«¿Sólo me amenaza con la muerte?
Es muy poco»
Henry Hathaway es un clásico director del género de aventuras que ha pasado por diferentes estudios en las décadas del 30 y 40. En este western alcanza encomiable madurez en sus medios cinematográficos, fruto de su experiencia y talento. Su dinamismo narrativo y escénico, la excelente dirección de actores, la acción constante y creciente intercalada con remansos apacibles de sus protagonistas, el guion cinematográfico casi sin fallas, una puesta en escena convincente y verosímil, así como ciertos elementos constantes de sus películas como la violencia, el desarrollo psicológico y emotivo de sus protagonistas con acertadas notas de humor, configuran un estilo que capta y domina la atención del espectador, a saber en este muy buen western (From hell to Texas).
Tod Lohman (Don Murray), un vaquero delgado e ingenuo, mata accidentalmente al hijo del poderoso terrateniente Hunter Boyd (R.G:Armstrong), quien busca vengarse persiguiéndolo implacablemente a lo largo de toda la historia, aunque imponiendo condiciones inexplicables como devolverle su caballo muerto por su hijo menor (Dennis Hopper) y darle 4 horas de ventaja para que huya a otro pueblo. Tod recibe la protección de Amos Bradley (Chill Wills) y termina enamorándose de su hija Juanita (Diane Varsi). La acción y la violencia trepidantes desarrollan la historia capturando la atención en la hora y media de duración. Tod se niega a usar la violencia por sus principios morales inculcados por su madre y la biblia que lleva siempre consigo, pero, como tema recurrente en muchos westerns, las circunstancias lo obligan a defenderse y reaccionar atinadamente con su rifle, su puntería y su instinto de supervivencia.
El final es insólito, pero creíble: los personajes principales y secundarios han sufrido una evolución vital que implica un desarrollo positivo de su personalidad, asimilando la experiencia vivida como una gran lecciòn de vida. Absolutamente recomendable ver este western intenso y reflexivo al mismo tiempo.
En Del infierno a Texas y en Nevada Smith, aparecen sendos sacerdotes, presentados en idílicos conventos, que desempeñan un papel trascendental en la evolución del protagonista». Por las razones ya convenientemente expuestas en párrafos anteriores, nos vemos obligados aquí a disentir de tales afirmaciones. Desde luego, la propia cita de Losilla puede suponerse ambigua en tanto que en su primera frase parece negar algo que, sin embargo, concede en la inmediata (el significado trascendental de los personajes religiosos en la narración). Tal vez debamos interpretarla asumiendo que el autor de la misma no pretende tanto dudar del «significado trascendental» de la religiosidad en los westerns de Hathaway como de su «significado trascendente».
Con respecto a la trascendencia, cierto es que, si entendemos tal noción desde un estricto sentido teológico (esto es, como vida ultraterrena), no ocupa un lugar destacado en a filmografía de Hathaway, por lo menos más allá de alguna que otra mención por parte de algún personaje creyente (verbigracia: la respuesta ya reproducida del anónimo padre de Del infierno a Texas ante las intimidaciones de los Boyd:
«¿Sólo me amenaza con la muerte? Es muy poco»; por lo general, la alusión a la trascendencia no suele aparecer en sus películas como discurso confortador o garante de sentido ante la desaparición trágica de un personaje —quizá la única excepción resida en una de sus obras más singulares y extrañas, la muy onírica y romántica Sueño de amor eterno (Peter Ibbetson, 1935), cuyo final deja abierta la posibilidad de que el amor que une a su pareja protagonista, siempre frustrado en este mundo, se consume más allá de la muerte... si bien se trata de un más allá de perfiles casi alucinatorios y que no se ajusta a un credo religioso específico—. Ahora bien, esto no quiere decir que Hathaway niegue toda posibilidad de trascendencia, al menos si entendemos el término Carlos Losilla, «A través del río y entre los árboles. Nueve notas (provisionales) sobre los westems de Henry Hathaway», en Archivos de la Filmoteca no 12, Abril/Juni0 de 1992, p. 82.
La otra cara de la moneda nos viene proporcionada por otro personaje: la madre de Todd Lohman. Aunque nunca llega a aparecer en la narración (pues ha fallecido antes de que el relato se inicie), de alguna forma su espíritu se manifiesta en la misma, al modo de lo que ocurría con el de la matriarca del clan Elder en Los cuatro hijos de Katie Elder. Uno de los símbolos que denota su presencia es la Biblia Grecordemos la misión fundamental que el libro sagrado cumple en los filmes de Hathaway!) que le regaló a su hijo y que supone la posesión más preciada de éste. En ella podemos encontrar una emotiva dedicatoria, que casi constituye un testamento espiritual:
«Querido hijo:
No tengo nada más útil que dejarte. Sólo poseo esta Biblia y este pequeño retrato. No te separes nunca de este libro. Cree siempre en él y acepta sus consejos. Él te confortará. Cumple sus mandamientos, Todd, y tu a ma se salvará. Recuerda siempre que te quiere... Tu madre».
Frente a lo que sucedía con Boyd, la anónima madre de Lohman carece de cualquier beneficio material, de fama o de renombre que legar. Liga el sentido de su vida, más modestamente, a la transmiSión de unos valores morales a su hijo. Mientras que Lohman respete los preceptos bíblicos, su madre, que es quien se los ha inculcado, de alguna manera seguirá viva gracias a él. Al menos, su herencia seguirá viva. Por cierto, esta postura no niega la posibilidad de la trascendencia religiosa, sino que más bien es independiente o incluso complementaria a la misma, pues se observará que la dedicatoria incluye una mención a la inmortalidad del alma.
Pero la piedad de Lohman rendirá a Hunter en un sorprendente final, cuando nuestro héroe sea capaz de lo que no fue su padre, jugarse la vida para salvar al chico, ese que pretendía matarle.
Un final que impacta por su brillantez visual y su inusual y sorprendente resolución, donde el odio no es sinsentido, sino producto de una confusión, que cuando se ve corregida, se atempera y desaparece. Los antagonistas firmando la paz en honor a los valores cristianos personificados por Lohman. Uno vestido de negro y representando buena parte de los pecados capitales, el otro de blanco representando los mejores valores cristianos. La redención y el perdón.
–Hunter: Solamente quiero que pienses, que si te perseguí a muerte fue por vengar a mis hijos. Perdóname. Si lo haces, Dios me perdonará también.
–Lohman: Vaya tranquilo. Le comprendo y le perdono, señor Boyd.
Hathaway, Hitchcock, Stroheim
Directores católicos
en el Hollywood clásico
¿Qué es lo que tiene el cine clásico que lo convierte en un fenómeno artístico tan especial? ¿Por qué, hoy en día, todavía nos llaman la atención unas películas que, en muchos casos, se rodaron hace casi un siglo? Quizá buena parte del interés que, para muchas personas, siguen despertando en la actualidad los filmes clásicos de Hollywood radique en que su visionado constituye una experiencia de sentido. Y, precisamente, el constituir una experiencia que nos ofrece sentido es un punto en común que liga cine clásico y religión.
Son relativamente frecuentes los análisis que estudian la influencia del judaísmo o el protestantismo sobre el Hollywood clásico. Este libro, sin embargo, se centra en la aportación creativa católica a la época dorada de Hollywood. Muchos realizadores clásicos de primerísima fila crecieron educados en el catolicismo. Entre ellos, encontramos nombres como los de Henry Hathaway, Alfred Hitchcock y Erich von Stroheim. Los tres presentan como rasgo común moverse por unos terrenos cinematográficos que, en un principio, podríamos considerar poco permeables al hecho religioso:
Hathaway es recordado como un director de westerns y filmes noir de marcada violencia, Hitchcock definió el thriller tal y como lo conocemos en la actualidad y el nombre de Stroheim ha quedado asociado a un tipo de drama repleto de elementos morbosos y escabrosos. El presente libro muestra, sin pretender que ésta sea la clave última de interpretación, cómo los valores y creencias católicos aparecen reflejados en la obra de estos maestros, y cómo algunas de sus películas pueden comprenderse mejor desde una óptica religiosa.
"CUANDO VIENE LA SOBERBIA,
VIENE TAMBIÉN LA DESHONRA;
MAS CON LOS HUMILDES
ESTÁ LA SABIDURÍA".
PROV. 11, 2
(WHEN PRIDE COMETH,
THEN COMETH SHAME
BUT WITH THE LOWLY IS WISDOM)
PALABRAS DE GRAN VERDAD ENMARCADAS
(Ride the High Country, 1962)
Peckinpah sitúa la cámara en alto, mostrando la grandeza de un hombre en mitad de la naturaleza. En un escenario donde casi todos los seres humanos parecen insignificantes, Judd destaca por su serena dignidad. El antiguo sheriff ha perdido vitalidad y energía, pero su carácter se mantiene firme y sin fisuras. Sabe que no le han pagado por las incontables penalidades soportadas en el ejercicio de su cargo. Ha pasado noches sin dormir, ha luchado contra el calor y el frío, le han disparado en infinidad de ocasiones, a veces hiriéndolo de gravedad, pero ni siquiera cobra una miserable pensión. Sólo tiene un traje raído, una camisa con los puños gastados y unas botas con las suelas agujereadas. A pesar de eso, no se arrepiente de haber llevado una estrella. De joven era un salvaje que no respetaba nada. La paliza de un sheriff aclaró su mente, enseñándole a ser honesto y responsable. Desde entonces, ha obrado con rectitud y eso es suficiente. Quizá nadie acuda a su entierro, pero su conciencia está tranquila.
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