EL Rincón de Yanka: INDUSTRIA POLÍTICA: EL TREN QUE NOS LLEVA A UNA EDAD DE LA OSCURIDAD POR WINSTON GALT 🌑

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lunes, 20 de julio de 2020

INDUSTRIA POLÍTICA: EL TREN QUE NOS LLEVA A UNA EDAD DE LA OSCURIDAD POR WINSTON GALT 🌑


Industria Política: 
el tren que nos lleva a una 
nueva Edad de la Oscuridad

Industria Política es la grasa que engorda el cuerpo del Estado. Si el Estado debiera ser una Administración contenida destinada a servir a los ciudadanos, la industria política lo convierte en un obeso mórbido que exige ingentes cantidades de dinero extraído coactivamente de los productores para destinarlo a miles de actividades improductivas e inútiles cuyo único objetivo es alimentar esa maquinaria de dominación. Industria Política es la mentalidad que determina que todo lo que existe debe ser público o estar contaminado de lo público. Son esos miles de organismos satelizados que orbitan alrededor del Estado sin otro propósito real que servir de cuerpo del que han de alimentarse los parásitos. Industria política son también los partidos políticos, sindicatos, patronales, falazmente denominados operadores sociales, que sólo son sociales en el sentido de que son costeados por el Estado pero que, si se dejara de alimentarlos de dinero público, caerían como un castillo de naipes porque no hay realmente sociedad que desee costearlos voluntariamente. Industria Política son las organizaciones no gubernamentales y aquéllas otras creadas con un falso pretexto noble que sólo tienen por objetivo real conseguir financiación pública, pero cuya existencia no es inocua, pues han de trasladar su mensaje, generalmente referido a las batallas del Pensamiento Políticamente Correcto para justificar su innecesaria existencia. Industria política es también toda aquella gestión pública o semipública de servicios que estarían mejor gestionadas en manos privadas y que sirven para alimentación clientelar de los poderes políticos. Industria política es el parásito que nos exprime la sangre a los productores. Industria Política es lo que nos convierte en súbditos de nuestros Estados y Administraciones supuestamente democráticos.

Industria Política, hija primogénita de la socialdemocracia, es, en suma, el vivero de lo que se ha denominado Síndrome de Procusto, que es menospreciar el talento ajeno y vivir en la mediocridad. Lo que el académico francés Jean D' Omersson ha acuñado como Ineptocracia, que no es otra cosa que "el sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y la riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías que sabe que han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que sabe que son idiotas." Los mismos a los que se refirió Hannah Arendt cuando refirió que el sujeto ideal de los regímenes totalitarios, manipuladores, no son los individuos convencidos, sino aquéllos que no diferencian realidad y ficción, verdad y mentira. No le dio tiempo a definir al perfecto socialdemócrata: un don nadie que renuncia a sí mismo para pertenecer al colectivo de la ineptocracia presidida por el síndrome de Procusto.

La socialdemocracia vive por y para la propaganda. Y ésta tiene más éxito cada día debido a que en las sociedades occidentales no es necesario esforzarse para vivir, lo que ablanda las conciencias, y a una educación débil, en manos de la propaganda y de pedagogos progresistas desde hace décadas, que ha cambiado el criterio de mérito y excelencia por la mediocridad educativa como medio de explotación, convirtiendo a millones de personas en dependientes de su sistema utilitarista y clientelar.

La socialdemocracia no cree en las personas. Si creyera en ellas no intentaría adoctrinarlas.

La socialdemocracia desprecia a los pobres en cuyo nombre enarbola todas las banderas, pues los considera incapaces de valerse por sí mismos y que sólo ellos, los presuntuosos apóstoles, deben socorrerlos. Es falso, porque el pobre no es diferente de los demás. Sólo necesita que le des libertad y es tan capaz como cualquiera. Pero si lo adormeces con limosnas entonces entrará en un círculo vicioso del que no podrá salir, asegurando la permanencia en el poder del que dependen de los que los mantienen en esa pobreza. Se le envía el mensaje de que son pobres porque otros se han enriquecido, lo que es radicalmente falso porque la riqueza no es un juego de suma cero, pero la socialdemocracia ha de mantener su teoría de la explotación contra viento y marea, pues la ayuda al pobre es la mayor excusa para justificar la intervención estatal en nuestras vidas y someter nuestra libertad. Lo cierto es que cuanto más humilde eres, menos te conviene implicarte en un colectivo, porque menos serás. La apariencia de fortaleza del colectivo es una falacia que enmascara tu absoluta nulidad como individuo.

La socialdemocracia es mal negocio para la pobreza.

No son grandes causas las que defiende la socialdemocracia, sino grandes excusas, grandes coartadas para engrandecer el Estado y la Industria Política a nuestra costa. De ese modo, cada día son más las intromisiones de los Estados en nuestras vidas: intervenciones estatales en la economía, manipulaciones de precios, endeudamiento público a gran escala con riesgo de quiebra del Estado, gasto sin prudencia, incremento de impuestos, manipulación de los tipos de interés, inflación, ayudas y subvenciones a discreción. Provocando un crecimiento estatal insoportable, encima nos quieren convencer de que todos los problemas son causados por la libertad, cuando lo cierto es que ésta apenas cabe cuando, además de lo anterior, los bancos centrales son bancos estatales, que es lo mismo que controlar toda la banca, y el Estado tiene el monopolio del dinero. De nuevo, la Industria de la Neoverdad, que culpa a la parte de la sociedad civil de los problemas que crea y no soluciona la parte estatal.
"La política es el arte de crear un problema para poder buscar la solución equivocada", dijo el Marx listo, Groucho.
Este estatismo exacerbado, acrítico, ha sido defendido a rajatabla por todos los partidos de izquierdas, siempre financiados con dinero público y en muchos casos financiados mediante la corrupción o, como ocurre actualmente, en ocasiones incluso por el crimen organizado. Se han encargado de controlar la educación y los medios para hacernos creer desde niños que sin un Estado elefantiásico no habría educación ni sanidad ni pensiones. Es tan falso como cuando nos decían que de no cumplir los dogmas cristianos iríamos al infierno. El truco de magia llega después, cuando el Estado se enmascara tras velos que ocultan su ineficacia, su verdadero rostro de ladrón y de usurpador de la sociedad, y nos señala supuestas conspiraciones de millonarios maquiavélicos y de mafias dispuestos a someternos cuando lo cierto es que ningún millonario, por megarrico que sea, puede aspirar a soñar con un poder semejante al que manejan los Estados. Ningún millonario tiene tanto poder como los políticos. Así no veremos el mal donde realmente está. Y no sólo eso, sino que le estaremos agradecidos de que nos defienda de esos malvados y le pediremos más dosis del veneno que nos enferma. Es la tesis de mi novela "Frío Monstruo".

Toda esta basura ideológica se define a sí misma como Progresista, cuando es la misma doctrina socialista y retrógrada que ha sometido a millones de personas a lo largo del siglo XX y llevado ruina y miseria y opresión allí donde ha triunfado.
No nos encontramos ni vivimos, por tanto, en un mundo capitalista. Vivimos en una economía mixta, mayoritariamente socialista, que permite ciertas formas privadas en el ámbito económico porque es mucho más eficiente y al que necesita parasitar para conseguir la riqueza que produce. Precisamente tales ámbitos privados de la economía fueron los que permitieron la prosperidad de la que ha nacido, de la que parasita, el nuevo socialismo, denominado ahora socialdemocracia.
Por eso, los adláteres del poder, los sumisos al poder, son los socialdemócratas, aunque quieren pasar por rebeldes y bienintencionados, pero no son sino la expresión perfecta, inocua, vacía, del poder. Son las perfectas cabezas del rebaño: sumisas y obedientes.

Lo que antecede es un extracto de mi libro "M-XXI. La Batalla por la Libertad", que es conveniente recordar porque, aunque hay muchos árboles que no nos dejan ver el bosque, ésta es la verdadera batalla que se está dando en Occidente en las últimas décadas.
La Industria Política es el verdadero y más terrible peligro para la libertad en nuestra época. Son amenazas internas que no provienen de enemigos exteriores y probablemente no darán lugar a guerras internacionales, como ocurrió hace cien años, pero que es imprescindible afrontar duramente si no queremos perder la poca libertad que nos queda. Si bien el enfrentamiento aún no es cruento, se está produciendo una guerra cultural provocada por los brazos armados de la Industria Política, que son el marxismo cultural y el Pensamiento Políticamente Correcto, que están avanzando a marchas forzadas en esta lucha, hoy decantada sin duda alguna a su favor. Ya se está amenazando la libertad de prensa en Francia promulgando leyes que prohíben la crítica al pensamiento político correcto y ya existen delitos de odio en el código penal español, cuando el odio, como el amor o cualquier otra emoción han de pertenecer al campo de las emociones privadas y no debe permitirse su fiscalización por el poder público, pues éste se convierte en una policía del pensamiento de las que mencionaba Orwell en su novela 1984 y que describía perfectamente lo que era ya entonces el antecedente del KGB ruso el cual, a las órdenes de Stalin, decidió perseguir incluso el pensamiento contrario a la dictadura del proletariado.

El mensaje principal a través del cual se crea la nueva realidad (o nueva normalidad) que el poder político inserta en la sociedad como un científico inocula un virus en un cuerpo, es la mentira. La mentira destroza no sólo la verdad sino el sentido de realidad y crea una realidad ficticia y paralela a la que es difícil sustraerse salvo que se disponga de anticuerpos suficientes en la mente, escasos en las generaciones jóvenes educadas en el infantilismo, el buenismo, la pereza y la sospecha ante el mérito, deconstruyendo el sentido común, y escasos también en masas de población adoctrinadas durante décadas en el pensamiento de la inferioridad y de la culpa socialdemócrata. Cada mentira de nuestros Gobiernos (y el español va en cabeza, sólo superado por Venezuela) es una puñalada en nuestra libertad, nos resta un trocito de la poca que nos va quedando, a pesar de que se mantengan algunas apariencias de democracia meramente formal.

La razón está bajo sospecha cuando no es directamente imputada de reaccionaria y autoritaria. Se instala así la irracionalidad como base de la actividad política y de la sociedad construyendo un mundo nuevo desde la subjetividad más demencial. Bajo la marca "progresista" se instalan en la conciencia colectiva mentiras, falsedades, invenciones, construcciones intelectuales abrasivas y demenciales haciéndonos olvidar que los enemigos de la razón, de la realidad, son siempre los enemigos de la libertad.

Se sustenta la mentira en la basura intelectual de la izquierda, iniciada por sus profetas, desde Marx a Mao pasando por Lenin y Stalin, hasta desembocar en los "sacerdotes intelectuales", (Sartre, Lacan, Marcuse, Althusser, etc), que crearon durante el siglo XX un corpus ideológico basado en el odio y en el encubrimiento del crimen de los regímenes socialistas y de los que hoy son corifeos los opinadores y periodistas de la mayoría de medios de todo Occidente. Intelectuales que han contribuido a esa vinculación indiscutible entre Industria Política y terrorismo desde los años 70 del siglo pasado cuyas acciones eran comprendidas cuando no aplaudidas directamente por esos mismos medios siempre que la violencia fuera de izquierda. De hecho, todo el terrorismo sufrido en Europa durante los últimos decenios ha sido de izquierdas, y sólo algunos grupos terroristas se definían de derechas realizando atentados y masacres de falsa bandera auspiciados por los servicios secretos de los Estados (como la explosión en la estación de Bolonia). Terrorismo e Industria Política se retroalimentan porque nacen de la misma mano, del mismo poder cuyo objetivo siempre es el mismo: controlar la sociedad y destruir la democracia y la libertad.

A través de la primacía de las emociones primarias de odio y resentimiento, alejando el pensamiento racional de las masas, golpeando mediante el terrorismo y el activismo político (antesala del terrorismo) se intenta destruir el pensamiento y la historia occidentales deconstruyendo pormenorizadamente ideas como las relativas a mérito, capacidad, responsabilidad individual, justicia, sexo o mercado, de modo que la izquierda está a punto de subvertir logros civilizatorios que han costado siglos construir y que será muy difícil recuperar (Carlos Barrio).

El gran drama de la civilización occidental no es tanto que se encuentre al borde de la extinción cuanto de las razones últimas que conducen a la misma. No es ni la primera ni tampoco la última civilización condenada a su extinción. El gran drama de nuestra civilización es que está a punto de sucumbir bajo el influjo de lo que nuestra intelectualidad llama “progreso”, que en realidad no deja de ser una nueva forma de barbarie.
Menciona el mismo autor que a través de la denominada violencia estructural (falsa), la mercadofobia, el revisionismo histórico, el odio a Occidente, la ideología de género, el animalismo y el alarmismo climático ejemplifican los principios fundacionales de un apuñalamiento terminal de la libertad que pretende la demolición de la sociedad civil y la conversión de todos nosotros en una sociedad de esclavos, a lo que habría que añadir la inflación de la llamada violencia de género como nueva forma de falso terrorismo, alejado por completo de la realidad siempre individual que lleva al crimen, por terrible que sea, la conversión de toda una raza y de toda una civilización en racista por pecados del pasado más que superados y la victimización de otros sectores que se convierten en puntas de lanza, o la fobia al sentimiento patriótico en contraposición al ensalzamiento del poder estatal, que siempre es una forma de sometimiento. La Industria Política, así, acomoda la violencia a sus propios intereses.

Pretenden que confundamos los defectos implantados por el estatismo, por la Industria Política, con defectos propios del sistema democrático. Esto es, los mismos que han provocado las disfuncionalidades acusan a la parte civil de la sociedad que no las ha causado de ser la responsable de los defectos del sistema, cuando no se trata de defectos del sistema sino de problemas creados, unas veces deliberadamente y otras por incompetencia, por los mismos que denuncian esos supuestos defectos como propios del sistema.

Utilizan la subvención como forma de Gobierno de modo que se somete a masas ingentes de población de las que se cautiva su voto, provocando la invasión de la política en todos los ámbitos privados, imputando defectos (racismo, violencia del hombre sobre la mujer, etc) a grupos en lugar de a individuos, demoliendo así la concepción individualista de los hombres y mujeres de modo que éstos dejen de ser sujetos de derechos políticos y enarbolando la culpa colectiva como justificación de la aniquilación de esos grupos y de sus aspiraciones políticas, como hicieron los nazis con los judíos.

Se crea de este modo una sociedad buenista que todo lo acepta, que admite culpa sólo de sí misma y que equipara la civilización más avanzada creada por el hombre con otras coetáneas donde los derechos humanos y políticos brillan por su ausencia y son vulnerados continuamente, en un relativismo insensato en el que todo tiene el mismo valor: lo justo y lo injusto, lo razonable y lo irrazonable, la verdad y la mentira. Se convierte en una sociedad infantilizada, débil, de individuos enfermizos y apocados que se creen en deuda histórica imposible de pagar frente a otras razas, frente a la mujer, frente a los pobres del mundo, frente a todo aquel que diga de sí mismo que es víctima de algo, aunque sea infundado o sea un enfermo imaginario, y en la que, en buena lógica, se asienta el odio al disidente, al que no piensa igual, al que critica estos defectos que nos harán desaparecer más pronto que tarde como le ocurrió al Imperio Romano cuando sus ciudadanos ya no querían trabajar ni defender su civilización y dejaron en manos de los bárbaros ambas funciones de trabajo y defensa. Cuanto más débil es alguien mejor se somete y peor odia. Ese es el fruto de la cultura izquierdista.

El individuo fruto de esa degeneración es convertido por el poder en un parásito. El lobo de Hobbes ya no es el hombre que devora al hombre, sino el parásito, construido deliberadamente desde el poder mediante la pobreza instaurada y mantenida por el poder a través de políticas ineficaces (deliberadamente implantadas) y el subsidio de miseria permanente, y el parásito que no produce pero vive directamente de la Industria Política construida para su sostenimiento infructuoso.

Alguien dijo que los padres realizarán acciones heroicas para que sus hijos puedan ser médicos y abogados y sus nietos poetas y artistas. Esta última generación no sólo no escribe poesía notable sino que no tiene la menor noción de arte y ha devenido en una generación idiota que aspira a instalar aquello contra lo que combatieron sus abuelos en una actitud demencial que sólo puede terminar mal. Refractarios a la autoridad, la sustituyen por el poder, como apuntó Robert Nisbet.

No podría la Industria Política construir este mundo horrible en que se está convirtiendo Europa y América del Norte sin la complicidad de las grandes corporaciones y de algunas multinacionales privadas, muchas ocupando situaciones de auténtico monopolio o, cuando menos, oligopolio, gracias al poder al que retroalimentan; otras son meras extensiones del poder político en sectores estratégicos en los que no se permite la competencia para sostener el poder que, a su vez, los sujeta de las riendas.

De ese modo, estamos viendo cómo grandes multinacionales se pliegan a la censura de todo lo que disiente del pensamiento políticamente correcto que, si antes era impuesto por la maquinaria propagandista de la izquierda, ahora ya se está plasmando en muchos países occidentales en normas jurídicas que están cumpliendo la agenda socialista y que están llevando a cabo, al menos en Europa, políticos de todas las tendencias, pues la mayoría de los líderes conservadores son tan intervencionistas como sus adversarios, generalmente por compartir las ideas estatistas y proteccionistas y otras veces, porque, aunque no se consideren socialistas, no saben oponer una ideología diferente al socialismo imperante. Son los tribunales de la Neoinquisición que se ha implantado por la izquierda.

Si fuéramos electores inteligentes desconfiaríamos de los políticos que prometen intervenir y gastar más. Es una prueba de lo idiotas que son y de que no saben solucionar los problemas. Para tapar su ineficacia prometen gastar nuevas ingentes cantidades de dinero que normalmente sólo sirven para incidir y agrandar el problema, no para solucionarlo.

Proteccionismo, socialismo y comunismo son productos del mismo árbol, como sostuvo Bastiat. Lo mismo que oclocracia, colectivismo, nacionalismo, amiguismo o mercantilismo son facetas y matices distintos de la misma basura política: el estatismo de Estado sobredimensionado, todas ellas variantes del socialismo.

Muchos creen que son los pobres aquéllos a los que más interesa un Estado sobredimensionado que vele por ellos. Es una falacia. Cuanta más Industria Política existe, cuando más Estado existe, más recursos necesita para alimentar su propia maquinaria, con lo cual sólo una parte residual llega a los necesitados de verdad, a pesar de que provoca una verdadera exacción de la sociedad civil tanto en sus plusvalías económicas como en su moral, lo que lleva a la vampirización de la sociedad entera a favor de la maldita e inicua Industria Política.

Como no puede ser de otro modo, la Industria Política, enorme, ingente, sobredimensionada, necesita de medios fuera de la Ley para sostenerse: desde las comisiones para financiación ilegal de partidos hasta el amiguismo, el despotismo, el nepotismo y la corrupción. Un Estado grande es lo más parecido a un sistema mafioso que puede existir, donde la obtención de beneficios depende de la influencia o del chantaje, de la necesidad o del capricho del líder de turno más que del mérito o el hallazgo. En el sistema de Industria Política el beneficio es resultado de la coerción, de lo ilegal, de la amenaza y del poder. Es decir, consecuencia de aquello que impone el socialismo: fuerte jerarquización, poder ilimitado, ausencia de controles al poder, no respeto por la propiedad privada, ausencia de meritocracia y ascenso a través del amiguismo y la influencia, es decir, todo aquello en lo que el socialismo convierte al Estado cuando triunfa.

Los seguidores de la Industria Política, por millones, reflejan perfectamente aquello que sostenía Mises: La clase de aquéllos que tienen la capacidad de pensar sus propios pensamientos está insalvablemente separada de la clase de aquéllos que no pueden. Hoy, los que no pueden son mayoría y están permitiendo que agonice una civilización que es, paradójicamente, la única que les reconoce su dignidad y su libertad. El populismo se enseñorea en nuestras sociedades y pierde su careta dejando ver su verdadero rostro: socialismo puro y duro.

A pesar de ello, insisten en seguir la senda de la izquierda de la cual se sabe perfectamente lo que quiere destruir: la mejor civilización que jamás haya existido basada en la libertad y la democracia. Pero si hace cien años presumían de querer construir el paraíso en la tierra (Trotsky) a través de la dictadura del proletariado, ahora ocultan lo que quieren construir más allá de la democracia. Hablan de más libertad y más democracia, lo que es obviamente mentira porque las consecuencias de sus actos son las contrarias, y en sus labios se convierten en palabras huecas, vacías, que no son más que las máscaras que ocultan la verdadera intención: una nueva distopía socialista, otra época oscura. Se llame como se llame el destino al que nos quieren llevar no hay duda de que será un mundo diferente, donde la ruina campe a sus anchas porque no habrá libertad económica, donde sólo haya una línea de pensamiento aceptable, donde se destruya civilmente a los disidentes, donde el poder público ahogue a los individuos. No quieren ponerle nombre pero todos sabemos cómo se llama: socialismo.

Hoy, de nuevo, la línea que separa la civilización de la barbarie es muy frágil. Y la Industria Política es el tren en el que nos llevan a una nueva Edad de la Oscuridad.

MAMONCRACIA

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