EL Rincón de Yanka: INDIVIDUALISMO

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martes, 2 de septiembre de 2025

PÍO BAROJA: "SI NO HACES LO MISMO QUE TODO EL MUNDO, ERES RARO... PARECE QUE HAY QUE SER COMO LA MASA, BORREGO, DEPENDIENTE..."

“Creo que soy y he sido algo raro. 
Por lo menos, eso es lo que dicen de mí, 
especialmente los que no me conocen. 
Si no haces lo mismo que todo el mundo, 
eres raro, te desprecian. 
Para que te quieran, 
parece que hay que ser como la masa, 
adulador, borrego, no destacar, 
no ser independiente, 
tener obligatoriamente sus mismos gustos...”.


Publicado originalmente en 1917, Baroja parece más barojiano que nunca en esta colección de ¿artículos? ¿ensayos? ¿entradas de diario? Y lo es porque, con su desgaire característico, consigue un libro que ningún otro autor español, de entonces o de hoy, hubiera logrado armar con semejantes mimbres. Encontramos en "Las horas solitarias" un pulular de gentes abigarradas —desertores, arribistas enriquecidos, contrabandistas—, en contraste con un entorno tradicional en franca descomposición. Baroja se abandona a un tono de confidencia que, aunque el lector advierta pronto lo que tiene de juego de ocultación —porque si algo no hace jamás Baroja es hablarnos de su intimidad—, logra transmitir con singular eficacia su visión de un mundo donde «pronto no habrá más que postes de telégrafo», donde se produce una cierta relajación de costumbres —y aquí aflora la soterrada pudibundez de Baroja— sin que esto vaya acompañado de una mejor sociabilidad o una mayor cultura.

martes, 26 de agosto de 2025

LIBRO "LA DEMOCRACIA Y SUS CRÍTICOS: UNA GUÍA PARA LOS CIUDADANOS": LA POLIARQUÍA 🗽

 
LA DEMOCRACIA Y SUS CRÍTICOS: 
UNA GUÍA PARA LOS CIUDADANOS

ROBERT A. DAHL

Robert Dahl escribió su obra más famosa  "Democracia y sus críticos", que aborda la democracia en un sentido más amplio y profundo, así como el concepto de poliarquía en "La poliarquía: participación y oposición", donde Dahl define la poliarquía como la forma de gobierno democrático moderno, caracterizado por elecciones libres y justas, así como por otros derechos y libertades ciudadanas fundamentales.

Concepto clave de Dahl: La Poliarquía

Dahl introduce el término "poliarquía" para describir un sistema democrático moderno, donde se refiere a un régimen con dos facetas: Dahl Dahl analiza la relación entre diversidad y democracia, señalando que la autonomía organizativa y la discrepancia de objetivos políticos dificultan el control de una mayoría en una poliarquía.

Inclusión del sufragio: Se da el derecho a votar a la mayoría de los adultos.

Inclusión de la oposición: Se protege la libertad de expresar y organizar la oposición.

Principios clave de la poliarquía según Dahl

Elecciones libres y justas: El derecho a votar y a ser votado, y que estas elecciones sean competitivas.
Libertad de expresión: La capacidad de expresar opiniones libremente.
Libertad de información alternativa: El acceso a diferentes fuentes de información para formar un criterio propio.
Libertad de asociación: El derecho a formar y unirse a grupos y organizaciones.

Importancia del trabajo de Dahl

Dahl fue un politólogo que analizó la democracia moderna en sus aspectos prácticos y teóricos.
Abordó los mitos y expectativas sobre la democracia, los desafíos que enfrenta y su capacidad de adaptarse a nuevas realidades sociales y políticas.

Este clásico de la ciencia política traza los principales elementos que configuran una democracia, las instituciones que la sustentan, las condiciones económicas y sociales que favorecen su desarrollo y los criterios necesarios para evaluarla. Desde sus orígenes históricos y filosóficos hasta los retos que deberá afrontar a lo largo del siglo xxi, en este breve libro se configura una definición precisa, certera e inteligible del sistema democrático. Una lectura imprescindible para cualquiera que esté mínimamente interesado en la política de su tiempo.

He aquí un análisis de los límites y las posibilidades de la democracia que, sin duda, se convertirá en un clásico de la literatura política del siglo XX. El autor se propone explicar en este texto algo que resulta sencillo sólo en apariencia: qué es la democracia y por qué es tan importante. De este modo, el autor empieza examinando los presupuestos básicos de la teoría democrática, luego considera las objeciones realizadas por algunos de sus críticos, y finalmente propone una reelaboración teórica en una totalidad renovada y coherente, comentando a la vez las direcciones en las que podrán moverse los futuros estados democráticos. En el camino que media entre el planteamiento y la conclusión, Dahl examina algunas de las cuestiones que más preocupan en la actualidad: 

¿es la democracia un conjunto de instituciones políticas o únicamente un proceso? ¿Cuáles son las verdaderas relaciones entre y las reglas que lo gobiernan? ¿Hasta qué punto ese depende de sí mismo? 
Y a partir de ahí describe la evolución de la democracia moderna, desde principios del siglo XIX hasta nuestros días, investigando su desarrollo en varios países, subrayando las diferencias de adaptación y preguntándose cómo puede alcanzarse verdaderamente el tan ansiado bien común, si se tiene en cuenta el indudable pluralismo de la sociedad moderna. 
La necesidad de crear mecanismos para la formación de una ciudadanía más informada, que pueda participar conscientemente en el proceso de tomar decisiones, acaba siendo finalmente una de las conclusiones de este libro tan esperanzador como razonable, un modelo de rigor y claridad informativa. Y su exposición de la teoría de la democracia es tan completa porque, entre otras cosas, mezcla los elementos históricos con los actuales y los clásicos con los modernos tanto en lo que hace a los contenidos como a las formas. 
La necesidad de crear mecanismos para la formación de una ciudadanía más informada, que pueda participar en el proceso de tomar decisiones, acaba siendo así una de las conclusiones de este libro tan esperanzador como razonable, un modelo de rigor y claridad informativa.

viernes, 1 de agosto de 2025

LIBRO "LEVIATÁN, O LA MATERIA, FORMA Y PODER DE UN ESTADO ECLESIÁSTICO Y CIVIL": por THOMAS HOBBES


LEVIATÁN 

THOMAS HOBBES

La vida y obra de Thomas Hobbes, uno de los filósofos más influyentes de la historia, fundador del pensamiento político moderno.
Thomas Hobbes fue un pensador controvertido en la historia de la filosofía. Ya en su época se hizo famoso por sus extraordinarios conocimientos de física, matemáticas, geometría, filosofía y teología. Sus contemporáneos lo admiraron por su saber, pero igualmente lo temieron y hasta lo odiaron, esto último debido a la contundencia y al radicalismo de algunas de sus ideas políticas. Pesimista acérrimo, fue también moralista e interpretó la naturaleza humana como inclinada al mal, de ahí que hubiera que ponerle límites mediante las leyes justas.

A lo largo de su vida trataría personalmente con muchos de los intelectuales de su tiempo, como Descartes o Galileo, sabio universal cuyo método científico influenció en la obra de Hobbes. Leviatán, un libro enigmático y extraño pero muy consecuente dentro de la teoría política, lo convertiría en uno de los grandes maestros de la historia de las ideas.
Conocido como «el monstruo de la política», Hobbes pensó su época hasta el final: las incesantes guerras civiles y continentales, las pugnas religiosas que asolaban Europa en los siglos XVI y XVII, y las crueldades de los seres humanos condujeron al pensador de Malmesbury a reinterpretar el ideal de alcanzar una paz y una armonía perfectas para la Humanidad. Sus concepciones alcanzarían gran repercusión en las teorías liberales, positivistas, decisionistas y contractuales del siglo XX.

Haciendo referencia y escribiendo con espléndida maestría, el autor hace referencia al monstruo bíblico más temido para explicar y justificar la existencia de un Estado absolutista que subyuga a sus ciudadanos. Escrito en el año 1651, su obra ha sido de gran inspiración en las ciencias políticas y, paradójicamente, en la evolución del derecho social.

En las escrituras bíblicas

Tal y como apuntamos anteriormente, el personaje del Leviatán proviene de la mitología y de las escrituras de la Bíblia, cuyos gobiernos de la Edad Media utilizaban para justificar los gobiernos reales “por la gracia de Dios”.
El Leviatán es un ser temible que no tiene piedad, escrúpulos ni compasión. Es de una envergadura gigantesca y, según el Antiguo Testamento, se le ha relacionado con el mismísimo demonio y que fue derrotado por Dios para hacer prevalecer el bien sobre el mal.
Pero... ¿dónde está la relación entre este monstruo y el rol del Estado, según Hobbes?

Thomas Hobbes y su adaptación política del Leviatán

Thomas Hobbes nació en Inglaterra el año 1588 en una época histórica donde la gran Bretaña se veía amenazada por la temida e invencible Armada Española. Este filósofo se graduó en la Universidad de Oxford en estudios escolásticos y de lógica filosófica que, influenciado por autores como Pierre Gassendi y René Descartes, se le consideraría un autor clave en el desarrollo de la teoría política occidental.
Volviendo a su obra, el Leviatán es un libro que está formado por 4 partes, donde explica la relación entre el hombre y el Estado mediante un pacto consensuado en la relación de poder entre mandado y mandatario.
Básicamente, el Leviatán, el Gobierno, es una figura terrorífica pero necesaria que, para Hobbes, sirve para hacer que predomine una cierta paz y orden, necesarias para que la civilización progrese y os individuos no amenacen ni sufran amenazas o ataques por parte de otros individuos.

1. El Hombre

En esta parte se analiza al hombre como individuo humano, ser del conocimiento y la sabiduría. El hombre se hace y desarrolla mediante la experiencia; experiencia que se define como la repetición de actos y vivencias que darán forma a la sociedad. Éste hará uso de la palabra para llevar a cabo la imposición de la verdad, mediante la oratoria y el discurso político.
El problema surge con los deseos mismos del hombre. Debido a los impulsos materiales y pasionales de las personas, los intereses individuales siempre se tornarán en contra de los otros, generando así un conflicto, especialmente por la búsqueda de poder y riquezas.
En este enclave se pronunció Hobbes en lo que será recordada como una de las frases más célebres de la humanidad: “homo homini lupus est” (el hombre es un lobo para el hombre). Por esta razón, los pilares en la construcción de la sociedad son la ética, la moral y la justicia. Pero, para Hobbes, hace falta algo más.

2. El Estado

Es en este espacio de acción donde Hobbes introducirá el concepto de “Pacto Social” o “Contrato Social”, manipulado y elaborado por los hombres para asegurar la seguridad y protección individual para poder acabar así con los conflictos enfrentados por los intereses individuales.
Es en el Estado donde priman las leyes morales por encima de las leyes naturales. Esto es, que prevalecen los deseos colectivos versus los deseos pasionales de los hombres. Para Hobbes, la única función del gobierno es establecer y asegurar la paz, la estabilidad en la sociedad.
El autor solo defiende tres posibles modelos de gobierno: la monarquía (su preferida), la aristocracia y la democracia, en este preciso orden. Tiene preferencia por el absolutismo porque justifica el bien común, donde los intereses privados y públicos son uno, admitiendo que “es imposible que si un Rey es rico, su pueblo sea pobre”.

3. El Estado Cristiano

Thomas Hobbes era un creyente declarado, pero no por ello el destino de un pueblo entero quedaba supeditado a la divinidad. Es más, llegó a poner en duda los Diez Mandamientos de Moisés por una ausencia de pruebas que demuestren quién y por qué propósito real se dictaron esas leyes.
Por consiguiente, el autor enfatizó mucho en la dependencia de la Iglesia con el soberano, en este caso el monarca, para evitar interpretaciones pretenciosas que perjudiquen al bien común, a la paz que tanto defendía.
Concluye atribuyendo un papel secundario a la Iglesia, subordinada por el jefe supremo del Estado (los reyes católicos), y serán considerados los pastores supremos de su propio pueblo, ostentando el poder único de legislar para sus súbditos.

4. El Reino de la Oscuridad

Siendo quizás el apartado más controvertido, Hobbes hace una clara y dura crítica a las instituciones religiosas, a la Iglesia en particular. Nombra este capítulo “El Reino de la Oscuridad” como parte del entramado corrupto y cínico que ha tenido la casa de Dios a lo largo de la historia de los grandes imperios, como el Romano.
Acusa a las autoridades cristianas de haber faltado a la verdad, de querer imponer la ignorancia en beneficio propio y teniendo así a la masa bien adoctrinada...


EL MONSTRUO DE MALMESBURY'

El Leviatán que todo lo engulle: 
por qué las ideas de Hobbes sostienen 
las naciones que habitamos


Hace más de cuatro siglos desde que el filósofo inglés publicó su obra más influyente. Ahora, un ensayista español rescata su vida y legado para buscar respuestas a los grandes conflictos políticos de hoy en día.
Mi madre dio a luz a dos gemelos: yo mismo y el miedo". Se suele decir que durante sus años de infancia, el filósofo inglés del siglo XVI Thomas Hobbes, vivía atemorizado por la Armada Invencible de Felipe II. Lo cierto es que, en un período tan convulso para Inglaterra como el que le tocó vivir, daba igual de donde viniera la amenaza. El miedo estaba por todas partes. La posibilidad de pacificación social, lejana. Esta sensación de temor ante una invasión extranjera o a una guerra civil le acompañó durante toda su vida. Había quedado traumado por los conflictos bélicos internos acaecidos, por lo que su mayor preocupación filosófica nació de la necesidad de hacer frente al miedo con la razón para instaurar la paz en el territorio.

Y así, Hobbes abogó por la creación de un Estado soberano en el que todos sus ciudadanos depositaran sus derechos y libertades a cambio de seguridad y protección. De lo contrario, el pueblo estaría abocado hacia la autodestrucción por su egoísmo, su necesidad de preservación y su pavor a la muerte, el más capital de todos los temores. Su famosa frase "el hombre es un lobo para el hombre" figura en la cultura popular como un viejo cliché que retrata una visión muy pesimista del ser humano, condenado siempre a la rivalidad y al enfrentamiento armado. Pero más allá de este 'lied' argumental, la obra del filósofo inglés, denostada en su época y rescatada más de dos siglos después, sigue vigente en la actualidad tanto para bien como para mal, dependiendo del momento político en el que se encuentren los sujetos que vuelven a él.
Fue rechazado y repudiado por sus coetáneos bajo la categoría de "ateo", un calificativo que Hernández Arias compara con el actual "fascista"
"En tiempos de crisis políticas y conflictos sociales, la atención suele concentrarse en sus teorías sobre la soberanía o en los medios para pacificar la sociedad", admite José Rafael Hernández Arias, filósofo, ensayista y traductor, quien acaba de publicar 'Thomas Hobbes. La biografía del 'monstruo de la política' (Arpa, 2022) en el que repasa la vigencia que tiene su pensamiento hoy en día y las muchas lecturas que han hecho de su obra, así como la negativa opinión que se le adscribe en los círculos progresistas al considerarle como uno de los puntales ideólogos del totalitarismo o de las monarquías absolutistas. Pero, al final, las lecturas del ayer siempre vienen empañadas con los ojos del hoy, y en ese sentido, en períodos más estables o pacíficos, se le reconoce como uno de los mayores impulsores del derecho civil o la necesidad de que el ser humano pueda convivir en paz y armonía basándose en pactos contractuales entre las diferentes partes, aun estando en disputa.

Razón materialista frente a religión

Hobbes, a fin de cuentas, ocupa un lugar muy concreto dentro de toda la historia de la filosofía política, siendo frecuentemente situado al lado de otros pensadores como Maquiavelo. En su época, fue rechazado por sus coetáneos bajo la categoría de "ateo", un calificativo que Hernández Arias compara con el "fascista" que se suele emplear hoy en día para minar la reputación de una persona. No en vano, la mayor parte de los conflictos sociales que arrastraba la Vieja Europa venían a raíz de la religión, que en Inglaterra materializó en el protestantismo y su libertad de confesión (a pesar de la filiación de la Corona con el catolicismo), lo que dio lugar a distintas sectas religiosas que operaban para derrocar al poder político.
"Lo único que intenta es neutralizar el problema religioso, ya que era la principal razón de conflictos bélicos internos en la sociedad"
"Declararse o ser declarado 'ateo' equivalía a ser un sociópata en la época de Hobbes", argumenta Hernández Arias, en conversación telefónica con este periódico. "Si no crees en Dios, no podías jurar sobre nada, no crees ni en el rey ni en la ley, nadie podía fiarse de ti". Por tanto, la no confesión era perseguida, pues Dios era el que salvaguardaba en aquellos años el honor y la respetabilidad de una persona, así como sus (escasos) derechos y libertades. Se podía creer en el cristiano o en el protestante, pero lo que no se podía consentir era declararse ateo.

"El protestantismo se atomizó en distintas sectas con una relevancia política muy clara", añade el filósofo español. 
"Estas disponían de una teología política que buscaba dinamitar en cierta manera la monarquía al introducir elementos democráticos, querer prescindir de la Iglesia de Inglaterra o leer la Biblia como ellos querían. Y claro, eso tuvo unas repercusiones sociales muy considerables, inspirando primero la Revolución Francesa y luego la Revolución rusa".

El empeño de Hobbes fue, pues, hallar un sistema político perfecto que protegiera la seguridad de sus ciudadanos siguiendo un método científico materialista, y con ello negar la especulación y el oscurantismo religioso, que delegaba en aspectos inmateriales el destino de las acciones humanas. "Él intenta partir de elementos físicos", recalca Hernández Arias, "prescindiendo de cualquier argumentación metafísica". Así, diseña una nueva metafísica que parte de los cuerpos y del movimiento de estos, motivo por el cual se le coloca el adjetivo de "mecanicista". Esta visión fue en su día revolucionaria, ya que basó sus teorías sobre el hombre y la naturaleza en la geometría de Galileo (a quien conoció personalmente en la cárcel), alejándose de la superstición y centrándose en una explicación del mundo puramente material.

"Él era cristiano, no ateo", puntualiza el filósofo. "Lo único que intenta es neutralizar el problema religioso, ya que era la principal razón de conflictos bélicos internos en la sociedad". Por un lado, concibe al ser humano como un cuerpo cuyo mayor miedo es la muerte, que tiende a conservar su vida a cualquier precio. "Pero, al mismo tiempo, Hobbes realiza una antropología política y resuelve que lo que le mueve al hombre son las pasiones, lo cual es un problema porque deben controlarse si quiere convivir en paz con los demás". Entonces, hace una lectura ética basada en el principio de no hacer aquello que no querrías que te hicieran a ti y establece una serie de derechos naturales. Lo que falta es una figura de autoridad que garantice esos derechos y deberes: el Leviatán o Estado, sobre el que recaerá la soberanía absoluta a cambio de ofrecer seguridad, paz y prosperidad al resto.

Nada de igualdad, pura soberanía

Aquí, Hobbes se distanciará de la visión aristotélica del mundo, la cual consideraba al ser humano como "un ser sociable por naturaleza" y, por tanto, destinado a llegar a acuerdos y a organizarse. La opinión del filósofo inglés será mucho más negativa: no, no hay sociabilidad, todos los cuerpos son movidos por intereses propios. Esto también le diferenciará de la visión de Rousseau, que será la mayoritaria una vez llegue la Ilustración y que ve con ojos más benévolos al ser humano en su estado inicial. Para Hobbes, ese "estado de la naturaleza" implica conflictos irresolubles, de ahí que curiosamente términos con una connotación tan positiva hoy en día como "igualdad" para él tuvieran una carga negativa. No, no puede haber hombres iguales porque eso les llevaría a la autodestrucción constante. Tiene que haber una sola autoridad encargada de velar por el bienestar de todos, el Leviatán.

¿Qué relación tiene el pensamiento de Hobbes con la corriente marxista? A fin de cuentas, el comunismo propuesto por Marx y Engels también aboga por un Estado fuerte que sea el centro de la vida social del individuo. Y, por otro lado, la doctrina hobbesiana no reconoce la propiedad privada, pues todos los bienes son de alguien solo si el Leviatán justifica y manifiesta que esos bienes le pertenecen. De ahí que "metan a Hobbes dentro del movimiento burgués incipiente que dará a luz al capitalismo liberal", remarca Hernández Arias. Algo diametralmente opuesto a lo que propondría Marx, la dictadura del proletariado que conduciría a una sociedad sin clases. Esto atenta contra los postulados de Hobbes, pues niega la igualdad económica y social en favor de una soberanía autocrática que despoja de todos los bienes y derechos a los ciudadanos a cambio de su seguridad y protección.

Tampoco cabría asignarle dentro de la tónica totalitaria del fascismo, ya que en todo momento propone un Estado ideológicamente neutro que vele por el bienestar de toda la nación, sin que factores como la raza sean excluyentes. Ello no le exime de ver a las monarquías absolutas como la forma de gobierno más perfecta que podría haber. ¿Por qué no una democracia liberal, como más tarde se iría consolidando? "Porque si el poder recae sobre un solo soberano, es lógico que haya menos corrupción que si cae sobre otros muchos más individuos", responde Hernández Arias. "La monarquía roba a unos pocos, mientras que si es un gobierno de muchos, estos robarán a muchos más".

Profeta de la política internacional de nuestros tiempos

Una de las ideas más brillantes que dejó el filósofo inglés y que recupera Hernández Arias es la convicción de que un estado de guerra entre Estados es preferible al estado de naturaleza entre individuos, puesto que mientras se desarrolla la guerra allende sus fronteras, se mantiene la paz dentro del territorio. Una teoría que se convierte en realidad durante el siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se divide en dos bloques o 'superleviatanes': 
Estados Unidos a un lado y la Unión Soviética en el otro. Nada garantiza más la paz interna que una guerra externa. Ante todo, el objetivo del Leviatán será evitar la guerra civil, que Hobbes alegoriza como una enfermedad terminal de los Estados.
"Las naciones son como gladiadores que pelean entre sí. La resolución es crear una especie de 'superleviatán' para mediar en conflictos"
"Nosotros pacificamos el interior, evitamos las tensiones internas y llevamos los conflictos fuera de nuestras fronteras", comenta el filósofo experto en Hobbes. Este es el pretexto político de tantos países para constituirse como imperialistas o colonialistas. Hay que hacer imperio, evitar cualquier espíritu de secesión interna (otra enfermedad del Estado), mantener la unidad. Y, una vez constituidos, el contexto internacional que se crea es el estado de naturaleza entre Estados, lo cual es más preferible a un estado de naturaleza entre individuos de un estado. "Esta es la corriente realista de las relaciones internacionales", explica Hernández Arias. "Las naciones son como gladiadores que pelean entre sí. La resolución que propone es crear una especie de 'superleviatán' para mediar en este tipo de conflictos, lo cual a día de hoy es un asunto vigente, por ejemplo, en los debates sobre el futuro de la Unión Europea.  ¿Cómo se podría conseguir un gran Estado europeo con soberanías nacionales tan fuertes que cedan para llegar a pactos y acuerdos?".

Sin embargo, hay una salvedad en la lista de deberes que tienen los súbditos con su soberano. Esto es lo que Hobbes llama un "derecho de resistencia", el cual postula que en caso de que el Leviatán entre por capricho o interés personal en una guerra con otro Estado, el ciudadano tiene derecho a negarse a ir en calidad de soldado, pues prima más el deber del gobernante de velar por su seguridad y protección. Este es un conflicto de difícil resolución en Hobbes, pues al final contradice otras obligaciones que contrae el súbdito con su soberano. Sin embargo, y por desgracia, hemos podido asistir a esta situación que plantea Hobbes recientemente, con las imágenes de las fronteras rusas repletas de ciudadanos buscando asilo en naciones vecinas como Georgia ante su negativa a combatir en la guerra contra Ucrania.

Como decíamos, tristemente no hemos superado a nivel político muchos de los conflictos de intereses de los que advirtió Hobbes hace ya más de cuatro siglos, cuando defendió sus tesis para un Estado absolutista. Ahora, el territorio parece haber cambiado (la entrada de la cibernética como nuevo campo de juego, por ejemplo), pero las reglas son las mismas: Estados nación que pretenden conseguir soberanía mediante un estado de naturaleza con otros Estados, es decir, mediante el uso de la fuerza.

El 'Monstruo de Malmesbury'

Aunque la filosofía política de Hobbes parece superada, antigua, el Leviatán de la Edad Contemporánea lucha día a día por alcanzar su hegemonía, pensemos en otro nuevo actor internacional como China tras el ocaso de la Guerra Fría. En un mundo utópico, como concluye Hernández Arias, "habría un 'superleviatán' construido a partir de acuerdos y pactos entre todos los actores internacionales". Pero eso, lógicamente, sería un Estado mundial o universal que socavaría con la propia idea de soberanía nacional de cada país. Solo entonces y quizá, las teorías de 'el monstruo de Malmesbury', como le llama el experto español, quedarían superadas.

La ONU, un organismo nacido al calor del final de la Segunda Guerra Mundial, podría verse como ese intento fallido de 'superleviatán', ya que no es garantía de paz mundial y entre países. Por ello y por desgracia, no deberíamos extrañarnos por el clima de guerra internacional que planea desde hace meses y que parecía superado tras el fin de la Guerra Fría: la fuerza bruta propia del estado de naturaleza entre naciones no es más que la legitimización de su soberanía. La pugna de los lobos no ha terminado todavía.

VER+:


Hobbes. LEVIATAN [Fondo de Cultura Económica] by jolatan


Documental 2025: El Leviatán de Thomas Hobbes – El Origen del Contrato Social

¡La razón condujo al terror! La ilustración | Voltaire Rousseau | VII Filosofía moderna

sábado, 26 de julio de 2025

LIBRO "PROTESTANTISMO": HISTORIA OCULTA E IMPACTO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO por JAVIER BARRAYCOA


PROTESTANTISMO

HISTORIA OCULTA E IMPACTO 
EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO


¿Sabías que buena parte de la tecnología moderna tiene su origen en el sueño protestante de reconstruir el Paraíso? ¿O que desde el siglo XIX han profetizado anualmente el cumplimiento del Apocalipsis y el fin del mundo?

Apenas somos conscientes de cómo la reforma protestante ha influido en nuestras vidas. Tras el atormentado antihéroe de las películas americanas, la autoimposición de la felicidad como un deber absoluto, la necesidad imperiosa de un triunfo profesional o las angustias de la soledad y el individualismo que nos abaten, podemos descubrir los ecos de una nueva antropología que trajo la Reforma protestante. La eclosión espiritual que implicó, llevó a innumerables grupos y congregaciones a buscar la pureza espiritual pero reflejada una moral y control público que hoy nos asustaría. En ciudades como la Ginebra de Calvino se prohibieron los juegos, se cerraron las tascas e incluso se impidió celebrar la Navidad. No fue extraño que, en países como Inglaterra, y en determinadas sectas, se llegara a reglamentar el número de platos permitidos o prohibir postres y dulces. Buena parte del protestantismo vivió bajo el terror del inminente fin del mundo. Isaac Newton fue uno, entre muchos, de los que escudriñó el Apocalipsis para profetizar la fecha exacta del esperado acontecimiento. Por su parte, los Wasp (Whites, Anglosaxons and Protestantes), quisieron configurar una América racial donde otras razas y religiones no tendrían cabida. Y en los lands alemanes, donde dominaba el protestantismo, es donde el partido Nazi consiguió obtener su mayor apoyo. La mujer, en el mundo protestante, creyó que podía encontrar su liberación, pero a la postre se vio sumergida en un mundo donde la sospecha recayó sistemáticamente sobre ella, convirtiéndose en una potencial bruja o adúltera. En paralelo, en la Alemania luterana estallaron como nunca las persecuciones contra los judíos o en América se recluían los Amish huidos de Europa, deteniéndose para ellos el tiempo. Este libro invita al lector a un apasionante recorrido a través de estos acontecimientos que dejaron una marca perdurable en el mundo contemporáneo.

«Los tres grandes elementos de la civilización moderna 
son la pólvora, la imprenta y el protestantismo», (Thomas Carlyle).

«Un aspecto de la libertad moderna 
-el aislamiento y el sentimiento de impotencia 
que ha aportado al individuo- tiene 
sus raíces en el protestantismo», (Erich Fromm).

«Fingid una ilusión cualquiera, 
contad la visión más extravagante, 
forjad el sistema más desvariado; 
pero tened cuidado de bañarlo todo 
con un tinte religioso y estad seguros 
que no os faltarán prosélitos entusiastas 
que tomarán a pecho el sostener vuestros dogmas, 
el propagarlos, y que se entregarán a vuestra causa 
con una mente ciega y un corazón de fuego: es decir, 
tendréis bajo vuestra bandera 
una porción de fanáticos», (Jaime Balmes).

Un marco de comprensión 
a modo de introducción 

Nace el siglo XVI. La tan denostada, por algunos, Edad Media parecía agonizar ante un nuevo movimiento intelectual y artístico que se vendría a llamar Renacimiento y que había arrancado un siglo antes. El optimismo de los Erasmo y Thomas Moro, se vería truncado por una convulsión espiritual que nadie esperaba: el protestantismo. Esta sacudida parecía un revival de las tormentosas agitaciones que habían estremecido Europa un siglo antes, en forma de crueles guerras religiosas como la de los husitas en Bohemia (1419-1434) o la de los campesinos en Alemania (1424-1425). Ambas provocaron miles de muertos y terrible desolación, a la par que miseria y hambrunas, poniendo en duda las viejas estructuras políticas en torno de las cuales había descansado la sociedad durante siglos. Ello no impidió que ese siglo viera florecer a genios como Donatello, Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel. En 1506, por orden del papa Julio II, un pontífice más que peculiar por su carácter y afanes políticos, guerreros y artísticos, se iniciaba de manos del arquitecto Bramante la hercúlea basílica de San Pedro. Pronto le faltó dinero, mucho dinero ante tal colosal Iglesia. Su sucesor León X heredó el problema económico y la necesidad de acabar el proyecto. Para ello se comerció abusivamente con la compraventa de indulgencias en toda la cristiandad con tal de conseguir fondos para tan magna empresa. 

Este comercio fue especialmente abusivo en las zonas alemanas del Sacro Imperio Romano Germánico, donde tradicionalmente se protestaba contra los impuestos pontificios. La causa es que estos se sumaban a los gravámenes ya abusivos de los príncipes y señores alemanes. Hasta el siglo XV la práctica de la compra de indulgencias estaba rigurosamente regulada y limitada por la Iglesia a casos concretos. Paradójicamente, fue el deseo de convertir a Roma en una ciudad renacentista, la que llevaría al pretexto que desencadenaría el origen formal del protestantismo. La cuestión de las indulgencias fue la excusa para que un fraile católico alemán, Martín Lutero, hiciera llegar a su obispo 95 tesis teológicas, al respecto, para su discusión pública. La creencia popular dice que las clavó en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos, en Wittenberg, en 1517. Todo esto forma parte de una leyenda áurea que se fue construyendo posteriormente en torno a Lutero, pero no pasa de un mito. Este era monje católico, fraile agustino para más inri, y la propuesta se hizo por escrito y por la vía reglamentaria a su obispo, como era costumbre. 

No se puede desdeñar que la venta de indulgencias también causaba entusiasmos inenarrables en una parte de los creyentes, especialmente en Alemania, donde los fieles hacían lo imposible por adquirirlas. Ejemplo de ello es la figura del fraile dominico Johann Tetzel, fallecido en 1519, que fue conocido por sus prédicas entusiastas y aplaudidas a favor de las indulgencias. Sus seguidores se contaban a miles. Incluso frente a las tesis de Lutero, se publicaron las llamadas 50 tesis de Tetzel para rebatir sus opiniones sobre el asunto. Ciertamente, la cuestión de las indulgencias, la corrupción y decadencia del clero, la acumulación excesiva de bienes por parte de la Iglesia, fue un mal habitual que periódicamente provocaba descontento. Había levantado críticas, movimientos de protesta más o menos violentos y también intentos de reforma en el seno de la Iglesia. De ello queda constancia en innumerables concilios convocados para intentar resolver estas cuestiones. Pero, por este tipo de asuntos, nunca se produjo una fractura como la que viviría la cristiandad en el siglo XVI, exceptuando el Cisma de Oriente del siglo XI en la que la Iglesia oriental se separó de la latina. 

Lutero encendió una llama que prendió porque las sociedades europeas del siglo XVI habían cambiado notablemente respecto a las anteriores épocas. Surgen entonces las nuevas aspiraciones del poder secular (que poco a poco e iban encaminando al despotismo ilustrado que vería su culmen en el siglo XVIII ) o la emergencia de nuevas fuerzas sociales y políticas que configurarán -a la larga- la modernidad. En el siglo XVI había emergido una potente clase comercial y productiva, urbana y necesitada de una espiritualidad, que legitimara la ruptura con las formas productivas gremiales medievales cristianas. El hundimiento de la cristiandad forjará la Europa de las naciones, que tuvo su trágico esplendor en las revoluciones del siglo XIX  y las guerras mundiales del XX. En el surgimiento de ciertas formas radicales de protestantismo, tuvieron también incidencia las crisis endémicas del campesinado que llevarían a que Europa estallara en un sinfín de convulsiones. A diferencia de las crisis de siglos anteriores, las consecuencias espirituales y materiales que trajo la Reforma serían irreversibles y llevarían a finiquitar la Edad Media. Esa revolución espiritual que inicialmente se circunscribía a las fronteras del viejo Sacro Imperio Romano Germánico, inesperadamente desbordaría sus fronteras. Si bien Lutero quiso presentar una alternativa al catolicismo romano, pronto tuvo que competir a su vez con decenas de reformadores, cada uno con su propia doctrina e intenciones políticas. Desde su origen, el protestantismo se tornó un movimiento complejo y multiforme del que manaban divisiones y más divisiones. 

No hay que engañarse. En el siglo XVI  no emergió propiamente una reforma de la Iglesia católica, sino una revolución político-espiritual que convulsionaría el viejo mundo. Algunos han interpretado que la Reforma fue la continuidad del Renacimiento. En cierta manera sí y en cierta manera no. En ambos movimientos hubo una actitud de ruptura frente a la vieja cristiandad. Y en ambos se planteaba una superación por regresión. El Renacimiento quería beber en las olvidadas fuentes de griegos y romanos, mientras que el protestantismo proponía, como excusa, el regreso al espíritu de la Iglesia primitiva. Ambos, no obstante, se presentaron de forma opuesta: el primero como un movimiento optimista y humanista; y el segundo como una actitud pesimista, por considerar la naturaleza humana como absolutamente corrompida por el pecado original. Antes de proponer el protestantismo como la continuación del Renacimiento, sería más propio decir que abortó el Renacimiento. El humanismo fue sustituido por un pensamiento teocrático que fundía lo religioso con lo político, o invertía la tradicional relación de poderes forjada en la Edad Media. Igualmente, lo que aparentemente era un movimiento de regeneración eclesial, se convirtió en una nueva praxis de espiritualidad que partía de una peculiar antropología negativa. Por ello, el protestantismo acabó siendo algo ontológicamente distinto a las habituales crisis eclesiales vividas en los siglos anteriores.

El actualmente institucionalizado nombre de protestantes, tuvo su propia historia. Un jovencísimo Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, convocó a Lutero a la Dieta de Worms, en 1521, para que se retractara de las tesis teológicas que tanto revuelo estaban causando. Ni el emperador ni muchos eran conscientes de la magnitud del problema que se les venía encima. Para Carlos V y sus teólogos este encuentro tenía como intención una reconciliación que se les antojaba fácil, pues ¿cómo un fraile se iba a enfrentar a la máxima autoridad secular de la cristiandad? Pero Lutero no se retractó y se mantuvo altivo. Dicen que lanzó frases que han pasado a la hagiografía protestante como: «¡No puedo hacer otra cosa; esta es mi postura! ¡Que Dios me ayude!». No en vano, un año antes, en 1520, había recibido una bula papal, la Exsurge Domine del papa León X, en la que, sin pelos en la lengua, definía al reformador con estos términos: «un cerdo salvaje ha entrado en la viña del Señor». Y se ordenaba que las obras de Lutero fueran quemadas, dándole 60 días para retractarse y someterse a la autoridad de Roma. En respuesta, Lutero quemó públicamente la bula. Este acto de rebeldía solo lo pudo ejecutar porque se sentía protegido por algunos príncipes alemanes, especialmente el de Sajonia que lo tenía acogido. Ya desde sus inicios, la Reforma tendría este sutil carácter político, pues encontraría protección en aquellos poderes que se oponían al del emperador o al estado de cosas presente. Como la disidencia iba progresando, Carlos V decidió convocar otra dieta, la primera de Spira (1526). En ella se llegó a un acuerdo provisional para evitar una guerra civil, en las lindes interiores del Imperio, entre los partidarios de Lutero y sus adversarios. En espera de la convocatoria de un concilio que estableciera la doctrina cristiana ortodoxa, se permitió que, en función de las creencias o intenciones de cada príncipe elector, se pudiera enseñar y practicar el luteranismo o el catolicismo. El lema rector que ha pasado a la historia fue: Cuius regio, eius religió («de quien rija, la religión»). Tres años después, en 1529, se volvería a convocar en Spira una segunda dieta. Carlos V, queriendo zanjar definitivamente el tema, lanzó un edicto por el que se anulaba la tolerancia religiosa provisional que se había concedido a los principados alemanes. Ello provocó un documento en el que seis príncipes y catorce ciudades libres alemanas del Sacro Imperio Romano Germánico protestaban por el edicto. Nacía así, en su terminología, el protestantismo. El término en principio era despectivo, pero luego fue asumido con orgullo por los acusados. Más adelante se expondrá cómo el protestantismo se fue dividiendo en cientos de confesiones diferentes y opuestas entre sí. Pero algo siempre las mantuvo unidas: la protesta contra Roma. El pensador español Jaime Balmes quiso sintetizar así este fenómeno: «Mirando el globo del protestantismo, sólo se descubre en él un conjunto de innumerables sectas, todas discordes entre sí, y acordes en un solo punto: en protestar contra la autoridad de la Iglesia».

¿EL PROTESTANTISMO COMPARADO 
CON EL CATOLICISMO?

"El protestantismo comparado con el catolicismo", es una de las obras más idiosincráticas de Balmes y quizá una de las primeras en lanzar un análisis sobre el protestantismo más allá de lo meramente teológico. Al contrario que la obra de Balmes, en este libro que el lector tiene entre sus manos, no se pretende establecer una comparativa entre protestantismo y catolicismo. Y tampoco este quiere ser un texto de profundidades teológicas y filosóficas. Estas páginas son de divulgación histórica, pero es inevitable establecer ciertas comparativas, realizar ciertas reflexiones más allá de la historia y, eso sí, constatar los efectos que ha producido el protestantismo sobre la cultura y la organización política occidental. Especialmente a esto se dedicarán los dos últimos capítulos de la obra. El protestantismo, evidentemente, fue analizado, criticado y combatido desde el catolicismo. Pero también lo fue desde el marxismo, que distinguía muy bien las implicaciones del fenómeno protestante respecto al catolicismo. Se encuentra en la doctrina marxista una curiosa interpretación que enlaza muy bien con fenómenos parejos a la revuelta religiosa. Así, se puede leer en el Diccionario filosófico marxista, de 1946, la siguiente curiosa y contundente definición: «El protestantismo es una variante burguesa del cristianismo». 

El juicio del marxismo pone el acento en tres dimensiones del protestantismo que se irán revisando en diversos capítulos. Por un lado, las iglesias nacionales creadas por el luteranismo prefiguraron los estados nacionales modernos cada uno con su propia religión nacional. Allí donde triunfaba el protestantismo moría la idea de la universalidad de la fe para circunscribirse a una doctrina permitida en una jurisdicción, reino o Estado. En resumidas cuentas, las iglesias nacionales imponían fieles nacionales. Por otro lado, el protestantismo, a la larga, provocaría una secularización religiosa que permitiría la concepción del ciudadano como un sujeto ligado primeramente al Estado y no tanto a una confesión religiosa. Pero antes de este proceso, por obra y gracia del protestantismo, se produjo una teocratización de la sociedad. Marx acusaba a Lutero en estos términos: «Lutero derrotó la fe en la autoridad, porque restauró la autoridad de la fe. Convirtió a los frailes en laicos, porque convirtió los laicos en frailes». Así, desde la doctrina marxista se reconocía que la reforma protestante fue causante de la divinización del Estado moderno, en cuanto que paso previo a su profunda secularización. Una ley universal de la historia es que la pérdida del sentido de lo religioso, siempre viene antecedido de una sobredimensión o hipertrofia de lo sacro que pretende anular lo natural. Y esto es lo que significó el protestantismo para el cristianismo.

En el protestantismo también se descubre que, contra la universalidad del cristianismo, se identifican ciertas espiritualidades con ciertos grupos sociales. Por ejemplo, el calvinismo, una forma de protestantismo distinta del luteranismo y menos conocida para el gran público, sería, en boca de Engels, la doctrina apropiada para «los más intrépidos burgueses de la época». Para él, el calvinismo era «la expresión religiosa del hecho de que en el mundo comercial, en el mundo de la competencia, el éxito o el fracaso no dependen de la actividad o de la aptitud del individuo, sino de circunstancias independientes de él». Engels se refería al dogma de la predestinación a la salvación (nuclear en la teología protestante) como un condicionante que determinaba quién debía ser rico y quién pobre. No es de extrañar que las burguesías nacientes en potencias comerciales como Holanda se acogieran al calvinismo como una espiritualidad ajustada a su idiosincrasia. También, para el marxismo, las expresiones más radicales de protestantismo, los llamados movimientos disidentes, prefiguraron los posteriores movimientos revolucionarios en los que se reflejaba el marxismo. Estos grupos revolucionarios, bajo forma de sectas radicales enfrentadas a las propias formas de protestantismo institucionalizado, querían purificar la Reforma y alcanzar el cristianismo primitivo más originario. 

La obra referida de Balmes, diametralmente opuesta al análisis marxista, es una respuesta a la obra del protestante calvinista Françrois Guizot, titulada: Historia de la civilización en Europa. Desde la caída del Imperio romano hasta la Revolución francesa. Guizot fue ministro de finanzas, tras la revolución burguesa de 1830 en Francia, protagonizada por Luis Felipe de Orleans, un miembro de la realeza a la par que liberal revolucionario. A Guizot se le atribuye aquella frase lanzada a los franceses tras la instauración de la monarquía constitucional-liberal: «¡Enriqueceos!». Para algunos, amanecía ahí el espíritu del capitalismo moderno. La tesis que defendía Guizot en su obra era muy sencilla: el protestantismo había traído a Europa el progreso y la prosperidad. Por el contrario, el catolicismo había sido una rémora para el bienestar de Occidente. El clérigo y apologeta Balmes, no pudo menos que escribir su ya inmortal texto para rebatir esa tesis. Es interesante leer en paralelo ambas obras pues ofrecen una perspectiva interesante de cómo se autoanalizaban y comparaban, en el siglo XIX, el protestantismo y el catolicismo.

Naciendo el siglo XX, se hicieron famosas dos obras de Max Weber, editadas juntas y tituladas "Ética protestante" y "El espíritu del capitalismo" (1904-1905). La tesis defendida ha llenado páginas y páginas de comentarios en libros y artículos. Según Weber, el calvinismo, bajo el arbitrario dogma de la existencia en la voluntad divina de una predestinación a la salvación para unos y a la condenación de otros, provocó terribles angustias en sus seguidores sobre su destino final tras la muerte. Si bien para Lutero la salvación no dependía de las obras, sólo de la fe, para el calvinismo ya ni siquiera la fe podía salvar al creyente. Para el calvinismo, el destino eterno del alma estaba predestinado antes de su creación. Según Max Weber, el éxito profesional podría ser un predictor de estar entre los elegidos a la salvación y ello habría causado una ética necesaria para la aparición del capitalismo. Esta breve explicación es evidentemente una burda simplificación, pues la exposición de Weber incluye elementos más complejos que normalmente son obviados. También se suele olvidar que la obra de Weber fue respondida por otro gran sociólogo alemán, Werner Sombart, con su libro El burgués (1913). Sombart propone otros elementos explicativos de la aparición del capitalismo, aparte del calvinismo, ya arraigados incluso en la Edad Media. En otra obra suya, Los judíos en la vida económica, explica que el enriquecimiento de Holanda en la época calvinista sólo fue posible por la llegada unas décadas antes de los judíos expulsados de España por los Reyes Católicos y no tanto por la ética calvinista. Con esto se significa que la discusión sobre la relación entre protestantismo y capitalismo, sigue abierta. 

El protestantismo es un fenómeno complejo, extremadamente complejo, y todo intento de simplificarlo en estereotipos llevaría a una falsificación interpretativa. Por ello, y debido a la naturaleza de este texto de aproximación, tampoco se ha querido descartar reflexiones que permitan comprender mejor el presente de Occidente como fruto de la Reforma protestante y su secularización. Tras la redacción y relectura de estas líneas, el autor llega a la conclusión de que este es un libro de pistas sobre el protestantismo para que el interesado en algunas cuestiones pueda tener un cabo del que tirar e investigar por su cuenta. La inmensidad del fenómeno, el espacio y tiempo que enmarcan los límites del escritor y exigen las editoriales, obligan a esbozar más que a elaborar una obra de profundidades explicativas. Aun así hay que plantear las paradojas que suscita el fenómeno de la Reforma, en la medida que han tenido una profunda trascendencia para explicar nuestro presente. 

Hay que explicar por qué, con los siglos, las sociedades protestantes generaron lo contrario que soñaban. Allí donde se pretendió establecer una teocracia, el gobierno del pueblo de los escogidos, la Nueva Jerusalén, será donde surgirán las revoluciones liberales laicizantes. La sublimación de lo religioso acabó en su esterilización. Y esta es la paradoja que se plantea el famoso psicólogo Erich Fromm en su obra El miedo a la libertad: «el hombre moderno [fruto del protestantismo] parece impulsado, no por una actitud de sacrificio y de ascetismo, sino, por el contrario, por un grado extremo de egoísmo y por la búsqueda del interés personal. ¿Cómo podemos conciliar el espíritu del protestantismo y su exultación del desinterés, con la moderna doctrina del egoísmo?». Hay que explicar por qué donde se negó la libertad y la necesidad de buenas obras como indispensables para la salvación, es donde siglos después florecerá la exaltación de la libertad cívica o el voluntarismo, expresado en la obcecación por el trabajo y el éxito. En el mundo protestante, en general, el deseo de una vida austera acabaría siendo sustituida por el ansia del enriquecimiento y el materialismo más procaz. Donde reinó la intransigencia moral puritana más insoportable para cualquiera que la experimentase en nuestros días, se convirtió, a la postre, en el foco de la doctrina de la tolerancia y la libertad de pensamiento. 

Igualmente, donde se afirmó que la naturaleza humana estaba muerta por el pecado, acabaron surgiendo las teorías del hombre «bueno por naturaleza» que permitieron la construcción de la arquitectónica política moderna. El pacto de los escogidos con Yahvé, acabó siendo sustituido por el pacto de las voluntades individuales con una voluntad general y suprema que constituía el pueblo. Por otro lado, la divinización del pueblo,. propia de la modernidad, tiene un antecedente en la doctrina del derecho divino de los reyes. Esta tesis es defendida por John Figgis, en su obra El derecho divino de los reyes. En ella demuestra cómo los teólogos ingleses partidarios de la separación de Inglaterra de la Iglesia romana, pergeñaron esta teoría. La intención era dotar al poder político de una sacralidad que lo igualara con el del Papa. Aunque esta tesis existiera antes de los Tudor y Enrique VIII, Figgis expone que fue en su época cuando se defendió y articuló con mayor furor. Sólo así pudo justificarse que la cabeza de la Iglesia fuera el rey y no el papa. Pero, como escribiría en el siglo XIX el anarquista Max Stirner, la modernidad consistiría en sustituir el inventado derecho divino de los reyes, por el derecho divino de los pueblos. La posmodernidad, por el contrario, acabaría sustituyendo el derecho divino de los pueblos, por el inmanente absoluto derecho a todo del individuo inmerso en su propia soledad. 

En el siglo XIX, surgió de los ambientes protestantes alemanes un extraño filósofo panteísta y pesimista, Eduard von Hartmann. Se hizo famoso por su primera obra La filosofía del inconsciente (1869). En ella se encuentra el intento de resolver el drama que tres siglos antes habían planteado los primeros reformadores: la soledad de una conciencia liberada a sí misma. Según su argumento, la felicidad individual era imposible, pero el autor deseaba encontrar un mecanismo por el que liberar al inconsciente de su perpetuo sufrimiento existencial. Pará él, y a diferencia de Schopenhauer que propuso buscar la felicidad en burdos placeres, el hombre debía abandonar la terrible sensación de soledad y dejarse mecer por el orden moral social. Este «orden social» no le daría la felicidad, pero le aliviaría existencialmente (un orden social protestante, claro está). En otro escrito, titulado La religión del porvenir, presenta el protestantismo como una fase agotada y muerta del cristianismo, pero necesaria para que devenga una nueva civilización. Así, sentencia: «El protestantismo no es más que la estación de descanso en la travesía del cristianismo auténtico, muerto decididamente para las ideas modernas. Es un tejido de contradicciones desde su nacimiento a su muerte, porque en cada fase de su vida se tortura por conciliar lo inconciliable». Entre estas contradicciones psíquicas anunciadas está la ruptura entre la conciencia individual y el comportamiento colectivo. La necesidad de pertenecer a una comunidad de escogidos, con unos códigos morales y públicos manifiestos, combinada con la profundidad de una conciencia sin otro límite que la sola fides, sólo podía llevar a paradojas vitales. En la medida que agoniza el carácter comunitario de la fe, el protestantismo parece prefigurar la posmodernidad en su insoportable soledad subjetiva y el rechazo de la objetividad universal de la razón. No en vano, escribía Nietzsche: «El protestantismo es la hemiplejía del cristianismo y de la razón». 

El Deus absconditus («Dios escondido») que exalto Calvino, contribuyó a ello. El protestante pasó, de sentirse miembro de una Iglesia universal (como los católicos), a sentirse miembro de una comunidad o congregación de escogidos. Pero aun viviendo entre la comunidad de santos, nada garantizaba su salvación pues existía una predestinación -a la salvación o a la condenación- previa de la que ignoraba su contenido. Se hace difícil entrar en esas psiques, pero todo apunta, y así lo argumenta Erich Fromm, que fueron las primeras en sentir el individualismo moderno. En su clásico tratado sobe el suicidio, Émile Durkheim intenta explicar por qué las tasas de suicidios son siempre más altas entre protestantes que entre católicos. Una causa que apunta es el individualismo más exacerbado en los primeros: «si el protestantismo -explica Durkheim- da mayor importancia al pensamiento individual que el catolicismo es porque cuenta con menos creencias y prácticas comunes. [...] cuanto más se abandona un grupo confesional al juicio de los individuos, más ausente está de la vida de estos y menos cohesión y conferencia tiene». Son muchos los análisis de otros tantos autores que han sabido entrever las consecuencias del protestantismo en la elaboración de una psique especial y algo se traslucirá a lo largo de los próximos capítulos. 

El individualismo será al abono sobre el que fermentará otra de las características principales del protestantismo: la ausencia de un principio de autoridad. Ello llevará a que, irremisiblemente, la Reforma estuviera condenada a perpetuos procesos de división y enfrentamientos. Jaime Balmes ya describió el hecho: «Llevados los primeros reformadores de su espíritu de oposición a la Iglesia romana, reclamaron a voz en grito el derecho a interpretar las Escrituras conforme el juicio particular de cada uno [...] proclamado este derecho sin explicación ni restricciones, las consecuencias fueron terribles». La cuestión no era tanto el cómo interpretar las Escrituras, sino afirmar que no había más principio que el no tener principio de interpretación. En potencia, y llevando esta postura a su último extremo, cada cristiano se podía llegar a convertir en una Iglesia en sí mismo. La naturaleza social del ser humano llevó a que no se llegara a ese extremo, pues siempre se buscan complicidades, incluso en lo espiritual. Si la Reforma buscaba pretendidamente volver a la Iglesia originaria, su propia lógica la llevó a constituir innumerables, contradictorias e incompatibles entre sí «Iglesias de Cristo». Sólo en Estados Unidos, hoy en día, hay registradas más de 1500 confesiones y congregaciones protestantes diferentes. Se cumple así lo que Balines profetizara: «El principio esencial del protestantismo es un principio disolvente; ahí está la causa de sus variaciones incesantes». 

EXTRAVAGANCIAS, PACIFISMO Y RADICALISMO 

Las variaciones del protestantismo llevaron a que este, a lo largo de los siglos, adoptara las más diversas y contradictorias formas. Muchas veces se llegará a la extraña situación de que los reformadores acabaron defendiendo lo que previamente criticaron. Erasmo de Rotterdam, humanista, católico pero simpatizante con la causa protestante, no podía menos que criticar: «Según parece, la Reforma viene a detener la secularización de algunos frailes, y al casamiento de algunos sacerdotes; y esta tragedia termina al fin por un suceso muy cómico pues que todo se desenlaza, como en las comedias, por un casamiento». Con estas palabras se refería a muchos sacerdotes católicos que criticaban q.e la Iglesia la corrupción del clero, su escandalosa vida en concubinato, pero luego abandonaban ellos mismos el sacerdocio para casarse. No debe extrañar este hecho pues, nuevamente, Balmes enseña una ley universal de la naturaleza humana: cuando la razón quiere moverse sin sujetarse a ninguna autoridad, entonces el ser humano adopta posturas que van «desde el fanatismo a la indiferencia». 

Extraña ver cómo se incluyen en el protestantismo desde movimientos pacifistas, como los cuáqueros, a violentos revolucionarios como los anabaptistas. Actualmente se asocia el protestantismo a comunidades prósperas y modernas, pero, como señala Weber: «El protestantismo de Lutero, Calvino, Knox y Voet, en sus inicios, casi nada tenía en común con lo que ahora se conoce por progreso. Indudablemente, era contrario a muchos aspectos de la sociedad moderna». 
Si bien algunas confesiones protestantes, como los mormones, quedan asociadas a clases altas y tecnológicas, otras congregaciones como los amish parecen haberse quedado detenidas en el siglo XVII. En lo teológico, hay Iglesias reformadas unitaristas -que rechazan la existencia de la Santísima Trinidad- y otras que han conservado la doctrina trinitaria, como el anglicanismo. Unas conservan la Jerarquía episcopal y a otras les repugna toda estructura jerárquica. La disparidad teológica es tal que incluso se dan todas las variaciones posibles en el número de sacramentos aceptados por las diferentes confesiones. 

Lo que en un principio, por parte de los primeros reformadores, fue una búsqueda de la verdad, que había sido sustraída al cristianismo por parte de Roma, se terminó convirtiendo en la defensa de la primacía de la subjetividad. La búsqueda de la verdad, se convirtió en la búsqueda de mi verdad. Y, ¿cómo crear una fe común si cada reformador estableció un credo ajeno al de los otros? En definitiva, la unidad del protestantismo sólo pudo consistir en la protesta contra Roma. De ahí que Balmes señalara como casi esencial a la Reforma una constante tendencia a ciertas explosiones de fanatismo en el seno de esa pluralidad de creencias. Escribe que, esta tendencia a la radicalidad, anida latente en el corazón de la naturaleza humana. El problema se presenta cuando se producen las circunstancias para que se manifieste. Así, sentencia: 
«Fingid una ilusión cualquiera, contad la visión más extravagante, forjad el sistema más desvariado; pero tened cuidado de bañarlo todo con un tinte religioso; y estad seguros que no os faltarán prosélitos entusiastas que tomarán a pecho sostener vuestros dogmas, el propagarlos y que se entregarán a vuestra causa con una mente ciega y un corazón de fuego: es decir, tendréis bajo vuestra bandera una porción de fanáticos». Esta reflexión encaja perfectamente con lo que representó el protestantismo en sus primeras fases. Pero, también sirve para entender a los telepredicadores que salpican el territorio de los Estados Unidos o extrañas sectas cristianas, incluso destructivas, que siguen surgiendo en pleno siglo XXI como por arte de magia. 

Por mucho que en la actualidad se quiera presentar una visión ecuménica de las diferentes confesiones cristianas y se quiera dulcificar la imagen de algunos grandes reformadores, no se puede negar la realidad. Entre los reformadores y fundadores de confesiones religiosas, tenemos abruptas personalidades, ímpetus descontrolados, muchas veces mentes obstinadas, por no decir obsesivas, arranques de genio y malgenio o toques de humanitarismo mezclados con actitudes, muchas veces, profundamente tiránicas. Y, posiblemente, sin esas características hubiera sido imposible crear casi de la nada una confesión religiosa que luego, durante siglos, seguirían millones de fieles. Es absurdo ocultar los arranques histriónicos de Lutero que llegó a lanzar un tintero contra el diablo que le acosaba en su habitación o que proclamaba sus filípicas contra los campesinos alemanes llamando a los príncipes electores a exterminarlos como a perros rabiosos. O cómo Calvino, en un arranque de ¿celos? mandó enviar a Miquel Servet a la hoguera. Ni la historia puede olvidar la obsesión casi enfermiza de Cromwell contra lo católico, expresada en sus sangrientas campañas en Irlanda, o contra la monarquía a cuyo representante mandó cortar la cabeza. O resalta, ya entrados en el siglo XIX, la trágica historia del fundador de los mormones, Joseph Smith. Según él se le habría aparecido Juan el Bautista confiriéndole el sacerdocio bíblico de Aaron, pero ello no impediría que muriera asesinado a mano de otros protestantes que lo consideraban un loco peligroso y polígamo.

Se podría argumentar que en el seno del catolicismo también hubo muchos personajes, incluso papas, que adolecían de los mismos resortes histriónicos. A la mente vienen rápidamente los Borgia. Calixto III, el primer papa Borgia, dejó preparado el terreno para que su sobrino Rodrigo le sucediera. Este, siendo cardenal, ya contaba con al menos siete hijos conocidos con más de una mujer. Consiguió ser elegido como papa con el nombre de Alejandro VI. De él dijo Maquiavelo: «no hizo nunca otra cosa que engañar al prójimo». Sin lugar a dudas era ambicioso, traicionero, manipulador y cruel. De paso escandalizó a los romanos montando una corrida de toros a la española en la Ciudad Santa. Sus degeneraciones, que le llevaron a su supuesto envenenamiento, sin embargo no derivaron en arbitrarios cambios doctrinales del credo católico, ni en la intención de reformular lo que debía ser la Iglesia o los sacramentos. Y mucho menos defender que su palabra estaba por encima de las Escrituras. 

Por el contrario, hombres y mujeres virtuosísimos en su comportamiento externos, como Ellen G. White, una de los sostenes del Adventismo del Séptimo Día, casta, vegetariana y madre ejemplar (todo lo contrario que los Borgia) y que decía tener visiones sobre el final de los tiempos, fundó una nueva iglesia según sus criterios. Sus escritos, para ella y sus fieles, pasaron a rango de inspirados, estando al mismo nivel que los libros de la Biblia. Con esa autoridad, un buen día decidió que el precepto cristiano debía cumplirse el sábado y no el domingo. Ningún Borgia, con su poder, crueldad y desmedidos vicios, se hubiera atrevido a parecidas transformaciones en las creencias y tradiciones cristianas. Baste analizar la figura de san Francisco de Asís para descubrir en él a un potencial loco, sectario o hereje. Fundada ya su orden, camino de Tierra Santa, quiso convertir al sultán de Egipto al cristianismo. Para ello invitó a sus imanes a entrar con él en una gran hoguera, para así demostrar qué religión era la verdadera. Los mulás rechazaron horrorizados la propuesta. Entonces se ofreció al sultán a entrar solo y le retó que, si salía ileso, se convirtiera al cristianismo. Una propuesta que el sultán le prohibió ejecutar. El poderío del de Asís y sus seguidores, los poverellos, era más que suficiente para haber montado su propia reforma y separarse de la Iglesia, pero nunca se le pasó por la cabeza. Eso lo harían posteriormente muchos de autoproclamados seguidores del espíritu de san Francisco, como los Hermanos Apostólicos de Dulcino (1250-1307) o los fraticelli que en nombre de san Francisco y su pobreza, agitaron las aguas espirituales de Europa con sus actividades revolucionarias, allá por los siglos XIV y XV. De estas agitaciones beberían también muchos reformadores protestantes. 

La historia del protestantismo es una historia compleja y apasionante, pues es el relato de las pasiones del espíritu que, queriendo volar a veces demasiado alto, cayeron en algunas profundidades insondables; queriendo vencer al mundo, a veces se adaptaron perfectamente a él e incluso lo impulsaron con una eficacia inusitada. El protestantismo en cuanto tamiz espiritual que adoptó mil formas, acompañó desde su origen a la modernidad en una extraña relación. Decía Gustavo Bueno que el protestantismo quedó atrapado en la conciencia subjetiva que conduce al pietismo y al nihilismo, y que de Lutero se va a Hegel, Nietzsche y Hitler (pasando por Lessing, Herder, Fichte, Bismarck y su Kulturkampf). Con esta última reflexión, se iniciará un recorrido por su historia, advirtiendo de antemano que sólo se podrán revisar algunos de sus pliegues y otros quedarán en el tintero. Pero la intención última es un primer conocer y sorprenderse con la realidad del protestantismo y esbozar cómo este fenómeno, que quebró la vieja cristiandad, ha influido de manera insospechada en la forja de nuestros días.

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PROTESTANTISMO Historia oculta / Javier Barraycoa presente su libro