba tu muerte. Danos una fe semejante a la de María, tu Madre. En esa fe y en esa compasión le fue otorgado el don de la maternidad universal: Mujer, ahí tienes a tu hijo. 

El pueblo ha intuido siempre el dolor de esta madre, por eso ha acudido tanto a ella. Una madre que no sufre por su hijo casi no es madre. Nos alegramos, Señor, y damos gracias por la hondura del sufrimiento de María. Esa experiencia le ha constituido abogada de todas nuestras causas. Nos sentimos hijos suyos y le agradecemos la ternura y la misericordia con que sus ojos nos miran. Tú nos dices: Ahí tienes a tu madre. 

13ª Estación: Jesús muere en la cruz 

Jesús exclamó: “Tengo sed”. Había allí una jarra de vinagre. Los soldados colocaron en la punta de una caña una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Jesús lo probó y dijo: “Todo está cumplido”. E, inclinando la cabeza murió (Jn 19, 28-30). 

Por fin, Señor, ha llegado tu hora. Mueres con mucha sed pero en paz porque todo ha sido cumplido. Después de muerto, tu costado fue traspasado y manó de él sangre y agua. Pero has resucitado y vives para siempre. Tu Espíritu, Señor, juntamente con tu sangre y tu agua serán los testigos. Seguiremos celebrando en la Eucaristía tu muerte con el acento y el gozo de la resurrección. No estamos tristes por tu muerte, estamos orgullosos y agradecidos de que vivas para siempre. 

Haz, Señor, que cuando vayamos a comulgar no comamos la carne de un cadáver. La muerte ya no tiene dominio sobre ti. La has vencido y le has quebrado su aguijón. Haz, Señor, que cuando llegue nuestra hora te sintamos cerca de nosotros. Acuérdate de los que está muriendo hoy, de una manera especial de los que no tengan paz, de los que se van a suicidar, de los que se matan a sí mismos mediante la droga y todas las lacras actuales, de los que carecen de esperanza y de todos los que buscan la vida en el pecado. 

14ª Estación: Jesús es depositado en el Sepulcro 

Al atardecer, José de Arimatea se presentó valerosamente a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilatos, extrañado de que ya hubiera muerto, mandó llamar al comandante de la guardia para preguntarle. El comandante le dijo que sí y, entonces, Pilatos mandó entregar el cuerpo a José. Éste lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana que había comprado y lo puso en un sepulcro excavado en la roca. Después hizo rodar una piedra, cerrando con ella la entrada al sepulcro (Mc 15, 42-46). 

Señor, Jesús, tu humanidad se ha convertido en un simple cadáver colocado en un sepulcro bajo tierra. Eres como cualquier pobre hijo de Adán. Tu destino, como el mío en su momento, es la corrupción. Tu pobreza es absoluta, nada puedes hacer por ti mismo. Pero Dios tenía otros planes sobre ti. Ya lo había dicho el Rey David: No permitirás que tu santo experimente la corrupción (Hch 2, 27). 

Señor, cuando me muera me sentiré a gusto en mi tumba porque me pareceré a ti. También sobre mí habrá un designio de salvación y sé que disfrutaré de una resurrección por pura gratuidad. Ninguno de mis méritos será capaz de resucitarme. Mi enganche con la vida eterna será la fe en ti. Tampoco tus méritos, Señor, hubieran sido capaces de resucitarte. Al final, los dos hemos sido amados gratuitamente en nuestra extrema pobreza que es la del sepulcro. La diferencia es que yo merecí la muerte por mi pecado y tú no. Por eso Dios te hizo instrumento de salvación. Adoro, Señor, tu humanidad resucitada, sentada ya a la derecha de Dios Padre. Superada tu condición, terrena, tu Espíritu nos revela que tú fuiste hombre y sufriste, como cualquiera de nosotros pero que tu personalidad siempre fue divina, unida al Verbo de Dios para siempre por eternidad de eternidades. 

15ª Estación: La resurrección de Cristo Jesús (fuera de la cuaresma) 

El primer día de la semana, muy de mañana, fueron las mujeres al sepulcro, llevando los aromas que habían preparado. Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro y entraron pero no vieron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado. (Lc 24, 1-6). 

Hoy cambia la historia. El seol y la fosa dejan de existir porque un cadáver ha resucitado y ha salido victorioso del sepulcro. La muerte queda vencida y llora de tristeza en lo profundo de la tumba. Ella es nuestro último enemigo, el mayor de todos y ha sido vencido. Ya no tiene el dominio sobre el cosmos. Hoy se han engendrado unos cielos nuevos y una tierra nueva. Los poderes del mal han sido destituidos, y todo su cortejo puesto en evidencia. No había nada, era todo mentira, sus promesas eran trampas. Las mujeres quedaron desconcertadas, no sabían qué pensar hasta que la luz les gritó: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 

Gracias, Señor, por tu resurrección. Todos los que hemos pasado la vida buscando una patria gritamos alborozados. Es posible la alegría, aleluya es nuestro canto, volvemos al hogar después del negro destierro. Desde hoy es posible la Iglesia, puede existir el amor, me rodean muchos hermanos que gritan conmigo. Sus labios me besan, sus brazos me estrechan, su corazón me necesita. Gracias porque huye Satanás. No acepto su acusación, no acepto su veredicto de condenación, su infierno ya no me asusta. Mi poder ya no está en mí, mi justicia tampoco, mis deudas han sido canceladas. Jesús, el Resucitado es el Señor, es mi Señor 

Madrid, Marzo 2010 Chus Villarroel O.P.


VIACRUCIS CONTEMPLATIVO

1ª Estación: Jesús en el huerto de los olivos

Puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya». Cuanta mayor era su angustia, más insistentemente oraba. Su sudor se parecía a gotas espesas de sangre que caían a tierra (Le 22, 41-44).

Yo no sé, hijo mío, como pudo resistir mi cuerpo y mi psicología. Mi angustia era mucho más intensa que la de un hombre perseguido y acorralado que va a morir. No era humanamente cuantificable porque el Espíritu Santo infundía en mí el dolor de todo el pecado del hombre. Mi divinidad no me ayudaba; todo sucedía en mi cuerpo de carne. En mi humanidad tenía que ser redimida la miseria del hombre y toda la frustración del cosmos. La angustia se me adensaba hasta el infinito y sudaba sangre.

Hijos míos: el misterio de mi sufrimiento por el mundo no es compresible para vosotros. Como la naturaleza divina no podía sufrir, ya que Dios no sufre, tomó de lo nuestro, de lo humano, lo que podía ofrecer. Me tomó a mí, hijo de hombre, y me unió a él. Es un gran misterio. No temas por ello. Una religión y una vida sin misterios solo engendra creencias, no fe; convicciones, no contemplación; filosofía, no revelación. En el misterio se crece, se adora, se cree y se entrega uno. También para mi humanidad fue todo un misterio hasta que recibí la plena luz en la resurrección. Seguid, hijos, este camino hasta que recibáis a su tiempo la plena claridad.

Hijo mío: entra en tu interior, allí te busco. Déjate encontrar por mí, ábreme la puerta que estoy llamando. Te digo como dije a mis discípulos preferidos: ¿No podéis estar una hora en vela conmigo? Atiene a tu interior que es donde me voy a hacer presente a ti.

2ª Estación. Jesús traicionado por Judas

Todavía estaba Jesús hablando cuando se presentó Judas acompañado de un tropel de gente armada con espadas y palos. Se acercó Judas a Jesús y le dijo: Maestro. Acto seguido lo besó y entonces todos se abalanzaron sobre éi para prenderlo (Me 14, 43-46).

El beso de Judas, Señor, es mi beso, el beso de cualquier hombre. ¡Qué contradicción! Con un gesto de amor te traicionamos. Los hombres somos así. Hacemos daño muchas veces con nuestros besos. Aún queriendo ser buenos, nos sale lo malo. No hay bondad en nosotros para poder besarte, para poder abrazarte, ni a ti ni a los hermanos. Estamos, como Judas, encerrados en nuestros intereses y, a veces, en nuestra malicia y pecado. Haz, Señor, que nos dejemos salvar por ti para que dejemos de ser Judas los unos para los otros.

Tú, Jesús, vivo y resucitado para siempre, sabes besarnos y llenarnos de paz. Tú sabes besarnos en nuestras pobrezas y heridas. Tú abrazas y besas a los más pequeños, a los más necesitados. Siempre te pones de parte del excluido, del que es víctima, del que no tiene protección. Tú tienes experiencia de todo lo nuestro, de nuestras traiciones. Judas te traicionó, pero antes ya habías sido asesinado en Abel, vendido en José, perseguido al nacer, violado en niñas, excluido en los pobres, despreciado en los indefensos, injustamente tratado en todas las víctimas de la historia. Te necesitamos. Señor, necesitamos tu gracia para crear unas relaciones nuevas entre los hombres. Que tu gracia sane mis besos y los trasforme en besos de paz, de cariño, de perdón y misericordia.

3ª Estación: Jesús condenado por el Sanedrín

Otra vez le interrogó el sumo sacerdote: ¿«Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito»? Jesús respondió: «Si, lo soy... Al oír esto el sumo sacerdote dijo indignado. «¿Para qué queremos más testimonios?» ¡Ya habéis oído su blasfemia! ¿Qué os parece? Y todos a una le condenaron a muerte (Me 14, 61-64).

Señor Jesús, tu profeta Isaías había dicho que serías entregado sin juicio, sin argumento, sin culpa. Es verdad, pero tú te expusiste a ser juzgado porque te hiciste pecado y maldición, como un cualquiera. Ya sabemos que no eran tus culpas sino las nuestras. Te damos gracias porque te dejaste juzgar y tratar como un pecador. Era yo el que era juzgado cuando te juzgaron a ti; tú quisiste ponerte en mi lugar. Nosotros, no nos ponemos en lugar de nadie; al contrario, como el Sanedrín, juzgamos y rechazamos. Jesús, ten piedad de este mundo nuestro que te ignora y que te volvería a matar si volvieras.

Gracias a tu resurrección nos damos cuenta de que Dios te ha dado la razón y, no sólo te ha devuelto a la vida, sino que te ha constituido, Señor de todas las cosas y Juez de la historia. Gracias a tu resurrección podemos ser buenos. Te alabamos, Señor, por tu santa y maravillosa resurrección. Tu victoria es la nuestra y nadie nos la arrebatará. Que esta victoria tuya actúe en nosotros y termine con nuestros juicios, con nuestras envidias y nuestras rivalidades. El juicio del Sanedrín no pudo ser otra cosa que una pantomima. No sabían de qué acusarte pero tenían muy claro que te iban a condenar. Así actúa nuestra malicia impresentable. Sana, Señor, los juicios de nuestro corazón.

4ª Estación: Pedro niega a Jesús

Pedro estaba sentado fuera, en el patio; y se le acercó una criada que le dijo: «También tú andabas con Jesús, el galileo». Pero él lo negó delante de todos: «No sé lo que estás diciendo». Cuando salía hacia el pórtico lo vio otra criada, que dijo a los que había allí: «Ése estaba con Jesús el Nazareno». Y él de nuevo negó con juramento: «No conozco a ese hombre». Poco después, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Realmente tú también eres de ellos pues tu acento te delata». Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar: «No conozco a ese hombre». Y en aquel momento cantó un gallo. Y Pedro se acordó de lo que había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces» (Mt 26, 69-75).

Señor, Jesús, yo te pido que no te niegue nunca. Ya tengo bastantes cosas con las que cargar para encima negarte y encerrarme en mi oscuridad. Concédemelo como una gracia ya que por mí mismo soy tan débil como Pedro. Cualquier criada me asusta, cualquier juicio del mundo me avergüenza, me cuesta ser cristiano, sacar la cara por ti. En esta sociedad mundana y descreída muchos van contra ti y contra tus discípulos; seguirte es nadar contra corriente. Cualquier cosa, Señor, antes que perderte, antes que negarte y alejarme de ti.

Te damos gracias porque en tu resurrección le concediste el perdón a Pedro y en él a todos los débiles como yo. Ahora te quiero pedir por los más débiles: por los niños abortados, los que mueren de hambre, los maltratados y abandonados, los que cambian de padre cada fin de semana, los que están en orfanatos y correccionales. De una manera especial te pedimos por los que te niegan en los niños y en los pobres. Ablanda, Señor, su corazón. Quiero vivir en la Iglesia de Pedro, de los perdonados, de los débiles, indigentes y necesitados, de los que todo lo esperan de ti y de tu amor. Quítame la soberbia de querer salvar al mundo por mí mismo, porque sé que, como Pedro, seré derrotado.

5ª Estación: Jesús es juzgado por Pilatos

Llevaron atado a Jesús y se lo entregaron a Pilatos. Éste le preguntó:
«¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «Tú lo dices». Como los jefes de los sacerdotes no dejaban de acusarle, Pilatos le preguntó otra vez: «¿No respondes nada? Mira cómo te están acusando». Pero Jesús no contestó; así que Pilatos se quedó sin saber qué pensar (Me 15,1-5). 

Primero me condenó el mundo religioso ahora el político. Ambos tienen que ser redimidos en cada momento de la historia. ¡Cuántos pobres como yo han sido condenados por ambos tribunales! ¿Dónde está la verdad, dónde la justicia? ¿Cómo se les puede dar alcance? Más vale caer en las manos de un Dios vivo que ser juzgados por hombres. El Dios de los cielos me ha hecho misericordia para todos los pobres. También para ti que estás siguiendo mi viacrucis.

Hijos míos: Yo soy el juicio, yo soy la misericordia, precisamente porque todos los tribunales humanos me han condenado. Si algún tribunal, si algún hombre, me hubiera absuelto, él sería la misericordia.
Me habéis condenado todos porque la misericordia no es cosa de este mundo. El veredicto de Dios sobre este mundo es la misericordia para los que se acogen a ella. En ello consiste también su justicia. Ahora entendéis, la gratuidad; ahora entendéis por qué la misericordia tiene que ser gratuita en este mundo de pecado. Acoged mi misericordia y vivid de ella. No juzguéis a nadie a no ser con mi misericordia porque, de lo contrario, aunque le absolváis, le condenaréis.

La contemplación tiene que ser infusa, es decir, provenir de mí. Ella es la que engendra la verdadera mística o experiencia santa. Los hombres actuáis «místicamente» hasta para hacer manifestaciones y juicios políticos. Hacéis sagradas cosas que sólo obedecen a vuestro interés. Levantáis el estandarte o el puño con mística; defendéis vuestras convicciones políticas con mística; a veces, la utilizáis hasta para reivindicar valores que llamáis cristianos. Sin embargo, en estas manifestaciones hay mucho de ideología y apasionamiento. Los juicios que provienen de estas pasiones son todos injustos y pecaminosos.

6ª Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas

Queriendo quedar bien con la gente, Pilatos ordenó que pusieran en libertad a Barrabás y que a Jesús lo azotaran y lo crucificaran... Le pusieron un manto de púrpura y una corona de espinas en la cabeza para burlarse de él (Me 15, 15-19).
Dice de mí la Palabra que aprendí sufriendo a obedecer (Heb 5, 8). 

Algunos pensáis que yo aparentaba un sufrimiento pero que no lo vivía de una manera real dado que era Dios. Mi muerte, de esa forma, no se parecería en nada a la de cualquier pobre hombre agonizante. Mi Iglesia lo ha entendido bien. Dice en el concilio de Calcedonia: Se aparta de la fe el que diga que la naturaleza divina de Cristo pudo sufrir. Ese tal es hijo del error y de la perdición. Fui totalmente humano en la pasión. Sufrían mi yo humano, mi conciencia humana y mi cuerpo humano. No podéis tampoco imaginar que yo me sintiera totalmente abandonado.

Hijo: si yo no fui como tú, permaneces en el pecado; si no morí como tú vas a morir, no estás redimido ni te vas a salvar. Tu razón no puede entender este misterio, pero créetelo. Esta fe te hará bien y te salvará; deja la explicación a Dios. Cree que la flagelación fue horrible, que lo fue la burla y la irrisión de todos cuando me vistieron de púrpura. Cada cosa que me hacían era una sorpresa para mí; me aterraba la crueldad de aquella gente; no sabía cuando iba a terminar.

La pobreza es esencial en la contemplación. Si no estás toda la vida en contacto con tu pecado o fragilidad no dejarás que la salvación y la misericordia se verifiquen en ti. Yo aprendí sufriendo a obedecer. Yo grité al que podía salvarme de la muerte. Tú debes aprender en el pecado y en la pobreza que la gracia se realiza y se hace fuerte en la debilidad. Entrega tu debilidad, la que tienes, la que vas a tener en el momento de la muerte, aguántala y confía sólo en Dios, no en tus fuerzas o en tus manos llenas.

7ª Estación : Jesús carga con la cruz

Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura, le vistieron su propia ropa y lo sacaron de allí para crucificarle (Me 15, 20).

Pese a mi debilidad después de los azotes, asumí mi cruz y comencé a caminar con ella.Todo me dolía pero no estaba triste . Iba en fe y en oscuridad pero el amor me guiaba y daba fuerzas. Yo sabía que mi Padre quería la cruz, yo sabía que en esa cruz estaban todos vuestros pesos, sabía que de ella brotaría vuestra libertad y salvación. No me dabais pena, me dabais amor, a pesar de que no lo entendía nadie de los que me crucificaban. Cargaba la cruz también por ellos.

El mundo de hoy tiene un pecado que consiste en rechazar la cruz. No se deja interpelar por nada, se hace invulnerable porque no quiere que le hagan daño las cosas. Para eso lo racionaliza todo y a través de esa razón lo filtra todo. No quiere enfrentarse con la realidad. A mí me rechazan y no están dispuestos a gustar mi amor. No lo quieren y dicen que no lo necesitan, se bastan  a sí mismos. No quieren cargar con su cruz y, cuando les llegue y siempre llega, protestarán y se hundirán en la rebeldía. No se dan cuenta de que la felicidad que buscan en sí mismos es muy precaria y tiene sus días contados. El que quiera salvar su vida la perderá.

La cruz con la que hay que cargar en la contemplación es la del continuo despojo de sí mismo. El Espíritu Santo te purificará el sentido y el espíritu. Deberás llegar a sentir la nada total de ti mismo y de tus esfuerzos de salvación. No quieras ni agradar a Dios, él sólo te pide que te dejes en sus manos. No quieras contabilizar tu grado de santidad si no quieres caer en la soberbia.

8ª Estación: Jesús es ayudado por el Cirineo

Por el camino encontraron un hombre que volvía del campo, a un tal Simón, natural de Cirene ... y le obligaron a cargar con la cruz de Jesús (Me 15, 21).

Fue mi Padre el que eligió a un hombre que venía del campo, a un tal Simón de Cirene para que me ayudase a cargar con la cruz. Me lo dio a entender el Espíritu Santo. También me dijo que la pasión le pertenecía al Padre, que yo moría porque era voluntad del Padre, que nadie me quitaba la vida sino que la entregaba yo por mi obediencia al Padre. La bondad del Padre sobre el mundo pasaba por mi entrega hasta la muerte. A los hombres se les concedió poder sobre mí pero el guion de mi muerte lo había escrito el Padre, al cual le pareció bien que la salvación se real izara de esta manera.

En mi resurrección comprendí bien la plenitud  de este designio del Padre. Mi naturaleza  divina, de acuerdo con el Padre, se anonadó en mi pasión y me dejó completamente solo en mi humanidad, pero me libró de todo pecado para que a través de mí os liberarais todos. Esa gracia que pasaba por mí, dio fruto en Simón de Cirene, que al final estaba de mi parte. Dale, hijo, muchas gracias al Padre si te sientes elegido pa ra ayudan11e a ll evar la cruz de los pobres en el mundo que te ha tocado
vivir. Esa gracia te está salvando.

El fruto más precioso de la contemplación  es la vivencia del Espíritu Santo que en la realidad se traduce en amor. El Espíritu tiene la misión de revelaros lo que ha hecho el Padre en mi humanidad y el designio que tiene hacia todos vosotros haciéndoos vivir en comunidad. Viviendo juntos en mí, os trasmitís el Espíritu Santo los unos a los otros. Que nadie rompa al Espíritu, que nadie corte esta energía poderosa que os construye y os hace Iglesia.

9ª Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Detrás iba también mucha gente del pueblo y mujeres que lloraban y se lamentaban. Jesús, en cierto momento se volvió a ellas y les dijo:
«Mujeres de Jerusalén no lloréis por mí; llorad, más bien, por vosotras y por vuestros hijos (Le 23, 27-28).

Yo conocía bien la calidad de las lágrimas de los que lloraban a mi paso. Vi a un grupo de mujeres que movidas a compasión derramaba muchas lágrimas. Era su compasión natural y sus sentimientos humanos los que expresaban. Se lo agradecí y por eso me volví a ellas y les dije: «No os lamentéis por mí, sino por lo que va a venir sobre esta ciudad y este pueblo si no reconocen el don de mi visitación». El único pecado es no creer en mí. Si crees que yo soy el enviado de Dios, se te perdona todo porque valorarás mi sangre y entonces llorarás de alegría.

Tú, hijo mío, que contemplas mi pasión: reconoce en mí, tu propia carne; mi carne crucificada y resucitada es la tuya . No llores por mis heridas siJ10 por las del mundo que no quiera reconocer este gran misterio. Mi sufrimiento es el del mundo que será trasformado cuando se deje. Que tus lágrimas y las de todos los hombres sean de compunción y de aceptación para que entendáis que soy el enviado, para que
reconozcáis mi venida y el tiempo de mi visitación. Dejad que el poder de mi sangre os sane y os limpie.

Si la contemplación te separa del inundo y de las personas es falsa y teórica. Una contemplación que no se haga compasión no proviene de mí. Yo he amado al mundo y a los hombres porque contemplé ese amor en el corazón de mi Padre del cielo. Toda mi pasión ha sido un ejercicio de compasión. Por eso, hijo mío, si en tu contemplación  no sientes la compasión hacia los pobres que hay en mi corazón y en el del Padre, tienes que rectificar el rumbo. Pídeselo de corazón al Espíritu Santo no sea que todo tu esfuerzo sea en vano.

10ª Estación: Jesús es crucificado

Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», crucificaron a Jesús y a dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús entonces decía: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Le 23, 33-34).

No podía morir de otra forma sino por efecto del supremo escarnio. El desprecio y el juicio fue total; en la cruz morían los mayores criminales. El abismo del máximo descrédito llama al abismo de la máxima autoridad. En mi resurrección he sido constituido juez de la historia. Dios juzga al mundo en y por medio de mi humanidad. La razón es que el mundo es juzgado en la cruz, en la debilidad, que es la piedra de escándalo, la que escruta los corazones. El que no entienda ni ame la cruz permanece en su soberbia original y no es regenerado. He sido puesto en mi debilidad como signo de contradicción.

Morí por vuestros pecados y he resucitado para vuestra justificación. I-a soberbia del hombre es redimida solo en la cruz. No hay otro lugar, otra cura, otra receta para ser salvados de los pecados. Los que seáis iluminados para entender el misterio de la cruz seréis justificados en mi resurrección. Hijo mío penetra, desde tu vida, desde tus heridas, desde tu pecado en el misterio de la cruz. Es en tu propia historia donde tienes que ser sanado. Yo he muerto para iluminar tu trayectoria, para que te entiendas a ti mismo hasta que seas capaz de glorificar a Dios en tu sufrimiento, en tu despojo.

La contemplación es una oración intimísima y profunda. En ella el espíritu te va dando luz sobre ti mismo y sobre tu pecado. Es como un purgatorio. Una de las actitudes que se oponen a esta intimidad es la falta de perdón hacia alguien. Si yo no hubiera perdonado a mis verdugos, hubiera bloqueado la misericordia del Padre hacia todos los hombres.

11ª Estación: Jesús promete su reino al buen ladrón

Uno de los criminales lo insultaba ... pero el otro increpó a su compañero. Volviéndose a Jesús, le dijo: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Jesús le contestó: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso»
(Le 23, 39-43).

Mi humanidad estaba dotada de todos los dones y carismas. Entre otros, gozó roda Ja vida de un don de conocimiento profundo. Leía por obra del Espíritu, lo corazones de todos los hombres. Mi psicología era agudísima.
No solo por efecto de las dotes naturales sino de Ja luz potente del Espíritu Santo la cual, desde el primer momento, me hizo una radiografía de los corazones de los dos bandidos crucificados a mi lado. Dimas me consoló y, en efecto, al poco tiempo me dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

En el mal ladrón, en cambio, hay un misterio de endurecimiento. Por eso mismo el Espíritu Santo no pudo abrirle los ojos. El demonio os empuja a los que estáis conmigo a juzgarlo y condenarlo. No lo hagas. Yo también he muerto por él. No son las obras las que salvan o condenan; los dos eran bandidos. La decisión y la suerte se juegan en el corazón. El endurecimiento de los corazones lleva consigo un misterio difícil de entender que, sin embargo, no excluye la responsabilidad. Pedid el don del santo temor de Dios para seguir siendo niños toda la vida como lo era el buen ladrón.
Hijo: no le pongas merecimiento a tus obras buenas. No obres para merecer algo delante de tu Dios, ni siquiera el cielo; más bien agradécele el mérito con que adorna las obras que él obra en ti. En el primer caso pones el acento en tus obras y en ti;en el segundo lo atribuyes a Dios y le das gloria a él con tu bondad. La obra de Dios en ti redunda en mérito tuyo; la otra, la que haces desde ti mismo, es estéril. Con esta luz, jamás tu corazón se endurecerá.

12ª Estación: Jesús crucificado, la madre y el discípulo

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María la mujer de Cleofás, que era hermana de su madre, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo a quien tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Después dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa (Jn 19, 25-27).

Mi madre tenía familiares pero necesitaba estar con alguien con el que pudiera compartir, con alguien que la entendiera. Había sido todo demasiado fuerte. Después de mi resurrección, la carne y las relaciones familiares pasaban a un segundo plano. De ahora en adelante lo que interesa a los que van a adorar en espíritu y en verdad son las relaciones espirituales. Es el Espíritu Santo con sus dones el que va a dirigir su vida. Puedes imaginar que el resto de los días que vivió mi madre fueron enteramente contemplativos, viviendo más en el cielo que en la tierra, casi en visión beatífica y creciendo cada segundo en mérito y santidad. ¿Con quién mejor que con Juan podía quedarse?

A Juan le dije: «Ahí tienes a tu madre». María, mi madre, es figura y símbolo de la maternidad universal. Su poder de intercesión la convierte en emblema de ternura y protección para todos los que sufren. Por eso, a lo largo de los siglos han acudido a ella todos los desterrados, hijos de Eva. Únicamente le faltó la sangre para ser corredentora y es que sólo en mi sangre divinizada podía establecerse la nueva y eterna alianza. Al hablar a Juan me refería a todos vosotros: «Hijos ahí tenéis a vuestra madre, acudid a ella».

Mi madre, a la altura de mis pies crucificados, es el paradigma de toda contemplación. El Espíritu le hacía pasar, a través de mis llagas, a mi corazón donde sus ojos del alma se encontraban con los de mi Padre del cielo. Allí se encontró con el misterio de la Trinidad que había querido tal sacrificio, allí recobró la paz, allí fueron sanadas sus heridas. Hijo mío: contempla mi cruz, como lo hizo mi madre, a través de mis llagas, entra por ellas hasta mi corazón y el Padre sanará las tuyas.

13ª Estación: Jesús muere en la cruz

Jesús exclamó: «Tengo sed». Había allí una jarra de vinagre. Los soldados colocaron en la punta de una caña una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Jesús lo probó y dijo: «Todo está cumplido». E, inclinando la cabeza, murió (Jn 19, 28-30).

Hijo mío: contempla mi muerte y disfruta de ella. Gusta de ella y de toda mi pasión antes de que llegue la hora de la tuya. De esa forma su horror no te asustará. No tengas miedo a disfrutar de la mía. Piensa en ella, agradécela en la eucaristía, que sea tu manjar más delicioso. 

Mi muerte salva a la tuya, ahuyenta el miedo, le quita la amargura y el aguijón, le da el más profundo sentido. Es gratuita, no me debes nada, sucedió por puro amor. Si la aceptas en esa gratuidad, sabrás que eres profundamente.

Permite al Espíritu Santo que te la revele. No la puedes entender por ti mismo. Para entender mi muerte es necesario el don de la alabanza que te saque de ti mismo, el don de los gemidos inefables, el don de orar en lenguas que no entiende pero que grita. No se explica con razones ni se aviene con los silogismos. Yo morí porque Dios necesitaba un corazón humano que amara al mundo y a todos los hombres y se entregara divinamente por su salvación. En el amor era en la única cosa en la que me ayudaba mi naturaleza divina porque el amar no es como el sufrir. El sufrir es propio de la naturaleza; amar es cosa de la persona.

La contemplación, que es amor recibido, engendra una gran obediencia por la que uno puede morir. La obediencia es un altísimo valor de virtud, un valor en sí. Actúa sin preguntar, sin cuestionar, sin racionalizar, es pura entrega de confianza. Es un don de santidad. Algo más profundo que la razón habita en ti. Yo, hijos, morí por vosotros en obediencia dulcísima.

14ª Estación: Jesús es depositado en el Sepulcro

Al atardecer, José de Arimatea se presentó valerosamente a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilatos, extrañado de que ya hubiera muerto, mandó llamar al comandante de la guardia para preguntarle. El comandante le dijo que sí y, entonces, Pilatos mandó entregar el cuerpo a José. Éste lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana que había comprado y lo puso en un sepulcro excavado en la roca. Después hizo rodar una piedra, cerrando con ella la entrada al sepulcro (Me 15, 42-46). 

Murió mi humanidad pero no la esperanza. AI contrario, el Espíritu Santo gracias a mi muerte hizo nuevas todas las cosas y brotó una nueva creación. Yo había muerto por el pecado del mundo y, de ese modo, Dios reconcilió al mundo consigo y se hizo posible la esperanza. Sucedieron truenos, relámpagos y terremotos que fueron signo y figura de la destrucción final de un mundo viejo de pecado que a su tiempo será demolido. Todo se había cumplido. José de Arimatea hizo rodar la piedra cerrando con ello la entrada al sepulcro. Mi cuerpo dentro del sepulcro era un cadáver humano más, entre los miles de millones que han fenecido, destinado de por sí a la desintegración.

De repente, en la oscuridad del sepulcro estalló el secreto de Dios. Mi cuerpo fue resucitado. La carne de pecado, con la que yo cargué, resucitaba en mí. Oscuras profecías lo habían anunciado poro, en realidad, nadie lo sabía. Era el misterio del Padre el que planeaba sobre todos los acontecimientos. Mi Padre nunca estuvo lejos de los hombres, siempre los amó proyectando una reconciliación inimaginable. Yo tuve que morir para destruir el mundo viejo de pecado pero la justificación que emergió con mi resurrección se na hecho definitiva y desbordante. De ahora en adelante el grito de «Jesús vive» es la única profesión de fe que os salvará.

La contemplación lleva consigo períodos de gran sequedad y oscuridad como la del sepulcro. Orarás y no habrá ecos en tu propio corazón.
Sentirás el desierto. No te desanimes, está creciendo tu fe. Ea perseverancia engendra virtud perfecta y ésta, esperanza, la cual no defrauda porque sentirás el amor de Dios con una experiencia viva del Espíritu Santo. Gracias a mi resurrección tu paso por la muerte y el sepulcro superarán la desolación del ángel exterminador.

15ª Estación: La resurrección de Cristo Jesús 

El primer día de la semana, muy de mañana, fueron las mujeres al sepulcro, llevando los aromas que habían preparado. Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro y entraron pero no vieron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado». (Le 24, 1-6).

Desde ahora tenéis más cerca a la divinidad que nunca. En mí, ya resucitado, habita corporalmente toda la divinidad. Ya antes había sido así pero en forma de siervo. Ahora se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra porque el Padre de los cielos me ha constituido Señor y Juez, Alpha y Omega, Principio y Fin. Hijos míos: ya tenéis camino, ya tenéis dueño. Acudid a mí y lo tendréis todo. Yo estoy sentado a la derecha de Dios Padre como supremo intercesor de las causas de los hombres. Yo os envío mi Espíritu, que siempre fue universal y eterno, pero que ahora, después de mi resurrección se ha hecho cristiano y humano y es que os lo envío yo por dignación del Padre, yo que soy hombre aunque revestido ya de la nueva condición.

Canta aleluya, hermano mío, porque todo se ha recubierto de esplendor. Que todas las criaturas se alegren con el júbilo de la criatura nueva, renovada en santidad y justicia, apta para la nueva vida. Para esta celebración y esta alabanza existen los cielos y la tierra, para esto se ha preparado todo en larguísimos años de evolución, porque yo soy el sentido del universo, para mí fue creado y en mí para todos vosotros.
Huyen el pecado y el Maligno que durante millones de años han sometido la belleza de la creación a una condición de frustración, dominada por el miedo, el llanto y la muerte. Desposeídos de todo poder han sido echados fuera.

¡Qué asombroso beneficio el del amor de Dios por nosotros! ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué incomparable ternura y caridad! Fue necesario nuestro pecado para poder disfrutar do esta dicha. ¡Que nadie se asuste del pecado teniendo a Jesucristo! ¡Oh feliz culpa que ha merecido tal redención y tal Redentor!
VIACRUCIS DE ALABANZA 

 1ª Estación: Jesús es condenado a muerte 

Te veo, Señor, aceptando en silencio tu condena a muerte. Me dan ganas de compadecerte y de echarme a mí la culpa de lo mal que lo pasaste. Quisiera romper en llanto y flagelarme y hacerme víctima por todo lo que sufriste por mí. Pero no; no quiero añadir pecado a pecado. No quiero hacerme protagonista de tu pasión. Ya soy protagonista de demasiadas cosas. Ya busco ser importante y el centro de atención en cada momento. No quiero robarte la gloria de la pasión. Tu pasión es tuya, Señor, a ti te pertenece. Es obra de tu amor y de tu honda compasión. Tú tomaste la iniciativa y nos amaste cuando estábamos despistados, cuando éramos enemigos. Nadie te quitó la vida; tú la entregaste por amor. Yo ahora quiero agradecértelo y bendecirte por ello. Cada uno de nosotros vivíamos en nuestro pecado, buscando la gloria y mendigando cariño los unos de los otros. No nos conocíamos ni nos valorábamos hasta que hemos visto tu amor por nosotros en la cruz. Te dejaste condenar a muerte por aquellos a los que ibas a salvar de su inconsciencia. El reo va a salvar al juez. Déjame alabarte y bendecirte en este viacrucis. 

2ª Estación: Jesús carga con la cruz. 

Comienzas, Señor, a subir la cuesta del Calvario. Me sale del alma la pena pero sobre todo el agradecimiento: Gracias por haber cargado con todos nuestros pesos. En esa cruz que te quebraba iban mis desganas, mis rencores, mi desamor y mi egoísmo, mis trampas y mentiras, mi mala voluntad. También mis heridas, complejos y timideces. No sólo los míos sino los del mundo entero. En ella iban también asumidos todos los terremotos, desgracias, guerras y cataclismos de la historia. Tu cruz, Señor, ha cambiado la historia, mi historia. Ya no vivo aplastado bajo el peso de mis defectos y mis culpas porque tú has cargado con ellos. Me quedo libre y me siento salvado por ti, gracias a esa cruz con la que cargaste. Yo te alabo, Señor y te doy gloria. No permitas que el enemigo me venza; suscita en mí el temor santo, ese susurro de tu Espíritu que me sugiere: “Cualquier cosa menos perder a Jesucristo”. 

3ª Estación: Jesús cae por primera vez 

 Gracias, Señor, por esta caída porque así te siento humano. Sufres como yo; no puedes con tus pesos y te hundes mordiendo el polvo. A veces pienso que, como también eres Dios, tu pasión no fue real, no es parecida a la mía, a la de tantos mortales sin esperanza. Pero sí, de hecho muchos disfrutaban al verte en el suelo, no te querían, se vengaban de ti y se reían de tu debilidad. No sabían que se estaban riendo de sí mismos, que tu debilidad era la suya. Tú caíste, Señor, para dar fortaleza y sentido a sus desgracias y desesperaciones. Tu caíste para que nuestras miserias más profundas no nos lleven al infierno sino que se trasformen en gloria al ser salvadas por ti. Señor, yo te presento a toda la humanidad caída que muerde el polvo del fracaso y de la impotencia. A los que están hundidos en el odio y la rebeldía, a los humillados y pisoteados, a los que se embarran con la droga, con la explotación de los inocentes, a los inseguros, a los que sólo buscan ser ricos. Te presento también, Señor, mi pasado, mi debilidad, mis caídas, aquellas que tú solo conoces. Que tu Espíritu nos haga entender el gran amor que nos tenías desde el suelo donde caíste. 

4ª Estación: Jesús encuentra a su madre 

Tu madre sí que te entendió, ¿no es verdad, Señor? Nadie de los que te rodeaban y te maltrataban percibía una brizna de tu misterio. Nadie conocía que estabas muriendo en obediencia, que sabías a donde ibas, que no te defendiste porque cumplías una misión. Tu madre, sí que te entendía aunque os mirasteis los dos en la oscuridad de la fe. Seguro que te dijo: “Ánimo hijo, sube hasta arriba, no abandones la cruz”. Y te lo dijo llorando porque no sentía nada, no veía nada, todo era irracional y espantoso, solo le quedaba la fe. Sólo os quedaba la fe. Gracias, Señor, por tu fe y la de tu madre. La Resurrección sólo podía brotar de la más honda oscuridad. Es el premio gratuito a una confianza total hasta la muerte y pasando por donde había que pasar. Por tu fe y la de tu madre yo puedo vivir mi historia en fe aunque me tiemblen las carnes, aunque no entienda nada. María te animaba y te decía: “Sigue, hijo, ahí está todo, en esa obediencia total, hasta la muerte, sin entender, en plena oscuridad como un abandonado”. Te pido, Señor, por los que en la enfermedad o en el fracaso tienen que seguir viviendo sin un por qué; dales la fe y auméntasela para que lleguen a la claridad de la Resurrección. 

5ª Estación: El Cirineo ayuda a Jesús 

No es agradable, Señor, ayudar a un criminal o a un malvado. Tú arrastrabas esa apariencia, lo parecías. Por eso el Cirineo huía y no quería echarte una mano para llevar la cruz. Le obligaron los soldados pero lo hacía de mala gana. No sabía que era un elegido, no sabía que sólo para eso hubiera merecido la pena nacer. Cuántos millones de personas le han envidiado a lo largo de los siglos. Cómo me hubiera gustado a mí la suerte que tuvo ese hombre. Señor, yo te presento a tu Iglesia, a todos los elegidos para servirla. Descúbrenos el don, como lo hiciste después con el Cirineo. Que no queramos huir como él, irnos a nuestra casa, como si tu servicio, tu cruz, tu pueblo, no tuvieran que ver con nosotros. Haznos sensibles a tu casa, a tus cosas, a tus pobres. Danos palabra y testimonio. Que nos sintamos bien atendiendo a tus cosas. “¡Que deseables son tus moradas, Señor, Dios de los ejércitos! ¡Hasta el gorrión y la golondrina han encontrado allí un sitio para hacer su nido y colocar sus polluelos!” 

6º Estación. Verónica limpia el rostro de Jesús 

El Espíritu Santo, Señor, tuvo un detalle muy bello contigo. Impulsó a una mujer, a una hija del pueblo, para que te mostrara un gesto de cariño. Intrépida, sin guiarse nada más que por su corazón atravesó el cordón de esbirros que te conducían y limpio tu rostro con un paño. No le importó que fueras un reo ni las acusaciones ni las pretendidas maldades por las que te condenaban. Su corazón te sintió inocente, se vio limpia al pasar tú delante de ella y quiso agradecértelo con ese gesto de ternura. Señor, yo quiero quererte, quiero limpiarte pero no me atrevo a romper el cordón de los que se burlan y no creen en ti. Me dejo arrastrar por el ambiente de incredulidad que me rodea. No soy capaz de hacer el signo de la cruz delante de otros, no me atrevo a hacer el ridículo por ti. Dejo pasar muchos cristos a mi lado sin que les atienda con un gesto de cariño. Imprimiste tu rostro en el paño de Verónica y, sobre todo, en su alma. Cómo te querría después. Gracias, Señor por los que se parecen a esta mujer. 

7 ª Estación: Jesús cae por segunda vez 

Si tu caíste al suelo por segunda vez, Señor, es porque nosotros, porque yo, caigo por segunda y tercera y muchas veces más. Tuviste que besar de nuevo el suelo para mi sanación. Te caíste porque estabas destrozado pero tus caídas estaban previstas por mi pecado. Yo no sé si tú sabías la razón de esta segunda caída. Tal vez sí, pero en pura fe y oscuridad. Tu padre del cielo sí que lo sabía bien porque era el que estaba detrás de tu pasión. Lo hacía para que encontráramos perdón en todas nuestras caídas. Qué bueno para nosotros, Señor, que te hayas caído por segunda vez. Qué bueno que te hayas manchado y embarrado con nuestros lodos. Lo sentimos, Señor, y te pedimos perdón pero sin tus sufrimientos ¿qué hubiera sido de nosotros? Nuestra alabanza y alegría quiere compensarte. El poder del Padre que es Espíritu Santo pasa a nosotros a través de ti y de tu pasión. Tu cuerpo de carne es el lugar de nuestra reconciliación con Dios y la fuente de toda salvación. Mi carne sanada y resucitada por ti. Cómo no amarte, cómo no darte gracias, como no llorar de emoción. Tú me acompañarás en todas mis caídas. 

8ª Estación: Jesús habla con las mujeres de Jerusalén 

Fueron las mujeres las que más te acompañaron, Señor, y las que más se interesaron por ti. Nos cuenta tu evangelio que te seguía mucho pueblo y muchas mujeres llorando (Lc 23, 27). Tú te volviste y les dijiste: No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos porque vendrán tiempos muy difíciles. Te referías a los hijos de todos los tiempos, de todas las generaciones, también a nosotros. No querías que las lágrimas nublaran nuestros ojos sino que estuviéramos atentos y nos enteráramos del tiempo de tu visitación para que nos viéramos libres del gran pecado que es no reconocerte. Esas mujeres y ese pueblo eran, Señor, la semilla de tu reino. Formaban un grupo de gente, figura de la Iglesia que te acompañará a lo largo de los siglos. Los conocías a todos, los habías elegido. Te doy gracias porque yo formo parte de ese grupo. Yo iba llorando tras de ti, te buscaba. Lo sé porque te estoy buscando ahora. Toda esta gente deseaba tu Espíritu que más tarde se nos reveló. Gracias, Señor, porque no soy de los indiferentes, de los pasotas, de los que ven desde la acera pasar tu cortejo de muerto, sino por ser de los que te siguen, de los que lloran, de los que se comprometen con tu causa. 

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez 

Tu agotamiento, Señor, al caer en tierra por tercera vez era total. En adelante ya no pudiste dar un paso por ti mismo; te llevaban casi a rastras. Estabas muy cerca del lugar de tu muerte pero no pudiste con los últimos metros de la pendiente. La cruz la subió Simón de Cirene. Sin embargo, tu corazón estaba muy vivo. Te regocijaste en tu impotencia, en tu extrema debilidad y tu alma se sonrió delante de tu Padre. Le hiciste desde el suelo un guiño de amor y le dijiste: “Padre, por todos los que tú amas”. El te respondió: “Hijo, no creé el universo para que hubiese estrellas sino para que tú pudieras vivir este derroche de amor”. Derrama, Señor, tu gracia de sanación y fortaleza, la que mereció esta caída, por todos los que están en los últimos metros de la impotencia: los ancianos que no se valen por sí mismos, los que están en silla de ruedas, los encarcelados, los ciegos, los secuestrados por la vida y la sociedad. Acuérdate, también, de los que están psíquicamente gastados, los que están pensando en suicidarse, los que tienen miedo, los que se desesperan y no aman la vida, los que no se sienten queridos por nadie. Los ultrajados, los oprimidos, los moribundos, los que no tienen fe. Desde este lodazal de la humanidad, te bendecimos y te damos gracias por tu tercera caída que da sentido a todo. 

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestidos 

Señor, todos nosotros te despojamos de tus vestiduras y pusimos tu intimidad a la intemperie. Quedaste completamente pobre pero te cubría la gloria de tu Padre. Por eso tu alma estaba al abrigo de todo mal y nadie te la podía tocar. Tu dijiste: “No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo”. Es verdad, pueden hacer muy poco. Tu espíritu seguía vivo fortalecido por todos los dones. Dios nunca deja llegar hasta el extremo de la miseria. Todo lo habías perdido, hasta la ropa, pero tú seguías creyendo en ti mismo, en tu verdad, en el infinito valor de tu causa que te llevaba a la muerte. Tu despojo nos infunde valor. Hoy, Señor, te entrego mi ropa, mi fachada, mis seguridades, todo aquello en lo que busco sobresalir. Descúbreme la pobreza de tu cuerpo desnudo. No quiero acumular nada que me separe de ti. Haz que acepte el despojo de la vida, de la edad, de los años que pasan, de la enfermedad, de la pérdida de autonomía y vigor. Te doy gracias porque yo nunca hubiera deseado morir pobre, nunca hubiera amado mis infiernos, si tu no hubieses sido despojado hasta de tus vestidos. Querría llegar a ti lleno de mis obras y de mis méritos para recibir el premio. Nunca hubiera conocido el valor de las manos vacías. Nunca hubiera sospechado que eres tú el que nos llenas con tu gracia y tu justicia, y que lo demás vale bien poco. Hazme pobre, Señor, para que tú puedas entrar y habitar en mí. 

11 Estación: Jesús es crucificado 

Ni una brizna de misericordia se tuvo, Señor, contigo. Fuiste crucificado como el peor de los malhechores. Hasta los dos bandidos que estaban a tu lado te insultaban, según San Mateo. En esos insultos llegó el desprecio a su colmo. He penetrado por tus llagas, he subido por los agujeros de tus clavos hasta tu corazón. No he visto tu alma porque estaba absolutamente oscura. Pero vi los ojos del Padre y el esbozo de su sonrisa. En ellos sentí la alegría del triunfo y del amor. La muerte, el mal y el pecado estaban a punto de ser vencidos. El Padre me sonrió y conmigo a toda la humanidad pecadora. Señor, tú has concedido a tu pueblo entender algo de este misterio. Te alabamos, te bendecimos, te glorificamos por tu santa crucifixión. Termina, Señor, la obra, termina de expulsar de este mundo el pecado y el mal. Nadie tuvo misericordia de ti que eres la fuente de toda misericordia. Haz que contribuyamos a erradicar el pecado del mundo amando a los pecadores hasta el extremo, como tú lo hiciste. 

12ª Estación: Jesús muere en la cruz 

Expiraste, Señor, tu último vigor diciendo: “Todo está terminado; todo ha sido cumplido”. En ese tu postrer aliento se derramó sobre el mundo el Espíritu Santo. El demonio que, hasta hace un segundo, se sentía vencedor, huyó aterrado; muchos muertos resucitaron como signo de vida; el velo del templo se rasgó y todo lo antiguo caducó. Tu muerte empujó a todo lo que se estaba cayendo. Qué orgullo, Señor, para todos nosotros, qué agradecidos a tu muerte. Ya huyeron todos los miedos. Oh feliz pecado que ha merecido tal redención y tal redentor. ¿Quién conoció la mente de Dios, quién le ha sugerido su proyecto? Te hizo pecado y en ti eliminó el pecado; con tu muerte mató a la muerte; con tu maldición hemos sido bendecidos todos. Gracias por siempre, Señor. Te damos gracias por el cosmos entero porque con tu muerte se engendró una nueva creación, unos cielos nuevos y una tierra nueva. 

13ª Estación: Jesús es bajado de la cruz 

 ¿Quién ayudó a José de Arimatea a bajarte de la cruz? Juan nos cuenta que en ese momento apareció Nicodemo, tu viejo y nocturno amigo de antaño, con aromas para ungirte. Seguro que estaba María, tu madre, la Magdalena y las otras mujeres que te querían. Y el propio Juan. El pueblo cristiano te ha imaginado desde siempre en brazos de tu madre acogido por la piedad y la compasión más exquisita. Ningún sacerdote ha tocado tu cuerpo a lo largo de los siglos con tanto cariño como lo hizo tu madre. Estamos en el momento de la máxima piedad y el máximo respeto. Se acabó la pantomima, se acabaron los esbirros y sus burlas, se acabó el furor infernal. Sí, Señor, ha triunfado la misericordia pero colocando cada cosa en su sitio. Tu muerte no engendra una gracia barata. Hemos sido perdonados por tu sangre pero cada uno de nosotros entenderemos en nuestra alma la parte con la que hemos contribuido a tu crucifixión. La misericordia no diluye la justicia; triunfa sobre ella pero no la suprime. No hay ningún hombre al que no se le revele hasta el fondo su pecado, y eso será su purgatorio o su infierno. Tu Señor no has muerto para fomentar irresponsabilidades. Ha sido todo demasiado serio; tu sangre ha costado un alto precio. A veces la malgastamos despreciando, criticando, murmurando y alejando de nosotros fácilmente a muchos por los que tú has muerto. Haz que entendamos el don de tu sangre y nuestra responsabilidad respecto a ella. 

14ª Estación: Jesús es sepultado 

Inimaginable, Señor, que tú hayas terminado en un sepulcro, como cualquiera de los mortales. Sabemos que eres Dios, pero ¿es que Dios puede morir y ser enterrado? ¿Se puede decir esa frase sin que sea una blasfemia? Sí, se puede decir, aunque en realidad no fue tu persona sino tu humanidad la que murió. Tremendo misterio lleno de consuelo. Murió tu humanidad, la cual, como la mía, tenía alma, vida y corazón; tenía su propia voluntad, sus proyectos, sus apetencias, sentimientos y emociones. Todo lo sometiste, Señor, a la voluntad de tu Padre en un acto de obediencia que te llevó hasta el sepulcro. Allí estuviste inerme, tendido como cualquier otro cadáver. 
Lo más impresionante es que tú, el Justo, si no te resucitan hubieras muerto para siempre. Por ti mismo no podrías haberte librado de la nada. Tuviste que ser resucitado por el Padre que lo dirigía todo. Esta certeza consuela también mi vida, mi muerte, mi entierro, mi paso por el sepulcro, ya que, como tú, seré también resucitado gracias a ti. Por eso mi cadáver se sentirá a gusto en el sepulcro, junto al tuyo, porque ambos son objeto del mismo designio de amor. Gracias, Señor, por poder entender mi vida, mi muerte, mi entierro, con criterios de fe. Tú me libras de la muerte, de la fosa de la nada, de las fauces del dragón eterno. Acuérdate de todos los que son enterrados sin fe y sin esperanza. 

15ª Estación: Jesús es resucitado 

Tu resurrección, Señor, es el origen del universo. Todo ha sido creado para que ella sucediera. Los millones de galaxias, de estrellas, de soles y planetas, la larga evolución de la vida, la creación del hombre inteligente, todo ha sido planificado para que tú resucitaras. Gracias, Señor, porque en ese plan también fui nominado yo. Todo ha sido en ti, por ti y para ti. Fuera de ti nada ha sido hecho de cuanto se hizo y se hace. Qué maravilla poder entender este misterio desde la fe. Este secreto escondido a través de los siglos sólo puede ser revelado por tu Espíritu en la fe. Ni los ángeles ni el demonio pudieron sospecharlo ni cabe tampoco en conocimiento humano ni de ciencia alguna. Sólo por gracia puede entenderse y disfrutarse. Gracias, Señor, por tu santa resurrección. El pecado ha sido destruido y la muerte vencida. Se abre ante nosotros el panorama fascinante de la nueva creación. Tú la inauguras, tú eres su primer habitante. Gracias porque en ella culminan todos nuestros anhelos. El mundo del pecado entristece porque ya no es el dueño, ha perdido su peso y atractivo, podemos seguir soñando en una vida nueva. Las puertas del infierno se cierran de temor, sobre el mundo se cierne otro señorío. Tú vives y eres el Señor. Todo el poder ha pasado a tus manos. Lo proclamamos, Señor, te bendecimos, te glorificamos y te damos gracias infinitas. 
Madrid, Marzo 2011 Chus Villarroel, O.P. 

Viacrucis profético 

Monición introductoria 

Querido hermano: Hoy, en este rato de oración, te vas a encontrar con un viacrucis distinto. No vas a ser tú el protagonista de todo lo que se diga. Vamos a cambiar un poco, vamos a dejar que nos hable el Señor. Lo llamo profético por eso. La locución profética viene de arriba, es Dios el que nos habla y nos trasmite su pensamiento por medio de un hombre o de un escrito. En este caso nos va a hablar Jesús, ya vivo y resucitado. Él nos va a contar las cosas que sentía y lo que le ocurría en cada una de las quince estaciones, camino del Gólgota. Abre, pues, los oídos de tu corazón y deja que el Espíritu Santo te unja cada palabra. No quieras entender demasiado, no racionalices, no te fijes en la pobreza de las frases, déjate penetrar. El Espíritu es capaz de sacar de una piedra a un hijo de Dios 

1ª Estación: Jesús es condenado a muerte 

Hijos míos: me dolió mucho esta condena a muerte. Me condenó mi pueblo, por el que yo había llorado. Todos a una le gritaban a Pilatos: “Crucifícalo”. Ese grito me sonó a ruido de grandes aguas y me inundó el corazón de amargura. El pueblo elegido, el pueblo de la verdad, el que había adorado al Dios verdadero, me acusaba de mentiroso, de falsario y de perverso. Me entregaron a los paganos para que me condenaran a muerte. Mi corazón humano se estremeció en la oscuridad de la fe y recurrí a la oración: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo y te obedezco. Haz que pueda amar a este pueblo que te rechaza en mí”. 

Hijo mío: allí estabas tú también; gritabas como uno más con toda tu furia. Lo hacía tu pecado, tu rebeldía y soberbia. Yo, sin embargo te amaba, moría por ti, no quería dejarte en tu estado, presa del mal y del demonio. Tú eras el que estabas condenado verdaderamente a la muerte y a la soledad eterna. Yo me puse en tu lugar. No se me ahorró ningún sufrimiento e incluso me angustiaba en la oscuridad de la fe, pero mi amor por ti me aliviaba el alma. 

2ª Estación: Jesús carga con la cruz. 

Al cargar con la cruz notaba que no era mía pero me pesaba muchísimo. Me parecía que no iba a poder con ella. Le decía a mi Padre: “Ayúdame, Dios mío”. Tenía que cargar sobre mis espaldas el pecado del mundo entero. El profeta Isaías había dicho: “La amargura se me volvió paz cuando detuviste mi alma al borde de la fosa de la nada, cargando a la espalda todos mis pecados”(Is 38, 17). 

Esta profecía me hacía bien. Sabía que era yo el que tenía que cargar con todos vuestros pecados. El Espíritu me lo había dicho muchas veces. Por eso os amaba con todo mi corazón y ese amor me daba fuerza. Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28, 1 8). Como hombre conozco tus heridas, tu peso y toda tu cruz; como resucitado tengo poder para sanarte. Entrégame todo lo tuyo. Cree en mí y te aliviaré. Sentirás que tu cruz está redimida, que yo cargué con tu peso, que puedes vivirla como cruz gloriosa. No se te ahorrará ningún sufrimiento, mas, según vaya creciendo tu fe, llegarás a ser feliz en ellos. 

3ª Estación: Jesús cae por primera vez 

Mi debilidad era total. Me habían molido y triturado en la flagelación, como dice Isaías (Is 53, 5). Pese al agotamiento, ni por un segundo me pasó la idea de abandonar ni de rebelarme. Sentía al demonio muy cerca. Su ataque contra mi obediencia y mi entereza de espíritu era más doloroso que los golpes de los esbirros. La amargura que 3 me trasmitía el Mal quería inundar todo mi ser. En algún momento sentí que lo iba a conseguir, pero el centro de mi alma, allí donde está la raíz del querer, estaba protegido por el Espíritu Santo que me daba fe. 

Hijo mío: no te dejes vencer por la tentación. Estás protegido y salvado. Yo ya te he salvado. Ni el mundo ni el demonio ni la carne te ayudarán a creer en mi salvación. Tu propia experiencia estará contra ti porque ves que sigues pecando. Yo te digo: “Cree en mí, cree incluso contra tu experiencia”. El único pecado es no creer en mí, no creer en mi sangre, no creer en lo que sufrí gratuitamente por ti. Acéptate, aunque sigas cayendo, porque mi caída que me salpicó de barro te librará de las tuyas. Pídele al Espíritu Santo que te siga dando fe. 

4ª Estación: Jesús encuentra a su madre 

¡Cuántas gracias di a mi Padre del cielo al encontrarme con mi madre! Ella lo necesitaba también mucho. El demonio le tentaba de una manera insidiosa ante el rechazo con el que el pueblo me condenaba. Le decía que “todo había sido mentira, que lo de la anunciación y mi nacimiento era una estratagema suya, que nos había engañado, que habíamos traicionado a Dios y cometido un gravísimo pecado. ¿Cómo se va a equivocar todo el pueblo?” Nos miramos y nos entendimos. Yo le dije: “No, madre, no; de nuestra fe depende la salvación del mundo. Cuanto más honda y dolorosa, más exultante y victoriosa será la nueva creación”. Ella me dijo sí con la cabeza; noté que estaba muy fuerte y me reconfortó mucho. 

Por eso, hijo mío, si tu hijo se declara ateo, si no va a misa ni bautiza los niños, si muchos de los tuyos no creen en Dios, sigue creyendo y confiando: tu fe y oración les salvará. Que no te escandalice la pérdida de la fe de las multitudes. Lo importante es que los que creéis, sigáis creyendo contra toda esperanza. Tu fe ayudará mucho a crear un mundo nuevo y renovado. Yo saco de las piedras hijos de Dios. 

5ª Estación: El Cirineo ayuda a Jesús 

Simón no era un curioso ni un cualquiera que pasó por allí. Las casualidades son cosas de los hombres, para Dios todo lo que sucede entra en un plan. Siempre es un plan de salvación, a no ser que lo rechacéis. A Simón, el Cirineo, lo elegí yo; no los soldados romanos. Al principio lo recibió mal pero luego el Espíritu le infundió compasión y me comenzó a mirar con ternura. Mi cruz dio en él los primeros frutos de salvación y después en sus hijos que formaron parte de la nueva Iglesia. 

No rehúyas ayudar a los que ves cargados con su cruz cerca de ti. Deja que mi Espíritu te llene de misericordia y compasión. Yo he muerto por todos, todos sois hijos míos. No juzgues quiénes son dignos de ayuda o no; el juicio me pertenece a mí. Los pobres son míos y todas las cruces del mundo me pertenecen. Las he comprado con mi precio. ¿Quieres ayudarme, como el Cirineo, a llevar la cruz del mundo? 

6º Estación. Verónica limpia el rostro de Jesús 

¡Qué bien me hizo esta mujer! Necesitaba que alguien de mi pueblo tuviera compasión de mí. Tenía fe pero necesitaba afecto. El cariño de esta mujer alejó el demonio de mí. Me di cuenta de que no todos estaban de acuerdo con el Maligno, no todos se dejaban embaucar, no todos transigían con la envidia de los arrogantes. Un golpe de gracia inundó el corazón de esta mujer y se lanzó intrépida. Rompió el cordón de soldados y, con un paño, enjugó mi rostro. Lo noté; su gesto venía de la otra orilla, pertenecía al mundo de los salvados. 

Hijos míos: no os dejéis encerrar por los cordones del miedo, de la moda y malicia de cada época, del engaño de los poderosos. Buscad la salvación, desprendeos del mundo. Cantad, ya en esta vida, el cántico de la victoria en el mar de cristal, en la otra orilla. Este mundo se rige por la insolencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia del dinero (1Jn 2, 16). No os ajustéis a este mundo. Dejad que mi gracia os empuje a romper los cordones del mal limpiando mi rostro en los más pobres. Os aseguro que veréis mi rostro grabado en el suyo. 

7 ª Estación: Jesús cae por segunda vez 

La pendiente no era demasiado fuerte pero yo estaba destrozado; la crueldad de la flagelación me había debilitado mucho. Me moría de sed por la pérdida de sangre. Caí en el barro y me encharqué. Me dio pena de mí mismo, pero en el fondo tenía paz. Lo que más me dolía era mi oscuridad interior; mi alma humana no entendía la necesidad de tanto sufrimiento. Eran horribles los gritos que pronunciaban contra mí. En el suelo me sentí pobre, muy pobre, absolutamente desvalido. Fue un momento tremendo, me hubiera dejado morir. No entendía nada. 

Hijo: no te compadezcas de mí ni te eches a ti la culpa de lo mal que lo pasé. No rompas en llanto ni te flageles ni te hagas víctima. No quieras ser tú el centro y el protagonista de mi pasión. No me robes mi gloria ni infravalores mi amor por ti. Yo te amaba en ese momento, yo te quería con un amor extremo, hasta la muerte. Mi pasión fue un regalo maravilloso de Dios para vosotros y para mí. Os amé con todo mi ser en el dolor. 

8ª Estación: Jesús habla con las mujeres de Jerusalén 

Cada vez veía más gente llorando, gente de buen corazón que no entendían el oculto secreto que presenciaban. Lloraban por compasión humana. Nadie sospechaba el misterio que había dentro de mí. Sin embargo, sus lágrimas me consolaban. Mi divinidad no me socorrió en absoluto. Sufrí en mi cuerpo de carne, sufrí como sufrís los hombres, yo soy hombre. Os he redimido en mi cuerpo de carne, como dice mi siervo Pablo (Col. 1, 22). Tenía que pasar por todo lo que pasáis vosotros para poder redimirlo. Las mujeres lloraban con razón. 

Me volví a ellas y les dije: “No lloréis por mí, llorad por lo que ha de venir. Llorad por los que malgasten o rechacen o no les interese mi amor. Yo no me vengaré, mas mi sangre despreciada, única salvación del mundo no podrá sanarles y se hundirán en la tumba vacía. Sólo en mi sangre se ha firmado la alianza con Dios, mi Padre del cielo”. Hijos míos: pedid el Espíritu Santo, acudid a mi Espíritu y él os lo explicará todo. El hará que vuestras lágrimas, las penas de vuestra vida, tengan un precio de redención. 

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez 

Faltaban unos metros para llegar a la cumbre. Esta vez caí sobre piedras, sueltas sobre la roca. Ya me daba lo mismo hacerme daño. Quería que terminara todo cuanto antes. De repente, una ráfaga de Espíritu pasó por mi interior y me alentó librándome de la desesperación. Necesité ser sostenido. En un segundo pasaron por mi corazón todos los moribundos, los desesperados, el odio de los que mueren sin fe, cansados de tanto luchar. Y se me renovó el amor y grité desde el suelo a mi Padre: “Sí, Padre, por todos ellos, quiero morir por todos ellos, no quiero que ningún sufrimiento sea estéril”. Me levanté con brío y llegué al lugar del patíbulo. 

Hijos míos: me dirijo a los que os faltan pocos metros para llegar al final, a los ancianos de las residencias, a los que estáis en paliativos, a los que estáis desahuciados y sin esperanza. Estáis en el mejor momento para descubrir mi humanidad. Aún vosotros los que no tenéis fe, los que no me habéis hecho caso en la vida, los que creéis que no tenéis perdón. Sí, os lo digo, para eso caí por tercera vez, para que nadie quede sin auxilio en esos momentos Yo soy vuestro salvador, creedlo; creed que dentro de poco nos veremos en el paraíso. 

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestidos 

Al verme completamente desnudo me sentí más pobre todavía. Fui despojado de la hoja de parra, aquella con la que el Creador cubrió la desnudez de Adán y Eva (Gén 3, 21). A pesar del pecado no quiso para ellos una ignominia completa. Esa ignominia estaba reservada para mí. Percibí la soledad, la pérdida de intimidad, la entrega total a la irrisión de los que se mofaban de mí. Cuando me vi desnudo sentí que mi derrota era absoluta. Desde niño escuchaba a los doctores en el templo para entender mejor mi destino, lo que yo llamaba “las cosas de mi Padre”. Nunca pensé que llegaría a ser tan cruda la realidad. 

Hijo mío: sólo si el Espíritu Santo te sostiene podrás tú asumir ser despojado. Perderás la fuerza, perderás la juventud, perderás tus apoyos; los años te irán desposeyendo. El Espíritu te ayudará a desprenderte de todo sin rebeldía. Yo, el resucitado, el que viví primero tu angustia y tu despojo, te envío ese Espíritu que te hará escuchar sones de victoria aún en medio de la desolación. Hijo mío: tú que estás roto, desposeído de todo, eres muy amado de mi Padre; yo pasé por ahí, como tú, para dar sentido a tu derrota y llenarla de esperanza. 

11 Estación: Jesús es crucificado 

El pecado de los hombres quiso vengarse en mí hasta el extremo. Yo me sabía de memoria aquello de: lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como uno ante el que se vuelve el rostro. Él, sin embargo, soportó nuestros sufrimientos, aguantó nuestros dolores. Nos parecía como un leproso, herido por Dios y humillado, pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes (Is 53, 3-5). El dolor de los clavos me sacó del alma estas palabras proféticas que me alimentaban y entré en total oscuridad. Solo el cuerpo reaccionaba ante el dolor. 

Hijo mío: no te parezca monstruosa la realidad de mi muerte. No se me podía ahorrar ningún sufrimiento. Tenía que cumplirse toda justicia. Yo tenía que convalidar delante de Dios el sufrimiento de todas las víctimas de la historia, el atropello de los pequeños, el horror y el sinsentido de tantos crímenes, el refinamiento de la crueldad humana. ¡Qué grande es Dios, mi Padre y vuestro Padre, que os ama a pesar de tales horrores y miserias! Yo vivo ya para siempre y en mí fue reconciliado el mundo entero. Tu salvación es gratuita en mí y en mi dolor; tú nunca podrías salvarte. Por eso, hijo mío, alégrate; tú vendrás conmigo al paraíso libre de todo reato. 

12ª Estación: Jesús muere en la cruz 

La terrible oscuridad seguía. Sólo el cuerpo reaccionaba al dolor. El demonio estaba lejos, no lo notaba. Seguro que disfrutando de su victoria. Se hizo tan denso el absurdo en mi alma que me salió un grito, algo parecido a una protesta final de mi carne: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? No tuve respuesta, sólo un silencio cruel. De repente oí a los que me gritaban: Bájate de la cruz; si Dios está contigo, como decías, que él te saque de este trance… La sed me torturaba; tenía la lengua pegada al paladar. Se me empezó a ir la cabeza y grité de nuevo con voz potente que no sé de dónde me salió: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. 

No oí los truenos, ni me deslumbraron los relámpagos, ni sentí el terremoto. Estos signos ya no eran para mí; anunciaban el fin del mundo viejo que yo acababa de abandonar. Os lo anunciaban a vosotros, hijos míos. De ahora en adelante, la oscuridad del ateo, el resentimiento del pobre y del excluido, toda queja humana será pecado. Todo lo que no crea en mí y se alimente de la fe en mí, pertenecerá al mundo viejo y no estará redimido. Lo que no se nutra de mi pasión será destruido a la vez que la figura de este mundo. Dejaos penetrar; todo ha sido amor. 

13ª Estación: Jesús es bajado de la cruz 

Mi carne quedó serena y relajada; no le afectó el rigor de la muerte. A pesar del tiempo que tardaron en bajarme de la cruz, mi madre, me pudo sostener con cariño en sus brazos. No pesaba. Se empezaba a cumplir lo que dijo David: No lo abandonaré en el lugar de los muertos ni permitiré que su carne experimente la corrupción (Hch 2, 31). Una paz extraña inundó a los que estaban con mi cuerpo. No conocían el futuro; pensaban que en el cielo, allá en el último día, me volverían a ver ya glorioso. No obstante, vivían con mucha paz el final de la tragedia. 

Hijo mío: es en tu historia donde vas a conocer a Dios. Ahí se te tiene que ir revelando. En mí, el Padre actuó de una manera cósmica y total. En mí se alumbraron unos nuevos cielos y una nueva tierra. Tu historia está abocada hacia la nueva creación porque en mí ya eres hijo. Yo he sufrido por ti. Nada de lo que te ocurra, por más acerbo que sea, se saldrá del designio de amor vivido por mí. Mis llagas dan sentido a las tuyas. El Señor te regala la paz que inundó a los que me bajaron de la cruz. 

14ª Estación: Jesús es sepultado 

Mi cuerpo fue enterrado como el de cualquier otro ser humano. No podía ser de otra manera porque yo fui totalmente humano. Mi alma espiritual, que es inmortal como todas las almas, unida a mi divinidad, viajó hacia atrás en el tiempo para anunciar a los muertos de épocas pasadas la gran noticia. Esta gran noticia era mi señorío. Fui constituido por Dios, Señor, Cristo y Juez de la Historia. El sentido y la plenitud del universo y de la creación, concentrados en un ser humano con personalidad divina. Ese soy yo y ese es el gran misterio escondido por Dios desde los siglos. 

Hijo mío: no temas ser enterrado porque al tercer día resucitarás. Siempre hay un tercer día. El paso por el sepulcro es la última humillación, la última expresión de la derrota del hombre, autoexaltado por el pecado de Adán. Para liberaros de ese pecado tuve yo también que pasar por el sepulcro. En mi cuerpo se consumó la derrota de todos vosotros pero también en él, resucitado, se abrió la novedad de la nueva creación. Fui el primer habitante de la nueva vida. Mi Espíritu os invita a superar en vosotros la vieja condición y a vivir la novedad de la nueva vida, que Dios os ha preparado para siempre. 

15ª Estación: Jesús es resucitado 

Mi resurrección hizo temblar de alegría los cimientos del cosmos. Todo es verdad, Dios tiene la razón, el absurdo ha sido destruido. El diablo se volvió estúpido, su boca ha sido tapada, su acusación se ha vaciado. ¿Dónde está el pecado? Ya no hay condenación posible para los que están y creen en mi resurrección. ¡Qué grandeza! Millones de siglos de evolución para crear un mundo capaz de alegrarse de este día. Todo fue hecho para mí, para que existiera yo y, junto a mí, todos vosotros. En la mente de Dios somos el por qué y la razón de todas las cosas. 

¡Qué grande es mi Padre y nuestro padre! Que toda la creación le aplauda, que todo ser le cante y le alabe. Hijos míos: yo, en mi paso por este mundo, no sabía cuándo llegaría el último día, tampoco imaginaba el esplendor total de este día de resurrección. Eran los grandes secretos del Padre y ninguno de nosotros podía imaginarlo. ¡Qué pequeñas nuestras perspectivas, qué estrechos nuestros deseos, que incapaces nuestros ojos para ver! El Espíritu me dijo muchas cosas a lo largo de mi vida, pero yo no pude imaginarlo. Hijos míos: Cantad todos los días al Señor un cántico nuevo, gritadle cuanto podáis, porque él siempre estará más alto. 

Madrid, Marzo 2012 Chus Villarroel O. P.


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