EL Rincón de Yanka: MÁRTIR EN LA MATANZA DE HORNACHUELOS: VICTORIA DÍEZ MURIÓ ASESINADA GRITANDO ¡VIVA CRISTO REY!

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domingo, 8 de junio de 2025

MÁRTIR EN LA MATANZA DE HORNACHUELOS: VICTORIA DÍEZ MURIÓ ASESINADA GRITANDO ¡VIVA CRISTO REY!

Una joven en la matanza de Hornachuelos 
o cuando se muere gritando Viva Cristo Rey. 
memoria de una maestra

'No me importaría ir al fin del mundo, si allí he de darle gloria a Dios', escribía Victoria Díez. Y así fue. Su 'fin del mundo' fue un pueblecito de la sierra cordobesa, Hornachuelos, donde ejerció durante ocho años de maestra. Su profesión era una profunda vocación arraigada en Jesucristo y basada en la idea de Pedro Poveda y la Institución Teresiana. En 1936, cuando estalló la violencia en España, Victoria tuvo la ocasión de escapar, pero quiso permanecer en 'su' pueblo, con su 'gente'. El 12 de agosto moría asesinada violentamente, sellando así una corta vida, treinta y dos años, de amor a Dios y entrega a los hombres a través de la enseñanza.
Desde hace un tiempo tengo la costumbre de detenerme unos instantes cuando, viajando por los pueblos de España, encuentro placas, cuadros, retratos de aquellos que dieron su vida por Dios y por España -no nos avergoncemos de proclamarlo- en la zona dominada por los frentepopulistas durante la Guerra Civil.
Pocas son las Cruces de los Caídos que van quedando, víctimas de una proscripción impuesta que inició su andadura a finales de los años setenta; menos aún las que mantienen los nombres de aquellos que perdieron la vida ejecutados o asesinados por los frentepopulistas. Los procesos de beatificación y canonización han hecho, sin embargo, que, a veces, sin ocupar un lugar destacado, en algunos edificios religiosos, nos encontremos con el nombre o la imagen de aquellos hombres y mujeres.

Hace unos días, recorriendo unos pueblos de Granada, en una capilla singular, me encontré con un retrato en el que reparé porque ya lo había visto antes, incluso coloreado, en comentarios en redes sociales. Recordaba a Victoria Díez Bustos de Molina, una joven maestra. Como es habitual guardé testimonio fotográfico y anoté el nombre de aquella muchacha asesinada básicamente por los anarquistas en agosto de 1936.

El 10 o el 11 de agosto de 1936, ambas fechas se manejan en la documentación, dos milicianos, probablemente anarquistas, Francisco Jiménez Ordoñez, conocido por el apodo de Culo Perro, y Antonio García Urraco, se presentaron en su casa. Allí vivía con su madre, que también se llamaba Victoria, y se encontraban refugiadas las dos hermanas del párroco que había sido detenido unas semanas antes. Estaba tranquila, aunque con algo de la «mieditis» por la que le preguntaba en críptico lenguaje una amiga. Habían pasado casi tres semanas desde el 20 de julio y la proclamación del comunismo libertario en el pueblo. Más de una treintena de vecinos habían sido encerrados en esa fecha, primero en el juzgado municipal y luego en la casa de Paco, habilitada como prisión. Habían reparado en ella y se la llevaron, en su casa quedó el diario que llevaba (la publicación lleva el título de Cristo en primera fila).

Victoria ejercía de maestra en el pueblo desde 1928. Había ganado la plaza por oposición en 1927 y tras estar un curso en un pueblecito de Badajoz llegó a Hornachuelos, pertenecía a la Institución Teresiana, la gran revelación de su vida («la tarde del encuentro» que llenó su vocación según su recuerdo), creada por el Padre Poveda, también asesinado por los frentepopulistas, siendo abandonado su cadáver en el cementerio del Este en julio de 1936, al que Victoria había conocido en unas Jornadas en León en 1935. Se había hecho y quiso ser una maestra católica, misionera educativa del catolicismo militante imbuida por la ardiente vocación de los jóvenes de la Acción Católica.

Victoria era además diplomada por la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Unía a su vocación una profunda fe religiosa, perteneciendo a la Acción Católica. Muy pronto se hizo querer, no era solo una maestra. Tuvo que trabajar para levantar físicamente una escuela que quedó terminada en 1929. El edificio aún se conserva, es la sede del CEIP que lleva su nombre y que guarda un pequeño museo en su recuerdo. Se quiso retirar el nombre al mismo años después de la muerte de Franco pero las firmas del pueblo lo impidieron.

En Hornachuelos fue algo más que una maestra renovadora que abría otros horizontes a las niñas (no solo los maestros de la República, como se insiste sin mucho fundamento, fueron renovadores pedagógicos). Incansable abrió las puertas para dar clases nocturnas a las mujeres trabajadoras, a las jornaleras.

Aquel pueblecito era tierra de misión, zona de latifundio, de jornaleros pobres y explotados, de miseria y necesidad. A todo ello quiso atender. Impulsó la creación de la rama femenina de la Acción Católica en el pueblo, velando también porque creciera el número de jóvenes de la rama masculina de la Acción Católica (querían recatolizar España); ayudaba a los necesitados e impartía la catequesis infantil. Dio fuerza en el pueblo a la Asociación Misionera de la Santa Infancia. Su ardiente fe, la asunción de la tarea misional, le llevó a mantener la catequesis al ser prohibida por el gobierno de Manuel Azaña la enseñanza religiosa en los colegios. ¡Qué importa!, se dijo.

La violencia anticlerical, la persecución religiosa iniciada antes de la Guerra Civil, también llegó a Hornachuelos en 1934. La iglesia parroquial sufrió un incendio provocado y hubo que restaurar los dañado (el Sagrario, un retablo y algunas imágenes). Ella fue la primera en trabajar en la restauración al lado de un futuro compañero de martirio, el párroco Antonio Molina Ariza quien, de edad similar a Victoria, encontró en ella una colaboradora fundamental. También otro joven de la Acción Católica, que salvaría inesperadamente la vida, el farmacéutico Luis Pérez Herrero, se uniría a este pequeño grupo de líderes católicos. Contaban con Agustina, la hermana del párroco de la que Victoria se hizo muy amiga.

Antonio Molina era un año más joven que Victoria, pertenecía a una familia numerosa de recursos limitados. Sintió la llamada del sacerdocio muy joven. Ordenado en 1927 llegó a Hornachuelos un poco antes que Victoria para auxiliar al párroco Lorenzo Pérez Porras. Encontró pronto el apoyo del entusiasta grupo de jóvenes de la Acción Católica entre los que destacaba Victoria. Tras la profanación de 1934, en la Misa realizada perdonó a los que lo habían cometido la ofensa, sin duda vecinos del pueblo.

En no pocos jóvenes de la Acción Católica de aquellos años se asumió la idea de que su apostolado podía llegar a costarles la vida en medio de la confrontación política y la convulsión social (hubo muchos mártires de la Acción Católica en la zona republicana). A Victoria aquel sentimiento no le fue extraño: 
«Si es necesario dar la vida para identificarse con Cristo, nuestro divino modelo, desde hoy dejo de existir para el mundo, porque mi vida es Cristo y morir ganancia», escribió.

El peligro se hizo más evidente con los aires que trajeron la victoria del Frente Popular en febrero de 1936. En marzo escribía a una amiga: «Hemos pasado tres días de pánico grandísimo, pero gracias a Dios estamos sanos y salvos. Ahora, que siempre en espera de… lo que quieran». Al filo de la guerra tuvo otra intuición, transmitiéndola a otra amiga: «Tengo el presentimiento de que me matarán en Hornachuelos». Es más que probable que se preparara para el bien morir cristiano.
Casi tres semanas después de la proclamación del comunismo libertario los anarquistas repararon en ella; un símbolo de lo que ellos pretendían extirpar.

«¡Han detenido a Victoria!», la noticia corrió por el pueblo. Decenas de vecinas habían sido sus alumnas. Cuentan que hubo protestas, pero los acontecimientos se precipitaron y no hubo tiempo material para salvarla, quizás sus asesinos lo habían previsto. Victoria creía, cuando fue detenida, que iba a responder a algunas preguntas, pero la violencia anticatólica había prendido en el pueblo como veremos y ella se convertía en una víctima preciada; ignoraba que probablemente la habían detenido para asesinarla.

En la casa prisión, controlada por el Comité de Defensa de la República del pueblo (en realidad lo que defendían era comunismo libertario proclamado), había unos cuarenta detenidos. Solo otra mujer compartiría con ella el que iba a ser el último día de su vida, Remedios Fernández Arias. Según los testimonios recogidos unas semanas después, desde la ventana se la veía rezar. Sus alumnas se acercaban y a una de ellas pudo entregar un mensaje para su madre: «Mamaíta no se alarme usted; estoy aquí hasta que me tomen declaración; estoy en casa de D. Paco. Un abrazo. Por Dios no se alarme, tenga fe». A Agustina le encomienda que la proteja: «Cuídala, que no salga a no ser contigo». La única razón para retenerla era su significación religiosa. Unos años antes aquella muchacha de profunda fe había escrito: «Por mí, iría al fin del mundo si es ahí donde he de dar gloria a Dios».

¿Qué había pasado en Hornachuelos? En Hornachuelos había muchos pobres y casi ningún rico. Los latifundistas residían fuera del pueblo. Unos pocos comerciantes, los maestros, algunos funcionarios, administradores de fincas… una pequeña clase media que difícilmente podía ser émulo de la odiada burguesía. Así pues, el odio de clase tenía escasos objetivos directos en la localidad.
En toda la zona era importante la presencia anarquista de la CNT y del Sindicato Agrícola de Oficios Varios, pero en el pueblo el alcalde era un socialista nombrado tras el cese de la gestora por el nuevo gobierno del Frente Popular a resultas de las elecciones de febrero. No hubo rebelión ni intento de la misma el 18 de julio de 1936. Todas las fuerzas del pueblo se limitaban a los 4 guardias civiles del puesto. Probablemente nadie era conocedor de la sublevación militar antes de que estallara, no había «conspiración civil» en Hornachuelos.

El único incidente fue el cierre de la Iglesia tras la misa del domingo 19 el día 20. No fue una misa como las habituales, pocos feligreses, entre ellos Victoria, acudieron a tomar la comunión. La Guardia Civil, tras recibir órdenes contradictorias, secundaría al alcalde socialista Manuel Pérez Regal como máxima autoridad, pero este tendría que ceder, dadas las circunstancias, el poder al recién creado Comité de Defensa dominado por los anarquistas. Durante unos días tuvo que convivir con el nuevo poder hasta que el 28 de julio, tras la acusación directa al alcalde de ser «impotente para contener los efectos del hecho faccioso», se produjo la asunción de todos los poderes por parte del Comité, cuyos principales dirigentes ya eran Francisco Roldán, Juan Sola, José García, José Fernández y Antonio Zamora.

En Hornachuelos no sucedió nada distinto a lo de otros pueblos de una zona donde la reacción anarquista tras la rebelión cívico militar fue iniciar un movimiento revolucionario y dominar diversas localidades. A Hornachuelos le llegó el turno entre el 20 y el 21. Elemento clave de la proclama revolucionaria fue la llegada de fuerzas anarquistas desde Palma del Río a las órdenes de José España Algarrada Españita. Proclamado el comunismo libertario el poder efectivo pasó a un Comité de Defensa de la República en el que la figura fuerte sería el anarquista Manuel Padilla Vinego. Hasta el 20 no había habido ningún incidente en el pueblo.

El día 20 sonaron disparos de celebración realizados por los anarquistas. Ese día aún iba a oficiar Misa don Antonio. Cuando oyó los golpes a las puertas de la parroquia de Santa María de las Flores no lo dudó. Corrió hacia el Santísimo y con las formas sagradas en un copón corrió hacia su casa para evitar la profanación. Allí llegaron varias mujeres de la Acción Católica, no muchas, entre ellas Victoria. El portal sirvió de improvisado lugar para una última Comunión. Él fue detenido y su hermana se refugió en casa de Victoria.
Ese mismo día, el 20, la iglesia parroquial de Santa María de las Flores ardía al igual que sus enseres. Inmediatamente, entre el 20 y el 21, se procedió a la primera gran detención de derechistas y también de algunos «republicanos» considerados, sin duda, enemigos por los anarquistas de la CNT. La revolución anarquista se extendió por las fincas incluyendo el saqueo de las tiendas.

Según los datos registrados en los informes recabados por los instructores de la Causa General, además de ser pasto de las llamas, por segunda vez, la iglesia parroquial Santa María de las Flores («destrozadas sus diez y siete imágenes, la custodia, el palio, el órgano, el armonium, retablos, cuadros, etc.»), cuya reconstrucción se culminó en 1974, fueron destruidas la Capilla de San Salvador y la existente en el cementerio; lo mismo sucedió con algunas capillas situadas en fincas (San Bernardo, Nava de los Corchos, Moratalla, Umbrías de Santa María), y con la iglesia de la aldea de San Calixto o con la Iglesia del Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles. Naturalmente no se olvidarían de asaltar la Caja Municipal, incluyendo los depósitos del paro obrero y el Pósito (desaparecieron 47.000 pesetas de las que nunca más se supo), ni de robar a varios particulares (según el informe realizado en septiembre de 1936 «se llevaron dinero de varios propietarios a quienes se lo exigieron con violencia y entre ellos el Corresponsal de Bancos, a quien le robaron 1.000 pesetas»). En los primeros días se saquearon: las tiendas (9), lo que explica muy bien por qué fueron víctimas mortales los comerciantes (la tienda de Manuel Ruiz, asesinado, fue saqueada, al igual que las de la familia Vilela); 7 molinos aceiteros y 8 fincas (al no residir ninguno de los dueños no pudieron ser objeto de represión). Se produjo, como era habitual, la destrucción de los archivos parroquiales. El patrimonio cultural e histórico del pueblo quedaba gravemente dañado.

El comunismo libertario se iba a mantener en el poder hasta el 7 de septiembre, cuando sin resistencia las fuerzas de Queipo de Llano, al mando del comandante Francisco Buiza, entraban en la localidad. El último lugar controlado por los anarquistas fue el poblado de San Calixto. Si seguimos los partes de guerra, los heroicos anarquistas prefirieron salir corriendo antes que plantar batalla realizando, eso sí, un último saqueo general en el pueblo.
Algo más de una docena de vecinos, aunque habían sido liberados tras la matanza del 12 de agosto, respiraban con tranquilidad; algunos que habían huido del pueblo pudieron volver. Distinta debió de ser la situación los integrantes del Comité de Defensa que había ejercido el control del pueblo durante unas semanas, siendo sus miembros responsables de lo sucedido, lo que podía arrastrar duras consecuencias si eran localizados.

Según el informe del puesto de la Guardia Civil de Hornachuelos, pertenecientes a la 118 Comandancia, este Comité de Defensa estaba compuesto por: Francisco Roldán López, Antonio Camacho Calzada, José Fernández Diaz, José García García, Juan Felipe Martínez, Fernando Romero Domínguez, Rafael Fernández Diaz, Antonio Invernón Arias, Juan Soba Hernández, Francisco Pardo Camacho, José Campos Pérez, Antonio Zamora Díaz. Además estaba el Comité de Guerra que lo formaban Eduardo Bujalance López, Juan Segura Castro y Manuel Fernández. Y se sumaban los comités de Comité de Abastos (Ramón Egea Fernández, Rafael Ramón González, Manuel González Segura y Francisco Soja Cárdenas) y Sanidad (Antonio García León y Manuel García Garre). En caso de ser detenidos lo más probable es que, relacionados con los hechos, tras comparecer ante un Consejo de Guerra, una parte de los mismos hubieran sido condenados a pena de muerte.

Los detenidos de Hornachuelos en julio de 1936 por el Comité de Defensa fueron encerrados en el local del juzgado municipal (los jueces municipales habían sido detenidos y lo pagarían con su vida), pero debió de ser insuficiente por lo que se habilitó una casa próxima al Ayuntamiento, la de Francisco Gamero-Cívico. A ella fue conducida Victoria y de ella salieron hacia el martirio; los que no fueron seleccionados para la saca que se realizó el día 12, fueron trasladados a la Escuela de Párvulos.

En la noche del 11 al 12 unos cuarenta milicianos, la mayoría anarquistas y no pocos de ellos extraños al pueblo, llegaron a la casa prisión. Se llevaron a 18 del total de los prisioneros, entre ellos a Victoria. Atados, encabezados por el párroco Antonio Molina Ariza, acompañaron a aquella frágil maestra: Ramón Mesa Santiesteban, Manuel Diez Fuentes, Juan Felipe Vilela Vázquez, Rafael Vilela Vázquez, Manuel Vilela Vázquez, José Palencia Muñoz, Antonio Castro Bravo, Adolfo Cañero González, Isidro Calduch Cebedo, Julio Castro Tenllado, Antonio García Escobar, Manuel Ruiz Cárdenas, Rogelio Aguilera Ruiz, Andrés Villalba Serrano, José Ceballos Rodríguez. Todos ellos mayores de edad a excepción de Rogelio Aguilera.

¿Quiénes eran? El análisis de los datos nos permite acercarnos a uno de los retratos socioeconómicos y políticos de la represión ejercida por los frentepopulistas, a la eliminación de enemigos en los primeros meses de la guerra. Como anotamos, difícilmente se les podía identificar como enemigos de clase. ¿A qué se dedicaban? Resumamos sus oficios: 5 eran comerciantes (3 de una misma familia); 4 labradores; 3 maestros; 2 albañiles; 1 mecánico; 1 albañil; 1 secretario del Juzgado. Lo que sí tenemos son enemigos ideológicos: 8 miembros de Acción Popular; 1 falangista; 1 monárquico del Bloque Nacional y 1 republicano radical (señalemos dos casos singulares que, sin duda, fueron considerados algo así como traidores: 1 ex socialista y 1 progresista). Incluyamos también a los dos enemigos en razón del odium fidei: el párroco y la maestra de la Acción Católica. A la vez no pocos eran enemigos políticos: 8 eran concejales y gestores de derechas; un ex alcalde que había abandonado las filas socialistas (Julio Castro); un ex alcalde de ideología progresista (Adolfo Cañero) y los jueces municipales (Manuel Ruiz y Andrés Villalba). No hay ricos ni militares.

Atados en cuerda, en pareja, como era la costumbre en los traslados, recorrieron el camino del martirio andando hasta la finca del Rincón, entre 8 y 12 kilómetros. Pararon en la cercanía de la boca de un pozo-mina (el Minado del Rincón Alto), donde aún hoy parece que se conserva un sobrio monumento (un pilar en forma de columna que en lo alto tiene una pequeña Cruz). En la prisión quedaron algunos compañeros de cautiverio que después prestaron declaración como excautivos. También los asesinos contaron en el pueblo la historia de los hechos que muchos guardaron en la memoria. Según estos testimonios fueron unos 40 los milicianos que participaron en el traslado-asesinato. Victoria animaba a sus compañeros de cautiverio y de calvario. Han quedado registradas algunas de sus palabras: «Ánimo», «Daos prisa, nos espera el premio», «Veo el cielo abierto». Aquella muchacha asumía que caminaban hacia el martirio.

Fueron maltratados en el camino, vejados. Llegados al lugar, como burla, los milicianos hicieron un simulacro de juicio condenándolos a muerte (jueces, parte y asesinos). El sitio para el asesinato fue una piedra alta situada ante la boca del pozo. Ello obligó a matarlos uno a uno. Al ser alcanzados por las balas caían directamente a la sima. El párroco, don Antonio, y Victoria vieron como fueron siendo asesinados sus compañeros de martirio. Fiel a su ministerio el sacerdote daba la absolución y perdonaba a los asesinos. Es de suponer las burlas de los milicianos. Unos días después también sería asesinado su maestro en el seminario José María Peris Polo (beatificado en 1995); unas semanas antes, había sido asesinado en Puente Genil el párroco Lorenzo Pérez Porras, con el que empezó su andadura en Hornachuelos.

Es probable que entre los milicianos anarquistas se encontraran algunos del pueblo que no podían desconocer la obra realizada por Victoria con los necesitados y con las jornaleras. Quizás buscando el modo de salvarla la dejaron para el final. Asistió a la ejecución de todos, algunos fueron maltratados, quizás en un intento desesperado de resistencia, quizás por pura maldad. Lo que podría quedar confirmado con los datos recogidos de la exhumación realizada unas semanas después sin que parezca que se hiciera un informe forense detallado: «Don Isidro Calduch y Don Manuel Ruiz, que hubo de notarse cuando fueron extraídos sus cadáveres, que el primero tenía partido el brazo derecho como por el antebrazo y separado totalmente la mano, y el segundo partida una pierna poco más arriba del tobillo con separación del pie correspondiente». Parece, sin embargo, que respetaron a aquella muchacha que rezaba.

Victoria tenía como consuelo una estampa de la Virgen a la que se asía mientras rezaba. Llegó el turno. Alguien le propuso que si adjuraba de su fe, si apostataba, salvaría su vida. De rodillas, se negó siendo sus últimas palabras: «Digo lo que siento. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva mi Madre! [refiriéndose a la Virgen]. Dejaba la vida a los 32 años, siendo mártir de la fe. Entre los que abrieron fuego estaba uno de los que fueron a detenerla. Al ser beatificada, el cardenal Carlos Amigo anotó sobre su martirio: «No, no fueron simplemente unas circunstancias determinadas, […] sino el testimonio de esa fe, fuerte y humilde, que había manifestado durante toda su vida. […] Ahora bien podía ratificar con el martirio el compromiso, una y otra vez repetido: no volveré la cara al Señor».

Reiteremos, no fueron sepultados en una fosa común, lo que hubiera sucedido tras una ejecución regular, fueron arrojados de forma clandestina a un pozo abandonado de 10 metros de profundidad, esperando que nunca fueran localizados y que sus familiares pudieran velarlos.

La investigación posterior, dado que muchos de la cuarentena de milicianos que participaron en el asesinato no eran del pueblo, no fue sencilla. Solo de los asesinos fueron convenientemente identificados. Es posible que de otros, en 1940, cuando la instrucción de la Causa General recaba informes sobre los hechos, se prefiriera, quizás por no participar de forma directa en los disparos, no revelar sus nombres. El alcalde, compañero de Victoria en la Acción Católica, Luis Pérez, al señalar a los posibles culpables prefirió anotar: «fueron muchos, pero no es posible precisarlos, ya que no se conocen las actuaciones judiciales del Juzgado militar que actuó en esta localidad». Sin embargo, las declaraciones de los testigos señalaron a varios de ellos. Dejemos constancia de sus nombres: Antonio Muñoz Pulido, Emilio Ramos Contador, Antonio García Hurraco/Urraco Monegre, Juan Felipe Martínez Morilla, José Guerra Guerrero El Tocaor, Francisco Jiménez Ordoñez, Antonio Camacho Calzada, Antonio López Rodríguez, José Castillo Pérez el Herrero del Canal, condenados a muerte y ejecutados; Juan López Perales, fallecido, y Francisco Moreno Castro (estaba en prisión en 1940).

El hecho fue traumático y causó estupor en el pueblo en la mañana del 12 cuando se tuvo noticia de lo sucedido. Hasta el punto que se procedió a la liberación inmediata de 11 prisioneros. No habría una segunda saca. Inmediatamente se intentó justificar el asesinato, especialmente en el caso del sacerdote y Victoria. Se corrió el rumor de que tenían armas escondidas para distribuir entre los derechistas y tomar el pueblo; de Victoria que incluso guardaba la lista de los izquierdistas que debían de ser eliminados de producirse la rebelión. Sin embargo, como consta en los testimonios, los anarquistas habían realizado registros minuciosos para incautar armas (las escopetas eran habituales en un medio rural). Ni las encontraron en la Iglesia, ni en la casa del párroco, ni en la farmacia de Luis Pérez; tampoco se encontró ningún documento. En el pueblo casi todos sabían que los rumores no eran ciertos. Por otro lado, la conspiración para la rebelión en Córdoba tuvo muy escasa preparación y no parece que el pueblecito de Hornachuelos tuviera una red de conspiradores unida a la misma ni que fuera una excepción a lo sucedido en otros lugares de la provincia. Los cuatro guardias civiles actuaron siguiendo las órdenes recibidas.

Como ha sido habitual por parte de los historiadores de izquierdas, usualmente vinculados al lobby de la memoria, como Francisco Moreno, han intentado justificar las sacas, que se sucedieron en toda la zona dominada por el Frente Popular, vinculándolas a un momento de exaltación por un bombardeo (a veces sin que ello tenga relación causa-efecto), a la excitación por la venganza de algún miliciano muerto en el frente… De ahí que la saca de Hornachuelos, pese a que los presos a asesinar fueron evidentemente seleccionados, se intente justificar por la muerte de dos milicianos en combate en Peñaflor (Sevilla) días antes.

En la misma línea algunas páginas web del lobby de la memoria, en la que se habla de las víctimas del «franquismo» en la zona, se oculta el antecedente de la saca de Hornachuelos sin la que no es posible entender lo sucedido después. Se ha llegado incluso a intentar argumentar que hubo un juicio y que fueron condenados. Fue un asesinato para eliminar a los que eran los posibles adversarios, no tuvo ningún componente de «venganza» amparada en una movilización de protesta o de indignación por unos milicianos muertos en el frente días antes. Nada de eso hubo, ninguna manifestación se originó, ninguna reivindicación popular. Fue algo preparado conscientemente, con el conocimiento evidente del Comité de Defensa, con selección de las víctimas y nocturnidad. Nadie supo de una salida de los presos que se hizo por una puerta trasera de la casa habilitada como prisión.

Se puede llegar al extremo de dar crédito a la declaración de uno de los detenidos tras la guerra anotando que el incendio de la Iglesia parroquial en 1934 fue planeado por el cura párroco, asesinado en la saca, y la Guardia Civil para desprestigiar a la izquierda.
En la misma estela, de cubrir con nebulosas los hechos, cuando se busca información sobre la destrucción del patrimonio religioso en la localidad realizada por los frentepopulistas, en la web del Ayuntamiento, como en tantos lugares se menciona que «sufrió importantes daños durante la guerra civil», lo que no pasa de ser una media verdad que puede ser la peor de las falsificaciones.
En 1962 se abría la causa para la beatificación de Victoria Diez Bustos de Molina. Ya era objeto de amplia devoción. Tras ser liberado Hornachuelos, su amigo, el farmacéutico y alcalde Luis Pérez, apoyó la decisión de proceder a la inmediata exhumación de los restos de los asesinados, entre ellos Victoria, de aquel pozo. Trasladados sus restos fueron depositados en el cementerio de la localidad.

Su martirio no fue olvidado y la Institución Teresiana continua manteniendo el nombre de aquella maestra asesinada por su fe, tras una vida ayudando a la niñas, a las trabajadoras y a los necesitados, en diversos centros escolares por toda la geografía española (Teruel, Sevilla…) -también algunos públicos como el sevillano CEIP Victoria Díez en Cerro Amate-. La Fundación Diocesana de Enseñanza de Sevilla lleva su nombre, al igual que el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Córdoba creado en 2005 y vinculado a la Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid). Desde hace décadas la Asociación Cultural Victoria Díez de Coria del Río trabaja a favor del crecimiento personal y social de las mujeres. Su imagen sigue presente en inocentes dibujos que nos recuerdan su hálito de fragilidad e inocencia.

El 10 de octubre de 1933 el Papa San Juan Pablo II la reconoció como mártir procediendo en Roma a su beatificación. El Santo Padre afirmó: 
 «Esta beata es un ejemplo de apertura al Espíritu y de fecundidad apostólica. Supo santificarse en su trabajo como educadora en una comunidad rural, colaborando al mismo tiempo en las actividades parroquiales, particularmente en la catequesis. La alegría que transmitía a todos era fiel reflejo de aquella entrega incondicional a Jesús, que la llevó al testimonio supremo de ofrecer su vida por la salvación de muchos». 
Hoy continua abierta su causa de canonización.
Sus restos fueron exhumados nuevamente y trasladados a una cripta en la Capilla de la Institución Teresiana en Córdoba. Al encontrarme con su foto en una pequeña cripta bajo una montaña solo me quedó musitar una breve oración con un «reza por nosotros» y me propuse escribir este artículo.