EL Rincón de Yanka: LIBRO "LOS RATONES DE DIOS" y CRONOLOGÍA DEL "ROBO DEL SIGLO" DE UNA CORROMPIDA CATEDRAL GALLEGA: EL CÓDICE CALIXTINO, PATRIMONIO CULTURAL Y ESPIRITUAL DE GALICIA, DE ESPAÑA Y DE EUROPA

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miércoles, 5 de julio de 2023

LIBRO "LOS RATONES DE DIOS" y CRONOLOGÍA DEL "ROBO DEL SIGLO" DE UNA CORROMPIDA CATEDRAL GALLEGA: EL CÓDICE CALIXTINO, PATRIMONIO CULTURAL Y ESPIRITUAL DE GALICIA, DE ESPAÑA Y DE EUROPA



CORRUPCIÓN ECLESIÁSTICA
Opacidad económica y ocultación de datos.  El responsable, su arzobispo Julián Barrio Barrio (Don Algodoncito).
Ya se constató y se contrastó la delicadeza del sr. agente don Antonio Tenorio en comparación con la superficialidad e insensibilidad del sr. obispo y del ex deán. Apaga y vámonos....
El Códice Calixtino, joya de la biblioteca de la catedral de Santiago de Compostela, desapareció el verano de 2011. Un insólito robo que planteaba múltiples interrogantes. ¿Cuándo y cómo saltaron las alarmas?
Un archivero de la catedral de Santiago de Compostela fue quien dio la voz de alarma. La mayor joya del templo había desaparecido. El Códice Calixtino solía "descansar" en un cojín, a una temperatura de entre 13 y 20 grados. "Lo tenían casi como un bebé", destaca Luis Rendueles, reportero de sucesos.

El deán, José María Díaz, canónico jefe de la catedral, fue informado inmediatamente de la situación. Rendueles recuerda que el manuscrito del siglo XII estaba "casi a la vista" de todo el mundo pese a que debería haber permanecido en una caja fuerte, "bajo llave". "El deán utilizaba el códice, su joya más querida, para presumir, enseñárselo a gente que venía de todo el mundo: amigos, jóvenes monaguillos, turistas, peregrinos... Todo el mundo veía el Códice", asegura.
Sin embargo, tras el descubrimiento del archivero "comienza el desastre porque el deán no recordaba la última vez que lo vio (...) Hablaba de una visita de un profesor universitario...", rememora el reportero. Además, el canónico jefe dudaba si debía acudir a la Policía, un paso que terminó dando.

"Una joya literaria"

Un robo comparable a la sustracción de Las Meninas: los expertos analizan la desaparición del Códice Calixtino
Un robo hizo temblar los pilares de la catedral de Santiago de Compostela en 2011. El Códice Calixtino, una de las mayores joyas del patrimonio español, había desaparecido.
La desaparición del Códice Calixtino, que se encontraba guardado a buen recaudo, en una caja fuerte del Archivo de la Catedral, fue todo un misterio que puso en vilo a la sociedad de 2011, cuando el mundo entero miró a Santiago de Compostela. El robo puso en entredicho la seguridad de los tesoros catedralicios y conmocionó al Deán, que dimitió de su cargo. Se calcula que la primera guía del Camino de Santiago vale, como mínimo 7 millones de euros.

Y no solo es relevante su valor económico. El Códice Calixtino es un manuscrito único, del siglo XII, la mayor joya de la Catedral. Es la primera guía del Camino de Santiago y una pieza clave para que la ciudad sea una de las cuatro consideradas 'santas' del mundo cristiano. Sin el Códice, Santiago perdía una de sus mayores señas de identidad, de valor incalculable.
"Nadie sabe el dinero que se ingresa en una Catedral como la de Santiago y los donativos no tienen ningún control fiscal". Un pequeño grupo de investigadores tuvo que soportar las presiones políticas y esquivar las luchas de poder en la Iglesia mientras intentaba descubrir quién lo robó y recuperarlo sin que sufriera daños.

"El ladrón tenía que ser alguien que estaba dentro de la Catedral". Son las conclusiones en las que inciden los expertos en el primer capítulo de 'Anatomía de... el robo del códice' que se emite esta noche en la Sexta. "Como si hubiera desaparecido la Mona Lisa del Louvre", explica otro de ellos para hacer ver la importancia de este hecho delictivo que la periodista desentraña en una doble entrega, del que podremos ver la segunda parte la próxima semana.

Una investigación que destapa una colección de pecados escondido entre los muros

Cuando los responsables de la Catedral descubren la desaparición, aunque dudan, acaban avisando a la policía: saben que cuando la policía investigue, no preguntará solo por el Códice y hay muchas cosas que se van a encontrar.
Rebeca Lorenzo, de la brigada de patrimonio de la Policía Nacional, cuenta que lo que no esperaban es que la investigación destapara toda una colección de pecados capitales que se escondían entre los muros del templo. Para Lorenzo, todos los trabajadores de la Catedral eran sospechosos, incluido el Deán. Lorenzo explica que en el curso de la investigación descubrieron que no solo había desaparecido el Códice: en la Catedral alguien estaba robando dinero de las donaciones al cepillo.

Sin embargo, los investigadores observaron desde su primera visita "deficiencias en los sistemas de seguridad y en cómo estaba guardado el Códice", recuerda Rebeca Lorenzo, miembro de la Brigada de Patrimonio. "Nos dimos cuenta de que por las noches la luz del claustro quemaba las imágenes, con lo que las grabaciones de las horas nocturnas no se podían visionar", apunta Lorenzo.

El autor del robo del Códice Calixtino denuncia prácticas sexuales en la Catedral de Santiago

Manuel Fernández Castiñeiras, autor del robo del Códice Calixtino (¿?) (el chivo expiatorio, el más inocente de todo esta trama, ha presentado ante el juez 15 folios escritos a mano donde denuncia prácticas sexuales dentro de la Catedral de Santiago, y entre los miembros de la Iglesia. En concreto, las acusaciones van dirigidas al exdeán de la catedral José María Díaz. “Sus actitudes van más allá de lo humanamente paternal, eran frecuentes las palmaditas en el culo”, dice literalmente el informe.
El juez instructor del caso José Antonio Vázquez Taín, ha valorado que los documentos “no tienen ninguna relación con el asunto que se está tratando” y que no tienen “la más mínima relevancia jurídica”. (¿?)
Fernández Castiñeiras asegura además que “robar era habitual” dentro de la catedral, desde el dinero de los cepillos a jamones o vinos que llegaban al templo, y que esta información es sólo “un pequeño grano de arena de todo lo que podría desvelar”.

El 4 de julio del 2012 Galicia estaba de celebración. 
Después de un año de pesquisas, 
el Códice Calixtino aparecía en el interior de un garaje. 
Así fue la investigación que llevó hasta el manuscrito


El robo del Códice | CAPÍTULO 1 | RTVE Play

VER+:

Capítulo 2: MANOLIÑO
Capítulo 3: LA MALDICIÓN


LOS RATONES DE DIOS
LUIS RENDUELES

En julio del 2011, los canónigos de la catedral de Santiago de Compostela se dieron cuenta de que faltaba el Códice Calixtino, el manuscrito iluminado del siglo XII considerado como la primera guía de viajes del mundo y referente para millones de peregrinos cuando realizan el Camino de Santiago. El robo del Códice Calixtino, una obra rodeada de misterio, leyendas y controversia desde sus orígenes hasta nuestros días —y de valor incalculable—, conmocionó a toda la sociedad española e internacional. Para recuperar la famosa reliquia, se puso en marcha un operativo liderado por la Brigada de Patrimonio Histórico. Para su investigación, los policías tuvieron que viajar a Santiago —y también en el tiempo—, al entrar en un mundo gobernado por las leyes de Dios, ejecutadas por el deán, jefe del templo, y sus colaboradores, los canónigos.

Inevitablemente, las pesquisas que el inspector jefe Tenorio y el juez Vázquez Taín hicieron abarcaron todos los rincones más oscuros de la catedral y desvelaron chantajes sentimentales, guerras entre canónigos, acusaciones de homosexualidad y drogas, y permitieron averiguar, además, que había ratones que robaban dinero de los peregrinos desde hacía muchos años ante la «clamorosa desidia» de los sacerdotes, según dictaminó el tribunal que juzgó el caso. El caso también desveló que la razón para robar el Códice Calixtino no era ni mucho menos la que los investigadores se esperaban.

Los ratones de Dios es un análisis pormenorizado de los pasos dados en el caso y, al igual que sucedió con la investigación, transcurre de manera reposada. Los tiempos en la Catedral de Santiago son lentos, allí parece haberse detenido el tiempo. Nadie tiene prisa, y para conseguir una simple lista de empleados se necesitan días. Los investigadores, aunque no rechazaron ninguna de las posibles opciones o pistas, no tardaron en darse cuenta que lo más probable era que el Códice ni siquiera hubiese salido de las paredes del templo. O que en caso de haberlo hecho no habría ido muy lejos. Todo apuntaba a que no había un móvil económico sino más bien una venganza personal. Las rencillas entre los habitantes de la Seo eran importantes, pero el voto de silencio que se mantenía ante todo lo que se saliese de la rutina hizo que la investigación fuese un camino tortuoso y sobre todo lento.

Quizás lo más llamativo de toda la historia sea la impunidad que parecen creer tener los miembros de la Iglesia como institución. Se les presupone por oficio, una cierta integridad y bondad que luego no se ajusta a la realidad. Creen que todas las propiedades y estancias de los templos cristianos les pertenecen por derecho. Y eso provoca que todo el personal externo que entra dentro de ese círculo acabe contaminándose y creyendo lo mismo.

Los ratones de Dios es un True Crime (crimen verdadero) que debe abordarse con paciencia y ganas de disfrutar el viaje. Rendueles introduce fragmentos del texto del Códice Calixtino para hacernos ver que algunas cosas no han cambiado tanto en los últimos mil años. También, pone en situación al lector acerca de la relevancia de los investigadores revisando algunos de los casos en los que han trabajado en el pasado. La exposición refleja el tempo de la investigación real, que se alargó durante un año; un año en el que debieron interrogar decenas de veces a las mismas personas y conseguir información de ellas casi por desgaste.

No esperéis encontrar criminales despiadados ni acción desenfrenada. Esta es la historia de un círculo muy cerrado de personas en un lugar que resulta casi asfixiante. Una historia de envidias, de rencores y de muchos secretos. De ratones que roban queso de las arcas de la catedral, de organistas que tocan de madrugada, de guardeses que deben dar cuerda a los relojes a diario, de policías con hernias discales, y de electricistas ambiciosos que quieren ocupar un lugar en la plantilla del templo a toda costa. Aunque sea cogiendo prestado uno de los volúmenes más valorados de todo el arte medieval.
Algo grave ocurrió aquí y
 ni ellos mismos pueden justificarse. 
El principio de autoridad ha desaparecido 
y los granujas obran a sus anchas. 
 Conspiración de silencio, de John Sturges, 
con Spencer Tracy.

- Prólogo -

Los ratones d e Dios es una obra extraordinaria que rezuma tintes de novela gótica trasladada al siglo xxr, aunque se trate de una historia real por completo. La prosa de Luis Rendueles, sólida y brillante, recrea con absoluta maestría uno de los casos más fascinantes de la crónica negra re­ciente: el robo del Códice Calixtino. 
El recorrido por la catedral de Santiago de Compostela, de la mano de personajes insólitos, con trastiendas más que sospechosas, supone una aventura inesperada para el lec­tor, que se ve atrapado en ella, sin remedio, como una mosca en una tela de araña. Poder conocer los en­tresijos de una historia de estas características, acudiendo a las fuentes principales y revisando los deta­lles más inimaginables, supone un privilegio, pero más aún si se hace a través de una narración de tantí­sima calidad como la que nos ofrece este periodista y escritor. Rendueles, sin ninguna duda, contaba con un interesante argumento del que tantos deseábamos saber más de lo que se había publicado en los medios de comunicación; pero la manera de desarrollarlo, la estructura, el ritmo, el lenguaje y esa mi­rada tan personal convierten el propio texto en una joya. 
Toda mi admiración para este compañero amigo, que tanto suma a la colección de sinficción.
MARTA ROBLES

- PARA SER HONESTO -

Este libro es un retrato de la investigación policial que permitió recuperar el Códice Calíxtino para la catedral de Santiago, Galicia y el mundo entero. La narración se basa siempre en documentos policiales y judiciales. También, en las entrevistas personales que mantuve con los protagonistas de esta historia. Algunos otros han preferido no hablar. Todo lo que aquí se cuenta ocurrió en aquel año de lucha por encontrar el Calixtino. Solo me he permitido la licencia de reconstruir algunos diálogos, que en los textos originales que he consultado estaban en estilo indirecto, para dar mayor viveza a la narración. 
En otros casos se traslada la conversación de fuentes directas de algunos de sus protagonistas. Algunos detalles sobre ratones y hombres que pululaban por la catedral y fueron descubiertos por los investigadores se han omitido para no dañar a inocentes. 

Mi agradecimiento al juez Vázquez Taín (¿?) y a la inspectora Ana, que me ayudaron a entender sus acier­tos y sus dudas durante aquellos doce meses de búsqueda. También a otras personas que han colabo­rado conmigo y cuyos nombres han pedido que no figuren en este libro.También a Isabel, hija de Cristóbal y Concha, que me dejó su tiempo para ayudarme con los miles de folios de la documentación del caso. Gracias a Carlota Lafuente, mi compañera, que sufrió el proceso de creación de este libro y fue corresponsal artística, colaboradora y primera editora del texto. 

Gracias a Luis el Parrochu, un viejo abuelo de Gijón que siempre saca una sonrisa a la vida, y a veces la contagia, no importa lo dura que sea o cómo te golpee. Siempre he contado con su cariño, su fuerza y su apoyo. Los últimos diez años he aprendido también a comprender sus debilidades, como él aguanta las mías, y apreciar su ternura. 
Los ratones de Dios no podría haber nacido sin la ayuda decidida y sincera de Antonio Tenorio, viejo policía asturiano que fue generoso en el tiempo y la palabra con el autor hasta un punto de que este tiene una deuda con él que no podrá pagar. Conociéndolo, sé que no le gustará verlo por escrito, pero es así. Y así debe quedar constancia. En tinta y, sifuera posible, en piedra.,.

HABLARAN LAS PIEDRAS

Las campanas iban a tañer imperiales aquel mediodía. Como siempre. La catedral de Santiago de Compostela es el corazón de Galicia. Tiene vida propia desde que Alfonso VI aprobó su cons­trucción, en el año 1075 de nuestra era. Los reyes y los gobernantes pasan. Los siglos pasan, se deshacen bajo su piedra, bajo el granito colocado allí desde hace casi mil años. Tempus fugit (el tiempo vuela). Ni siquiera las tropas de Napoleón Bonaparte que invadieron España en 1808 pudieron acabar con la morada del apóstol, aunque, eso sí, se llevaron el botafumeiro original. La catedral de Santiago tiene vida propia y también tiene moradores, los señores del templo: son los canónigos, de diez a quince hombres que viven y mueren allí, que gobiernan entre pasillos, dependencias privadas y escaleras de ca­racol la vida del gigantesco y sagrado edificio. 
Los canónigos del cabildo son hombres casi todos mayo­res de ochenta años. Ellos guardan los secretos de uno de los lugares más importantes del cristianismo, al que cada año miles de personas acuden en peregrinación para dejar allí pecados, promesas y dejar también mucho dinero, papel moneda de todo el mundo en forma de ofrenda. 

La mañana del 4 de julio del 2011, san Laureano y santa Isabel, mientras las campanas del templo anunciaban el mediodía en Santiago de Compostela, un hombre de pasos tranquilos cruzó el claustro, dejó atrás la formidable biblioteca y entró en el archivo de la catedral en dirección a la cámara acorazada. Las llaves de la caja fuerte estaban puestas. Miró hacia el piso superior. Nadie podía verlo. A su merced estaba el manuscrito encuadernado. Apenas treinta centímetros de largo y veintidós de ancho. Lo cogió, lo metió bajo sus ropas y salió de allí con los mismos andares tranquilos. Cruzó el claustro, llegó a la sacristía y se confundió con el resto de las almas que aquel lunes de verano poblaban la catedral. Muy pronto, la vida de Santiago de Compostela y la de los canónigos, la de los sacerdotes, los sacrista­nes, los archiveros y la de todos los habitantes del templo iba a ser sometida a la mayor investigación de su historia. Muy pronto llamarían a la puerta de la catedral los forasteros, los bárbaros, esta vez encarna­ dos en policías, los mejores especialistas de la Policía Nacional, llegados desde Madrid. Aquellos hom­bres y mujeres iban a descubrir sus pecados, veniales algunos y capitales otros. Y cuando lo hicieran, hasta las piedras tendrían que hablar. Aunque algunos trataron de resistirse.

EPÍLOGO

Manolo Castiñeiras cumple condena en la cárcel de A Lama (Pontevedra). Tiene fecha de salida para el año 2026. En el 2018 cumplió la primera cuarta parte de su vida en prisión, por lo que ya puede pedir permisos para disfrutar de libertad durante unos días. En la prisión, Castiñeiras vive casi como lo hacía cuando era un hombre libre. No se relaciona con mucha gente, no participa en cursos. No da problemas disciplinarios, tampoco aporta gran cosa a los demás. Aislado y huraño, sigue pasando mucho tiempo meditando y rezando, acudiendo a misa en la cárcel. Su mujer, Remedios Nieto, vive en el piso familiar de Rosalía de Castro. Es un ama de casa «sencilla, pero no simple», como la define uno de los investigadores. 
«Parece que no te dice nada, que está ahí por estar, pero como pueda, hace», añade otro. Remedios es una persona cariñosa, no es fría como su marido. Eso sí, nunca respondía a las preguntas sobre el Códice Calixtino ni sobre la fortuna que fue robando Manolo. De ella dicen en un informe que usó durante años «la ignorancia como escudo». Le funcionó.

El juez Vázquez Taín sigue impartiendo justicia en Santiago de Compostela y sigue siendo amigo del inspector jefe Tenorio. Ha escrito varias novelas policíacas y otra más basada en casos judiciales reales. Una de ellas, La leyenda del santo oculto, trataba sobre el Códice Calixtino mezclando una trama histórica con un robo del manuscrito cometido en el siglo XXI. En otra, titulada "Al infierno se llega deprisa", narra la historia de un magnate acusado del asesinato de un delincuente de poca monta y de la desaparición de la hija adolescente de su pareja. El juez escribe allí cómo se inicia el viaje que puede llevar a alguien a perderlo todo, a arruinar su vida. 

«Al infierno se llega con errores nimios que se van sumando. Primero se juega el dinero o la libertad. Si pierdes, arriesgas algo de lo que te queda; y así vas equivocándote hasta que, cuando no tienes nada, te juegas la vida». La investigación sobre el robo real del Códice Calixtino le marcó en muchos sentidos y también le hizo aficionarse a todo lo relacionado con los peregrinos. Después de recuperar el manuscrito, él mismo hizo buena parte del Camino de Santiago. 

La inspectora Ana continúa en la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía Nacional, es jefa de grupo. El subinspector Javier es su segundo de a bordo. La policía Rebeca se fue de la brigada cuando encontró un destino en su tierra, Zamora. Ana sigue sintiendo cierta lástima cuando alguien que comete robos sin violencia acaba pasando la noche en comisaría, pero no deja de detenerlos por ello. En el 2013, poco después de resolver el caso del Códice Calixtino, tuvo noticias de su viejo amigo, aquel coleccionista salvaje, Leonardo Patterson, que la hizo trabajar en Santiago de Compostela por primera vez, el tipo que había montado una exposición formidable con mil quinientas piezas precolombinas y al que varios países habían acusado de expolio. 

Finalmente, Patterson había huido a Alemania con las piezas y fue detenido en el aeropuerto de Barajas en el 2013, después de que se resolviera el robo del Calixtino. Guatemala, Nicaragua y Perú reclamaban su extradición. Su abogado en el juicio celebrado contra él en Santiago de Compostela fue el que luego sería alcalde con el PP, Gerardo Conde Roa. Ante el tribunal, Patterson aseguró que, pese a la prohibición expresa de la inspectora Ana y sus compañeros, desconocía que no podía sacar de España el tesoro que reclamaban aquellos países. Fue absuelto. Sí fue condenado a un año y tres meses de cárcel por la falsificación de una fabulosa cabeza olmeca, supuestamente de unos tres mil años de antigüedad. En realidad, había sido esculpida en el patio de una casa de Veracruz (México). Dos amigos de Patterson habían firmado su autenticidad como pieza precolombina del golfo de México. Su valor era, supuestamente, de sesenta millones de euros, y así fue presentada en España. 

Patterson no llegó a entrar en prisión y su colección pirata de arte duerme todavía en un almacén de París, o ese fue su último destino conocido. La búsqueda de los cuadros de Francis Bacon robados en un piso de su antigua pareja en Madrid fue el último gran servicio del inspector jefe Antonio Tenorio. Él y su compañera Ana descubrieron tras dos años de complicadísimo trabajo —eso sería otro libro— a los diez implicados y recuperaron tres de los cinco cuadros robados, valorados en unos treinta millones de euros. Tras esa operación, Tenorio se jubiló y regresó a su pueblo, Avilés, en Asturias, donde pasa los días entre sus eternos dolores de espalda, su rehabilitación y su familia. No pierde el carácter socarrón ni su afición por juntarse con amigos de la infancia y tomarse unas sidras. Sigue disfrutando de la pintura y no lo hace mal, aún conserva un viejo caballete que compró en su etapa de investigador destinado en el Banco de España. 

Cuando los dolores le dejan dar un paseín, como le ha prescrito su cardiólogo, Tenorio piensa en épocas pasadas. Y cuando ejerce de abuelo, además de sentir orgullo de sus nietos, el viejo policía siente un pellizco de remordimiento: «Por mi trabajo yo sacrifiqué a mis hijos, literalmente. Pasaba la semana trabajando en la policía y los fines de semana estudiando Derecho». También ve algunas series de Netflix, casi siempre de misterio. La penúltima que le gustó mucho fue Peaky Blinders, la historia de una familia de gánsteres en los años veinte del siglo pasado. 

Lee mucho, también le gusta escribir, no lo hace mal. Aunque, como dice con retranca asturiana, «mi principal afición desde hace años es pasar mi tiempo en la unidad del dolor del hospital». La espalda. Hay quien piensa que el viejo inspector jefe Tenorio es un héroe. Así lo define el juez Vázquez Taín, su amigo desde que aquel robo del Códice Calixtino unió sus vidas: «No sabemos valorar a algunos policías que tenemos en España. En arte, Tenorio era una autoridad, en cualquier país de Europa al que viajes te hablan de él como una persona que tenía un conocimiento... En aquella historia, él fue el poli malo y yo el poli bueno. Se suele decir que la suerte sonríe a los audaces. Tenorio lo fue. Ha dado todo a la sociedad». Como en Santiago. 

En aquellos doce meses desde que los bárbaros policías mandados por Tenorio llegaron a Santiago y tomaron el templo, ellos fueron los justos, los que buscaban la verdad, mientras otros que presumían de conocer la palabra sagrada se la ocultaban. La inmensa mayoría de los vecinos del inspector jefe Tenorio no saben quién es. Nadie diría, al verlo caminar con dificultad bajo las nubes de Avilés, que ese hombre de bigote y pelo blancos es un héroe. Un héroe tranquilo, que no se da importancia, como aquellos personajes de John Ford o Howard Hawks. Un tipo que llegó a la catedral de Santiago como Spencer Tracy en aquella magnífica película: Conspiración de silencio. 

Alguien que se limitó, durante muchos años, casi toda su vida, a hacer bien su trabajo. Siempre mejor en la calle que en los despachos. Pisando suelo y tierra antes que moqueta. Y que a veces disfrutó mucho con ello. Cuando tras recuperar y devolver el Calixtino le presentaron al presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, uno de sus jefes lo retrató con precisión descarnada: «Presidente, este es Antonio Tenorio, inspector jefe de la Policía. No es comisario porque no le sale de los cojones». 

El camino de peregrinación es para los buenos; carencia de vicios, mortificación del cuerpo, aumento de las virtudes, perdón de los pecados, penitencia de los penitentes, camino de los justos, amor de los santos, fe en la resurrección y premio de los bienaventurados, alejamiento del infierno, protección de los cielos. Aleja de los suculentos manjares, hace desaparecer la voraz obesidad, refrena la voluptuosidad, contiene los apetitos de la carne que luchan contra la fortaleza del alma, purifica el espíritu, invita al hombre a la vida contemplativa, humilla a los altos, enaltece a los humildes, ama la pobreza; odia el censo de aquel a quien domina la avaricia; en cambio, del que lo distribuye entre los pobres, lo ama; premia a los austeros y que obran bien; en cambio, a los avaros y pecadores no los arranca de las garras del pecado. (Códice Calixtino) 

En agosto del 2018, un joven envió una carta al Obispado de Santiago. En ella explicaba que, tres años atrás, cuando iba a visitar la catedral, un anciano sacerdote le había pedido ayuda para bajar las escaleras que llevan del templo hacia la plaza. —He guardado silencio hasta ahora sobre este hecho que le voy a exponer y que me sucedió cuando tenía diecisiete años. Una tarde, un amigo y yo estábamos en la plaza y este sacerdote nos interpeló para que lo ayudásemos a bajar las escaleras; al tratarse de un anciano, no lo dudamos, ocasión que aprovechó para tocarme el trasero, rechazándolo yo de inmediato. El incidente fue descubierto y publicado por el diario "La Voz de Galicia" y, entonces, el obispado emitió un comunicado en el que confirmaba la denuncia: «Tras las necesarias deliberaciones y de forma inmediata, con fecha 3 de septiembre», se ordenó abrir las investigaciones «siguiendo los actuales protocolos de la Iglesia y ajustados a la legislación civil vigente».

Son tiempos del papa Francisco: el obispo designó a un delegado instructor para investigar el caso y se informó al denunciante. Se tomó declaración al joven y a su padre. El chaval había estado estudiando en Santiago y no se había atrevido a contarlo hasta que había dejado la ciudad. Su carta al obispado concluía afirmando que había estado «hablando con otros chicos; me dijeron de actuaciones parecidas. Le ruego tome medidas para que no se repita. Hasta ahora nadie se ha atrevido a denunciar». 

La iglesia de Santiago decidió entonces apartar al sacerdote de sus funciones públicas «dentro del respeto a la presunción de inocencia que también lo ampara». El obispo de Mondoñedo atribuyó esa conducta a «cosas de la edad y la merma de facultades». 
El que fuera deán de la catedral, don José María Díaz, vive desde entonces recluido en una casa de Mondoñedo.

Presentación: Los ratones de dios de Luis Rendueles. Con Antonio Tenorio


Parte del manuscrito de Castiñeiras

Fuentes cercanas a la investigación aseguran que en el registro del domicilio de Manuel Fernández Castiñeiras se encontraron además 31 libretas de tapa azul. Según las mismas fuentes, en esas libretas el electricista de la Catedral de Santiago relataba los encuentros sexuales entre sacerdotes, miembros del Cabildo catedralicio, además de relaciones sexuales con monaguillos de la Catedral. Según las mismas fuentes, el contenido de esas 31 libretas comprometería gravemente a medio centenar de personas, incluidos sacerdotes de la diócesis.

¿Cómo tuvo conocimiento Castiñeira de esas prácticas sexuales?

El electricista, que mantenía una estrecha relación de amistad con el déan de la Catedral de Santiago, José María Díaz Fernández, tenía acceso a todas las dependencias de la catedral e incluso tenía en su poder cuando fue detenido las llaves de todas las habitaciones del Seminario Menor, que se encuentra a menos de diez minutos andando de la Catedral.
El 14 de febrero de 2013 Fernández Castiñeiras presentó en el juzgado que instruye su causa un acta de manifestaciones manuscrita de 15 folios en la que el ex electricista denunciaba esas prácticas sexuales además de supuestos robos cometidos por miembros del entorno catedralicio.

Manuel Fernández Castiñeiras identificaba a los protagonistas, canónigos y trabajadores de la basílica, con nombres, apellidos y domicilios. Hablaba de preservativos usados en un convento compostelano; de pisos para curas, perfectamente localizados, reconvertidos en picaderos; de canónigos que se habían jurado odio eterno, rivales en su intento de llevarse a la cama a un joven que fue expulsado del seminario por su “declarada” homosexualidad. También de chantaje a cambio de sexo dentro del cabildo; y de amor entre un relevante religioso y un hombre al que acogió en su casa siendo menor. De tocamientos y acoso a algún trabajador heterosexual por parte de dos canónigos, y de caricias en el pene a los seminaristas, mientras dormían, en las noches de verano. Para concluir su relato, el exelectricista de la catedral daba cuenta de los jamones, buenos vinos y objetos de plata que ofrecían en el templo personas de fe y que acababan en manos de empleados de toda la vida. Y enumeraba todo un catálogo de bienes inmuebles en manos de trabajadores mileuristas que habían llegado sin fortuna conocida a la casa del Señor.

Los obispos gallegos temen que la defensa de Castiñeiras «trate de enmerdar el proceso con asuntos que nada tienen que ver con el Códice».
Y su preocupación está más que justificada: de salir a la luz pública el contenido detallado de las libretas el arzobispo de Santiago, Julián Barrio, se encontraría en una situación insostenible, y se podría ver obligado a presentar su renuncia al Papa, máxime cuando según afirman algunas fuentes cercanas al juicio, el propio arzobispo podía haber tenido conocimiento de la existencia de estas libretas y de su contenido hace más de dos años.

VER+:

📕 "CORRUPCIÓN" (CORROSIÓN) DE DON PETER TURKSON