INOCENTES
Las otras víctimas de la ETA
La ETA, una organización terrorista sin parangón en Europa, dejó un reguero de viudas, huérfanos, hermanos y amigas no solo desconsolados por unas muertes dramáticas sino vilipendiados por una sociedad cruel, aterrorizada y, en muchos casos, cómplice que no supo o quiso mostrar el más elemental rasgo de piedad o empatía con unas víctimas cuyo único pecado era su parentesco con los que la organización terrorista había puesto en una diana, antes de disparar un arma. Todos ellos son los inocentes de los que habla este libro único y brutal que quiere rendir sentido homenaje a miles de compatriotas heridos por la metralla, pero quizá aún más, por el desprecio de una sociedad enferma y de un país acomplejado que además de no defender sus vidas no supieron consolar a sus familiares. Pese a los ríos de tinta utilizados para intentar contar los años salvajes de la reciente historia de España, hasta ahora nunca se había abordado el fenómeno del día después como se hace en este libro. Tras la sangre vino el exilio de las provincias vascas o, peor aún, la permanencia en un territorio hostil que solo les ofreció ausencia de empatía, desdén y hasta burlas. Inocentes. Las otras víctimas de la ETA relata la historia de unos héroes anónimos que resistieron y mantuvieron la dignidad de los muertos y de todos nosotros.
«Hay historias de víctimas de ETA que la gente no conoce y que tuvieron muchísimo peso».
El mirobrigense ha escrito un libro en el que refleja las historias de los que fueron los héroes anónimos en tiempos de ETA.
Aeropuerto de Reus. Juan José Mateos siempre recordará el día, el lugar y la hora en la que su vida dio un giro de 180º. Se encontraba de servicio. Tenía 22 años, acababa de terminar sus prácticas y 20 días antes había elegido su destino para ejercer. Un artefacto mataba a una mujer de la limpieza y hería a más de 30 personas. Y, desafortunadamente, la onda expansiva le pilló provocando que tuviese que pasar por quirófano hasta en tres ocasiones, dejándole, además, sordo de los dos oídos.
PRÓLOGO
Escribo estas lineas amistosas a título de excepción. Hace ya bastantes años que he renunciado a escribir prólogos a obras de autores españoles.
El motivo es que me piden tres o cuatro al mes y a veces esos autores son amigos o conocidos con los que tengo cierto compromiso. Si accediese a todas las peticiones no haría nada más en la vida y, la verdad, no es plan. De modo que la única forma de evitar los agravios comparativos es no hacer ninguno y santas pascuas.
Pero violo este sano principio hoy por dos razones de peso. La primera es que el autor de este libro, Juan José Mateos San José, es un guardia civil y que además sirvió en Euskadi en la época que ahora nadie quiere recordar. Para mí, ser guardia civil no es cualquier cosa: es un título de honor como muy pocos. El agradecimiento que los vascos españoles que padecimos el terrorismo debemos sentir por la Guardia Civil es más de lo que puede expresarse con unas cuantas fórmulas de compromiso. No creo haber sido el único que algunas noches se durmió y algunas mañanas se despertó pensando con alivio: «Aún nos queda la Guardia Civil». Eso no voy a olvidarlo. Ni su admirable sacrificio, ni la dignidad con que acudían a los funerales de sus compañeros caídos en defensa de nosotros, los ciudadanos opuestos al separatismo. Y me indigno hoy de que estos abnegados servidores de lo público tengan que salir a la calle en manifestación para reivindicar (junto con la Policía Nacional) igualdad de sueldos y pensiones con otros cuerpos de seguridad locales que desde luego no tienen más méritos que ellos.
Además de la calidad del autor, está también el tema del libro. Que es la crónica de lo que fueron los infames años del auge de ETA y sus sayones. Una auténtica tiranía del terror. No se crean las disculpas amnésicas de los que pretenden que ETA ya es puro y simple pasado, que nada tiene que ver con nuestro presente. Esos amnésicos suelen ser los mismos que recuerdan a sus adversarios ideológicos puntillosamente cualquier exabrupto machista de hace veinte años o cualquier inspección de Hacienda con resultado irregular a una prima carnal. No, la historia en detalle de ETA y sus cómplices -¡tantos cómplices!- debe ser recordada porque aún es el mayor mérito que disimuladamente los separatistas exhiben para prestigiarse y ganar los votos de las nuevas generaciones. Nosotros, los vascos españoles y constitucionalistas, debemos recordarla para que sepamos a quién nunca debemos votar en el País Vasco, aunque se presenten bajo la piel de oveja que ahora les parezca más favorecedora.
Este es un libro útil y que, digan lo que digan los conformistas (por no llamar los cómplices), sigue siendo necesario. Por eso yo felicito a su autor y he querido apoyarle con estas líneas.
FERNANDO SAVATER
Introducción
¿Es necesario otro libro sobre la ETA? ¿No está todo contado y recontado? ¿Acaso hay que seguir removiendo el pasado en lugar de olvidar para convivir?
Eso es lo que nos quieren vender algunos, pero como ha demostrado reiteradamente la historia, un trauma colectivo solo se cura recor dando, poniendo «los muertos» encima de la mesa, homenajeando a las víctimas, pidiendo perdón y perdonando, por muy doloroso que resulte.
Acaba de empezar un año en el que algunos vaticinan la llegada a Ajuria Enea del primer lendakari de la que fuera rama política de la ETA. Si se cumpliera el vaticinio, quedaría demostrada la enorme necesidad de recordar, de homenajear a las víctimas y de denunciar a los asesinos y sus cómplices.
Nadie puede atribuirse la condición de víctima por haber tenido que recorrer cientos o miles de kilómetros para visitar a un familiar que es un asesino o miembro de una banda de asesinos. No cuando en el piso de abajo, o en la calle de atrás, vive la viuda de un asesinado por la ETA, sin que sepa, en muchas ocasiones, el motivo de esa sentencia de muerte (suponiendo que pudiera tener alguna justificación), más allá de la genérica y socorrida acusación de «chivato». No cuando queda una familia destrozada a la que no bastó con descabezar, sino que hubo que escarnecer, insultar, denigrar. A la que durante muchos años ninguna institución del Estado ayudó o apoyó lo suficiente. Fijemos los términos de una vez y sin ambigüedad: en el País Vasco y Navarra las víctimas son los damnificados por la ETA y su entorno, no los etarras y sus familias. Mientras no se diga esto claramente y por parte de todos, la sociedad vasca no gozará de salud moral.
En el fondo, todo cuanto hemos sabido de las víctimas de la ETA es el relato casi forense del día de su asesinato y los homenajes y conmemoraciones (afortunadamente cada vez mayores, pero muy escasos en los años de plomo de la banda). Lo que este libro pretende es honrar a todos esos inocentes a través de las vidas y desgracias de los familiares de los muertos, recogiendo un manojo de relatos de supervivientes.
Si creen que lo saben todo sobre las acciones de la ETA, su entorno y sus cómplices en sentido amplio, pasen y lean. Lo que aquí atesoramos son testimonios desgarradores, historias que empequeñecen novelas exitosísimas que aseguran reflejar lo más crudo de aquellos años.
Nota terminológica
Al igual que en Pikoletos. La derrota de la ETA y la élite de la Guardia Civil, hemos optado por referirnos a la organización terrorista anteponiendo a su nombre el artículo determinado: «la ETA». Creemos que es la manera adecuada de hacerlo, a pesar de la extendida costumbre en sentido contrario.
Al mencionar «la ETA» incluimos también a su entorno, nunca suficientemente destacado e imprescindible en el desarrollo y mantenimiento de la organización terrorista a lo largo de las décadas.
No nos parece correcto el uso del término «comando» para referirse a las unidades de acción de la ETA, pero consideramos que, en este contexto, no resulta fácil sustituirlo por otro más adecuado y por ello hemos optado por escribirlo entre comillas.
Cuando se emplean vocablos vascos que tienen adaptación gráfica castellana, se ha optado por esta (p. ej.: «euskaldún» o «lendakari»). En general, se ha seguido el mismo criterio con los topónimos (p. ej.: Rentería, Beasaín, Guecho, etc.).
Por último, al hablar de las provincias en las que actuaron en gran medida la organización terrorista y su entorno, usamos el término «País Vasco», pero con él, por simplificar, nos referimos en la mayoría de las ocasiones a las tres provincias de esa comunidad autónoma junto con la Navarra.
La soledad de la víctima
En torno al 2 de mayo de 1980 se guardan muchos silencios en esta ciudad, algunos secretos, y nadie quiere decir nada, pero ocurrieron unos hechos de índole terrorista, contra intereses americanos, en los que murió una persona, mi padre, Jesús Argudo Cano.
Soledades y silencios. Soledad se llama mi madre y también mi hermana, y supieron convivir con esa soledad con mayúsculas que te produce la desaparición de un marido o un padre. La soledad a veces no te deja salir de ese maldito bucle que se instala dentro de tu vida para repetirte constantemente lo mismo: un por qué que no tiene respuesta, porque es incomprensible que alguien mate a otro sin conocerlo, sin que medie absolutamente nada, simplemente por estar en un puesto de trabajo un día cualquiera.
La soledad y el silencio habitaron con ellas muchas noches, muchos días, muchos platos de cena sin tocar, con sus cubiertos recién puestos; pero él no venía a cenar, no había nadie que la comiese, y así un día tras otro, esperando.
A las 7.30, cuando mataron a mi padre, mi madre preparaba la cena, porque aquel día había cambiado el turno y vendría a cenar. En aquella cena se quedó la vida de mi madre igual que la vida de mi padre, una cena sencilla de acelgas y tortilla de un huevo, una cena que puso día tras día durante quince días con el argumento de que dormía y que vendría a cenar. Allí quedó su vida en esa cena sencilla.
Se negaba a admitir que mi padre había muerto. Recuerdo cuando al verlo en el Instituto Anatómico Forense nos decía a todos: no lo veis como está dormido. No aceptaba una realidad tan dura. Soledades.
Soledad y silencios, como cuando tuve que decirle a mi madre que me diese una sábana para amortajar a mi padre porque en el Anatómico Forense no tenían, porque la Policía no tenía para mi padre. Soledad e impotencia.
Impotencia y desolación cuando nos trajeron toda la ropa ensangrentada en una bolsa de basura, para que hiciésemos con ella lo que quisiéramos. Lógicamente la tiramos y a los cinco días vinieron a buscarla por si la teníamos para buscar pruebas: eso es soledad, eso es silencio.
El asesinato en 1980 de Jesús Argudo Cano, guarda jurado en las oficinas de la General Motors en el centro de Zaragoza, es un acto terrorista que sigue sin resolver
Soledad impuesta por la vía de los hechos. Nadie, absolutamente nadie de los estamentos políticos, de los partidos, de los sindicatos, de los órganos militares, de la prensa... nadie se dirigió a nosotros para darnos un apoyo. ¡Qué miedo había al apellido General Motors! ¿De quién fue la orden de guardar silencio, un silencio que resonó en nosotros toda la vida, un silencio difícil de llenar si no es con un quejido? Silencio.
Llovía en silencio cuando lo llevamos a enterrar el día 4 de mayo, una lluvia tan suave que no impedía el acto. Creo que Dios lo hizo a idea por un hombre bueno, porque pudimos contemplar las flores de la primavera, que venía temprana ese año, todo estaba cuajado de hierba verde y flores. ¿Para qué necesitábamos a todos esos que viven de la política y se arrastran delante de los poderosos? Como dice Whitman, una brizna de hierba no es menos que el camino que recorren las estrellas, y había muchísimas en torno a mi padre.
Silencio sepulcral cuando lo enterraron, no se oía una mosca, solo el trabajar de los operarios para meter la caja. Hasta los pájaros se callaron, había muerto un hombre bueno sin ninguna razón, sin ningún propósito, solo venganza contra un ente, los americanos, que dicho así no sabemos quiénes son.
Soledad se llama mi madre y le esperaba mucha soledad, justo cuando empezaban a salir del agujero y se habían ilusionado con comprar un apartamento en Biescas para ir al Pirineo. Recuerdo el lunes cuando se hizo el funeral en la parroquia de San Vicente de Paúl. Estaba abarrotada de gente sencilla del barrio de Casablanca, que conocían a mi padre; ellos sí que lo iban a despedir como merecía.
Nunca se debe pagar un precio por una vida humana, nunca por muy alto que este sea, por muchos puestos de trabajo que traiga, porque si uno solo muere por esa causa luego vendrán más y más y más, ¿y por qué no todos? Importa poco si fue el Frap o el Frava, importa poco si fueron tres individuos o cinco o siete, importa poco, lo que importa es la vida que se llevaron sin saber nada de él, sin cruzar ni una palabra.
Solamente hay silencio y el resonar de un disparo fue la conversación que se escuchó, que se cruzaron. Solamente desde la paz del corazón se puede perdonar, y eso era mi madre, el perdón, porque también tienen madres los terroristas, decía.
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