Espíritu de Dios, haznos sensibles
a las heridas de las personas,
a la sensibilidad inexpresada,
al vértigo de la soledad,
a las lágrimas de muchos ojos,
al misterio de cada persona.
Espíritu de Dios,
no queremos encerrar la persona
en un concepto o fórmula.
Haznos delicados para no profanar
el misterio humano
que encierra la persona
más vulgar o despreciable.
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