EL ROBO DE LOS NOMBRES
DE NUESTROS PUEBLOS
LA SINRAZÓN IDEOLÓGICA
DE LA TOPONIMIA EN ESPAÑA
En el Día del español
Resulta llamativo que quienes dicen defender las lenguas regionales apelando a la ecología lingüística, quienes quieren evitar que se mueran sus palabras, hagan todo lo posible para borrar la toponimia de otro idioma
Las personas bien informadas conocen la labor que llevamos a cabo para defender los derechos lingüísticos de los hispanohablantes, saben qué está pasando en las escuelas, son conscientes de la eliminación del español de los espacios y de la cultura oficial y no son ajenas al adoctrinamiento en nacionalismo lingüístico al que se somete a nuestros escolares. Sin embargo, la defensa de la toponimia en español pasa más desapercibida. Se ha convertido en un activismo gourmet. Pocos han reparado en lo que supone la paulatina desaparición de nuestros nombres de lugares y no se percatan de que cuando se intenta hurtarle palabras al español, se está atentando contra el patrimonio lingüístico de la comunidad hispanohablante.
Resulta llamativo que quienes dicen defender las lenguas regionales apelando a la ecología lingüística, quienes quieren evitar que se mueran sus palabras, hagan todo lo posible para borrar la toponimia de otro idioma. No quieren verla ni en los documentos, ni en los indicadores de las comunidades llamadas bilingües y han conseguido que tampoco figuren en el resto de España. Así, mientras ellos usan Xetafe o Saragossa en los mapas de los escolares, nosotros no podemos ver el nombre de Lérida en los libros de Geografía de los niños de Toledo.
La furibunda reacción del sector hispanófobo cada vez que usamos un Gerona o un La Coruña en redes sociales o en una intervención pública es un buen indicador de la relevancia que para su proyecto tiene hacer desaparecer cualquier vestigio de la larga presencia del español en las comunidades autónomas con dos lenguas y de la asociación de nuestra lengua a estos lugares.
Somos una rareza a nivel mundial, el único país que prohíbe el uso oficial de palabras de un idioma oficial, que se dice pronto. En España se les retira el galón de la oficialidad a los nombres de lugares en español y, no contentos con eso, se intenta desde tribunas y redes sociales ridiculizar a los que los usamos en nuestro ámbito personal.
Ante una situación como esta, cabe preguntarse cuál es el papel que debe jugar la Real Academia Española. No consideramos razonable que quienes han llevado a cabo un encendido debate a la vista de todos por la acentuación de un adverbio, pasen olímpicamente cuando tantas palabras «en activo» son jubiladas a la fuerza y no es sensato que hagan la vista gorda ante la invasión de unos topónimos que incluyen cedillas, acentos graves, apóstrofes, doble 's' y otras muestras de grafía o puntuación ajenas al español.
Todos los partidos que han gobernado en España han tenido su parte de culpa en la degradación de nuestro patrimonio toponímico y todas y cada una de las comunidades con lengua regional lo han experimentado, siendo la gallega y la vasca, sobre todo esta última, las más afectadas. En Vascongadas se han impuesto nombres de lugares con una grafía imposible en español y se han inventado topónimos que han destronado a otros de larga tradición y extensamente documentados. Lo que subyace en esta práctica hispanófoba es un intento de ocultación de que el español también es una lengua que históricamente ha tenido presencia en estos lugares y una obsesión por falsear el pasado.
Ni el miedo al ridículo, ni un mínimo respeto por la veracidad histórica frenan esta pulsión exterminadora, probablemente, porque sus autores se saben amparados por la propaganda y consideran que nuestra labor es un clamor en el desierto, mientras ellos cuentan con el altavoz de los medios que da el poder.
Ayer presentamos en una concurrida gala celebrada en Barcelona un libro que creemos necesario El robo de los nombres de nuestros pueblos. La sinrazón de la toponimia en España. Con él queremos dotar de argumentos a quienes han decidido expresarse correctamente en español y animar a la rebeldía a los que hasta ahora han hablado en «híbrido». En su redacción han intervenido seis estudiosos de la materia. Lo empezaremos a difundir hoy, Día internacional del idioma Español, una efeméride que conmemora el fallecimiento de Cervantes y a la que nosotros nos hemos empeñado en dar lustre. Como asociación que defiende los derechos lingüísticos de los hispanohablantes seguiremos buscando resquicios legales para devolver el español a las aulas, a los rótulos y a los documentos oficiales, como hablantes de español, nosotros y todos ustedes tenemos a nuestro alcance un arma valiosa para ayudar en esta lucha contra la imposición lingüística:
nuestra capacidad de devolver a la vida los nombres robados de nuestros pueblos. Rebélense, desmelénense, escriban Guipúzcoa, con su u de ulular y su c de caramelo, digan Orense, Gerona, Villajoyosa, Ibiza, Fuenterrabía, Santurce, Villagarcía de Arosa, Mahón y todos los demás topónimos robados. Su Historia la encontrarán en nuestro libro.
En efecto, el, por decirlo con la fórmula orwelliana, vaporizado de esos modos de llamar a los lugares va mucho más allá de lo meramente sustantivo. Su eliminación arrastra, para hacerla desaparecer, la carga histórica que las acompaña. El proceso, cuyo objetivo es claro: la erradicación de español en esas regiones, corre paralelo al de la inmersión lingüística obligatoria contra la que batalla sin descanso Hablamos español o al de la sustitución de los nombres personales por variantes pretendidamente arcaicas que no son sino novedades más o menos imaginativas. Busque el lector en la paz de los cementerios Kepas finados hace un par de siglos. Busque los dígrafos «tx» y «tz» en lápidas y libros de difuntos de las parroquias vascongadas. Busque, incluso, Euskadi.
Envueltos por el aroma del café, los autores desgranaron numerosos ejemplos sustitutorios. Dentro de un negocio tan rentable como es el de las identidades, para el mundo hispanófobo, España es, indudablemente, plural, sin embargo, las comunidades autónomas con ínfulas nacionales son inmutablemente homogéneas, razón por la cual deben proceder a la eliminación de todo rastro del Estado opresor, dándose paradojas como la explicada por Andrés Freire: una Galicia sin mácula de semitismo, pues los secesionismos patrios mantienen un inequívoco sustrato xenófobo camuflado bajo un manto de cosmopolitismo, no puede permitirse la existencia de un lugar llamado Mezquita, atribuible, únicamente, a un impuro influjo mesetario, acaso andalusí. Por su parte, Finisterre cambiado por el coloquial Fisterra se aleja del Finis Terrae a cuya espalda se hallaba el Viejo Mundo al que cantara Camarón.
En las páginas de "El robo de los nombres de nuestros pueblos" aparecen numerosos casos que delatan las monomanías que aquejan a muchos de nuestros compatriotas, algunos de los cuales han hecho fortuna eliminado, de paso, rivales laborales, insertándose en artificiosas estructuras capaces de agredir al Guevara de origen céltico para transformarlo en un Gebara libre de esa v que consideran ajena a la tierra que holló Túbal. El proceso, sin embargo, topa con tozudas realidades como las mostradas por Javier Barraycoa, que señaló a Barcelona y a Tarragona como ciudades para las cuales apenas hay una forzada entonación que deja incólumes, al contrario que ese Bilbo que trata de ganar terreo a Bilbao, las formas de designación más clásicas.
Ante esta censura subvencionada y leguleya que afecta a todos los hispanoparlantes, decir o escribir Lérida, Fuenterrabía, Gerona o La Coruña constituye un auténtico acto revolucionario.
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Quien impone LA NEOLINGUA NAZI, una coalición de políticos ágrafos e intelectuales para quienes la defensa de su cultura no es otra cosa que el mantenimiento de su sueldo, arguye que "como esto es Galicia, aquí en gallego", a pesar de que cierto pudor debería hacerles recordar que ese argumento en nada difiere del "en España, habla español". El espíritu es el mismo: siempre gente que se arroga el derecho de imponer cómo uno tiene que hablar, cómo tiene que opinar, cómo tiene que ser.
La diferencia está en la lengua. En el caso del español, además de la pujanza que le dan sus centenares de millones de hablantes, tenemos un vehículo cultural de 800 años, que ha sido trabajado y modelado por incontables generaciones de escritores, creadores, gramáticos, traductores. Sus palabras son fruto de un esfuerzo secular por expresar el mundo, no capricho de un comisario político-lingüístico. En ellas está inscrita la historia de Galicia como rincón atlántico, occidental, excristiano, post-romano, ibérico, cuasiportugués y español. Renunciar a ellas implica el repudio de toda esa historia, con el fin declarado de hablar una lengua que los otros no entiendan, y que es tan gallega como el esperanto.
Ya está disponible la ¡segunda edición! de
"El robo de los nombres de nuestros pueblos.
La sinrazón de la toponimia en España"
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Hablamos Español
Gloria Lago es presidente
de la Asociación Hablamos Español
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