EL Rincón de Yanka: EL CÓLERA: LA PANDEMIA Y EL HORROR QUE ASOLÓ LA CORUÑA 〰🔆〰

inicio














miércoles, 15 de julio de 2020

EL CÓLERA: LA PANDEMIA Y EL HORROR QUE ASOLÓ LA CORUÑA 〰🔆〰

La Pandemia que azotó Galicia

Esta es la historia de una pandemia que casi mató a la mitad de la población en la ciudad de La Coruña y a más de 200.000 personas en toda España

A lo largo de la historia cada época ha tenido su pandemia. Partiendo de la Antigüedad y hasta el siglo XVII, la enfermedad más mortífera era la peste negra. Durante el siglo XVIII lo fue la viruela, el siglo XX vivió la gripe, el SIDA y el ébola y durante el siglo actual parece que la Covid-19 será nuestra gran pandemia, aunque todavía queda mucho siglo... En el siglo XIX existió una enfermedad que mató a 10 millones de personas en todo el mundo y que sigue matando a 20.000 personas al año: El Cólera. Esta es la historia de una pandemia que casi mató a la mitad de la población de la ciudad de La Coruña y a más de 200.000 personas en toda España.
El cólera es una enfermedad intestinal aguda provocada por una bacteria, que produce una gran diarrea que lleva rápidamente a la muerte debido a la deshidratación del organismo. La primera referencia documentada en la historia occidental de la existencia de cólera se puede encontrar poco después de la llegada, en el año 1498, de Vasco de Gama a Calicut, ciudad del Sur de la India, más conocida como la “Ciudad de las Especias”.

Durante el siglo XIX se produjeron 6 grandes pandemias de cólera en el mundo. La segunda de ellas se origina en China en 1826, atraviesa Rusia, alcanza Europa y cruza el Atlántico llegando a América por primera vez. A España llegaría en 1833 a través del Puerto de Vigo, lo que originó la creación del lazareto marítimo de San Simón, en 1842, para poder realizar la cuarentena a los buques a su llegada a puerto, así como el cuidado de los enfermos desahuciados.
La tercera pandemia tuvo su origen en la India en 1852, llegando a afectar a China, Japón y en Europa tan solo a España. A través del Océano Pacífico llegó a América y de ahí a Europa. En 1853 el Puerto de Vigo volvía a ser la puerta de entrada de la enfermedad. El 19 de noviembre, el navío de guerra Isabel La Católica fondeaba en la Ría de Vigo y su tripulación pasaba la cuarentena en el lazareto de San Simón. De poco valió la medida. En poco tiempo, el cólera se propagó con rapidez por toda España.

Pero la ciudad más afectada del país (tras Badajoz) fue La Coruña. El 6 de mayo de 1854, la fragata Abella estaba fondeada en el puerto herculino. Su destino era La Habana, a donde conduciría a más de un centenar de colonos procedentes de toda Galicia. Ese día, uno de los colonos enfermaba a bordo y fallecía. Poco después morían en el barco cuatro colonos más, por lo que se decidió enviar el buque al lazareto de San Simón, para que pasara allí la cuarentena. Llegaba a Vigo el 9 de mayo de 1854 y parecía que la enfermedad estaba controlada en la ciudad.

En Septiembre de ese mismo año, otro buque procedente de Vigo fondeaba en el puerto de La Coruña para permanecer durante unos días en cuarentena. Pero uno de sus marineros eludió la vigilancia, dirigiéndose a su domicilio en la ciudad. Era portador del cólera.
La enfermedad se extendió exponencialmente. El Ayuntamiento prohibió que las iglesias tocaran las campanas cuando alguien fallecía, se retiraron las campanillas de los coches fúnebres y no había enterradores suficientes, por lo que los fallecidos no podían ser sepultados en panteones ni nichos, sino en una fosa común con cal viva. Se dice que sobre esa fosa fue construida la capilla del Cementerio de San Amaro.




La enfermedad llegó a provocar 300 muertos diarios en la ciudad. Hay discrepancia con las cifras totales pero algunas fuentes afirman que, a consecuencia de la pandemia, fallecieron 6.000 personas, casi la mitad de la población de La Coruña en aquella época.
Los datos oficiales en España hablan de 829.189 contagiados y de 236.744 muertos, lo que supone una mortalidad de casi el 30% de los infectados y el fallecimiento de un 1,5% de toda la población española. Además, la tasa de mortalidad media de la época se elevó un 50% durante la pandemia.
La virulencia y transmisión de la enfermedad era debido a que ésta se transmite a través de agua contaminada y la falta de higiene. Era una época en la que la mayoría de poblaciones no tenían red de alcantarillado, el agua estancada en las calles era común, la mayoría de los hogares no tenían letrinas y los deshechos se lanzaban a las calles. 
En 1883, Robert Koch, Premio Nobel de Medicina en 1905 y considerado el fundador de la bacteriología, descubriría el origen de la enfermedad. Tras el descubrimiento, en 1885, la vacuna anticolérica fue preparada y administrada por primera vez a miles de personas por el doctor español Jaime Ferrán y Clúa. Además, se impusieron medidas de mejora de las condiciones higiénicas en las ciudades, grandes causantes de la transmisión del bacilo del cólera.
Aun así, según la Organización Mundial de la Salud, cada año se producen más de 20.000 muertes por esta enfermedad. Además, se considera que el cólera es un indicador del grado de desarrollo social de un país, al estar directamente relacionado con el agua potable y los saneamientos al alcance la población.
La epidemia en La Coruña duró 66 días, desde el 22 de septiembre hasta el 27 de noviembre, fecha en la que se dio por erradicada. Un joven médico, anónimo testigo del infierno padecido durante esos fatídicos 66 días, escribió el siguiente poema, conservado en la Real Academia de Medicina:
Días pasaron, ¡ay!,
que luto y llanto entre los coruñeses se veía,
huyen la mayor parte con espanto,
cual si llegado fuera el postrer día.
BIBLIOGRAFÍA:
OTERO PEDRAYO, 
R. El cólera en Galicia en el siglo XIX. 
Revista Asclepio, nº 21, 1969.

El horror que asoló La Coruña:
La pandemia mundial de cólera, que entró en Europa por los puertos gallegos, mato en 1854 al menos a la décima parte de la población de la ciudad de La Coruña.
Hace aproximadamente 150 años, el cólera hizo estragos en la población gallega de La Coruña. Los medios de la época hablaban de hasta 300 muertes al día. Incluso, el ayuntamiento prohibió a las iglesias que se tocaran las campanas cada vez que fallecía alguien y que quitaran las campanillas que llevaban los carros que transportaban a los muertos al cementerio, como era costumbre, para que la gente no escuchara el sonido que les hacía entrar en pánico.

Un informe mantiene que en el peor momento llegaron a morir hasta 300 personas diarias. La epidemia dejó a la ciudad diezmada y empobrecida por décadas. Se prohibieron las campanadas a muerto por la desesperación de miles de enfermos.
"La epidemia de cólera morbo, cuyas primeras víctimas cayeron fulminadas en los charcos del mercado, había causado en once semanas la más grande mortandad de nuestra historia. En las dos primeras semanas del cólera, el cementerio fue desbordado y no quedó sitio disponible en las iglesias, a pesar de que habían pasado al osario común los restos carcomidos de nuestros próceres sin nombre. Desde que se proclamó el bando del cólera, en el alcázar de la guarnición local se disparó un cañonazo cada cuarto de hora, tanto de día como de noche, de acuerdo con la superstición cívica de que la pólvora purificaba el ambiente. La temible enfermedad cesó de pronto, como había empezado, y nunca se conoció el número de sus estragos".

"Yo me atrevería a decir que el cólera causó en 1854 la muerte del 10% de los coruñeses", afirma sin embargo Aurea Rey, profesora del instituto de Zalaeta y expresidenta del Círculo de Artesanos, probablemente la persona que más ha investigado este tenebroso episodio de la historia coruñesa, con la finalidad de rellenar las enormes lagunas existentes sobre la dimensión de la epidemia. Durante años se sumergió entre miles de actas y legajos ocultos en el intrincado laberinto de los archivos institucionales, muchos de ellos prácticamente ilegibles por el deteriorado estado de conservación. Las cifras de muertos computados en los libros parroquiales se refieren solo a los enterrados legalmente con nombre y apellidos, "pero los muertos reales tuvieron que ser muchos más", sospecha Aurea. El escenario de la ciudad era dantesco: la gente trataba de huir despavorida, las campanas tocaban permanentemente a muerto, hasta el punto de que tuvieron que prohibir los tañidos porque los miles de enfermos se desesperaban, y los campesinos hambrientos, que recorrían las calles voceando su angustia, eran expulsados por la Guardia Civil. Los entierros se celebraban solo por la noche y sin atravesar la ciudad. Había pánico a los muertos, que marchaban con los niños del asilo y existían fundadas sospechas de que muchos enfermos de cólera fueron enterrados vivos.

"Yo no me atrevo a decir cuántos coruñeses murieron realmente en esa epidemia, pero tuvieron que ser muchos más que los registrados legalmente en las parroquias. No se pone el cólera como causa de la muerte hasta que no queda más remedio, ya que los comerciantes temen el cierre de la ciudad y del puerto. Sorprende por ejemplo en los datos de la época la bajísima mortalidad registrada oficialmente en las cárceles, cuando tuvo que ser altísima. Las condiciones de la cárcel de mujeres, ubicada entonces en lo que después sería la fábrica de tabacos, eran tan aterradoras que cuando se entraba con un farol abierto se apagaba por falta de oxígeno. Los campesinos famélicos que eran devueltos a sus aldeas volvían continuamente y la mayoría seguramente infectados por el cólera. Esos muertos no eran enterrados en panteones ni en nichos. Hicieron una fosa común para enterrar en cal viva a centenares de coléricos. Yo no he encontrado referencia oficial a esa fosa en los documentos de la época, pero descubrí una carta de un alumno de un profesor coruñés de finales del XIX en la que cuenta que su abuela, que vivía en la calle de Riazor y murió del cólera, fue enterrada con otros coléricos en esa fosa común. La carta, que está guardada en la Real Academia Galega, en el fondo de los hermanos De la Iglesia, está remitida por una persona llamada García Boedo, que había sido exalumno de Francisco de la Iglesia en las escuelas de San Agustín. Este hombre, que se encontraba embarcado en una fragata, escribe a su hijo Felisín, también tripulante de un barco, y le da instrucciones, con motivo de una visita a La Coruña. Indica a su hija dónde tiene que alquilar caballos para visitar a sus tías y le dice también dónde está enterrada su abuela, en una fosa común con otras muchas víctimas del cólera. En la carta se dice que sobre esa fosa fue construida la capilla del cementerio de San Amaro", apunta Aurea Rey.
Las huellas de uno de los episodios más dantescos vividos en La Coruña se ocultan según algunos investigadores bajo la capilla del cementerio de San Amaro, donde habría una gran fosa común con centenares de víctimas de la pandemia de cólera que diezmó la ciudad en 1854. A los investigadores les llama la atención lo poco conocida que es esta terrible etapa de la historia coruñesa que, según un informe universitario, habría costado la vida a una tercera parte de la población de la ciudad a mediados del siglo XIX
Llama la atención que un capítulo de tanta trascendencia en la historia coruñesa se encuentre tan poco documentado, por no decir prácticamente en blanco, hasta el punto de que en los libros de historia más extensos publicados sobre la ciudad, ocupe tan sólo una anecdótica referencia de unas pocas líneas. 

“Si la terrible historia del cólera en España no es muy bien conocida, en Galicia lo es aún mucho menos”, reconoce el doctor Xosé Carro Otero, presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía, una de las escasas fuentes, que dedica a la epidemia que diezmó La Coruña un capítulo de su libro "Materiais para unha historia da medicina galega".


Hay unos grandes olvidados. Un maestro, poeta, Francisco de la Iglesia, que convirtió su escuela en hospital y atendía sin descanso a los enfermos. Hasta que él mismo cayó y llevó el cólera a casa: dos de sus hijos murieron. Los anticontagionistas seguían achacándolo al agua y al aire. Y un médico, como tantos otros,  como Estanislao Pan y Recalde, recordado por su actuación contra la pandemia.

La estadística más sobrecogedora sobre los estragos del cólera en La Coruña corresponde al informe inédito de Nicasio Landa, médico oficial de epidemias en 1854 considerado por los expertos como un pionero de la epidemiología en España, que le atribuye a la provincia de La Coruña un índice de mortalidad de 308 por 1.000 habitantes. Según estos datos, recuperados en 1999 por la Universidad Pública de Navarra, la epidemia se habría cobrado las vidas de casi la tercera parte de la población coruñesa. "Con los condicionantes de la época, y teniendo como únicas fuentes a los libros parroquiales y aun así solo parte de ellos, es muy difícil discernir el verdadero alcance de la mortalidad provocada por el cólera en La Coruña en 1854, pero esas cifras me parecen demasiado altas", matiza el doctor Carro Otero. Un informe publicado en octubre de 2002 por el ingeniero técnico municipal Manuel Lorenzo Mejuto sobre el alumbrado público en La Coruña, recuerda que la iluminación por gas fluido fue inaugurada precisamente en 1854, "un año terrible para la ciudad", contextualiza el autor, "en el que la epidemia de cólera llegó en su período agudo a ocasionar más de 300 defunciones diarias".

El estallido de la epidemia estuvo precedido en 1853 por una de las mayores hambrunas que se recuerdan. La extrema necesidad obligó a los campesinos a comerse las semillas que tenían reservadas para las cosechas, con lo que se vieron condenados a la miseria y a la desesperanza. Las crónicas de la época reflejan un paisaje desolador en el que las multitudes vagan hasta caer muertas camino de las ciudades que atestan para mendigar. "En La Coruña se prohibió mendigar a las puertas de las iglesias, porque la burguesía local no podía soportar el espectáculo. Buena parte de esa población extenuada por el hambre desarrolla ya en 1853 una extraña enfermedad hepática que provoca muchas muertes y sobre ellos actuará implacablemente el cólera, causando una multitudinaria mortalidad", señala Aurea.
Pese a la abnegación de los médicos que intentan contener la epidemia, que costará la vida a alguno como Rosendo Fontenla, el desconocimiento del verdadero origen del cólera, cuyo bacilo no será descubierto por Robert Koch hasta 1883, facilita que los tratamientos aplicados provocasen en muchos casos tanta letalidad como la propia epidemia, como ocurriría en el siglo XX con el sida. Cuando el cólera asiático invadió Galicia en 1854, alguien propuso la teoría de que el corazón se comprimía por una fuerza centrípeta y que se debía disminuir su esfuerzo mediante la sangría. Así pues a las víctimas del cólera se sumaron los enfermos que morían desangrados. A aquella pobre gente tan debilitada primero por la hambruna y después por las atroces diarreas del cólera les aplicaban sanguijuelas o les administraban brebajes para vomitar, que venían a acabar con el suspiro de vitalidad que aún les quedaba. Las medidas higiénicas no pasaban en un primer momento de orear los equipajes de los viajeros que llegaban en la diligencia, a los que se obligaba a sacudir sus vestimentas a la entrada de la ciudad.

Para evitar en lo posible que la enfermedad se propagara se crearon en los pueblos cuadrillas que recorrían las calles para recoger los cadáveres nada más morir, pero las familias intentaban ocultar durante días los fallecimientos ante el temor de que enterrasen a alguien aún vivo, rumor que en todos los pueblos tenía algún precedente verídico. Al principio les decían una misa antes de enterrarlos, pero eran tantos los que morían que algunas veces salía el párroco a la puerta de la iglesia y echaba la bendición a los cadáveres que acumulaban en la plaza. En muchos cementerios se mantenían abiertas fosas familiares a la espera de nuevos fallecimientos entre los parientes cercanos para taparlas cuando se atestaban.
"Las condiciones de los enfermos eran de una miseria imposible de comprender en nuestro tiempo. La mayoría tenían apenas un par de sábanas a lo sumo y carecían de agua para lavar y cambiar a enfermos con diarreas salvajes cada cinco minutos. Esa pobre gente se consumió en su propia mierda", explica con crudeza el doctor Carro Otero.
Las autoridades coruñesas de la época intentaron buscar durante la epidemia un recinto adecuado para usar como hospital, pero no lo consiguieron. "Se barajó la casa de alguien llamado Francisco Pola, que era ebanista, pero se negó, porque argumentaba que nadie iba a comprarle muebles después de acoger a coléricos en su taller. Finalmente se montaron unos hospitalillos en las escuelas de Riazor, San Agustín y el Camino Nuevo, en Santa Lucía. Los tiempos coruñeses del cólera no solo suponen la enorme tragedia que azotó a la ciudad, sino que son la llave para comprender su horizonte hasta la entrada del siglo XX. El peor momento de la pandemia coincide con la convulsión política causada por la revolución progresista y las consecuencias del cólera dejarán durante décadas una ciudad con la población diezmada, plagada de enfermos con secuelas que iban de la ceguera a la invalidez y tan empobrecida que fue necesario montar un hospicio especial, el asilo de mendicidad".

El depauperado panorama social que deja el cólera, unido al reconocimiento legal de la emigración por el Gobierno español en 1853, abrirá las puertas a un masivo éxodo a América. "Yo comencé a interesarme al estudiar documentos del "Círculo de Artesanos" relativos al XIX y me tropecé con el expediente del cólera. No había familia en la que no hubiera dos o tres hermanos muertos. A mí también me sorprendió que se supiera tan poco sobre un capítulo tan dramático de la historia de la ciudad, así que me dediqué durante años a investigarlo", señala la profesora Aurea Rey.

El cólera del fin del mundo
La enfermedad acabó en 90 días con la vida de al menos el 10% de la población de la ciudad Los cadáveres se apilaron a las puertas de las casas y hubo entierros en fosas comunes


Pilas de cadáveres a las puertas de las casas. El cólera mata desde la Ciudad Alta hasta el arenal de La Palloza, donde acaba La Coruña y empieza Oza. Azota a mendigos, y a ricos apellidados Pastor. 

La epidemia ha paralizado la ciudad: su comercio, su puerto, sus escuelas y la Fábrica de Tabacos, la mayor industria local con sus 4.000 empleadas.Las improvisadas ambulancias sanitarias, formadas por asilados y niños hospicianos que portan camillas, retirarán los cadáveres de las calles cuando se apague el sol. Así lo ha establecido la autoridad, que también ha prohibido que las campanas doblen para anunciar las muertes. Estarían repicando todo el día, minando todavía más la moral de los coruñeses, que eran 24.000 cuando empezó la epidemia en septiembre. Durante este octubre de 1854 han caído miles. Y dicen que un tercio ha emigrado huyendo de tal calamidad... Alguno ha llegado hasta Castilla, y eso que no existe línea de ferrocarril.

La muerta pide agua 

Llega la noche. Ya se puede enterrar. Al cementerio llegan carros fúnebres y camillas. Hoy sí hay sacerdotes: jornadas atrás, los curas, aterrados, se negaron a acompañar a las comitivas, pero la autoridad les ha obligado a ejercer. Todo fallecido tiene que ser trasladado al camposanto en un plazo máximo de veinticuatro horas. Ésa es la orden. 

Algunas familias se la saltan y retienen los cuerpos en casa: temen enterrar a un vivo. No sería la primera vez. Cuentan, y es verdad, lo que ocurrió hace días en Betanzos. Rosa Blanco despertó cuando su familia la estaba metiendo en el ataúd: «Quiero agua», rogó. 

Muchos cuerpos van a parar a una fosa común, donde son sepultados en cal viva. Se trata de gente pobre, como la que se hacina en los cuatro hospitalillos que se han improvisado, donde escasean mantas, jergones y camas, hasta el punto de que también hay pacientes en el suelo. Los enfermos más pudientes agonizan en sus casas. Dieciséis médicos, no más, para atender toda la ciudad: intentan aliviar, con escaso acierto, a enfermos con diarreas constantes, asaltados por calambres, deshidratados, desangrados por las sanguijuelas, hechos una piltrafa. Aguardan la muerte entre alaridos, porque no hay remedio para ellos. 

Juana de Vega, que tiene mano hasta en la Corte, ha escrito a los mejores médicos del país, pero ni así. No hay cura porque la medicina desconoce qué provoca esta plaga y cómo se transmite. Mañana cualquiera puede estar en la fosa común, adobado en cal. Hay quien se desperezó sano esta mañana y, a estas horas de la noche, yace en el cementerio. Así de fulminante es. Le llaman cólera morbo. 

Cuando entró en Galicia por Vigo, en noviembre del año pasado, hubo médicos que lo catalogaron como «cólico de ostras» o «cólico gallego». Le querían restar importancia. Vaya si la tiene. Nunca La Coruña ha tenido un enemigo peor: Drake fue más benévolo.

Aguardiente salvador

Perdida la fe en la medicina, los ciudadanos se han aferrado a la superstición. Se ha corrido la voz de que ningún vendedor de aguardiente se ha infectado, así que muchos se han entregado a esta bebida. Los coruñeses ya le han pedido a Dios. El día 22 sacaron en procesión a la Virgen de los Dolores. Salió por la mañana, a las once, de la iglesia de San Nicolás. La noticia se corrió extramuros y se reunieron 10.000 personas. Miles de devotos iban descalzos. Algunos rogaban de rodillas. Las cererías agotaron las velas.Desde entonces, la epidemia parece haberse atenuado. Empezó en septiembre. Mañana comienza noviembre. Y una de dos: o este horror termina pronto o acaba con la ciudad.

VER+:
NATALIA MONJE

Los miedos colectivos han cambiado el curso de la Historia. Cada época tiene los suyos, encarnados en personajes anónimos que irradian corrientes de terror, repulsión y fascinación: una mala cosecha nacida en el borroso territorio donde las leyendas, los pavores esenciales y las atroces realidades se encuentran para fundirse. Este libro recorre la trama del horror en la cultura popular de España desde el siglo XVI hasta el XXI. Una palpitante investigación histórica y periodística que nos llevará hacia añejos archivos, bosques espesos y caminos de polvo. La senda es tortuosa, pero luminosamente reveladora.
- El cuerpo humano convertido en medicina: casos documentados y desconocidos de bebedores de sangre y mercaderes de carne.
- Pensamiento mágico, marginación y malditismo en torno a las vidas extraordinarias de los verdugos y los seres deformes.
- Las brujas, los endemoniados, los aojadores, las personas que les temieron y los lugares donde se escenificaron sus dramáticos encuentros.
- Las catarsis colectivas, convertidas en espectáculo público, de los exorcismos, las ejecuciones, las torturas y las persecuciones.