EL Rincón de Yanka: ¡MARANATHA! (¡EL SEÑOR VIENE!) ¡MARAN ATHA! (¡VEN, SEÑOR, VEN!)

inicio














domingo, 28 de marzo de 2021

¡MARANATHA! (¡EL SEÑOR VIENE!) ¡MARAN ATHA! (¡VEN, SEÑOR, VEN!)


"Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos,
que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?
Os digo que les hará justicia pronto.
Pero, cuando el Hijo del hombre venga,
¿encontrará la fe sobre la tierra?
(Gracias a muchos "teólogos", no.)"
Lc 18, 7-8 

"MARANATHA"
Los cristianos de la antigüedad la utilizaban como saludo, 
algo que aún se acostumbra entre algunas agrupaciones religiosas.
- Maranatha (¡El Señor viene!)
- Maran atha (¡Ven, Señor, ven!)

¡CRISTO VUELVE!
Por Ana Casper

“Yo, Jesús, he enviado a mi mensajero para dar testimonio de estas cosas a las Iglesias. Yo soy el Retoño de David y su descendencia, la Estrella radiante de la mañana. El Espíritu y la Esposa dicen: ‘¡Ven!’, y el que escucha debe decir: ‘¡Ven!’ Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida. Yo advierto a todos los que escuchan las palabras proféticas de este Libro: ‘Si alguien pretende agregarles algo, Dios descargará sobre él las plagas descritas en este Libro. Y al que se atreva a quitar alguna palabra de este Libro profético, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la Ciudad santa, que se describen en este Libro’. El que garantiza estas cosas afirma: ‘¡Sí, volveré pronto!’ ¡Amén! ¡MARAN ATHA!¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús permanezca con todos. Amén.”(Ap.22, 16-21)

Con esas palabras concluye el Apocalipsis. Cristo vuelve. Así nos lo dice la doctrina de la fe. Así lo afirmamos al recitar el Credo: “… y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. Este es un artículo fundamental de nuestra fe católica. En la Misa exclamamos: “Cada vez que comemos de este Pan y bebemos de este Cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”. O bien, “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús!” Son palabras que decimos para pedirle que vuelva pronto, que no se tarde en venir. Pero se nos ha hecho tal la costumbre de pronunciarlas que hemos perdido de vista su real significado.

Resulta extraño constatar que esta verdad central de nuestra fe está casi ausente en las predicaciones y las catequesis. Exceptuando la liturgia, es difícil detectarla en el contenido de la acción concreta la Iglesia. Tampoco está presente en las conversaciones entre hermanos en la fe, y no se hace fácilmente perceptible en nuestras vidas. Vivimos como persuadidos de que el regreso de Nuestro Señor no va a acontecer todavía, al menos en el tiempo de nuestras vidas. Pensamos que eso sucederá luego, mucho después. Tanto tardará en venir que no es preciso apurar ningún preparativo. A otras generaciones les tocará ocuparse de ello.

Los cristianos ya no vivimos expectantes, no miramos hacia el Oriente porque no anhelamos la venida definitiva de Cristo. Pero sí que hay otros advenimientos que logran captar nuestra atención: lo que se viene en el mundo tecnológico, los modelos de automóviles que están por salir al mercado, el próximo campeonato de fútbol, los vaivenes de la economía, las decisiones que emanarán de las poderosas organizaciones internacionales que gobiernan este mundo, etcétera. El olvido del advenimiento que los cristianos hemos de esperar expectantes no puede causar más que daño. No sólo a nosotros mismos, también a quienes aún no conocen a Cristo.

Nos daña porque nos distrae de tal manera que nuestra vida puede disiparse perdiendo de vista su centro y su dirección, y nublándose su sentido: ¿En qué se convierte un cristiano que no anhela la llegada de su Señor? Si justamente el cristiano es alguien que por la fe en Cristo vive en la esperanza de Su manifestación gloriosa.

El olvido de esta promesa del Señor daña también a los demás. Cuando alguien es enviado a cumplir una misión no puede dormirse o entretenerse por el camino sin riesgo de arruinarla. El cristiano es enviado a anunciar el Evangelio, es decir anunciar a Cristo y proclamar que Él vuelve a buscar a los suyos. Pero si el mensajero se duerme o se distrae con las cosas de este mundo, los destinatarios de la Buena Noticia dejan ya de recibirla. Si los que aún no creen en Cristo no perciben en nosotros la urgencia que produce en nuestras vidas la próxima venida del Señor, entonces no estarán viendo nada diferente de lo que ven en cualquier hombre de buena voluntad. Seremos cual sal que ha perdido su sabor.

En su libro "Cristo, ¿vuelve o no vuelve?", Leonardo Castellani escribe al respecto: 

“el mundo moderno no entiende lo que le pasa. Dice que el cristianismo ha fracasado. Inventa sistemas, a la vez fantásticos y atroces, para salvar a la humanidad. Está a punto de dar a luz una nueva religión. Está lleno de profetas que dicen ‘Yo soy. Aquí estoy. Este es el programa para salvar al mundo. La Carta de la Paz, el Pacto del Progreso y la Liga de la Felicidad. ¡La Una, la ONU, la ONAM, la Unesco! ¡Mírenme a mí! Yo soy’. […] Es ateísmo radical revestido de las formas de la religiosidad. Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el reino de Dios y el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas. La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada Religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; o sea, el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro. De los despojos muertos del cristianismo protestante, galvanizados por un espíritu que no es el de Cristo, una nueva religión se está formando ante nuestros ojos. Esto se llamó sucesivamente filosofismo, naturalismo, laicismo, protestantismo liberal, catolicismo liberal, modernismo… Todas estas corrientes confluyen ahora y conspiran a fundirse en una nueva fe universal […] Esta religión no tiene todavía nombre y, cuando lo tenga, ese nombre no será el suyo. Todos los cristianos que no creen en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a ella. Y ella les hará creer en la venida del Otro. ‘Porque yo vine en nombre de mi Padre y no me recibisteis; pero otro vendrá en su propio nombre y le recibiréis’ (San Juan, V, 43)”.

Cristo vuelve. Despertemos, que Él viene; y aún tenemos que completar cada cual nuestra misión. Hay mucho por hacer, la cosecha es abundante, los trabajadores pocos. Pero menos serán si permanecemos dormidos.


Líbranos de todos los males, Señor, 
y concédenos la paz en nuestros días, 
para que ayudados por tu misericordia, 
vivamos siempre libres de pecado 
y protegidos de toda perturbación, 
mientras esperamos la gloriosa venida 
de nuestro Salvador Jesucristo. 
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, 
por siempre, Señor.
(RITO DE LA COMUNIÓN)

MARAN ATHA

Sé que vendrá Jesús un día,
sé que vendrá como marchó,
con los cabellos relucientes
y la estameña como el sol.

Por eso tengo siempre abiertos
los dos batientes del balcón;
que no sorprenda su venida
despreocupada mi atención.

Sé que vendrá súbitamente,
como un relámpago, el Señor,
por eso tengo siempre abierto
el ventanal del corazón.

No tardes más; la vida es corta;
no la dilates tú, mi Dios.
Que nos anuncie la veleta
qué viento trae, al fin, tu voz.

Sé que traerás entre las manos
la paz de mi resurrección,
con tu mirada trascendente
como la luz, como el amor.

***

Baja otra vez al mundo,
¡baja otra vez, Mesías!
de nuevo son los días
de tu alta vocación;
y en su dolor profundo
la humanidad entera
el nuevo oriente espera
de un sol de redención.

Corrieron veinte edades
desde el supremo día
que en esa Cruz te vía
morir Jerusalén;
y nuevas tempestades
surgieron y bramaron,
de aquellas que asolaron
el primitivo Edén.

De aquellas que le ocultan
al hombre su camino
con ciego torbellino
de culpa y expiación;
de aquellas que sepultan
en hondos cautiverios
cadáveres de imperios
que fueron y no son.

Sereno está en la esfera
el sol del firmamento;
la tierra en su cimiento
inconmovible está:
la blanca primavera
con su gentil abrazo
fecunda el gran regazo
que flor y fruto da.

Mas ¡ay! que de las almas
el sol yace eclipsado:
mas ¡ay! que ha vacilado
el polo de la fe;
mas ¡ay! que ya tus palmas
se vuelven al desierto
no crecen, no, en el huerto
del que tu pueblo fue.

Tiniebla es ya la Europa:
ella agotó la ciencia,
maldijo su creencia,
se apacentó con hiel;
y rota ya la copa
en que su fe bebía,
se alzaba y te decía:
«¡Señor! yo soy Luzbel.»

Mas ¡ay! que contra el cielo
no tiene el hombre rayo,
y en súbito desmayo
cayó de ayer a hoy;
y en son de desconsuelo,
y en llanto de impotencia,
hoy clama en tu presencia:
«Señor, tu pueblo soy.»

No es, no, la Roma atea
que entre aras derrocadas
despide a carcajadas
los dioses que se van;
es la que, humilde rea,
baja a las catacumbas,
y palpa entre las tumbas
los tiempos que vendrán.

Todo, Señor, diciendo
está los grandes días
de luto y agonías,
de muerte y orfandad;
que, del pecado horrendo
envuelta en el sudario,
pasa por un Calvario
la ciega humanidad.

Baja ¡oh Señor! no en vano
siglos y siglos vuelan;
los siglos nos revelan
con misteriosa luz
el infinito arcano
y la virtud que encierra,
trono de cielo y tierra
tu sacrosanta Cruz.

Toda la historia humana
¡Señor! está en tu nombre;
Tú fuiste Dios del hombre,
Dios de la humanidad.
Tu sangre soberana
es su Calvario eterno;
Tu triunfo del infierno
es su inmortalidad.

¿Quién dijo, Dios clemente,
que tú no volverías,
y a horribles gemonías,
y a eterna perdición,
condena a esta doliente
raza del ser humano
que espera de tu mano
su nueva salvación?

Sí, tú vendrás. Vencidos
serán con nuevo ejemplo
los que del santo templo
apartan a tu grey.
Vendrás y confundidos
caerán con los ateos
los nuevos fariseos
de la caduca ley.

¿Quién sabe si ahora mismo
entre alaridos tantos
de tus profetas santos
la voz no suena ya?
Ven, saca del abismo
a un pueblo moribundo;
Luzbel ha vuelto al mundo
y Dios ¿no volverá?

¡Señor! En tus juicios
la comprensión se abisma;
mas es siempre la misma
del Gólgota la voz.
Fatídicos auspicios
resonarán en vano;
no es el destino humano
la humanidad sin Dios.

Ya pasarán los siglos
de la tremenda prueba;
¡ya nacerás, luz nueva
de la futura edad!
Ya huiréis ¡negros vestiglos
de los antiguos días!
Ya volverás ¡Mesías!
en gloria y majestad.


Himno al Mesías · 
Víctor Manuel Gómez Uralde 
Oratorio de los Últimos Tiempos


II. Venga a nosotros tu Reino

LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
«PADRE NUESTRO»
ARTÍCULO 3
LAS SIETE PETICIONES

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra basileia se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios es para nosotros lo más importante. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
«Incluso [...] puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 13).
2817 Esta petición es el Marana Tha, el grito del Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor Jesús”:
«Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?” (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!» (Tertuliano, De oratione, 5, 2-4).
2818 En la Oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo” (cf Plegaria eucarística IV, 118: Misal Romano).

2819 “El Reino de Dios [...] [es] justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
«Solo un corazón puro puede decir con seguridad: “¡Venga a nosotros tu Reino!” Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: “Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal” (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: “¡Venga tu Reino!”» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).

III. «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»

2822 La voluntad de nuestro Padre es “que todos los hombres [...] se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 3-4). El “usa de paciencia [...] no queriendo que algunos perezcan” (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que “nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado” (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).

2823 Él nos ha dado a “conocer [...] el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano [...] hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza [...] a Él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad” (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.

2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: “He aquí que yo vengo [...] oh Dios, a hacer tu voluntad” (Hb 10, 7; Sal 40, 8-9). Sólo Jesús puede decir: “Yo hago siempre lo que le agrada a Él” (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros pecados [...] según la voluntad de Dios” (Ga 1, 4). “Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 10).

2825 Jesús, “aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia” (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en Él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):
«Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con Él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo» (Orígenes, De oratione, 26, 3).
«Considerad cómo [Jesucristo] nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. Él ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice “Que tu voluntad se haga” en mí o en vosotros “sino en toda la tierra”: para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo» (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum homilia 19, 5).

2826 Por la oración, podemos “discernir cuál es la voluntad de Dios” (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener “constancia para cumplirla” (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino “haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21).

2827 “Si alguno [...] cumple la voluntad [...] de Dios, a ése le escucha” (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido “agradables” al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
«Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 6, 24).

YO SÉ QUE VOLVERÁS...

Yo sé que volverás, será distinto,
el mundo en Tu mirada transformado,
vencdios ya la muerte y el pecado,
saldremos de este ingente laberinto.

Yo sé que volverás y el tiempo ungido
en Tu Misterio, en hálito de fuego,
traerá la salvación a que me entrego,
si en alas de Tu Espiíritu me he ido.

Consumarán la obra comenzada,
será victoria Tu Palabra Pura,
Potencia que, del cielo, me asegura,
la paz de tu virtud acrisolada.

Y llenará Tu Espíritu el vacío
de un mundo sin sentido que he olvidado
su origen y será transfigurado
en la luz de Tu Reino que ya es mío.

Y lloverá Tu Paz, la guerra extinta,
Tu Armonía fluyendo en toda hora,
el corazón Tú música atesora,
el triunfo de Tu Amor en él se pinta.

Habra juicio de vida y de condena,
de llanto y de alabanza sin ocaso,
de abismo y de misterio en el abrazo
que quiebra para siempre mi cadena.

Fray Alejandro Ferreirós
(Del libro "Te adoro Señor mío")

LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO: "Salió como vencedor para seguir venciendo"

VER+: