EL Rincón de Yanka: LIBRO "SOBRE LA LIBERTAD" por ISAIAH BERLIN 🗽

inicio














lunes, 2 de junio de 2025

LIBRO "SOBRE LA LIBERTAD" por ISAIAH BERLIN 🗽

Isaiah Berlin
🗽
Los Cuatro ensayos sobre la libertad están entre las obras más representativas del pensamiento de Isaiah Berlin, tanto en lo que respecta a la originalidad de sus ideas como en lo que concierne al carácter brillante e incisivo de su estilo. «Las ideas políticas en el siglo XX» pasa revista a las grandes corrientes del pensamiento de dicha centuria; «La inevitabilidad histórica» constituye una lúcida reflexión sobre los condicionamientos históricos de la acción humana. 
«Dos conceptos de libertad» es una defensa del pluralismo y de la libertad individual. Finalmente, «John Stuart Mill y los fines de la vida» se ocupa del papel que desempeña el ideal de la libertad en el pensamiento de uno de sus más devotos campeones. 
En la larga introducción escrita para esta edición, Isaiah Berlín contesta a las críticas sobre sus ensayos formuladas por algunos destacados pensadores (E. H. Carr, Ernest Nagel, Morton White, S. H. Hampshire), dividiendo sus respuestas en cuatro apartados principales: el determinismo y su importancia en las ideas acerca de los hombres y de su historia; el lugar de los juicios de valor, especialmente los juicios morales, en el pensamiento histórico y social; la distinción en el ámbito de la teoría política entre libertad positiva y libertad negativa; finalmente, la cuestión del monismo y de la unidad o armonía de los fines humanos.
INTRODUCCIÓN

... Se puede preguntar que cuál es el valor que hay en la libertad como tal. ¿Es esta una respuesta a una necesidad básica del hombre, o es solamente algo presupuesto por otras exigencias fundamentales? Y más aún ¿es esto una cuestión empírica, para la cual son importantes los hechos psicológicos, antropológicos, sociológicos e históricos? ¿O es una cuestión puramente filosófica, cuya solución se basa en el análisis acertado de nuestros conceptos básicos y para cuya respuesta es suficiente y apropiado que se saquen ejemplos, sean estos reales o imaginarios, y no las pruebas fácticas que exigen las investigaciones empíricas? «La libertad es la esencia del hombre». 

«Frey sein ist nichts, frey werden ist der Himmel» (ser libre no es nada, hacerse libre es el mismo cielo). «Todo hombre tiene derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad». ¿Expresan estas frases proposiciones que se basan en algún fundamento empírico, o tienen algún otro estatus lógico? ¿Son proposiciones o mandamientos encubiertos, expresiones emotivas, declaraciones de intenciones o compromisos? ¿Qué papel tiene la prueba —histórica, psicológica o sociológica—, si es que tiene alguno, para el establecimiento de la verdad o de la validez en estas cuestiones? ¿Podría darse el caso de que, si las pruebas de los hechos se pusiesen en contra nuestra, tuviésemos que revisar nuestras ideas o retirarlas por completo o, en el mejor de los casos, conceder que estas proposiciones — si es que lo son—, son solamente válidas para determinadas sociedades, épocas o lugares, como pretenden algunos relativistas? 
¿O está demostrada su autoridad por el análisis filosófico que nos convence de que ser indiferente a la libertad no es compatible con ser humano, o por lo menos, con ser completamente humano; entendamos por ser humano bien el término medio de los que pertenecen a nuestra propia cultura, o bien el hombre en general en todo tiempo y en todo lugar? 

A esto, basta con decir que los que valoraron la libertad por sí misma creyeron que ser libre para elegir, y no para que elijan por uno, es un ingrediente inalienable que forma parte de lo que hace humanos a los seres humanos, y que esto es la razón fundamental de que se exija positivamente, tanto al tener voz en las leyes y actividades de la sociedad en que se vive, cuanto el que se le conceda a uno un ámbito, hecho artificialmente si es necesario, en el que uno sea su propio dueño, un ámbito «negativo» en el que ningún hombre esté obligado a dar cuenta de sus actividades a nadie, en tanto que esto sea compatible con la existencia de la sociedad organizada.

Quisiera añadir una observación final. Nada de lo que digo en el ensayo referente a dos conceptos de libertad sobre las fronteras de la libertad individual (y esto también es válido para la libertad de los grupos y de las asociaciones) debe ser entendido como que la libertad, en cualquiera de sus significados, sea inviolable o suficiente, en un sentido absoluto. No es inviolable porque pueden producirse condiciones anormales en las que, para evitar una alternativa suficientemente terrible, puede que haya que pasar por alto incluso las sagradas fronteras de que habla Constant, como por ejemplo, las que son violadas por las leyes retrospectivas, el castigo al inocente, el asesinato judicial, los informes que dan los hijos contra sus padres, o el testimonio de falsos testigos. 

El señor McFarlane dice esto contra mí, y yo creo que con razón. Sin embargo, la excepción confirma la regla: precisamente porque consideramos que tales situaciones son completamente anormales y que tales medidas son detestables, pudiendo ser solamente condonadas en situaciones urgentes que sean tan críticas que lo que haya que elegir haya que hacerlo entre grandes males, reconocemos que en condiciones normales, para la mayoría de los hombres, en la mayoría de las épocas y de los lugares, estas fronteras son sagradas; es decir, que traspasarlas conduce a la inhumanidad. A la inversa, el ámbito mínimo que requieren los hombres, si hay que evitar tal deshumanización, ámbito mínimo que pueden invadir los demás hombres o las instituciones que ellos han creado, no es más que un mínimo; sus fronteras no deben ser ampliadas en contra de las pretensiones suficientemente rigurosas de otros valores, incluyendo los de la misma libertad positiva. 

Sin embargo, a mí me sigue pareciendo que el concepto adecuado de los grados de libertad individual consiste en la extensión que tenga el ámbito en el que sea posible elegir. Este ámbito mínimo puede que sea incompatible con las situaciones que requieren otros ideales sociales, tecnocráticos y otros parecidos; pero esta pretensión es lo que lleva consigo la exigencia de la libertad individual. Lo que menos implica esta, es que los individuos o los grupos cedan en el autogobierno democrático de la sociedad, una vez que se han asegurado y protegido contra los demás sus derechos bonitamente calculados, dejando todo el resto a la actividad de la Política. Una expansión indefinida del ámbito en el que los hombres pueden elegir libremente entre varias maneras posibles de obrar, claramente puede no ser compatible con la realización de otros valores. 

De aquí que, siendo las cosas como son, nos veamos obligados a ajustar pretensiones, llegar a compromisos, establecer prioridades y ponernos a hacer todas esas operaciones prácticas que de hecho siempre ha requerido la vida social, e incluso la vida individual. Si se sostiene que la identificación del valor de la libertad con el valor de un ámbito de decisión libre equivale a una doctrina de la autorrealización positiva que de la negativa, yo no pondré ninguna objeción importante y solamente repetiré que, de hecho, históricamente, la deformación de este significado de la libertad positiva (o autodeterminación) llevada a cabo incluso por un liberal tan bienintencionado como T. H. Green, por un pensador tan original como Hegel, o por un analista de la sociedad tan profundo como Marx, ha oscurecido esta tesis, y la ha transformado en su contraria. Kant, que expresó mucho menos equívocamente su postura moral y social, denunció el paternalismo, ya que lo que este obstruye es precisamente la autodeterminación; aunque sea indispensable para curar ciertos males, para los que se oponen a la tiranía, es, en el mejor de los casos, un mal necesario, como lo son todas las grandes acumulaciones de poder como tal. 

Los que sostienen que estas concentraciones de poder a veces son necesarias para remediar injusticias o para aumentar las libertades insuficientes de los individuos o de los grupos, tienden a ignorar o a minimizar el reverso de la medalla; a saber, que mucho poder (y mucha autoridad) es también, por regla general, una amenaza estable a las libertades fundamentales. Todos los que han protestado contra la tiranía en los tiempos modernos, desde Montesquieu hasta hoy, han luchado con este problema. La doctrina que dice que las acumulaciones de poder no pueden ser nunca demasiado grandes, en el supuesto de que se usen y se controlen racionalmente, ignora la razón fundamental que hay para querer la libertad en primer lugar: que todos los gobiernos paternalistas, por muy benevolentes, cautos, desinteresados y racionales que hayan sido, han tendido en último término a tratar a la mayoría de los hombres como niños pequeños, que son la mayoría de las veces irresponsables o tontos incurables, o, si no, que maduran tan despacio que no está justificado liberarles en una fecha que se pueda prever con claridad (lo cual, en la práctica, significa nunca). 

Esta es una política que degrada a los hombres y que creo que no se basa en ningún fundamento racional o científico, sino, por el contrario, en una idea profundamente equivocada de lo que son las necesidades humanas más profundas. En los ensayos que siguen he intentado examinar algunas de las falacias que se basan en una mala comprensión de ciertas necesidades y finalidades humanas fundamentales; es decir, fundamentales con arreglo a la idea normal que tenemos de lo que es un ser humano, un ser dotado de un núcleo de necesidades y fines, que es común a todos los hombres, que puede que tenga una estructura cambiante, pero cuyos límites están determinados por la necesidad básica de comunicarse con otros seres semejantes. La idea de este núcleo y de estos límites forma parte de la concepción que tenemos de los atributos y funciones fundamentales en cuyos términos pensamos a los hombres y a las sociedades. 

Me doy cuenta perfectamente de algunas de las dificultades y puntos oscuros que tiene todavía mi tesis. Pero, estando a punto de escribir otro libro, no podía hacer más que tratar de las críticas que me parecían al mismo tiempo más frecuentes y menos eficaces, basándose como lo hacen en una aplicación demasiado simple de determinados principios científicos o filosóficos a los problemas sociales y políticos. Pero incluso en esto, también me doy cuenta de que hay que hacer mucho más, especialmente en la cuestión del libre albedrío, cuya solución requiere, a mi juicio, un conjunto de nuevos instrumentos conceptuales, y una ruptura con la terminología tradicional, que nadie, que yo sepa, ha sido capaz de proporcionar.


BERLIN, Isaiah, Cuatro Ensayos Sobre La Libertad by Jaime Garcia Muñoz


VER+: