EL Rincón de Yanka: LIBRO "DIEZ RAZONES PARA SER LIBERAL" por SANTIAGO NAVAJAS 🗽

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miércoles, 23 de agosto de 2023

LIBRO "DIEZ RAZONES PARA SER LIBERAL" por SANTIAGO NAVAJAS 🗽

DIEZ RAZONES 
PARA SER LIBERAL
En nuestras lenguas romances, el sufijo "ismo" sirve para denotar la corrupción de algo que en sí puede ser puro e íntegro.
El liberalismo endiosa la libertad individual. 
El comunismo le importa sólo el colectivismo, 
el nacionalismo niega la existencia de otras naciones...
El universo del liberalismo es enormemente extenso y variado. Liberales se han declarado tanto John Maynard Keynes como Milton Friedman, tanto Hayek como Popper. Y a pesar de las ostensibles diferencias entre ellos, no deja de tener sentido que sea así: todos, en mayor o menor medida, comparten una cosmovisión en la que el factor fundamental es la libertad, vector clave a la hora de plantear una teoría de la Justicia o un marco regulatorio para el Estado. En líneas generales, el liberalismo se identifica con una política económica orientada hacia la supresión de los controles y las barreras comerciales, y una regulación flexible de los mercados de capitales. 

Esta orientación se suele entender erróneamente como una animadversión hacia el Estado pero, salvo en los posicionamientos más radicales, la idea es más bien ampliar los mercados al tiempo que se diseña un Estado fuerte, pequeño, eficiente y al servicio de los ciudadanos, en lugar de un Estado fofo, con tendencia a deslizarse por la pendiente de la metástasis presupuestaria y el autoritarismo moral. Santiago Navajas, autor entre otros de Eso no estaba en mi libro de historia de la filosofía", desgrana en este estimulante ensayo las diez razones principales por las que el liberalismo se antoja una opción más que plausible en los tiempos que corren. Sus reflexiones encuentran apoyo en un aparato crítico muy sólido, pero no adolecen del tono críptico, para iniciados, que es tan frecuente en obras de este género. Por el contrario, se trata de un texto que rezuma humor y que se sigue con la pasión absorbente de una buena novela. "Santiago Navajas cada vez escribe y piensa mejor. Destacan su rapidez y cintura. Admirable". 
BERND DIETZ, catedrático, traductor, poeta y presidente del Círculo Liberal. "Navajas es uno de los comentaristas más inteligentes y agudos del panorama actual". 
LUIS DEL PINO, ensayista y director del programa de tertulia política Sin Complejos (esRadio)".

Santiago Navajas: 
"Ser liberal no es ser relativista moral"

De todos los términos que abundan en la jerga política actual, quizá la palabra liberal sea la más difícil de precisar. Asociada hoy casi exclusivamente al ámbito económico, quienes la utilizan, ya sea para defenderla o para denostarla, no suelen tener en cuenta el amplio pasado de un movimiento filosófico en el que se encuadraron pensadores de lo más diversos. A modo aclaratorio, Santiago Navajas publicó hace unos meses Diez razones para ser liberal (Almuzara), libro en el que analiza las verdaderas tesis liberales con respecto a asuntos usualmente monopolizados por otras ideologías, como la justicia social o el feminismo, en el caso de la izquierda socialista, o el patriotismo, en el caso de la derecha conservadora. Hablamos con él:

Pregunta: ¿Qué significa la palabra liberal?
Respuesta: Se trata de una palabra extraña porque ha ido variando mucho de significado desde que nació. En su origen, hace siglos, en El Quijote, por ejemplo, significaba simplemente que una persona era muy generosa. Después, a partir del siglo XVIII, XIX, se concretó en aquellos que ponían la libertad como valor fundamental a partir del cual organizar la sociedad. En la Revolución Francesa se señalaron los tres valores de la modernidad: 

Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero la cuestión está en cómo organizas esos tres valores. Si das mucha libertad, vas a tener desigualdad; si tienes mucha desigualdad, vas a tener problemas con la fraternidad. Tocqueville vio muy bien que, a partir del siglo XIX, el conflicto principal en las sociedades occidentales iba a girar en torno al conflicto entre la libertad y la igualdad. Los que anteponen la igualdad son los socialistas y los que anteponen la libertad son los liberales. La clave, de todas formas, es entender que un liberal no antepone la libertad hasta el límite de anular los otros dos valores. La prefiere, simplemente, cuando percibe un conflicto entre ellos. Una anécdota muy famosa es la de la entrevista del socialista español Fernando de los Ríos con Lenin. "Libertad para qué", le dijo el ruso. Y él, que era un socialista liberal, respondió: "Libertad para ser libres". Es decir, la libertad se justifica de por sí. No necesita otras cuestiones para justificarse.

P: Una crítica recurrente que se les hace a los liberales es que corren el riesgo de caer en el relativismo moral.
R: Es una cuestión interesante y yo en el libro la trato, por ejemplo, cuando hablo de Eva frente al árbol del Conocimiento. ¿Por qué Dios crea a los seres humanos y les da una serie de órdenes para que se comporten bien, pero al mismo tiempo les deja libertad para que puedan desobedecer? Es una paradoja. Lo que pasa con la moral es que no hay una, sino varias. Ni siquiera la moral de un católico tiene por qué coincidir al cien por cien con la de otro católico. Un liberal es aquel que no confunde su moral particular con la ética. Yo mismo tengo una serie de convicciones morales. Considero que hay ciertas cosas que están mal. Pero no le impongo mi visión al resto de las personas utilizando la fuerza. Puedo tratar de convencerlas, pero al mismo tiempo tengo la flexibilidad moral de darme cuenta de que sus razonamientos también están fundamentados en algo. La ética liberal prioriza la no imposición, dentro de lo razonable. Defiende la autonomía del individuo para desarrollar su propia moral, reconociendo que existen unos límites inesquivables. El más claro de todos es que tu libertad termina donde empieza la de los demás. Los liberales no somos relativistas porque sabemos que hay cosas que están mal. Hacerle un daño objetivo a un tercero es un límite que no se puede traspasar. Sin embargo, somos conscientes de que la gran mayoría de discusiones no son blancas o negras: están repletas de grises.

P: ¿Los liberales son los únicos que se plantean si están equivocados?
R: No digo eso exactamente. Lo que sí que suele hacer un liberal es dejar que la gente hable, antes de imponer una visión moral en base a un bien que considera prioritario. Por ejemplo, un liberal reconoce que hay prostitutas forzadas, o que hay mujeres forzadas a llevar burka. Pero antes de prohibir nada, habla con esas mujeres. Porque resulta que también hay prostitutas que ejercen libremente, y mujeres que quieren llevar burka. Ellas tienen sus razones, tú puedes no compartirlas, pero al final, si no le hacen daño a otras personas y no están siendo forzadas, quién eres tú para impedírselo. Puedes discutir con ellas, intentar convencerlas, pero, aun con todo, tarde o temprano tendrás que reconocer que hay mujeres que prefieren ser prostitutas. Igual que hay mujeres que quieren ir con burka.

P: ¿Hablamos de libertad o de libertinaje? ¿Se le presta la suficiente atención a la responsabilidad, que va ligada a la libertad, cuando se habla de estas cosas en el debate público?
R: No sé si se le presta poca atención, pero desde luego es una cuestión importantísima. Porque es así. Desde los griegos, la libertad es entendida siempre dentro del espacio público. La responsabilidad que preocupa al liberal es la responsabilidad para con los otros. Por eso, el debate acerca de los límites de la libertad es tan interesante. Y no hay respuestas claras, muchas veces. Por ejemplo, ¿es legítimo que una ciudad como Barcelona imponga restricciones a la vestimenta y prohiba que la gente vaya con el torso desnudo por la calle? ¿Qué daño hace la persona semidesnuda al resto? Pues, para empezar, puede contribuir a dañar la imagen que la mayoría de los ciudadanos quieren dar de su ciudad. En ese sentido, creo que es una medida que entra dentro de lo razonable. Las restricciones existen porque la conducta individual repercute siempre en el conjunto de la comunidad. Y si no te gustan las de ciertas ciudades, siempre puedes irte a otras. También existen restricciones a que la gente vaya completamente desnuda por la calle. Por una cuestión de higiene y por una cuestión moral. Bueno, entra dentro de lo razonable. Podrían llegar a imponerse restricciones a que las mujeres vayan con burka por la calle, porque afecta a la percepción que el resto de ciudadanos pueden tener de su seguridad. No lo sé. Un liberal no se opone a las restricciones. En general, lo que quiere es que esas restricciones sean lo más abiertas posibles. Lo que trata siempre es que los límites, antes que ser impuestos mediante la coacción, sean impuestos mediante la educación. Y, por supuesto, no es lo mismo limitar las conductas en el espacio público que intentar hacerlo en el privado.

P: Leyendo su libro se tiene la sensación de que el liberalismo defiende absolutamente todo lo que defienden el resto de ideologías, pero "de la forma correcta".
R: (Risas). Es que más o menos es así. A ver, entiéndeme. El asunto es que hay un par de temas que los liberales hegemónicos parecen haber abandonado actualmente, pero que, en realidad, fueron invenciones del liberalismo clásico, que siempre las defendió. Uno es el de la justicia social, o el del feminismo, que han sido apropiados por la izquierda; y otro es el patriotismo, que parece que sólo puede ser defendido por los conservadores. Bien. Pues yo, como liberal, los defiendo todos ellos, sólo que desde posiciones diferentes.

P: Hablemos de esos temas. Usted diferencia feminismo liberal de feminismo autoritario.
R: Sí. Vamos a ver. El concepto feminismo, en sí, significa que el hombre y la mujer son iguales en naturaleza. Filosóficamente hablando, se entiende, porque el hombre y la mujer no son exactamente iguales en términos biológicos. Nos referimos, por tanto, a igualdad en cuanto a derechos y dignidad. Pues eso es un invento de los liberales. Concretamente de Olympe de Gouge y de John Stuart Mill. Olympe, asesinada por Robespierre por ser liberal, no por ser feminista, escribió La declaración de los derechos de las mujeres. Quiso poner a la mujer en primer plano para denunciar precisamente la enorme desigualdad que existía en cuestión de derechos en esos momentos. Mill hizo lo mismo pero dando un paso más, porque fue el primero que pidió el sufragio universal también para la mujer. Es decir, hay una tradición liberal fortísima e innegable con respecto al feminismo. El feminismo de izquierdas, por su parte, viene de otra tradición completamente distinta y más antigua todavía. La del primer feminista de la historia, que fue Platón. Platón defendía que la mujer y el hombre eran iguales, lo que pasa es que su modelo político autoritario también lo llevó a su feminismo. Podríamos decir que existe una línea directa que va desde Platón hasta Simone de Beauvoir, que es la fuente fundamental de la que beben las feministas de izquierdas actuales. Simone de Beauvoir decía, por ejemplo, que había que prohibir a las mujeres ser amas de casa. Que el Estado tenía que decirle a las mujeres cómo tenían que ser, vamos. Lo que ha terminado pasando es que como la derecha nunca ha tenido demasiado peso ideológico dentro del feminismo, ha dejado el campo abierto a una izquierda que ha monopolizado el debate y convertido en indiscutibles conceptos de la ideología de género que beben de ese feminismo autoritario. Para un liberal no existe el género en el sentido fuerte de la palabra. Lo que existen son hombres y mujeres. Por lo tanto, no tiene sentido que haya cuotas, ni discriminaciones positivas. Lo que defiende el liberal es la igualdad de derechos y de oportunidades para que todo individuo, independientemente de su sexo, pueda desarrollarse moral, laboral y vitalmente como considere, sin trabas basadas en sus características personales. Que después la facultad de medicina se te llene de mujeres y la de informática de hombres no es ningún problema, porque es el resultado de la libre elección de cada uno. Pretender hacer ingeniería social para controlar todo ese tipo de factores sólo lo puede defender alguien con una mentalidad autoritaria, alguien que considera que el Estado, el rey filósofo, sabe mejor lo que nos conviene a todos que nosotros mismos. Hoy, por desgracia, en los institutos lo que se hace es un lavado de cerebro brutal a las mujeres para que escojan ciertas carreras, porque alguien ha decidido que lo que escogían libremente estaba mal. Se persigue la paridad en todos los ámbitos menos en los que los discriminados son los hombres. Es muy llamativo. En el fondo, la ideología de género simplemente es una heredera más de la mentalidad colectivista y marxista. No hay mujeres y hombres. Está La Mujer y El Hombre. Y cada miembro de cada colectivo debe responder por él si no quiere ser un alienado.

P: ¿Cómo entiende la justicia social un liberal?
R: Depende de si te alineas con Rand o con Hayek. (Risas). Vamos a ver, el problema del liberalismo hoy es que se tiene una imagen de él muy asociada a un neoliberalismo de mercado casi darwiniano, a un anarcocapitalismo salvaje, incluso. Pero eso es un error. Porque no existe un consenso con respecto a esto. Rand y Rothbard, más anarcocapitalistas, por ejemplo, consideraban que Hayek era peor que un socialista. Un traidor, casi. Porque Hayek defendía la existencia de un Estado mínimo, pero fuerte. Un Estado que ofreciese sanidad y educación pública de calidad. E incluso una especie de salario mínimo para todos. Su idea era intervenir lo menos posible en el mercado y compatibilizar cualquier ayuda con incentivos para que se trabajase. No generar parásitos del Estado, tampoco. Liberales como Walter Eucken fueron los responsables del milagro alemán de después de la Segunda Guerra Mundial. Consiguieron desarrollar un Estado liberal, pero con una fuerte vocación social, precisamente para que la gente que más estaba sufriendo tuviese algo que es fundamental para los liberales: la igualdad de oportunidades. Para eso, claro, tú tienes que dar becas, por ejemplo. Es una cosa curiosa. Con el tema de la justicia social cada cual se apropia del honor de haber inventado el Estado del bienestar. Los conservadores suelen recordar a Bismarck, y sin embargo pocos liberales reivindican que fue Gladstone, en la misma época, quien diseñó el mismo sistema pero al estilo liberal. Beberidge, del Partido Liberal inglés, fue el siguiente en dar un paso en esa línea. Podríamos argumentar, en realidad, que el Estado del bienestar es un invento liberal. En España lo que pasa es que quienes más voz tienen en el espacio público son los libertarios. La discusión real en el seno del liberalismo no está para nada zanjada. En cualquier caso, lo que sí que hace un liberal siempre es abogar por una justicia social eficiente. Una justicia social que no se pierda en subvenciones a fondo perdido. Lo que busca el liberal es la igualdad de oportunidades real, no una igualdad artificial e imposible al estilo socialista, o una anarquía de mercado que inevitablemente alimentará la desigualdad.

P: El tema es dónde poner la frontera en la intervención, ¿no?
R: Eso es. El tema es cómo intervenir el mercado de la forma más eficiente para que pueda darse una igualdad de oportunidades lo más real posible, priorizando la libertad y la autonomía del ciudadano. Adam Smith no sólo escribió La riqueza de las naciones. De hecho, su libro más importante es Teoría de los sentimientos morales. Si se leen ambos, se comprende exactamente cuál es la visión liberal. Porque una cosa es que el hostelero que te pone una cerveza no lo haga por desprendimiento altruista, sino por interés personal, pero eso no excluye que siga existiendo una empatía natural entre todos los seres humanos, y que tanto ella como los intereses personales convivan inevitablemente en el seno de cualquier comunidad. Lo que busca el liberalismo, precisamente, es transformar la fraternidad cristiana en un tipo de solidaridad que además sea eficiente. Porque cualquier otro sistema no va a poder borrar el egoísmo humano nunca. Y lo que sucede cuando no primas la libertad de todos es que no hay defensa posible cuando el más egoísta de todos termina siendo el que dirige el Estado. De todas formas, por no desviarnos, lo que es un hecho es que el pensamiento liberal se ha preocupado históricamente por la justicia social porque el ser humano siempre se ha preocupado por la gente que sufre. No hay nada más humanista que que todos tengamos acceso a la educación y a la sanidad. Y el liberalismo es humanista. Muchas veces, los liberales de hoy se dejan llevar por los economistas. Pero Adam Smith no era un economista. Era un filósofo moral. En la sociedad en la que vivimos el mercado es importantísimo, pero más importante es la sociedad civil. Para un liberal, el Estado debe estar al servicio del ciudadano. Los socialistas, por el contrario, terminan poniendo al ciudadano al servicio del Estado. Y los libertarios lo ponen al servicio del mercado. Por eso, al final, estos últimos acaban allanándole el camino a los plutócratas.

P: Siguiente tema. ¿Qué diferencia el patriotismo liberal del nacionalista?
R: Puf. Para ello habría que definir primero qué es una nación. El concepto que tenemos ahora es un invento de la Revolución francesa y hace referencia a un pacto de ciudadanos. Era la solución necesaria si se querían romper los estamentos del Antiguo Régimen. No se puede hablar de nación sin hablar de ciudadanía, y eso, también, es un invento de los liberales. Los nacionalistas, como se entiende ahora esa etiqueta, lo que dijeron es que no hay ciudadanos. Porque para un liberal, una persona puede tener una clase social determinada, unas raíces concretas, una religión, pero ninguno de esos rasgos le definen como ciudadano. Los ciudadanos son iguales ante la ley independientemente de sus circunstancias y características. Para los nacionalistas, sin embargo, lo que te define es tu lengua y tu lugar de nacimiento. Tu tierra. El liberal concibe el patriotismo de una manera más abierta porque permite que un extranjero adquiera la ciudadanía y se integre en otra nación. Por decirlo de una forma muy sucinta, el patriota nacionalista nace, el liberal se hace. Un liberal no tiene problemas con el patriotismo porque para un liberal la ciudadanía no es tan sólo un contrato, como piensan algunos libertarios. Un liberal no niega la importancia de la cultura o de las tradiciones. Entiende que en toda comunidad existen hábitos sociales muy valiosos que sirven como una especie de "pegamento sentimental" para quienes la conforman. ¿Qué lo diferencia de los nacionalistas, entonces? Pues que defiende la posibilidad del cosmopolitismo. Orson Welles pidió ser enterrado en Ronda, por ejemplo. Se hizo español por elección. Pero claro, ser español por elección tiene que ver con una serie de compromisos con unas tradiciones culturales. El hecho de que seas patriota no quiere decir que no seas cosmopolita. Los grandes artistas consiguen alcanzar la universalidad partiendo de su propia particularidad. Y esa es otra gran diferencia entre el patriota liberal y el patriota nacionalista. Porque el liberal no renuncia a unas raíces, pero no se queda sólo en ellas. No se queda sólo en su pueblo. Es consciente de la importancia que tiene la lengua y la tradición, las costumbres. Por eso puede viajar y desear integrarse en otras culturas, enriqueciéndose de ellas. Lo contrario, la visión más libertaria de la ciudadanía, no tiene en cuenta esto, así que cae en una especie de uniformidad global sin alma que, de todas formas, es imposible.

P: Siempre habrá fronteras, ¿no? Entendidas de la forma en que se quiera.
R: Es que todo es una cuestión de perspectiva. En realidad, como escribió Machado, cada uno es del patio donde se crió. Es decir, la verdadera pertenencia responde a ámbitos muy pequeños. Casi hogareños. Yo soy granadino, más que andaluz. Andalucía, en realidad, es una construcción administrativa creada en el XIX. Lo que pasa es que, que yo sea granadino no me hace pensar que ser granadino es mejor que ser gaditano, o murciano, o barcelonés. Estoy abierto a enriquecerme de lo bueno que quiera sacar de mis vecinos, de la misma forma que estoy abierto a acogerlos a ellos y a enriquecerlos yo. Jamás diré que alguien de fuera no puede ser de aquí por no haberlo mamado desde la cuna. Puede haber un japonés que sepa más de flamenco que alguien del Albaicín. ¿Por qué no? Ahora hay mucho patriotismo de pandereta y banderita. Pero no es un patriotismo real. Un patriotismo real ama y respeta, pero sobre todo multiplica. En Granada es que siempre hemos tenido grandes patriotas culturales. Lorca escribió el Romancero porque conocía perfectamente la vertiente musical de los gitanos. Hizo el festival del cante jondo para que no se perdieran sus raíces. Pero luego se fue a Nueva York y escuchó el jazz, y percibió sus conexiones con el flamenco. Lorca no habría sido capaz de escribir Poeta en Nueva York sin ser antes un andaluz de pura cepa. Porque él no era el típico cultureta de ciudad que analizaba aquello desde arriba, como si fuese un mero espectáculo. Él lo percibía desde la piel del negro. Percibía su sentimiento. Y ese es el auténtico patriotismo. Llevar la patria tan dentro que eres capaz de percibir sus remembranzas cuando sales fuera. El patriota enriquece su identidad cuando se pone en contacto con otras identidades.

P: ¿Todas las culturas son igualmente respetables?
R: La diferencia fundamental entre el relativismo multicultural y el liberalismo, que es pluricultural, pero no multicultural, es que un liberal juzga todas las culturas en base a unos principios que coloca por encima de todas ellas. Para un liberal todas las culturas son igualmente respetables siempre que no defiendan cosas que un liberal considera indefendibles. La libertad y la integridad física y moral de todos los individuos son las líneas rojas. A partir de ahí, sí que se puede decir que unas culturas son preferibles a otras. Los defensores del multiculturalismo de hoy caen en el relativismo porque en el fondo son herederos del nacionalismo alemán. Ellos no ven individuos, sino que ven culturas, es decir, bloques identitarios. Lo que sabe un liberal es que en el fondo todos somos humanos. Por tanto, todos deberíamos tener los mismos derechos básicos. El liberalismo es naturalista. Cree que todos los seres humanos compartimos una naturaleza humana común. Y por eso cualquier bebé, sea de la raza que sea, se desarrolla igual y adquiere las características propias de la cultura en la que nace y crece. Heidegger, abducido por el nazismo, negaba esto. La diferenciación de la especie humana en función de la lengua y de la sangre establece un rango inevitable, y es el germen de ese nacionalismo antiigualitario y reaccionario que todos conocemos.

P: ¿Cómo enfoca la educación un liberal? ¿Dónde está la frontera entre el adoctrinamiento y la instrucción?
R: Como siempre, la clave para un liberal es la libertad. Yo creo que cuanta más libertad tengan las familias a la hora de educar a sus hijos, mejor. Lo que pasa en España es que las familias con menos recursos están obligadas a recurrir a institutos públicos. A mí me atrae más la idea de los cheques escolares. Que el dinero destinado a educación vaya directamente a las familias y que sean ellas las que decidan a qué centro quieren recurrir. Eso no quiere decir que la enseñanza pública deba dejar de existir. Creo que es fundamental. Lo que sí debería ser es lo más neutral y objetiva posible. ¿Cómo? Pues centrándose en una enseñanza científica, supuestamente menos propensa a los sesgos ideológicos, aunque, por desgracia, cada vez más contaminada por ellos también. Más allá de eso, en cuestiones relacionadas con la ética o la política, tiene que haber una unidad. Se deberían enseñar únicamente los valores fundamentales en los que todos estamos de acuerdo. El preámbulo de la Constitución. Y debería haber unas bases educativas claras que sean comunes a todos, además. Unos exámenes con un marco general muy amplio. Evitar, en la medida de lo posible, los currículos cerrados. Yo a mis alumnos siempre les digo que les voy a explicar unos autores porque el Estado me obliga a ello, pero que si por mí fuera les explicaría otros. ¿Por qué no se pueden desarrollar exámenes generales en los que los alumnos demuestren simplemente que tienen la capacidad para exponer un punto de vista con respecto a un tema basándose en los autores que prefieran? Lo que tenemos en España, por ejemplo, es que los profesores que han diseñado los currículos son idealistas. Estudiamos fundamentalmente a Platón y a Descartes. ¿Por qué no a los materialistas? ¿Por qué no a Aristóteles y a Santo Tomás? Pues por simples preferencias subjetivas. El tema es todavía más sangrante si descubrimos que quienes se encargan de diseñar estas cosas están sometidos a la ideología. A mí no me dejaron entrar en la comisión por no ser mujer, por ejemplo. Tenía que haber paridad.

P: ¿Hay adoctrinamiento en las aulas?
R: Sí. Las cosas como son. Por desgracia, ahora mismo hay un adoctrinamiento claro y manifiesto. Los centros educativos están muy sesgados hacia la izquierda y hacia la ideología de género. Hasta unos niveles alucinantes, además. Lo que se dice desde hace tiempo, que muchos jóvenes se están haciendo de Vox, yo lo llevo viendo desde hace años. Y es por pura reacción. Hay muchos profesores que son gramscianos. Creen que su deber es adoctrinar a los chicos. Están hartos de decirle a los chavales que las mujeres son mejores que ellos. Y llega un momento en que los chavales ya no pueden más. Les comen el tarro absolutamente. En todos los institutos hay comités de igualdad que solamente se preocupan por cuestiones de desigualdad que afecten a las mujeres. Los chicos están discriminados sistemáticamente. La mayor parte de las matrículas de honor deben ir para las chicas, la mayor parte de los partes de expulsión, para los chicos. Pero curiosamente de eso no se preocupa nadie. Bueno, yo lo que digo es que ese camino es contraproducente. Sirve para crear fanáticos de tu sesgo, pero también fanáticos del contrario, aupados por la reacción. Más útil me parece buscar que los chavales desarrollen sus capacidades para pensar y, a partir de ahí, que puedan afianzar sus convicciones libremente. Si quieren ser nazis, por ejemplo, yo nunca les digo que no lo sean. Lo que les digo es que vamos a leer a los mejores nazis. A Heidegger y a Schmitt, por ejemplo. Y vamos a leer también a sus críticos. Y, a partir de ahí, pueden seguir siendo nazis si quieren, pero al menos sabrán por qué lo son. Lo mismo con el comunismo. Leamos a Marx y a Lenin. Vamos a comparar el Mein Kampf con El Estado y la revolución. Vamos a leer también a los liberales. Y después de eso, si quieres decirme que quieres exterminar a los burgueses, o a los judíos, al menos quiero que me lo sepas defender con argumentos, datos y conocimientos de las fuentes que alimentan tu ideología. Prefiero a chavales que sepan pensar, en definitiva, que a borregos iletrados que encima se creen en posesión de la verdad.

INTRODUCCIÓN

QUÉ ES EL LIBERALISMO

«Y yo que quería escribir lo que me viniera 
en gana, como un hombre, y ellos me dijeron
que eso era pura mariconería, que las ideas
debían ser revisadas. Yo les dije que la poesía
se escribía con palabras y que la política,
sin ideas. Y me dijeron (los muy sabidos)
que el tipo ése se pasó la vida abanicándose
con los abanicos de Mme y Mlle Mallarmé, y
que todo eso me iba a pesar, porque instalarían
la dictadura del bien, perfecta e infalible.
Y a mi hermana la monja la dejaron desnuda
en plena calle y a mis niños les dieron un silabario
perfecto, intolerante, sin elogio de la locura.
Yo no tengo nada contra los negros ni contra
la repartición de la tierra; pero no estoy
conforme con la sumisión de las letras negras
de la imprenta ni con el despilfarro de balas
rojas de odio. El capitalismo está sentenciado.
Yo moriré con él, dicen, y muchos más morirán.
¡Pobres de nosotros, y sin haberlo gozado!».

Libertad de pensamiento, 
Ernesto Mejía Sánchez.

Liberales se han declarado desde John Maynard Keynes, reivindicado por los socialistas, a Murray Roth­bard, un anarcocapitalista, pasando por Friedrich Hayek, al que se suele relacionar con Margaret That­cher, y Karl Popper, un referente socialdemócrata. Por tanto, el universo liberal está plagado de estrellas (algunos dirían que más bien son agujeros negros), que se reúnen en constelaciones algunas situadas a años luz unas de otras1.

¿En qué consiste el aire de familia que tienen todos ellos? A pesar de las diferencias en política econó­mica que podemos encontrar entre Ludwig vOn Mises, Milton Friedman y Walter Eucken, sin embargo, todos ellos comparten una cosmovisión en La que el factor fundamental es el de La libertad, que se convertirá en el vector clave a la hora de plantear una teoría de la Justicia o un marco regulatorio para el Estado y para el mercado2.

En general, el liberalismo se identifica, grosso modo, con una política económica orientada hacia la libe­ralización de la economía, eliminar los controles de precios y las barreras comerciales, y una regulación flexible de los mercados de capitales. Esta orientación promercado se suele identificar con una animad­versión hacia el Estado pero, salvo en los posicionamientos liberales más radicales (anarcocapitalistas), la idea liberal es más bien ampliar los mercados al tiempo que se diseña un Estado fuerte, pequeño, eficiente y al servicio de los ciudadanos, en lugar de un Estado fofo, con tendencia a deslizarse por la pen­diente resbaladiza de la metástasis presupuestaria, el autoritarismo moral y al servicio de castas extracti­vas (bien empresariales, en el caso de los cárteles, bien ideológicas, como en el caso de todos aquellos gru­pos de interés que pretenden prosperar chantajeando con todo tipo de excusas, desde que son sectores es­tratégicos aque su superioridad moral no tiene precio).

La labor del Estado en la economía, desde el punto de vista liberal, consiste en una menor intervención, pero mejor regulación. No tiene sentido que el Estado tenga medios de comunicación, para llevar a cabo una función de información, culturización y entretenimiento que realizan ya las empresas privadas sin hacer que el contribuyente tenga que pagar por unos medios que están irremisiblemente sesgados a favor de los gobiernos de turno.
En cuanto a la metástasis del Estado en forma de deuda pública elefantiásica y déficits estructurales, el liberalismo recomienda una fiscalidad austera, donde cada euro que se quite al ciudadano esté justificado desde una perspectiva de eficiencia y justicia. Lo que implica una discrimina­ción efectiva entre las demandas de aquellas personas vulnerables que realmente lo necesitan, y lo que no es sino construcción parasitaria de una estructura estatal para satisfacer a organizaciones políticas y so­ ciales espurias. Si no es imposición justa y eficiente es confiscación y robo.

La austeridad fiscal no solo es una cuestión económica, ya que tiene repercusiones morales en el con­junto de la sociedad, porque el Estado no es solamente un agente económico sino también ético y su ejemplaridad es fundamental para el conjunto de la sociedad. Un Estado manirroto e ineficiente trans­mite el mensaje moral incorrecto a unos ciudadanos que deben hacer del ahorro y el consumo responsa­ble los dos ejes de su actividad económica, como ciudadanos comprometidos con una economía sosteni­ble y consumidores que sean al mismo tiempo inversores.

Pero el liberalismo es mucho más que un programa económico, aunque esta sea la perspectiva en la que más se suele incidir en la actualidad, como si se tuviera que reducir a una mera tecnocracia. El libera­lismo es también un modelo global de convivencia que significa una reestructuración de las relaciones entre la sociedad, el mercado y el Estado. Hay quien ha afirmado que el liberalismo solo sería posible en Occidente dadas sus características ideológicas, ligadas a la religión cristiana y, más específicamente, al protestantismo3, pero los ejemplos de Japón, Chile y Botsuana muestran que el liberalismo no es sino una ecualización especial de lo que constituye los fundamentos morales de la especie humana, por lo que es realizable en cualquier cultura siempre y cuando se reestructure dando prioridad al valor de la libertad.

Sobre todo, el liberalismo es una ideología. Dicho térmíno, ideología, ha sído frecuentemente atacado porque en la tradición marxista se convirtió en sinónimo de «falsa conciencia» (aunque paradójicamente el marxismo no se consideraba a sí mismo «falsa conciencia» sino ciencia pura y dura). En realidad, de­signa un conjunto de principios, valores, instintos y normas. La tradición liberal es aquella que prioriza los individuos sobre las colectividades; el valor de la libertad como prímus inter pares junto a otros como la igualdad y el orden; la metodología pluralista como forma de seleccionar a la representación política; y la sociedad abierta como modo de integrar los vínculos sociales en la época de las grandes multitudes y la extensión universal de la ciencia y la tecnología. De este modo se establece una utopía humilde y pru­dente, reformista pero no revolucionaria, reflexiva a la vez que empírica, con un máximo de sociedad ci­vil, un mercado eficiente y un minimo de Estado dentro de un paradigma humanista que sitúa al ser humano como centro de la reflexión filosófica y la acción política.

Espero, estimado lector, que se haya hecho con una idea del aire de familia de las diversas tribus libera­les con este boceto a grandes pinceladas. En cuanto al término para referirse a dicho concepto, hay mu­cha confusión. Cuando lo que está en cuestión son las políticas económicas se suele emplear el término «neoliberalismo»4. Si se habla del paradigma científico relacionado con la economía de mercado entonces se usa el término «neoclásico». Sin embargo, para la ideología que pone en primer lugar la libertad como valor constitutivo de las diferentes esferas de la vida la expresión favorita es «liberalismo», que será el término que se emplee de manera general en este libro.

LIBERTAD

El padre de Ralf Dahrendorf5 era un político socialdemócrata en la época de la República de Weimar. Su valor ético supremo era la justicia, pero cuando Hitler secuestró el poder en Alemania comprendió que sin la libertad el resto de los valores no significan nada o muy poco. Lo que le supuso la persecución por parte de los nazis. Tras la derrota de la amenaza fascista lo tuvo más fácil, pero no demasiado. Su pasión por la libertad le llevó a oponerse a la unión de los socialdemócratas con los comunistas, lo que le valió una nueva persecución6 por parte de la extrema izquierda.

La libertad ha tenido que competir con otros valores por la primacía en el mundo de la Modernidad. Junto a la igualdad, la justicia, la seguridad y el bienestar ha contribuido sin duda a la conformación de los modelos conservadores, socialistas y, claro, liberales. En el siglo XX la lucha por la libertad fue titá­nica, como muestra el ejemplo paradigmático del padre de Dahrendorf, contra los sistemas comunistas y fascistas que amenazaban el frágil equilibrio de las democracias basadas en la economía de mercado, el Estado de derecho y La fortaleza de La sociedad civil: el conjunto de instituciones formadas a partir de Los intangibles del sentido común (common sense) y las normas consuetudinarias (common law).

En esta primera aproximación, ser liberal consiste, como hemos mostrado, en la intuición hecha pasión de que la libertad es el valor fundamental a partir del cual se organizan el resto de los valores que forma­ron el lema de la Revolución francesa, justo en el orden en el que se proclamaron: Libertad, Igualdad y Fraternidad (¿?). Esta intuición moral a favor de la libertad la expresó Hayek7:
 
«La libertad exige que se la acepte como valor intrínseco, como algo que debe respetarse sin preguntarnos si las consecuencias serán beneficiosas».

Ortega y Gasset cuando habla de liberalismo suele emplear la palabra «emoción», ya que considera que más que una idea política o una ideología es una manera de estar en el mundo, una actitud, una idea vi­tal, una raíz existencial de la que nutrirse. En este sentido, se puede decir que, contra la opinión domi­nante en el paradigma economicista que impera en la autoconciencia hegemónica del movimiento libe­ral, el liberalismo está comprometido con una determinada metafísica. De Ortega se ha dicho que era un liberal-conservador, pero en realidad era un liberal-innovador8.

Como en el caso de Hayek, Ortega podría haber escrito un opúsculo titulado Por qué no soy conservador. Y es que, aunque el liberalismo no está pe­leado con el pasado, ya que valora positivamente la tradición, está irremediable, constitutivamente, vol­cado hacia el futuro. Cuando desde el liberalismo se describe al capitalismo como un proceso de destruc­ción creadora (Schumpeter9) también se estará describiendo a sí mismo: el liberalismo está constante­mente reduciéndose a sí mismo a cenizas para volvera nacer como el ave fénix con un plumaje nuevo10.

El sentido de liberalismo de Ortega y Gasset, más filosófico que político o económico, va más allá de la caricatura reduccionista del liberalismo que únicamente reclama bajar impuestos, reducir el Estado y la aplicación mecánica de unos principios simples convertidos en una especie de dogmas sectarios recita­dos como una salmodia. Nadie muere por una reducción de dos puntos en el IRPF, pero sí se puede iniciar una revolución por el derecho a discutir dicha reducción. Lo que indignaba a Jefferson, Franklin y Washington -y por ello iniciaron una guerra entre las colonias americanas contra la metrópoli inglesa- no eran los impuestos propiamente dichos sino la falta de respeto a su dignidad como ciudadanos que mos­traba una monarquía que no se comportaba como un régimen constitucional y un poder limitado, sino que emulaba el viejo y obsoleto paradigma de la monarquía absoluta.

Siendo el liberalismo una cosmovisión hay que analizarlo como una emoción y como una actitud, una serie de hábitos y un conjunto de ideas. En una ocasión Bertrand Russell fue invitado por el líder de la ex­trema derecha británica Oswald Mosley a debatir sobre política en público. Corría el año 1962 y el filó­sofo, conocido por su pacifismo y su oposición a todo tipo de totalitarismo, rechazó la propuesta porque «los universos emocionales que habitamos son tan distintos, y radicalmente opuestos, que nada fructí­fero o sincero podría emerger de una asociación entre nosotros». Al mismo tiempo, le pedía cortésmente a Mosley que comprendiese la intensidad de su convicción y que no pretendía ser maleducado sino expre­sar «todo lo que valoro en la experiencia y los logros humanos». Sin duda, Ortega y Hayek compartían un universo emocional e intelectual semejante a pesar de sus diferencias, sobre todo en el ámbito econó­mico.

Les unía el conjunto de instintos, hábitos y emociones que conforman el humus existencial que de­fine el destino de una persona. Para el caso liberal el factor más importante a la hora de configurar toda su estructura emocional, instintiva, racional y de hábitos es el de la libertad, lo que le lleva a defender la au­tonomía en el plano moral, la democracia constitucional en la dimensión política y el libre mercado en el universo económico. A partir de este fundamento en la libertad cabe organizar la solidaridad, los contra­tos y demás vínculos sociales que se hacen, sin duda, más frágiles que en sociedades construidas como hormigueros y panales de abejas, pero también más auténticos y apropiados a la naturaleza humana, fundada en la creatividad y originalidad del instinto del lenguaje y la capacidad de abstracción.

RAÍCES

El liberalismo, que tiene sus raíces contemporáneas en la escolástica española11 (Juan de Mariana, Fran­cisco Suárez, Luis de Melina) y su primera gran formulación sistemática en la revolución aristocrática­ burguesa inglesa (Lord Shaftesbury, John Locke), siempre ha cumplido una función de realizar el «in­forme de la minoría» respecto a los sistemas democráticos que surgieron como su hermano gemelo en el tránsito del siglo XVI al siglo XVII. El liberalismo ha interpretado el papel, incómodo pero crucial, de los esclavos que iban recordando al oído a los generales victoriosos romanos, mientras eran aclamados por el pueblo de Roma, que eran mortales. En su caso, el general victorioso es la democracia entendida como la justificación del poder basada en última instancia en el pueblo soberano.  Cuando se ha alejado de los lími­tes al poder que le recordaba al liberalismo ha caído en la pesadilla del sentimiento popular que produce monstruos. En este caso, los millones de muertos y oprimidos de las dictaduras comunistas12 («democracias populares» se autodenominan, de la extinta URSS a la actual Cuba) y fascistas (las «democracias or­gánicas», de la Alemania nazi a la España franquista).

Ahora que lo económico ha llegado a convertirse en la disciplina «imperial», desplazando la prioridad política de mitad del siglo XX, creo que es una buena idea traer a un primer plano el liberalismo filosófico al modo de Ortega, capaz de subsumir lo político y lo económico en una síntesis superior, más compleja y profunda, que asuma el mercado, el Estado y la sociedad civil como instituciones puestas al servicio de la naturaleza humana y los individuos de carne y hueso, de cerebro y mente. Si, efectivamente, el libera­lismo, como sostenía Ortega, es una metafísica que se basa en una emoción, se articula en unas ideas y lleva a cabo un proyecto político y económico.

DEMOCRACY INDEX

Hoy día la defensa del liberalismo es igual de crucial que en la época de Ortega porque se está registrando un gran deterioro del sistema de las libertades en el mundo entero13. Tradicionales democracias liberales como Francia y Estados Unidos son calificadas desde hace unos años en el Democracy Index de The Econo­ míst como «democracias defectuosas».Y cada vez gozan de más prestigio los países asiáticos en los que la prosperidad se consigue a expensas de los derechos humanos, sobre todo en el ámbito de la libertad. Xi Jinping, el dictador supremo de China, ha sabido mutar el sistema comunista introduciendo una econo­mía de mercado mercantilista y un estado de terror no por difuso menos ominoso14.
Con el añadido de que su imperialismo no se está extendiendo por el mundo con tanques sino con inversiones, comprando la libertad de los pueblos con el chantaje mafioso de ofertas que no se pueden rechazar.

Desde el punto de vista global cabe evaluar los distintos sistemas político-morales y ordenarlos objetiva­mente. Lo que no quiere decir que subjetivamente tengamos que preferir exactamente lo mejor objetiva­ mente. En los diversos rankings de perfección político y moral destacan los paises nórdicos. En el Demo­cracy Index, Noruega y Suecia se turnan para obtener puntuaciones que rozan la perfección. En experi­mentos realizados dejando carteras con dinero como si estuviesen perdidas también destacan los países nórdicos como aquellos con un más alto grado de cumplimiento cívico.

Sin embargo, es posible que los miembros de los países latinos europeos, España, Francia, Italia y Portugal, a pesar de estar un escalón, o dos más abajo en dichos rankings no se cambiarían por los países nórdícos en cuanto hay otros factores culturales quizás incompatibles con dichas jerarquías, pero que también son valiosos de conservar y dis­ frutar. Lo que no es óbice para que se puedan mejorar ciertos indicadores, aunque sin perder la idiosin­ crasia que les hace ser diferentes dentro de la excelencia, aunque sin alcanzar la perfección. En estos ca­sos lo mejor puede ser enemigo de lo bueno y la virtud de la prudencia, una evaluación de intangibles te­niendo en cuenta las realidades psicológicas y sociológicos de los distintos individuos, es clave para tener en cuentalos requerimientos del mundo de la vida15.

Desde la óptica liberal los individuos no son contradictorios (un término que suele usarse de una ma­nera poco rigurosa. Incluso por filósofos de la categoría de Hegel, que confundía la contradicción con la mera oposición de contrarios: el anochecer no es la contradicción del amanecer sino su contrario, y no hay ningún problema de rivalidad entre ellos, de manera que tengan que destruirse sino que, a pesar de sus diferencias, se complementan para formar una entidad sustancialmente compuesta por ellos), pero sí complejos en modos que establecen jerarquías diferentes sobre el bien y el mal, de forma que pueden pro­ducirse choques políticos cuando algunos pretendan imponer al resto su propia jerarquia. Con el libera­lismo dicha jerarqtúa no desaparece, dado que no es un tipo de anarquismo, pero sí se hace mucho más flexible y menos vertical. 

Los conflictos de valores que se producen deben ser lo más creativos y menos violentos posibles. En una ocasión Arnaud Amaury, un monje cisterciense encabezó en nombre del papa una cruzada contra los herejes cátaros (o albigenses) en Francia. Las tropas papales atacaron Béziers en 1209. En el momento de la victoria y matar a los herejes, le preguntaron cómo distinguir a los católicos de los cátaros, a lo que Amaury contesta: «Matadlos a todos, pues Dios ya conoce a los suyos». De modo que estaba reconociendo que tras la aparente diversidad y conflicto de creencias en realidad no había una manera de distinguir a los católicos y a los protestantes, dado que sus creencias eran comunes en lo fun­damental, la fe en que en Dios se había encarnado en Jesús, pero divergían en cuestiones sin duda rele­vantes, pero por las que no valía la pena morir ni, mucho menos, matar16. Si Arnaud Amaury hubiese sido liberal habría dicho que no hacia falta matar a nadie y que lo que había que hacer era trabajar por el reco­ nocimiento mutuo de la unidad humana en la diversidad religiosa17.

ANTILIBERALES

La situación no es nueva. El intelectual inglés Stephen Spender relató cómo gran parte de la generación de intelectuales de la primera mitad del siglo XX sacrificó la libertad presente en aras de la promesa de prosperidad para mañana, y una libertad e igualdad perfectas en un futuro utópico pluscuamperfecto18. Las libertades burguesas se quemaron en el altar de lo que se denominaba «justicia social». Pensaban los intelectuales afines al comunismo que si el sacrificio de la libertad intelectual era el precio que había de pagarse para conseguir el pan de millones, acaso se debiera sacrificar dicha libertad. Dicha falacia sigue funcionando a la hora de justificar las dictaduras de izquierda hoy, de Venezuela a Corea del Norte pasando por Cuba, o las satrapías islamistas, de Arabia Saudí a Catar19.

Este anhelo de igualdad y justicia llevó a un variopinto número de intelectuales a apoyar dictaduras con las mejores intenciones. Contribuyeron con sus palabras falaces y sus silencios cómplices al asesinato de millones de personas, así como a la opresión de otros tantos. Mientras que los pensadores que apoyaron al nazismo tuvieron un «tribunal de Núremberg» intelectual y pasaron un proceso de «desnazificación», para garantizar que no seguirían conduciendo por la vía del asesinato filosófico, los que fueron el soporte de los genocidios de clase en clave comunista siguen dictando cátedra, promoviendo «acciones» (como llaman a los asesinatos y acosos a los enemigos) de manera no solo impune sino desde las instituciones políticas y educativas.

Algunos, pocos, consiguieron salir de la secta política en la que se habían metido. Sin embargo, otros fueron reincidentes hasta el final. El filósofo marxista Louis Althusser criticaba a finales de los años se­ tenta que partidos como el socialista español abandonasen como un lastre el ascendiente de Marx y con­ceptos como el de ladictadura del proletariado:

«Marx y Lenin demostraron que cuando esta dictadura de la burguesía fuese sustituida por la dictadura del proletariado, esta última adoptaría fórmulas infinitamente más libres, más liberales que las propias de la democracia parlamentaria burguesa»20.
Aunque es significativo que incluso los enemigos del liberalismo justifiquen sus métodos de criminali­dad política porque en algún momento se alcanzará una «Verdadera libertad».

Mientras que la izquierda radical depositaba la esperanza de paz y justicia en el comunismo, en la dere­cha se desconfiaba del liberalismo como agente del nihilismo que disuelve los lazos tradicionales y des­ compone las comunidades espirituales que dotan de sentido a la vida de los seres humanos, los cuales, convertidos en cosmopolitas y consumistas individuos atomizados, se alienan separados de las fuentes nutricias del alma que provienen de los lazos de la tierra, la lengua, la religión, la historia y la sangre que constituyen, según su punto de vista eminentemente tradicionalista, el patriotismo. Martin Heidegger, considerado por muchos como el más gran filósofo del siglo XX, fue un nazi de carné y cargo burocrático, rector de la Universidad de Friburgo ad maiorem Hitler gloriam, que en un célebre discurso criticó la habi­tual libertad académica por inauténtica, al estar basada en la negación, es decir, en la crítica. 

Acertó Hei­degger al caracterizar la libertad al modo liberal como un modo del racionalismo crítico. Al fin y al cabo, ¿no había surgido el liberalismo, al igual que la ciencia moderna, como uno de los vástagos de la Moderni­dad? El rector nazi, y rey oculto del pensamiento según su discípula judía Hannah Arendt, aclaró la visión ultraconservadora de la libertad21:
«De la decisión del estudiantado alemán de mantenerse firme en el destino alemán con todo su apremio viene una voluntad de esencia de la Universidad. Esa voluntad es una verdadera voluntad, en la medida en que el estudiantado alemán, por medio de la nueva legislación estudiantil, se pone a sí mismo bajo la ley de su esencia y con ello delimita esta esencia por vez primera. Darse a sí mismo la ley es la suprema libertad. La tan celebrada «libertad académica» es expulsada de la Universidad alemana; pues, por puramente negativa, era inauténtica. Significaba predominantemente ausencia de preocupación, decisión a capricho de propósitos e inclinaciones, ausencia de compromiso en el hacer y omitir. El concepto de libertad del estudiante alemán es ahora cuando vuelve a su verdad. En lo sucesivo, la vinculación y el servicio del estudiantado alemán se desarrollarán a partir de él».
Heidegger, desde el ultraconservadurismo tradicionalista y místico, defendía tres tipos de vínculos espi­rituales para que los individuos consiguiesen superar el estado social de anemia provocado por la atomi­zación liberal: la vinculación con la comunidad del pueblo, la nación y lo alemán (centrado en la lengua y la raza). Un buen alemán debía ser un buen trabajador, un buen soldado y un buen intelectual. Figuras que se encarnaban conjuntamente en el Führer y el propio Heidegger, profeta del mesías ario. A ambos había que afirmarlos, no negarlos; someterse, no dudar; servir, no criticar. Los liberales, por tanto, fans de la libertad negativa que desprecia, partidarios de la duda creativa de la que huye y abonados a la racionalidad crítica que odia eran, por tanto, el enemigo número uno de los totalitarios nazis, que los detestaban porque eran refractarios a lasgrandes movilizaciones de masas, irónicos respecto a los vinculas comuni­tarios y apasionados por las grandes sociedades en las que los derechos de los individuos están por en­cima de los deberes comunitarios22.
Por esos avatares de la historia, en el mismo momento en el que Hei­ degger juraba fidelidad al nazismo y se postulaba como su heraldo filosófico, un grupo de intelectuales li­berales empezaban a organizar lo que sería uno de los focos de resistencia al nazismo, un seminario de pensamiento que conformaría la Escuela de Friburgo (Walter Eucken, Wilhelm Röpke, más tarde incluso el último Hayek) la más invisible pero más decisiva de todas las variantes liberales de la posguerra23.

SCHILLER

El liberalismo, con su carácter critico y su talante irónico, convierte las pasiones en virtudes, como en el caso del patriotismo que siendo liberal en lugar de nacionalista está más apegado a los valores constitu­cionales que a los símbolos tradicionales (que no rechaza, pero contextualiza dentro de los primeros). Los vínculos que pretendía reforzar Heidegger, en una huida hacia atrás vinculada al nacionalismo metafí­sico, eran los de la obediencia ciega y la fidelidad sin condiciones. Por el contrario, las relaciones de afini­dad en el liberalismo combinan los cálidos de los entornos privados, de la familia al amor pasando por la amistad, con los relativamente fríos del intercambio comercial y las relaciones económicas. En cierto modo, el liberal se siente en su patria allá donde se respira el aire de la libertad.

El filósofo y poeta romántico alemán Friedrich Schiller, obligado a una rígida y despótica disciplina edu­cativa, se refirió a ese patriotismo de la libertad que es propio del espíritu liberal y que no resulta incom­patible con el patriotismo tradicional, al que, de hecho, multiplica y mejora:
«Escribo como ciudadano del mundo que no sirve a ningún príncipe. A temprana edad perdí mi patria, para cambiarla por el gran mundo»24.

Hannah Arendt, como Schiller, anteponía el amor a las personas- cualesquiera que fuesen su raza, edad, género, religión o nacionalidad- a cualquier instinto tribal en forma de nacionalismo o patrio­tismo. Ella lo llamaba amor mundi, amor al mundo. O, dicho de otro modo, amor a la humanidad.

Este patriotismo vinculado al cosmopolitismo no es una contradicción. No quiere decir que se ignore el calor de los patios de la infancia, la luz de los huertos donde maduran los limoneros, y el olor y el sabor de los olmos y las vides de las tierras de Castilla25. Para alguien como Heidegger el principio individualista, materialista e igualista26 de la Constitución de Estados Unidos escrita por Thomas Jefferson, donde se consagra en primer lugar el derecho a la felicidad personal, debía sonar como la proclamación más abso­luta del nihilismo.
«Que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes y tienen ciertos derechos innatos: el gocede la vida y de la libertad, con los medios de adquirir y poseer la propiedad y de buscar y obtener lafelicidad y la seguridad».
El patriotismo cosmopolita, en la que se enhebra la tradición con la Constitución, es la alternativa civili­zada al nacionalismo identitario de la unidad de destino racial y lingüístico en lo universal. Frente a dicho nacionalismo identitario el liberalismo defiende a la nación constitucional, la superposición de la tradíción propia decada país con los valores fundamentales de todos los seres humanos.

¿LIBERTAD, PARA QUÉ?

La tradición viva es evolución que desconfía de la revolución. Hemos pasado de tiempos líquidos a gaseo­sos, con asaltos constantes a la razón por parte del populismo conservador y la izquierda posmoderna que sostienen que la objetividad es imposible, la verdad, un mito y los hechos se pueden elegir a la carta como si fuesen opiniones. En este maremágnum de ataques contra el Estado de derecho por parte de reaccionarios de derecha que niegan el cambio climático y de relativistas de izquierda que combaten los transgénicos, todos ellos amenazando el futuro de las próximas generaciones, todavía resiste una ideología que luchó en el siglo XX contra el fascismo y el comunismo, contra los totalitarios de todas las tendencias. 

El liberalismo se basa en principios sólidos y su utopía tranquila, reformista y humanista, la rea­lización de una sociedad de indíviduos libres y ciudadanos iguales, sigue iluminando a una minoritaria pero irreductible aldea globalizada de resistentes contra los colectivismos, nacionalismos y tribalismos que amenazan, como ayer, con tragar a los seres de carne y hueso, razón y lenguaje, sentimientos y voluntad, en los agujeros negros abstractos de las clases, los géneros, las razas y las etnias. El fascismo añoraba un pasado remoto de unión y paz; el comunismo profetizaba un futuro de justicia y amor. Ambos sacrificaban para ello un presente de violencia y muerte. Solo el liberalismo aspiraba, y sigue defendíendo, a un aquí y ahora sin mística pretenciosa ni paraísos artificiales (¿?).

Hoy todo el mundo se declara liberal, pero sin embargo no hay demasiados liberales. Si bien el amor por la libertad es ubicuo, a la hora de defenderla hay múltiples definiciones, matizaciones y realizaciones de esta, de manera que incluso un campo de exterminio nazi, Auschwitz, recibía a sus víctimas con un ominoso «El trabajo os hará libres»27. Cuando el socialista español Fernando de los Ríos se entrevistó con Lenin. Le insinuó que no parecía haber muchos espacios para la libertad en la república soviética. El líder comunista respondió que la díctadura de la minoría proletaria sobre el resto, de burgueses a campesinos, duraría al menos cincuenta años, pero, además, cuestionaba al político socialista español:

«El problema para nosotros no es de libertad, pues respecto de esta siempre preguntamos: ¿libertad para qué?»28.

Aunque los nazis fueron vencidos en 1945 y los comunistas en 1989 se sigue cuestionando el sistema liberal por parte de los legatarios de los Lenin y Bujarin, ahora enclave populista y posmoderna. Pero ahora sus adversarios tratan de destruir la libertad en nombre de la «libertad»29, es decir, la variedad de usurpa­ciones del concepto que tratan de acometer tanto la izquierda como la derecha respecto al significante, viciando su significado.

Los problemas que reiteradamente se han considerado el talón de Aquiles de los países en los que predo­mina la economía de mercado, el estado de derecho y la sociedad civil siguen existiendo: crisis cíclicas que producen dolor físico y desesperación psicológica; desigualdades que originan tensiones políticas y reclamaciones para que haya más justicia social; deuda pública cada vez más elefantiásica y, sobre todo, protestas por lo que se considera una progresiva comercialización de la mayor parte de las esferas de la vida, incluso las más intimas, privadas y sagradas. Lo que, a su vez, se relaciona con la monetización de las relaciones sociales. Por no hablar del cambio climático, contemplado por muchos con un alarmismo que los lleva a temer un apocalipsis ambiental. Todo ello enmarcado en un proceso de globalización que homogeneiza las culturas y controla gobiernos nacionales al ritmo que marcan, aparentemente, grandes multinacionales.

ESTUDIO DE CASO (CINEMATOGRÁFICO):
EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE

La película más compleja ética y políticamente es "El hombre que mató a Líberty Valance" (1962), de John Ford. Nos mostró la mejor articulación posible, no por ello perfecta, de la libertad individual y la solidari­dad colectiva, de la dignidad moral y el coraje cívico, de la pasión por la verdad y la tragedia de la fuerza. del reconocimiento al extranjero y el respeto al diferente, del derecho y el deber de la educación, de la vir­tud y el vicio de la libertad de expresión y de la libertad de prensa. Según John Maynard Keynes «las ideas de los economistas y filósofos políticos tienen más poder de lo que comúnmente se entiende». Si detrás de todo hombre práctico hay un economista difunto, podemos entrever la sombra de algún filósofo polí­tico a la espalda de los pistoleros muertos.

John Ford realizó "El hombre que mató a Líberty Valance" como siempre: contra viento y marea. En lugar de sus acostumbradas panorámicas se encerró entre las cuatro paredes daustrofóbicas de un pueblucho perdido en el oeste, Shinbone. Renunció al color para volver a un blanco y negro presuntamente trasno­chado. Contrató a unos actores viejunos para interpretar a unos mozalbetes. Y, eso sí, como era habitual, se pasó todo el rodaje burlándose y zahiriendo a todo bicho viviente, en especial a John Wayne que podría ser toda la estrella que quisiera y ganar más que nadie (setecientos mil dólares, en contraposición a los trescientos mil de James Stewart y los cincuenta mil de Lee Marvin), pero para Ford no era más que el co­barde que no se había atrevido a ir a pelear contra los japoneses como si había hecho Jimmy Stewart o él mismo (obtuvo el Corazón Púrpura por su rodaje entre las bombas de La batalla de Midway).

"El hombre que mató a Liberty Valance" es la típica película por la que los críticos de izquierda en los años sesenta llamaban a Ford «fascista», «militarista», «racista», «colonialista» y todos los «-istas» posibles en tiempos de la guerra de Vietnam. Del mismo modo que Stalin había mandado matar a John Wayne, los jó­venes izquierdistas de Nuevo cine realizaban críticas de las películas del realizador norteamericano que terminaban al estilo de «John Ford nos repugna».

Tenían razón Stalin y sus discípulos críticos de extrema izquierda en querer asesinar, literal y simbólica­mente, a Wayne y Ford. Porque en "El hombre que mató a Liberty Valance" hacen la más elaborada, compleja, sofisticada y contundente defensa del Estado liberal de derecho. No les voy a revelar quién mata final­ mente a Liberty Valance en la película, pero sí quiénes son sus asesinos filosóficos. En primer lugar Ma­quiavelo, que advirtió al hombre de Estado que más le vale ser temido que amado (lo uno no quita lo otro, pero la jerarquía en los sentimientos es importante). El segundo pistolero es Immanuel Kant, cuyo lema Sapere aude! podríamos traducir muy libremente como «¡Atrévete a empuñar las pistolas para defender el saber!» y parafrasear su máxima epistemológica al modo político: «La ley sin violencia está vacía, del mismo modo que la violencia sin ley está ciega».

Para llegar al tercer filósofo-killer tenemos que dar un rodeo a través de la cabeza de otro tipo al que Sta­lin sí consiguió asesinar. Porque a John Wayne le protegía el FBI, pero León Trotski no tenia quien le de­fendiese contra la furia y la organización estalinista. Finalmente, fue un español, Ramón Mercader, el que clavó un piolet en el cráneo más privilegiado del marxismo-leninismo. Quien a martillo mata, a piolet muere. Porque el teórico de la revolución permanente había establecido que: «Todo Estado está fundado en la violencia». Stalin no hizo sino transformar el postulado trotskista a la praxis estalinista a través de una bella y cruel metáfora.

Pero Max Weber, en la senda de Maquiavelo y Kant, matizó al teórico ruso que el Estado está fundado, efectivamente, sobre la violencia pero que esta debe ser legitima. La legitimidad del Estado liberal en su relación con la violencia la establece John Ford en la película fundamentándola en varios pivotes: la edu­cación (la secuencia de la escuela con Pompey, el protagonista negro interpretado por Woody Strode, le­yendo que «todos hemos sido creados iguales» en la Declaración de Independencia bajo la atenta mirada, desde las paredes, de George Washington y Abraham Lincoln); la prensa a través del periodista más grande, y borracho, que ha dado el cine (Dutton Peabody, interpretado por Edmond O'Brien) enfrentando las letras de su imprenta a las armas de Liberty Valance; y las elecciones libres por las que, como dice in­genua pero lúcidamente una inmigrante escandinava, «podemos echar a los peces gordos de Washington si no hacen lo que queremos».

En contraste con los Estados Unidos y esa posibilidad de desafiar al poder político, en la Unión Soviética el enfrentamiento con los peces gordos de Moscú era mortal. Los dirigentes del «socialismo real» no sola­mente estaban atados y bien atados a sus poltronas por unas instituciones que los hacían «irrefutables» sino que se habían convertido, desde que Lenin asaltara a la incipiente democracia liberal en octubre de 1917, en la casta político-criminal más sanguinaria de toda la historia de la humanidad. Sin embargo, a pesar de la amenaza cierta de gulags todavía quedaban individuos que impertérritos al peligro siguen cuestionando al crimen venga de donde venga y defendiendo la libertad y la dignidad para todos. En la senda abierta de Sócrates algunos poetas rusos osaron alzar sus plumas contra las pistolas. El más signifi­cado de ellos fue Osip Mandelstam cuando osó versificar sobre "Stalin, El montañés del Kremlin", compa­rando sus dedos con sebosos gusanos 

«Vivimos sin sentir el país a nuestros pies, 
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,
y sus palabras como pesados martillos, certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas».

Todas las razones que pueda haber a favor del liberalismo se pueden sintetizar en una: que jamás un ti­rano pueda volver a poner sus botas brillantes y sus dedos agusanados sobre ningún poeta. Que nadie pueda volver a censurar, cancelar, silenciar y humillar a ningún otro semejante solo porque no comparte sus sentimientos, ideas o acciones. Para que ningún Mandelstam pueda volver a ser amenazado por nin­gún Stalin, Franco, Fidel Castro o Hitler.
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1. María Blanco tituló Las tribus liberales: Una deconstrucción de la mitología liberal (Deusto,2014) su análisis de las diversas corrientes den­tro de la gran familia liberal. Como en casi todas las familias, hay desencuentros. Pero, eso sí, no nos asesinamos unos a otros clavándo­ nos piolets en el cráneo.
2. Mario Vargas Llosa tituló "La llamada de la tribu" (Alfaguara, 2018) el relato de su afinidad intelectual con siete pensadores liberales de muy diferente pelaje: Adam Smith, )osé Ortega y Gasset, Friedrich Hayek,Karl Popper, Raymond Aron, lsaiah Berlin y) ean-Franois Re­vel. Esta nómina de los liberales favoritos de Mario Vargas Llosa la estoy complementando en un hilo de Twitter que ya alcanza el nú­mero de cien figuras prominentes del liberalismo.
3. En realidad,Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo no hizo sino constatar algunas afinidades electivas entre cierto puritanismo calvinista y su doctrina de la predestinación con un desarrollo muy concreto de la sociedad industrial moderna. Pero no hay nada en otras religiones que impidan un desarrollo capitalista similar siempre y cuando se abandonen algunos añadidos económi­cos, como la satanización del cobro de intereses en los préstamos en determinadas teorías cristianas y musulmanas. En este aspecto la Escuela de Salamanca fue también precursora de la Modernidad. En concreto, Martín de Azpikueta, teólogo y economista navarro, que defendió,contra la concepción dominante en la Iglesia que el dinero es una mercancía más y, como tal, tiene un valor y hay que pagarlo.
4. El término «neoliberalismo» se usaba como sinónimo de «Ordoliberalismo», la variante del liberalismo que defendió la Escuela de Fri­ burgo en Alemania, responsable del «milagro» económico y político alemán tras la ll Guerra Mundial y cuyos autores más destacados eran Walter Eucken,Ropkey Rustow. Esta variante neoliberal surgió a partir del Coloquio Lippmann en Parísen 1938 que llevó a una se­ rie de destacados liberales a reconsiderar el liberalismo decimonónico del laissez faire. Desde ese momento el liberalismo se diversificó en varias Escuelas,de la austríaca (Mises) a la de Chicago (Friedman), la francesa (Aron) y la de Virginia (Buchanan). La variante de Friburgo era la más comprometida con los asuntos políticos y sus integrantes tenían un pieen la academia y otro en la política profesional. Se referían a su sistema como una «economía social de mercado».Sin embargo,en los años ochenta se produjo una mutación en el signi­ficado del término a raíz de que en Chile la izquierda académica empleara el término «neoliberalismo» para referirse a las políticas eco­nómicas inspiradas en la Escuela de Chicago que llevó a cabo Pinochet en la dictadura y que consideraban que eran radicales y extremas.
Desdeentonces, el neoliberalismo suele tener una connotación peyorativa en cuanto que se identifica con el «fundamentalismo de mercado».
5. Ralf Dahrendorf fue un sociólogo, filósofo, politólogo y político germano-británico. Es considerado uno de los autores fundadores de la teoría del conflicto social. Dahrendorf es un liberal que en la estela de Hayek y Popper desconfía del intervencionismo estatal porque puede conducir a una situación totalitaria. Adversario también del comunitarismo que tras una apariencia de tolerancia relativista no es sino una manera de multiplicar los etnocentrismos.
6. Dahrendorf, Ralf (2009): La libertad aprueba. Los intelectuales frente a la tentación totalitaria. Madrid:Trotta
7. Friedrich Hayek (2008):Losf undamentos de la libertad. Madrid: Unión Editorial. Al modo de Kant sobre la jus ticia cuando defendió que fiat iustitia pereat mund us, que no implica desatenderse de las consecuencias, Kant no era un irresponsable, pero sí priorizar los princi­ pios abstractos de la acción y no caer en la habitual racionalización a posteriori de las acciones morales que tomamos debidas al interés particular.
8. José Luis Aranguren sostuvo en una conferencia (1983) realizada en la Federación de Clubs Liberales de España que Ortega era un liberal­ conservador. Tras su intento de conciliar el liberalismo con el socialismo abandona a Rousseau y se interesa más por Montesquieu, de donde saca su visión elitista de las minorías, su individualismo contra el poder establecido y su antiestatalismo. En España invertebrada y La rebelión de las masas advertirá que el principio liberal debe ser prioritario sobre el principio democrático para no devenir en la tira­nía de la masa (pero no demasiado, añadimos nosotros, para no caer en la fatal arrogancia del síndrome de Platón que ha dominado a tantos intelectuales que han pretendido convertirse en tiranos-sabios). Véase José Luis L. Aranguren (1984): «Aportación de Ortega al pensamiento liberal», en Homenaje a Ortegay Gasset, Federación de Clubes Liberales, Madrid.
9. En Capitalismo, socialismo y democracia (1942),)oseph Schumpeter desarrolló el concepto en la primera parte de la obra, destinada a ana­lizar la figura de Karl Marx. En la segunda, se muestra de acuerdo con Marx en que el capitalismo terminará por dejar pasar al socia­lismo, pero no por contradicciones internas y de una manera traumática y catastrófica sino por su propio desarrollo lógico, ese proceso de destrucción creadora, y éxito económico.
10. En España contamos con excelentes expertos en la obra tanto de Hayek como de Ortega y Gasset. En el caso del pensador austríaco, Pa­loma de la Nuez escribió una síntesis de su pensamiento político en La política de la libertad (Unión Editorial, 2010). Por lo que respecta a Ortega y Gasset, destaco los ensayos que le ha dedicado durante su trayectoria Pedro Cerezo, recogidos en josé Ortega y Gasset y la razón práctica, Biblioteca Nueva, 2011.
11. Hayek,en el discurso de agradecimiento del Premio Nobel de Economía, que recibió en 1974,especificó que «en realidad, el punto prin­ cipal había sido apreciado ya por esos notables precursores de la economía moderna, los escolásticos español, es del siglo XVI, quienes hi­ cieron hincapiéen que lo que ellos llamaban pretium mathematicum, el precio matemático, dependía de tantas circunstancias particula­res que no podría ser conocido jamás por el hombre, sino solo por Dios». En La fatal arrogancia también subrayó los orígenes españoles del liberalismo; «los principios teóricos de la economía de mercadoy los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseña­ dos, como se creía, por los calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español». Hayek, de hecho, no conoció dicha precedencia hasta los años 50, cuando una de sus alumnas, Marjorie Grice­ Hutchinson, sededicó a estudiar el pensamiento económico español de los siglos.XVI y XVII.
12. El mejor relato sobre cómo el totalitarismo de izquierda sigue siendo considerado una ideología respetable se debe a Federico Jiménez Losantos, en Memoria del comunismo (La Esfera, 2018).
13. Luis del Pino disecciona en La dictadura infinita (La Esfera de los Libros, 2022) el proceso por el cual «el fin de la historia» que pronos­ticó Fukuyama se está deslizando de la utopía liberal que había imaginado elensayista norteamericano a la distopía antiliberal en la que nos vamos sumergiendo.
14. Daryl Morey,general manager de los Houston Rockets, publicó en 2017 un tuit que iba a costar cientos de millones de dólares:«Lucha por la libertad, apoya a Hong Kong». A la dictadura comunista china no le hizo mucha gracia y silenció todo lo posibleel partido promo­ ciona!de la NBA en Shanghái.En juego estaban miles de millones de dólares del inmenso mercado chino que controla con mano férrea la dictadura china Finalmente, la NBA, tras muchos tiras y aflojas, se avino a defender la libertad de expresión. Más empresas como H&M y Burberry están en el ojo de la dictadura china ya que debidoa suscompromisos con la ética laboral no pueden colaborar con pro­ veedoresque trabajen con mano de obra explotada, lo que ha sido denunciado respecto a la región de Xinjiang en China donde hay una importante minoría musulmana que estaría siendo reprimida violentamente por las autoridades chinas.
15. Esta falta de prudencia aconteció cuando se derribaron dictaduras islámicas desde Occidente a principios del siglo XXI, sin tener en cuenta que la alternativa real era mucho peor.
16. Las diferencias entre católicos y protestantes quedaron fijadas en el Concilio de Trente cuando los intelectuales católicos,liderados por jesuitas españoles, sentaron las bases de lo que sería la Contrarrefor:na
17. Siglos después y dentro de un paradigma liberal-pagano los cristianos finalmente han aprendido a coexistir entre ellos sin matarse. A los musulmanes todavía les queda un largo camino, pero es precisamente en el mundo occidental y las sociedades liberales donde está empezando a verse la luz al fin del túnel. El salvaje atentado de Paris nos tiene que unir en un pacto antiyihadista, pero también en un pacto proislámico. Para esto último, la mejor guía en el laberinto mahometano es Ayaan Hirsi Ali,que sigue amenazada de muerte. Esta politóloga y activista holandesa de origen somalí y musulmán, que padeció la ablación del clítoris (por mano de su abuela y contra el criterio <ie su padre), es una de las críticas más lúcidas y valientes del fenómeno islarnista que está devastando el islam como un cáncer. Habitualmente escéptica sobre la posibilidad deque la religión fundada por Mahoma se pueda reformar para hacerla compatible con los valores del humanismo moral y la democracia liberal, en uno de sus últimos libros publicados, Heretic: Why Islam Needs a Reformation Now (traducido al español como Ref ormemos el islam), plantea un discurso en la misma línea de crítica a la religión musulmana, pero con sutiles e  importantes diferencias.
Mientras que, en su anterior libro, Nómada, dudaba, como decía, de que el islam fuese una religión reformable, como sí lo son las otras dos religiones abrahámicas, el cristianismo y el judaísmo,ahora sigue siendo hipercrítica con la deriva totalitaria del islam, pero, al mismo tiempo,plantea las bases para una reforma de este. Establece Hirsi Ali en el corazón mismo de la religión musulmana una dis­ tinción clave basada en el Corán. Mientras que las primeras suras del libro sagrado,escritas en La Meca, están orientadas a fundar una religión de paz, las últimas, elaboradas en Medina, significarían un reverso tenebroso hacia un credo militarizado orientado hacia la guerra. Hirsi Ali así concibe una «guerra ideológica» en el seno mismo del islam,entre lafacción Meca y la facción Medina. Para Hirsi Ali, «Solo los musulmanes Meca pueden ser los representantes y agentes de una Reforma islámica». Sobre todo, porque pueden dar lugar a una tercera tipología de musulmanes,los «reformados» que, como ella misma, «asumen que su religión debe cambiar si sus seguidores no quieren verse condenados a un interminable ciclo de violencia política».

Contra los fanáticos, violentos y, sobre todo, malos lectores (literalistas) del Corán de la vertiente Medina, la politóloga holandesa traza su plan de reforma del islam sobre cinco pilares básicos que eliminar: el infalible estatuto de Mahoma y la lectura literal del Corán; la prioridad del más allá sobre el momento presente; la sharia o ley islámica;el empoderamiento de individuos para reforzar tales leyes y costumbres; por último, aunque lomás importante en el corto plazo, la yihad (guerra santa).
Hirsi Ali,como otros musulmanes ilustrados, por ejemplo, Reza Aslan, está configurando un islam reformado que incorpore la tradi­ ción racionalista de Averroes, Al Farabi y Avicena. Lo que Lutero, Castellio y Erasmo hicieron para el cristianismo, desde la revolución y la reforma, es posibledesde dentro del islam. Plantea Hirsi Ali que, en el siglo XXI, el islam será ilustrado o no será.
18. En The God thatfailed, una obra de 1949 en la que varios intelectuales describían su desilusión y abandono del comunismo: Louis Fis­ cher, André Gide, Arthur Koestler, lgnazio Silone, and Richard Wright y el propio Stephen Spender.
19. El jugador de fútbol del FC Barcelona y la selección española, Xabi Hernández, trabajó para la dictadura catarí que organiza el Mundial de 2022. No solo trabajó, ganando millones de euros, sino que la justificó: «NO vivo en un país democrático, pero creo que el sistema de aquí funciona mejor que el de allÍ». Otro ex jugador del Barcelona y de la selección española también trabajó en la dictadura catarí a la que no dudó en blanquear: «Catar es sin duda el país del mundo islámico más abierto y occidental. Es un lugar muy seguro y la gente tiene libertad». Catar según el Democracy lndex ocupa la posición ciento veintiséis,con una puntuación de 3,24 sobre 10, siendo califi­cado en lo más bajo del escalafón como «régimen autoritario».
20. Entrevista a Louis Althusser por Alfons Quinta, «Dictadura del proletariado y estalinismo no son en absoluto sinónimos», El País, 11 de julio de 1976.
21. Heidegger,Martin (2009): La autoafirmación de la universidad alemana. El Rectorado, 1933-34. Entrevista de Spiegel. Madrid: Tecnos.
22. Ferdinand Téinnies fue un sociólogo alemán que propuso las categorías sociológicas comunidad y sociedad (Gemeinschaf tund Gesells­ chajt, 1887), las cuales des.criben distintas formas de relaciones sociales según tamaño de la población y grado de complejidad en la di­ visión social del trabajo. Las comunidades se rigen más bien por normas consuetudinarias, una especie de derecho «natural» producto dela espontaneidad social y dependiente de las relaciones de poder entre los miembros de dicha comunidad a través de instituciones so­ciales naturales como la familia y las religiones. Las relaciones sociales en una sociedad son más impersonales, como las laborales en una empresa o las de consumo.
23. A la clase del 7 de febrero de 1979 en el College de France va a dedicar Michel Foucault un análisis del neoliberalismo,concretamente a la Escuela de Friburgo. Dichas lecciones están recogidas en Foucault, Michel (2007): Nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
24. Citado en David Adams(2011): Enlightenment Cosmopolitanism. Nueva York: Routledge.
25. Machado era un gran poeta moral. En la primera estrofa de su poema Retrato trazó el perfil de la patria chica, la primera, la más intensa y seguramente la única verdadera «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huertoclaro donde madura el limonero; mijuventud,veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero».
26. A diferencia del igualitarismo que trata de igualar a todos los seres humanos en cuanto a resultados, siendo el núcleo fundamental del socialismo como doctrina, la igualdad conciliada con la libertad del liberalismo se basa en la igualdad de oportunidades y la igualdad de derechos que se traduce en un desiglllalitarismo en cuanto a resultados. La situación que se da en un aula académica en la que todos tienen el mismo derecho a la educación,pero noel derecho a conseguir las mismas calificaciones,dependiendo de estas por factores de in­ teligencia, de carácter, pasión y trabajo.
27. Era el lema devarios campos deconcentración y en sí misma la frase puede usarse en diversos sentidos. Pero el contexto nazi la dota de un aura cínico y siniestro. No hay que descartar que sea usada en uno de los innumerables libros de autoayuda por parte de alguien que no conozca su pasado nazi. O que sí, pero crea que sus lectores, no.
28. Fernando de los Ríos (1921): Mi Viaje a la Rusia sovietista. Madrid: Fundación Fernando de los Ríos. Tras entrevistarse con Lenin, Fer­ nando de los Ríos lo hace con Bujarin, un exaltado que parece haber esnifado dos o tres rayas de cocaína mientras se rompe la camisa al pronosticar elparaíso comunista que llegará tras una guerra de clases:«La democracia (liberal) es, pues, un residuo ideológico -afirmaba- de la Revolución francesa, y a ella hay que oponer la lucha de clases».
29. En Freedom (2014), Philip Pettit comete la falacia de confundir la libertad, que consiste fundamentalmente en ausencia de interferen­ cia, con el poder,la ausencia de dominación. De este modo, el subsumir la libertad como una cuestión de poder le lleva a cambiar la li­ bertad. originaria por el reparto distributiva usando como método la coacción de justicia social. Cuando un socialista como Petttit critica el individualismo lo hace siempre con un reduccionismo banal que confunde el individualismo empático con el individualismoegoísta con el objetivo de destruir el primero con la excusa del segundo. De este modo se trata de implantar un comunitarismo que anula a los individuos y convierte a los ciudadanos en siervos de una entidad colectiva, como la clase en el marxismo clásico o la infinita variedad de identidades fluidas del interseccionalismo posmoderno, de las razas más o menos victimizadas a los géneros más o menos indefinidos.

Desde instancias no liberales se suele confundir la libertad con algunas variantes de la seguridad y la solidaridad. De esta manera di­luyen la libertad en conceptos respetables pero que no pueden servir como pivotes de una organización política que pretenda ser tole­rante, abierta y plural. Axel Honneth en "El derecho de la libertad" (2014) confunde la libertad con el reconocimiento, limitando el al­cance de la libertad para abrirse a la espontaneidad humana, su silvestrismo intrínseco, tratando de poner un cepo social basado en un reconocimiento de los demás que consiste en una asimilación dentro del Estado y una homogeneización amorfa de todos los individuos en un rebaño de siervos espirituales, un hormiguero de trabajadores materiales. Por otra parte, como decía, Pettit confunde libertad con empoderamiento, siendo ambas capacidades perfectamente independientes la una de la otra: se puede no tener nada de poder y, sin embargo, gozar de mayor libertad que los más ricos y poderosos del planeta y, por ejemplo, se puede gozar hasta el infinito y más allá del poder, pero, sin embargo, no ser más que un esclavo del rol que uno mismo se ha impuesto.

Paloma Pájaro: Quiero subrayar la idea de que no existe el liberalismo, sino los liberales, a veces muy distintos entre sí.

Entre los liberales, por ejemplo, encontramos posiciones como las de Antonio Escohotado, quien sostenía: «De la piel para adentro mando yo. Ahí empieza mi exclusiva jurisdicción y elijo si debo o no cruzar esa frontera. Soy un Estado soberano». 
En la misma línea se manifiesta Juan Ramón Rallo al decir que el individuo es soberano o al equiparar el secesionismo con un divorcio.
Pero liberal también es Jano García y recordemos que hace poco, ante la pregunta «¿Prefieres un dictador bueno antes que a Pedro Sánchez?» respondía: «Hombre, sí, claro (…) cualquiera que me escuche sabe que esto no es una cosa novedosa, yo prefiero a alguien que haga el bien común, sí, me da igual que no lo haya escogido el pueblo (…) la historia de España está llena de ejemplos de monarcas que no eran escogidos por el pueblo y realizaron el bien común, consiguiendo que la nación española fuera durante siglos el país más importante del mundo, porque el mundo, básicamente, era España».
Jano también prioriza la perspectiva individual frente a la del grupo (el materialismo filosófico no), pero hoy me interesa remarcar que lo que en el ejercicio estaba haciendo Jano García con esa respuesta era reconocer de alguna manera que la praxis política siempre va referida a la eutaxia.

Desde el materialismo filosófico sostenemos que el fin de la política no es la democracia, ni la libertad, ni la justicia, ni la izquierda, ni la derecha, ni el rey, ni nada por el estilo. El fin de la política es la eutaxia, que hace referencia a la potencia que tenga una sociedad política para perdurar a lo largo del tiempo y alcanzar así un significado histórico. Por ejemplo, una República Independiente de Cataluña que dura 44 segundos nace, directamente distáxica, no es nada en términos políticos ni históricos, es un simple bluf para encandilar a los tontos.

La eutaxia, por tanto, no depende de un único individuo, de un rey medieval, por ejemplo, o de las políticas de un gobierno democrático concreto, sino que es algo que tiene una continuidad a lo largo del tiempo. Y es que la vida de los Estados tiene forzosamente que desbordar el presente de una persona individual, de ahí que se perfile una escala secular, de siglos: la unidad e identidad de España, Francia, Rusia o China se configuran históricamente, superando a través de esta continuidad acciones o momentos distáxicos a los que hayan tenido que enfrentarse.

Por otro lado, a través de la eutaxia una sociedad política organiza sus divergencias internas para lograr una cierta estabilidad y a menudo esto tiene que hacerlo al margen de consideraciones morales, éticas o estéticas. Lo que interesa es que el Estado persevere de alguna manera y, en este sentido, la violencia es de extrema necesidad: un Estado sin violencia es inviable, distáxico, fallido. 
Dicho de otra manera, un Estado sin policía, sin ejército, Guardia Civil o servicios secretos, ni siquiera puede llegar a ser Estado. Y se nos replicará: «Pero hay Estados que no tienen ejército». Pues bien, eso significa que dichos Estados son subsidiarios de otras potencias que son las que aportan los tanques y los misiles, tal y como le sucede a Aruba, que depende de las Fuerzas Armadas de los Países Bajos y, a su vez, los Países Bajos forman parte de la OTAN.

El liberalismo desde el materialismo político. FORJA 135

Contra el liberalismo de Juan Ramón Rallo. 1ª PARTE. FORJA 134

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Santiago Navajas desvela las 10 razones para ser liberal y defenestrar el comunismo