EL Rincón de Yanka: LIBRO "PHILOSOPHERS": RESPUESTAS INMORTALES A PREGUNTAS DE HOY: LA FILOSOFÍA ES LA CLAVE por MIGUEL ÁNGEL ROBLES 💬

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domingo, 2 de julio de 2023

LIBRO "PHILOSOPHERS": RESPUESTAS INMORTALES A PREGUNTAS DE HOY: LA FILOSOFÍA ES LA CLAVE por MIGUEL ÁNGEL ROBLES 💬


PHILOSOPHERS

RESPUESTAS INMORTALES 
A PREGUNTAS DE HOY

LA FILOSOFÍA ES LA CLAVE

¿Estás listo para adentrarte en la mente de estos genios universales y descubrir sus respuestas imperecederas a preguntas de actualidad? ¡Acompaña al autor en este viaje fascinante a través de la historia del pensamiento occidental y entenderás por qué estos influencers nunca pasarán de moda!
Este volumen recoge las sorprendentes respuestas que philosophers separados por veinticinco siglos de historia nos ofrecen a cuestiones que siempre nos han interesado y que hoy están de más actualidad que nunca. Ninguno de estos grandes pensadores conocieron las redes sociales pero sus ideas permanecen flamantes y son tan lúcidas que merecerían ser viralizadas.
El autor conversa con autores como Platón, Epicuro, Séneca, Maquiavelo, Montaigne, Spinoza, Kant, Schopenhauer, Tocqueville, Marx, Nietzsche, Russell o Popper, preguntándoles por temas como la libertad, la amistad, el poder, la envidia, la democracia, el deber, el amor, la muerte, la felicidad, la educación, la desigualdad, la guerra, la desinformación, la rebeldía, el trabajo, el aburrimiento, la fama, el deseo o la resiliencia. Asuntos que nos preocupan de la vida pública y de la privada, mirados con ojos de hoy.

¿Cuál es la mayor amenaza para la democracia? Si somos tan libres, ¿cómo es posible que el algoritmo pueda predecir con tanta certeza nuestro comportamiento? ¿Está Occidente preparado para defender sus valores? ¿Puede ser el ‘no a la guerra’ una ignominia? ¿Es la eutanasia una ampliación de derechos? ¿Debe amparar la libertad de expresión las noticias falsas? ¿Por qué nos desvivimos por acumular likes? ¿Está el deber por encima de la felicidad? ¿Es el poliamor la solución a los problemas de pareja? ¿Qué hay que pedirle a la amistad y qué no podemos esperar de ella? ¿Debemos mantener alejados a los tristes? ¿Huir es siempre de cobardes? Oficinas con mesas de billar, ¿nos están vendiendo una milonga sobre el trabajo?
Aunque parezca mentira, para todas estas preguntas incómodas tienen respuestas geniales estos filósofos que nunca perderán su condición de influencers.

A los objetores del futuro inevitable.

Es de notar que el dogma según el cual 
la Historia obedece a leyes científicas lo predican, 
sobre todo, los partida­rios de la autoridad arbitraria. 
Y es muy natural, puesto que elimina las dos realidades 
que más odian ellos, a saber: 
la libertad humana y la actuación histórica del individuo. 
Julien Benda

Introducción

En este libro el lector podrá seguirle el hilo a un grupo muy heterogéneo de influencers que tienen en co­mún entre ellos que murieron antes del final del pasado siglo, que nunca conocieron Twitter ni Insta­gram ni cosecharon seguidores y likes en estas redes sociales ni en ninguna otra, y que, si bien es proba­ble que hoy no sean celebridades, lo cierto es que nunca han pasado de moda. Son cuarenta y un philosophers que fueron capaces de dejar una huella profunda en la historia del pensamiento occidental que perdura hasta hoy. Y cuyas ideas no solo se mantienen vigentes, muchos siglos después de que fueran formuladas, sino que alumbran con sorprendente perspicacia oscuridades y problemas actuales.

Habitualmente de estos genios universales sabemos a través de referencias indirectas. Suele conocerse que Montesquieu es el autor de la separación de poderes, que Tocqueville fue un gran defensor de la so­ ciedad civil, que Kant abogó por tratar a cada hombre como un fin en sí mismo, que Popper alegó contra la sociedad cerrada, que Locke convirtió la ley en el principal instrumento de la libertad, que Epicuro reivindicó el placer y que Berlin nos aclaró que la libertad de la que hablamos en Occidente son en reali­dad dos libertades diferentes. Pero en pocos casos sabemos cómo llegaron estos autores a esas conclusiones.

Este libro nace precisamente de esta inquietud: la de presentar algunas de las grandes ideas del pensa­miento occidentaltal y como fueron expresadas, razonadas y defendidas por sus creadores. Tanto la elección de los filósofos como de las obras corresponde a una decisión personal y completamente subje­tiva del autor, que se ha guiado, si acaso, por su olfato periodístico en la búsqueda de respuestas impere­cederas a preguntas de actualidad.

Por eso, los contenidos de este volumen se centran fundamentalmente en política, ética y comunica­ción. Abordan, por un lado, los problemas relacionados con el espacio público y la convivencia social. Por otro, los relacionados con la felicidad y nuestras preocupaciones vitales cotidianas. Cuestiones que podríamos encontrar reflejadas en cualquier periódico, diario o revista de información general. Quizá quien nos siga a través de estas páginas acabe concluyendo que los autores aquí entrevistados siguen teniendo cosas más interesantes que contarnos que aquellos que logran notoriedad en los medios, y no di­ gamos los que adquieren celebridad en las redes sociales.

Decía Séneca que leer a los clásicos es una forma de conversación con los que ya no están, y este libro pretende ser exactamente eso: cuarenta y una conversaciones con autores de ayer, de hoy y de siempre. Las respuestas se han extraído de las obras y traducciones que figuran en la bibliografía, y se ha tratado de respetar la literalidad de las palabras en la medida de lo posible, pero realizando las adaptaciones esti­lísticas necesarias para que las entrevistas respondan a los códigos periodísticos y sean textos ágiles, con preguntas y respuestas cortas. Naturalmente, todo ello sin interferir en el pensamiento de fondo de cada filósofo. De modo que, si al reformular alguna respuesta o vincularla con un tema de actualidad determinado, el entrevistador se ha tomado alguna licencia excesiva, tan excesiva como para que alguien opine que la idea original queda distorsionada, que nadie dude de que ha sido por torpeza, y no por in­tención de manipular.

Antes bien, el propósito de las entrevistas es dejar hablar a los filósofos entrevistados, haciendo brillar más sus reflexiones al ponerlas en el contexto del mundo en que vivimos y de las cuestiones que nos preocupan, a veces contrastándolas o retándolas con ideas generalizadas vigentes, alguna vez con argu­mentos contrarios de otros autores, pero teniendo siempre muy claro que en una entrevista el interés se centra en las respuestas, mucho más que en las preguntas.

Originalmente, los textos fueron ordenados siguiendo un estricto criterio cronológico. Posteriormente, tras la primera lectura conjunta de la obra, se decidió desordenarlos para subrayar la feliz convivencia de reflexiones separadas por veinticinco siglos de historia, así como su heterogénea pero sugestiva y ar­mónica diversidad. Una diversidad dentro de la cual el lector encontrará una animada discusión interna y por tanto numerosas réplicas y contradicciones.

Frente a esta variedad de juicios tan inteligentes y persuasivamente expresados, es difícil no experi­mentar esa pasmosa y turbadora sensación de estar al mismo tiempo de acuerdo con ideas que somos perfectamente conscientes de que se retan e incluso se contradicen. Sirva ese desconcierto para hacer­ nos pensar hasta qué punto nuestras seguridades más profundas pueden deberse a un déficit de refle­xión: si puestos frente a dos argumentos contrarios expresados con absoluta nitidez no somos capaces de decantarnos por uno, ¿no será que cuanto más clara tenemos una opinión es porque apenas hemos meditado sobre ella?

Y sirva también como antídoto frente al pensamiento simple y las respuestas unívocas que caracteri­ zan las ideologías políticas más polarizadas y las formas de vida más huecas. Después de todo, y como nos explica Stuart Mill, uno de los grandes evangelistas de la libertad de pensamiento y expresión, en dos opiniones en conflicto sobre cuestiones de política o ética, lo más común no es que una sea entera­ mente verdadera y la otra falsa, sino que también la menos acertada contenga algo de verdad que me­rezca ser rescatado.

Aunque el lector discrepe de algunas o muchas de las opiniones expresadas en estas entrevistas, le re­ sultará difícil no apreciarlas en el valor y la singularidad que tienen, y en la elocuencia con que han sido expresadas. Todas forman parte del acervo cultural común de Occidente y, desde su pluralidad, han dado forma a lo que somos.
A continuación, veinticinco siglos de sabiduría que siguen ofreciendo respuestas pertinentes a grandes cuestiones de hoy.

la libertad es política o no es libertad
(1906- 1975)

En una época, la suya, marcada por la experiencia del totalitarismo, en la que la mayoría de intelectua­les y pensadores políticos puso el énfasis sobre las libertades privadas, subrayando los límites del poder para interferir sobre la vida de los individuos, Arendt reivindicó el espacio político como el territorio ge­nuino para el ejercicio de la libertad, incidiendo en que «sin un ámbito público políticamente garanti­zado, la libertad carece de un espacio mundano en el que pueda hacer su aparición», por lo que «política y libertad son las dos caras de una misma moneda».

En esta entrevista hemos hablado mucho de ese concepto de libertad, tan relacionado con ese espíritu ilustrado de la deliberación en común para llegar a las mejores decisiones sobre los asuntos de interés general. Poco queda de ese espíritu en las democracias representativas occidentales, nos avisó la pensa­dora alemana nacionalizada estadounidense. El mercadeo y la contraprestación de intereses entre gru­pos de presión han reemplazado el intercambio de opiniones individuales entre iguales. Y la fórmula de «gobierno del pueblo y por el pueblo» ha sido sustituida por una forma de gobierno oligárquica donde los pocos gobiernan en interés de la mayoría, o, al menos, así se supone.

También hemos abordado en nuestra conversación la cuestión de la verdad y su importancia para la vida pública. Sus reflexiones al hilo de lo que supuso a este respecto la experiencia de los totalitarismos resultan de una clarividencia apabullante y representan una cruda advertencia de la amenaza que suponen para la democracia fenómenos actuales como las noticias falsas o los hechos alternativos. 

«La men­tira coherente nos roba el suelo de debajo de nuestros pies y no nos pone otro para pisar. La vivencia de un tembloroso movimiento fluctuante de todo lo que sirve de base para nuestro sentido de la dirección y de la realidad está entre las experiencias más comunes y más intensas de los hombres que viven bajo un gobierno totalitario», nos explica Arendt, que nos advirtió de que la disolución de las fronteras entre el hecho y la opinión es una de las formas más groseras y peligrosas de mentira.

Maestra de escuela superior durante varios años, la gran pensadora judía también reflexionó sobre el papel de la educación, no dudando en calificar de «desastrosas» las propuestas que aún hoy pasan por «innovación educativa» y que en realidad son al menos tan antiguas como Rousseau y también estuvie­ ron muy en boga en la segunda mitad del siglo XX: el énfasis en las habilidades en sustitución del cono­ cimiento, la disolución de la autoridad en el aula por un enfoque más participativo y la anticipación a las competencias demandadas en el futuro. 

«Nuestra esperanza siempre está en lo nuevo que trae cada generación. Pero precisamente por el bien de lo que hay de nuevo y revolucionario en cada niño, la edu­cación tiene que ser conservadora y no quitar de las manos de los recién llegados su propia oportunidad ante lo nuevo», nos dice Arendt en esta entrevista.

P. No puedo empezar una entrevista con Hannah Arendt sin empezar preguntándole por el gran tema de la libertad.
R. El de la libertad no es uno más entre los muchos problemas y fenómenos del campo político propia­mente dicho, como lo son la justicia, el poder o la igualdad. La razón de ser de la política es la libertad, y el campo en el que se aplica es la acción.

P. ¿Se puede ser libre solamente de pensamiento?
R. Los hombres son libres mientras actúan, ni antes ni después, porque ser libres y actuar es la misma cosa.

P. ¿Disfrutar únicamente de libertad privadas nos hace libres?
R. Sin un ámbito público políticamente garantizado, la libertad carece de un espacio mundano en el que pueda hacer su aparición. La libertad y la política se relacionan entre sí como las dos caras de una misma moneda.

P. ¿Y qué hay de la libertad interior de la que nos hablaron los estoicos?
R. Tal sentimiento íntimo es políticamente irrelevante por definición.

P. Sin embargo, esa clase de libertad le ha importado mucho siempre a la filosofía.
R. Nuestra tradición filosófica es casi unánime al sostener que la libertad empieza cuando los hombres dejan el campo de la vida política ocupado por la mayoría, y que no se experimenta en asociación con otros, sino en interrelación con el propio yo.

P. Hasta que el pensamiento ilustrado sostuvo lo contrario...
R. La libertad pública de los ilustrados no era un fuero interno, ni era tampoco el libre albedrío que per­mite escoger a la voluntad entre diversas alternativas. Era una realidad tangible y secular: la plaza pú­blica que la Antigüedad ya había conocido como el lugar donde la libertad aparece y se hace visible a todos.

P. ¿Tiene la libertad un alma deliberativa?
R. Kant afirmaba que el poder externo que priva al hombre de la libertad para comunicar sus pensa­mientos en público lo priva a la vez de su libertad para pensar. La razón humana, por ser falible, sola­mente funciona si el hombre hace uso público de ella.

P. «En Qatar no hay democracia, pero la gente es  feliz», dijo un célebre  futbolista.
R. Al derecho a acceder a la esfera pública, los revolucionarios americanos lo llamaron felicidad pública. Esos hombres sabían que no podían ser completamente felices si su felicidad estaba localizada exclusi­vamente en la vida privada.

P. No creo que ese sea un sentimiento muy contemporáneo.
R. El gobierno representativo se ha convertido en la práctica en gobierno oligárquico, aunque no en el sentido clásico de gobierno de los pocos en su propio interés. Lo que ahora llamamos democracia es una forma de gobierno donde los pocos gobiernan en interés de la mayoría, o, al menos, así se supone.

P. ¿Y eso es democracia o no lo es?
R. El gobierno es democrático porque sus objetivos principales son el bienestar popular y la felicidad privada. Pero es oligárquico en el sentido de que la felicidad pública y la libertad pública se han conver­tido de nuevo en el privilegio de unos pocos.

P. La casta, los partidos...
R. Es consustancial al sistema de partidos sustituir la fórmula gobierno del pueblo y por el pueblo por esta otra: gobierno del pueblo por una élite que procede del pueblo.

P. Sin embargo, fueron los partidos de masas los que, como su propio nombre indica, abrieron las puertas de la política a las clases populares.
R. Es cierto que la élite que procede del pueblo ha sustituido a las élites anteriores reclutadas por el na­cimiento o la riqueza. Pero eso no ha significado nunca la posibilidad de que el pueblo como pueblo en­ trase en la vida política. La relación entre una élite gobernante y el pueblo sigue siendo la misma de siempre.

P. Usted sugirió que esa d istorsión procede de la idea del contrato social de Rousseau, antagónico al contrato entre iguales de los revolucionarios americanos.
R. El contrato mutuo mediante el cual los individuos se vinculan a fin de formar una comunidad se basa en la reciprocidad y presupone la igualdad. En el contrato social entre una sociedad y su gober­nante, cada miembro, lejos de obtener un nuevo poder, mayor del que ya poseía, cede su poder real y consiente en ser gobernado.

P. Estamos hablando de cosas muy diferentes...
R. Un cuerpo político que es el resultado del pacto se convierte en fuente de poder para todo individuo. El gobierno resultado del consentimiento monopoliza el poder dejando a los gobernados políticamente impotentes.

P. De Rousseau también proced e la idea de la voluntad general ...
R. Del mismo modo que la separación de poderes se convirtió en un axioma para el pensamiento polí­tico americano, la idea de Rousseau de una voluntad general que inspiraba y dirigía a la nación llegó a constituir un axioma para la Revolución francesa.

P. ¿Tuvo la Revolución americana mayor aprecio por la pluralidad?
R. La oposición a la opinión pública, es decir, a la potencial unanimidad de todos, era una de las muchas cosas en las que se mostraron totalmente de acuerdo los hombres de la Revolución americana. Ellos sa­bían que la esfera pública dejaría de existir en el momento en que no hubiese intercambio de opiniones.

P. ¿Qué falla hoy, a su juicio, en el debate público?
R. El residuo de poder que se reservan los ciudadanos a través de los grupos de presión se asemeja más a la coerción vergonzante con que el chantajista exige la obediencia de su víctima que al poder que resulta de la acción y deliberación colectivas.

P. ¿La actividad a la que se dedican los lobbies es el chantaje?
R. Interés y opinión son fenómenos políticos completamente diferentes. Los intereses solo importan en cuanto son intereses de grupo. Las opiniones, por el contrario, nunca son de grupos, sino de individuos, que ejercen su razón serena y libremente.

P. ¿Ha sido sustituid o el intercambio de opiniones por mercadeo de intereses?
R. El problema no es únicamente la evidente falsedad del diálogo público en el gobierno moderno de partidos, donde el votante tiene que limitarse a prestar su consentimiento o a expresar su descontento. Ni siquiera el haber transformado la reiación entre representantes y representados en la relación propia de vendedor y comprador. Lo más preocupante es que, incluso si existe una comunicación entre repre­sentante y votante, esa comunicación nunca se establece entre iguales, sino entre quienes aspiran a go­bernar y quienes consienten en ser gobernados.

P. ¿El no es no, como forma de diálogo político entre nuestros representantes, responde a un espíritu democrático?
R. Kant insistió en una forma de pensar que consistía en ser capaz de pensar poniéndose en el lugar de los demás y que llamó «modo de pensar amplio». La habilidad para ver las cosas no solo desde el punto de vista personal, sino también desde la perspectiva de todos los que estén presentes, es una de las habi­lidades fundamentales del hombre como ser político. Los griegos denominaron «discernimiento» a esa capacidad, y la consideraron la principal virtud o la excelencia del hombre de Estado.

P. Si es cierto que sin política no hay libertad, como usted sostiene, ¿por qué nos hemos llegado a convencer de lo contrario, es decir, de que la libertad consiste no tanto en participar del poder como en que el poder nos deje tranquilos?
R. El surgimiento del totalitarismo, con su reiterada ignorancia de los derechos civiles, nos hizo dudar no solo de la coincidencia de la política y la libertad, sino incluso de su compatibilidad misma. Nos llevó a creer que la libertad empieza donde termina la política.

P. Entre sus aportacíones sobre el totalitarismo, me impresionó la defensa que usted hizo del valor de la ver­dad. Cuando incluso los hechos se discuten, todo está perdido...
R. Ningún mundo humano podrá sobrevivir jamás si los hombres se niegan a decir lo que existe. La mentira coherente nos roba el suelo de debajo de nuestros pies y no nos pone otro para pisar. La vivencia de un tembloroso movimiento fluctuante de todo lo que sirve de base para nuestro sentido de la direc­ción y de la realidad está entre las experiencias más comunes e intensas de los hombres bajo un go­bierno totalitario.

P. Usted cita esa célebre reflexión de Hobbes según la cual, si cualquier verdad matemática se opusiera al in­terés de los dominadores, sería también discutida, y dice que la verdad de los hechos es más sensible y fácil de negar...
R. Los actos y los acontecimientos constituyen la textura misma del campo político: en él, lo que más nos interesa es la verdad de los hechos. Las posibilidades de que la verdad factual sobreviva a la embes­tida feroz del poder son muy escasas. Los acontecimientos son más frágiles que los axiomas. Una vez perdidos, ningún esfuerzo racional puede devolverlos.

P. ¿Qué teme más el totalitarismo: la verdad o la disidencía?
R. La historia contemporánea está llena de ejemplos en los que quienes dicen la verdad factual se consi­deran más peligrosos y hostiles que los opositores mismos.

P. A veces, no hay mayor subversión que limitarse a señalar los hechos.
R. Incluso en la Alemania de Hitler y en la Rusia de Stalin era más peligroso hablar de campos de con­centración y exterminio, cuya existencia no era un secreto, que sostener puntos de vista heréticos sobre antisemitismo, racismo o comunismo.

P. ¿Qué es lo más preocupante d elfenómeno de las fake news, tan actual y tan antiguo?
R. Lo más inquietante es la transformación de las verdades factuales incómodas en simples opiniones. Lo que aquí se juega es la propia realidad común y objetiva y este es un problema político de primer or­den, sin duda.

P. ¿Por qué?
R. Los hechos dan origen a las opiniones, y las opiniones, inspiradas por pasiones e intereses diversos, pueden diferenciarse ampliamente y ser legítimas mientras respeten la verdad factual. La libertad de opinión es una farsa, a menos que se garantice la información objetiva y que no estén en discusión los hechos mismos.

P. La desinformación es un fenómeno que preocupa a las autoridades europeas tanto como la libertad de expresión.
R. La atenuación de la línea divisoria entre la verdad de hecho y la opinión es una de las muchas formas que puede asumir la mentira. Para ilustrar este asunto, recordemos las célebres declaraciones de Cle­menceau sobre quién había sido el culpable de la Primera Guerra Mundial. «¿Qué pensarán los futuros historiadores acerca de este asunto?», preguntaron al exministro de guerra francés, a lo que este respon­dió: «Eso no lo sé, pero sé con certeza que no dirán que Bélgica invadió Alemania». 
No es difícil imaginar cuál sería el destino de la verdad de los hechos si los intereses del poder tuvieran la última palabra sobre ella.

P. Podría alegarse que la mentira siempre formó parte de la política de Estado.
R. La tradicional mentira política, tan prominente en la historia de la diplomacia y en el arte de gober­nar, en general se refería a secretos -datos que jamás se hacían públicos- o a intenciones. Por el con­trario, las mentiras políticas modernas se ocupan con eficacia de cosas que son conocidas.

P. ¿Es más persuasiva la verdad o la mentira?
R. Como el falsario tiene libertad para modelar sus hechos de tal modo que concuerden con las expecta­tivas de su audiencia, lo más posible es que resulte más persuasivo que el hombre veraz.

P. Cambiemos radicalmente de tema. Usted trabajó como maestra de escuela superior y, desde esa experien­cia práctica, reflexionó sobre cuestiones educativas que hoy vuelven a estar en boga. Por ejemplo, sobre esa idea de que los conocimientos y métodos de la educación están anclados en el pasado.
R. Es parte de la propia condición humana que cada generación crezca en un mundo viejo, de modo que prepararla para un nuevo mundo solamente puede significar que se quiere quitar de las manos de los re­ cién llegados su propia oportunidad ante lo nuevo.

P. ¿No está entonces usted de acuerdo con que hay a que preparar a las nuevas generaciones para el mundo que viene?
R. Nuestra esperanza está en lo nuevo que trae cada generación. Pero precisamente porque podemos basar nuestra esperanza tan solo en esto, lo destruiríamos todo si tratáramos de controlar de ese modo a los nuevos. Precisamente por el bien de lo que hay de nuevo y revolucionario en cada niño, la educación ha de ser conservadora.

P. Y del énfasis en las competenciasy habilidades prácticas, ¿qué me dice?
R. Hay un criterio sostenido en educación que encuentra su expresión conceptual en el pragmatismo. Bajo ese presupuesto, se afirma que solo se puede comprender lo que uno mismo haya hecho, y su apli­cación al campo educativo es tan primaria como obvia: en la medida de lo posible, hay que sustituir el aprender por el hacer.

P. ¿Y cuál es su opinión?
R. El objetivo de la escuela ha de ser enseñar a los niños cómo es el mundo y no instruirlos en el arte de vivir. Como el mundo es viejo, el aprendizaje se vuelve inevitablemente hacia el pasado, por mucho tiempo que se lleve del presente.

P. Las nuevas corrientes pedagógicas también apuestan por la gamificación, hoy igual que en la segunda mi­tad del siglo XX.
R. Está claro que este procedimiento intenta mantener al niño en el nivel del infante a lo largo del ma­yor tiempo posible. Lo que tendría que preparar al niño para el mundo de los adultos, el hábito de traba­jar y de no jugar, adquirido poco a poco, se deja a un lado en favor de la autonomía del mundo de la infancia.

P. O sea, que tampoco es partidaria.
R. Esta detención del niño es artificial porque se rompe la relación natural entre los mayores y los pe­queños que, entre otras cosas, consiste en enseñar y aprender, y porque al mismo tiempo ignora el ca­rácter temporal de la infancia como una preparación para la etapa adulta.

P. ¿Estamos creando desde las escuelas una sociedad de adultos-niños?
R. Parece obvio que la educación moderna, en la medida en que aspira a establecer un mundo de niños, destruye las condiciones necesarias para el desarrollo y el crecimiento vitales.

P. Hoy se disputa mucho en torno al impacto de las redes sociales en la educación. Los hay partidarios de in­tegrarlas y hay incluso quienes graban videos con sus alumnos y los suben a Tik Tok.
R. Cuanto más descarta la sociedad moderna la distinción entre lo público y lo privado, entre lo que solo puede prosperar en un campo oculto y lo que necesita que lo muestren a plena luz, cuando más in­serta está entre lo privado y lo público una esfera social en la que lo privado se hace público y viceversa, más difíciles son las cosas para sus niños, que por naturaleza necesitan la seguridad de un espacio recoleto para madurar sin perturbaciones.

P. ¿Y de la exhibición que los adultos hacen de su vida privada en las redes, qué opina?
R. Las cualidades del corazón requieren oscuridad y protección contra la luz pública para crecer y ser lo que pretenden ser: motivos íntimos que no están hechos para la ostentación pública. Por profunda­mente sincero que sea un motivo, una vez que se exterioriza y queda expuesto a la inspección pública, se convierte más en objeto de sospecha que de conocimiento.

P. ¿Cabe sospechar de todo aquello que hacemos para ser vistos?
R. Cuando se inicia la exhibición de las motivaciones, la hipocresía comienza a emponzoñar todas las relaciones humanas.

P. Volviendo a la educación, otro tema muy discutid o en su tiempo y hoy: la autorid ad d el profesor en el aula.
R. En la educación no puede haber ambigüedades ante la pérdida de la autoridad. Los niños no pueden desechar la autoridad educativa como si estuvieran en una situación de oprimidos por una mayoría adulta. Ante el niño, el maestro es una especie de representante de todos los adultos, que le muestra los detalles y le dice: este es nuestro mundo. Que los adultos desechen la autoridad solo puede significar una cosa: que se niegan a asumir la responsabilidad del mundo al que han traído a sus hijos.

P. Aprendizaje colaborativo, construcción del conocimiento, flipped learning, autonomía del alumno...
R. No hay límites para las posibilidades de tonterías e ideas caprichosas que se pueden presentar como si fuesen la última palabra en el campo científico...

SÍGUELE EL HILO SOBRE... DESINFORMACIÓN

Los hechos dan origen a las opiniones, y las opiniones pueden diferenciarse y ser legítimas mientras respeten la verdad factual. La libertad de opinión es una farsa, a menos que se garantice la informa­ción objetiva y que no estén en discusión los hechos mismos.
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Lo más inquietante es la transformación de las verdades factuales incómodas en simples opiniones. Lo que aquí se juega es la propia realidad común y objetiva, y este es un problema político de primer orden, sin duda.
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Los actos y los acontecimientos constituyen la textura misma del campo político: en él, lo que más nos interesa es la verdad de los hechos. Pero los acontecimientos son muy frágiles, más que los axio­mas. Una vez perdidos, ningún esfuerzo racional puede devolverlos.
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Incluso en la Alemania de Hitler y en la Rusia de Stalin era más peligroso hablar de campos de con­centración y exterminio, cuya existencia no era un secreto, que sostener puntos de vista heréticos sobre antisemitismo, racismo o comunismo.
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