EL Rincón de Yanka: LA IGLESIA DA PALOS DE CIEGO CUANDO NO TIENE VISIÓN NI CUMPLE CON LA MISIÓN EVANGELIZADORA

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domingo, 19 de enero de 2014

LA IGLESIA DA PALOS DE CIEGO CUANDO NO TIENE VISIÓN NI CUMPLE CON LA MISIÓN EVANGELIZADORA


"De los números 365 a 370 los Obispos nos insisten con fuerza en la necesidad en una Conversión Pastoral, pero como dice el N° 367, primero es urgente una renovación eclesial, y más que renovación, es urgente una verdadera Conversión Eclesial al Evangelio. Todos somos conscientes de que las relaciones en el seno de nuestras Comunidades no es evangélica, pero de eso no hablamos; hay que cambiar lo de fuera, lo de adentro vivimos tapándolo no nos animamos a enfrentarlo; no “agarramos al toro por las astas”, no le “ponemos el cascabel al gato”; no queremos problemas:
“Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (Aparecida 12)


Estoy convencido de que la Nueva Evangelización ha de apoyarse en métodos y lenguajes adaptados a la realidad de los destinatarios del Primer Anuncio. Pero sin el fundamento adecuado, estos métodos no serán más que técnicas y los lenguajes se tornarán vacíos porque la evangelización es ante todo un problema de estilo y de actitud.


Curiosamente el pensamiento católico, frente al protestante, se basa en la confianza en la capacidad de la razón, la cual aunque herida por el fomes pecati puede ser sanada por la gracia que redime la naturaleza de forma que vuelva a ser el instrumento de conocimiento para el que se diseñó. En esta óptica la fe es posible porque podemos conocer mediante ella por lo que es razonable.



Esta confianza antropológica tan propia del catolicismo ha sido desmentida muchas veces no por la teoría teológica sino por las actitudes.

Hace no mucho citaba a una persona que en su trabajo con jóvenes decía: “durante décadas la Iglesia se ha preocupado por dar respuestas a los jóvenes sin atender a las preguntas que estos tenían”

Una Iglesia preocupada en dar respuestas y dar las cosas tan masticadas a los fieles corre el riesgo de ser condescendiente y eliminar de la ecuación la libertad así como la capacidad de bien y de belleza de la persona evangelizada. Esto lleva directamente al fanatismo intransigente o al catolicismo de trinchera que se aísla porque ve por todas partes enemigos.

Y todo esto viene de la desconfianza antropológica hacia la postmodernidad.

Cada vez estoy más convencido de que una de las cosas que más nos hacen estar desfasados ante el mundo de hoy en día es el recelo que se tiene hacia todo lo que tenga que ver con la postmodernidad. Tanto en las facultades de teología como en las predicaciones, conferencias y catequesis de todos los días se observa una crítica abierta hacia todo el fenómeno comunicativo de la postmodernidad y al hombre postmoderno.

A éste se le califica de banal, hedonista, efímero, egocéntrico y muchas cosas más que no por ciertas constituyen la fotografía completa de la época en la que vivimos. La Iglesia quiere adoptar métodos contemporáneos pero insiste en formulaciones del tipo “para evangelizar hay que ser modernos”.

Señores, la modernidad ya paso, para evangelizar no hay que ser modernos. La crisis de la Iglesia con la modernidad ya la zanjó el Concilio Vaticano II, y al día siguiente empezó la postmodernidad. Que nos hayamos reconciliado con la modernidad no nos da patente de corso para hablar a la gente hoy en día, más aún las más de las veces este es el impedimento número uno para entender el mundo de hoy.

Pero todo esto tiene un contraefecto, produce personas anhelantes de la comunidad dejadas a su propia libertad y es ahí donde se ve que estamos ante una revolución en la que el cristianismo no está tan mal posicionado como pensábamos.

En una época sin grandes verdades, sin Logos, donde la única verdad es el logos en minúscula individual de cada persona, Jesucristo brilla como Dios hecho persona, y persona que vive en ti.

En una época donde la familia y la nación están derrumbándose, la Iglesia como comunidad de vida y familia de Dios se convierte en la patria de quienes han quedado huérfanos por la cultura actual.

En un tiempo donde abunda el pecado, ha de sobreabundar la gracia y nosotros los cristianos somos intermediarios, cauce y concreción de la gracia de Dios.
Evangelizamos en el siglo XXI con una iconografía del siglo XIX

La postmodernidad puede descolocarnos y dolernos, pero no nos equivoquemos, es un cambio de época que generará nuevas oportunidades de comunicar el mensaje sempiterno del Evangelio, y tenemos la enorme ventaja de que la verdad es la misma siempre, ya sea en la Edad Media, el Renacimiento, la Edad Moderna o la Postmoderna. La cuestión es si sabremos entenderlo y confiar en el plan de Dios para redimir la historia…






Sí, soy perfectamente consciente de que es preciso vigilar el propio pensamiento, de que hay que tener cuidado cuando uno cree tener las cosas muy claras. Y de que hay que hacer autocrítica constante, escuchar a los demás e intentar, por todos los medios, ser honesto en buscar la verdad.


Pero, aún así, perdónenme, no puedo evitarlo: la Iglesia me duele en el alma, como sólo puede doler aquello que a uno le importa como para poder dar la propia vida por ello.



Y no sé si tengo derecho a expresar esto, pero, desde luego, es algo que arde en mi corazón, y mi deseo es despertar esa misma llama en el de otros. Lo diré sencillamente y con un dicho castellano que me pare muy gráfico: "no sabemos por dónde nos da el aire".



¿Hay una alternativa "global"?  



Pues bien, yo creo que sí. 

"La iglesia local es la esperanza del mundo". 
El problema estriba en que es preciso mirar las cosas en perspectiva: lo que, en términos empresariales, se llama "visión", es decir, la capacidad de apreciar la realidad de la acción en términos globales y con proyección de futuro, desde una apreciación lo más exacta posible de la realidad presente.

Y eso es lo que no hacemos. De hecho, creo que en España falta visión a nivel general (a modo de ejemplo ¡sólo tenemos que pensar en nuestra clase política!). 

Dicho en otras palabras: en mi humilde opinión en la Iglesia se trabaja muy mal: se planifica de forma irreal, no se evalúa seriamente, y tampoco se barajan alternativas con proyección de futuro porque no hay un proyecto definido, claro y unánime de lo que se quiere. Créanme, cualquier empresa mundana medianamente eficiente se quedaría perpleja ante nuestra forma de trabajar. Tengo, además, la impresión de que esta realidad está tan generalizada que se da tanto en los niveles más bajos, como en los más altos. Y, por supuesto, "donde no hay visión, el pueblo perece" (Prov. 29,18).

Primero, el objetivo de la Iglesia es engendrar creyentes convertidos, con una experiencia personal de Dios. 
Segundo, dichos cristianos deben vivir en comunidades locales de escala humana, donde puedan ser acogidos, corregidos, enseñados y amados, de forma que puedan crecer en la fe hasta la madurez en la fe, que significa aceptar y vivir en todo según el depósito de la fe confiado por Cristo a su Iglesia. 
Tercero, estos grupos de cristianos deben llevar adelante la Gran Comisión (Mt 18, 16-20) de propagar el Evangelio a todos los hombres, y deben comprometerse espiritual y materialmente con ellos, especialmente con los más pobres. Para ello deben aprender a vivir en el mundo (no en el limbo), y conocerlo bien, pues sólo puede amarse lo que se conoce.

Cuarto, las pequeñas comunidades locales deben estar unidas a la Iglesia universal a través del carisma de la jerarquía, concretamente a través de la obediencia y la comunión con su obispo local, quien a su vez la guarda con el Sucesor de Pedro.



Obispos y sacerdotes (humildemente os lo sugiero), id desplazando paulatinamente el énfasis de una pastoral "sociológica sacramental", hacia la de creación de pequeñas comunidades locales. Buscad líderes laicos y ayudadlos a madurar en la fe, pero, por favor ¡no deis dicha madurez por supuesta, ni la confundáis con la simple buena voluntad! ¡Lleva tiempo! Preparad a los seminaristas para que aprendan a trabajar en comunidad con otros sacerdotes y con laicos. Enseñadles que ellos no tienen todos los dones, ni todas las capacidades ni tienen por qué desempeñar todas las funciones que hacen crecer el Cuerpo de Cristo. Cuando exista un núcleo, aunque sea muy pequeño, de hermanos, que reflejen el amor, la alegría y la comunión en el Señor, ya no hará falta para nada hablar de Nueva Evangelización.

Y, no tengáis miedo a pedir ayuda. Hay comunidades que ya han hecho este camino, y son unas cuantas. ¡Acabemos por favor con esta Iglesia dividida en grupos y capillitas, comunidades paralelas que no se intercomunican la gracia, y que son como los árboles que impiden ver la gran belleza del "Bosque".




En España, la “Nueva Evangelización” está de moda: es un hecho. Salir a las calles, tocar la guitarra y acercarnos a la gente de forma personal para decirles que Dios existe de verdad y que les quiere, nos parece una verdadera audacia, “lo último”, y la respuesta definitiva al problema de secularización de nuestra sociedad.



Sinceramente yo creo que eso no es verdad en absoluto. Se trata de un tópico más, generalmente fruto de nuestro desconocimiento de otras realidades y de otros países.

Miren, la “evangelización por las calles”, el invitar a las personas a un lugar para que puedan orar, o para que puedan orar por ellos, la música, el mimo o el teatro, o los partidos de voleybol en la playa, es algo que viene haciéndose en EEUU en el Reino Unido, en Alemania, en Holanda… y hasta en la propia España, por lo menos desde los años 60. Yo mismo tuve esa experiencia en algunas ciudades españolas siendo casi un crío, a finales de los 70…
Ir a la calle está bien, claro que sí: hay que perder el miedo. Pero no nos engañemos... los tiros no van por ahí.

Seguimos yendo con años de retraso. Seguimos pensando que la Nueva Evangelización es una cuestión de dar con un método. En Fe y Vida nos encontramos con frecuencia con personas que nos preguntan por “técnicas” para hacer que funcione. Pues ¿saben qué? los primeros cristianos no salían a la calle a evangelizar (además muchas veces no podían, claro está). Obviamente tampoco debían saber mucho de “métodos” y sin embargo sus comunidades crecieron como un reguero de pólvora a lo largo y ancho del Imperio…

¿Cuál era el secreto de su éxito? La razón de la eficacia era simplemente la Comunidad viva. Un grupo de gente que acogía, amaba y enseñaba, que discipulaba al nuevo convertido y enseñaba a tener comunión con el Dios vivo… a lo largo de los años. Allí se encontraba, en la práctica, una nueva sociedad, que, estando en el mundo, ya no era de él.

Los cristianos en España de hoy seguimos hablando de “Encuentros”, “Primer anuncio”, “Escuelas de evangelización y metodologías con nombres extranjeros… Y sí, todo eso está genial, pero me temo que si no cambiamos de perspectiva los resultados dentro de unos años habrán sido muy escasos, la moda de la Nueva Evangelización pasará y alguien empezará a pensar que igual la solución está en volver a la misa en latín…

Déjenme acabar contando un secreto. Resulta que en el porche de mi casa tengo una gran enredadera. Pues bien, este año unos pajarillos decidieron anidar en ella. Así que me he pasado la Primavera viéndoles trabajar día a día, construyendo con mucho esfuerzo un refugio confortable y seguro para sus futuros polluelos.

Sólo al final, cuando todo estuvo listo, pusieron los huevos.

Poner los huevos es fácil y rápido, pero ningún ave lo hace antes de haber trabajado duramente para construir un nido.

… El Señor nos dijo que nos fijáramos en las aves del cielo… (Mt 6,26)






En el libro Como la estela de una nave que recoge las homilías de adviento predicadas por el capuchino Raniero Cantalamessa a la casa papal, se nos cuenta que cada momento de ola de evangelización en la historia de la Iglesia ha tenido sus protagonistas suscitados por Dios.



El padre Cantalamessa identifica cuatro momentos, en los que los obispos, los monjes, los frailes y finalmente los laicos son los que de alguna manera están en la punta de la ola para responder a la llamada de Dios en cada momento histórico.

Como se ve en el gráfico, es ahora cuando toca la hora de los laicos iniciada por el Concilio Vaticano II y ciertamente la Christifideles Laici supone una culminación de lo empezado por el CVII cuando define la corresponsabilidad bautismal haciendo a los laicos copartícipes y corresponsables de lo que en otra época no tan lejana se conceptuaba como responsabilidad exclusiva de la jerarquía.


El tema de las olas de evangelización en la Iglesia es fascinante, y mi convicción personal de que estamos ante una nueva ola ya es una constatación cuando uno ve todo lo que se está moviendo en una Iglesia que en palabras del papa Francisco no asiste a una época de cambios, sino a un cambio de época.

Estoy íntimamente convencido de que la Nueva Evangelización o es de los laicos o no será ni Nueva ni Evangelización. No se trata de buscar protagonismos, ni de hacer demérito a otras vocaciones de la Iglesia. Es más bien una intuición que va tomando forma a medida que avanza nuestro cambio de época.

Cuando me ha tocado presentar el historiograma de las olas de evangelización de Cantalamessa en diferentes diócesis, alguien ha señalado oportunamente que los curas no aparecen por ninguna parte en este planteamiento (por lo menos los diocesanos como tales).

Obviando el hecho de que tanto obispos como monjes y frailes ordenados son al fin y al cabo parte del Ordus sacerdotalis, lo cierto es que los curas diocesanos no están por lo que surge la pregunta: ¿acaso están excluidos de la Nueva Evangelización?

Por supuesto que no, de hecho sin ellos no es posible una Nueva Evangelización, pero cosa distinta es que la Nueva Evangelización pase por ellos como protagonistas exclusivos.

Venimos de una mentalidad ambiente iniciada en Trento en la que la jerarquía era la única competente para las labores de apostolado, y por mucho Vaticano II que hayamos vivido la realidad es que los sacerdotes hoy en día siguen cargando con demasiadas cosas que no les son propias, y más en una Iglesia decreciente donde cada vez hay más trabajo para menos gente.

Ya el solo hecho de preservar una pastoral de mantenimiento que les obliga a pasar el día dando sacramentos y administrando parroquias limita enormemente la capacidad de los sacerdotes para hacer más que lo que pueden, en tantas ocasiones con ingentes dosis de santidad y heroica perseverancia.

Pocas diócesis se pueden permitir el lujo de liberar sacerdotes para la predicación, y los religiosos que antaño cubrían este hueco con sus misiones populares y la disponibilidad que daba no tener parroquias cada vez son menos por lo que difícilmente podrán echar un capote.

Con estas condiciones todo apunta a que tiene que ser otra gente la que haga el trabajo de campo de la Nueva Evangelización, animados por supuesto por los sacerdotes que en su papel de pastores han de acompañar a los laicos y las comunidades.

Si profundizamos en las características de la Nueva Evangelización vemos que hay tres claves fundamentales que definen el trabajo de campo de la misma: primer anuncio, discipulado y comunidades celulares cristianas.

Un primer anuncio cristiano ha de ser continuado por una comunidad de cristianos que discipule a los nuevos creyentes como se nos pide en Mateo 28: “id por todo el mundo, predicad, bautizar y haced discípulos”

Discipular es mucho más que dirigir espiritualmente y santificar a una persona mediante los sacramentos. Es retomar los caminos del catecumenado de la Iglesia Primitiva donde los creyentes maduraban su experiencia de conversión recibiendo la catequesis a la medida que iban dando pasos de integración en la comunidad cristiana.

Esto sólo puede ocurrir si hay redes de cristianos, comunidades básicas y cercanas, donde las personas no sean un número sino que sean cuidadas. Para eso hacen falta pastores, pero los pastores no trabajan solos. La imagen de un pastor con un rebaño de ovejas sólo es posible cuando el rebaño es pequeño. Si este crece necesitará ayudantes, colaboradores y toda una estructura de apoyo.

Y ahí es donde entran los laicos, las comunidades celulares y todos sus derivados. No como meros ayudantes sino como verdaderos protagonistas de esta nueva realidad que la situación pide.

Allá donde haya cristianos habrá sacerdotes, porque su vocación está en función de la comunidad. Los sacerdotes participan de la labor del obispo, y si hablamos de protagonistas también hay que reivindicar la labor del obispo como pastor y cabeza de la comunidad cristiana. Es algo que se hace patente con el papa Francisco que nos estimula haciéndonos soñar con un episcopado cercano y apasionadamente pastoral.

Si asimilamos todo esto, si los laicos abrazamos la responsabilidad que tenemos y los sacerdotes una vez más hacen de Juan el bautista para dejar que sean otros los que tomen la delantera, estoy seguro de que veremos un renacer de las vocaciones al ministerio sacerdotal que necesariamente dará un nuevo aire al sacerdocio tal cual lo conocemos.

Esto ya se intuye cuando uno conoce obispos salidos de comunidades como lo es Mons. Dominique Rey de Frejous-Toulon, que proviene del Emmanuelle. Lo mismo pasa con sacerdotes del Camino Neocatecumenal, y con muchos otros que viven su vocación de una manera que se intuye distinta.

Puestos a soñar, queremos que todos sean protagonistas de la Nueva Evangelización, que todas las vocaciones de la Iglesia pongan su granito de arena y juntas edifiquen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Queremos obispos nuevos, sacerdotes nuevos, diáconos nuevos, religiosos y religiosas nuevos, laicos nuevos… así como comunidades nuevas que inspiren y abran caminos practicables de Nueva Evangelización para que Jesucristo sea conocido y el mundo se salve.

Todos estamos llamados a la Nueva Evangelización, nadie está excluido, y todos nos necesitamos.

En última instancia el único camino practicable para que el mundo crea es la unidad (Juan 17,21) y a todos nos toca aunar fuerzas para remar, sabiendo que al final apuntamos a Jesucristo quien es el verdadero protagonista, objeto y fundamento de todo lo que hacemos.