EL Rincón de Yanka: ENSAYO SOBRE EL FRACASO HISTÓRICO DE LA DEMOCRACIA EN EL SIGLO XXI: LA POSMODERNIDAD PARTIDOCRÁTICA COMO MEDIO DE DESTRUCCIÓN DEL ESTADO MODERNO

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miércoles, 19 de julio de 2023

ENSAYO SOBRE EL FRACASO HISTÓRICO DE LA DEMOCRACIA EN EL SIGLO XXI: LA POSMODERNIDAD PARTIDOCRÁTICA COMO MEDIO DE DESTRUCCIÓN DEL ESTADO MODERNO


Ensayo sobre el fracaso histórico 
de la democracia en el siglo XXI:
la posmodernidad democrática como medio de destrucción del Estado moderno


La democracia ha pactado con sus enemigos su propia supervivencia, pero no la nuestra. Hoy tenemos democracia, pero no tenemos libertad. Tenemos democracia, pero no tenemos estado. Tenemos de todo, pero sólo disponemos de palabras. Este ensayo no es, de ninguna manera, una diatriba contra la democracia, sino acaso una diatriba contra sus enemigos, sus parásitos y sus más ejecutivos impostores: los nacionalismos, las iglesias y los «amigos del comercio», entre otros varios agentes y corporaciones que prevalecen a costa de erosionar y destruir los estados, sirviéndose de la democracia como instrumento emulsionante y organismo disolvente. La democracia no puede ser la negación de un mundo compartido, cuya máxima expresión es el estado moderno.
A los cobardes, 
los únicos a los que la fortuna 
nunca indulta ni perdona.
Preámbulo 

El fracaso de la democracia

Del futuro nada está excluido, nada desaparece definitivamente mientras tenga asegurada sus posibilidades de transformación. 
La democracia bajo los imperativos de la posmodernidad anglosajona ha precipitado y agotado todas sus posibilidades de transformación, excepto una: la de convertirse en un nuevo totalitarismo. 
En Occidente, esta progresiva pérdida de libertad resulta muy especial y sui géneris porque a diferencia de lo que ocurre en la República Popular China, entre nosotros, el totalitarismo no emana del estado sino de los enemigos del estado. Sorprendentemente se apoya en la democracia posmoderna y se dirige contra el estado y contra los miembros del estado, de la mano de los nacionalismos, los credos religiosos o Iglesias y, los amigos del comercio. Sin embargo, nada desaparece para siempre hasta que cesa de transformarse. 

¿Cuál es la transformación definitiva de la Democracia? La de convertirse en un totalitarismo. El sistema de gobierno se llamará democracia pero el contenido de ese sistema político nada tendrá de democrático, será lo que ya comienza a ser, un régimen totalitario. A pesar de que la democracia es un sistema de gobierno concebido para que todo sigue esencialmente intacto e inalterado, pese a las múltiples apariencias infinitas posibilidades de transformación con las que la política y el periodismo juegan a diario, todos los ciclos tienen un final de trayecto que da lugar a nuevos ciclos inéditos itinerarios pero de naturaleza, formas y contenidos diferentes. Solo cuando un organismo o entidad agota definitivamente la última posibilidad de transformación sobreviene de modo Inevitable el final, de hecho, solo la muerte es el fin de las sucesivas posibilidades vitales de transformación.

Si el estado sobrevive a la democracia será un estado totalitario, al modo de la República Popular China; sí, por el contrario, el estado no sobrevive a la
democracia, el resultado será una sociedad humana desorganizada políticamente y articulada bajo la forma de un neofeudalismo posmoderno, en la línea que parecen haber tomado las decadentes democracias occidentales regidas por el populismo nacionalista, el fidedismo religioso y los intereses financieros de los amigos del comercio, auténticas multinacionales sin fronteras ni barreras fiscales estatales. 

Este ensayo no es de ninguna manera una diatriba contra la democracia, sino acaso, una diatriba contra sus enemigos, sus parásitos y sus más ejecutivos impostores, los nacionalismos, las iglesias y los amigos del comercio entre
otros, varios agentes y corporaciones que prevalecen a costa de erosionar y destruir los estados, sirviéndose de la democracia como instrumento emulsionante y organismo disolvente. 
Los parásitos posmodernos del estado han convertido a la teoría de la democracia en la práctica de la oclocracia y en el triunfo de la demagogia, contrarias ambas a la supervivencia misma del estado y a la preservación del ser humano como alguien capacitado legalmente para ejercer la libertad, porque la democracia, es decir, aquello que debería protegernos de la religión y de la injusticia, tolera y legitima y nos obliga a tolerarlo y a legitimarlo en nuestra propia vida personal laboral y social, lo que de irracional exige la religión y lo que de Inevitable contiene la injusticia.

La democracia en la realidad de sus teorías no daña ni mata ni destruye como tal a nadie, sino que formalmente nos defiende con sus leyes y procedimientos y, con una reglamentada articulación de poderes, de los enemigos de la libertad, evitando por un lado, tanto el monismo político, una persona o un grupo detenta todo el poder del estado, como por otro lado, el atomismo estatal, el poder se disuelve en instituciones, organismos o comunidades autónomas que actúan como si fueran incompatibles entre sí.
Pero si esto es lo que ocurre en la realidad formal de las teorías democráticas, en la realidad funcional de sus prácticas, la situación es la contraria. 

Los demócratas estamos a merced de los enemigos de la democracia sin que desde las propias instituciones democráticas del estado se haga nada realmente eficaz para protegernos. Tal parece que la democracia ha pactado con sus enemigos su supervivencia, no la nuestra. El problema en consecuencia, es que actualmente, somos nosotros, los miembros de un estado democrático, esto es, los demócratas, quienes estamos dañando y matando la democracia, es decir, somos nosotros los que, incurriendo en usos comunistas y atomistas de la democracia, destruimos nuestros propios derechos al  abolir lentamente la democracia como sistema de obligaciones, exigencias y compromisos legales. Sin aparentes alternativas posibles estamos allanando el camino a los enemigos de la democracia, nacionalismos, delincuencia, barbarie, ignorancia, religiones, feminismos, animalismos, fanatismos, demagogias múltiples, oclocracias incontroladas, corrupción política, degeneración de las élites y de las clases medias y bajas, etcétera, porque sin cesar, estamos haciendo fracasar los logros históricos de la libertad, a la vez que desde las administraciones públicas de los estados posmodernos, se aborta toda posibilidad de que la propia democracia alcance nuevos objetivos políticos, destinados a proteger la libertad de las personas honradas y trabajadoras. 

La democracia parece diseñada hoy desde los imperativos ideológicos de lo políticamente correcto a la medida del parásito y del delincuente, desde las más ínfimas regiones de la población hasta las más altas esferas de la sociedad y del estado, incluidas sobre todos sus propias élites gestoras, lo cual, constituye algo absolutamente espeluznante y desolador. 
En las democracias actuales, las normas solo sirven para castigar a quien las cumple. En un contexto de esta naturaleza, el término "democracia" se utiliza cada día más acríticamente para amparar y legitimar un sistema político que actúa de forma contraria a los fundamentos mismos del derecho, del estado y de la libertad, a los que debe servir políticamente una democracia. 

Entre las tesis que se sostienen en este ensayo, una de las más importantes  es que la democracia, bajo los imperativos de la posmodernidad contemporánea, tiene como objetivo y como consecuencia la destrucción del estado moderno instituido en Europa desde el renacimiento y conforme a un modelo de estado muy específico, el estado español, esto es, España, la cual se configura antes como Imperio que como nación y sin duda antes que ningún otro estado del mundo entre 1469, con el matrimonio de los Reyes Católicos y los acontecimientos históricos y políticos alcanzados en el célebre año de 1492.  Sin embargo, la democracia que en pleno siglo XX gana la guerra más devastadora hasta entonces conocida, la Segunda Guerra Mundial pierde la paz, lo que militar y bélicamente se consigue con una sangría planetaria impresionante en 1945 se pierde política y pacíficamente de forma paulatina y creciente en los regímenes instituidos por estados Unidos y sus Aliados del bloque occidental a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La guerra ganada resultó ser una paz perdida al cabo de apenas cincuenta años.

Una parte de la Alemania derrotada y dividida se transforma, subvencionada en la principal aliada de unos Estados Unidos que, alejados de Inglaterra y Francia gestionan la geopolítica internacional de forma cada vez más desastrosa, ebrios de un fundamentalismo democrático totalmente incoherente, degenerado e improductivo. 
La hegemonía protestante emerge victoriosa de una paz que, tras décadas de expansión comercial sin alternativas posibles, superado por sus propios fracasos, el capitalismo de estado de la ruinosa Unión Soviética, se impone con el inequívoco objetivo de borrar las fronteras nacionales a fin de aglutinar globalmente todos los intereses de los amigos del comercio, disolver el estado moderno para quitarse de en medio a las cargas impositivas y limitaciones fiscales de todas y cada una de las Naciones y, servirse de la democracia, debidamente posmodernizada como uno de los instrumentos políticos más potentes para neutralizar y desvertebrar cualquier forma de intervención, oposición o adversidad estatal. 

Naturalmente, los amigos del comercio en su despliegue de alianzas se consagran a estimular dos fuentes de energía democrática de la máxima importancia, los nacionalismos europeos y no europeos y las iglesias cristianas tanto es su vertiente católica como protestante, además, de todo tipo de corrientes ideológicas destinadas a dividir y enfrentar a la población, animalismos, feminismos, terraplanismos, cambioclimatismo, estudio de género, indigenismo, partidocracias, culturalismo, tecnocracias o crocracias, fanatismos, etcétera, todo ello bajo un formato muy políticamente correcto, de hecho, los tres enemigos fundamentales del estado moderno son hoy las iglesias Católica y protestante, cuyos objetivos y procedimientos son ya en la práctica totalmente idénticos, los nacionalismos democráticos, valga la perilustre paradoja y los omnipresentes amigos del comercio global. 

La República Popular China curiosamente no se encuentra dentro de ninguna de estas tres áreas de explotación antiestatal, al contrario, se opone radical y funcionalmente a todas ellas, posee su propio sistema de creencias pseudoreligiosas suficientes para entretener y cohesionar a la población, dispone de un modelo de estado absolutamente fuerte y seguro y, despliega un capitalismo de estado, por supuesto, bajo la cobertura de sus propios mercados, desde los cuales pretende el control y la hegemonía del comercio planetario.

La democracia no tiene en los planes de China ninguna posibilidad ni de plantearse ni de mencionarse. Para los gestores del Estado Chino cuya expansión es ya la de un imperio, en ciernes, la democracia es una forma degenerada de gobierno, que en primer lugar conduce a la destrucción del estado como sociedad política y que, en segundo lugar, lejos de propiciar las relaciones comerciales, las preserva de forma tetrapléjica y necrótica de modo que, finalmente solo sirve para dar cobertura instituciones ajenas a las unidades de acción pensamiento y economía políticas sobre las que ha de fundamentarse el monismo de un estado, en cuestión de unas décadas, China enviará a la democracia como sistema político al vertedero de la historia. 

Hoy mismo este país ya ha demostrado que, comercio y democracia no tiene nada que ver para sorpresa del protestantismo, disgusto del liberalismo y preocupación de todos los demócratas. Nada más irónico que un hombre de genealogía asiática como Francisco Fukuyama se hubiera olvidado de China al postular a la democracia como el último régimen político posible en la evolución histórica de la humanidad. La ignorancia que, en materia de letras emana de las universidades estadounidenses es realmente pavorosa, solo una propaganda extremadamente rosa puede silenciar este secreto a voces. 

La historia es el conocimiento, no solo científico, sino, también literario, filosófico, jurídico, médico, etcétera, del orden operatorio de la realidad intervenida por el ser humano a lo largo del tiempo; la ignorancia de esa historia destruida de forma definitiva en las universidades posmodernas por las ideologías en ella afincadas, ideologías procedentes de la academia norteamericana, provoca alucinaciones interpretativas y aberraciones insólitas en la percepción de la realidad; no sorprende pues que, para alguien como Fukuyama, formado en la superlativas deficiencias del autocomplacido mundo académico estadounidense -se graduó en Cornell y se doctoró en Harvard-, los límites de la historia sean los límites de una fórmula de gobierno hoy completamente obsoleta y funcionalmente fracasada. 

La universidad anglosajona y la otra también, la que desde el programa de Bolonia ha implantado y reproducido en Europa, justo en el momento de su más indisimulada decadencia tendrá que dar cuenta algún día, de los disparates que hoy alienta, legitima y promociona. Lo mismo cabe decir de las universidades hispanoamericanas, las cuales desposeídas totalmente de personalidad y originalidad siguen de forma crítica la pedagogía gringa y la verborrea del Tercer mundo semántico desde el que se expresa académicamente el agonizante Imperio estadounidense. 

Es evidente que bajo la emergencia superlativa de China, la democracia no va a detener el calendario de la historia ni de sus regímenes políticos, más bien, al contrario, la historia disolverá muy en breve a la democracia como un régimen político completamente vestigial.

Ideas principales

Entre las ideas principales a las que nos referimos en este ensayo, figura en las siguientes que aquí adelantamos a modo de panorama general. Las mayores venganzas de romanticismo han sido la invención del inconsciente, la nostalgia de la felicidad y la semilla de los nacionalismos, tres hechos que la democracia posmoderna ha potenciado de forma muy irresponsable pactando con sus enemigos su propia supervivencia, a costa de la supervivencia de los demócratas a los que ha traicionado políticamente.

Se dice que a Sócrates lo mató la democracia, realmente algo así puede resultar verosímil pero, no es en absoluto convincente. 
Sócrates era un sofista diferente a los sofistas oficiales de su tiempo, era un hombre que ejercía la sofistica de forma excéntrica como hacen habitualmente los filósofos, de hecho, la filosofía se oferta a sí misma como una forma excéntrica de enfrentarse a los sofistas y se exhibe seductoramente como un modo alternativo atractivo y selecto de la vida pública. 

Sócrates era un hombre realmente vulgar, igual drapero, buscó una forma resonante de morir políticamente y optó por hacer de la democracia su homicida. Un desenlace que encantó, sin duda, a Platón y a muchos otros de sus discípulos y condiscípulos, sofistas excéntricos y visionarios como él, ingeniero utópico de una república, más precisamente de un imaginaria teoría del estado que jamás ha tenido ni tendrá la menor posibilidad de existir.

La política enajena ante todo a los ociosos y a los vagos, no hay gallo capaz de reprimir el vicio de hacer de la política su limosnero particular. Un filósofo es un sofista excéntrico y un político imaginario, utópico y ficticio como lo fue Platón.
La quimera de la política ha hecho fracasar a muchos pensadores filósofos y
literatos la filosofía misma desde sus orígenes, ha sido una forma excéntrica de ejercer la sofistica en el corazón del estado y, en las redacciones de los periódicos y, en las aulas universitarias y, hoy también, en las redes sociales. Si bien desde una imaginación insólitamente paupérrima, todos los sistemas políticos se imponen con pretensiones seductoras, por supuesto, idealistas y sin duda, también filosóficas. 

No importa en este sentido que, los intelectuales hayan nacido para equivocarse y, para embaucar y, confundir a sus lectores y, espectadores. 
En líneas generales, el idealismo de la democracia es incompatible con el racionalismo humano. En realidad, ningún estado se gestiona ni se gobierna democráticamente; semejante creencia se basa en una falacia inconmensurable y sin embargo unánimamente aceptada como condición sin
la cual ninguna democracia es posible. 

Todo consenso exige aceptar un idealismo casi absoluto, algo muy diferente es lo que los miembros de un estado democrático, así lo crean, así fijan aceptarlo o así lo asuman porque, paradójicamente la democracia no les
ofrece ni les permite libertades alternativas para discutir los dogmas sobre los cuales esa misma democracia está políticamente apuntalada y enroscada.
Sin embargo, ocurre que no se puede luchar contra la libertad sin perder la razón y que tampoco se puede amputar la libertad prometida, imprescindible sin adulterar una democracia,  a pesar de estos hechos innegables  desde la implosión de la posmodernidad en los estados de finales del siglo XX, la democracia está jugando con la libertad y sus límites y, con frecuencia cada vez más excesiva, está luchando y gobernando contra ella, es decir, contra la libertad de los demócratas.

La democracia posmoderna ha engendrado una barbarie interna imposible de educar y de disolver o reconducir pacíficamente.
Es un conjunto enorme de masas de población que, por su incapacidad para razonar, se ha vuelto incompatible sin saberlo con la realidad en la que vive y actúa sin ser consciente de ello, de forma contraria al orden operatorio de esa realidad humana de la que forma parte.

La miseria iguala las libertades de los seres humanos con mucha mayor precisión que el derecho.
El comunismo, en cualquiera de sus formas políticas y sociales ha sido siempre y sin duda, mucho más igualitario que cualquier forma de democracia, cuestión diferente es si el criterio de igualdad que impone el comunismo según el momento histórico y el lugar geográfico es o no es del gusto y conformidad de cada uno, sea como fuere, si somos realistas y si fuéramos también sofistas, algo esto último que de ninguna manera podemos permitirnos, podríamos afirmar que la izquierda tiene un problema con la realidad. En todas sus variantes: jacobina, liberal, socialista, marxista maoísta, nacionalista, indefinida, etcétera. La izquierda tiene un problema con la realidad, la izquierda ha fracasado siempre en todas y cada una de sus tentativas de hacerse compatible con la realidad. Sencillamente, porque la realidad no es ni puede ser nunca de izquierdas. 

Los problemas generales de la izquierda se resuelven porque se olvidan, cuando el ser humano resuelve sus problemas personales. Podríamos decir lo mismo respecto a la derecha, sin duda, pero, tendríamos que ser más sofistas todavía, y engañarnos a nosotros mismos en sentido contrario porque la derecha política frente a las proteicas formas de izquierda, nunca ha tenido complejos para hacerse compatible con la realidad y, hasta la llegada de la democracia posmoderna no ha hecho ascos a ningún procedimiento, con tal de asegurar su propia supervivencia.

La posmodernidad ha adulterado, acomplejándolas casi todas las formas tradicionales de hacerse compatible con la realidad, hasta tal punto, que al racionalismo posmoderno obliga a la mayor parte de la gente hacerse compatible con la realidad, de espaldas a los demás, es decir, forma discreta, disimulada y sin duda latebrosa. El idealismo queda para los tontos. 

Posmodernidad y disimulo tiene mucho en común, y una, y otro, comparten nada menos que, con la democracia, una experiencia genuinamente humana: la voluntad del engaño. No se olvide que la democracia se inventó, entre muchas cosas, para disimular y administrar mejor lo más importante de una sociedad humana organizada políticamente: la mentira. 

La intención de engañar es una experiencia inexcusable en la vida pública, es decir, en toda república o estado, es también la esencia de cualquier forma colectiva de vida. La mentira, magistralmente gestionada es lo que mantiene unido una sociedad humana. La creencia en mitos, falacias, leyendas negras y rosas, tabúes, prejuicios, etcétera, resulta ser un código imprescindible en toda forma colectiva de vida humana. El ser humano prefiere la mentira a la soledad; el engaño al ostracismo; la falacia al aislamiento. 

El tercer mundo semántico al vacío de un destierro político. 

La deserción ha de tener un destino aunque se imaginario falaz, he aquí, la razón de ser del nacionalismo, el mito de la tierra prometida, esta vez, sin necesidad de desplazamientos propios. El nacionalismo posmoderno desplaza democráticamente al que no está conforme con el dogma nacionalista, territorial y lingüístico. No hay defección sin promesas varias, aunque todas ellas sean metafísicas y fraudulentas pero, atractivas. No por casualidad, el origen de cualquier secta está en la soledad política, esto es, en el fracaso de un estado que abandona a su ciudadanos.
Los estados posmodernos fracasan porque la democracia ha abandonado a sus ciudadanos, también a sus a ldeanos, aunque la mayor parte de estos sucumban a la defección de la metafísica nacionalista.

Si la gente no necesita adherirse a un grupo, la democracia no existiría; de hecho, y de forma completamente provocativa, podemos afirmar que la democracia es la organización de los tontos, por grupos. 
Todos sabemos que la democracia no es solo esto, evidentemente, pero tal  reducción al estulticia gremial. No es simplemente una caricatura sino, una triste realidad de nuestro tiempo; la gente no ha interiorizado todavía, el fracaso de la democracia. Si en 1990 se objetiva cronológicamente el hundimiento de regímenes soviéticos, incapaces de sobrevivir a las sucesivas reformas hiperestroicas. 

Hoy es innegable que hay una fecha reservada en el calendario del siglo XXI en la que la democracia también dejará de ser un régimen político estatalmente operatorio pero, las dudas como las inquietudes son cuantiosas:

¿Qué hará Occidente sin democracia?
¿Es el fracaso de la democracia también, el fracaso de los estados modernos? 
¿Qué responsabilidad habrá de exigirse a la hegemonía protestante en el hundimiento de la democracia y en la pérdida de la primacía histórica de Europa sobre la gestión planetaria del poder político y económico?
¿Qué sobrevivirá de la hispanidad en este nuevo orden mundial? 
¿Qué régimen político reemplazará a la democracia a lo largo del siglo XXI? 
En una palabra, ¿qué hará China con nosotros?

Porque aquí no fracasa España, no, ni mucho menos. Lo que ha fracasado aquí y ahora en Occidente y en el siglo XXI es la democracia. Lo subrayo, no solo en España sino también en Europa y en todo Occidente. España como el resto de las naciones, es quien la soporta a la democracia y también, a su fracaso político, cada país sufre, a su modo, este fracaso.
El presunto fracaso de España ha sido un cuento, no chino precisamente, sino protestante y negrolegendario, que se ha convertido en un género literario asumido por los propios españoles e hispanoamericanos. El fracaso de la democracia no hace sino dejar este cuento anglosajón, orangista y afrancesado en evidencia porque, al final del trayecto, nos vemos todos en el
mismo fracaso: el hundimiento de la democracia como sistema político. Hundimientos gestionado planetariamente por las patologías posmodernas de la hegemonía protestante.

Y no hay que olvidar que, el protestantismo ha sido siempre posmoderno, desde su más acendrados orígenes luteranos, enemigos siempre de la razón objetiva y, embelesados hasta las heces en la exaltación ideal del Yo, de los sentimientos irracionales, del fideismo teológico, del erasmismo filológico que ignora la ontología, al considerar que, la realidad está hecha de palabras y que, el lenguaje es la casa del ser, memez que llega hasta Heidegger y Gadamer y a sus acríticos copistas españoles Ortega y Lledó; embelesados insisto, todos ellos en lo sensible que niega lo inteligible, es decir, en el idealismo incompatible con la realidad. 

El resultado es que se ha construido e idolatrado una democracia de hegemonía protestante que es por irracional e idealista, incompatible con el funcionamiento de la realidad. No engaña a la izquierda ni engaña a la derecha, engaña la democracia que es el continente político de ambas y, engaña por el momento, porque cuando cese este embuste habrá que ver cuál será el precio de citarse de nuevo con la realidad. 
Cuál será el coste de ese desengaño es algo que, las generaciones presentes y futuras conocerán en carne propia, cuando tengan que asumirlo y que enfrentarse a él para sobrevivir. Los errores cuestan caros a quien los paga, no a quien los comete. La historia salda sus cuentas, pasa sus facturas de generación en generación: unos incuban una guerra, otros la libran. 
La historia nunca tiene prisa; sus consecuencias, tampoco. La incompresión de una tragedia hace más cruento su padecimiento. Imponer y celebrar lo sensible frente a lo inteligible conduce al ser humano a vivir en la ignorancia de cuanto le ocurre y hacer incapaz de comprender y de explicarse lo que le sucede.
La vida no puede reducirse a sentimientos, la ontología no es psicología, la literatura española advierte que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. La crudeza de la historia demuestra a diario que nada de esto es broma literaria; la historia, cosa de forma extremadamente sutil nunca se precipita; las facturas más caras las pasa a la siciliana, cuando los hechos hervidos ya están fríos.

Entre sus imperativos, la democracia posmoderna dispone que las apariencias importan más que la realidad y que, las creencias de la gente está por encima de las verdades de las ciencias. Se gobierna desde las ideologías, no desde el conocimiento crítico; y desde esas ideologías, y no desde el conocimiento crítico también, se educa; el pedagogo ha reemplazado al profesor y; el demagogo, al político. 

La democracia posmoderna así lo ha dispuesto e impuesto; el pedagogo, esto es, el que enseña lo que no sabe; dicta las normas que ha de seguir el docente y; el docente que, prefiere el dinero a la libertad; obedece al que no sabe lo que dice y, acaba recitando lo que dice el que no sabe de qué habla; el alumno simplemente, se divierte democráticamente; por su parte, el demagogo, es decir, el que actúa con intención de engañar a la colectividad; gestiona la democracia, la política del estado y lo que es más serio y grave, gestiona la administración del poder, la organización de la Libertad.

El valor de una creencia se mide por su capacidad para esclavizar aquellas personas que, se consideran más libres y, más inteligentes que las demás. Las lenguas inútiles son en este punto, lo más seductor de la vanguardia posmoderna y democrática, en competencia y convivencia de otras formas de cortesía y superstición, correctamente institucionalizadas por las democracias actuales desde el cambio climático hasta las diferentes modalidades de ficción, desde las que hoy se pretende codificar la sexualidad humana porque, la exclusivamente animal suele ser mucho más racionalista y práctica, sin perder por ello ni complejidad ni disfrute.
Los animales disponen también de grandes ventajas frente a la posmodernidad, no se dejan seducir ni por las creencias ateas o religiosas; hoy más inquietantes las primeras que las segundas; ni por el nacionalismo, no hay animales nacionalistas pese a las apariencias.

Tenemos democracia pero no tenemos libertad. Tenemos democracia pero no tenemos estado. Tenemos de todo pero solo disponemos de palabras, al final resulta que. la democracia es una suerte de discurso. De discursos gestionado por las diferentes lenguas nacionalistas. La filología nacionalista patrocinada por las universidades nacionalistas valga el oxímoron, devora la ontología del estado, reducido este, a un termitero comido y carcomido por sus enemigos, pero todo ello en nombre de la democracia, de este modo, la fuerza de la Democracia es la debilidad del estado y, el trono de la Democracia está en la fragilidad de cada estado. 

Es la democracia la forma de gobierno, por excelencia, de los estados impotentes. Lo cierto es que, la democracia posmoderna se convierte por este camino en el mayor disolvente del estado moderno. 
Resulta una paradoja pero lo cierto, es que la fuerza de la Democracia actúa contra el estado. La fórmula de gobierno se metamorfosea en instrumento político enemigo del propio estado. 

No sabemos qué ocurrirá con los estados democráticos occidentales cuando la democracia posmoderna haya fracasado definitivamente. Es posible que, el estado no sobreviva a la democracia pero, es innegable que, la democracia posmoderna se orienta de forma inexorable hacia la disolución del estado, porque la democracia enajenada y ensoberbicida, ignorante del terreno que pisa. Ha dejado de ser el fin del estado para creerse y hacer creer que es el fin de la historia bajo tal imperativo, la democracia posmoderna es incompatible con el estado porque se encamina hacia su disolución; en este punto, el objetivo de la democracia es una y, otra vez la destrucción del estado tanto de sus fronteras como de sus instituciones centralizadoras.  

La democracia posmoderna es centrífuga y disolvente y en absoluto, centrípeta y unitaria. Paralelamente, como todo sistema político frágil, la democracia no está exenta de contradicciones; acaso, una de las más severas e incluso más cómicas es la siguiente: qué sentido tiene fingir y promover, en primer lugar, diferencias entre los miembros de un estado para después en segundo lugar, fingir de nuevo y hacerles creer para saberlo dividido previamente que hay que llegar a un consenso a través de un diálogo.

Las diferencias de la democracia que dice consensuar, son en muchos casos, invenciones falaces creadas y estimuladas con la única finalidad de destruir la vida en común y la convivencia previa de seres humanos que componen una misma sociedad política para reorganizarlas después. Vida y convivencia de una forma completamente envenenada y, por supuesto, servir a los intereses de las élites que han promovido tales decisiones en el seno del estado. En este punto, la democracia posmoderna es una de las formas de gobierno históricamente más ridículas de cuantas han existido y también, más perversas, porque la mentira entre otras muchas cosas, es ante todo la negación de una experiencia compartida. 

La democracia posmoderna especialmente, la denominada democracia de partidos, tiene como finalidad la división ideológica de una sociedad política. Cuando esta división ideológica se objetiva en una segregación territorial y en una fragmentación geográfica. La democracia deja de serlo de forma efectiva para convertirse en un instrumento político destructor del estado como disolvente y emulsionante de él y de sus miembros, de sus deberes y compromisos de igualdad y, de su unidad estructurante y consolidante. En este sentido, la democracia es la corrupción del estado como sociedad política unitaria, central y coherente. 

Una democracia que promueve la desunión política de su sociedad, bajo un sistema de partidos políticos que se multiplican irresponsablemente con subvenciones estatales no es una democracia sino, una aberración. 
La democracia no puede reducirse a una partitocracia parasitaria del estado al que debe servir y aún menos, una democracia puede servirse de sus diferentes opciones ideologías y partidos políticos para sembrar la discordia entre los distintos miembros de una sociedad política, que forman parte del estado; y que, la propia democracia debe solidarizar y aglutinar. La democracia debe unir, no dividir; debe adunar esfuerzos; no hormonar diferencias entre las gentes, que trabajan en un mismo país para dividirlas entre sí.

Una democracia que traiciona la experiencia común y compartida, histórica y presente de los miembros del estado que la ha hecho posible, no es una democracia sino, algo que sinceramente, no tiene nombre, dada la desmesura incalificable de tamaña aberración política.
Ni la libertad, ni la democracia, pueden ser un pretexto para dividir y enfrentar a las personas que forman parte de una misma nación y que trabajan compartiendo esfuerzos, fracasos y objetivos comunes. Por este lamentable camino, la democracia posmoderna conduce a la solidaridad humana, es decir, aquello que precisamente, toda democracia genuinamente debe evitar, la injusticia y la desigualdad entre los miembros de una sociedad política; algo así, convierte a la democracia en la carcasa de un organismo envenenado y feroz para consigo mismo.

Cuando la democracia se usa para destruir el orden o la eutaxia del estado, ya no cabe hablar de libertad, ni de miembros, ni de sociedad política, ni de nada, ni siquiera en última instancia, cabe hablar de democracia sino de estupidez.  Así las cosas, la democracia más el contenido de un sistema político, gestionado por el pueblo mayoritario es su continente; un continente cuyos contenidos son en la práctica, enemigos de la democracia y de las personas comunes y corrientes.

La democracia, que debería ser una protección de las libertades de la gente, es un continente de todo aquello que limita las libertades de los demócratas, es un continente que contiene los privilegios hereditarios de una familia, los privilegios administrativos de una casta política, los privilegios financieros de una élite de empresarios, los privilegios territoriales de un grupo nacionalista, los privilegios gregarios de presuntas minorías ideológicas, organizadas según criterios sexuales, étnicos, raciales alimenticios.

Los privilegios bárbaros de masas inducidas por ignorancia y violencia, etcétera, dicho sea respectivamente, la democracia es un continente cuyos contenidos son la monarquía, la oligarquía, la plutocracia, el nacionalismo, la posmodernidad, o la oclocracia, entre otras varias gracias y desgracias.
El fundamento de la Democracia no puede ser la fuerza de la ignorancia y aún menos, la ignorancia que proporciona las mayorías, votos necesarios para formar gobiernos, alimentado este tercer mundo semántico, desde sistemas educativos conscientemente deficientes y voluntariamente diseñados para hacer fracasar a la población. 

El derecho más importante de una democracia no puede ser el de ser imbécil. La democracia posmoderna y subrayo aquí, el valor del término posmoderno, es aquel sistema de gobierno que, permite a los imbéciles gestionar tu propia vida con más libertad, incluso, que tú mismo y, este es una de las mayores aberraciones de las democracias contemporáneas; de sobra sabemos, que la realidad no es soluble en la democracia. Sabemos además que, no lo será nunca, porque la realidad desborda todas las categorías y, no hay forma de encapsularla.

No hay geografías donde los objetivos humanos y los deseos políticos puedan cumplirse sin interferencias ni conflictos; sin embargo, las democracias posmodernas se obtienen en convertir a cada uno de los países en que están implantadas en paraísos de la sociedad del bienestar, esto es, un espejismo aberrante al ampliar de forma ideal e irresponsable el radio de tolerancia de una circunferencia infinita, la democracia posmoderna nos exige la tolerancia de la barbarie.
 
El estado no puede tolerar lo que es incompatible con el estado. La barbarie es la ignorancia violenta, es inexplicable el grado de permisión que la posmodernidad pone a disposición de la barbarie. Una barbarie que lejos de proceder de ninguna geografía extranjera, tal como la tipificaban los clásicos griegos, brota precisamente de nuestros propios estados y sociedades políticas.

Los bárbaros en la posmodernidad no son extranjeros. Hoy los bárbaros somos nosotros; todo nuestro sistema educativo impuesto por los dictados pedagógicos de la democracia posmoderna, se basan en la tolerancia de la barbarie en la promoción misma de esa barbarie para exigir una y otra vez su permisividad más absoluta.

Hay que asumirlo sin engaños ni perífrasis, se nos obliga a vivir políticamente conviviendo con la ignorancia violenta; tal vez, la democracia posmoderna es esto, la tolerancia de la barbarie. 
¿Por qué y para qué la democracia ha llegado bajo los imperativos de la posmodernidad, ha de generar de tal modo? 
La barbarie es una de las formas de fracaso más recurrentemente ofertada y exigida por las democracias posmodernas, ¿por qué?  

Se observa fácilmente que a la democracia posmoderna le encanta tener libres a los delincuentes, es la forma más eficaz de mantener amenazada a la población honrada y además, de dividirla entre el crimen y el delito del prójimo. Desterrar y proscrita toda posibilidad de cualquier debate sobre la pena de muerte acomplejada hasta el escarnio, toda tentativa de llamar a la cadena perpetua por su nombre.
Se plantean eufemismos tan ridículos jurídicamente como "prisión permanente revisable". La delincuencia no tiene mayores limitaciones como se ha dicho. Las normas sólo sirven para castigar a quien las cumple. Parece que la libertad sólo es verdadera si lo es para delinquir, no en vano, la delincuencia ha encontrado en la democracia su forma más sofisticada de supervivencia y desenvoltura.  

La democracia sobrevive porque siempre pacta con todas las formas posibles de delincuencia, hasta la necrosis, incluida la necrosis del estado, no por casualidad, el delincuente posmoderno es alguien que vive muy cómodamente en un ámbito ilegal tolerado por la democracia. Y cada día, con mayor insistencia, la democracia se presenta a sí misma en relación con la libertad, como si la primera fuera el continente y la segunda, el contenido.

Es una forma de vestirse con guante blanco, en realidad la democracia por este camino, puede hacer del estado, el estado natural de los timadores. La libertad no puede ser el salvoconducto de la delincuencia, tampoco la democracia posmoderna puede ni debe ser una de las formas más sofisticadas ni sutiles de totalitarismo generable cada cuatro años. Y sin embargo, la posmodernidad ha hecho de la democracia el fortín de una combinación de dictadores. 
Los políticos de las actuales democracias posmodernas son más absolutistas que los monarcas de los siglos XVII y XVIII y lo son simplemente, porque su poder es hoy infinitamente superior a cualquier poder disponible en aquellos tiempos. 

Obras como el Proceso o el Castillo de Kafka, un Mundo feliz de Huxley, 1984, Rebelión en la granja de Orwell o la simpleza de Fahrenheit 451 de Bradbury, resultarían inconcebibles en el antiguo régimen. Entonces, la libertad era un oasis, un espacio al que podían llegar muy pocos. 
Hoy, en la plenitud de la posmodernidad, la libertad es un espejismo, es decir, un hecho de conciencia, de hechura protestante pero, vivimos en el mundo y no en la conciencia del mundo. 
Las personas inteligentes no pueden permitirse el lujo de ser kantianas. El idealismo, lo hemos dicho, es incompatible con la realidad. 

Piénsese que en el antiguo régimen la gente luchaba para disponer de libertad frente a unas clases dominantes. En la democracia posmoderna, sorprendentemente nos vemos obligados a luchar contra otros españoles, para disponer de la libertad de hablar y escribir oficialmente en español en España. 

El poder ha cambiado de clase, sin duda. Pero, no se ha atenuado ni mucho menos desaparecido, simplemente se ha corrompido y, en plena democracia se ha corrompido en manos del pueblo, del demos, del estamento que supuestamente lo usa para bien de todos. 
En el mejor de los casos, podemos admitir que el poder se ha transformado pero, no ha mejorado en sus posibilidades de gestión y administración, como la idea misma de libertad.

No disponemos de una libertad más amplia a medida que avanza la historia sino, simplemente, una libertad diferente; esto es, articulada de forma distinta a la de otros tiempos, la libertad no se amplía sustancialmente en el curso de la historia sino que, se articula según, circunstancias muy cambiantes, en un conjunto de conflictos, dialécticas y luchas incesantes. 
La libertad es lo que los demás nos dejan hacer, es decir, el resultado de nuestras luchas más personales, hoy en la Atenas de Pericles y en el paleolítico inferior. 

La historia nos enseña muchas cosas y entre ellas una muy particularmente inquietante, peligrosa y en extremo próxima a nosotros: la guerra es la única solución al nacionalismo, uno de los grandes enemigos de la democracia y hoy, sin embargo, una de sus mayores criaturas políticas. 
La gente no lo cree porque no lo quiere creer, acaso, por un mecanismo psicológico y sociológico de autodefensa personal y gremial,  nadie quiere asumir que todos los nacionalismos han desembocado en una guerra fatal y perdida para los propios nacionalistas y, porque ignora que la próxima lección que nos dará esta historia, de la que somos parte inevitable, es que la democracia ya no resuelve todos los problemas. 

La barbarie no es soluble en la democracia porque no es compatible con la libertad, ni con la inteligencia; y el nacionalismo ha sido desde siempre, una de las mayores y más violentas formas de barbarie y de racionalismo.  La barbarie generada por el propio organismo político. 
La razón de ser del nacionalismo es la violencia íntima, la violencia efectiva y operatoria contra el cuerpo del que forma parte esencial: el estado al que trata de destruir desde dentro.

Todo nacionalismo tiene como objetivo la guerra y lo cierto, es que no ha habido en toda la historia una sola conflagración provocada por el nacionalismo, en la que ese nacionalismo haya obtenido ninguna victoria.
Históricamente, todos los nacionalismos han desembocado siempre en una guerra que jamás han ganado.
El nacionalismo se inventó para limitar legalmente la libertad de las personas
inteligentes. 
La democracia, al igual que cualesquiera otros sistemas políticos a los que ella misma muy soberbiamente, por su parte, trata de desautorizar, también se legitima mediante la fuerza de las armas y, como aquellos sistemas, también mediante la fuerza del engaño.
No se equivoque nadie, la democracia solo te concede la libertad que seas capaz de pagarte; la ilusión comienza donde termina el dinero; ningún rico necesita engañarse a sí mismo. 

La democracia sobrevive en algunos estados actuales, solo como una de las formas políticas más anticuadas de gestionar el comercio. China dispone de nuevas alternativas ignotas para un propagandista de la ética protestante tan ridículo como Max Weber.
El protestantismo creía poseer la única fórmula posible del éxito comercial. Los amigos del comercio se jactaron siempre de su linaje anglosajón, luterano y protestante.

¿Qué cara se les ha quedado al contemplar la emergencia comercial de la República Popular China? ¿Seguirán defendiendo la ridícula idea de que solo en democracia es posible el comercio?
¿Tendrá Escohotado que reescribir su nueva trilogía proluterana?
¿Cómo justificar el triunfo de la hegemonía financiera de los chinos, cuando nada hay en ellos de esa presunta superioridad anglosajona, protestante y luterana?

En estas luchas por la libertad y por la preservación del poder político, la democracia proscribe e incluso ridiculiza con frecuencia el heroísmo. 
La paz, democrática y contemporánea está como la educación, como la justicia, como las finanzas, como el comercio, como la prensa, muy envenenada. 
El martirio es la única forma de suicidio autorizada por las religiones y la guerra es una de las formas de homicidio autorizada por las democracias. 
La finalidad de la democracia como la finalidad de la Paz no es el ser humano. El ser humano es el medio; el fin de la democracia y de la Paz es el estado. Y, etimológicamente, el demos del estado, cuando el ser humano se excluye de los medios y renuncia a hacerse responsable de ellos, difícilmente alcanza ningún fin.

Sabemos que el futuro no será democrático. Vamos a envejecer en tiempos en los que la valentía dejará de ser algo ridículo. El arte, el cine, la televisión, la prensa, los medios generales de entretenimiento masivos de bobos y ociosos, tendrán que diseñar héroes reales. No podrán buscarlos en la historia porque nadie enseña esa materia a gentes interesadas en ella, reducida como está la historia-memoria, psicologismo e ideología. 
Una sociedad más preocupada por las emociones que por la inteligencia, solo es capaz de generar ignorantes superferolíticos. Dicho de otro modo, bobos ultrasensibles. Con tales recursos humanos no hay sociedad política que sobreviva. 

La barbarie que, como se ha dicho, es la ignoracia violenta, conseguirá todos los objetivos. Si la barbarie no es soluble en la democracia, la democracia no sirve para sobrevivir y, si no sirve para sobrevivir, no sirve para nada. 
El futuro no será democrático porque nosotros sobreviviremos pero, la democracia no. Y, desde luego, no sobreviviremos gracias a la democracia posmoderna sino que, sobreviviremos a pesar de ella y en tanto, que nos enfrentemos a ella y a todas sus aberraciones contemporáneas. 

Recuérdese que a comienzos de 2017 había temor en Holanda porque ganara las elecciones un partido nacionalista. Algunas personas amenazaban en nombre, incluso, de la democracia con abandonar víctimas Holanda ante el acoso nacionalista. Nada nuevo para muchos.
Cuántas personas han abandonado Vascongadas y Cataluña por razones parejas. La democracia o lo que va quedando de ella, tiene una cita con un callejón sin salida; la cita se está prorrogando, aplazando, procrastinando. Podemos ponerle todos los verbos sinónimos posibles pero el callejón se estrecha, tiene un límite y la cita es inevitable.

¿Me pregunto a qué generación le corresponderá sufrir el golpe, vivir el bélico cierre de la democracia?
¿Quiénes estarán o estaremos en el callejón, el día de autos, en el paredón cercado de la democracia? 
¿Los jueces que ahora sentencian cuanto permita a los enemigos de la democracia avanzar hacia el cerco final? 
¿Los políticos que apadrinan a los enemigos de las sociedades abiertas? ¿Los funcionarios estatales que viven alimentando la enemistad contra el comercio con permiso de Antonio Escohotado? 
¿O los grupos financieros que dotan económicamente de fondos a las infraestructuras políticas para estimular a los amigos del comercio en el cierre de fronteras políticas, hipertrofia de nacionalismos regionales y subvención de Iglesias y demás norganizaciones no gubernamentales? 

Los adolescentes de más de 30 años en los que se encarna la autoproclamada generación más gris, quiero decir, más preparada de la historia de España y del mundo mundial, cuya potencia cerebral es tan inconmensurable, inútil, y grotesca. 
¿Si hemos de juzgarla tan ingenua como soberbia valoración, de tales individuos hacen de sí mismos?
Porque si la paz como señaló Gustavo Bueno en varios momentos, es el espacio que media entre dos guerras, me temo que, estamos en la segunda mitad de ese tránsito y tengo la impresión de que el segundo tiempo del actual trayecto avanza rápido. ¿Habrá prórroga? 
No tengo ni idea pero, no deja de ser irónicamente paradójico, que acaso la generación más pacifista y panfilista, amiga de todo, de todos los tiempos, sea aquella que tenga que encarar y protagonizar la próxima guerra, en este callejón sin salida, en el que tal vez ya estamos sin saberlo. 

La democracia ha legitimado políticamente más patologías que la literatura y la filosofía juntas, que ya es decir. La posmodernidad ha sido y es obrador y placenta de la mayor parte de tales patologías. 
No por casualidad el sectarismo se multiplica en el seno de las democracias desde las mismísimas instituciones educativas que deberían precisamente combatirlo y, criticarlo de forma racional. Sin embargo, nacionalismo feminismo y animalismo entre muchos otros ismos encuentran en escuelas y colegios, centros de enseñanza media y universidades, todo tipo de apoyo, promoción e infraestructura. 
La educación democrática no está al servicio de la libertad sino, de las ideologías. La escuela, los institutos de enseñanza media y las universidades se han convertido en las democracias occidentales en la estructura política de un tercer mundo semántico. 

La burocracia educativa y parlamentaria ha hecho de la democracia una pérdida de tiempo. Subordinar la educación a esa pérdida de tiempo es la forma más radical de adulterar el conocimiento y de prostituir el trabajo de quienes a ella se dedican. Y, en medio de todo este vergel posmoderno, de mentira, apariencia y propaganda, la prensa se yergue como la imprescindible de toda democracia, en ocasiones como la presente, se retrata y se degrada con su más repulida cortesana. 

Ninguna democracia quiere sobrevivir contemporáneamente sin transformar la realidad y, la política en un juego de apariencias, en el que el presunto poder del pueblo es el tablero de mayor tamaño y colorido. Nuestras democracias juegan más con irracionalismo que con la injusticia, juegan con fuego en el pajar; en el pajar del estado. 
La democracia, y en particular toda democracia contemporánea, ha convertido la ley en un espectáculo de prestidigitación y maleficio. Un cromático y lúdico laberinto donde encantamiento, ilusionismo y falacia determinan cualquier posible resultado.

A diferencia de los juegos de mesa donde el tramposo es el único que se tome ese juego en serio; en la democracia ocurre todo lo contrario, los únicos que se toman el juego en serio son las personas honradas y trabajadoras, porque respetan normas que nadie cumple y, en las que nadie cree.  Y que, como hemos dicho solo sirven para castigar a quien renuncia su libertad personal, para asumir y cumplir tales leyes en nombre de una colectividad que jamás se lo agradece, porque en las democracias, las leyes las ponen y disponen los tramposos. Suyo es el poder.

La esencia de la democracia es pactar con la delincuencia y la corrupción que la hacen posible como sistema de gobierno, en tanto, que ella invisibiliza estas dos últimas con las que siempre baila entre bastidores. 
En una democracia no puede haber leyes, ni de educación ni de ninguna otra
categoría, cuando nadie las cumple. 
La democracia es un juego entre tramposos. No en vano, la trampa es lo mejor que aprenden a hacer nuestros alumnos. El ser humano madura cuando ejecuta su primera trampa. 
El principio esencial de toda democracia es la legalización de la trampa en una sociedad política. Sin trampas no hay democracia.

GRAN ESTRENO AUDIOLIBRO Resumen: 
Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI- Jesús González Maestro.

"Cuando se habla del comercio asociado con la democracia, se olvida de que el comercio de hegemonía protestante no surgió en los estados, sino que, surgió en las configuraciones feudales, calvinistas y luteranas, que tiene muy poco que ver con el estado y que, tienen muy poco que ver con las fronteras estatales, que exigen a las grandes empresas comerciales sus impuestos y sus fiscalizaciones.
Porque el gran capital, para utilizar el término marxista, no quiere ni fronteras que fiscalicen sus movimientos.
Quieren una libertad de comercio, que es la libertad de sus riquezas, pero no las exigencias fiscales que ponen los Estados.
Entonces, propiciar las culturas locales supone disolver las fronteras nacionales para beneficiar a la gran capital.

No deja de ser curioso que quienes se oponen al capitalismo resulta que favorezcan precisamente aquello que es lo que limita los excesos del capitalismo, que son las fronteras políticas de los Estados.
Pero en esas estamos. Es decir, el objetivo es la destrucción de los estados modernos con todo lo que en los estados modernos hay porque, el estado es el continente de un contenido que no es solo la literatura.
Nosotros hablamos de literatura, pero este no es un problema aislado. No es un problema literario solamente, sino que es un problema que afecta a toda la civilización occidental.
Afecta toda la civilización occidental porque China tiene muy claro lo que es un estado moderno y eso sí, que va a sobrevivir perfectamente a la hegemonía protestante.

Lo más que podemos hacer desde el hispanismo es actuar respecto a China como Grecia actuó respecto a Roma; seduciéndola con nuestra literatura. Es lo mejor que tenemos, con nuestra literatura y con nuestra lengua.
Es la única esperanza que tengo que probablemente, si los chinos son inteligentes sabrán que la mejor literatura del mundo es la española y que la mejor lengua, porque fue la que la hizo posible, es el español".
Pensemos en español y, hablemos español.  La hegemonía del comercio protestante - Jesús G. Maestro


¿Qué es el fraude?
- Elecciones aseguradas.
¿Qué son las elecciones aseguradas?
- Felicidad de la democracia.
¿Qué es la democracia?
- El reinado de los mercaderes por medio del lucro, soborno y fraude.
¿Qué es un partido?
- Es la liga de los que quieren vivir sin trabajar, comer sin producir, ocupar empleos sin estar preparados y gozar honores sin merecerlos (LA CASTA FEUDAL).
¿Qué es el sufragio universal?
- La manivela del hacer opinar al pueblo de lo que no entiende para no darle mano en lo que no entiende.
¿Qué es el liberalismo¿
- El enemigo de Dios y el amigo interesado del pueblo.
¿Qué es el Estado?
- La burocracia erigida en dios.
¿Qué es la defensa de las instituciones liberales?
- Un judío detrás.



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