EL Rincón de Yanka: CREER EN DIOS EN COMUNIÓN ECLESIAL ES SER FIEL, PERSEVERANTE SIN CLAUDICAR Y SIN EXCUSAS NI PRETEXTOS: CARTA DE CASTELLANI A LEÓNIDAS BARLETTA

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lunes, 1 de enero de 2024

CREER EN DIOS EN COMUNIÓN ECLESIAL ES SER FIEL, PERSEVERANTE SIN CLAUDICAR Y SIN EXCUSAS NI PRETEXTOS: CARTA DE CASTELLANI A LEÓNIDAS BARLETTA


CREER  ES  SER  FIEL,  PERSEVERAR  
Y  NO  CLAUDICAR  SIN  EXCUSAS  NI  PRETEXTOS  
PORQUE  ÉL  NOS  AMÓ  PRIMERAMENTE,  
INCONDICIONALMENTE  Y  FIELMENTE  PARA SIEMPRE...


"Castellani tiene la virtud de hacer realidad aquello que decía Donoso Cortés, de que detrás de toda cuestión política hay una cuestión religiosa. Todas las cuestiones que toca Castellani, no solo las políticas sino las culturales, sociales, económicas -cualquier asunto que toca, y fueron muchos porque nada humano le era ajeno-, lo hace siempre con una visión sobrenatural. Nos descubre la teología que hay detrás de la política y de cualquier problema social. Es verdaderamente alumbrador, de una clarividencia extraordinaria. Uno se queda conmocionado ante su penetración y perspicacia.

Yo a Castellani lo leo en un momento en el que estoy considerando muy seriamente abandonar la Iglesia por miserias que he descubierto en personas que ocupan puestos preeminentes, tanto clérigos como seglares. En ese momento leo a Castellani y me enseña algo muy importante, y es que el sufrimiento que nos infligen las personas que están en estos puestos preeminentes no justifica nuestra defección. Concretamente hay una carta que Castellani le dirige a un escritor comunista argentino, Leónidas Barletta (publicada en Las ideas de mi tío el cura), quien le espeta: 
"¿Por qué no abandona usted a todos esos viejos carcamales, que se han revelado incomprensivos e injustos, y a esa novia que amó en su juventud y se ha convertido en ramera, y por qué no sirve a su Dios y a sus ideales en el estado civil?". Y Castellani da una explicación tan profunda y tan hermosa de por qué eso no se puede hacer, que para mí fue muy consoladora. Invito a los lectores a que lean esa carta".
Leonardo Castellani
Carta a Leónidas Barletta

1. Respuesta difícil: la fe
"Condúcete siempre como si mañana hubieras
de morir, y algún día tendrás razón"
Tomás de Kempis

Su carta del 21 del corriente —noble y generosa— es difícil de responder, y pide respuesta. Creo que lo mejor será llevarle a usted mi MARTIN FIERRO, cuando salga.

Le voy a escribir como sí hubiera de morir mañana domingo. Total...

—"¿Por qué no abandona usted a todos esos viejos carcamales, que se han revelado incomprensivos e injustos, y a esa novia que amó en su juventud y se ha convertido en ramera —y por qué no sirve a su Dios y a sus ideales en el estado civil?".

Eso es difícil de responder. Porque soy así, sencillamente.

Hay una respuesta breve pero que no sirve en este caso: mi fe. Tengo fe en Cristo y en la Iglesia por El fundada, que creo indestructible. Mas si yo le digo a usted que tengo fe, y por ella espero la vida eterna; y por eso aguanto la cruz (pesada o no) que Dios se ha servido poner sobre mis hombros, digo algo que para mí es verdad, mas para usted es otro idioma: es como si contestara a su carta EN LATIN: una simple impertinencia.

¡Cuántas cartas "prepotentas" de esa clase he recibido yo en estos últimos años de mis cofrades — que en vez de pensar en ayudarme o disculparse de no poder hacerlo, me sacudían por la cabeza con la fe! Aquí tengo la última, del 21 de abril, misma fecha que la suya.

— "Padre Castellani: Dios lo ha elegido a usted para pasar una ruda prueba: a los que eligió, también predestinó para hacerse imagen de su Hijo, dice San Pablo. Rezaré un mes entero un Rosario para que el Señor le alivie la situación o le dé tanta resignación que pueda llegar a la santidad por la pena y humillación extremas que sufre en su situación actual. . ."

(Y así siguen otras "consideraciones pías", todas basadas en la Escritura, que yo no puedo negar ni rechazar, por cierto, sin hacerme hereje... pero que me dan mucha rabia).

¡Líbreme Dios de tratarlo a usted como me tratan mis cofrades! Ud. ha tenido verdadera simpatía y condolencia ha reaccionado con honradez ante la injusticia, ha pensado lo primero de todo en "ayudar". No digo a Ud. pero ni a Constancio Vigil, ni a Stalin, ni a Juan Manuel de Rosas, ni al demonio quisiera yo tratarlo como me han tratado mis cofrades (algunos) .

Los sacerdotes argentinos son cobardes, no todos, sino aquellos de que yo tengo experiencia en su mayoría. La cobardía parece característica general del gremio. Parecería que no debería ser así: que en el que cree y espera cosas tan grandes, el coraje debería ser su característica; o la "fe" no sirve para nada, o estos simplemente no tienen fe: parece un dilema inexplicable (puede ser que la razón sea lo que predijo Carlos Marx, hace un siglo, en su famoso "Manifiesto" que el capitalismo convertiría al letrado, al intelectual, al escritor, al sacerdote, en plebeyos —cosa que se ha cumplido—).
En realidad, hay escape del dilema: en realidad muchos tienen, lo mismo que yo, poca fe, cosa no de extrañar, puesto que pasó en la misma escuela de Cristo: "hombres de poca fe", llamó Cristo a sus compañeros como 10 veces. Yo he sido débil muchas veces, por poquedad de fe en mi trato con los poderes de este mundo: el Vaticano, el General de los Jesuitas, el P. Travi, el P. Moglia ... Con los otros poderes civiles, nunca he tratado. Pero si llego a tratar, ¡lo mismo!

Es que tener mucha fe es ser santo; y los santos son pocos. ¡ No hay más santos ya como en otros tiempos hubo! Dice el hijo de Martín Fierro que no hay hoy día santos varones. Roma no hace ahora más que canonizar mujercitas, "fundadoras" de órdenes de monjas. ¿ Qué pasa?
Al que entra por el camino estrecho de la fe, ninguno lo puede ayudar, ninguno lo puede comprender, escribió Soren Kirkegord. ¿Dónde está esa palabra en el Evangelio? Los críticos católicos acusan a esa palabra de "luterana". Pues está en la conducta del Cristo, incomprendido de todos. Sus parientes más próximos lo trataron de loco; y su excelsa Madre calla. ¡Oh, Señora! ¿Por qué no habláis? No entiendo a mi Hijo.

"Sus padres no entendían aquella palabra" —dice el Evangelio—. Esto no es derogar la grandeza excelsa de aquella niña hebrea, a quien las generaciones posteriores han llamado bienaventurada. Es exaltar la grandeza de Dios, ante la cual todo lo mortal, incluso la Virgen María, es nada. La fe une al hombre con Dios. Donde el hombre toca a Dios, se produce la tiniebla, no por falta sino por exceso de luz, porque (como dijo el pagano Aristóteles) "nuestros ojos con respecto a Dios son como los del murciélago con respecto al sol".

Pero veo que estoy incurriendo en lo que quería evitar: en la carta "prepotenta". Basta.

2. Respuesta protestante
"Los peces daban gemidos
por el mal tiempo que hacía"
Lope

Un protestante me escribió en el mismo sentido que usted: —"Si la Iglesia Católica le ha hecho a Ud. todo lo que narra en su, "reseña", ¿ cómo permanece Ud. todavía en la Iglesia Católica?".
Respondí: la Iglesia que ha sido conmigo falsa e inmisericorde NO ES LA MISMA que la Iglesia en la cual permanezco. Yo permanezco en el ideal evangélico, en comunión por tanto con todos los que hoy día abrazan de hecho el Evangelio. También me ha hecho grandes bienes la Iglesia; sí, la Compañía de Jesús.

La Iglesia que se equivocó conmigo (aun humanamente hablando) es la burocracia impersonal de los malos pastores; la Iglesia a la cual sigo amando y perteneciendo es la Iglesia personal y viviente de los que aún tienen fe, y viven su fe en la caridad. Las dos están unidas (siempre lo han estado, trigo y cizaña) pero son opuestas en sí mismas; mas no podemos separarlas nosotros, pues según Nuestro Señor, las separarán los "Segadores", en el tiempo de la "Siega", que opino no está ya muy lejos.

El comunismo puede ser el instrumento de esa separación.

El mismo caso de Cristo con la Sinagoga. Cristo no se salió de la Sinagoga (la Sinagoga lo arrojó) porque ella era la depositaria no practicante de la Fe y de la Ley verdadera. Luchó dentro de ella hasta la muerte contra los abusadores de la Ley —los fariseos—. Si Cristo por despecho se hubiese hecho saduceo, herodiano, o gentil, les hubiese dado un placer fantástico a sus encarnizados enemigos.
Creo que yo les daría una alegría a algunos malos jesuitas, (los hay buenos, quiero decir, hay gente buena no poca, incluso dentro de los jesuitas) si ahora agarro y me vuelvo protestante, como el difunto Padre Anzoátegui, escandalizado por su conducta y resentido por los daños que me han infligido. Esa es justamente mi más grave tentación —Y el mayor daño que me han infligido—. Pero yo conozco que es TENTACION.

Hay que "sufrir tentación" en esta vida. "Il faut soufrir gion seulement pour l' Eglise, mais par l'Eglíse" no solamente por la Iglesia sino también por parte de la Iglesia.

Pero esta es una respuesta escrita en "protestante"; es también una respuesta "prepotenta", y un si es no es sublime. ¡Compararse con Jesucristo! Sin embargo, el Evangelio, San Pablo y Tomás de Kempis, nos imponen la obligación de compararnos constantemente con Jesucristo, y en eso consiste el ser cristiano. ¡ Tremenda obligación! No me extraña que tantos la hayan abnegado hoy día, continuando llamándose y creyéndose cristianos, pero sin compararse con Jesucristo, poco o nada.

3. Respuesta vil
"Yo soy un hombre violento; 
pero desgraciadamente, no con los demás"
Ghandi.

En vez de dar a su pregunta la respuesta sublime y prepotenta, podría dar también la respuesta vil; es decir, llana y humorística: lo que hacían los primitivos cristianos sometidos a la "ley del arcano".

—¿Por qué no deja la sotana?
—Porque, es vestido cómodo (menos cuando los comunistas nos degüellan por llevarla) y m'estoy acostumbrado.. .
—¿Por qué no se casa?
—Porque soy pobre y de un carácter insoportable; y porque me repugna engendrar desdichados.
—¿Por qué, pues pidió la dispensa del celibato?
—Un momento de ofuscación todos lo tenemos.
—¿Por qué no se hace rico?
—Porque no puedo.
—¿Por qué obedece a viejos carcamales?
—Según ellos, no los obedezco mucho que digarnos.
—¿Por qué no rompe con la "novia"?
—Ella ha roto ya conmigo, antes de pensarlo yo; y por lo demás, esa a quien usted llama novia, yo siguiendo a Juan el Apocaleta llamo Ramera; mas con mi verdadera novia no puedo yo romper, puesto que ella está y me espera en la otra vida.
—¿Es usted un vil, para aguantar tantos manoseos?
—Soy un "proletario": el proletario es un ser "humillado y ofendido"

"Vosotros lo tenéis todo
nosotros no tenemos nada
por causa de vuestra ruindad.
¡Afuera el falso buen modo,
la caricia interesada!
¡No busquéis nuestra amistad!

dice el Himno del Proletariado".
—¡Pero aquí se trata de su vida, de su vida!
—El día de la muerte es mejor que el día del nacimiento.

Creo que estas son todas las preguntas; y esta es la respuesta vil. Esta respuesta tiene su parte de verdad, porque en el hombre hay siempre algo vil. Compuesto de barro y espíritu, sus más nobles intenciones llevan siempre algo de barro, y el hombre se engaña muchas veces acerca de sus verdaderas intenciones, dorándolas todas de nobleza y sublimidad. Sutilmente, nos engaña lo que llamamos hoy la "Subconciencia", en cuyo fondo hay vileza y mentira, es decir, pecado: un "foso", decía Teresa de Cepeda.

Cuando yo acepté ser candidato a diputado argentino desobedeciendo al arzobispo (según dicen en la Curia, aunque es doble o triplemente falso; pero en fin, es la "verdad oficial", confirmada con muchas sanciones penales crimen inexpiable, como el de Edipo), o cuando me embarqué para Roma a disputar con el Prepósito General de la Compañía de Jesús (verdadera temeridad, pero necesaria en aquel momento), atribuí internamente a esas acciones mías (que sabía me iban a, infamar in aeter— nuin delante de todos mis cofrades), un motivo noble o sublime que no he revelado ni revelaré jamás. Y sin embargo, ¿sé yo seguro que ese motivo era el único verdadero? ¿sé yo seguro que mis cofrades no tienen razón? Lo sabré solamente en el momento de pasar de esta vida, o un momento después.

Así que preferí dar a mis cofrades la respuesta vil. Y cuando el Asistente de la Compañía de Jesús para Sud América me trató en una carta de miserable, ("homnen , itam mísero statu versatem", literalmente), no reaccioné con odio aunque me dolió mucho, porque pensé que quizás en parte era verdad ... delante de Dios. Sin duda, delante de Dios, todo hombre es un miserable menos los santos, aunque ninguno tanto como el que arroja esa palabra a la cara de su prójimo sufriente, como un salivazo a la cara de Cristo; puesto que Cristo dijo que el que tal hiciere, "reo es de la gehenna del fuego". Nada menos. Infinita miseria.

4. El "pathos" del comunismo

"Oh, Dios! ¡Nos acordaremos de este planeta!"
D. Aureuilly

Otra vez me he salido por peteneras y me he trepado al plano religioso plano al cual no deseo arrastrarlo a Ud (si es posible) sino hablar con Ud. mano a mano en el plano en que coincidimos, es decir, en el plano ético y humano.

¿En qué coincidimos los dos?

En una sola cosa, pero que es muy importante: en el "pathos", que es lo central de una psicología. Sentimos coincidentemente. Además somos cofrades en la Orden de Escritores Pobres, con voto de pobreza forzosa y honestidad intelectual libre.
Ud siente tremendamente el peso de esta época dura, como si estuviese Ud., personalmente en Corea o bajo la amenaza de la atómica; yo también.
Ud. conoce experimentalmente el gusto amargo de la injusticia social; ha sentido los retortijones de la inseguridad ha saboreado la amargura seca de ser explotado y tenido por tonto encima; ha andado algún tiempo sin vivienda y algunos días ha pasado sin pan; ha querido editar libros y no ha podido; ha editado un libro, y el editor le ha robado; ha escrito un libro honesto y eximio poniendo en él toda su alma, y los capigorrones de la crítica y los dueños de revistas y diarios le han hecho el silencio en torno; y la sociedad a la que ha beneficiado con él le ha pagado con el desprecio... etc., etc. En una palabra: Ud. ha visto que lo que dijo Carlos Marx en su Manifiesto, es verdad.

Yo también.

El Papa León XIII también. Pero el Papa León XIII no lo vio experimentalmente (era un marqués, nunca le faltó nada) y a nosotros dos sí.

En una palabra, los dos sentimos profundamente en las entrañas y en la médula de los huesos lo de la segunda estrofa del Himno del Proletario.

Vuestra sociedad es injusta
Vuestra sociedad no nos gusta
¡No busquéis nuestra amistad!
Vamos en busca del futuro
Lo que sea, puro o impuro,
Excepto vuestra sociedad.

Ud. es poeta y por lo tanto su mente "está abierta a las imágenes del mundo" como me dijo una vez el grande y tormentoso Lugones. El poeta tiene sueños cosmirreveladores, ve fantasmas, hadas y elfos, un trueno lejano lo hace estremecer y la luz de una estrella se le hunde en los huesos. Eso es un privilegio por cierto; pero comporta riesgos graves.
En eso coincidimos. Yo siento lo mismo que Ud. el horror de esta época y la necesidad de oponerse a ese horror, si quiero salvar mi alma. Ese horror carga sobre mí incluso físicamente, en forma que me volvería loco si no tuviera fe en Dios. Ya ahora no lo conozco solamente por las encíclicas, por los sermones, por los libros, o por la compasión lírica hacia los otros, como antes; sino por la efectividad del estado de alma del lumpenproletarier. Mi situación actual no es sólo un asunto personal mío, sino que se proyecta al infinito como representación viviente de infinitos hermanos míos que viven y sufren igual o peor que yo.

La miseria de los que se pierden y el dolor de los "humillados y ofendidos", me quema los huesos.

5. El cristianismo hoy
—Hola Manolo, al fin te encuentro, qué
cambiado estás hombre, pareces otro
— Se equivoca ud. Yo no me llamo Manolo
—¡Hombre! ¡Pues más a mi favor!
Gedeón

El cristianismo ha fracasado. No tiene hoy día poder alguno contra los males del mundo. Sus palabras suenan a hueco a los oídos de la muchedumbre y las muchedumbres se apartan de él en silencio o airadamente. Su historia refulgente se ha vuelto sospechosa. ¿No habrá sido toda su historia lo mismo que lo de hoy? Ningún medio tenemos de juzgar la historia del pasado, a no ser el tiempo presente. Y la historia del cristianismo está además sembrada de torpezas, errores y horrores: la inquisición, las guerras religiosas, la violencia, el afán de dominar, la avaricia, la hipocresía, la sujeción a los poderosos... Sin duda ha habido en ella hombres excelentes, mas ¿contrabalancean ellos el peso de los perversos, hasta hacer de la Iglesia una institución propiamente divina? Y muchos de esos hombres eximios han sido oprimidos por la Iglesia o arrojados fuera: Savonarola, Juana de Arco, el Arzobispo Carranza, Jacinto Verdaguer...

El cristianismo, aunque haya sido bueno para otras épocas, hoy no rige. Las diversas "Iglesias" aparecen como instituciones no diferentes de las sociedades civiles: algunas sometidas a ellas como instrumentos ("la gendarmerie spirituelle" de Bonaparte), otras queriendo dominarlas y aprovecharse de ellas (el clericalismo), todas organizadas sobre la base de lo temporal, del dinero, del poder, de la burocracia, de la diplomacia, de la política, de la astucia de la mentira, en una palabra. "La Iglesia no es hoy día más que uno de tantos imperialismos: el imperialismo moral" (E. Croce).

El mundo vive hoy su crisis más sería y más universal. La guerra inhumana y atroz se ha vuelto hoy "la institución permanente de toda la humanidad, en la cual y para la cual trabaja toda la humanidad, como poseída de una furia suicida. Los entendimientos más grandes del mundo se han dedicado con todas sus fuerzas a la "técnica de matar", el intelecto humano se ha puesto al servicio de Azrael, el dios del exterminio. La caridad y la paz ha volado de la tierra y los hombres se odian mutuamente; el odio y la rapacidad, encubiertos de formas hipócritas, son la base de las relaciones humanas. La adoración del dinero, mechada de la frenética busca del placer y de accesos idiotas de disipación y "diversiones" son el verdadero culto de la humanidad: el Banco Central y el cine son sus catedrales, que aun materialmente hablando, tapan hoy a las viejas catedrales cristianas, como tapa el Banco Nación de la calle Rivadavia —inmenso sar cófago de un gigante— a la feúcha Catedral de Rivadavia, que está a su lado. En la época anterior, nuestros padres, los "románticos", querían morir y no podían; nosotros sus hijos, queremos vivir y no nos es dado. ¿No tiene nada que ver con esto Dios, si existe? "Es una suerte que Dios no exista; si existiera, habría que fusilarlo" (Stendhal).

Se acabaron los milagros. Se acabaron los santos. Reina la santulonería. El santulón debilita cosas verdaderas, pero sería mejor que se callara: ensucia las verdades que profiere con su voz hipócrita y untuosa. No hay ninguna palabra que no haya sido profanada, los que más gritan "Dios, Dios, Dios", son los que más lejanos parecen de él en sus obras. Los sacerdotes venden ceremonias mágicas. Los obispos hacen política y "administración". Ya no hay profetas. "Los templos son lugares de colores chillones y de olores blandos" (Nietszche).

Jesucristo fue un gran idealista; y tenía razón en lo que soñó, solamente que fue la razón de un sueño: nosotros lo sabemos, instruidos por estos veinte siglos de historia. Si los hombres hubieran seguido su doctrina (nacida en un medio pastoril idí lico, y sencillo, sin vocación política, sometido al Imperio) otro gallo nos cantaría; pero él no contó con la dura naturaleza hu mana, ni con la extensión inmensa y caótica del mundo. ;,Qué podía saber de Tiberio, de Petronio y de Ghengis Khan el dulce poeta campesino de los lirios y de las aves del cielo? Si los hombres hubiesen comenzado a no vengarse ni codiciar, a amar a sus enemigos y desprenderse de sus riquezas, a darse a sí mis mos y a soportarse mutuamente al máximo, en tina palabra a considerarse de veras hermanos bajo un .solo Padre omnipotente y providente, naturalmente, el mundo so hubiera convertido en un paraíso. En sus últimos días Jesús de Nazareth vio que eso no prendía sino en muy pocos, vio su fracaso y se volvió som brío y amenazador, apocalíptico; y con eso precipitó su fin, con sus injustas imprecaciones contra los fariseos. Puso su esperanza en una próxima "parusía" o manifestación tronituante de su Padre, la cual no se produjo. Sus discípulos, después del primer aturdimiento, proyectaron la parusía un poco más allá, se dieron un plazo al cual se agarraron desesperadamente ' )ara lo cual tuvieron que fabricar (inconcientemente, por cierto) las alucina ciones de la "resurrección". Todos los apóstoles, en los escritos de ellos que nos quedan, creen la "parusía" pero "Jesucristo no fue Dios; fue la más grande esperanza que ha cruzado sobre la pobre Humanidad" (Renán).

Mas los viejos mecanismos humanos de dominar al hombre por la violencia y el miedo, necesarios a la sociedad, sobre todo agrupada en grandes Estados, seguían funcionando y siguieron funcionando. La Iglesia, limitada al principio a pequeñas "células" cerradas y alucinadas, tuvo al final que "componer" con ellos, debió compromisar. Cuando un Emperador Romano se volvió cristiano (sin abdicar mucho de su paganismo), la Iglesia adoptó las formas jurídicas y políticas de los Imperios en que vivía, y con los cuales no podía vivir en perpetua guerra, y después, poco a poco, creciendo paulatinamente, se fue convirtiendo en rival virtual o actual de ellos. Así surgió otro Imperio dentro de los imperios, "el imperialismo moral", cuya expresión psicológica es el "clericalismo", como dijo nuestra gran Gambettá. "La Iglesia Actual no es sino un imperialismo disfrazado, apto para pactar con los otros imperialismos y está a infinita distancia de la doctrina moral dulce, subjetiva y reducida del dulce Rabbí de Galilea" (Renán).

Todo esto pasará pronto. Es una "crisis" como se ha visto en el mundo tantas veces, por ejemplo, al final del Imperio Romano o en el año mil. El mundo ha existido ya ciento quince millones de años, y existirá todavía otro tanto o mucho más, porque todavía es joven. Esta crisis no es una crisis de muerte sino de nacimiento, un parto no una agonía. Va a nacer una cosa grande y maravillosa. La humanidad siempre ha progresado hasta ahora y debe seguir progresando —ahí está la historia para probarlo— Estamos en el tiempo glorioso del gran nacímiento de una nueva era, la "atómica". Las tres corrientes invencibles del siglo coinciden hacia una nueva inconmensurable epifanía: la liberación de la esclavitud del proletariado, la fusión de todas las religiones, la constitución de un Estado Mundial, que trae la Paz y la Reconciliación de la Humanidad. Ninguna fuerza humana es capaz de atajar la convergencia ineludible de esas tres corrientes. ¡Hermanos, zambullámonos en ellas y dejémonos llevar por el Hado benéfico e invencible! La Humanidad está a punto de ser divinizada. Un nuevo Dios, mayor que los antiguos va a aparecer. ¡Adorémoslo de rodillas! (Teilhard de Chardin S.I.).

Estas son las voces que se oyen. Ellas convulsionan al mundo. Y el mundo no es ciego de todo, ve tuerto, que es la peor manera de ver, le falta la clave de los hechos que lo aturden y environan.
La clave de todos estos hechos esta en esto: todo lo que hay de verdad en eso ha sido previsto y predicho; luego los Profetas dijeron la verdad: Dios estaba con ellos. Pero los Profetas dijeron también otra cosa: CRISTO VUELVE.

Si el mundo de hoy anda mal, Cristo tenía razón.

6. El ideal cristiano
"Ocho burras con sotanas (¿caucetanas?)
Con seis burros al pie"
(La Nación, avisos, 25—V—1953)

Yo dije que le iba a responder en el mismo plano de Ud.: en el plano ético.
La respuesta es: el ideal cristiano está hoy tan vigente como el ideal comunista: son los dos únicos ideales vitalmente vigentes.
Yo elegí el ideal cristiano. Hoy día comporta riesgos de muerte. Siempre los comportó.
"Y decidí ponerme de parte de los astros", es decir, de los Santos. Pobres santos de hoy, que ya no son astros; son estrellas perdidas en medio de la tempestad de las tinieblas, que vertió la Quinta Fiala; que van como pueden, dando mugidos y topetazos de toros ciegos, aletazos al sesgo de águilas en la tormenta.

Los santos antiguos, fueron lucientes y luminosos; algunas veces milagrosamente fuertes: Bernardo de Claraval, que escribe como un igual a todos los señores feudales de Europa, y los levanta en mesnadas que arroja contra el Turco; Ignacio de Loyola, que organiza batallones espirituales para luchar contra la Reforma; Teresa de Jesús, que recorre España fundando "palomarcitos de la Virgen" refugios de la penitencia y la contemplación, cenáculos de gozo doliente de la fe; Isidro Labrador, a quien un ángel le ara el campo cuando concurre a las manifestaciones peronistas; Vicente Ferrer, que hace temblar a los pecadores y corrije a media Europa con el anuncio del próximo Fin del Mundo, que después no se verificó; Francisco de Paula, que hace tiritar a Luis Onceno; Juana de Arco, que manda batallones, gana batallas y desafía llorando a la hoguera; Domingo de Guzmán, que inventó la que debajo de él solamente fue Santa Inquisición; el pobrecito de Asís, poeta llagado; Luis Gonzaga, tronchado lirio de caridad; Antonio de Padua, dotador de doncellas y milagrero jefe. . La lista sería interminable.

Esos santos de antes ya no hacen fe en el mundo. Es que ya no hay más tampoco, visiblemente al menos. Son historias, son imágenes de yeso, y son biografías untuosas en latín. O son vistas en el cine, entre una "de cow-boys" y otra "de amores".
Delante de ellos, yo me quedo boquiabierto, pero no puedo hablar; no puedo hablar con ellos como con hermanos. Pasan sobre mí envueltos en sus armaduras, hopalandas o aureolas.

Si estoy triste no me consuelan, porque ellos no fueron tristes. Si estoy alegre no se congratulan, porque mi alegría de perro cansado no es el éxtasis de ellos. Ellos eran vigiles y madrugadores, y yo lo que quiero es dormir. Mis dificultades, ellos no las tuvieron ni las entienden. ¿Qué le diría yo si lo viera a mi padre San Ignacio de Loyola? Me callaría como un muerto. Lo mismo que delante de su sucesor Juan Bautista Jannssens. A Santa Teresa cuando una monja le iba con tentaciones sexuales, se le fruncía el entrecejo y decía: "Vaya a la madre Tal y Cual, porque yo de esas cosas nada entiendo". Así todos esos santos fuertes, no entenderían nada de mis impotencias; todos esos luminosos, de mis oscuridades. ¡Cantad al Señor, hermano —me dirían—. Exultad en el Señor Dios fuerte, tañed la lira y la cítara y dad saltos de alegría como el recental al ver la ubre; porque grande es el Señor y abundosa su misericordia. ¡Alegráos en el Señor siempre! ¡De nuevo os digo: alegraos!''.

Un cuerno.

Yo decidí ponerme de parte de ellos. El ideal que representan es el mío, y ese ideal existe, aunque no viviera en ninguna parte del mundo, sino solamente en mí, lo cual está muy lejos de ser verdad, por suerte.

Mas no son esos los santos de los que me acuerdo cuando tengo necesidad de acordarme de algo. Me acuerdo espontáneamente por ejemplo del jorobado Kirkegord, escritor y editor de libros invendibles y cifrados —¡ al fin y al cabo uno es libre en sus devociones!—. ¡Me acuerdo incluso del Mahatma Gandhi, el ayunante! —que fue moro y sarraceno—. Me acuerdo del dandy Baudelaire, condenado de la justicia burguesa por escribir versos "obscenos"; me consuelo, ¡cómo seré de bestia! pensando en el poeta Baudelaire cercado en el estrépito de la rue D'Assas. Me acuerdo del botarate León Bloy, romanticón presuntoso, pedigüeño y exagerado. Me acuerdo del calumniado y despreciado Luis Veuillot. Me acuerdo del ruiseñor fusilado Jacinto Verdaguer. Me acuerdo de Balmes, liquidado a los 30 años. Me acuerdo de Rosmini, "incanonizábile", como dijo el cardenal Antonelli. Me acuerdo de Gioberti, sacerdote sufrido hasta la muerte. Me acuerdo hasta de Arturo Rimbaud, que probablemente fue un loquito; y de Schopenhauer que fue un ateo; prusiano por añadidura.

Es decir, no me acuerdo, no puedo acordarme, de Cristo Transfigurado, sino de Cristo en el otro monte. No me puedo figurar al Cristo sublime, o mejor dicho, me lo figuro solamente en lo que es más sublime, "por debajo del límite" cuando la Divinidad encarnada no llegaba ni siquiera al límite del hombre. y El era gusano y no hombre, escarnio del pueblo e ignominia de la plebe, colgado de un palo en el otro Monte.

Una vez les hice un poema a todas las santas del paraíso, y una letanía a todos los santos; mas ahora solamente le rezo a Santa Tais, que no sé si estará canonizada; y a San Soren Kirkegord, que ciertamente nunca lo será.

7. Los santos y Jesucristo

"Es un matricida que después de clavarle 
a su madre un puñal en el corazón, 
continúa agitándolo como para no 
dejarle ni una sola entraña".
Obregón.

En toda mi vida no he encontrado ningún santo. Por mi culpa desde luego; pero no lo he encontrado ¿qué quieren que les diga? No he encontrado ningún santo en la Compañía de Jesús —aunque como he dicho, muchos hombres buenos, honrados, doctos, sí, ninguno que realizase a mi parecer el ideal loyoleo, que sigue siendo mío, sapristí, aunque me avergüence el decirlo. La Compañía de Jesús NUEVA ("restaurada" en 1814 después de su supresión por Clemente XIV) no tiene ningún santo canonizado, aunque tiene como 300 "beatos" que esperan turno. Pero eso de la canonización no importa nada: yo hablo de los santos vivientes. No digo que no los haya; quizás para descubrir a los santos, hay que ser uno mismo santo. Pero antiguamente, los miserables, los "humillados y ofendidos" los descubrían —y no solamente el Postulador General de la Compañía de Jesús,— P. Miecínelli; y los primeros de todos, los pecadores. Los santos los buscaban a ellos. El Muy Reverendo Padre Prepósito General de la Compañía de Jesús no me buscó a mí. Al contrario, no me quiso ni ver. Estaba en su derecho, naturalmente. No me quejo. Soy feo. Puede que haya sido en eso, providencialmente para mí, una vera imagen de la Justicia de Dios. Pero ... no me vio. Estaba enfermo y no me visitó,

Digo pues que yo me he puesto humildemente dentro de ese ideal de los santos antiguos, el ideal cristiano.

El ideal cristiano tiene en su fondo el mismo "pathos" del ideal comunista, la existencia del dolor en el mundo. Ese ideal está vigente todavía. El se cifra en esta breve frase: "Ama a tu prójimo todo lo que puedas y aguanta tu cruz".

Hoy día nadie ama al prójimo: lo que se llama propiamente amar, "amar-en-Dios"; y en cuanto a la cruz, esa es una palabra que va contra la naturaleza. Y no pido a Dios placeres ni riquezas que los procuran, sino que no me haga sufrir. ¿Por qué Dios me ha de hacer sufrir? ¿Es eso propio de Dios? Los esfuerzos conjugados de todos los hombres deben coaligarse para suprimir del mundo la cruz, así como han suprimido ya la esclavitud, la tortura judicial, y la peste bubónica. Eso es un ideal para la humanidad. El "llevar la cruz" no es ideal alguno, y al revés paraliza el ideal. Como dijo Sarmiento, una nación que adoptase el Evangelio como código político, se iba al bombo su economía; en economía Jesucristo, sin quitarle nada en otras cosas, es inferior a Benjamín Franklin, según nuestro gran Domingo. De acuerdo: Jesucristo era tan mal ecónomo, que "se dejaba robar". Yo hago todo lo posible para no dejarme robar, pero no se puede evitar a las veces. Jesús ni siquiera hizo todo lo posible para no dejarse robar. ¿Así que Jesucristo tenía dinero? Tenía: en poder del de Iscarioth, es decir, en el Banco. Jesucristo no fue "miserable" (sino en una sola ocasión), no hubiera podido enseñar de ser miserable; era un "rabí" errante, tenía oficio, tenía estado. No predicó la miseria —ni tampoco "buscar la cruz", el dolor por el dolor. La pobreza es una cosa soportable —Ud. lo sabe— y aun ventajosa en cierto sentido. Jesucristo predicó la pobreza; no por la pobreza en sí misma, sino por esas "ventajas" que digo así como no predicó la perpetuidad del dolor, como el Buda, sino al contrario, el triunfo sobre el dolor. La verdadera miseria es un verdadero infierno, y con razón se levanta contra ella el comunista, pero Jesucristo también se levantó contra ella, sin ser comunista, anoser "espiritual" (nada de "materialismo dialéctico"). Se levantó contra los Ricos, ¡y de qué manera! justamente porque se levantó contra la miseria. ¡Se levantó contra los Malos Ricos! —dice Monseñor de Andrea. Es cierto, pero El no dijo "malos ricos". El dijo "ricos".

¡ Si los ricos se pusieran a amar a su prójimo todo lo que pueden y a llevar su cruz, se acabó la Miseria! Pero es muy difícil eso. Hay pocos, si hay alguno. Y probablemente por eso, Jesucristo no se puso a hacer distinciones andreístas, y dijo simplemente "¡Ay de vosotros los ricos! "Hay que amar las riquezas a pesar de los ricos" —dice la Economía Política. Mas Jesucristo dijo: "No hay que amar las riquezas". No era ecónomo político, como dijimos antes.

No me gusta lo que llaman hoy "comunismo cristiano". Me gusta el comunismo natural, que se produjo espontáneamente en las grandes épocas de la fe: cuando los fieles llevaban sus bienes a los pies de los Apóstoles y dos "malos ricos", Ananías y Zafira, caían muertos a los pies de San Pedro, el cual esperamos que les abrió luego las puertas del cielo, después de un castigo tan fiero. ¡Qué mirada les habrá echado el primer Papa para hacerlos caer muertos! ¿Por qué no habrá hoy día Papas así, terror de los millonarios? Amo al comunismo natural, cuando Santa Isabel Reina de Hungría besaba las llagas de un leproso —¡qué asco!, dice mi patrona Doña Isabel, que es criolla hija de vascos—. Ese comunismo natural existe todavía a veces entre los fíeles de la Cristiandad. Yo lo he visto en España, donde me tocó vivir la miseria. Los pobres de España no podrían vivir si no tuviesen una tremenda solidaridad... comunista natural entre ellos. El famoso "problema de los hijos" no existe allá entre los pobres; si no les dan de comer los padres, les da de comer la tía, la abuela, la prima, la vecina; e incluso, la enemiga. Esa solidaridad ante la miseria, es allá un resto de cristianismo —Como en Ud. y yo—. Quizás esa solidaridad furiosa los hizo levantarse en la más tremenda guerra civil; no lo sé, no entiendo de política. Lo que sé es que aquí, entre nosotros, no pasará eso; no hay solidaridad. Somos "un pueblo rico" según los economistas.

Somos profundamente cristianos, pero ricos. España es nación pobre —siempre según los economistas—.

Pero estaba hablando de Jesucristo ante la miseria. Jesucristo no eligió la miseria, como un fakir, sino solamente al fin de su vida, en la Cruz; cuando ya no tenía más que predicar, sino sellar con sangre su predicación. Entonces fue verdaderamente miserable, el más miserable de los hombres; porque era necesario que probara todo lo que es del hombre. Entonces no imprecó contra los "malos ricos" que lo crucificaron: pidió perdón por ellos. Pero no un perdón tolstoyano o budista, ¡ah, no!; porque los condenó en su misma misericordiosísima súplica: "no saben lo que hacen". Tremenda palabra: ellos estaban seguros de saber lo que hacían como unos gerifaltes: no sabían lo que hacían.

Luego, Jesucristo, si vuelve, es capaz de arreglar todo este desbarajuste de la miseria y el dolor —que no arreglarán los comunistas, perdone Ud.—. Pero ¿quién puede creer que vuelve?
Ciertamente no lo creen Toynbee, Spengler ni Nietzsche. Es dificilísimo de creer. Solamente lo creen hoy los verdaderamente cristianos, que son pocos. Está en el Credo, por cierto, pero está solamente en el Credo. El Credo lo rezamos hoy de memoria.
Pero ¡si vuelve, si vuelve! ¡Ah, si vuelve! Ahí está todo. Es la clave. Si vuelve es que ha resucitado. Si ha resucitado, era Dios. Si era Dios...

8. Jesucristo es volvedor
—¿Con esta obra piensa Ud. 
pasar a la inmortalidad?
—No, al restorán de la esquina.
Jerónimo

Los fariseos han tenido cría. Y la cría de los fariseos (justamente esa palabra usó Jesucristo acerca de ellos, "esta cría mala y adúltera") naturalmente deben temblar de que Cristo vuelva. Pues no lo creen; o por lo menos, no lo recuerdan, ni al rezar el Credo.
Supongamos que Cristo vuelve ¿podrá arreglar todo este desarreglo? ¡Pero seguramente! ¡Un hombre resucitado! El dramaturgo O'Neil, hizo un drama que Ud. conoce, "Lázaro", en el que examina las consecuencias de la hipótesis de un hombre resucitado. ¡Ese hombre es más poderoso que los Césares, es el poder andando! O'Neil lo hunde al fin en la confusión, porque justamente él estaba en confusión, pues sin la fe, ese caso para él no era más que una "hípótesis", un "mito". Pero ¡si eso llega a ser cierto! Un hombre que solamente pueda curar a los enfermos y multiplicar los panes y peces, se vuelve el economista más grande del mundo; Jesucristo resucitado, se vuelve un economista más grande que Franklin y Domingo Faustino Sarmiento. ¡ Adiós bancos, adiós hospitales, adiós "fundación", adiós impuestos, adiós fronteras, adiós ejércitos, adiós guerras! Adiós, Pecado. Adiós, Muerte.

Yo no soy milenista, y por eso no quiero hacer aquí el cuadro de lo que sería la resurrección general después de la muerte del Anticristo; sin embargo, el novelista suizo Ramuz, lo ha hecho en un librito Joie dans la Terre, que confieso me gusta grandiosamente. Muchas personas se confortan y consuelan con esa imaginación, que está en el Cap. XX del Apocalipsis. Yo la respeto, como respeto los cuentos de hadas y muchísimo más, por cierto. Pero yo no la necesito; me basta con imaginar lo que sería el Cristo retornado más o menos como cuando andaba en la Tierra —predicando— y después de su resurrección —traveseando amablemente con los Doce Palurdos. "¡Jesús en Buenos Aires!" —como soñaba nuestro común desdichado amigo Enrique Méndez Calzada. Eso basta. Así como una chispa sola puede originar la mayor quemazón, —así como una bomba atómica puede desencadenar el incendio del Universo —dicen los sabios, aunque no los creo— así un solo Resucitado, el primogénito de la Resurrección., puede tranquilamente y sin prisas, incendiar de gozo a toda la humanidad. Poder, puede: no lo dude Ud.

He aquí que he llegado yo, con Ud. o sin Ud., al plano religioso desde el plano ético —y el pasadizo es el "humor", dice Kirkegord— y por cierto, a lo más crudo y duro de todo el plano religioso, a la clave, al Misterio de los Misterios: a la resurrección. Los comunistas quieren nada menos que la resurrección del mundo; yo también; y lo que es más, la espero. Pero nos diferenciamos en que ellos quieren la Resurrección sin muerte; y yo me he resignado a la muerte. Hace mucho tiempo, creo que cuando muy chico, la muerte se ha aposentado en mí. No sé, cuándo.

La muerte: la fe.

9. La Fe
Me han enfermao la vista.
Veo como un comunista.
Jerónimo

¿Cómo habrá nacido en mí la fe, esa absurda actitud ante la vida que ahora tiene tan tiránica fuerza en mi corazón? ¿Cómo me habrán "enfermao la vista"?
No se puede negar que es una especie de muerte, un reniego de la vida —de esta vida—.
San Pablo la llama "morir en Cristo y resucitar espiritualmente en El por el bautismo". El rudo tarsense se imagina el bautismo como un ahogarse en una piscina llena de la sangre de Cristo —metáfora poco moderna, que horroriza a Aldous Huxley—.

Estudié el bachillerato en el colegio de los Jesuitas de Santa Fe. La suposición obvia es: que un muchachito chaqueño, sometido indefenso a la pedagogía jesuítica, con su reconocido poder (le sugestión, hipnosis, magnetismo, etc (Edgard Quinet, Ertaunié, Michelet), fue inoculado fácilmente con esa autosugestión que después crece alimentándose de sí misma, la "fe": la "Creencia", como dicen los psicólogos de hoy.

No fue así; cuando entré en el Colegio a los 13 años ("Salve, salve, bendito Colegio", nos hacían cantar), era ya extremadamente religiosón. Esa condición justamente me hizo soportable y aun amable el Colegio, en el cual sufrí mucho, sobre todo el primer año. No muy fuerte de salud, y mimado por mi madre (hijo mayor de madre viuda), me encontré solo, y a merced de un compañero paisano y pariente, que me torturó durante todo ese año, movido por la envidia de mis pequeños triunfos escolares. Yo era el primero de la clase, él el segundo.

¿Fue entonces en la Primera Comunión? No. Yo tenía entonces 9 años, y desde los 7 era muy religiosón. Lo recuerdan mis mayores. Creo recordar que hacia los siete años, tuve un acto intensamente religioso, una especie de arrebato en que prometí a Dios "la virginidad" sin saber bien lo que era (Puede que haya sido más tarde. Solemos "recular" nuestros recuerdos infantiles). Pero en fin, recuerdo el escrúpulo con que rezaba mis oraciones, desde que las supe; escrúpulo que he perdido hoy día. ¡Ay, el Breviario!

¿Fue el influjo de mis padres? No. Mi padre era liberal y masón, periodista garibaldino y, lo que es peor, maestro normal por la Escuela de Esquina (Corrientes). Mi madre, que en sus últimos años fue cristiana ferviente, no lo era tanto entonces, según mis recuerdos. Yo le predicaba a mi madre.

En todo caso, si algún influjo hubo, fue el de mi abuela Magdalena Diana Castellani, y un cura piamontés llamado Olassio, párroco de Reconquista. O quizás más que nada, de los libros de religión que éste último me prestaba (supe leer desde los 4 años), y que yo leía ávidamente mezclados a las novelas de Maucci (Rocambole, Maupassant, y Zola), que había en la librería de casa: la Imitación de Cristo, junto a La prostitución en la Biblia, del conde de Mirabeau.

De manera que la Fe es un fenómeno algo misterioso, que parece gozar de cierta autonomía. La explicación psicológica de porqué prendió de esa forma en mí, podría hallarse en el hecho de que yo tenía un claro "complejo de inferioridad", como dicen hoy, que la religión podría cubrir.
Pero, helás, todos los mortales tienen un "sentimiento de inferioridad", según Adler, que no es otra cosa sino el ser mortales, es decir, débiles y caducos, culpables del delito de haber nacido y prometidos a la muerte, y "angustiados" por todo eso, según Kirkegord.

Todos los mortales conscientes son angustiados, por el hecho de saber que van a morir, más aún, por el sentir que se van muriendo; y ese es el "pecado original" según Kirkegord, o mejor dicho, su raíz psicológica o su "cuerpo espiritual" (iqué horror! ¡cuerpo espiritual!). La Fe es la Muerte, o por lo menos, nace de la cita con la muerte.

Yo le he dado a la muerte una cita, y estoy segurísimo de que ella acudirá...

La angustia de la mortalidad es el origen de la fe; pero no en todos la angustia primordial e irrefragable se vuelve religiosidad; en muchos se vuelve Solicitud Terrena (prohibida por Jesucristo a los fieles), y en algunos Inquietud Demoníaca, maldecida por el Cristo.
Muchas gentes que hoy vemos desaforadamente preocupadas por la "política", no son sino ejemplos de la tal Solicitud Terrena; y algunos que vemos triunfando brillante y despóticamente en la política, son demoníacos.
El origen de la fe es la conciencia del pecado, según los teólogos; y según los filósofos, el origen de la "religiosidad" es el sentimiento de indigencia ("indiget", Sto. Tomás), dependencia absoluta y pequeñez, que es una de las experiencias afectivas más primitivas, quizás la primera, en el ser humano. Llámele Ud. "complejo de inferioridad", si quiere.

De donde Carlos Von Monskov ha podido decir (levantándose de sobre sus cubetas, bisturíes y tubos de ensayo) que el sentimiento religioso es "intuitivo" en el hombre; lo mismo más o menos que Tomás de Aquino.
La actual irreligiosidad del mundo, el "pecado colectivo de ateísmo", que dice Zubiri, destruye uno de los sentimientos primordiales del ser humano; no es extraño que otros sentimientos queden destruidos por el mismo hecho, poniendo en contingencia hasta el mismo convivir humano.
¿DESTRUYE dije? La palabra justa es sustituye. ¿DESTRUIDOS? RETORCIDOS, mejor dicho.

Los sentimientos elementales no pueden ser destruidos, igual que los cuerpos simples. La religiosidad natural hoy día se retuerce en forma de encubierta idolatría. El hombre adora la obra de sus manos. El mundo actual es idólatra.
Por eso es que yo no puedo ser comunista, ni siquiera "comunista cristiano"; ni tan siquiera dejar esta incómoda sotanacha. Para dejar el ideal cristiano, yo tendría que hacerme comunista, no me bastaría hacerme protestante. El ateísmo está en el fondo del comunismo; y también por ende la idolatría. El comunismo adora la Técnica, adora la Ciencia, adora el Estado y la Torre de Babel. Quiere arreglar el mundo con sólo las fuerzas humanas. ¡Quiere resucitar el mundo por medio del Geniol! "Maldito sea el hombre que confía en el hombre", dice la Escritura. El ideal comunista es la utopía de la confianza absoluta en el Hombre y en sus fuerzas y recursos para redimir al Hombre. El comunismo espera el nuevo Mesías ¡y quizás le nazca el nuevo Mesías! Sin quizás.

¡No puede ser, no puede ser, no puede ser y no puede ser que yo sea comunista, por más "pathos" comunista que tenga o finja tener!
Es decir, TODO PUEDE SER, en el pobre mortal. Digo "no puede ser" estando la gracia de Dios conmigo.

10. La Visión
"Esos, señores diputados, 
son los pulpos a quienes hay que arrancar 
de los tentáculos ensangrentados girones 
de nuestra Constitución, y después, luego, 
arrancarles, pero con dignidad de patriotas, 
los mismos tentáculos"
Virgilio Filippo

Me he levantado del escritorio para ir a la cocina para hacerme la cenacha. Quise ir a oscuras, por no gastar electricidad (plan quinquenal), y me perdí. Andaba a tientas, con la mano extendida delante: así dice San Pablo que es la fe. ¡Qué tanta luz, qué tantos faros, qué tantas antorchas que han inventado los Bernárdez! Bernárdez cree que la fe es un faro. Me perdí, me metí en un cuarto vacío creyéndolo la cocina; y después estaba en la cocina, y me parecía el comedor. Pero yo sabía que andando con la mano delante, primero no me degollaría con el alambre de la ropa a secar, y segundo, algún día encontraría la llave de la electricidad o la caja de fósforos, tan siquiera. Así dicen los Teólogos que es la Fe. En cuanto a la llave de la luz, a esa la llaman la Muerte; o mejor dicho, la "Visión Beatífica", acerca de la cual hacen muchos metafisiqueos bastante ininteligibles, como podría hacerlos acerca del sol un topo en su topera, y acerca de la vida de las mariposas una isoca. Pero Paco Bernárdez ya conoce la visión beatífica.

Pero la isoca será mariposa; y nosotros, sabemos que la llave de la luz existe. Claro que antes de encontrarla en la cocina, metí dos veces la mano en la olla de la leche, y una vez el pie en el tarro de la basura, helás. Así también, me tiene que pasar en este mundo, antes de encontrar la Visión Beatífica —si es que ya no me ha pasado. Meteré la pata en alguna basura, paciencia.

11. Las paradojas de la Fe

La Fe es la Muerte... ¡Qué más quieren los comunistas que se diga eso, que dicen ellos también!
Pero es que yo digo después que la Fe es también la Vida. ¡Vamos! ¿Cómo puede ser eso?
Puede ser porque "el objeto de la Fe es la Paradoja". Por eso, es tan difícil tragarlo; aunque por otro lado, es lo más fácil que hay, creer; a los pequeñuelos, les proponen los paradojales dogmas de Nicea o de Trento, y ellos los tragan como leche. Aunque la verdad, nosotros preferiríamos que en las escuelas no les enseñasen de memoria los dogmas, sino que les leyeran el Evangelio.

La Fe es lo más fácil y lo más difícil que hay. También es lo más claro y lo más oscuro; y así todos los místicos hablan de "la luz de la Fe", y de "la noche oscura de la Fe. . . ". ¿No dicen estos bárbaros que Dios es el Ser, y que Dios es la Nada? (Eckhart, Tauler). San Pablo, dice que Jesucristo al nacer se anonadó, se hizo Nada, y Jesucristo, ¿no le dijo a Nicodemus que había que nacer de nuevo, y que el que pierda su alma la ganará, y que el que quiera salvarla la perderá, y la más grande paradoja de todas, que los pobres son bienaventurados, es decir, ricos? Esta es la paradoja que ahora me cuesta a mí creer, y sin embargo la creo. ¡Oh, Dios, ayuda mi incredulidad'

Esta es otra paradoja: al padre del lunático le dijo Jesucristo "¿,Tú crees?" y él clamó "¡Creo, ayuda mi incredulidad!". La Fe verdadera, está calzada de incredulidad, como las tesis de Santo Tomás están precedidas de videtur quod, de objeciones.
En todos los misterios de la Fe, existen dos cosas contrarias que se dan de puñadas, que cuando el creyente las traga, causan en él una "tensión" parecida a la que causan al filósofo dos contradictorias que se ve forzado a admitir, para resolverlas en una "síntesis", así como el creyente las resuelve en el "acto existencial" en que interviene la voluntad; o por mejor decir "toda el alma", decía Platón.

En la Eucaristía, el cuerpo de Cristo está y no está; en el pesebre, Cristo se anonadó y se sublimó; en el Calvario, Cristo fue el Rey de los Judíos, y el desecho de la plebe, el INRI, como dicen los españoles; Dios es el ser más fuerte y el más débil; la creación visible es muy mala, y muy buena; a medida que un santo se hace más santo, aflora más en él lo demoníaco, la cruz es la ignominia y es la gloria; Dios a quien más ama, más hace sufrir; San Francisco decía con verdad que era el mayor pecador del mundo: el pecado de Adán es un pecado mío, y también todos los pecados de Leónidas Barletta, si los tiene; el amor de Dios creó el infierno; y finalmente y primordialmente, en Dios hay una natura y tres personas. ¡Qué barbaridad!

"Al intelecto católico le falta lo que es primordial al filósofo: el Vómito de lo Absurdo" —decía arrogantemente Carlyle.

Hay un amigo mío protestante, que no quiere admitir que existe el Espíritu Santo. Por nada de este mundo. Yo le digo: "¡Déjalo que exista! ¿Qué te importa a vos?". Pero esto es un chiste algo irreverente, que se perdona por la buena intención (y por lo loco que es mi amigo) y es sobre todo, una falsedad. Si el Espíritu Santo existe, nosotros lo tenemos que mantener ¡y con la vida, Sapristí! Esa es la dificultad de la fe, mantener, pues, a Dios.

Así, el fiel tiene que mantener todas las paradojas de la fe, que crean en él una tensión que a veces lo crucifica. Sin "a veces". Siempre lo crucifica, cuando la fe ha ingresado de veras en la vida. "Crux intellectus", decían los antiguos. No es nada que venga un Carlyle, y le diga a Tomás de Aquino que él no tiene espíritu filosófico; lo peor es que Tomás el Buey Mudo, tiene que enmudecer o confesar con rubor que es así: que si lo tiene es como si no lo tuviera... ¡Tener y no tener! Otra paradoja. Interminable crucifixión interna, Crux intellectus.

No vaya a creer Ud. que esos creyentes que viven todos zahumados y zambullidos en su fe, la cual es como su complacencia perpetua, y que la destilan por todos los poros, como los pulgones el azúcar, tienen mucha fe. Tienen una fe a lo más incipiente, una "devoción sensible" que debe pasar por la "noche oscura" —si no en esta vida, en la otra—. Hablo de esos de que dice T. Kempis "algunos tienen su devoción en las imágenes", es decir, cuya fe mora todavía en las facultades sensibles ("me gusta más Balvanera porque tiene mejor música; o el cura habla mejor; o es más buen mozo"), sin haber tocado el intelecto. Cuando la fe toca el intelecto, se produce la lucha y la oscuridad, ya lo dije; por lo menos, la oscuridad aburrida de nuestros estudios teológícos, con sus interminables "objeciones", que nos parecían más fuertes que los "argumentos". ¡Benditos argumentos! "Arguo primo, arguo secundo, arguo tertio... Ex Scriptura, ex traditione, ex ratione congrua. .. ¡Arguo et redarguo!".

Así que la fe es no más la muerte y la vida. Pero no hay que decirlo todo junto. A los que no creen, hay que decirles que es la vida, para que entren; y una vez que están adentro, decirles con toda franqueza que es la muerte. Lo contrario sería muy poca diplomacia; y lo que yo dije, no es matufia ni mal arte, porque si vamos a ver en definitiva, es lo que te dije primero, es decir, la vida; aunque por causa de ella haya de pasar uno en esta vida, muchas muertes.

Cuando yo era novicio, y el Maestro de Novicios leía la regla de San, Ignacio: "Hay que morir al mundo y a todas las cosas", me atemorizaba en mi corazón, y me resistía. Pero después decía: "¡ Bah, el Padre Marzal no ha muerto al mundo y a todas las cosas. Yo voy a hacer como el P. Marzal!". El P. Marzal era mi profesor de Literatura, discreto poeta, y valenciano afable y chistoso, al cual yo admiraba mucho; pues para ser semejante a él, se me ocurrió entrar jesuita. El P. Marzal murió al mundo y todas las cosas; yo no salí semejante a él; y al final, me salí o "me salieron" como dicen ellos en su jerga: tan inesperados son los caminos de esta vida, y tan falibles nuestros designios Ahora, lo que faltaba para completar la paradoxa era que, después de salir de la Regla de San Ignacio, muriese yo al mundo y a todas las cosas, cosa que estoy dispuesto a hacer en cualquier momento; y que mi vida termine siendo un himno a la fe; y la expulsión de los jesuitas, uno de los revulsivos enérgicos para obtener tan loable final del cual se aprovecharán después de muerto yo, los jesuitas. ¡Mejor!

Todos los Himnos a la Feque han ganado la eglantina de oro en los juegos florales, han sido hechos por poetas sin fe, o con fe incipiente. El único himno a la fe bueno, es el martirio; el accésit es una vida pura y recta; el digno de alabanza son las blasfemias sagradas que profieren los que están en la noche oscura, como Job el Idumeo, y Charles Baudelaire. "¡Yo tengo tanta fe como para puntearlo a Dios'" decía don Babel Manito, un criollo que no sabía nada de "noche oscura".

Yo no apruebo eso, y nunca lo haré sabiendo. Pero existe. Digo, las "blasfemias sagradas".

12. El triunfo del comunismo
—¿No lloras, oh desalmado, 
por la muerte de Cristo?
—No, lloro, El tiene la culpa. 
Porque todos los años lo agarran y todos
 los años vuelve al Huerto de los Olivos
Don Babel Manito.

Así que yo tengo Fe en la Iglesia, esa vieja carcamal que tiene ya veinte siglos. Pero por una paradoja de la fe, le tengo una tremenda rabia. "La Iglesia es anticlerical" —dijo Chesterton

Conmigo lo fue.
Latigazo de madre, ni quiebra huesos ni saca sangre, dicen.
A mí me ha quebrado los huesos y me ha hecho sudar sangre.
Pero no me ha matado. Porque te quiero, te aporreo. Muy bien. Así que yo también tengo derecho a aporrearla, porque la quiero. Espléndido. Ya vas a ver.

Tengo la impresión de que esto que llamamos comúnmente Iglesia, y que no nos parece responder a las descripciones deslumbrantes del rey David, o de San Pablo, es una "estructura temporal" ya cansada y gastada, nacida en la Contrarreforma, y llamada a finar con ella, y que la nueva época que se viene, si es que se viene, exige imperiosamente que se barra un poco, si no del todo. Pues es de saber que varias "estructuras temporales" se fabricó para sí la religión de Cristo y su Espíritu, en el curso de la Historia. Gregorio el Magno organizó la Iglesia tras los esquemas de Diocleciano, Inocencio Nono, la calcó sobre las líneas feudales... Y si hicieron eso , es porque vieron que el otro esqueleto anterior les falluteaba. Como nosotros vemos, que fallute la actual estructura, la actual "burocracia impersonal del Vaticano, que no es la Iglesia" —como la llamó un gran teólogo alemán—.

Puede ser que veamos mal. Puede ser que "la Iglesia nunca ha estado mejor que ahora" como dice el P. Armelín. Pero nosotros, si la vemos así, no podemos verla asá. ¿O es que tenemos que meter aquí también las benditas paradojas, y decir que "nunca ha estado mejor y nunca ha estado peor que ahora?".

Yo lo que sé es que existe una fuerza creciente, y poderosamente organizada, el comunismo, que opina que la Iglesia está hoy peor que peor. El comunismo, desde que nació, no ha dado un solo paso atrás; y humanamente hablando, es invencible. Desde que Marx lanzó, en 1853, su famoso Manifiesto comunista el comunismo ha hecho progresos inmensos; y en este centenario se puede decir con verdad, que ha triunfado. Cuando yo llamo a este siglo "el siglo del Socialismo" o digo, citando a Desiderio Fierro y Cruz que "el ateísmo ha vencido", se me enojan mis cofrades, y me dicen: "¡No diga eso! ¡Eso no debe decirlo nunca un sacerdote". Y entonces yo no lo digo más. Lo pienso.

Si el comunismo triunfa en el mundo, y no extermina a la religión de Cristo, por lo menos va a barrer con toda esta estructura temporal, que actualmente sostiene la religión de Cristo y, a los ojos de los más, la constituye. Los comunistas en el poder, podrán aguantar la imagen de Cristo, pero no podrán aguantar, es seguro, el retrato de Monseflor Copello en las iglesias. Podrán tolerar el culto de la Virgen, pero no a los Caballeros de Colón; y al Vaticano lo dejarán, pero lo van a podar, por lo menos, todos los museos los van a hacer propiedad del Estado. Mi cura párroco, que vive obsedido por ese triunfo que dije arriba, sostiene que si los comunistas toman Roma, van a renovar los jardines de Nerón con sus antorchas vivientes, en que todos los monsiñori de Roma, se van a quemar en su propio sebo. Yo no lo creo. Los italianos no son de esa laya, y Nerones ha habido uno solo. El dice que eso está en un programa comunista escrito en eslavo, que él mismo tradujo. Error de traducción. Pero que bajo los comunistas, los monsiñori no van a poder hacer tanto sebo, en eso estamos de acuerdo.

En una palabra, o el comunismo es el Anticristo, o no lo es. Si no lo es, el comunismo obligará a la Iglesia (a mí el primero), a limpiarse, y desaparecerá ante la alborada de una época mejor que la nuestra, quizás esplendorosa ¿qué sabemos? También desapareció el albigenismo, que se le pareció tanto; y surgió el siglo de San Luis IX.

Si el comunismo es el Anticristo, entonces emprenderá a barrer no ya esta estructura temporal gastada y cansada de la religión de Cristo, sino por entero la misma religión de Cristo. Y entonces, forzará a que Cristo retorne, después de una breve y temible agonía de todo su cuerpo místico. ¡Que Dios nos dé vida para verlo! O mejor dicho, que Dios haga como mejor le parezca. Si nos da vida, que nos dé también fuerzas para verlo y aguantar.
Pero CRISTO VUELVE de cualquier manera, vuelve en los dos casos: o invisiblemente, en forma de una reacción purificadora de nosotros, los míseros cristianos de hoy, o visiblemente y personalmente, cuando a nosotros la potencia política del Estado Mundial nos haya hecho polvo.

¡Vuelve, oh Señor Jesús! ¡Maran-Atha!

13. ¿Qué hacer?
—¡Oh, Sócrates! Nosotros te absolvemos 
si nos prometes no hablar más. ..
—Oh jueces atenienses, yo os amo; 
pero tengo que obedecer a mi demonio
Platón

Los argentinos, cuando uno hace cualquier observación o teoría, preguntan ¿qué hay que hacer? Acostumbrados a las recetas, esperan enseguida la recetita. Un argentino que leyera la Crítica de la Razón Pura (dudo que hoy haya uno capaz de ello), quedaría todo frustrado al faltar el último capítulo, el de las "realizaciones prácticas" o "efectividades conducentes" en la obra de Manuel Kant.

Así pues que yo voy a acabar diciendo lo que hay que hacer: total, es el canto XIII.

Hay que pensar, hay que ejercitar la razón pura. Pero es que nosotros no queremos. pensar. No podemos pensar, aunque quisiéramos. En la escuela nos suprimen la pensadera. La pensadera del argentino, que no es mejor ni peor que la de cualquier otro, es sometida a un tratamiento sutil y diabólico desde el comienzo, desde la primaria, por la secundaria, hasta la universitaria; su mente es encumbrada, despistada, patinada, bloqueada excitada en vacuo, lanzada a pistas falsas, dispersada en la frivolidad, fatigada por cambios continuos de "materias", desesperada por metas imposibles, anemiada por falta de nutrimento, edematizada con alimentos falsos, y finalmente, dorada por fuera con los oropeles de la presunción, la temeridad, y la pedantería. Nuestra "enseñanza pública" profesa tres cultos fetichistas:

el culto de la precocidad,
el culto de la practicidad,
el culto de la posticidad.

Nuestra enseñanza, tan orgullosa de la muchedumbre de sus programas, cambiados por cada ministro, se equivoca. En el fondo, no hay más que un solo programa, fabricado en el infierno en colaboración entre Sarmiento, Maquiavelo y lord Jorge Canning. El programa sintético y definitivo es "impedir que el argentino pueda pensar".
De ahí la necesidad de las "recetas". "Geniol es mejor y es argentino". "Tome Geniol". "Geniol no tiene más que los ingredientes de la 'receta magistral' de los viejos manuales de terapéutica" que los viejos médicos graduaban conforme al enfermo. Se ha tomado esa receta, se la ha hecho "igual para todos", se ha hecho obligatorio y gratuito su uso. Geniol no es genial. Símbolo de la enseñanza argentina.

Voy a hacer yo también "genioles". Voy a decir lo que creo que se debería hacer, aunque sin comprometerme a hacerlo yo, si ningún otro me ayuda.

Yo creo que honestamente todo "capitalista" cristiano debe entregar todos sus bienes a los pobres y ponerse a trabajar; si los pobres le dicen: "ponéte a la cabeza y dirigí", bien; si no, se va al campo. Y si no hace eso, no lo reconoce como cristiano el Sátwico que gobierna la iglesia.

Creo que la Iglesia la deben gobernar los sátwicos y no los tomásicos; y la nación los rajásticos (Utopía).
Creo que todo obispo simoníaco, politiquero o simplemente iletrado e idiota (así los hay), debe ser depuesto (Sacrilegio).
Creo que el pueblo fiel debe intervenir en la elección de los sacerdotes; y junto con el clero, en la preconízación de los Obispos. (Imposibilidad).
Creo que los vestidos de colorado deben entregar la administración de los bienes eclesiásticos a un consejo de competentes, seglares o clérigos; y recibir de ellos solamente lo necesario para su honesto sustento y gastos de oficio (Imprudencia).
Creo que no se debe ordenar un número fijo de sacerdotes, sino sólo a los que por experimento se encuentre probablemente dignos o menos indignos, aunque sea uno solo por año en todo el mundo (Jansenismo).
Creo que los sacerdotes no deben vivir de la religión o de la renta de ceremonias mágicas, sino de un oficio honesto o rentas de familia; y dar la fe gratis (Blasfemia).
Creo que los bienes de las órdenes religiosas deben ser controlados por el Ordinario de cada lugar (Atropello).
Creo que los sacerdotes no han de hacer sus estudios eclesiásticos sino después de hacer un grado en las escuelas nacionales y saber un oficio honesto, y que los estudios eclesiásticos comunes deben ser abreviados y acendrados. No hablo de los "doctorados": esos deben ser alargados (Temeridad).
Creo que ningún "proletario" cristiano debe meter pleito a otro cristiano ante los tribunales civiles, sino arreglarse entre ellos en la asamblea cristiana, o ante el obispo (Candidez).
Creo que el que no se muestra cristiano sincero, ha de ser excomulgado (Dureza de corazón).

Creo que las asambleas cristianas deben ser lo que fueron antes, asambleas eucarísticas —"ágapes"—.
Creo que ningún sacerdote debe dar la eucaristía a nadie que él no conozca y sepa que no está excomulgado.
Creo que los cristianos deben retirarse lo más que puedan de los espectáculos públicos, los comités y las redacciones de diarios; y no usar de esas cosas malas sin permiso competente.
Creo que los matrimonios deben hacer de consilio Episcopi", como en la primitiva Iglesia.
Creo que todos los que puedan dejar de casarse, deben dejar de casarse —a lo cual ayudará la escasez de departamentos—.
Creo, empero, que hoy día hay demasiadas monjas; es decir, que algunas monjas de hoy debieran casarse, o ir a sus casas a cuidar a sus padres viejos (Indiscreción).

Creo que los ricos no deben tener iglesias propias, y en las iglesias comunes sentarse en los últimos bancos (Resentimiento social).
Creo que debe suprimirse toda la "prensa católica". (Inoportunidad).
Creo que deben suprimirse todos los partidos católicos o democristianos (Falta de visión política).
Creo que la República Argentina debe pedirle perdón a España de todas las brutalidades que hemos dicho en cien años contra "los godos". (Frivolidad).
Creo que la autoridad viene de Dios solamente cuando está munida de su recto título de legitimidad: que los dos únicos títulos de legitimidad que existen son la herencia en las monarquías y la recta elección en las democracias; si son refrendadas por el consentimiento del verdadero pueblo (Entrometismo).
Creo que el "sufragio universal" que se preconiza hoy día es un absurdo, hablando en general (Error).
Creo que sólo deben votar los que pagan impuestos al Estado, y no han sido descalificados por idiotez o delito; y el padre debe votar por toda la familia: mujeres, hijos menores y sirvientes (Reaccionarismo).

Creo que los gobernadores deben elegir al Presidente, los legisladores al gobernador, y el pueblo a los legisladores (Contra la Constitución).
Creo que debe haber algunos legisladores natos y vitalicios; que ellos han de refrendar las ordenaciones de jueces; y que estos han de ser inamovibles y vitalicios (Absolutismo).
Creo que se ha de respetar si no religiosamente al menos honradamente la propiedad privada; y las confiscaciones y expropiaciones deben ser una excepción rodeada de las más delicadas y severas condiciones (Capitalismo).
Creo que hay que confiscar derecho viejo los bienes de los "capitalistas abusivos" los usureros y los parásitos, sean judíos o mahometanos, o camareros secretos de Su Santidad (Blasfemia).
Creo que el deber principal de todo gobierno es luchar contra el poder del dinero (Socialismo).
Creo que los funcionarios que abusan de sus cargos para tesorizar, son reos de muerte (Atrocidad).
Creo firmemente que ni la Iglesia ni el Estado van a hacer el menor uso de todas estas recetas, pero que Dios puede hacer a los hombres que hagan por fuerza lo que no quieren hacer de grado (Al fin dijiste algo).
Y que algo de eso va a hacer, si es que este mundo corporal debe seguir viviendo.

¡Qué bárbaro!

Esto parece comunismo puro.

Yo mismo estoy espantado de haberlo escrito. Pero es el caso que, honestamente hablando, casi todas estas recetas son "plagiadas", y las he tomado de canonistas como el Cardenal Spellman, o el Dr. Rudecindo Alvarez; de grandes y santos filósofos, como Antonio María de Rosmini Serbati, e incluso del Apóstol San Yago. Al español Rudecindo Alvarez (lo conocí en un sanatorio de Munich, bárbaramente operado), no lo han excomulgado aún, que yo sepa. Al filósofo Rosmini le pusieron dos libros en el Indice. Se sometió. Hizo bien. Quizás hizo mal el que le fulminó los libros; pues quizá con ese golpe le rompió las alas y esterilizó su obra de filósofo. No lo sé. El hizo bien; y además, hizo el Bien. Hizo bien en someterse, hizo "el bien" escribiendo los libracos.

Yo me someto de antemano: confieso que todas son recetas plagiadas (como el Geniol), y a más, confieso que temo muchas no sean equivocadas, sobre todo las políticas; pues siempre o casi siempre, me he sabido equivocar en política: voté por Yrigoyen, cuando estaba bichoco y voté contra Yrigoyen en la primera presidencia.
Como quiera que sea: creo que algo o mucho de este "comunismo cristiano", se ha de hacer en el mundo (los que han de hacerlo, verán), si no se quiere que "el otro" comunismo barra brutalmente con toda esta organización temporal cansada y gastada de la burocracia eclesiástica actual, más agujereada que tucurú podrido. Yo preferiría que la barriera Cristo; mas si no pueden barrerla los cristianos, la barrerá el Anticristo. Digo "barrer" es decir, limpiar.

Bien pudiera empezar yo por limpiarme a mí mismo. De acuerdo. Escribiendo de noche esta carta, empiezo a hacerlo.

14. Cabo
"A mí me gustan mis versos porque no los hago yo"
Emerson.

Yo le he dado a la muerte una cita,
Y estoy segurísimo de que ella acudirá
¿Estará muy lejos o estará cerquita
O a medio camino? No sé; más vendrá.
¿Vendrá una mañana de la estación nueva
O en noche de invierno, que haya viento y llueva?
¿Vendrá en el desierto, vendrá en el boscaje
En la celda limpia o en el hospital
O en la travesía de un país salvaje
O bajo las ruedas de un auto animal?
¿Vendrá enguirnaldada como una oropéndola
Que mis ojos se alegren en viéndola
o vendrá enlutada y encapuchunada
Las manos con uñas y la boca helada?
Y la boca helada ¿será como fiebre
con las llamaradas acres de la fiebre
¿O ungirá sus labios como un panal ático
Con las dulcedumbres del Santo Viático?
¿ Vendrá cuando aún dura la rosa en mí vana
De la juventud?
¿O cuando se inclina la cabeza cana
Hacia el ataúd?
¿Vendrá por la noche, o por la mañana?
Como quiera que venga es mi hermana.
Y yo la conozco, no me asustaré
Pues no habré perdido mi amor y mi fe.
Me trae en su mano, seca y perentoria
la llave con forma de cruz de la gloria.
Vendrá, eso es seguro, es fatal.
Trabaja, Leonardo, prepara la veste nupcial.

VER+:


Misterio incomprensible 
e indefinible del Cuerpo Místico

Al sintetizar sus ideas en forma rigurosa sobre la Iglesia las inserta siempre en el credo de su fe, incluso aquellas proposicio­nes que son simpre derivación de lo revelado. Quiere destacar de inmediato que nada puede afirmarse de la Iglesia si no es arran­cando del dato de fe: la existencia de la misma es don gratuito de la revelación divina. Después de haberse ensimismado en la con­templación de esa gozosa realidad y haber penetrado en sus inti­midades más recónditas se da a la brega de formular conceptual­mente su inteligencia mística. Se ve forzado a confesar a la mi­sma Iglesia que se mueve a oscuras, en pura fe, y que apenas consigue extraer algo de lo que se contiene en el artículo «creo en la Iglesia una, santa». Más que entender y comprender hay que creer. Y formula su ya famoso credo eclesial en nueve propo­siciones, todas ellas apuntando a la vida íntima y misteriosa de la realidad apenas sugerida en el dato revelado. (...)

Todo el entramado de Mis Relaciones gira en tomo a ese eje: creer, palpar la realidad misteriosa de la Iglesia, oculta bajo el manto de la oscuridad. A cada paso Palau renueva su profesión de fe, reitera su ansia incontenible de luz y claridad; sobre todo, su ardiente deseo de que se rompa la tela de la vida y llegue el dulce encuentro con la Amada para verla cara a cara. Todos los encendidos coloquios con la amada-Iglesia terminan con idéntico suspiro, con la ratificación de lo inefable, porque mientras viva en carne mortal «no podrá verla sino bajo el velo del enigma y del misterio y no cara a cara como desea».

Lo que ahora a duras penas logra entreverse, aparecerá luminosamente claro y beatificante en la otra vida, cuando se contemple la «carne glorificada de Cristo». No solo lo ansia y suspira Palau, lo canta en tono vibrante: «Allí veremos de un golpe de vista el objeto de nuestro amor, que es Dios y los prójimos constituyendo en Jesucristo cabeza una sola cosa, que es su Iglesia... No solo veremos a Dios sino a todos nuestros prójimos: veremos a éstos constituyendo un solo cuerpo bajo Cristo, su cabeza, veremos la Iglesia triunfante glorificada en su carne inmortal: la veremos allí en todo su orden, en su ser perfecto, sin faltarle un cabello de su cabeza... Allí veremos». Infinidad de cosas que se resumen en esto: «la belleza indefinible e indescriptible de la Iglesia». La Trinidad nos «descubrirá sin velos la Iglesia santa».

En el fondo, el misterio de la Iglesia es el misterio mismo de la gracia en su dimensión esencialmente comunitaria o compartida, en cuanto reflejo y participación de la comunión trinitaria. De ahí deriva que la Iglesia es reino, es pueblo, es cuerpo místico.
La Iglesia no tiene nombre adecuado, no admite definición exacta, porque no es posible conocerla en lo más radical de su ser. Es lo que Palau escucha de ella misma: «Así como no puedes conocer intuitivamente mi naturaleza, mi constitución moral orgánica, las relaciones de todos mis miembros entre sí, y las de éstos con la cabeza, las del Cuerpo todo con el Espíritu, tampoco puedes conocer mi nombre» 48; quiere decirse, definirme.