Que (tampoco)
nos arranquen los bares
Esta semana nos enterábamos de que George Wendt, el mítico actor que interpretaba a Norm en la serie Cheers moría a los 76 años. Norm era un cliente habitual del bar, un parroquiano fijo, al que saludaba la parroquia con un sonoro y coral «Noooooorm» cuando llegaba al local. Correspondía al consistorial saludo con un buenos días y una frase ingeniosa en el trayecto desde el colgador que sostenía su gabardina hasta su sitio habitual en la barra donde aguardaba su llegada un ‘lo de siempre’ que ni tenía que pedir. A pesar de ser Cheers un bar de Boston, lo que representaba Norm y la clientela es algo tan español como la familiaridad del bar de la esquina, la microsociedad fraternal en la que unos están pendientes de los otros, los que preguntan, «y dónde está Antonio que hace tiempo que no le veo», los que se preocupan por los otros, los que guardan las llaves de las casas de los vecinos, pequeños favores de comunidad que la gente se presta. El pueblo vivo, que se reúne a contarse sus cosas y a beber el vino de las tabernas, todo ello tan opuesto al individualismo postmoderno del ocio de piso, del gato en la cesta, de la serie de Netflix y copitas en casa. El espíritu de comunidad es algo que merece mucho la pena conservar y que también, en cierto modo, como los olivos, nos quieren arrancar para sustituir por utilísimas placas de moderno aislamiento. Y frente a esto, hay que rebelarse.
Salía de un bar de Espronceda cuando O’Mullony me ofreció colaborar en La Gaceta. Después de nuestro breve parlamento, ofrecimiento incluido, fui a celebrar la ilusión que me hacía la oportunidad recibida con una cervecita en el local de un amigo argentino que está ahí al lado. Años atrás iba a ese garito a hacer tiempo hasta que tenía que entrar en el programa en el que participaba en la vecina calle de Modesto Lafuente. Comentaba esas cosas con Martín, el tabernero, y a partir de alguna de esas cosas que comentábamos, me habló del Martín Fierro que yo no conocía hasta ese momento. Y como el gaucho, Pido a los Santos del Cielo/que ayuden mi pensamiento/ les pido en este momento/ que voy a cantar mi historia/ me refresquen la memoria/ y aclaren mi entendimiento.
Si esta colaboración prospera, la mayoría de las columnas, como esta misma que ahora escribo, serán «ocurridas» y escritas en los bares «que nos sirven de oficinas» como dice Sabina y que, generalmente, regentan taberneros que ya son amigos. Un español hace muchas cosas en los bares porque no va al bar a hacer nada concreto, va a ver quién hay, a socializar y a comentar la jornada. Esta es la diferencia de nuestros garitos y los europeos. Quizá con la excepción de los Pubs isleños, que serían la referencia del mítico Cheers.
El hostelero clásico español es un superviviente. Ahora está rodeado de sitios donde vivir «experiencias culinarias». Inversiones de empresas que hacen los locales todos iguales y uniformizan las calles. Al tabernero español le castigaron con la arbitrariedad de las leyes antitabaco. En los años de pandemia le obligaron a aplicar medidas sanitarias absurdas incomodando a sus clientes habituales entre los que no se encontraban los iluminados políticos, se entiende, que bien se fumaban un puro con esas medidas (literalmente). Los apóstoles del totalitarismo moral bipartidista les asfixian legalmente, con normativas fiscales, laborales y sanitarias hasta llevarles a la ruina (literalmente también). El penúltimo episodio de este acoso del moralismo inmoral será obligarles a cambiar el mobiliario por las prohibiciones de la publicidad. La ley que prepara el Gobierno que prohibirá a nuestros hosteleros a utilizar mesas de Cruzcampo, sillas de Mahou, ceniceros de Cinzano o sombrillas de Anís del Mono. Lo de toda la vida, vamos. Y esto es lo que nos quieren borrar, lo de toda la vida. Quieren intervenir en todo. El adanismo infatuado de las Mónicas, Pedros —pero también Celias y Albertos— de esos personajes tan bien retratados por Machado como pedantones al paño/ que miran, callan, y piensan/que saben, porque no beben/ el vino de las tabernas.
En los bares y las tabernas se bebe vino mientras se habla y se socializa. Se maldice a los políticos de esos 40 años que nos dimos, según glosaba Ayuso, que creen que pueden pensar por nosotros, que creen que pueden decidir nuestras costumbres, que promocionan que se arranquen olivos centenarios o costumbres centenarias. Esos hemiciclos populares de los bares no soportan la frivolidad de estos personajillos. Los de las multas gallegas de 60.000 euros, los de los pasaportes o las moralinas. Usted lector, que quizá este «pantalleando», antes se diría hojear, este artículo mientras apura un café y unos churros donde siempre, rebélese. Cada vez que salga alguno en la pantalla del bar donde desayune, tome la palabra, es su turno. Se ha hecho toda la vida. Esos políticos que salen en la tele del bar quizá no le oigan desde la barra, yo creo que algo oyen, pero sus compañeros de bancada-barra del bar donde le han puesto el café en vaso sí, y tampoco quieren que una iluminada piense por ellos.
Que no suspendan las sesiones de las Cortes populares. Que no nos arranquen el bar de la esquina.
VER+:
0 comments :
Publicar un comentario