Hay muchas razones para llamar a España "tierra de cobardes": su pasividad ante el abuso de poder, su silencio ante la corrupción, su indiferencia ante la vileza de la política, su indolencia ante la injusticia, su falta de rebeldía..., pero pocas son tan humillantes como la vigencia del "Vivan las cadenas", una frase que refleja la tendencia de los españoles a votar en las urnas a sus verdugos.
Del análisis sosegado, frío y distante de las elecciones del 20 de diciembre surgen conclusiones muy tristes, la principal de las cuales es que los españoles han sido cobardes y tal vez suicidas al apoyar con su voto a verdugos y saqueadores.
Los españoles han desaprovechado de nuevo la cita electoral para forzar el cambio que el país necesita y ni siquiera han sido capaces de acabar con el bipartidismo, que sale herido de las urnas, pero conservando su hegemonía. Cuando era lógico pensar que los viejos partidos iban a ser duramente castigados y que el mismo sistema, incapaz de regenerarse, iba a ser fustigado con millones de votos en blanco de protesta, nulos y abstenciones, eso no ha ocurrido y, contrariamente a lo esperado, una marea de millones de votos ha vuelto a reforzar un sistema que ha demostrado ser corrupto, que abusa del poder, que carece de la necesaria separación de los poderes, donde la ley no es igual para todos, donde los valores son aplastados y que cada día se aleja mas de la verdadera democracia.
En muchos países extranjeros es evidente que los medios de comunicación y la gente se sorprenden de que los españoles, orgullosos y bravos en el pasado, aguanten tantos abusos y errores a su clase dirigente y no comprenden cómo un pueblo al que le han degradado la democracia, le controlan la Justicia y que ha sido engañado, saqueado, estafado, desarmado de valores y mal gobernado puede permanecer sin reacción, sometido a una clase política plagada de privilegios, intocable, corrupta y muchas veces ajena al bien común.
Las encuestas daban por herido de muerte al bipartidismo en las elecciones del 20 de diciembre, pero el resultado no refleja eso sino una simple caída fácilmente recuperable del PP y del PSOE, los dos partidos culpables de los actuales dramas de España, sobre todo de la corrupción, de la injusticia y del desempleo y el avance de la pobreza.
Una semana antes de la cita en las urnas, las encuestas daban a Ciudadanos unas perspectivas de votos que casi desbancaban al PP del primer puesto, pero el partido de Albert Rivera terminó consiguiendo sólo 40 escaños, un resultado decepcionante para quien se veía como fuerza líder de la política española.
Casi lo mismo ocurría con Podemos, que al final no consiguió desbancar al PSOE como líder de la izquierda.
El ciudadano ha sido despojado de casi todo su poder e influencia por el sistema, en el que todo el poder reside ya en los partidos. Por eso es una partitocracia y no una democracia. El único poder que le queda al ciudadano es el de la protesta y, sobre todo, el de la protesta cuando se abren las urnas. En buena lógica, en un país diezmado por el desempleo, el avance de la pobreza y la desigualdad, los ciudadanos deberían haber castigado con fuerza y desterrado a los partidos culpables de la decadencia y la injusticia, pero no ha sido así y España ha seguido votando a sus verdugos.
Aunque las expectativas de los partidos no se han cumplido y todos tienen razones para sentirse relativamente castigados, los líderes políticos han salido de la prueba de las urnas igual de arrogantes, sin un atisbo de cambio, declarándose vencedores y sin disposición alguna a pactar y adoptar las medidas que el país necesita para salir a flote.
En términos generales, la jornada del 20 de diciembre ha demostrado que el sistema, a pesar de sus abusos, injusticias y fracasos y de haberse alejado de la democracia y la decencia, está fuerte, es incapaz de regenerarse y sigue gozando de un amplio apoyo popular.
Al parecer, los que soñamos con un mundo mejor y una política mas digna y decente somos pocos y nos quedan muchos años de lucha y sufrimiento.
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