LUZ EQUINOCCIAL TRANSFIGURANTE
EN SAN JUAN DE ORTEGA
En la iglesia del monasterio burgalés de San Juan de Ortega, en pleno Camino de Santiago, acontece el denominado “milagro de la luz” cada equinoccio, siempre que las nubes no oculten al sol, cuyos rayos equinocciales iluminan de corrido, en el arco de triunfo del ábside septentrional, al triple capital románico del ciclo navideño en el que se representa a la Anunciación de Gabriel a María, la Visitación con abrazo de las dos primas (Virgen María y Santa Isabel que canta el Magnificat), Nacimiento de Jesús con partera incluida, Sueño de San José en el "Mundus Imaginalis" apoyándose en un bastón, y la epifanía a los pastores con la declaración angelical del "Gloria a Dios en las alturas y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Pero es que, además, rondando el equinoccio primaveral la liturgia sitúa igualmente la conmemoración del Misterio de la Anunciación y, por tanto, de la concepción virginal del Cristo por medio del Espíritu Santo, concepción que pintores medievales como Fray Angélico han representado mediante un haz de luz que, desde la paloma celestial emblemática del Espíritu Santo parte hacia el vientre inmaculado de María. Y esto último, precisamente, es lo que nos rememora el “milagro de la luz” de San Juan de Ortega al iluminar la Anunciación y el resto del ciclo de la Natividad, para que, contemplándolo meditemos sobre estos Misterios cristianos y nuestra alma se sienta como arrobada y ascienda hacia la Luz de Luces, propiciando así lo que el Maestro Eckhart calificaba de “nacimiento eterno” del Verbo en la virginal y purificada alma humana.
"Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En él está la Vida, y la Vida es la Luz de los hombres…”, desvela en Evangelio de Juan en su prólogo con una terminología apropiada para su auditorio helénico. Más adelante, en el capítulo 8, el Cristo nos dice: "Yo soy la Luz del Mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la Luz de la Vida."
Normalmente en las iconografías de la Anunciación de María, la Virgen está mirando al arcángel Gabiel; pero en este caso María mira directamente al rayo de sol que ilumina su vientre, recibiéndolo entre sus brazos, e incluso parece sonreír mientras sus ojos se deslumbran por el sol. Además, el equinoccio de primavera se produce justamente nueve meses antes de la Navidad; sin olvidar de que el sol tras el ocaso parece penetrar en la tierra haciendo nacer la primavera. Todos estas son representaciones claras de la fecundidad.
No es de extrañar que la mujeres que deseaban tener hijos visitaban la tumba de su constructor, hallada en el monasterio, para pedir descendencia. Así lo hicieron Isabel la Católica y las esposas de Carlos V y Felipe III. San Juan de Ortega sea patrón de las mujeres que desean tener hijos; además de los arquitectos técnicos, viandantes, caminantes y campesinos.
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