EL Rincón de Yanka: LA PALABRA COMO LENGUAJE DEL ALMA

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domingo, 29 de julio de 2007

LA PALABRA COMO LENGUAJE DEL ALMA

La palabra nace en los labios del corazón –en diálogos compartidos- y muere en combate egoísta. La lengua como plática, propia del entendimiento, ha de declararse oficial en la Tierra antes de que nos entierren – los Luciferes- la voz gozosa de la libertad. Todas las personas tienen el deber de utilizarla para el consenso y el derecho a usarla para no marchitar el jardín de un mundo del que todos somos remadores –y rimadores- hasta que la arena no duerma entre los mares del cielo.

La riqueza de este planetario está en lo que el ser humano no ve, ni vive, en las distintas modalidades lingüísticas que habitan en el suelo terrícola; toda una atmósfera de vida que ha de ser objeto de amor ante las maravillas poéticas de lo que se puede llamar el mundo inmensamente pequeño del átomo y el mundo inmensamente grande del cosmos. El Creador, que crea el mundo visible, es el dador, y el mortal es el que recibe el don. Y en ese espacio, la capital ha de ser el Estado de Buena Esperanza, que radica –sin radicalismos- en la villa de los Poetas, bajo el aire libre de la palabra; aquella que es una llamada a la conciencia de vivir, a la vida que no conoce de dueños.


La bandera de la palabra es la voz misma, en su esplendor más níveo, sin franjas ni frentes fronterizos; una vocación de entrega, más que a los colores inventados por el mortal a los espirituales calores del alma, donde todo es poesía de servicio, a disposición de Dios y de los seres humanos. Los habitantes del planeta Tierra han de estar sujetos al sentido común, donde lo Natural es lo singular, lo único que merece llamarse nombre propio y corriente continua de Luz.


Hemos de volver a la palabra, la que conjuga como el verde de los olivares centenarios, los Derechos y Deberes para todos; supremo bien espiritual, principio de paz y norma poética que hemos de constitucionalizar como actitud de fortaleza. En el léxico, las nacionalidades se respetan y protegen, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por haber nacido en territorio de ricos o de pobres, ser blanco o de color, macho o hembra, o cualquier otra acción o reacción mezquina, creada -casi siempre- por el macho poderoso que pretende heredar la tierra, con su bravura de ordeno y mando. ¡Cuándo la palabra del que no tiene nada tendrá valor y se hará valer! En cualquier caso, todos los ciudadanos de este planeta, tienen el derecho y el deber de proteger y conservar sus raíces de mar, cielo y tierra –unos en mayor medida que otros- con las armas espirituales de la palabra, encinta con la vida interior, que nace en la siempre activa vía láctea de la contemplativa.


La necesidad de la palabra, así como la facultad de entendimiento hacia el mensaje de la palabra, se halla profundamente arraigada en el olmo del alma del humano. Pero la palabra por sí misma no basta, si no se permite que aquella otra fuerza más profunda entre en escena, la del amor, abecedario esencial para que los hablantes de todas las comunidades utilicen para comunicarse y quererse. A pesar de... tanto hablar del amor... nos falta el amor. ¡Ay el amor!. Sí; de tanto querer nadar vestidos con el amor, el mar es un basurero donde ya no se respira el azul de las Sirenas que tanto enamoraron la Tierra en otro tiempo. Las grandes multinacionales nos imponen la muerte con sus comercios. Comercian con el hombre. Aunque la civilización contemporánea hace todo lo posible para distraer a la conciencia humana de la ineludible realidad de morir, tratando de inducir al hombre a vivir como si la defunción no existiese. Una expiración que, por otra parte, no nos arrebata la palabra; el verdadero vocablo que mana como si la boca del niño no se hiciese mayor viviendo –y alimentado- bajo el aliento del verso. Un río de autenticidades, que nunca será polvo de tierra y sí polvo del tiempo para el tiempo y todas las edades. La palabra es el Verbo encarnado y vivo, no un verso sin conjugación y mudo.


“El verbo de los poetas, como el de los santos, no requiere descifrarse por gramática para mover las almas. Su esencia es el milagro musical”, dejó escrito Ramón del Valle-Inclán. También los Padres espirituales parafraseando, resumen así las disposiciones de un corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: “Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación”. En esta creación, universo de palabras y sensaciones, la poesía está en la vida y es única como la energía, como los claros –y clarividentes- besos del sol y la luna, apasionados versos por limpiar la Tierra de tanta estupidez y mediocridad. Es cuestión de observar y saber beber el dibujo de las palabras escritas en el horizonte de la existencia. Hoy, uno de mis queridos y admirados mayores, que tiene ganada la cátedra de la vida, y que lo han dejado aparcado en una residencia mientras sus hijos –gentes de alto esmoquin- disfrutan del verano en la playa, me ha hecho ver el fondo del pozo donde las florecillas ya no perfuman el viento. Hemos hablado largo y tendido de la palabra, de mi desvelo por el lenguaje. Su saludo fue todo un recordatorio de silencios y un callar, pues, como me dijo:


“Están de luto las palabras y duermen en los cementerios de la soledad. Le lloran los ojos a la palabra de tanto mirar a la Tierra al ver que la dejan sin el aire de la poesía, desnuda y amordazada. ¡Llora la palabra y nadie baja a consolarla!”.

Necesitamos poetas que nos canten las cuarenta porque todos tenemos derecho a existir.


Víctor Corcoba