o vecinales en España
La actualidad real y dura, pasa por ver tristemente como cierran más tiendas en nuestro País, con historias dramáticas.
Somos conscientes que la realidad comercial en nuestro País, no atraviesa por su mejor momento. Vemos todos los días, como cierran comercios en todas las comunidades, barrios, pueblos y capitales, sin ser conscientes del TRAUMA SOCIAL y HUMANO, que generan estas BAJADAS DE PERSIANA.
Todos nos hemos criado cerca de los pequeños comercios, donde siempre la experiencia y la sabiduría del propietario, nos aconsejaba lo mejor para nosotros. Debemos tener en cuenta que los tiempos han cambiado y las técnicas de venta (Mkt2.0) evolucionan a una velocidad tremenda, siendo nuestros hijos, totalmente diferentes a nosotros, tanto en gustos, hábitos de compra, variedad de productos y elección final. Por eso, es RESPONSABILIDAD NUESTRA y solo nuestra, inculcar los valores, la ética y la moral, en los aspectos referentes a la conservación necesaria de los COMERCIOS VECINALES, en nuestras vidas, nuestras, calles, barrios, capitales y comunidades.
Si elegimos comprar en el comercio de barrio, nuestros hijos tendrán asociado a sus costumbres y hábitos, realizar la compra en estos comercios. Pero hay un mensaje, más importante si cabe, que debemos de hacerles llegar, el mensaje de SOLIDARIDAD, una llamada a la conservación de las buenas costumbres, de la calidad del pequeño comercio, de la pasión con la que miman sus productos, con la única finalidad, de servirnos MEJOR QUE NUNCA.
Los comercios de barrio, son LA LUZ, LA VIDA, LA ESPERANZA, LA ALEGRÍA Y LA SEGURIDAD DE NUESTRAS CALLES, son un patrimonio necesario, un motor económico que genera, TRABAJO, BIENESTAR SOCIAL Y COMUNIDAD, son una pieza clave de nuestro FUTURO INMEDIATO y el camino inicial de nuestra recuperación colectiva.
El día que los gobernantes apuesten realmente por defender, apoyar, salvar y dinamizar NUESTRO COMERCIO AUTÓCTONO, estarán creando esos primeros brotes verdes, de nuestra SALVACIÓN.
Los datos son claros y abrumadores, siendo el 80% del tejido productivo de nuestro País, las pymes, los autónomos y los pequeños comercios. Por lo que afirmamos, que este es el camino CORRECTO Y EFICAZ.
NO HAY QUE INVENTAR NADA, SOLO APOYAR LO QUE ES NUESTRO, POR NUESTRO PROPIO INTERÉS SOCIAL...
Qué desaparece con el cierre de las tiendas históricas
Quizás el valor arquitectónico sea el aspecto más fácil de valorar y de catalogar. Muchos de los comercios en peligro de cierre forman parte de la historia y de la identidad de una ciudad por su arquitectura y, por ello, son una parte de su atractivo. En ocasiones, este patrimonio ha desaparecido de un plumazo para que un negocio abra sus puertas y las vuelva a cerrar en pocos meses, dejando irrecuperable la esencia del local.
A veces lo que desaparece con el cierre de una tienda o un local de hostelería es una parte pequeña, pero importante, de la cultura: una manera de hacer repostería, unos productos artesanos o una selección de productos única, por poner unos ejemplos. Nuevamente, a la pérdida cultural hay que sumar la pérdida de interés turístico, ya que muchas de estas tiendas y sus productos figuran en numerosas guías de viaje y constituyen uno de los valores diferenciales de una ciudad.
El peligro de la “londonización”
Se conoce como “londonización” al fenómeno por el cual los centros de muchas calles en todo el mundo tienden a parecerse cada vez más, al tener en común un porcentaje cada vez mayor de tiendas y locales de restauración de las mismas marcas. Esta estandarización resta atractivo a los centros de estas ciudades y hace más difícil el contacto entre el visitante y la cultura local.
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El Cantón Pequeño es más pequeño. Ayer cerró el ultramarinos más antiguo de la ciudad. «El lunes voy a estar aquí con la puerta medio abierta porque tengo que recoger todo y arreglar el tema de los empleados con la Seguridad Social», comenta con gesto serio Aniceto Rodríguez Dans, hijo del hombre que dio nombre a este legendario establecimiento allá por 1930. Pero la historia de este negocio se remonta a mucho antes, a 1815. Ayer me acerqué por allí para compartir con la familia propietaria los últimos minutos de una historia de dos siglos. «Da pena, son casi 200 años», apunta el Aniceto Rodríguez de la tercera generación. Tiene 35 años y es profesor, y al igual que sus hermanos Lucía y Miguel, recuerda las muchas horas que paso en la tienda echando una mano en la temporada más fuerte, la de Navidad. Lo mismo hizo su madre, Charo, y sus tías. «Llevo varios días llorando», se sincera María Celia Rodríguez Dans, la única hija (los otros son varones, Aniceto, Isidro y Eduardo) del fundador.
Un cierre por ley
Aniceto, que mañana cumple 70 años y lleva desde los 14 vinculado al negocio, se jubila como profesor del Fernando Wirtz y no puede desempeñar otro trabajo por ley, ni subrogar el negocio. Los Cantones se quedan huérfanos. En la última hora de historia de Aniceto no entró ningún cliente, tan solo un joven que le quería enseñar a una amiga la tienda-museo. En sus estanterías apenas queda nada, aunque todo bueno. Botes de especias, latas de gran calidad, aceites, licores, algunos vinos, quesos, morcilla asturiana y, al fondo, dos pequeños lacones colgando de una alcayata muy diferentes a los imponentes que ofrecía el local antaño. La cortadora de fiambre de 1930 funciona como el primer día y las básculas siguen igual, ajenas al peso del tiempo. «Lo que queda lo vamos a repartir entre los cuatro hermanos», explica.
Pioneros en todo
«Tiendas las había buenas, pero Aniceto era como el Bernabéu. Como el Museo del Prado en asunto de comestibles. Fue el primero que tuvo servicio a domicilio», recuerda, como siempre de forma gráfica, el veterano periodista Vicente Leirachá. La historia y la leyenda van de la mano en este bajo del Cantón Pequeño. El primero que vendió jamón de Jabugo, salmón ahumado auténtico, cestas de Navidad... Fue pionero en todo gracias a una clientela tan selecta como los productos que adquiría.
Desde 1815
El pasado comercial se remonta a 1815 cuando un soldado francés que desertó de la Guerra de la Independencia montó en el Cantón Pequeño un primer negocio donde estaba el Banco Español. «De ahí proviene el apellido Dans», explican. En 1880 se trasladó a la ubicación actual, aunque era más pequeño. Los descendientes me muestran las gastadas y hermosas baldosas que llevan ahí desde el primer día y que algún turista japonés pidió permiso para fotografiar. «Mi padre tuvo mucho mérito. Era dependiente y compró el negocio y se casó con Celia Dans, la sobrina del anterior propietario, Eduardo», recuerdan. Fue en 1930, como les decía al principio, cuando pasó a llamarse Aniceto Rodríguez. El ultramarinos más antiguo de la ciudad, que desde ayer es historia.
VER+:LOS COMERCIOS (LAS TIENDAS) DESAPARECIDO/AS
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