EL Rincón de Yanka: LIBRO "LOS DUEÑOS DEL PLANETA": ELLOS CONTRA NOSOTROS por ✋ CRISTINA MARTÍN JIMÉNEZ 🙋

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domingo, 11 de junio de 2023

LIBRO "LOS DUEÑOS DEL PLANETA": ELLOS CONTRA NOSOTROS por ✋ CRISTINA MARTÍN JIMÉNEZ 🙋

 
LOS DUEÑOS DEL PLANETA
ELLOS CONTRA NOSOTROS


Vivimos en una época en la que las élites dominan todos los ámbitos de la vida, y lo hacen bajo la apariencia de bienhechores y filántropos. Miramos a esos grandes hombres con admiración, envidia e, incluso, agradecimiento. Personas como Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates o Mohamed bin Salmán no solo figuran en el top de los más ricos, sino que, además, poseen gigantescas compañías tecnológicas y grandes conglomerados financieros. Son los dueños del planeta, pero ¿son lo que aparentan? ¿Qué se oculta detrás de esas sonrisas autocomplacientes? ¿Hasta dónde llega su afán de poder? ¿Cómo afecta al resto de la ciudadanía sus acciones?
Este libro desenmascara a los principales plutócratas de nuestra era y traza sus recorridos vitales, sus antecedentes, sus frustraciones y sus aspiraciones para, de ese modo, entender qué se proponen, por qué hacen lo que hacen y qué objetivos últimos persiguen.

INTRODUCCIÓN 

PLUTOCRACIA VERSUS VERDAD 

"No cabe duda, en efecto, de que la Divinidad 
utiliza a ciertos hombres con el fin 
de castigar la maldad de otros y hace de ellos
 en cierto modo unos carniceros antes de aniquilarlos". 
PLUTARCO 

Desde los tiempos más remotos, la humanidad se ha organizado en torno al poder, un poder siempre gestionado y dominado por unas élites encargadas de marcar el rumbo y el destino de las sociedades. Más allá del sistema de gobierno que estas impusieran —la madre que fecunda y amplía la tribu, la ley del más fuerte, la democracia, la monarquía, la república, el imperio, el globalismo de Estado—, los poderosos han tenido diferentes «rostros» y han actuado en nombre de intereses diversos según el contexto histórico en el que se encontraran. El caso es que, fuera cual fuese el marco político, desde el que el mundo es mundo, unos pocos —muy pocos— han gobernado sobre todos los demás, han decidido cómo se debe vivir y pensar, y han actuado en función de sus intereses particulares. Obviamente hay casos excepcionales que rompen esta regla, pero, por lo general, el dominio de una oligarquía1 privilegiada ha dado forma a la historia de las civilizaciones. Y cuando esa clase dominante es al mismo tiempo la más rica, nos encontramos con lo que se denomina «plutocracia», el grupo de los ciudadanos adinerados que, precisamente por su riqueza, ejerce una influencia directa en los Gobiernos de los países soberanos. 

Desde hace varias décadas y en el contexto actual —geopolítico-socioeconómico—, que, como ya saben mis lectores, yo denomino Tercera Guerra Mundial, los principales plutócratas que gobiernan el mundo han adquirido un gran protagonismo: no solo son los hombres más ricos, sino que se han convertido en personajes-ídolos a los que imitar y adorar sin que nadie —o casi nadie— se atreva a cuestionarlos, ni a ellos, ni el origen de sus inmensas y obscenas fortunas, ni sus distintas formas de actuación. Distintas, sí, pero, como veremos a lo largo del libro, semejantes en su estilo abusador y déspota, e incluso iguales al estar regidas por un mismo fin: el control total de la vida —material y espiritual— de las personas y del planeta que habitamos (unos 8.000 millones de seres, según las cifras oficiales). 

Hablamos de la nueva plutocracia del siglo XXI. No son políticos, no son intelectuales ni sabios, ni cuentan con una larga experiencia en el viejo arte de gobernar sociedades. Sin embargo, por el simple hecho de poseer gigantescas fortunas se consideran a sí mismos —debido a su soberbia sin límites— políticos, intelectuales y sabios. Se creen los dueños del planeta y, para seguir agrandando y fortaleciendo su poder, se alían con el mismo vigor con el que rivalizan y se pelean entre sí mientras desde sus atalayas doradas observan todos y cada uno de nuestros movimientos para asegurarse de que nadie se sale del redil. Sus principales ámbitos de actuación son la tecnología, los medios de comunicación, la ciencia, la cultura, la especulación financiera, la ingeniería social, las ciencias del comportamiento y la inteligencia artificial. Y convencidos de que el fin justifica los medios, se han propuesto ganar el combate definitivo contra los seres humanos y el ideal que nos define como tales —la Singularidad, la Verdad y la Libertad—, además de manipular la naturaleza de nuestra genética para culminar su obra transhumanista mediante la creación del nuevo Homo Tecno. 

En efecto, vivimos tiempos de guerra. Y no solo hablo de la guerra que las élites globalistas —occidentales— le han declarado a Rusia y las que libran en otros territorios (con menos gancho publicitario) del planeta. La actual es, esencialmente, una guerra psicológica encubierta en la que la propaganda, la manipulación y la ingeniería social —tan bien analizadas y trabajadas durante años por los «científicos del comportamiento humano»— constituyen las principales armas, con las que construyen una serie de «psicoescenarios» para sembrar el miedo entre la población. Incluso podríamos hablar de «la gobernanza del pánico» o de cómo someternos con el viejo grito «¡que viene el lobo!» que lanzaba aquel pastor mentiroso para divertirse de lo lindo asustando a sus vecinos. Lo hemos visto con la pandemia de la Covid-19, con el encarcelamiento en nuestras casas y con la criminal campaña de vacunación mundial; lo vemos con el permanente bombardeo publicitario sobre el apocalipsis climático y la llegada del fin del mundo; lo vemos con los constantes ataques y las difamaciones contra el disidente, el «hereje», el crítico, el libre… 

En definitiva, contra quienes no aceptamos como verdaderos los mandamientos de esta nueva plutocracia que, tal y como reconoció en 1952 el coronel C. D. Jackson, asistente principal del presidente Eisenhower en materia de guerra psicológica y director de la revista Time, pretende «ganar la Tercera Guerra Mundial sin tener que combatir» en un campo de batalla usando las armas clásicas. Estamos en guerra, sí, y puesto que se trata de una guerra que se libra en diferentes frentes y contra enemigos diversos y «difusos», las armas han de ser variadas, poliédricas, y poseer diferentes puntos de mira para causar el impacto deseado. 

En mis dos libros anteriores (La verdad de la pandemia y La Tercera Guerra Mundial ya está aquí) me centré en desvelar los entresijos de la nueva guerra que nos están haciendo las élites sin que aún muchos se hayan percatado. Quieren dirigirnos al matadero como si fuésemos borregos. Han comprado millones de voluntades mediante la construcción de un relato «políticamente correcto», lleno de dogmas teocráticos, que, en realidad, oculta unos intereses espurios de los cuales los medios globalistas —de su propiedad y al servicio de su poder— no hablan. Pretenden anular nuestra capacidad de pensamiento crítico al tiempo que nos bombardean con conceptos como «democracia», «libertad de expresión» o «progreso». Como veremos, entre los que se consideran a sí mismos dueños del planeta, la hipocresía, el cinismo y la amoralidad constituyen el denominador común universal. Es un ellos contra nosotros persistente y todos estamos en peligro. 
* * * 
En la actualidad, podríamos entender el Poder como la capacidad de cambiar —para bien o para mal— la vida de las personas (8.000 millones de almas). La tentación es bestial, pero la competencia también, lo que explica que sean pocos los que verdaderamente lo alcanzan. A lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI lo hemos visto en innumerables ocasiones: las élites necesitan ser aceptadas por los ciudadanos, pues de lo contrario corren el riesgo de ser derrocadas, eliminadas y/o sustituidas. Es decir: si les desobedecemos, ¿qué capacidad de influencia tendrían? Ninguna. No conseguirían cambiar nuestras vidas y, por tanto, perderían su poder. Por ello, para lograr esa aceptación y sumisión social tienen que convencernos de que los necesitamos. 

Ahí es donde entra la manipulación psicológica —del pánico—, que se ha convertido en un arte necesario y cada vez más sofisticado: Agendas 2030-50, organismos supranacionales (ONU, OMS, FMI, BM, OTAN), ONG, fundaciones filantrópicas, corporaciones mediáticas, movimientos civiles subvencionados, psicoescenarios pandémicos, catástrofes inminentes, terrorismo desinformativo, relato único… Y todo con un solo fin: domesticar el rebaño y crear un estado de opinión —y de ansiedad— que avale y justifique sus intereses y sus actos, y que les mantenga eternamente en la cima del Olimpo, claro. Si todos temían y respetaban a Zeus era porque los científicos de la época carecían de los conocimientos para explicar cómo se producen los rayos. Si todos los habitantes del planeta conocieran cómo se crea una psicopandemia, ninguno habría obedecido los protocolos covidianos y las élites plutócratas no habrían podido mantenernos encerrados en casa mientras arruinaban nuestros negocios. 

El poder de cambiar la vida de las personas depende del conocimiento que estas tengan. El dinero de los plutócratas les sirve para construir un estado de ignorancia global. No ostentan el poder porque sean más sabios, más inteligentes o más expertos, sino porque tienen el dinero para mantener a raya el conocimiento y a quienes accedemos a él y lo usamos con inteligencia. En las últimas décadas hemos visto cómo unos cuantos ultrapoderosos han ocupado el Olimpo de los «dioses» y cómo con sus vergonzantes fortunas influyen en nuestras vidas y en nuestras decisiones. Ya no están ocultos como antaño; se exhiben con total desfachatez porque se han creído que son los amos del mundo y que todos los demás los miramos —o eso deberíamos hacer— con admiración, envidia e incluso agradecimiento. Como acabamos de señalar, en Occidente controlan los ámbitos de la tecnología, de la ciencia y la inteligencia artificial, de los medios de comunicación, de la cultura, de la especulación financiera, de la alimentación y las energías (fósiles y renovables), y mantienen turbias relaciones con el poder político y los servicios secretos, creando una interdependencia entre ellos que llega a límites asombrosos. 

Sin embargo, veremos que los ámbitos de actuación son compartidos, y es que se necesitan los unos a los otros para establecer alianzas e implantar su hegemonía. Los medios de comunicación necesitan a las redes sociales y viceversa; el poder político necesita la colaboración de las grandes empresas tecnológicas para llegar a los ciudadanos y, por supuesto, la financiación para alcanzar la presidencia de los Estados —lo que convierte a los políticos en deudores de sus «padrinos» por encima de la fidelidad a sus votantes—; los ciudadanos necesitan energía, alimentos y suministros para sobrevivir, a los medios de comunicación para informarse y a los gigantes tecnológicos para relacionarse, opinar y estar «conectados» con el mundo. La gran red de dependencia que han construido es como una gigantesca tela de araña que no para de crecer y desarrollarse, cada vez más espesa y amenazante, cada vez más perversa. Con ella pretenden dominarlo todo, y en su infinito envanecimiento se creen capaces de controlar hasta la muerte, convenciéndonos de que, como si de una enfermedad se tratase, el ser humano puede no envejecer y, por tanto, vivir eternamente. El que pueda pagarlo, claro, porque para el resto han dispuesto la eugenesia: a fin de cuentas, no se cansan de repetir que sobran personas en el que consideran «su planeta». Para la nueva plutocracia del siglo XXI, los límites no existen; no hay reglas morales ni principios básicos que actúen como freno. Llegar a lo más alto y mantenerse en la cima del Monte Olimpo —con el beneplácito de todos nosotros— es su única pauta de comportamiento. Nada más importa. 
* * * 
En este libro no están todos los que son, pero sí son todos los que están. He elegido a los diez —en realidad, once— hombres que, a mi juicio, están entre los que más influencia tienen en el incierto devenir de Occidente. Elon Musk, Jeff Bezos, Bill Gates, Mark Zuckerberg, Warren Buffett, Mohammed bin Salmán, Larry Fink, Rupert Murdoch, George Soros, Larry Page y Sergey Brin. Los dos últimos comparten capítulo porque juntos han trabajado para crear el reino del Inframundo que es Google, sin el cual parecería que nada ni nadie existe. Todos ellos se han arrogado el derecho —que nadie les ha dado— de decretar nuestros destinos, convirtiéndonos en marionetas, ya sea de las salvajes leyes de mercado — establecidas por ellos mismos— y de la especulación financiera (Fink, Buffett, Soros); de los medios de comunicación (Murdoch, Musk, Bezos, Zuckerberg, Fink, Soros); de la industria energética (Bin Salmán, Fink, Buffett), y de los «avances» tecnológicos y científicos (Musk, Bezos, Zuckerberg, Page y Brin). 

Algunos aparecen con frecuencia en los medios de comunicación; otros permanecen ocultos en el sombrío reino de la especulación. Varios no solo son ultramillonarios, sino que se dedican a darnos lecciones y a sermonearnos desde sus ONG y fundaciones filantrópicas, que no solo escapan a cualquier control por parte de los Estados, sino que suscriben contratos con los gobernantes. Han decidido crear un nuevo orden mundial generando nuevas alianzas o, como Mohammed bin Salmán, «chantajeando» a quienes hasta hace bien poco les trataba como un paria. Viven en grandes mansiones y, por lo general, les gusta alardear de su poder, aunque transmitan cierta imagen de despreocupación y de ser hombres corrientes. No nos engañemos: no lo son. Dominan el mundo visible —la política, las guerras, la Bolsa, la energía, los medios de comunicación— y pretenden dominar el mundo invisible, es decir, nuestras mentes y almas, de la manera más perversa que se pueda imaginar: controlando nuestras opiniones, nuestras aspiraciones y deseos como seres humanos y, por supuesto, decidiendo por nosotros en qué debemos creer y en qué no. Y ya que se trata de creer, la consigna está clara: tenemos que creer en ellos, que por algo —y para algo— están en la cima del Olimpo. 

Es exactamente lo que sucedía con los soberbios dioses y héroes de la mitología griega y romana, que hacían y deshacían a su antojo. Sus características más destacadas me han servido como modelo arquetípico para describir tanto la personalidad como la forma de actuar de los personajes que se biografían en este libro: a Elon Musk lo identifico con Dioniso, dios de los excesos; a Bill Gates, con Ícaro, que acaba quemando sus alas de tan cerca que llegó del sol; a George Soros con Hermes, el «mensajero de los dioses», dios del comercio y también del engaño... 

Y es que los arquetipos se repiten de forma cíclica en el tiempo. Son esencias antiguas que perviven y ayudan al ser humano a entender el mundo que le rodea desde que comenzó a contarse a sí mismo su propia historia y a compartir relatos alrededor del fuego vivificador. El arquetipo es la materia literaria y psicología del alma. Zeus, Dioniso, Kronos, Ícaro, Lucifer, Ares… Son modelos psicológicos, tan viejos como cercanos, que nos muestran las profundidades del alma de las personalidades que hoy ponen del revés y en peligro nuestra era. 

Las pautas de comportamiento de dioses antiguos y «dioses» modernos son asombrosamente parecidas, lo que me lleva a recordar y a subrayar que la Historia se repite y no tiene piedad. Eso sí, el lector se dará cuenta inmediatamente de una diferencia sustancial: en el Olimpo plutócrata del siglo XXI no hay mujeres. ¿Cómo es posible? ¿Dónde están las equivalentes a las diosas Afrodita (diosa del amor), Atenea (diosa de la sabiduría) o Deméter (diosa de la fertilidad y de la agricultura)? ¿Por qué entre las élites globalistas contemporáneas tan solo hay hombres? ¿Acaso hablamos de un poder heredado de varón a varón? 

A lo largo del libro veremos que estos nuevos plutócratas actúan con la vanidad y la displicencia que, en los relatos mitológicos de la Antigüedad, movían a dioses e incluso al mismísimo Zeus —dios de dioses—, todos ellos provistos hasta la médula de arrogancia, de espíritu competitivo y codicia, lo que en última instancia causaba su desgracia. ¿Acaso son estas características esencialmente masculinas? ¿Hemos incorporado a las mujeres sencillamente para sobrevivir? Son preguntas complejas y largas de responder y las dejo aquí para que el lector reflexione a partir de su propia experiencia y observación. 

De lo que no tengo duda es de que, cuando alguien se siente dueño del universo, tarde o temprano da un paso en falso y su poder, por muy grande que sea o haya sido, se viene abajo como un castillo de naipes. ¿Es esto lo que les espera a los actuales dueños del planeta? Sin duda, hay multitud de señales que los más avispados ya estamos observando. ¿Puede la omnipotencia aventajar y destruir la naturaleza humana y el libre albedrío que nos han acompañado desde el inicio de los tiempos? Aunque haya quien pretenda descifrar el futuro, nadie sabe a ciencia cierta qué va a ocurrir en las próximas décadas. Sin embargo, en este libro veremos que las «excelsas misiones» de los autoproclamados «dueños del planeta» están comenzando a sufrir un estrepitoso fracaso.

¿Por Qué Estamos DESOBEDECIENDO al PODER? | Cristina Martín Jiménez

Hay que estar muy preparado, hay que ser muy fuerte, hay que soportar la presión y hay que estar informado para saber quién es el ser humano.
Por qué hay una gran parte de la población que desobedece, que desobedece sus órdenes. Es una desobediencia moral y por la vida.
¿Por que desobedecemos?, esa es la pregunta.
La respuesta es el amor, amor a la libertad, el amor a la familia, el amor a uno mismo, la conciencia, el trabajo bien hecho y el bien común y el sentido común compartido.
Y si tú tienes amor propio, si tú tienes orgullo, si tú sabes qué significan tus apellidos, lo que hizo tu abuelo, lo que hizo tu bisabuelo, tu tártarabuelo. Cómo conquistaron ellos la Península ibérica, las muertes que esto ha costado, lasmuertes que la cultura ha costado, tú lo defiendes, tú no se lo dejas en mano de un psicópata.
Todo todo eso es lo que te convierte en un ser humano libre en contraposición al esclavo perfecto.

¿Quiénes Son y Qué Quieren los Dueños del Planeta? -
 Cristina Martín Jiménez | Lo Que Tú Digas 320

Hay que ser radical en la elección ante lo que tenemos enfrente en esta batalla contra la Humanidad, no valen los grises. Ella habla de que nos están llevando hacia el transhumanismo y lo sabe de primerísima mano. Este vídeo de 5 minutos hay que verlo y compartirlo. Nos quieren esclavos del AC, eso es la agenda 2030 que promueve y lidera JMB y a lo que van a adoctrinar a los jóvenes en Lisboa y Fátima.


“No tendrás nada y serás feliz”. Fíjense que la famosa frase es algo más que la enunciación de un objetivo del Foro de Davos y su famosa Agenda 2030. La forma en que está enunciado es la de una orden. Como un mandamiento del Decálogo. No matarás. No robarás. No tendrás nada. Y serás feliz (por tanto no te quejarás, o a la inversa). No es algo optativo. No tendrás nada y punto. Y serás feliz y te aguantas. No hay peros.

No tener nada resulta fundamental para la dominación de un conjunto. O sea, una cosa es la obsesión de tener, que también es una esclavitud, pero otra muy distinta es no tener nada y que se te niegue el derecho a la propiedad. Alguien que no tiene nada es alguien totalmente dependiente. Dependiente del que tiene. ¿Y de quién será todo en ese mundo 2030 en el que nadie tendrá nada? Porque de alguien tendrá que ser todo. ¿De los plutócratas que manejan los hilos de Davos? ¿Del estado? Pues de ellos será de quienes dependamos en todo al no tener nosotros nada, al ser todo de ellos.

Alguien que no tiene nada, aparte de dependiente, es alguien con menos motivos para luchar por algo. Alguien que no ha recibido nada de sus padres. Alguien que no tiene nada que defender. Alguien que no tiene nada que dejar a sus descendientes. Después de una vida de esfuerzos no tendrás nada. Estarás igual que al comenzar el camino, al comenzar a esforzarte. El premio a tus esfuerzos será seguir sin tener nada después de todos tus esfuerzos. Claro que para ese entonces quizá ya hayas decidido hace tiempo dejar de esforzarte. No te esfuerces. No luches. No te rebeles. Sé feliz. Obedece.

Con eso y con todo, contra el “no tendrás nada y serás feliz” ya nos vamos previniendo poco a poco. Lo vamos conociendo, siquiera una minoría con pensamiento crítico. Lo vamos propagando. Advertimos de lo que viene a nuestros conocidos. A veces con poco éxito. Parecemos unos paranoicos. ¿Quién nos va a dejar sin nada? ¿Quién nos va a impedir tener un coche o circular con él por donde queramos? ¿Quién nos va a obligar a comer gusanos? Somos la rana en el puchero, no nos enteramos de que nos están abrasando.

Pero lo peor quizá no es lo de que no tendremos nada y seremos felices. Lo peor, que también va implícito en la Agenda 2030 y la ideología de género, es la idea de que tampoco seremos nada. Además de no tener nada en 2030 no seremos nada. Y seremos felices no siendo nada.No tener nada es bastante dramático, pero no ser nada es mucho más amenazante todavía. Bajo el regalo envenenado de que podremos ser lo que queramos, al punto de que podremos hasta autodeterminar nuestro género, lo que en el fondo nos están haciendo es robarnos lo que somos. Para poder ser cualquier cosa hay que no ser nada. Para poder ser cualquier cosa hay que ser plastilina, una hoja en blanco. Si soy una jirafa no puedo ser un perro. Si soy un hombre no puedo ser una mujer. Si puedo ser una jirafa o un perro es que no soy ni una jirafa ni un perro. Eres o nada o algo que niega lo que realmente es, seducido por la idea de poder ser cualquier cosa. El problema es que poder ser cualquier cosa es una maldición, no un regalo. Para poder ser otra cosa tienes que negar lo que eres; pero negar lo que eres, por otro lado, no te convertirá en otra cosa que lo que eres. Una jirafa que quiere ser un perro no es un perro, es una jirafa lamentable. No te dicen que si quieres puedes ser un perro para que realmente seas un perro, sino para que te comportes como tal, para que puedas traerles en la boca los palos que te lancen a cambio de una caricia. No tener nada es la parte buena de la Agenda 2030. La parte preocupante de verdad es la de que no serás nada. No teniendo nada y no siendo nada, siendo totalmente dependiente y negando tu identidad, estarás preparado para ser el esclavo total. Un esclavo feliz con sus cadenas. Un esclavo infeliz se podría rebelar. Ser un esclavo feliz, por tanto, no puede ser opcional.


Lo peor de la Agenda 2030 no es que no tendrás nada, sino que tampoco serás nadie
“No tendrás nada y serás feliz”. Fíjense que la famosa frase es algo más que la enunciación de un objetivo del Foro de Davos y su famosa Agenda 2030. La forma en que está enunciado es la de una orden. Como un mandamiento del Decálogo. No matarás. No robarás. No tendrás nada. Y serás feliz…

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