“La Iglesia es una comunidad
centrada en en el nombre de Cristo”
La pregunta correcta sería: ¿Qué es la Iglesia? El Estado del Vaticano es el resultado de un acuerdo entre el papado y el gobierno de Italia, por allá en el año 1929, para que Su Santidad y sus inmediatos colaboradores pudieran tener unas cuantas manzanas por donde moverse tranquila y libremente, en un territorio propio. Allí vive el Santo Padre y es su lugar habitual de trabajo, junto con sus inmediatos colaboradores, la famosa y calumniada curia romana. Pero esta no es la Iglesia. Es la sede del gobierno central porque alguien tiene que mandar y tiene que vivir en alguna parte. Pero esa no es la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de todos los bautizados, orientados por sus legítimos pastores, y juntos, peregrinan en busca del Reino de los cielos. El papa es el papa, pero él no es toda la Iglesia, es su cabeza visible, servidor de la unidad y de la misión evangelizadora.
Semejante introducción, no apta para espíritus muy rígidos, para decir que la Iglesia, en últimas, es, además de la comunidad reunida en la fe en torno a Jesucristo, la vida de cada cristiano. Decir, entonces, que la Iglesia está en crisis o no lo está, significaría que alguien se ha tomado el trabajo de preguntar a cada bautizado si tiene una fe viva, practicada, asumida a diario. Lo más seguro es que el encuestador se encuentre con un abanico conformado por múltiples respuestas, que contienen innumerables situaciones positivas y negativas. Esa sí es la Iglesia, lo ha sido y lo será siempre. Un papa pudo ser muy conservador según el parecer de un periodista de la Revista Semana y a otro de El Espectador le puede parecer un liberal sin límites. Opiniones intrascendentes, pero que reflejan que la Iglesia es multiplicidad de pareceres, es decir, una comunidad típicamente humana, pero bajo la guía del Espíritu Santo, cosa que los opinadores de marras pocas veces notan y tampoco les interesa. Y esa es también la Iglesia. La gran desconocida en su esencia íntima por la mayoría de quienes la observan y aun de sus propis miembros.
Así las cosas, la Iglesia no es el Vaticano, no es el papa, no es el Opus Dei, no son los teólogos de la liberación, no es la señora de tres rosarios diarios, no es el curita de una parroquia. Es todo eso junto, al tiempo, en simultánea mundial y por el tiempo que su Divino Fundador, Jesucristo, lo tenga dispuesto. Y todo esto es el encanto de la Iglesia: su paisaje variopinto, sus expresiones culturales e históricas, sus tensiones, sus brillos de santidad y sus lados oscuros de pecado, sus aportes a la humanidad y sus desastres sobre la misma, es la alegría de sus evangelizadores y la sangre de sus mártires (que hoy en día se cuentan por miles ante el silencio de los grandes medios de comunicación), es la fe que congrega, es Jesucristo convertido en cuerpo místico (¿cómo les quedó el ojo?).
La Iglesia es algo de Dios, a él le pertenece, él la dirige, él sabe para dónde va. Con vaticanos o sin ellos, con papas benedictos y franciscos, con rosarios o sin ellos, con santos o sin ellos, es la barca que Dios ha puesto en el bravo mar de la historia humana, con un piloto de nombre Jesús y con unas velas infladas por un aire venido del cielo llamado Espíritu Santo. Por esto último es que en el Credo también se incluye: “Creo en la Iglesia”.
EL VATICANO NO ES LA IGLESIA
Via col vento in Vaticano
(Lo que el viento se llevó en el Vaticano)
CONTRA EL SILENCIO
QUE OCULTA EL MAL
Un libro publicado en febrero de 1999 se convertía en noticia de portada de todos los periódicos del mundo cinco meses después. El tribunal de la sacra rota había ordenado el secuestro de esta obra en la librería vaticana y el proceso de monseñor marinelli, uno de los autores. el texto es obra de un grupo de religiosos, no todos ellos italianos, que se decidieron a contar lo que sólo se conoce de puertas adentro.Corrupción, connivencia de altas jerarquías con los políticos y la policía, el poder de la masonería, favoritismos y hasta asesinatos son desvelados en esta investigación en la que los papas son quienes quedan mejor parados. Los autores defienden la fe y la iglesia entendida en su sentido original, una iglesia modesta y sin ánimo de lucro, y denuncian la perversión de esta idea y el poder del vaticano.
Corrupción, connivencia de las altas jerarquías con los políticos y la policía, el poder de la masonería, favoritismos y hasta asesinatos son desvelados en esta investigación en la que los papas son quienes quedan mejor parados. Según los autores, estos, si bien sabían lo que ocurría, no podían evitarlo, pues su entorno al completo estaba implicado en este juego de poder.
Los autores en todo momento defienden la fe y la Iglesia entendida en su sentido original: una Iglesia modesta, sin ánimos de lucro, ni ambiciones más propias de otros terrenos. Lo que denuncian es la perversión de esta idea y la transformación del Vaticano en un poder.
El propósito crítico de una obra alcanza plenamente su objetivo cuando ahonda en lo psicológico y ensancha el margen de reflexión para establecer los cimientos de una reforma lo más seria posible. De ahí que este escrito no utilice matices y denuncie sin medias tintas unas realidades que en el Vaticano están a la vista de todo el mundo. Cuando se embellecen los comentarios, también se oscurecen las ideas. Podría parecer un análisis despiadado, pero quiere ser un bisturí capaz de limpiar una llaga profunda y purulenta. La enseñanza se expresa con una pintoresca sequedad que fustiga con la misma fuerza que un látigo al restallar sobre unos corceles. Es un libro pensado y escrito en equipo, con los méritos y los defectos propios de una obra que es producto de varias voces: de ahí el carácter repetitivo de los conceptos más significativos, difíciles de unificar en la redacción como consecuencia de la diversidad de puntos de vista. Repetita iuvant, las repeticiones son útiles, sobre todo para quienes no están demasiado familiarizados con el mundo que aquí se pretende descifrar.
En una época como la nuestra, en la que morimos de certezas al tiempo que mueren las certezas (Leonardo Sciascia), la verdad no cambia y es exactamente la misma tanto si la expone un gran orador como si lo hace un pobre hablador: el facundo no la enriquece y el tartamudo no la empobrece. San Pedro advierte a la Iglesia: «Ha llegado el momento de que empiece el juicio a partir de la casa de Dios, que empieza por nosotros.» Dice el Vaticano II: «La Iglesia, a diferencia del Cristo inocente, que incluye en su seno a los pecadores, santa y, al mismo tiempo, necesitada de purificación, no descuida jamás la penitencia y su renovación.
La Iglesia peregrina es llamada por Cristo a esta constante reforma, que siempre necesita por su condición de institución humana y terrena.» Ha llegado el momento de que la Iglesia, antes que a los hombres, pida perdón a Dios por las muchas infidelidades y traiciones de sus ministros, especialmente de los que ejercen autoridad en el vértice de la jerarquía eclesiástica. Aquí no se discute la institución divina de la Iglesia sino más bien su envoltura, el «vaticanisno», que corre el peligro de dar mayor importancia al marco que al cuadro y de convertirse en esencia sacramental de la Iglesia. Hay que romper el capullo en el que la existencia de la realidad histórica y de la realidad cristocéntrica permanece prisionera cual crisálida asfixiada. Reformar la Iglesia del año 2000 significa cambiar un gobierno burocrático que ya no le cuadra.
Según Clemenceau, gobernar es tranquilizar a los buenos ciudadanos, no a los deshonestos: lo contrario equivale a invertir el orden natural. De su divino Fundador, la Iglesia ha recibido la misión y la capacidad de insertarse en las situaciones temporales del presente, asimilando sin corromperse y fermentando sin trastornar.
El Concilio Ecuménico Vaticano II imprimió a la Iglesia un cambio de dirección que la obligó a trotar de firme. Para muchos, sin embargo, el Concilio es como el tren de cercanías: lo hacen ir y venir a su antojo. Un periodista exasperado, exclamó: «Demonios de Concilio, ¿será posible que en los mismos documentos haya podido decirlo todo y lo contrario de todo, complaciendo a todo el mundo?».
Es como si la Iglesia actual hubiera sido víctima de una especie de explosión nuclear más potente que el arma disuasoria encerrada en el búnker de cemento de Chernobyl. El organismo es en su estructura el mismo de siempre, pero fisiológica y dinámicamente experimenta la influencia de la mentalidad dominante de un mundo que no le pertenece. Demos a conocer la situación mientras aguardamos la era mesiánica del Jubileo del año 2000, cumpleaños bimilenario de Cristo, fundador de la Iglesia. El cristianismo del 2000 alienta a la humanidad a ponerse en camino en busca de su propia salvación.
¿Qué hacer? ¿Silenciar la infiltración del mal en la Iglesia o proclamarla a los cuatro vientos? El silencio es oro, pero hay silencios que matan y precisamente el que oculta el mal para no provocar escándalo se puede confundir con la complicidad del que siembra la cizaña; el silencio que respeta el libertinaje ajeno equivale a dejar que las cosas sigan como están en lugar de indignarse por el mal esparcido a voleo en la morada de Dios con los hombres.
San Juan Leonardi escribía a Paulo V (1605-1621) a propósito de la reforma universal de la Iglesia postridentina:
«Quien quiera llevar a cabo una reforma religiosa y moral profunda tiene que hacer en primer lugar, como un buen médico, un cuidadoso diagnóstico de los males que afligen a la Iglesia para, de este modo, recetar para cada uno de ellos el remedio más apropiado. Es preciso llevar a cabo la renovación de la Iglesia tanto en los primeros como en los últimos, tanto en los jefes como en los subordinados, por arriba y por abajo. Convendría que los cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos y párrocos fueran de tal condición que ofrecieran la máxima confianza para el gobierno de la grey del Señor».
Hemos reflexionado profundamente antes de escribir estas dolorosas notas amasadas con las plegarias y los consejos de personas místicamente privilegiadas que, independientemente, exhortan a poner por escrito las ansias y los latidos del corazón de la Iglesia, devastada por fuera por el ateísmo posbélico más desacralizador, y ennegrecida y trastornada por dentro por los errores teológicos susurrados desde las pontificias cátedras universitarias a los docentes y a los alumnos, a pesar o más bien gracias a la tergiversación del Vaticano II.
Dados los riesgos que entrañaba la revelación de las crudas y desnudas verdades, sin velos ni oropeles y con toda sinceridad, el equipo ordenó que se hicieran llegar a las alturas más cercanas a la persona del Pontífice sus aprensiones en relación con semejante propósito, con el fin de conocer su opinión al respecto; la respuesta del autorizado interlocutor fue la siguiente: «Deseo lo mejor para ustedes y para su proyecto, pues ya imagino cuán difícil será la empresa».
El escándalo necesario La alianza de Dios con los pobres y los humildes está en contradicción con la arrogancia de cualquier poder que elimine y condene al inocente incómodo.
Este libro es un eco recogido en el desierto, una paloma libre con un mensaje en la pata, una botella arrojada al mar con una advertencia en su interior. Jeremías, que era un mal político, acababa directamente en la cárcel cada vez que denunciaba lo que le ocurriría a su pueblo; pero, como clarividente profeta que era, trataba de exponer la política que el pueblo hubiera tenido que seguir para convertirse en el Israel de Dios. Él, que era un hombre pacífico, fue elegido para acusar a una sociedad que se estaba desintegrando, y los poderosos lo combatían porque ponía en tela de juicio las certezas y las ilusiones de los hombres de su tiempo. Incesantemente perseguido y victorioso, Jeremías tendrá el valor de oponer resistencia a las mentiras y de rechazar los silencios de la vergüenza como Cristo, de quien es expresión:
«Tú cíñete por tanto los costados, levántate y diles todo lo que yo te ordenaré, no tiembles ante ellos, de lo contrario, te haré temblar ante ellos. Hoy te constituyo en fortaleza, en muro de bronce frente a todo el país, frente a los reyes de Judá y sus jefes, frente a sus sacerdotes y el pueblo del país. Combatirán contra ti, pero no te vencerán».
Profeta recalcitrante, elegido por el Señor para una misión, para la que no se sentía preparado, Jeremías se resistía:
«Y yo le dije: "Ah, Señor Yavé, ya ves que no sé hablar, pues soy un niño." Pero Yavé me contestó: "No digas eso, pues irás hacia donde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordenaré. No temas ante ellos, pues yo estaré contigo para salvarte, oráculo de Yavé"».
La sensación de inseguridad lo acompañará toda la vida. Y, sin embargo, pronuncia palabras estremecedoras, proclama la urgencia de la renovación radical de Israel y anuncia la nueva alianza del corazón. Hombre atrapado entre dos fuegos, Yavé e Israel, Jeremías vive una situación inextricable: ni rey, ni político, ni pontífice, ni caudillo, ni mercenario; es un hombre desnudo que no se las daba de listo. Débil y fuerte, áspero y vehemente, sensible y duro, mártir y contestatario. Admirable ejemplo de hombre de Dios que sabe conservar su integridad bajo la influencia más poderosa que existe, la divina, a la cual se adhiere con carácter irresistible:
«Me sedujiste, Yavé, y yo me dejé seducir; fuiste más fuerte y me venciste».
Jeremías es el más cristiano de los santos de la antigua ley, el más vulnerable y fraternal, el más cercano a los corazones pecadores y divididos.
En los libros de inspiración divina se observa que los profetas, más que hombres del templo y servidores de palacio, son los portavoces de Dios para ayudar a la humanidad futura a nacer constantemente. Con frecuencia los santos acaban siendo víctimas de ciertos hombres de Iglesia cuando profetizan acerca de los evidentes males de los que se manchan los eclesiásticos:
Savonarola, Rosmini, don Zeno, el padre Pío, por no mencionar más que a unos cuantos. Si Dios infunde en alguien el carisma de denunciar la relajación, las comodidades, los engaños, los trapicheos, los ocios, los privilegios de los miembros de ciertas castas clericales, el denunciante deberá estar dispuesto a esperar de éstos, revestidos de místico celo para presentarse como defensores de la santidad de la Iglesia, una reacción no menos virulenta.
Siempre ocurre lo mismo: el hombre acaba por considerar su propia consagración como una especie de inversión y empieza a negociar con Dios, especulando en su propio beneficio. En cambio, los originales, los espontáneos, los inconformistas, los que se niegan a doblegarse, los que caminan en línea recta y los indomables, capaces de desenmascarar los compromisos sibilinos y los condicionamientos opresores, los oportunismos corruptos y los servilismos empalagosos, son progresivamente aislados y marginados, más tarde mirados con desconfianza, excluidos y ridiculizados, y finalmente obligados a sufrir increíbles frustraciones por culpa de habladurías y graves insinuaciones urdidas a su espalda. Esta adamantina inflexibilidad desmiente el proverbio chino que dice: «Cuando sopla el viento, todas las cañas se tienen que doblar en su dirección».
La permanencia de estos excelentes profesionales ya es una condena en la práctica que los aniquila en el campo de exterminio del imponderable anonimato, en el interior del abismo del silencio. Una cosa es conseguir leer todas estas cosas y otra muy distinta vivirlas directamente, día a día. Muchos severos jueces, rasgándose las vestiduras, señalarán con el dedo acusador, indignados, sorprendidos, ofendidos, asqueados y hostiles, a quienes han elegido esta modalidad de información y reflexión, que ellos considerarán desacralizadora. A su juicio, los que fruncen la nariz hubieran tenido que ser más moderados, según el principio de «ir tirando».
Cuando la crítica de fondo se oficializa en protesta valiente, se dispara el muelle del mecanismo de defensa de la mayoría alineada en defensa del superior, el cual, alabando a los fidelísimos, los exhorta a creer, obedecer y combatir al enemigo siempre al acecho contra la Iglesia que, en definitiva, se sobreentiende en el «soy yo». Como el tirano que se buscó un apuntador mudo en la creencia de que así podría complacer a la multitud enfurecida. Y, por servil conformismo y sumisión, estos severos jueces bienpensantes se apresurarán a condenar un libro semejante:
rasgándose las vestiduras, pondrán en la picota a los valientes y los tacharán de inútiles, ineptos, rebeldes, insubordinados, insatisfechos, rencorosos, exagerados, despreciables y todo lo que quieran. Interpretando un papel similar al de la hija de Príamo, que predijo la destrucción de Troya sin que nadie la creyera, los hipócritas los calificarán de Casandras del catastrofismo, a las que no hay que hacer el menor caso.
Una idea nueva y contracorriente suele ser rechazada a priori por esta mayoría, que se niega a tomarla en consideración. Porque, por regla general, se suele conferir un carácter sagrado a lo que normalmente se vive en el propio ambiente; lo contrario ya es de por sí desacralizador. El bien no puede estar en contra de sí mismo, sólo el mal lo puede estar. Lo malo es que suele hab er demasiada confusión a propósito del concepto del bien y del mal. Se intenta por todos los medios no divulgar el mal, que existe, para no tener que tomarse la desagradable molestia de eliminarlo y de colocar en su lugar el bien.
Lo podrido existe, nadie lo niega, pero, ¿por qué darlo a conocer? Esconder bajo la venda la llaga gangrenada tranquiliza la conciencia enferma. Revelar una a una las cinco llagas de la Iglesia provocaría odio, venganza y persecución; más expeditivo resultaría que el ambiente colocara en el índice el nombre del buen samaritano. Los bienpensantes consideran que dar publicidad a las noticias de este tipo, aparte del escándalo y el descrédito que ello supone para la Curia, provocaría graves consecuencias también en otros ambientes. Mejor callarlo todo. Lo mismo que con el secreto de Fátima: es mejor no darlo a conocer.
En cambio, René Laurantin dice: «La insistencia y la virulencia de los profetas y también de los apóstoles de Cristo han escandalizado a menudo el conformismo de sus contemporáneos. Para imponer ciertas intuiciones a veces es necesario escandalizar a alguien». Y Teixeira le hace eco, diciendo: «El verdadero amigo no es el que te enjuga las lágrimas sino el que impide que las derrames.» Los espíritus débiles y estériles siempre acusan y condenan a los hombres valerosos que desbordan de celo y entusiasmo.
El hecho de ir a contracorriente, mérito del hombre de carácter fuerte, se considera en los ambientes de la Curia una falta grave, la insubordinación, y, por consiguiente, es un escándalo que hay que tapar. Los indiscretos tarde o temprano lo pagan personalmente, sin excluir el infamante precio de los comentarios sobre su conducta, que se considera cuestionable y ofuscada. Éstos, que acarician con aspereza, pero aman la verdad, como una golosina algo amarga, se limitan a contestar:
«¡No te fijes en quién lo ha dicho y presta atención a lo que se ha dicho! Pues, si después resultara que responde a realidades incontestables, significaría que se busca el triunfo de la verdad y no su ocultación».
Por consiguiente, el que arroja una piedra al pantano tiene que prever su movimiento y el desplazamiento de las ondas concéntricas hasta el confín de todas las orillas más contrarias.
Sin embargo, una piedra, cualquiera que sea su tamaño, en el ímpetu de las olas, es empujada durante un buen trecho por la corriente que después la deja aislada a un lado. Sin embargo, cuando las piedras se van acumulando una detrás de otra, su conjunto se convierte en un dique que modifica el curso del río. De esta misma manera las pequeñas denuncias también pueden enderezar el secular curso de la Iglesia de nuestros días. Nuestra misma espiritualidad se tiene que limpiar de las impurezas de la época y devolver a las fuentes de su primitivo esplendor bíblico-evangélico, arrancándola de la esclavitud del bienestar, en la que hoy descansan todas las familias religiosas; una tarea profundamente revolucionaria y en todo caso inaplazable.
Una multitud de algunos centenares de miles de hombres y mujeres consagrados, de instalados e instaladas que vegetan en la Iglesia del Señor a su costa: «Hic manebimus optime», «aquí nos quedaremos estupendamente bien». El voto de pobreza conduce a la larga a quienes lo han hecho a conformarse con lo mínimo. Así se alimenta una creciente indolencia, un estéril ahorro de energías, una falta de motivación para el trabajo y la toma de iniciativas. Al rascar el extremo de su barril, tales familias religiosas deberían comprobar si no hay, por casualidad, un doble fondo en el que ocultan los engaños a sus tres votos, ellas que, sin rechazar la reforma, la aplazan para otras épocas futuras.
Cuando los conventos aumentan sus riquezas, el verdadero espíritu de santidad se va apagando y hacen acto de presencia la comodidad y la poltronería (Pedro Friedhofien). Cualquier rico, seglar o religioso, y cualquier avaro sólo puede entrar en el reino de Cristo gracias a la recomendación de un pobre necesitado: el peregrino al que se acoje, el sediento al que se da de beber, el enfermo al que se cura, el preso al que se visita, el pendenciero al que se pacifica, el muerto al que se entierra. Sin estas recomendaciones, se quedarán fuera del Reino:
«En verdad os digo que no os conozco».
Tanto el hablar como el callar, decía Primo Mazzolari, es un testimonio, siempre y cuando la intención sea de testigo. La paz empieza en nosotros al igual que la guerra. Por consiguiente, no es menos devoto el que juzga que el que siempre y exclusivamente aplaude. Lo demás, es decir, las palabras, no vale nada: es un zumbido de abeja en un agujero vacío. San Agustín nos enseña el método:
«Nosotros seguimos esta regla apostólica que nos han transmitido los Padres: si encontramos algo auténtico también en los malvados, corregimos su maldad sin dañar lo que haya en ellos de bueno. Así, en la misma persona, enmendamos los errores a partir de las verdades admitidas, por ella, procurando no destruir las cosas verdaderas por medio de la crítica de las falsas».
Si, en nuestra tarea, la punta de la pluma se clavara como un bisturí en la sensibilidad del lector respetuoso, sepa éste que ello no estaba en el ánimo del cirujano; pedimos disculpas por el involuntario sufrimiento causado. La verdad no se tiene que predicar cuando conviene, sino cuando es preciso hacerlo; el mensaje no nos pertenece, es inmensamente superior a nosotros, por lo que hasta nosotros mismos podríamos sentirnos arrrastrados por nuestra mezquindad.
Los combates y las explosiones pueden ser misteriosas emanaciones evangélicas. ¡Oh, las molestias y los riesgos de los santos! En cambio, los más acomodaticios se muestran más inclinados a decir:
«¡Sí, la verdad es ésa, el buen camino es ése, pero no es el momento de decirlo, no conviene decirlo, sería peor el remedio que la enfermedad, ahora que ya estamos a las puertas del Año Santo! Nos caerán encima cualquiera sabe qué persecuciones, les haremos el juego a los adversarios. Precisamente ahora que gozamos de una prolongada paz, ¿qué necesidad tenemos de revolver las aguas? ¿Por qué provocar escándalos? ¿Por qué revelar los secretos de Fátima?»
«Necesse est ut eveniant scandala», decía Jesucristo, «es necesario que se produzcan escándalos cuando es por el bien de todos»; Él mismo se convertía en escándalo no sólo cuando fustigaba los privilegios de los miembros del sanedrín, sino también cuando trataba de convencer a sus seguidores de que no tardarían en escandalizarse por su causa, debido a la ignominia de su muerte en la cruz.
De este modo, las ideas divinas que permanecen inanes al margen de la historia, se cortan como la leche, según Chesterton, cuando las asumen con finalidades distintas otros sistemas contrarios al Reino de los Cielos. Míseras complicidades
Este libro no se refiere a la mayoría de los miembros de la Curia vaticana, que siempre han cumplido con su deber y que, por haberlo hecho con extremado celo, ejemplaridad y devoción, permanecen al servicio de la Iglesia en medio del silencio y la indiferencia de quienes se han servido de todo ello para pasarles por encima con la apisonadora. A ellos rendimos homenaje por el servicio que han prestado y siguen prestando a toda la Iglesia de Dios.*
El presente escrito no se refiere a esta benemérita categoría de prelados silenciosos y humildes. Honor a vosotros, hermanos, pues el viento de la vanagloria no ha conseguido arañar la sencillez de vida interior y a la tarde podréis decirle al Amo de la viña que vosotros habéis cavado y fertilizado con las mejores energías y los años más preciosos de vuestra vida: «¡Siervos inútiles somos y el olvido ajeno nos viene que ni pintado!»
Como Cristo, vuestro modelo, vosotros, piedras angulares, habéis sido rechazados por los constructores de una Iglesia orientada hacia su propio uso y consumo. ¡La época en que habéis vivido forma parte de vuestra propia vida!
Gracias a vuestro silencioso testimonio, nosotros no compartimos la opinión de quienes afirman que hoy en día el Vaticano no está en condiciones de reunir el suficiente número de miembros de la Curia provistos de alas en la espalda. La lista de vuestros nombres demuestra justo lo contrario. La vuestra ha sido una navegación muy difícil entre Escila y Caribdis, firmemente asentados en el centro para no desviaros en la vida, tal como advierte san Agustín, el Águila de Hipona:
«Ex una parte saxa tu navifraga, ex altera parte fluctus tu navìvora; tu autem rectam tene lineam; sic nec in Scillam nec in Caribdin incurris». («Si te desvías hacia una parte, tu barca se romperá contra las rocas; si lo haces hacia la otra, la devorarán las olas; quédate en el centro para no caer en las trampas de Escila y Caribdis»).
Sin embargo, hay quienes juzgan conveniente levantar a la sombra de la enorme cúpula de Miguel Ángel un pequeño santuario a la Madre de los Excluidos de la Curia. A sus pies los eclesiásticos marginados, en su fuero interno y también a flor de labios como Ana, la madre de Samuel que Elias creía ebria, quién sabe cuántas veces le repetirían, a Ella que tan bien conoce la jerga local, la súplica del paralítico en la piscina probática, «Hominem non habeo», que en vaticanés significa, no haber tenido la suerte de encontrar el dignatario apropiado para dar el necesario empujoncito para conseguir un ascenso.
La constatación de ciertos fenómenos que aquí se apuntan se refiere más bien a la minoría que ni siquiera merecería semejante atención, de no ser por el hecho de que se trata de la más emprendedora y la más determinante en el gobierno de la Iglesia. Tales fenómenos están presentes también en todas las demás sociedades del mundo; como tal, la Iglesia no constituye una excepción, nada humano le es ajeno, incluidas las miserias y las imperfecciones de sus dirigentes más visibles. Hay crisis en la Iglesia porque ésta se halla en el mundo y el mundo la impregna con las mismas profundas inquietudes que afligen a las sociedades y con los mismos fermentos que agitan la era posconciliar. Sus dificultades son semejantes a las de la época medieval, en que incluso los personajes más austeros mezclaban en una masa híbrida los fastos más extravagantes con la devoción más sectaria y desacralizadora.
De ahí que en una misma persona los pecados sociales más refinados convivieran y sigan conviviendo tranquilamente con la devoción más profunda, que la orgullosa ostentación se presente con la humildad más o menos sincera, el afán de poder con la más ostensible generosidad en favor de las iglesias y los monumentos artísticos. La historia eclesiástica está llena de estas peligrosas y míseras complicidades. En realidad, los valores jamás entran en crisis, la que entra en crisis es la cultura acerca de los valores; tal como ocurre con el sol, que no entra en crisis cuando lo ocultan las nubes.
En primer lugar, hay una crisis en lo concerniente al significado de los valores morales, hay una crisis de autoridad que se palpa en el hecho indiscutible de que los altos cargos de la Curia se sacan a subasta y se adjudican a quienes cuentan con el máximo apoyo, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Pese a todo, el mundo necesita a la Iglesia para resolver sus conflictos recurrentes. Sin las calles interiores del espíritu no es posible transitar erguidos y con dignidad por las calles exteriores del mundo, decía Ernest Bloch. Ella ha recibido por tanto el mandato de llamar a todos desde lo horizontal a lo vertical, desde lo material a lo espiritual.
«Pues toda carne es como la hierba y su esplendor como la flor del campo. La hierba se seca, la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece eternamente».
La Iglesia es la guardiana de esta Palabra, pero, cuando baja la guardia, no puede resistir mucho tiempo sin entrar ella misma en crisis.
* A ellos Juan Pablo I, en los 33 días de su pontificado, tuvo tiempo de dirigirles esta alabanza: «En el Concilio, en el primero y el segundo capítulo de la Lumen Gentium, hemos tratado de ofrecer con frases bíblicas una sublime idea de la Iglesia: viña de Cristo, rebaño del Señor, pueblo de Dios. Nadie, que yo sepa, se atrevió a decir, pues no hubiera sido bíblico, que la Iglesia es también, por lo menos en su organización externa, un reloj que con sus manecillas señala al mundo exterior ciertas directrices; también se puede expresar así. Pero, en tal caso, los que silenciosamente le dan cada día cuerda son los miembros de las congregaciones: una tarea humilde y escondida, pero muy valiosa, que hay que apreciar en todo lo que vale. Procuremos dar todos juntos al mundo un espectáculo de unidad, aunque haya que sacrificar algo. Lo tendremos todo que perder si el mundo no nos ve sólidamente unidos.» (A braccio al sacro collegio [Improvisando en el Sacro Colegio], Il Tempo, 31 de agosto de 1978, p. 12.)
LA IGLESIA DE LAODICEA
Y LOS NICOLAÍTAS
A veces me llegan preguntas pidiéndome ayuda para aclarar diferentes puntos de vista sobre la gran confusión que estamos viviendo, tanto desde un punto de vista político como religioso. En ocasiones esas preguntas contienen un cierto nivel de ansiedad al comprobar la notable confusión en todos los ámbitos sociales, políticos y religiosos. No son pocos quienes no entienden el porqué de toda esta situación que estamos viviendo, lo cual, lleva a numerosas personas a vivir en un estado de ansiedad e incluso de angustia. No me es nada fácil responder a estas preguntas.
La confusión que me exponen no pocos, no es de naturaleza política, porque todos entendemos la inmensa corrupción política que hay en todos los países, sino más bien es de tipo personal, de naturaleza religiosa o espiritual, confundidos ante los cambios radicales que proceden de quien debiera exponer lo que es el bien y el mal, en este caso de los mismos pastores de la iglesia.
Voy a poner un ejemplo. Resulta que, un viejo conocido mío, me contaba no hace mucho que se había casado de nuevo, estaba divorciado de un matrimonio anterior por la iglesia; que como su actual mujer, casados por lo civil, es un tanto religiosa, iban a misa y comulgaba como todos los demás. Ante esta situación que me expuso, traté de hacerlo ver que las cosas no eran así. Me respondió muy sorprendido afirmando que el cura le ha dicho que no hay problema y que el Papa Francisco ha confirmado que también puede comulgar a raíz del documento “Amoris letitia” sobre el tema matrimonial. Le expliqué brevemente que diga lo que diga el cura o Francisco, el asunto no es así que primero hay que obtener la nulidad por parte de la Iglesia para dar los siguientes pasos. Total que por unas razones u otras, no he vuelto a saber nada más de él.
Como podemos ver, es una confusión realmente impresionante. Y esto es lo que explico a personas que me escriben o que simplemente me preguntan. Es una confusión que no hay manera de pararla y, lo más sorprendente de todo, consiste en que esta confusión procede del interior de la propia iglesia, donde muchos pastores se han convertido en catedráticos de la mentira. A más de una persona he podido explicar con cierto detalle que, esta confusión esta descrita en algunos textos bíblicos, en los tres primeros capítulos del libro del Apocalipsis, donde san Juan escribe una serie de cartas a las primeras siete iglesias del siglo I en los inicios del cristianismo.
Esas cartas escritas a esas 7 iglesias de la iglesia primitiva, son como un retrato profético de lo que será la iglesia a lo largo de 2.000 años. San Juan, a partir del capítulo I, del Apocalipsis, comienza describiendo a la iglesia de Éfeso que, lo tenemos en el cap. 1-11, para describir a continuación el resto de las siete iglesias, como Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y finalmente Laodicea. Todas esas iglesias quedarán retratadas con sus virtudes y defectos.
Lo que de una u otra forma está descrito de forma general en esas 7 iglesias, consiste en que en la medida que vaya pasando el tiempo, el mal irá progresando tanto en la iglesia como en la sociedad en general y, ese mal, culminará finalmente en la iglesia de Laodicea que, es en realidad una descripción de la iglesia actual. No vamos a describir el resto de las iglesias descritas por san Juan, como la de Esmirna, Sarde, Filadelfia, etc., porque esas iglesias pertenecen ya al pasado. Nos interesa conocer la situación presente y esa es la iglesia de Laodicea. Entonces, ¿qué representa la iglesia de Laodicea?; simboliza la corrupción de la iglesia y, esta corrupción, queda representada en la última traición a Dios, la cual se llevará a cabo a través del abandono de la fe, es decir, a través de la “apostasía”. Por lo tanto, por medio del relato que hace san Juan de las 7 iglesias del Apocalipsis, podemos observar la evolución histórica de la iglesia a lo largo de los siglos.
Para centrarnos en el tema, empezamos traduciendo la palabra “Laodicea”; quiere decir, “La voz del pueblo manda”. Como podemos observar, la palabra “pueblo” nos hace ver que, estamos ante la descripción de un sistema político que de una u otra forma ha contaminado el cuerpo legislativo de la iglesia. En este caso, en la Iglesia que representa Laodicea, ya no es el pastor quien dirige la fe del pueblo, sino que es el pueblo con sus gustos y pasiones quien intenta dirigir la iglesia. Lo que san Juan nos viene a advertir consiste en que, al final del tiempo histórico, la iglesia habrá abandonado la fe en Cristo cambiándolo por la forma de pensar del mundo; o, dicho de otra forma, la iglesia se habrá convertido en un organismo casi político y, actuará políticamente, de manera que en sus pastores se observará una actitud de rebeldía frente a lo que Dios ordenó para su iglesia. Y esto es lo que estamos viviendo en estos momentos de la historia.
Vamos a poner otro ejemplo para entenderlo mejor. Leemos en el A. Testamento que, Moisés recibió la ley de Dios y, enseñándola al pueblo a través de los 10 mandamientos; es decir, Dios trataba con su pueblo, pero siempre lo hacía a través de Moisés; y esto lo hemos visto siempre, cómo a través del tiempo Dios trató con su pueblo mediante los profetas, sacerdotes, pastores, etc., ¿Qué supone todo esto? pues que, si interpretamos literalmente la descripción que hace san Juan sobre la iglesia de Laodicea, nos encontramos con que la iglesia actual, es en realidad una iglesia política, dirigida por falsos pastores que han impuesto un sistema político muy parecido al republicano. Dicho de otra forma, si observamos la actual situación de la iglesia, se puede comprobar que, no es el pastor quien manda, sino los miembros que forman esa comunidad la que impone sus criterios sobre lo que hay que creer o no. Ante esto, una de las cartas de san Pablo a Timoteo, en la 2° carta a Timoteo, cap. 4, nos dice,
“Llegará un tiempo cuando nadie aceptará la sana doctrina; todo lo contrario, se negarán a escuchar, prefiriendo seguir a falsos maestros conforme a sus propios vicios”.
Por lo tanto, la iglesia de Laodicea es la iglesia actual que, representa una iglesia mundana adaptada a la forma de pensar del mundo y, en clara sintonía con la política. Al haber perdido la fe, la iglesia ya no se diferencia mucho de lo que es un partido político.
Y, esto podemos verlo en el silencio absoluto que mantienen los pastores, como por ejemplo los obispos, quienes mantienen un riguroso silencio ante los disparates que surgen de la cabeza de la iglesia. ¿Por qué guardan silencio? Porque si hay una mínima protesta les quitan el puesto de diputado, es decir, los expulsan del cargo de obispos. Esto viene a confirmar lo que san Juan expone en los capítulos 17 y 18, donde la iglesia, ha consumado su total apostasía, mostrándose como una iglesia sin autoridad, totalmente corrompida.
Si leemos lo que dice de la iglesia de Laodicea, vemos que es bastante parecido a lo que afirma de la iglesia de Pérgamo que es la iglesia que sigue unida al mundo debido a que permite la infiltración de ritos paganos; ritos paganos que, concretamente Francisco ha impuesto en la Iglesia como el culto a la Pachamama. Esto se percibe con claridad cuando en el cap, 2-15 dice lo siguiente sobre la Iglesia de Pérgamo; “tengo contra ti que tienes ahí a los que practican la doctrina de Balaam, 15 y también a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, a los cuales Yo aborrezco”.
Es curioso pero los nicolaítas defendían la homosexualidad y la practicaban; y, como todos sabemos, la cúpula actual de la iglesia, no solo defiende la homosexualidad y la promociona, sino que la mayor parte de los altos cargos de la iglesia católica son abiertamente homosexuales. Se cumple con exactitud la profecía expuesta en el Apocalipsis, donde tanto la iglesia de Pérgamo como la de Laodicea, ambas representan la iglesia mundana, símbolo de lo que es la iglesia actual.
Por poner un ejemplo que lo tenemos en el evangelio, en Mt, capitulo 13, vemos la parábola del trigo y la cizaña. Quienes hayan visto las grandes extensiones de campos de trigo, habrán observado que tanto el trigo como la cizaña son bastante parecidos, pero la diferencia radica en que, la cizaña no tiene fruto, pero está en la misma espiga donde está el grano de trigo. Dicho de otra forma, tanto lo verdadero como lo falso están plantados juntos. Esto quiere decir que, la falsa religión que ya está en marcha, es muy parecida a la verdadera Iglesia y, de ahí procede la confusión que tienen muchas personas, aceptando como verdadero evangelio, lo que en realidad es falso.
Pues bien, centrándonos otra vez en la iglesia de Laodicea, en el versículo 15, leemos: “YO CONOZCO TUS OBRAS”; ¿qué quiere decir esto?, pues que tus obras proceden de tu orgullo y de tu rebeldía, el resultado de todo esto es, QUE NO ERES NI FRÍO NI CALIENTE”. “Dios aborrece la mediocridad que tiene la apariencia de piedad, pero que niega la eficacia de esa piedad”, esto lo leemos en la 2° carta a Tim. 3:5. ¿Cuántas personas se engañan asi mismas aparentando cierta religiosidad, cuando en realidad son auténticos estafadores?
En el versículo 16 dice: “COMO ERES TIBIO TE VOMITARE DE MI BOCA”; la tibieza, es la falta de ánimo, es la indiferencia. En la misma iglesia observamos la indiferencia y cómo ésta, se va volviendo cada vez más fría espiritualmente. Vemos que la iglesia de Laodicea es rica, tiene dinero y por lo tanto no le interesa nada. Tiene edificios, obispados, universidades, escuelas, congregaciones, tiene de todo, ¿qué más falta?... en lo material nada, pero en el fondo es una iglesia muerta. A Cristo lo han echado ya de casi todas las iglesias y lo han expulsado los mismos pastores que niegan a los fieles la verdad revelada a través del evangelio. ¿Cuál ha sido el resultado de su riqueza? Que ha perdido la fe, es una iglesia apóstata.
En el versículo 18, nos dice: “Te amonesto para que compres oro refinado en el fuego”, es decir para que saces de ti toda la corrupción que tienes dentro. Nos dice también, “unge tus ojos con colirio, para que veas.”, es una expresión que nos advierte que debemos estar atento para no ser engañado por los falsos pastores. En el versículo 20 dice: “He aquí Yo estoy a la puerta y llamo”. Sorprende este versículo que viene a confirmar que a Cristo lo han expulsado de la iglesia.
Y, finalmente, en el versículo 21 dice: “Al que venciere le daré que se siente conmigo en mi trono” En este caso, ¿vencer a qué se refiere? Se trata de enfrentarse a la forma de pensar de los demás, de vencer la presión social de quienes intentan aislarte porque no piensas como los demás.
Prof. Damián Galerón
Apuntes sobre textos bíblicos.
EL CRISTIANO ES APOLOGETA
En las últimas semanas, el Papa Francisco ha repetido que los críticos con las novedades que está introduciendo en la Iglesia son víctimas de la “ideología”. En su opinión, esto se debe a que se niegan a encarnar la doctrina católica en las vicisitudes de la vida cotidiana de los bautizados y de sus contemporáneos.
En su controvertida conversación con los jesuitas portugueses al margen de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa atacó el supuesto “indietrismo” (mirar para atrás) de la jerarquía y los laicos estadounidenses: “La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. Porque en “un clima de cerrazón. . . . se pierde la verdadera tradición y se acude a las ideologías en busca de un apoyo y sostén de cualquier tipo. En otras palabras, la ideología suplanta a la fe, la pertenencia a un sector de la Iglesia sustituye a la pertenencia a la Iglesia«. Y añadió: “Estos grupos estadounidenses de los que hablas, se van a aislar solos. Y en vez de vivir de doctrina, de la verdadera doctrina que siempre crece y da fruto, viven de ideologías. Entonces, cuando uno en la vida deja la doctrina para suplirla por una ideología, pierdes como en la guerra”[1].
Durante la conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Mongolia el 4 de septiembre, el Papa Francisco volvió a esta dicotomía doctrina vs. ideología. Cuando se le pidió que respondiera a la irritación causada por sus elogios a los autócratas rusos Pedro el Grande y Catalina II, el Papa declaró:
Hay imperialismos que quieren imponer su ideología. Me detendré aquí: cuando la cultura se “destila” y se transforma en ideología, ése es el veneno. Se utiliza la cultura, pero destilada en ideología. Esto hay que distinguirlo: cuando se trata de la cultura de un pueblo y cuando se trata de las ideologías que surgen de algún filósofo, de algún político de ese pueblo.
Y esto lo digo para todos, también para la Iglesia: a veces se instalan ideologías dentro de la Iglesia, que separan a la Iglesia de la vida que surge de la raíz y va hacia arriba; separan a la Iglesia de la influencia del Espíritu Santo.
Una ideología es incapaz de encarnarse, es sólo una idea. Pero cuando la ideología toma fuerza y se convierte en política, suele convertirse en dictadura, se vuelve incapaz de dialogar, de avanzar con las culturas. Y los imperialismos hacen esto. El imperialismo siempre se consolida sobre la base de una ideología.
Hay que distinguir también en la Iglesia entre doctrina e ideología: la verdadera doctrina nunca es ideológica, nunca; está enraizada en el santo pueblo fiel de Dios; en cambio la ideología está desvinculada de la realidad, desvinculada del pueblo [2].
Preguntado más tarde sobre cómo evitar la polarización en el próximo Sínodo, el Papa Francisco respondió: “En el Sínodo no hay lugar para la ideología, es otra dinámica. El Sínodo es diálogo, entre los bautizados, entre los miembros de la Iglesia, sobre la vida de la Iglesia, sobre el diálogo con el mundo, sobre los problemas que afectan hoy a la humanidad”.
Un periodista de Vida Nueva se refirió entonces al prólogo de El proceso sinodal: Una caja de Pandora (del que soy coautor), en el que el cardenal Raymond Burke advertía de que del Sínodo surgirían calamidades. El periodista español preguntó qué pensaba el Papa de esta postura y si podría influir en la asamblea de Roma. Tras eludir primero la pregunta para contar la historia de algunas monjas carmelitas que temían el Sínodo, el Papa la abordó de forma genérica: “Si vas a la raíz de estas ideas, encontrarás ideologías. Siempre, cuando en la Iglesia se quiere atacar el camino de la comunión, lo que atacan siempre es una ideología. Y acusan a la Iglesia de esto o de aquello, pero nunca la acusan de lo que es verdad: que es pecadora. Nunca dicen: “Es pecadora”. Defienden una “doctrina”, entre comillas, que es una doctrina como el agua destilada, no sabe a nada, y no es la verdadera doctrina católica, que está en el Credo”[3].
Lo que parece desprenderse de este lenguaje profuso y confuso es que la verdadera cultura y la verdadera Fe (en otras palabras, la verdadera doctrina) son una emanación del alma del pueblo (y, en el caso de las doctrinas religiosas, del sensus fidei de los fieles). Además, la cultura y la Fe verdaderas siguen siendo válidas mientras estén encarnadas en el alma de un pueblo. Por lo tanto, la cultura y la doctrina se distorsionan cuando se desconectan de la vida de las personas mediante la destilación intelectual. Ese refinamiento las convierte en el bagaje espiritual de una minoría que vive enclaustrada en torres de marfil y trata de imponer sus asépticas y rígidas convicciones al pueblo de forma imperialista. Sus postulados están desconectados de la vida real de los fieles.
¿Qué pensar de esta forma de entender el origen y el desarrollo de la cultura y la fe?
En primer lugar, que ha sido el eje filosófico-teológico de todo el pontificado del Papa Francisco.
En segundo lugar, que encaja con sus creencias sociopolíticas, muy influidas por los tintes populistas de la llamada «Teología del Pueblo».
En tercer lugar, que fue condenada expresamente por el Papa San Pío X en su encíclica antimodernista Pascendi Dominici gregis.
En cuarto lugar, que es erróneo promover una supuesta evolución de la doctrina y la moral católicas basada en una versión truncada del Commonitorium de San Vicente de Lerín.
Me extenderé en cada uno de estos puntos.
1) El antiintelectualismo del Papa Francisco deriva de una visión inmanentista y teilhardiana del universo y de la historia, que atribuye los impulsos de nuevas dinámicas en la acción humana a una acción que se considera divina. En su primera entrevista con La Civiltà Cattolica, reproducida posteriormente por revistas jesuitas de todo el mundo, el Papa Francisco explicó al padre Antonio Spadaro: “Nuestra fe no es una fe de laboratorio, sino una fe-camino, una fe histórica. Dios se reveló como historia, no como un compendio de verdades abstractas”. Subrayó además:
“Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. (...) Dios se manifiesta en el tiempo, en los procesos en curso. Esto nos hace preferir las acciones que generan dinámicas nuevas.[4]
Debido a esta visión, el Papa señaló en Amoris laetitia la necesidad de “prestar atención a la realidad concreta, porque «las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia»” [5]. ¿Cómo? A través de las “tensiones bipolares propias de toda realidad social”, como explica en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, porque “las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida”, y “el autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite” [6].
Partiendo de estas premisas inmanentistas y hegelianas, se puede entender por qué el Papa Francisco escribió en Evangelii gaudium que uno de los cuatro principios que guían su actuación es que “la realidad es superior a la idea” [7]. Este postulado puede tener una interpretación tomista de la definición tradicional de verdad: «adaequatio intellectus ad rem» [conformidad del pensamiento con la cosa pensada]. Esto significa que la comprensión adecuada y las elaboraciones conceptuales deben basarse en la realidad y estar a su servicio. Sin embargo, el postulado asume una connotación diferente en el contexto sociológico-pastoral en el que lo inserta el Papa Francisco. Como explicó el padre Giovanni Scalese en 2016, “más bien significa que debemos aceptar la realidad tal como es, sin pretender cambiarla sobre la base de principios absolutos, por ejemplo, los principios morales que son tan solo ‘ideas’ abstractas, que la mayor parte de las veces corren el riesgo de ser transformadas en ideología”. “Ese postulado”, señaló el padre Scalese, “está en la base de las continuas polémicas de Francisco contra la doctrina” [8].
Y continuó: “En el actuar humano, es inevitable dejarse guiar por algunos principios, que son abstractos por su naturaleza. De nada sirve, por lo tanto, polemizar sobre el carácter abstracto de la ‘doctrina’, oponiéndole una ‘realidad’a la cual la gente debería simplemente adecuarse. Si la realidad no fuera iluminada, guiada, ordenada por algunos principios, corre el riesgo de desintegrarse en el caos”[9].
Sin embargo, como explica el profesor Giovanni Turco, para el Papa Francisco la verdad es relativa en el sentido pleno de la palabra, no en el tomista, “como una relación vital y pragmática que deriva de una situación. Así entendida, la verdad no tiene contenido propio, no puede ser ‘absoluta’, es decir, ‘siempre válida’, sino que, por eso mismo, ¡deja de ser verdad (y pasa a ser mera opinión)!” [10].
Pero, ¿qué es una ideología, sino un conjunto de meras opiniones? Así, la condena del Papa Francisco a las ideologías se vuelve como un boomerang contra él mismo debido a su comprensión relativista de una “verdad” situada.
2) En el escenario sociopolítico latinoamericano, esta cosmovisión inmanentista y su correspondiente visión relativista de la verdad se funden en la Teología del Pueblo, que no se basa en verdades provenientes de la Revelación sino en los valores concretos e históricos de los pueblos. En una entrevista con el sociólogo francés Dominique Wolton, el Papa Francisco explicó esta interacción:
“En los años 1980 existía una tendencia al análisis marxista de la realidad, pero después fue rebautizada como la ‘teología del pueblo’. No me gusta mucho el nombre, pero es así que la conocí. Ir con el pueblo de Dios y hacer la teología de la cultura.
Existe un pensador que usted debería leer: Rodolfo Kusch, un alemán que vivía en el nordeste de la Argentina, muy buen filósofo y antropólogo. Él me hizo comprender una cosa: que la palabra ‘pueblo’ no es una palabra lógica. Es una palabra mítica. No se puede hablar de pueblo lógicamente, porque sería hacer únicamente una descripción. Para comprender a un pueblo, es necesario comprender cuales son los valores de ese pueblo, es necesario entrar en el espíritu, en el corazón, en el trabajo, en la historia y en el mito de su tradición. Ese punto está verdaderamente en la base de la teología llamada del ‘pueblo’. Es decir, ir junto con el pueblo, ver como se expresa” [11].
Comentando este pasaje, el vaticanista Sandro Magister reveló que “Kusch se inspiró en la filosofía de Heidegger para distinguir entre ‘ser’y ‘estar’, calificando con la primera categoría la visión racionalista y dominadora del hombre occidental y, con la segunda, la visión de los pueblos indígenas latinoamericanos en paz con la naturaleza que los rodea y animados justamente por un ‘mito’” [12].
3) El problema más grave de los recientes comentarios del Papa Francisco sobre doctrina e ideología es que parecen muy similares a la visión modernista de la naturaleza evolutiva de los dogmas, basada en la falsa creencia en la evolución de la conciencia humana.
Como es bien sabido, con algunas diferencias de matiz, los modernistas comparten la convicción de que la Iglesia, su doctrina y su culto son fruto de la conciencia humana. Identifican la Revelación con una experiencia religiosa llamada “inmanencia vital”, y proponen una “religión del corazón” basada en verdades que corresponden a las nuevas condiciones de vida. Así, para los modernistas, la Iglesia y la doctrina deben adaptarse a las necesidades de cada época porque la vida, incluida la vida cristiana, es un esfuerzo continuo de adaptación a las nuevas condiciones. Desde su punto de vista, la fe no es “el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado”[13] ya que esto sería una expresión de frío intelectualismo. En cambio, la fe sería un sentido interior, originado en una necesidad de lo divino latente en el subconsciente humano sin previa conciencia del intelecto. Además, la Revelación ya no sería la comunicación por parte de Dios a una criatura racional de algunas verdades sobre Sí mismo y las leyes eternas de Su voluntad, a través de medios que están más allá del curso ordinario de la naturaleza, verdades por cierto que nos son transmitidas por la Sagrada Escritura y la Tradición, porque todo esto sería una forma de Intelectualismo.
Para los modernistas, la Revelación es una manifestación directa de Dios al alma a través de su sentido religioso. Los dogmas se convierten en meras fórmulas que proporcionan al creyente un medio de explicarse la fe. Como las condiciones de vida y la conciencia cambian, estas fórmulas, sujetas a las vicisitudes de la existencia de las personas, son susceptibles de cambiar también.
En su encíclica Pascendi Dominici gregis, el Papa San Pío X denuncia el pensamiento modernista según el cual “las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso”[14]. Así, para los modernistas, es necesario que el creyente ha de precaverse ante todo “de adherirse más de lo conveniente a la fórmula, en cuanto fórmula, usando de ella únicamente para unirse a la verdad absoluta, que la fórmula descubre y encubre juntamente, empeñándose luego en expresarlas, pero sin conseguirlo jamás” [15].
La consecuencia de lo anterior es que, para los modernistas, la Iglesia “encuentra la exigencia de su evolución en que tiene necesidad de adaptarse a las circunstancias históricas y a las formas públicamente ya existentes del régimen civil” [16]. Esta evolución avanza a través del conflicto y el compromiso entre dos fuerzas:
La fuerza conservadora reside vigorosa en la Iglesia y se contiene en la tradición. Represéntala la autoridad religiosa, y eso tanto por derecho, pues es propio de la autoridad defender la tradición, como de hecho, puesto que, al hallarse fuera de las contingencias de la vida, pocos o ningún estímulo siente que la induzcan al progreso. Al contrario, en las conciencias de los individuos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que responde a interiores necesidades y que se oculta y se agita sobre todo en las conciencias de los particulares, especialmente de aquellos que están, como dicen, en contacto más particular e íntimo con la vida. Observad aquí, venerables hermanos, cómo yergue su cabeza aquella doctrina tan perniciosa que furtivamente introduce en la Iglesia a los laicos como elementos de progreso [17].
Desde el punto de vista modernista, si la Iglesia se negara a seguir esta evolución de la vida y de la conciencia humana, seguiría siendo una estructura rígida, que predicaría una “ideología” anticuada y tan insípida como el agua destilada. Previendo esta acusación, San Pío X denunció en su encíclica los peligros de las teorías antiintelectualistas del modernismo:
Suprimid el entendimiento, y el hombre se irá tras los sentidos exteriores con inclinación mayor aún que la que ya le arrastra. Un nuevo absurdo: pues todas las fantasías acerca del sentimiento religioso no destruirán el sentido común; y este sentido común nos enseña que cualquier perturbación o conmoción del ánimo no sólo no nos sirve de ayuda para investigar la verdad, sino más bien de obstáculo. Hablamos de la verdad en sí; esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la acción, si es útil para formar juegos de palabras, de nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no un Dios en cuyas manos debe un día caer [18]
4) En la mencionada conversación con los jesuitas portugueses, el Papa Francisco opinó que la actitud “reaccionaria” de la Iglesia estadounidense se basa en el atraso. Al explicar su desaprobación, el Papa Francisco afirmó
es necesario comprender que existe una justa evolución en la comprensión de las cuestiones de fe y de moral, siempre que se sigan los tres criterios que ya indicaba Vicente de Lerins en el siglo V: que la doctrina evolucione ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. En otras palabras, la doctrina también progresa, se consolida con el tiempo, se expande y se hace más firme, pero siempre progresando. El cambio se desarrolla desde la raíz hacia arriba, creciendo con estos tres criterios. (…)
Siempre en ese camino, que va desde la raíz con esa savia que va subiendo, y por eso el cambio es necesario.
Vicente de Lerins establece la comparación entre el desarrollo biológico humano y la transmisión de una época a otra del depositum fidei, que crece y se consolida con el paso del tiempo. En este caso, nuestra comprensión de la persona humana cambia con el tiempo y nuestra conciencia también se profundiza. Las demás ciencias y su evolución también ayudan a la Iglesia en este crecimiento de la comprensión. La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea[19].
Estos pasajes merecen tres observaciones.
En primer lugar, hay que señalar cómo el Papa Francisco establece, de manera modernista, el crecimiento de la conciencia humana, ayudado por la ciencia, como la motivación de base para el progreso de la doctrina.
En segundo lugar, cuando afirma que tal crecimiento fluye desde las raíces hacia arriba, el Papa Francisco no se refiere a las enseñanzas de Nuestro Señor y de los Apóstoles, sino más bien a la “influencia del Espíritu Santo” en el “santo pueblo fiel de Dios” mencionada durante su conferencia de prensa en el avión de regreso de Mongolia.
En tercer lugar, el Papa Francisco trunca a sabiendas el Commonitorium de San Vicente de Lerins, como demostró exhaustivamente Mons. Thomas G. Guarino:
Existe un crecimiento orgánico y arquitectónico a lo largo del tiempo, tanto en los seres humanos como en la doctrina cristiana. Pero este progreso, argumenta Vicente, debe ser de un cierto tipo y forma, protegiendo siempre los hitos doctrinales anteriores de la fe cristiana. Un cambio no puede crear un significado diferente. Más bien, las formulaciones posteriores deben ser “el mismo dogma, el mismo significado y el mismo pensamiento” que las anteriores. (…)
Si tuviera que aconsejar al Papa, le animaría a tener en cuenta todo el Commonitorium de San Vicente, no sólo la selección que cita repetidamente.
Nótese que San Vicente nunca habla positivamente de las reversiones. Una inversión, para Vicente, no es un avance en la comprensión de la verdad por parte de la Iglesia; no es un ejemplo de una enseñanza “dilatada por el tiempo”. Al contrario, los retrocesos son el sello distintivo de los herejes.(…)
Invitaría también al Papa Francisco a invocar los saludables parapetos que Vicente erige en aras de garantizar un desarrollo adecuado. Mientras que el Papa Francisco se queda con la frase de Vicente dilatetur tempore (“dilatado por el tiempo”), el leriniano utiliza también la sugerente frase res amplificetur in se (“la cosa crece en sí misma”). El leriniano sostiene que hay dos tipos de cambio: Un cambio legítimo, un profectus, es un avance-crecimiento homogéneo en el tiempo –como un niño que se convierte en adulto. Un cambio impropio es una deformación perniciosa, llamada permutatio. Se trata de un cambio en la esencia misma de alguien o de algo, como que un rosal se convierta en meras espinas y cardos. (…)
Otra barrera es la afirmación vicenciana de que el crecimiento y el cambio deben ser in eodem sensu eademque sententia, es decir, según el mismo significado y el mismo pensamiento. Para el monje de Lérins, cualquier crecimiento o desarrollo en el tiempo debe preservar el significado sustantivo de las enseñanzas anteriores. Por ejemplo, la Iglesia puede ciertamente crecer en su comprensión de la humanidad y la divinidad de Jesucristo, pero nunca puede retroceder en la definición de Nicea. El idem sensus o “mismo significado” debe mantenerse siempre en cualquier desarrollo futuro. El Papa Francisco rara vez, o nunca, cita esta importante frase vicenciana, pero cualquier incitación al cambio debe demostrar que no es simplemente una alteración, o incluso una revocación de la enseñanza anterior, sino de hecho in eodem sensu con lo que la precedió.
También aconsejaría al Papa que evitara citar a San Vicente para apoyar inversiones, como con su enseñanza de que la pena de muerte es “per se contraria al Evangelio”. La comprensión orgánica y lineal del desarrollo de Vicente no incluye revocaciones de posiciones anteriores.[20]
A pesar de ello, el cambio que el Papa Francisco introdujo en el Catecismo de la Iglesia Católica respecto a la pena capital fue precisamente el ejemplo que dio en su charla a los jesuitas portugueses para refrendar su afirmación de que “la visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. En Lisboa, fue más lejos que en declaraciones anteriores, al afirmar que “la pena de muerte es pecado, no se puede practicar, y antes no era así”[21].
* * *
Para desmontar la falsa alternativa presentada por el papa Francisco, a saber, la de tener que elegir entre una doctrina y una moral evolutivas o una ideología rígida, ayuda recordar la diferencia abismal entre la praxis pastoral tradicional de la Iglesia y la nueva del papa argentino. Como explica Guido Vignelli, en su sentido tradicional,
la teología pastoral es una ciencia práctica que estudia cómo ajustar la vida humana a las exigencias de la Verdad revelada mediante el cumplimiento de sus principios dogmáticos, morales y litúrgicos. No se ocupa de la meta, sino sólo del modo de alcanzarla, anunciando y transmitiendo eficazmente el Evangelio a la humanidad de un modo adecuado a las condiciones de tiempo y lugar.
La praxis pastoral, por tanto, depende del dogma, la moral y la liturgia; (…) no puede cambiar los dogmas, la ley y el culto. (…) La nueva praxis pastoral se entiende no como el arte de convertir a los hombres a Dios (…) sino como una pedagogía del diálogo y del encuentro entre iguales entre la Iglesia y la humanidad en su situación histórica y social concreta. (…)
Al final de este proceso, se produce una inversión: En lugar de adaptar la vida a la verdad, la verdad se adapta a la vida y, por tanto, la estrategia pastoral ya no es un camino sino una meta, no es un medio sino un fin. (…)
Al asumir que la vida tiene prioridad sobre la verdad, el camino sobre la meta y los medios sobre el fin, la teología moderna acaba consagrando la primacía de la praxis pastoral sobre la doctrina. (…)
El comportamiento se convierte en el criterio absoluto y la ley suprema no sólo de la vida, sino también de la doctrina y la enseñanza de la Iglesia, sustituyendo su función magisterial por la pastoral.
Al final del proceso, “la ortopraxís es la única ortodoxia”, como denunció en su día un futuro papa (Joseph Cardinal Ratzinger con Vittorio Messori, Informe sobre la fe, B.A.C, 1985) [22].
Fundado como está en una teología pastoral innovadora y errónea, el ataque del Papa Francisco a los católicos estadounidenses por su fidelidad a la comprensión tradicional de la Fe y del ministerio pastoral fue totalmente inmerecido.
Además, los fundamentos filosóficos y teológicos de esta errónea acusación revelan una comprensión inmanentista, relativista y populista de la cultura y la Fe, afín a la de la “Teología del Pueblo”, junto con una visión modernista del desarrollo evolutivo de los dogmas y la moral condenada hace tiempo en Pascendi Dominici gregis.
José Antonio Ureta
* José Antonio Ureta es coautor de El proceso sinodal: Una caja de Pandora: 100 Preguntas y Respuestas. En 2018, fue autor de El cambio de paradigma del Papa Francisco: ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia? Una evaluación de los primeros cinco años de su pontificado.
NOTAS:
[3] «El Papa Francisco advierte». Lo que efectivamente dijo el Papa Francisco, como puede verse en el vídeo, aparece entre corchetes. Vatican News lo tradujo como «(se compone de) pecadores», al tiempo que mencionaba que «se trata de una traducción provisional».
[5] Papa Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, no. 31.
[6] Papa Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium, núms. 221, 228 y 239.
[7] Papa Francisco, Evangelii gaudium, nn. 231, 233.
[9] Scalese, «I postulati», nº 8.
[10] Giovanni Turco, «[Da leggere] alcune linee guida per la lettura filosfica del pontificato di Bergoglio», Radio Spada, 25 de junio de 2017
[11] Papa Francisco y Dominique Wolton, Un futuro de fe: El camino del cambio en la política y la sociedad, trans. Shaun Whiteside, e-book ed. (Nueva York: St. Martin’s Press, 2018), 26-27.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 150.
[15] San Pío X, Pascendi, n° 18.
[16] San Pío X, nº 25.
[17] San Pío X, nº 26.
[18] San Pío X, no. 39.
[19] Spadaro, «Las aguas».
[20] Thomas G. Guarino, «El Papa Francisco y San Vicente de Lérins», First Things, 16 de agosto de 2022
[21] Spadaro, “Acá hay una buena movida de agua”. El ultimo párrafo fue omitido en la transcripción al catellano.
[22] Guido Vignelli, Una revolución pastoral: Seis palabras talismán en el debate eclesial sobre la familia p. 19-22.
VER+:
No se puede imponer la contradicción ni la incoherencia. La inobservancia de este tipo de normas no es desobediencia, y se convierte, según el autor, en un deber.
EL QUE OBEDECE A BERGOGLIO Y A SU AGENDA SATÁNICA 2030 DESOBEDECE A DIOS Y A LA IGLESIA.
Anon - Los Milenarios - El ... by Jose Pascual Serrano
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