El oro y la oscuridad
La vida gloriosa y trágica
de Kid Pambelé
La vida de uno de los deportistas más importantes del país.
Alberto Salcedo Ramos es tal vez una de las personas que mejor conoce la vida del ex-boxeador colombiano y ex campeón mundial ¿Kid Pambelé?
La pasión del autor por el boxeo lo llevó a recoger los pasos buenos y malos de una de las insignias del deporte mundial. La exhaustiva investigación, sumada a la finura de la pluma de Alberto Salcedo, dio como resultado una crónica periodística donde narra los pormenores de la gloria y la tragedia de Kid Pambelé. En esta edición aumentada y revisada por el propio Alberto Salcedo, se incluyen nuevos relatos, nuevas historias sobre cómo un día el que fuera primer campeón mundial de boxeo en Colombia llegó a la cima del éxito, la gloria, la fama y el dinero, para al siguiente despertarse habiéndolo perdido todo a causa de una adicción a las drogas, con la que hoy aún sigue luchando.En esta edición aumentada, Aguilar también incluye nuevas fotografías, muchas de ellas inéditas, que recorren la vida de Pambelé desde que vendía cigarrillos de contrabando en Cartagena, pasando por su gloria en los cuadriláteros del mundo, hasta verlo en un café de La Heroica en enero del 2012.
En cierta ocasión el escritor Gabriel García Márquez fue recibido, en una reunión de colombianos en Madrid, con la siguiente exclamación: ¡Acaba de llegar el hombre más importante de Colombia!. Entonces García Márquez, moviendo la cabeza en forma teatral, como buscando a alguien en el recinto, respondió: ¿Dónde está Pambelé?
Alberto Salcedo es uno de los cronistas más respetados de América Latina. Sus libros y crónicas han cruzado las fronteras y gracias a ello, se convirtió en uno de los maestros de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Su anterior libro "La eterna parranda", ya va en la tercera edición, lo que ratifica que Alberto Salcedo Ramos vende muy bien en Colombia. Después de tener algunos de sus libros en otros sellos editoriales, Prisa ediciones logró tener toda la obra de Salcedo Ramos bajo su sello Aguilar.
Alberto Salcedo Ramos ha sido ganador en cinco oportunidades del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
«No me gusta estar donde esté Pambelé borracho, porque se pone imprudente y yo no tengo paciencia: yo lo golpeo». Rocky Valdez, exboxeador.«Voy a contar una historia de un héroe que tengo/ todos vivimos la euforia y aún queda el recuerdo/. En esos puños de hierro hay algo que es mío/ De todo lo que nos diste yo nunca me olvido». Carlos Vives, en la canción “Pambe”.«Antes de Pambelé, los grandes boxeadores Colombianos que merecían el título mundial no lo buscaban, porque pensaban que eso era mucho para ellos. Después de Pambelé, hasta los boxeadores más malos creían que era fácil ser campeón. Ese es también el síndrome de Gabriel García Márquez: ningún escritor colombiano se atrevía a buscar un editor internacional porque le parecía que eso era apuntar demasiado alto. Después de García Márquez, cualquiera cree que se puede ganar el Premio Nobel. Entonces yo digo que García Márquez es el Pambelé de la literatura y Pambelé es el García Márquez del boxeo». Juan Gossain, en entrevista con Alberto Salcedo Ramos.
Prólogo
Por Daniel Samper Ospina
Si usted lo ve, no creería que se trata de él. Quiero decir: si usted ve que es un tipo de jeans, tan tranquilo, tan desprevenido ante su propio ingenio, no creería que está hablando con Alberto Salcedo Ramos, el mejor cronista de la nueva generación que tiene Colombia, sino con cualquiera: tampoco como uno de esos personajes ordinarios que él vuelve extraordinarios con su insuperable destreza para hacer del periodismo una experiencia literaria como pocas: un futbolista del peor equipo de la segunda división, un trabajador de circo, un exárbitro de fútbol. Pero sí con un tipo apacible, sereno. Porque, encima de su maestría periodística, Salcedo tiene el raro don de ser un tipo cuyo talento es proporcional a su sencillez. Apacible, sereno. Buena gente. Como si las obras que ha escrito no fueran suyas. Pero son suyas, y es el más claro promotor del periodismo narrativo en Colombia. Porque sus crónicas responden a la tradición de las que irrumpieron en la década de los sesenta en Estados Unidos, confeccionadas con retazos literarios para poder narrar la complejidad de los hechos que estallaban por todas partes: la exploración espacial, la guerra de Vietnam, el hipismo, el asesinato de Kennedy.
Pasaban demasiadas cosas, y cada una de esas explosiones tenía un oleaje menor que llegaba a la vida cotidiana de la gente. Y había que contar ese fenómeno. Y por eso, escritores como Norman Mailer, Tom Wolfe o Gay Talese, decidieron dar cuenta de toda esa realidad echando mano de las herramientas que habían obtenido de la literatura: utilizando estructuras narrativas más próximas a la novela que al reportaje ortodoxo; acudiendo a los diálogos, a los monólogos interiores, a las narraciones en círculo. Y todo ello, sin que los hechos fueran falseados: la literatura podía estar en la forma, pero no en el fondo. En el fondo estaban los hechos. La verdad. Bien: ese movimiento, que se conoció como Nuevo Periodismo, arrancó con una crónica concreta, publicada en Esquire y escrita por Gay Talese. El tema era un boxeador retirado. Hablo de Joe Louis, el rey hecho hombre en edad madura, aparecida en la edición de octubre de 1962, que quebró para siempre un equilibrio que hasta entonces existía en la prensa. Por primera vez aparecía un personaje brillante pero en su momento de deterioro: por fuera de los reflectores, alejado de la gloria. Era el campeón Joe Louis pero cuando ya no era campeón. Cuando estaba viejo. Y cuando estaba triste: cuando, dicho en otras palabras, para cualquier reportero había dejado de ser noticia. Pero Talese descubrió que un campeón sometido a la intemperie del olvido podría tener un jugo periodístico como pocos, y que para encontrarlo era preciso alumbrarlo con los reflectores de la literatura.
Desde entonces, hubo una manera de hacer periodismo con una nueva sensibilidad. O dicho al revés: apareció una nueva forma de hacer literatura, con elementos extraídos únicamente de la realidad. Y también con una nueva extensión, pues desde entonces las revistas especializadas, concretamente las de hombres, como Esquire y Playboy, se convirtieron en perfectas para ofrecer el paginaje que cada trabajo exigía, y que los periódicos no estaban en condiciones de ceder. Así nació toda una generación de escritores de revista, un matrimonio maravilloso entre la crónica y la literatura que empezó en Estados Unidos pero que también llegó a Colombia. Y llegó antecedido por la década de los cuarenta, cuando Juan Lozano y Lozano se aventuraba a escribir perfiles en tono íntimo de sus contemporáneos, el cronista Ximénez se sobreactuaba acudiendo a retóricas literarias para narrar noticias y Emilia Pardo Umaña entrevistaba a su mamá con conciencia de novelista para ambientar lo que escribía; llegó precedido por todos ellos, pero tomó forma cuando García Márquez, y su generación, empezaron a escribir desde las salas de redacción.
Fue una generación de novelistas desplazados al periodismo: García Márquez, Álvaro Cepeda, Eduardo Zalamea, Germán Vargas. Todos ellos eran unos apasionados de la literatura, pero también de formas de narración más vanguardistas, como el cine, que les permitían jugar con las secuencias, alterar los tiempos, romper los esquemas ortodoxos de la crónica y narrar de una forma más moderna que las que hasta entonces se leían. Más adelante, en el periodismo colombiano se presentó un maridaje parecido pero al revés: se trata de la generación posterior a esa, todavía vigente, en la que personajes como Juan Gossaín, Daniel Samper Pizano, Antonio Caballero y Germán Santamaría, entre otros, acabaron siendo periodistas desplazados a la novela. No ha sido el caso de Alberto Salcedo Ramos. Él es un periodista narrativo pura sangre. Su mayor obra literaria es la periodística, y con ella se ha ganado muchas distinciones. No hay una sola antología de periodismo colombiano o iberoamericano que lo omita.
Cinco veces se ha ganado el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, una el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa y una el premio de periodismo Rey de España. Pero lo mejor de Salcedo es que toda su creación literaria está en un delicioso momento de madurez. Hoy por hoy, Salcedo es el mejor exponente del periodismo narrativo de Colombia, y uno de los más grandes que ha tenido a lo largo de su historia. Me perdonan la facilidad de la comparación, pero creo que Alberto Salcedo Ramos es nuestro Gay Talese, del mismo modo que Joe Louis es nuestro Pambelé; me perdonan la comparación, que es fácil, pero la digo por lo evidente: no creo que sea en vano el hecho de que las dos crónicas tengan tanto sustento literario, coincidan en que sus personajes han dejado la punta de la gloria y ahora padecen el desastre terrenal de haberla perdido, y están derrotados ya no por el rival sino por la vida. Me perdonan la comparación pero no en vano la antología más importante de la obra de Talese se llama «Fama y oscuridad», y la de este trabajo de Salcedo, haciéndole un guiño frontal a su maestro, es «El oro y la oscuridad». No en vano, sigo diciendo, los dos son maestros del oficio de celebrar los tréboles de tres hojas.
En un país como Colombia, epiléptico, tembloroso, que no para de boquear sobre su propia sangre, como un toro muerto, la prensa quedó confinada a la noticia. Los periódicos apenas dan unos pocos centímetros para que un redactor apurado escriba el qué, el cómo, el cuándo y el dónde hubo un asesinato o estalló una bomba.
Mientras todo eso pasa, la necesidad de narrar el país que vive bajo esa costra de violencia crece en la misma medida en que nadie aparece para narrarlo. Alguien debe decir que acá seguimos vivos, aunque nadie nos haya dicho nada. Alguien: un narrador como Salcedo, que nos recuerda permanentemente eso: que hay más noticias de las que vemos, y que las mejores están dormidas en el sopor de la vida cotidiana. Por eso el trabajo que hace Salcedo es tan importante. Su pluma tiene una conciencia de patrimonio cultural que ayuda a que nos descifremos. Nos habla de nuestro juglar vallenato y de nuestro boxeador derrotado porque somos eso.
Somos el patrimonio que nos han dejado nuestros músicos; también somos unas glorias deportivas pasajeras que se nos quedaron por dentro, y que siempre recordamos. No somos mucho más que este recuerdo que nos va quedando, y que Salcedo organiza para la posteridad. Ahí está Alberto Salcedo Ramos para contarnos el alma que hemos ido tejiendo. En la medida en que nos narra, nos rescata. En una misma cabeza tuvo la suerte inaudita de ser brillante para la literatura, impecable para el periodismo. Sin duda es el maestro que necesitamos. Y si usted lo ve, es de verdad que nunca creería que se trata de él. Tan apacible, tan tranquilo. Tan desprevenido ante su talento infinito. No creería que se trata de él: de Alberto Salcedo Ramos, el mejor cronista que tiene este país, uno de sus mejores seres humanos, y uno de los pocos impulsos que nos quedan a los periodistas que venimos detrás suyo, que reconocemos en él a nuestro maestro, y para quienes él representa un soplido feliz en la esperanza sin viento que nos lleva.
0 comments :
Publicar un comentario