DE LA LUNA:
PETRÓLEO, DINERO, HOMICIDIO
Y LA CREACIÓN DEL FBI
En los años veinte, la comunidad india de los Osage en Oklahoma era la población de mayor renta per cápita del mundo. El petróleo que yacía bajo sus propiedades les convirtió en millonarios: construyeron mansiones, tenían chóferes privados y mandaban a sus hijos a estudiar a Europa. Pero un espiral de violencia asoló esta comunidad indígena cuando sus miembros empezaron a morir y a desaparecer en extrañas circunstancias.
La familia de una mujer Osage, Mollie Burkhart, se convirtió en un objetivo principal. Sus tres hermanas fueron asesinadas. Una fue envenenada, otra murió a tiros y la tercera falleció en una explosión. Otros miembros de la los Osage morían en circunstancias misteriosas, y muchos de los que se atrevieron a investigar los crímenes fueron también asesinados. Cuando el número de muertos alcanzó los veinticuatro, el recién inaugurado FBI decidió intervenir y fue uno de sus primeros grandes casos de homicidio. Después de que la investigación resultara un desastre, el joven director J. Edgar Hoover acudió al antiguo comandante de Texas, Tom White, para que desvelase el misterio. White estableció un equipo infiltrado, incluyendo a un agente nativo en el grupo.
En este apasionante crímen verdadero, que Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio llevarán a la gran pantalla, se revelan nuevos secretos de una de las conspiraciones más siniestras contra la comunidad indígena de Estados Unidos. Como ya hizo en Z, la ciudad perdida, Grann se sumerge en una profunda y exhaustiva investigación para desvelar uno de los episodios más oscuros y despiadados de la Historia norteamericana.
LA HISTORIA NEGRA DEL ETNOCIDIO
ESTADOUNIDENSE O ANGLOSAJÓN:
Crímenes, codicia y petróleo en Estados Unidos a principios del siglo XX
Más que un encuentro de culturas, en América hubo un encontronazo. Los aborígenes sufrieron una inexorable pérdida de vidas, de tierras y de tradiciones. La muerte de su cultura era el final del trayecto hacia la civilización. Pero hubo un pueblo castigado por partida triple, víctima de una segunda y una tercera muerte cuando ya estaba al final del camino. Los osages vivieron en pleno siglo XX en Estados Unidos una increíble historia de crímenes, codicia y petróleo, un caso tan truculento como silenciado.
Como todos los nativos americanos, los osages fueron diezmados por las guerras y las enfermedades propagadas por los invasores. Originalmente vivían entre los ríos Misuri y Arkansas, entre los estados de ese mismo nombre, aunque sus dominios llegaban hasta Kansas y Oklahoma. A finales del siglo XIX, la llegada de otras tribus expulsadas del este y la imparable colonización blanca los había ido arrinconando en una porción de terreno cada vez más pequeña.
La práctica extinción de los bisontes, que sustentaban la economía de numerosas tribus de las llanuras, fue el último empujón hacia el precipicio. Apagado su temible ardor guerrero del pasado, los osages se resignaron a vivir en las reservas, a las costumbres de los blancos y a los internados donde sus hijos perdían cualquier atisbo de su vida salvaje. Cuando los modoc, los lakotas, los cheyenes, los nez percé y los apaches aún alimentaban la llama de la rebelión, ellos ya habían claudicado. Fue su primera muerte.
En 1804, el presidente Jefferson dijo a una delegación osage en la Casa Blanca: “Siempre seré vuestro amigo y benefactor”. Poco después, sus protegidos tuvieron que renunciar a 40 millones de hectáreas a cambio de “vivir en paz” en una reserva de Kansas de 21.000 km2. De nuevo, les prometieron que esa tierra sería suya para siempre y de nuevo les engañaron. Pronto llegaron más colonos, entre ellos la familia de Laura Ingalls, que plasmó sus recuerdos en la edulcorada La casa de la pradera (Noguer).
En 1870, los osages se vieron obligados a vender sus haciendas por un precio irrisorio (2,50 dólares la hectárea). Tuvieron que buscar un nuevo lugar donde vivir y creyeron encontrarlo en el entonces llamado Territorio Indio, que en 1907 se convertiría en el estado número 46, Oklahoma. Este nombre significa “el país del hombre rojo”, en la lengua choctaw, una de las muchas naciones indias allí confinadas. ¿Por qué tantos indios, de procedencias tan diversas, acabaron concentrados en este lugar?
La respuesta es muy sencilla: Oklahoma era entonces tan agreste y rocosa que nadie la quería. Así lo comprobó Edward S. Curtis (1868-1952), pionero de la fotografía y la etnología, autor de los veinte volúmenes de la enciclopedia El indio norteamericano (Olañeta). A principios del siglo XX, dijo, “Oklahoma albergaba una cuarta parte de todos los nativos de Estados Unidos, aunque sus únicos habitantes originarios eran los wichitas y otros cadoanos, como los pawnee” (los indios malos de Bailando con lobos ).
Los blancos no estaban interesados en el Territorio Indio, entre otras cosas, porque era demasiado accidentado y pedregoso. El suelo, duro como una piedra, ofrecía cosechas muy pobres. No servía ni para la agricultura ni para la ganadería extensiva. “Seguiremos pasando hambre, pero al menos estaremos tranquilos”, debieron pensar los osages. Compraron casi 600.000 hectáreas a 70 centavos el acre (menos de 1,5 dólares la hectárea) y a principios del decenio de 1870 iniciaron su viaje a ninguna parte.
Otros antes que ellos habían emprendieron esa misma peregrinación, como los choctaw, los cheroquis, los muscogee, los semínolas y los chickasaw. En ese traslado forzoso al oeste murieron al menos 4.000 personas, lo que justifica el nombre indio con el que se conoce esta bárbara expatriación, el Sendero de las Lágrimas. El novelista R. A. Lafferty relata en Okla Hannali (Valdemar) el pesar de ancianos y madres, que se infligían heridas sobre las tumbas de hijos “ante las que nunca más llorarían”.
La mala suerte de los osages no había acabado. Ellos no lo sabían aún, pero su nueva reserva estaba maldita. La maldición se llamaba petróleo. El erial al que les enviaron se asentaba sobre un inmenso yacimiento petrolífero. Y, para llegar hasta el oro negro las empresas debían pagar arriendos a los indios. El periodista David Grann ha destapado los entresijos de esta historia en Los asesinos de la luna (Random House), una investigación que ha sido comparada con A sangre fría , de Truman Capote.
La tribu tenía unos 3.000 integrantes, lejos de los 9.000 que llegaron a ser en su época de esplendor. Sus integrantes comenzaron a cobrar cheques trimestrales en concepto de regalías. Los primeros fueron de apenas unos dólares, pero las cantidades crecieron y crecieron. En 1921, los osages ingresaron unos 30 millones de dólares (unos 358 millones de euros en la actualidad). De antiguos desarrapados pasaron a ser “el pueblo más rico del mundo”. Al menos, en teoría. Y del pueblo más rico, al más asesinado.
El epicentro de la opulencia estaba en el condado de Osage, en el interior de la reserva. La fiebre del petróleo, que sustituyó a la del oro, estalló durante la ley seca. El historiador Daniel J. Boorstin recuerda en Los Americanos (Random House) que el contrabando de licor y el nacimiento de la industria del crimen propiciaron “la mayor superabundancia criminal en Norteamérica”. Y, para desgracia de los osages, algunos empresarios actuaron con el petróleo como la mafia con el alcohol.
Estados Unidos no estaba preparado para ver indios ricos, con abrigos de pieles y en mansiones con criados. Una cosa era el apache Gerónimo a bordo de un Locomobile, exhibido casi como un objeto de feria, y otra muy distinta que otros salvajes dispusieran, no de uno, sino de varios coches en propiedad. La riqueza de la tribu atrajo a Oklahoma a sinvergüenzas de todo pelaje, dispuestos a lo que fuese para conseguir dinero fácil. Las autoridades y el racismo rampante de la época les allanaron el camino.
El Gobierno trataba a los aborígenes como a niños y les obligaba a tener un tutor para que les administrara su fortuna. Indios que habían combatido por su país en la Primera Guerra Mundial ni siquiera podían decidir al regresar del frente en qué emplear su dinero. Los tutores, que tenían que autorizarles cualquier gasto, hacían y deshacían a su antojo. En la práctica, robaban a manos llenas mientras la justicia miraba para otro lado. Y lo peor estaba por llegar. La segunda muerte del pueblo osage.
Para huir de los tutores, muchos indios e indias confiaron en matrimonios interraciales. Creían que así se liberarían de los tutores y que sus esposas o maridos blancos llevarían sus fianzas. Fue peor el remedio que la enfermedad, como revela la carta que una mujer envió a la reserva en 1924: “Busco el amor, ¿serían tan amables de decírselo al indio más rico de por ahí?”. Numerosas muertes en extrañas circunstancias comenzaron a producirse. Su origen criminal estaba claro, pero no se descubrió o no se quiso descubrir quiénes eran los responsables.
Asesinatos flagrantes se archivaban por falta de pruebas. El escándalo era tan grande que movilizó a un jovencísimo John Edgar Hoover, entonces al frente del modesto Bureau of Investigation, el germen del futuro y todopoderoso FBI. Todas las historias tienen su villano. El de esta es William K. Hale, prototipo del self-made man, del hombre hecho a sí mismo. Los federales descubrieron que este oscuro personaje, “el mejor amigo de la nación osage”, había heredado numerosas regalías petrolíferas.
Poco antes de morir, el osage Henry Roan (cuya tumba aparece en el tuit de más arriba) lo nombró beneficiario de su seguro de vida. En realidad, las herencias estaban amañadas y eran el último peldaño de una escalera de asesinatos y falsificaciones. Todo fue posible gracias a jueces y policías corruptos que saboteaban las investigaciones desde dentro. O a médicos que camuflaban envenenamientos como “muertes naturales”. Tras no pocas dificultades, el FBI llevó a juicio a William K. Hale como el cerebro de una red criminal, sospechosa de entre 24 y 60 asesinatos.
Hoover inició su culto a la personalidad con este caso, que inspiró la película El FBI contra el imperio del crimen , de 1959. Hollywood no dijo que la mayoría de los crímenes no se resolvieron porque al FBI no le interesaba mucho remover los hechos y porque en el primer juicio (por la muerte de un matrimonio y de su criada en una explosión) el acusado ya fue condenado a cadena perpetua. ¿Fin del problema? William K. Hale, que eludió la pena de muerte, fue liberado en 1947, veinte años después, a los 72. Murió en un geriátrico de Arizona, en 1962.
Exhumando archivos oficiales y entrevistando a descendientes de las víctimas, el autor de Los asesinos de la luna ha descubierto que el reino del terror osage, como lo bautizó la prensa, duró mucho más que lo que dijo el FBI, que situó los crímenes entre 1921 y 1926. Pero hubo muchas más muertes, falsamente atribuidas en su día a la “tisis” o “enfermedades consuntivas”. La cifra nunca se conocerá con exactitud. Quizá entre 300 y 600. Comenzaron en 1907 y se alargaron al menos hasta los años treinta.
Los tribunales nunca hicieron justicia a los osages, pero al menos dejó de considerarlos menores de edad y les concedió la plena ciudadanía en 1924. El sistema de tutelajes también fue anulado, así como la posibilidad de que un no osage heredara sus regalías. Ya no sirve de nada. El crack del 29 fue la puntilla para muchas fortunas indias, previamente diezmadas por los tutores y ladrones blancos de toda condición. Hoy la reserva osage no es ni una sombra de lo que fue.
Aún quedan empresas como Amvest Osage Inc., Calumet Oil Company y Spyglass Energy Group, pero la mayoría de los 10.000 pozos se han extinguido o producen cantidades exiguas de petróleo. Los semínolas, dueños de Hard Rock Cafe, han heredado el título de pueblo indio más rico. Las antiguas mansiones osage, ahora abandonadas, acumulan tanto polvo como esta historia, que se estudia en pocos libros de historia y que muchos estadounidenses ignoran. El silencio y el olvido, esa fue la tercera muerte del pueblo osage.
Asesinatos, avaricia, conspiraciones...
¿Qué pasó realmente en el condado de Osage?
Las sospechosas muertes de más de 60 miembros de la nación osage de Oklahoma (Estados Unidos) son el tema central de la nueva película de Martin Scorsese 'Los asesinos de la luna'.
Veneno, celos, asesinato, ambición. Los asesinos de la luna, la nueva película de Martin Scorsese, cuenta un suceso que parece hecha para Hollywood: la historia de cómo los colonos estadounidenses blancos utilizaron medios fatales para apoderarse de la riqueza del pueblo osage de Oklahoma a principios del siglo XX. Pero la película, que se estrena en España el 20 de octubre y basada en el exitoso libro de David Grann Killers of the Flower Moon (publicado en 2017), no es pura ficción.
Nacida de políticas federales muy reales y equivocadas, y alimentada por el deseo exagerado de los colonos blancos de beneficiarse de la riqueza de las tierras de los nativos americanos, la codicia local provocó la muerte de al menos 60 osage ricos... y posiblemente de muchos más. A continuación se explica lo que ocurrió, por qué algunos crímenes siguen sin resolverse y cómo sentaron las bases para la aplicación moderna de la ley en Estados Unidos.
La riqueza de los Osage
La nación osage se enriqueció enormemente tras el descubrimiento de petróleo bajo su reserva en la década de 1890. Con un valor de cerca de 400 millones de euros anuales (calculado en moneda moderna) en la década de 1920, el petróleo transformó la vida cotidiana de los osage y los convirtió en lo que entonces se llegó a considerar la nación más rica de la Tierra.
En aquella época prevalecía la idea de que los nativos americanos eran ingenuos, primitivos y necesitaban la supervisión de los blancos para no dilapidar sus riquezas. Históricamente, el Gobierno también consideraba a las tribus indias naciones dependientes que necesitaban protección federal: promovía leyes diseñadas para "proteger", no para dar poder, a los nativos.
A menudo, estas leyes no protegían los intereses de los nativos, sino que servían a los colonos blancos para apoderarse y mantener el control sobre los nativos y sus tierras ancestrales. En 1887, por ejemplo, la Ley Dawes dividió las tierras tribales y las entregó a familias nativas con reivindicaciones tribales dispuestas a someterse a la asimilación cultural. Sin embargo, la ley también vendió las tierras "sobrantes" a los colonos blancos, reduciendo drásticamente la cantidad de tierras propiedad de las naciones nativas.
La nación osage eludió este sistema de "adjudicación", ya que había comprado directamente al Gobierno federal unas 600 000 hectáreas de tierras de Oklahoma cuando el grupo fue expulsado de sus tierras ancestrales en Kansas en 1872. La nación osage entregó todas las tierras a sus miembros, cada uno de los cuales recibió 265 hectáreas. La propia nación se quedó con los derechos minerales de la tierra, concediendo a cada miembro un "derecho de propiedad" hereditario sobre la parte de la riqueza mineral de la nación. A medida que el petróleo de la nación aportaba más y más dinero, cada osage tenía derecho a más riqueza, lo que despertó el interés, y luego la interferencia, de los habitantes de Oklahoma que no eran osage.
La nueva riqueza de los osage provocó un escrutinio de la gestión del dinero de los individuos, y las noticias de los periódicos sobre coches con chófer, mansiones y ropa lujosa molestaron a los que pensaban que los osage deberían gastar su dinero de forma más inteligente. En 1908, en respuesta al clamor de protestas por la supuesta incapacidad de la nación osage para administrar su dinero, el Congreso otorgó a los tribunales testamentarios de los condados de Oklahoma jurisdicción sobre las tierras de los nativos americanos que fueran considerados "menores e incompetentes" por un juez. Si una persona era considerada incompetente, el tribunal testamentario podía nombrar a un tutor blanco para supervisar sus asuntos financieros y arrendar o vender sus tierras.
En 1921, el Congreso fue aún más lejos al especificar que cualquier persona con sangre osage menor de 21 años, además de cualquier persona que fuera mitad o totalmente osage, debía demostrar su competencia o hacer que un tutor designado por el tribunal estatal asumiera la gestión de sus finanzas. Incluso la sospecha de irresponsabilidad bastaba para que el tribunal designara a un tutor blanco con derecho a dispersar el dinero de un osage, cobrarle elevadas tasas administrativas y embolsarse cualquier fondo que superara el umbral de 1000 dólares por trimestre. Como resultado, escribe el historiador Dennis McAuliffe, 600 tutores se llevaron 8 millones de dólares sólo en fondos sobrantes sin supervisión ni rendición de cuentas en el transcurso de sólo tres años.
Comienzan los asesinatos de Osage
El escenario se había dispuesto para los abusos financieros y, pronto, le seguirían los asesinatos. Fue así como, a partir de 1921, comenzó una serie de muertes misteriosas en el condado de Osage.
En mayo de 1921, los cadáveres de Anna Brown y su primo Charles Whitehorn fueron descubiertos el mismo día en diferentes partes del condado. Dos meses después, la madre de Brown, Lizzie Kyle, que había heredado los derechos de propiedad, murió envenenada. Luego, el sobrino de Lizzie fue asesinado en febrero de 1923, y el 10 de marzo, la hija de Lizzie, su yerno y un empleado doméstico murieron en una misteriosa explosión en su casa. Las muertes desataron el pánico en todo el condado de Osage, el cual pasó a ser conocido como el "reino del terror". Mientras tanto, la enorme riqueza de la familia Kyle fue heredada por los únicos supervivientes: Molly Kyle, una Osage de pura cepa que era la última hija que le quedaba a Lizzie, y su marido blanco Ernest Burkhardt.
Los Kyle no fueron los únicos osage que murieron en esa época, todos en circunstancias sospechosas que incluían presuntos envenenamientos, supuestos suicidios e incluso personas arrojadas de un tren. Entre 1921 y 1925, al menos 60 osage fueron asesinados o desaparecieron. Todos poseían riquezas gracias a sus derechos de propiedad, y el Consejo Tribal Osage sospechaba que un prominente ganadero blanco local, William K. Hale, podía ser el culpable.
Hale, originario de Texas, era conocido por sus explotadores tratos financieros con los osage, y tenía una enorme influencia en el condado de Osage. Poseía o controlaba parcialmente el banco, el almacén general local, la funeraria e incluso ejercía de sheriff de reserva. El sobrino de Hale, Burkhardt, estaba casado con Mollie Kyle, que ahora había heredado los millones de sus familiares. Aunque los asesinatos continuaron, las investigaciones locales y los esfuerzos de las fuerzas del orden por resolverlos fracasaron.
El Consejo Tribal Osage pidió ayuda al Gobierno federal para resolver el misterio de los asesinatos. En respuesta, la Oficina de Investigación, ahora conocida como Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés), inició una investigación encubierta en la zona.
A medida que la investigación comenzó a desentrañar la posible conexión de Hale con los asesinatos, se produjeron más asesinatos. Cuando Mollie Kyle confesó a su sacerdote que creía que la estaban envenenando, los investigadores resolvieron el caso. Resultó que Hale había presionado a su sobrino para que se casara con Kyle y luego había contratado a unos asesinos a sueldo para que mataran a toda su familia. Presionado por su tío, Burkhardt había estado dando de beber a su mujer whisky envenenado.
Tras una serie de juicios estatales y federales que tuvieron en vilo a la nación con sus dramáticos procedimientos (y los asesinatos de varios testigos potenciales), Hale y dos cómplices fueron condenados a cadena perpetua. Pero muchos de los asesinatos de osage siguen siendo misterios sin resolver.
"Asesinos de la Luna Florida"
La saga de la riqueza de la nación osage tampoco terminó con las condenas de los asesinos. En 1925, el Congreso aprobó una ley que prohibía a los no osage heredar derechos de propiedad de personas con ascendencia osage u otros nativos americanos. Sin embargo, continuaron las quejas sobre los manejos del Gobierno federal con los bienes de la nación osage. En 2011, tras décadas de disputas legales, el Gobierno de Estados Unidos finalmente concedió a la Nación Osage un acuerdo de 380 millones de dólares y aceptó una serie de medidas diseñadas para gestionar mejor los activos de la nación osage.
Hoy en día, se considera que los asesinatos de la nación osage fueron el caso que ayudó a dar vida al FBI y a las fuerzas del orden modernas, que se basan en investigaciones exhaustivas, operaciones encubiertas y el uso de informantes para resolver casos criminales complejos. Aunque los asesinatos comenzaron hace más de un siglo, aún resuenan en las vidas y las finanzas del pueblo osage.
En la actualidad, según señala la nación osage en su sitio web, aproximadamente el 26% de los derechos de propiedad de los osage siguen en manos de personas ajenas a la tribu y pueden traspasarse a voluntad a entidades ajenas a ella. Aunque en Los asesinatos de la luna se analizan acontecimientos del pasado, la nación escribe: "No somos reliquias. La nación osage prospera en nuestra reserva del noreste de Oklahoma: un pueblo de fuerza, esperanza y pasión, que honra las historias del pasado y construye el mundo del futuro".
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