EL Rincón de Yanka: NECESITAMOS VOLVER AL ESPÍRITU DE LA IGLESIA PRIMITIVA: 🕀 VOLVER A LAS CATACUMBAS 🕀 EUROPA, NECESITA RECUPERAR LA SAVIA CRISTIANA DE SUS RAÍCES

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jueves, 18 de mayo de 2023

NECESITAMOS VOLVER AL ESPÍRITU DE LA IGLESIA PRIMITIVA: 🕀 VOLVER A LAS CATACUMBAS 🕀 EUROPA, NECESITA RECUPERAR LA SAVIA CRISTIANA DE SUS RAÍCES



VOLVER A LA IGLESIA PRIMITIVA

Cuando surgen las dificultades, las dudas y las incertidumbres en la fe, debemos volver al origen. Esto es lo que tenemos que hacer cuando nos planteamos los objetivos (misión) de nuestra comunidad cristiana: echar la mirada atrás a las primeras comunidades de la Iglesia primitiva (visión).
El Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los apóstoles, nos da una idea de cómo los primeros cristianos comenzaron a proclamar el Evangelio, lo que hacían y nos muestra numerosos rasgos esenciales de la Iglesia de Cristo que debemos imitar:

Llenarse de Espíritu Santo

“Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.” (Hechos 2, 3-4 ).
Los cristianos no sólo hablamos de Dios; le experimentamos. Esto es lo que hace que la iglesia sea diferente de cualquier otra organización en el planeta: que tenemos el Espíritu Santo.

Nuestro gobierno no tiene el Espíritu Santo. Las ONGs no tienen al Espíritu Santo. Ninguna otra organización tiene el poder de Dios en ella. Dios prometió su Espíritu para ayudar a su Iglesia. La Iglesia tiene y se llena del poder de Dios.
Cuando se refiere a “hablar en lenguas extrañas” quiere decir hablar en el idioma de quienes nos escuchan. La gente realmente escuchaba a los primeros cristianos hablar en sus propios idiomas, ya fuese en farsi, en swahili, en griego o lo que fuera.
El Plan de Dios es para todos. No es sólo para los judíos. Pero no sólo se refiere a idiomas de sus países de origen sino a hablar en el lenguaje que cada persona entiende. ¿Estamos usando otros “lenguajes” para llegar a la gente?

Utilizar los dones de todos

“Entonces Pedro, en pie con los once, les dirigió en voz alta estas palabras: “Judíos y habitantes todos de Jerusalén: percataos bien de esto y prestad atención a mis palabras. …Y haré aparecer señales en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. …Pero el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hechos 2, 14, 19, 21).
En la iglesia inicial no había espectadores; el 100% de las personas participaban en proclamar el Evangelio de Jesús. Y, aunque igual que entonces, no todos estamos llamados a ser sacerdotes, todos estamos llamados a servir a Dios. Por tanto, debemos esforzarnos para que todos participen. La pasividad no es una opción. Si alguien quiere sentarse y ser servidos por los demás, que busquen otro sitio.

Ofrecer una verdad que transforma

La iglesia primitiva no ofrecía una nueva psicología, ni un moralismo cómodo, ni una espiritualidad agradable. Ofrecía la verdad del Evangelio que tiene el poder de cambiar vidas. Ningún otro mensaje transforma vidas. Cuando la verdad de Dios entra en nosotros, es cuando nos transformamos.
En Hechos 2, Pedro dio el primer sermón cristiano, citando el libro de Joel del Antiguo Testamento y afirmando que la iglesia primitiva se dedicó a la “enseñanza de los apóstoles”.

Crear comunidad

“Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones.” (Hechos 2, 42).
En la iglesia del primer siglo, los cristianos se amaban y cuidaban unos a otros. La iglesia no es un negocio, ni una ONG ni un club social. La Iglesia es una familia. Para que nosotros experimentemos el poder del Espíritu Santo como en la Iglesia primitiva, tenemos que convertirnos en la familia que ellos eran.

Vivir la Eucaristía

“Todos los días acudían juntos al templo, partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2, 46).
Cuando la Iglesia primitiva se reunía celebraban la Eucaristía, conmemorando la última cena “con alegría y sencillez de corazón”. Debemos entender y enseñar que la Eucaristía es una celebración. Es un festival, no un funeral. Es el banquete de Dios. Cuando la Eucaristía es alegre (y litúrgicamente rigurosa), la gente quiere estar allí porque buscan alegría.
¿Crees que si nuestras iglesias estuvieran llenas de corazones alegres, de palabras alegres y de vidas llenas de esperanza, atraeríamos a los alejados?

Compartir según la necesidad

“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; vendían las posesiones y haciendas, y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno.”(Hechos 2, 44-45).
La Biblia nos enseña a hacer generosos sacrificios por el bien del Evangelio.
Los cristianos durante el Imperio Romano fueron la gente más generosa del imperio y eran famosos por su desprendimiento.
Literalmente lo compartían todo, “según la necesidad de cada uno”. Incluso la vida. Muchos murieron por la fe en el Coliseo romano.

Crecer exponencialmente

“Alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. El Señor añadía cada día al grupo a todos los que entraban por el camino de la salvación.” (Hechos 2,47).
Cuando nuestras iglesias demuestran las primeras seis características de la iglesia primitiva, el crecimiento es automático. La gente veía a los primeros cristianos como extraños, pero les gustaba lo que éstos hacían.
Veían el amor que se tenían los unos por los otros, los milagros que ocurrían delante de ellos y la alegría que irradiaban. Querían lo que los cristianos tenían. Y la Iglesia crecía exponencialmente.


"Tenemos que defender la verdad a toda costa, 
aunque volvamos a ser solamente doce"
San Juan Pablo II

 "Si yo no fuera católico, y estuviera buscando 
la verdadera Iglesia en el mundo de hoy, 
buscaría la Iglesia que no se
 lleva bien con el mundo, en pocas palabras, 
buscaría la Iglesia que el mundo odia". 
Fulton Sheen


Europa, 
necesita recuperar 
la savia cristiana de sus raíces

El viejo continente necesita recuperar la savia cristiana de sus raíces

Europa, tierra de misión

Comencé a escribir estas líneas en la fiesta de santa Brígida de Suecia, una mujer de características singulares y de enorme actualidad por la conexión que realizó desde la periferia, el norte de Europa, con Roma, en pleno y agitado siglo XIV, con los Papas aún en Avignon. Se comprende que Juan Pablo II la nombrara copatrona de Europa, con santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).

Bien necesita el viejo continente recuperar la savia cristiana de sus raíces después de siglos de creciente deterioro. Me parece recordar —cito de memoria que Alain Touraine dictó la conferencia de apertura del Congreso Mundial de Sociología que se celebró en Madrid hace veinte años. Hablaba de tradición y modernidad, pero venía a decir que la reiterada contraposición entre Ilustración y tradición celaba en el fondo la animadversión del racionalismo hacia la religión.

Se prometía que la liberación del dogmatismo religioso daría paso a una nueva época de prosperidad, progreso y paz, siempre con base en la ciencia y en la libertad. Pero el siglo XX se encargó de alumbrar los dos absolutismos quizá más letales de la historia: el comunismo y el nazismo. Se comprende el posterior desencanto que llevó hacia el pensamiento débil de la cultura postmoderna, que debía arrumbar al fin los absolutos.

Pero fue penetrando poco a poco, como señaló claramente en su día Allan Bloom, la dictadura de lo políticamente correcto, que es cada vez más lo socialmente impuesto. Se entremezcló pronto con los fundamentalismos, tanto el laicista heredero de la modernidad, como el más peligroso del islamismo. En ese contexto, Europa comenzó cierto declive intelectual del que no se ha recuperado.

Hace falta, por tanto, una renovación del pensamiento, mucho más allá de exabruptos a lo Oriana Fallaci, comprensibles, pero imposibles de compartir. En cambio, el magisterio de Gaudium et Spes, convenientemente desarrollado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, ofrece inspiraciones abundantes y profundas para reanudar el camino con bases más firmes.

Me parece que ese es el contexto del importante anuncio que hizo el 28 de junio de 2012 el Papa Benedicto XVI, en la Basílica de San Pablo Extramuros, durante las vísperas de los santos Pedro y Pablo: “he decidido crear un nuevo organismo, en la forma de “Consejo Pontificio”, con la tarea principal de promover una renovada evangelización en los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una especie de “eclipse del sentido de Dios”, que constituyen un desafío a encontrar los medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo“.

Como repetía Benedicto XVI, “el hombre del tercer milenio desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito. También en los desiertos del mundo secularizado, el alma del hombre tiene sed de Dios, del Dios vivo”. De ahí la responsabilidad de los creyentes, cada uno desde su sitio, de aportar luces nuevas, en la estela de los primeros cristianos.

La novedad, según reitera el Papa, no está tanto en los contenidos, como en el impulso interior, abierto a la gracia del Espíritu Santo. No deberíamos olvidar que lo cansino está del lado de las fuerzas del mal, que se repiten hasta el aburrimiento. En cambio, el Espíritu, como invoca una oración clásica, renueva todas las cosas, también la vida de los cristianos. Les hace capaces de encontrar modalidades que “sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones”.

No deja de ser significativo que Benedicto XVI anunciara esa decisión en la misma fecha en que Juan Pablo II firmó su Exhortación Apostólica “Ecclesia in Europa”, que era un llamamiento, después del anterior Sínodo de Obispos celebrado en Roma, para dar testimonio de Cristo en los países del viejo continente, y ayudar a sus habitantes a recuperar la fe en sus más profundas raíces.