FRANCISCO
PAPA DE LA MISERICORDIA
Cándido Moreno Aragón
Compilador
Francisco pide a la jerarquía católica autocrítica sobre "el complejo de los elegidos", la mundanidad, el exhibicionismo y la vanagloria.
Es el rayo que no cesa. El papa Francisco sigue aprovechando cualquier oportunidad para denunciar los pecados de la Curia. Con cariño, pero también con dureza. El papa Francisco aprovechó la audiencia navideña a los hombres que le ayudan –aunque no siempre—a dirigir los destinos de la Iglesia para advertirles de las enfermedades más comunes que minan la salud del Vaticano. Desde “sentirse inmortales e indispensables” al alzhéimer espiritual –la pérdida de la memoria de Dios--, pasando por la mundanidad, el exhibicionismo, la vanagloria o “el terrorismo del chismorreo”. Un catálogo de 15 enfermedades y sus posibles tratamientos.
La relación no tiene desperdicio, de ahí que a continuación vayan resumidas una por una y por su orden. La primera de las 15 enfermedades de la Curia enumeradas por Bergoglio en su larga intervención –apoyada en citas del Evangelio y de varias encíclicas- es la de “sentirse inmortales, inmunes” o incluso “indispensables”. Dice el Papa que “una Curia que no hace autocrítica, que no se actualiza y que no trata de mejorar es un cuerpo enfermo”. Habla Francisco de la patología del poder, “del complejo de los elegidos”, de todos aquellos que “se transforman en dueños y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos”. El posible remedio que propone Jorge Mario Bergoglio sin duda marca de la casa: “¡Una visita a los cementerios nos podría ayudar a ver los nombres de personas que tal vez también pensaban ser inmortales, inmunes e indispensables!”.
La segunda es la “enfermedad de la excesiva laboriosidad”. Recuerda Francisco que también Jesús aconsejó a sus apóstoles “descansar un poco”. Dice que para evitar “el estrés y la agitación” es necesario pasar tiempo con la familia, respetar las vacaciones”, utilizarlas para recuperarse “espiritual y físicamente”. La tercera enfermedad es la del “endurecimiento mental y espiritual”. Advierte Francisco de los que poseen un “corazón de piedra”, se esconden tras los papeles y la gestión y pierden “la sensibilidad humana”, la capacidad de amar al prójimo. La cuarta enfermedad es la de la “excesiva planificación y funcionalidad”. Dice el Papa –en un mensaje tal vez dirigido a los más tradicionalistas de la Iglesia—que son necesarias “la frescura, la fantasía y la novedad” para no encerrarse en “las propias posiciones estáticas e inamovibles”. La quinta enfermedad es la “mala coordinación”. Asegura Francisco que cuando falta la colaboración y el espíritu de equipo –“el pie que le dice al brazo no tengo necesidad de ti”— es cuando llega “el malestar y el escándalo”.
“Una Curia que no hace autocrítica y que no trata de mejorar es un cuerpo enfermo”, dice el Papa
La sexta enfermedad que Francisco dice haber detectado en la Curia es la del “Alzhéimer espiritual”: “Lo vemos en aquellos que han perdido la memoria del encuentro con el Señor (…) y dependen completamente de su presente, de sus pasiones, de sus caprichos y manías; (…) convirtiéndose en esclavos de los ídolos esculpidos por sus propias manos”. La séptima enfermedad, “gravísima” según el Papa, es la de “la rivalidad y la vanagloria”, cuando “la apariencia, el color de los vestidos y las insignias de honor se convierten en el objetivo prioritario de la vida”. Huelgan más comentarios.
La octava de las 15 enfermedades es la “esquizofrenia asistencial”, sufrida por aquellos miembros de la Curia que viven “una doble vida”, que se dedican a los asuntos burocráticos de la Santa Sede perdiendo el contacto con la realidad de las personas concretas: “Se crean así un mundo paralelo y viven una vida escondida y a menudo disoluta. La conversión de estas personas es urgente”.
Las siguientes enfermedades detalladas por el Papa no son exclusivas del interior del Vaticano. Se puede decir que son virus universalmente expandidos. En el punto nueve, un clásico en las intervenciones de Francisco, habla del peligro de la afición a criticar y a cotillear –“¡hermanos, guardémonos del terrorismo de las habladurías!”--, en el 10 pone el acento en el peligro de “divinizar a los jefes”, un peloteo vital en el que tantos basan su ambición de ascender, “pensando solo en lo que se puede obtener y no en lo que se debe ofrecer”. La enfermedad número 11 es “la indiferencia hacia los demás”, muy unida también a los celos, “cuando cada uno piensa solo en sí mismo y pierde el calor de las relaciones humanas”. A la siguiente enfermedad –la de “la cara fúnebre”—también suele referirse Bergoglio, un Papa con gran sentido del humor, de forma habitual: “El religioso debe ser una persona amable, serena y entusiasta, una persona alegre que transmite alegría. ¡Qué bien hace una buena dosis de humorismo”.
El Papa cierra su diagnóstico sobre los males de la Curia –aunque no solo de la Curia—advirtiendo sobre “la enfermedad de acumular bienes materiales” –número 13--, “la enfermedad de los círculos cerrados” –14—y, finalmente, la del “aprovechamiento mundano, de los exhibicionistas”, la de aquellos que “transforman su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener ganancias mundanas o aún más poder”.
No deja de ser significativo que, además de leer la cartilla a la Curia, el papa Francisco quisiera también reunirse con los trabajadores del Vaticano. Con ellos utilizó un tono y un mensaje muy distinto: “Quiero pediros perdón por mis errores y los de mis colaboradores y también por algunos escándalos que han hecho tanto daño. ¡Perdonadme!”.
EL ACENTO
El papa Francisco expone las patologías del espíritu que aquejan a quienes gobiernan el Vaticano
No hay semana en la que el papa Francisco no tenga una aparición estelar, y merecida, en los medios de comunicación. Hace poco fue la colaboración del Vaticano en un acontecimiento histórico: la apertura de negociaciones entre Estados Unidos y Cuba que pone fin al último vestigio de la guerra fría. Ahora ha sido noticia por un nuevo episodio de su cruzada por renovar la propia Iglesia. El Papa no se anduvo con rodeos en la audiencia navideña a la que asistieron los que gobiernan el Vaticano: fue una reprimenda en toda regla. Dulce y cariñosa, pero reprimenda. Crudamente, aunque con toques de humor, Bergoglio enumeró las muchas patologías del espíritu que aquejan a la Curia romana.
La primera, la de creerse “inmortales, indispensables e inmunes”. La medicina que prescribió para este pecado de soberbia es una visita a los cementerios, donde sus eminencias podrán ver lo que queda de muchos que también se creían inmortales. La indiferencia, la codicia de bienes materiales, las actitudes mundanas, el exhibicionismo, los celos y hasta el chismorreo hacen mella entre los purpurados, que con frecuencia, según el Papa, “se transforman en dueños y se sienten superiores a todos, en lugar de al servicio de todos”.
Dos enfermedades preocupan al pontífice: el alzhéimer del espíritu, que afecta a quienes han olvidado el evangelio y solo están atentos a sus “deseos, caprichos y manías”; y la “esquizofrenia” de los que tienen una vida pública y burocrática en el Vaticano y otra paralela “escondida y a menudo disoluta”.
El Papa ejerce también el papel del buen jefe que da sabios consejos a su equipo. El primero, descansar. La excesiva laboriosidad, el estrés y la agitación impiden la meditación y el sosiego necesarios. Siendo él como es —jovial y alegre— se entiende que le preocupe ver en la Curia tantas “caras fúnebres”, auténticos cenizos, y que el culto a la funcionalidad y la planificación excesiva ahoguen la creatividad y la frescura.
No le va a resultar fácil al pontífice cambiar una cultura tan arraigada. Pero él persiste, incansable, porque “una Curia que no hace autocrítica y no trata de mejorar es un cuerpo enfermo”. Y sabe que la mejor forma de hacerlo es predicando con el ejemplo.
Ángel Fernández Artime:
«Si a uno no le gusta el papa Francisco
es que está en otro tipo de Iglesia»
-A veces el papa Francisco parece más salesiano que jesuita...
-Quiero destacar que si tenemos un papa Francisco es porque hemos tenido antes un papa Benedicto XVI. No se le hace justicia, pero al margen de su entrega a la Iglesia, es increíblemente hombre de fe y profundamente libre para tomar la decisión que tomó [de abdicar]. Del estilo de Francisco, es muy directo, va a lo esencial. Creo que es un hombre que habla con mucha coherencia y veo un aire muy bueno en la Iglesia. Nos sentimos muy cómodos los salesianos.
-Frente a esta forma de actuar está la tradicional. Y en ese caso está por ejemplo Tarcisio Bertone, secretario de Estado con Benedicto XVI y ahora envuelto en un problema con la reforma de su apartamento. Curiosamente, él es salesiano.
-Estoy convencido que el espíritu guía a la Iglesia. Estoy muy entusiasmado con este momento, que es muy sereno, pero de ir a lo esencial. Me siento muy en sintonía y queriendo que los salesianos vayamos también a lo esencial.
-¿Y eso que dicen que es un buen cura pero no es un buen papa?
-Discrepo radicalmente. Quienes lo dicen son de un prejuicio... casi diría de la ultraderecha eclesial. Creo que es un papa excelente, va a lo esencial, es evangélico y quiere una Iglesia pobre y para los pobres. Si a uno no le gusta, es que está en otro tipo de Iglesia...
LAS CRUCES DE LA HUMANIDAD
Al concluir el Via Crucis que presidió este Viernes Santo alrededor del Coliseo Romano acompañado de miles de fieles, el Papa Francisco rezó una oración que escribió especialmente para esta ocasión titulada “Oh Cruz de Cristo”.
Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.
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