“Si no creemos en un Dios personal, la pregunta ‘¿cuál es el sentido de la vida?’ es informulable e incontestable”, escribió Tolkien en 1969. (Publicado el 2 de mayo de 2007)
Camilla Unwin era la hija del editor de J.R.R.Tolkien, Rayner Unwin. En 1969 le pidieron a la muchacha hacer un trabajo escolar con el tema “¿cuál es el propósito de la vida?”. Ella escribió al autor de El Señor de los Anillos, amigo de la familia, pidiéndole una respuesta.
Tolkien, ya reconocido como escritor y en sus últimos años de vida (moriría 4 años después, con 81 años), le respondió en una carta fechada el 20 de mayo de 1969, la número 310 en la recopilación oficial de Humphrey Carpenter y Christopher Tolkien.
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Tolkien, ya reconocido como escritor y en sus últimos años de vida (moriría 4 años después, con 81 años), le respondió en una carta fechada el 20 de mayo de 1969, la número 310 en la recopilación oficial de Humphrey Carpenter y Christopher Tolkien.
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Estimada señorita Unwin,
Lamento que mi respuesta se haya demorado tanto. Espero que le llegue a tiempo.
¡Qué pregunta tan amplia! No creo que las “opiniones”, no importa de quién, resulten muy útiles sin una explicación de cómo se ha llegado a ellas. Pero acerca de esta cuestión no es fácil ser breve.
¿Qué significa realmente la pregunta? Tanto “propósito” como “vida” necesitan alguna definición.
¿Es una pregunta puramente humana y moral? ¿O se refiere al Universo?
Podría significar: ¿Cómo debería utilizar el tiempo de vida que se me ha concedido?
O: ¿a qué propósito/designio sirven las criaturas vivientes por el hecho de estar vivas?
Pero la primera pregunta encontrará respuesta (si la encuentra) sólo después de considerada la segunda.
Pienso que las preguntas acerca de un “propósito” sólo son realmente útiles cuando se refieren a los propósitos u objetivos de los seres humanos o a la utilización de las cosas que proyectan o hacen.
En cuanto a otros seres, su valor radica en sí mismos: SON, existirían aún si nosotros no existiésemos.
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Pero como sí existimos, una de sus funciones es ser contempladas por nosotros.
Si ascendemos la escala del ser a otros seres vivientes, como por ejemplo una planta pequeña, ésta presenta forma y organización: una “estructura” reconocible (con variaciones) en cuanto a especie y prole; y eso resulta profundamente interesante, pues estos seres son “otros” y no los hemos hecho nosotros; parecen proceder de una fuente de invención incalculablemente más rica que la nuestra.
La curiosidad humana no tarda en formular la pregunta CÓMO: ¿de qué modo llegó a ser esto?
Y como la “estructura” reconocible sugiere designio, procede a la pregunta POR QUÉ.
Pero POR QUÉ, en este sentido, puesto que implica razones y motivos, sólo puede referirse a una MENTE.
Sólo una Mente puede tener propósitos de algún modo o grado semejante a los propósitos humanos.
De modo que inmediatamente cualquier pregunta “¿por qué la vida, la comunidad de seres vivientes, aparece en el Universo físico?” plantea la pregunta:
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“¿Hay un Dios, un Creador/Diseñador, una Mente con la que están emparentadas nuestras mentes (pues derivan de ella), de manera que nos es en parte inteligible?
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“¿Hay un Dios, un Creador/Diseñador, una Mente con la que están emparentadas nuestras mentes (pues derivan de ella), de manera que nos es en parte inteligible?
Con eso llegamos a la religión y a las ideas morales que proceden de ella.
De estas cosas diré sólo que la moral tiene 2 aspectos, derivados del hecho de que somos individuos (como en cierto grado lo son todos los seres vivientes), pero no vivimos, no podemos vivir, aislados, y tenemos un vínculo con todas las demás criaturas, que va estrechándose hasta el vínculo absoluto que tenemos con nuestra propia especie humana.
De modo que la moral debería ser una guía para nuestros humanos propósitos, el conducto de nuestra vida:
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a) la manera en que nuestros talentos individuales pueden desarrollarse sin desperdicio ni abuso, y
b) sin daño para nuestros semejantes ni estorbo para su desarrollo
(Más allá de esto, y por encima, está el autosacrificio por amor).
Pero estas son solo respuestas a la pregunta menor. A la mayor no hay respuesta, porque ésta requiere un conocimiento completo de Dios que es inaccesible. Si preguntamos por qué Dios nos incluyó en su designio, sólo podemos contestar: porque lo Hizo.
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Si no creemos en un Dios personal, la pregunta “¿cuál es el propósito de la vida”? es informulable e incontestable. ¿A quién o a qué se dirigiría la pregunta?
Pero como en un rincón extraño (o rincones extraños) del Universo se han desarrollado seres con mentes que formulan preguntas y tratan de responderlas, uno podría dirigirse a uno de esos seres tan peculiares. Como uno de ellos me aventuraría a decir (hablando con absurda arrogancia en nombre del Universo):
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“Soy como soy. No hay nada que pueda hacerse al respecto. Es posible seguir tratando de averiguar lo que soy, pero nunca se logrará. Y por qué trata uno de saberlo, no lo sé.
Quizás el deseo de saber sólo por el mero hecho de saber se relacione con las oraciones que algunos dirigen a lo que se llama Dios. En su punto más elevado, éstos parecen alabarlo por ser como es, y por hacer lo que ha hecho tal como lo ha hecho”.
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Los que creen en un Dios personal, el Creador, no creen que el Universo de por sí sea venerable, aunque su devoto estudio sea uno de los modos de honrarlo.
Y como en tanto que criaturas vivientes estamos dentro de él y de él formamos parte (parcialmente) nuestras ideas acerca de Dios y el modo que tenemos de expresarlas derivarán en amplia medida de la contemplación del mundo a nuestro alrededor. (Aunque también hay una revelación tanto dirigida a los hombres en general como a ciertas personas particulares).
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De modo que puede decirse que el principal propósito de la vida, para cualquiera de nosotros, es incrementar, de acuerdo con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios mediante todos los medios de que disponemos, y ser movidos por él a la alabanza y la acción de gracias.
Hacer como decimos en el Gloria in Excelsis: laudamus te, benedicamus te, adoramus te, glorificamus te, gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam... te alabamos, te bendecimos, te adoramos, proclamamos tu gloria, te damos gracias por la grandeza de tu esplendor.
Y en los momentos de exaltación podemos invocar a todos los seres creados para que se nos unan en el coro hablando en su nombre, como se hace en el salmo 148, y en el Canto de los Tres Niños en Daniel II: alabad al Señor... todas las montañas y las colinas, todos los huertos y los bosques, todas las criaturas que reptan y los pájaros que vuelan.
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Esto es demasiado largo, y también demasiado corto... para semejante pregunta.
Tolkien y la oscuridad de este mundo
Es notable como varios autores del último siglo fueron capaces de prever e incluso de experimentar en sí mismos la angustia de las nubes oscuras que veían acercarse silenciosamente. Entre nosotros, Leonardo Castellani, por ejemplo, y de otras latitudes, T.S. Elliot, C.S. Lewis o J.R.R. Tolkien.
Justamente, este último le hace cantar lo siguiente a Sam en la torre de Cirith Ungol:
Aquí yazgo, al término de mi viaje,
hundido en una oscuridad profunda:
más allá de todas las torres altas y poderosas,
más allá de todas las montañas escarpadas,
por encima de todas las sombras cabalga el Sol
y eternamente moran las Estrellas.
No diré que el Día ha terminado,
ni he de decir adiós a las Estrellas.
Tolkien creía que la historia humana, arraigada en un mundo caído, estaba destinada a ser poco más que una sucesión de derrotas y decepciones, y que incluso las victorias tenían sombras de una pérdida irreparable. Pero la historia es temporal, está tan encerrada en el tiempo como arraigada en la Caída, y en sí misma no es más que una sombra de la eternidad. Más allá de las derrotas de nuestra historia existe siempre la esperanza de la alegría eterna. «Soy, en efecto, cristiano, y apostólico romano por lo demás —escribió en 1956, poco después de la publicación de El Señor de los Anillos—, de modo que no espero que la “historia” sea otra cosa que una “larga derrota”, aunque contenga (y en una leyenda puede contener más clara y conmovedoramente) algunas muestras o atisbos de victoria final.»
Y a medida que el tiempo pasaba, esta sensación era ya casi certeza. En carta a su amiga Amy Ronald, fechada el 16 de noviembre de 1969, decía:
¡Qué mundo espantoso, oscurecido por el miedo, cargado por el dolor, es el mundo en que vivimos! Especialmente para aquellos que soportan además la carga de la edad, cuyos amigos y todos los que les preocupan en especial padecen de lo mismo. Chesterton dijo que es nuestro deber mantener flameando la Bandera de Este Mundo: pero hoy exige eso un patriotismo más vigoroso y sublime que entonces. Gandalf agregó que no nos corresponde a nosotros elegir la época en que nacemos, sino hacer lo que esté de nuestra parte para componerla; pero el espíritu de la maldad en los sitios encumbrados es ahora tan poderoso y sus encarnaciones tienen tantas cabezas, que no parece haber nada más que hacer que negarnos personalmente a venerar cualquiera de las cabezas de la hidra...
Y sin embargo, a pasar de la oscuridad y de la angustia, siempre hay un motivo para alentar “la esperanza a la que hemos sido llamados” (Ef. 1,18). En carta a uno de sus hijos escribía:
Nacimos en una era oscura fuera del momento debido (para nosotros). Pero hay este consuelo: de otro modo no sabríamos lo que amamos o no lo amaríamos tanto. Imagino que el pez fuera del agua es el único que tiene vocación acuática.
De modo que en el Milagro Primordial (la Resurrección) y también en los milagros cristianos menores, aunque en menor escala, no sólo se tiene el súbito atisbo de la verdad tras la aparente Ananke de nuestro mundo, sino un atisbo de que es realmente un rayo de luz a través de las grietas mismas del universo que nos rodea.
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