NO VALE, YO NO CREO
La frase se asocia inmediatamente con Orlando Urdaneta aunque él no la decía, más bien al contrario, se cansó de escucharla como respuesta a sus profecías sobre lo que ocurriría en Venezuela bajo la tiranía de Chávez: Tú sabes que el tercio es comunista, ahijado de Castro, le va a agregar a tu bandera la estrella solitaria de la bandera cubana, va a uniformar de rojo a los empleados públicos y a poner a desfilar a todo el mundo el 4F o cuándo le dé la gana y… no vale, yo no creo. Y como corolario: “Venezuela no es Cuba”.
Lo inquietante de la frase es su versatilidad, los sucesos y declaraciones inconcebibles que se han sucedido en este país en diecisiete años son innumerables, al punto que cualquiera puede hacer su propia lista de Ripley “aunque usted no lo crea” y nadie quitaría una sino que agregaría otras más, por lo que podemos ahorrarnos ese esfuerzo.
Orlando Urdaneta mide con la misma vara al gobierno que a su alternativa, al dúo Maduro Cabello como a Ramos Allup Capriles Radonsky, lo que lo convierte en una refutación viviente de la polarización, la mentira más repetida y consolidada tanto al interior como al exterior, de que Venezuela está dividida en “dos mitades”, con un tercero excluido que no existe ni puede existir, falacia bendecida por la Conferencia Episcopal.
Esta postura tiene garantizada la censura, no sólo que ninguno quiera oírlo sino que se esfuerzan por impedir que alguien lo escuche, por un lado, los rojos con su hegemonía comunicacional, por el otro, la agendapink: “no te ponen en sus canales de televisión, no te publican en sus periódicos, no te llevan a sus web, porque también te están censurando las web” (p.179).
Tanto el gobierno como su alternativa comparten la firme convicción de que lo que no aparece en sus medios objetiva y materialmente no existe y actúan en consecuencia, ambos socialistas, bolivarianos, despóticos y totalitarios en escalas respectivas.
Sin proponérselo OU evidencia el hecho de que los venezolanos estamos atrapados en una operación de pinzas entre dos internacionales, la roja comunista de Castro y la rosa de la Internacional Socialista.
Su exilio entraña un doble extrañamiento, uno, de su geografía, de su espacio familiar, de la comunicación con el público por causa de la censura; otro, de sí mismo, ¿hicimos lo correcto? ¿Podía hacerse otra cosa? ¿Qué hubiera pasado si…? Nunca se sabrá. Esto es lo esencialmente grave de la experiencia humana: cuando se toma un camino se dejan atrás los demás, una decisión implica abandonar en el acto las otras opciones.
Los judíos, que ya lo han vivido y sufrido todo, pensado y escrito todo, dicen: “Junto a los ríos de Babilonia estábamos sentados y llorábamos, recordando a Sión”.
¿Cómo no sucumbir a la tristeza de la que, según Baruch Spinoza, no puede surgir nada bueno? La alegría es la fuente del bien. Pero, ¿cómo separar el llanto del recuerdo?
HUMOR Y POLÍTICA
OU no tiene una Teoría del Humor, no puede exponerla y en realidad no es necesario que lo haga, así como los políticos prácticos no tienen que tener una teoría de la política. Sin embargo, hace una distinción entre el cómico, que se limita a hacer reír, del humorista que tendría una dignidad que aquél no tiene. En particular el humorismo político envuelve intenciones a veces ocultas o bien explícitas de denunciar o esclarecer, como ocurre con los caricaturistas cuyas viñetas no rara vez resultan ser tan o más ilustrativas que el editorial del periódico.
Los filósofos no ayudan mucho porque por razones completamente obvias ninguno se ha ocupado de reflexionar seriamente sobre un objeto que, por definición, no es serio. Todos los comentarios de los pensadores son despectivos y como al pasar, la mayoría desecha la comedia como un género menor inferior a la tragedia, así como el lamento es a la gravedad lo que la risa es a la ligereza, a la frivolidad.
Los textos clásicos como el chiste y su relación con el inconsciente es una digresión de Freud; La risa, de Henri Bergson, es un libro terriblemente desafortunado que no define nada de lo que promete y ni siquiera aclara el por qué reímos.
En Venezuela quizás el primero que se tomó el humor en serio fue Pedro León Zapata, que no había sino que verlo para advertir con admiración cómo hacía y decía las cosas más desternillantes con una perfecta cara de palo, sin que se le moviera ni un músculo.
Fue precisamente un Zapatazo el que marcó el punto de inflexión de las relaciones de Orlando con la tiranía de Chávez. Era el dibujo de un sable que decía: “A mí la sociedad civil me gusta firme y a discreción”. Es imposible saber por qué le molestaría tanto una caricatura tan inofensiva pero lo cierto es que Chávez, que ya daba ostensibles muestras de soberbia, le preguntó desafiante: ¿Cuánto te pagaron, Zapata?
La respuesta de Zapata es impecable y debería estar escrita en bronce: Si a mí me pagan por criticar al gobierno, a los que lo apoyan también y deberían pagarles más porque es más difícil.
Quizás por allí comenzó a agriarse la corta luna de miel del régimen comunista con "El Nacional", el Ateneo de Caracas, en fin, con el mundo de la cultura que hasta ese momento se ufanaba de izquierdista y fidelista, pasando a una oposición cada vez más enconada y radical, al punto que todavía expresan la ansiedad de que pase esta pesadilla para volver a ser de izquierda sin vergüenza.
Los pocos intelectuales que permanecen del lado del régimen afrontan una paradoja insoluble: ¿Se puede ser humorista desde el gobierno, tanto menos si éste es una tiranía militar? Por lo pronto es contrario a toda la tradición venezolana en que siempre se ejerció desde la oposición, por lo que cabe preguntarse si esto será un rasgo esencial al humorismo o una coincidencia histórica.
En principio, el humor se asocia con el juego, con la broma, la chanza, lo que no debe tomarse en serio; al contrario, el poder está indisolublemente ligado a la seriedad, al trabajo, pero sobre todo a la solemnidad que acompaña a las formas, nada puede ser menos humorístico que el protocolo propio de la burocracia, del Estado.
El humorismo venezolano se construyó con un pie en la cárcel y el otro en el exilio, muchos humoristas pagaron con la vida sus ocurrencias; por otra parte, resulta grotesco y no es nada gracioso que alguien pretenda hacer chistes y reírse de quienes son maltratados y humillados por autoridades arrogantes e insensibles.
Aquí la lucha es del ingenio contra la fuerza y el humor tras un parapeto militar y policial resulta más bien una mueca o un remedo ofensivo, encubridor y cobarde.
Quizás el humor sea el último recurso del débil, que opere como compensación de la impotencia, que sea el anti-poder por excelencia.
ORLANDO CON ORLANDO
En Venezuela se ha hecho popular el mito de Casandra, referido a quienes tienen el don de predecir el futuro pero están condenados a que nadie les crea. De lo ocurrido nunca podrá decirse que no se sabía, si hasta los planes estrafalarios de Chávez los confesó él mismo; pero nadie ve sino lo que quiere ver, ni escucha sino la música que le gusta.
Aún en ese ambiente de mutua complacencia, de no pisar callos y cada uno a lo suyo, se tropieza con límites, como en eso de ir a elecciones, llamar a votar, competir con criminales, eso es hacerse cómplice y entonces es inevitable deslindarse, aunque cueste.
“Mira, yo entiendo que Teodoro Petkoff actúe de esa manera y haya estado en cuanta campaña electoral haya podido como candidato o jefe de campaña, buscando siempre posiciones para mantener su difícil y lamentable figuración, pero que se lleve en los cachos a Laureano (Márquez), un tipo con la formación política, intelectual y religiosa de él, es algo que no puedo entender. Si papá Dios está de acuerdo con eso yo ese día no fui al catecismo. De allí que terminas tú trazando una raya dolorosa, porque aunque yo quiero mucho a Laureano y lo admiro mucho, es necesario trazarla. Si cree en los Teodoro, yo lo lamento” (p.180).
“Kiko Bautista ha resultado para mí una desagradable sorpresa. Estábamos un grupo, me puso la mano en el hombro y dijo: éste es el hombre que va a poner de acuerdo a Venezuela, chavistas y no chavistas, porque la oposición y el gobierno están de acuerdo en que la única manera de unir a Venezuela es ¡matando a este carajo!” (pgs. 183, 184 y 251).
Sería muy arduo pasar revista a todos los personajes y anécdotas que desfilan por la memoria de Orlando Urdaneta y que quedan aquí registrados para la otra Historia, la que hoy se omite deliberadamente; pero, cómo dejar pasar que “hay que reconocerle a José Antonio Abreu que ha sido uno de los corchos más importantes que ha tenido la política venezolana, porque ha sobrevivido a todos los presidentes venezolanos, inclusive estos dos últimos. Y sí Dudamel ha sido su arma más poderosa, pues lo ha utilizado muy bien. JAA fue y es un burócrata palaciego, con una gran habilidad para sobrevivir en cualquier agua” (pgs. 164 y 167).
O bien que “Jimmy Carter es un bandido, que Gaviria es un sinvergüenza” (p. 181).
Filosóficamente, la memoria no es menos prodigiosa que la imaginación, ha escrito JL Borges en el Informe de Brodie, que es la reseña ficticia de un texto fantástico; habría que añadirles el olvido, igualmente sorprendente y sin duda más extenso, porque son más las cosas que olvidamos que las que recordamos.
En Venezuela se acuñó la consigna “prohibido olvidar”; pero ya no recordamos qué era lo que no debíamos olvidar.
Orlando Urdaneta ya ejerció las artes de la profecía y de la memoria, ahora sigue su lucha personal contra el olvido.
Palabras profeticas Orlando Urdaneta NO VALE YO NO CREO
No vale yo no creo Parte II
Las Habilidades del Pensamiento Crítico son la capacidad de recopilar, analizar y evaluar información para llegar a conclusiones y tomar decisiones.
Algunas de estas habilidades son:
1. Identificar y definir problemas: Saber plantear preguntas relevantes para la investigación
2. Analizar argumentos: Identificar la intención principal de una conclusión y los motivos que la que la apoyan
3. Evitar sesgos cognitivos: Considerar toda la información disponible, no solo la que se alinea con el punto de vista
4. Comunicar de forma efectiva: Explicar y discutir problemas y soluciones con otros, manteniendo buenos hábitos de comunicación.
El optimismo es el opio del pueblo
Lo primero y casi urgente que debo hacer, dados los tiempos que corren, es explicitar que la frase que sirve de epígrafe a esta reflexión no es mía sino solo un préstamo (ustedes ya me entienden…) Los lectores de Milan Kundera recordarán que en su primera novela, "La broma" (1967), el escritor checo cuenta cómo su protagonista, el joven Ludvik, escribe a su medio novia Marketa en una postal visible a todo el mundo “El optimismo es el opio del pueblo". El espíritu sano hiede a idiotez”. Es la broma que da título a la novela y la causa de todas las desgracias del pobre Ludvik, empezando por su condena a seis años de trabajos forzados.
“¿Tú crees que se puede edificar el socialismo sin optimismo?”, le pregunta a Ludvik un camarada que hace las veces de moralista, censor y juez. Es inútil, casi patético, que el acusado trate de defenderse alegando que era tan solo una broma. ¿Una broma? “¿A vosotros os hace reír?” le pregunta uno de los camaradas-jueces a los otros. Formulada así, la pregunta lleva implícita su respuesta. A partir de este momento al protagonista ya no le cabe ninguna duda de lo que le espera. En determinados ambientes el optimismo está lejos de ser un simple estado de ánimo. Es una obligación. Y cualquier broma sobre ello se paga muy caro.
En determinados ambientes el optimismo está lejos de ser un simple estado de ánimo. Es una obligación
Hoy, afortunadamente, aquella atmósfera lóbrega y opresiva del socialismo real nos parece lejana y extraña, como urdida por la mente fantasiosa de un Kafka o un Orwell. Pero el optimismo obligatorio –una incongruencia, ya ven- sigue gozando de buena salud, ahora no como espíritu preceptivo del paraíso socialista sino como pensamiento positivo en las llamadas sociedades libres y desarrolladas. Aunque los contextos que sirven de referencia son opuestos en casi todos los sentidos -democracias avanzadas versus dictaduras burocratizadas-, la exigencia sigue siendo la misma: el buen ciudadano debe tener una actitud positiva, emprendedora y en última instancia alegre (entendida como alegría militante).
Quizá en España no se percibe la epidemia con nitidez. Afectado por un pesimismo crónico y una desconfianza secular en sus propias fuerzas, el españolito –el diminutivo lo dice todo- afronta la vida con una mezcla peculiar de improvisación y cinismo, lejos de la moral calvinista invertida que sustenta el optimismo reglamentado. Pero en sociedades como la estadounidense, la tendencia se ha desarrollado, aliada a la corrección política, como un cáncer que afecta a toda la vida económica y social y, por descontado, a casi todas las instituciones, desde la empresa a la universidad, pasando naturalmente por los centros educativos, culturales y religiosos.
Me suscitan estas consideraciones la provechosa lectura de un ensayo de Barbara Ehrenreich que acaba de aparecer en el mercado español con el título un poco infantil (o con resonancias de Halloween) de Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (traducción de María Sierra, Turner). En mi opinión, algunas de las páginas más brillantes del libro son las que la autora dedica a la comparación entre el pensamiento positivo y la antes aludida moral calvinista, argumentando que la pretendida antítesis en las formas o apariencias solo encubre la continuidad de fondo entre el uno y la otra. En síntesis, la misma autoexigencia que conduce a la angustia y la alienación.
Por más que uno se empeñe en verlo todo de color de rosa, están las dificultades cotidianas y las propias limitaciones
Como es bien sabido, el pensamiento positivo implica o, mejor dicho, impone, una actitud resueltamente afirmativa en un sentido pragmático hacia todo lo que nos rodea. Por ello, lejos de la metafísica bienpensante de un Leibniz, le interesa tan solo la dimensión funcional e inmediata. Pero enseguida el positivo topa con que el mundo se le resiste. Por más que uno se empeñe en verlo todo de color de rosa, están las dificultades cotidianas y las propias limitaciones y ello sin contar con los obstáculos y convulsiones sociales, las enfermedades y en último extremo la muerte. Aquí entra en juego la distorsión alienante: las circunstancias no importan. Sobreponerse y triunfar es cuestión de determinación. Todo depende de atreverse, de querer hacerlo.
Claro que si todo depende de uno mismo, el yo se hipertrofia hasta extremos inasumibles. Me explico: si el problema de no conseguir los objetivos que me propongo no es consecuencia en medida alguna de cosas externas a mí –sean ellas las que fueren- sino absoluta responsabilidad mía, el fracaso afecta a mi ser integral como persona. Solo yo soy responsable o, traducido en los términos usuales, soy yo el único culpable. Si este énfasis en la responsabilidad personal se mantuviera en límites mesurados, sería un buen antídoto para esa manía contraria, tan propia de nuestros lares, de echarle la culpa de todo a la sociedad o los otros en general. Pero como siempre los extremos se tocan: tan absurdo es responsabilizarme a mí, como individuo concreto, de una guerra civil en mi país como justificar mis delitos por un trauma infantil.
Cuando el pensamiento positivo se ve forzado a reconocer que algo no va bien, convierte lo malo en venturosa ocasión. De ahí esas proclamas de bienvenida al cáncer, pues la enfermedad nos hace más felices y mejores personas. Pero, más que en la dimensión psicológica, me interesa resaltar aquí las consecuencias sociales y políticas de esta tendencia. En el ámbito de la empresa, el pensamiento positivo se ha convertido en una formidable arma de control social. Los altos ejecutivos dirán, como en la URSS de los planes quinquenales, que si los objetivos no se cumplen es por desidia o incompetencia de sus empleados. Hay que trabajar más y mejor… ¡y más alegre! Si aún así le amenazan con el despido, ¡no se preocupe… y sonría!
¡Está ante una nueva oportunidad!
Se establecen de este modo algunos dogmas básicos. Por ejemplo, que lo importante en cualquier actividad es la motivación. No hay obstáculos insuperables cuando existe una motivación positiva. Dice Ehrenreich que la mayoría de las grandes empresas norteamericanas dan a sus nuevos empleados unos cursillos de adoctrinamiento intensivo en esa línea. Lo normal es que cada cierto tiempo todos los trabajadores tengan que seguir obligatoriamente un reciclaje motivacional. A veces se llega a establecer un himno de la empresa, se fija un control del ocio o simplemente se reducen los períodos vacacionales, buscando eso sí el asentimiento espontáneo de los interfectos: ¿dónde van a ser más felices que en la actividad laboral cotidiana?
Hay que reafirmarse en la insatisfacción, el gran motor de la historia y del progreso
Se produce así una sorprendente convergencia. Al final, toda agrupación humana termina regida por los mismos criterios. Las distintas confesiones religiosas se gestionan cada vez con más mentalidad empresarial y con técnicas de marketing –el pastor o el predicador siguen el modelo de showman- pero, al mismo tiempo, otras instituciones o corporaciones, como las empresas, las universidades o hasta los propios sindicatos, van adoptando unas pautas seudorreligiosas. Unas y otros coinciden en los valores y conceptos del pensamiento positivo: sigue adelante, puedes hacerlo (sea lo que sea), no desmayes, esfuérzate, el triunfo está en tu mano. O, como dice un portavoz de esta ideología: “Dios quiere que lo des todo en tu trabajo. Sé entusiasta. Conviértete en un ejemplo”.
Volvamos al principio, a la broma de Kundera. El novelista satirizaba el orden socialista pero, como acabamos de ver, el pensamiento positivo también amenaza las bases de una sociedad libre. No puede haber libertad sin pensamiento crítico, inconformista, heterodoxo. Como es obvio, a los poderes establecidos les interesa difundir ese opio del mejor de los mundos posibles. La generalización de dicha actitud complaciente conduce a la peor versión conservadora, el inmovilismo. Estoy por decir que ese pensamiento a lo que verdaderamente conduce es a la sonrisa floja de los imbéciles. Frente a los émulos del doctor Pangloss (recuérdese el Cándido de Voltaire) hay que reafirmarse en la insatisfacción, el gran motor de la historia y del progreso.
VER+:
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