LA DICTADURA
DE LA MINORÍA
CÓMO REVERTIR LA DERIBA AUTORITARIA
Y FORJAR UNA DEMOCRACIA PARA TODOS
Un llamado a reformar las instituciones democráticas tradicionales para frenar los regímenes autoritarios contemporáneos
Estamos atravesando una época convulsa en la que la gobernanza neoliberal, el ascenso generalizado de la extrema derecha, la política de bloques, y otras formas de autocracia se están imponiendo en diferentes latitudes del planeta. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt ofrecen aquí un marco teórico coherente y aportan ejemplos de todo el mundo para comprender el giro autoritario generalizado y explicar cómo los partidos políticos se vuelven contra la democracia. A partir del caso estadounidense y mostrando la evolución de otros países en la consecución de mejoras y reformas para la sociedad y las libertades civiles, los aclamados profesores de Harvard proponen una serie de reformas con las que salir de una espiral de crisis y constituir lo que ellos llaman la única democracia factible. Un libro necesario, legible y convincente.
De alguna manera, hemos resistido,
testigos de una nación que no está rota,
pero sí incompleta...
Es bastante habitual referirse a la sociedad como un rebaño de ovejas que es conducido de un lado a otro, incluso al matadero, sin ninguna resistencia. Individualmente, según parece, somos suficientemente inteligentes y astutos para advertir las perversas intenciones de los pastores pero extrañamente, cuando nos sumimos en la masa, nos vemos arrastrados sin remedio por la estupidez ovejuna.
Esta visión, que traslada la responsabilidad a una entidad abstracta y colectiva, cuyo común denominador es la estupidez, ignora precisamente que es la inteligencia de cada cual para el cálculo coste beneficio lo que permite a los políticos manipular a la sociedad y conducirla como a un rebaño.
Los gobernantes han aprendido que, más allá de proclamas genéricas, que nunca se sustancian en medidas concretas y eficaces, les basta con favorecer los intereses de grupos minoritarios para someter a todos los demás.
La idea de que la política puede ser capturada por grupos minoritarios no es nada nuevo. Ya fue contemplada en 1957 por Anthony Downs en An Economic Theory Of Democracy, donde acuñó el concepto de «coalición de minorías», según el cual un partido podría ganar las elecciones proponiendo medidas que favorecieran a grupos minoritarios. Más tarde Mancur Olson, en The Rise and Decline of Nations (1982), mostró que, debido a que la dinámica de costes y beneficios favorece la creación de pequeños grupos de intereses, estos se impondrían al bien común y acabarían capturando los partidos, los gobiernos y sometiendo a toda la sociedad en beneficio de unas minorías.
En España, esta dinámica se manifiesta a nivel local, regional y nacional, generando situaciones que invitan a la reflexión. Futuros gobiernos precarios sostenidos por exigencias de pequeños grupos que, de alguna manera, tienen el poder de dictar quién debe gobernar. Ejecutivos atados por acuerdos con minorías poco populares, como extremistas, independentistas y nacionalistas. Hemos visto gobiernos eficientes en la gestión, pero pendientes de cuestiones irrelevantes o a un ayuntamientos donde figuras serias debieron lidiar con personajes más propios de una comedia que de la política.
Como conclusión, para Levitsky y Ziblatt «solo hay una cosa clara: las instituciones no salvarán nuestra democracia. Tendremos que ser nosotros mismos quienes lo hagamos».
Comentario crítico: con todos sus aciertos y hechos incontestables cuando describen la situación estadounidense, es fácil ver el sesgo partidista e ideológico quizás inconsciente de un ensayo como "La dictadura de la minoría".
Propongo este ejercicio. Léase de nuevo el artículo. Cámbiese en la lectura el término EE. UU. por el nombre España. Realícense los pequeños ajustes necesarios para acomodar las frases a nuestra realidad política y social. Enseguida acuden a nuestra imaginación ejemplos y contraejemplos para certificar que la realidad supera y a veces contradice la teoría de Levitsky y Ziblatt.
INTRODUCCIÓN
Es difícil construir una democracia multiétnica. Apenas unas pocas sociedades lo han logrado. La democracia multirracial. es un sistema político con elecciones regulares, libres y justas en el que los ciudadanos adultos de todos los grupos étnicos tienen derecho al voto y libertades civiles esenciales como son la libertad de expresión, de prensa, reunión y asociación. No basta con que estas garantías existan sobre el papel: por ley,personas de toda procedencia étnica deben gozar de protección equitativa para garantizar sus derechos democráticos y civiles. :... a Civil Ríghts Act (Ley de Derechos Civiles) de 1964 y la Votíng Ríghts Act (Ley de Derecho al Voto) de 1965 sentaron finalmente las bases legales para una democracia multirracial en Estados Unidos. Sin embargo, ni siquiera hoy hemos conseguido convertirla en realidad.
Por ejemplo, el acceso a las urnas sigue siendo desigual. Según un estudio llevado a cabo en 2018 por el Public Religion Re search Institute (Instituto Público de Investigación sobre la Religión) (PRRI, por sus siglas en inglés), resultaba tres veces más pro bable para los ciudadanos afroamericanos y latinos que para los blancos que se les dijera que no disponían de la documentación correcta para votar. También tienen dos veces más posibilidades de que, por error, sus nombres no consten en elpadrón.
Las leyes que prohíben el voto a los convictos afectan a los afroamericanos de manera desproporcionada, y los ciudadanos no blancos siguen sin estar sujetos a la misma protección jurídica. Es dos veces más probable que en algún momento la policía mate a un hombre negro que a uno blanco (aunque, a su vez, las víctimas mortales negras de la policía son la mitad de propensas a ir ar madas); los negros tienen más números de ser parados y cacheados por la policía que los blancos; asimismo es más probable que los arresten y los condenen -con sentencias más largas-por delitos similares. Si persiste alguna duda sobre si los ciudadanos negros no gozan de los mismos derechos legales que los blancos, el caso de Kyle Rittenhouse puede servir como prueba: ¿podría acaso un joven negro atravesar tres estados con un rifle semiautomático, dirigirse a una manifestación sin que lo parara la poli cía, disparar contra la muchedumbre,matar a dos personas y salir impune?
Pero, aunque Estados Unidos todavía no sea una democracia multirracial de verdad, está en camino de convertirse en una. Durante el medio siglo transcurrido entre la aprobación de la Voting Right´s Act y el ascenso a la presidencia de Donald Trump, las bases fundamentales de la sociedad han cambiado. Una enorme oleada migratoria ha transformado la que había sido una socie dad predominantemente blanca y cristiana en diversa y multiétnica.
A la vez, el creciente poder político, económico, jurídico y cultural de los estadounidenses no blancos puso en duda -y empezó a desmantelar- unas jerarquías raciales muy arraigadas. Las encuestas muestran que, por primera vez en la historia de Estados Unidos, la mayoría de la población acepta hoy la heterogeneidad étnica y la igualdad racial: los dos pilares fundamentales de una democracia multirracial. En 20 16, Esta dos Unidos se estaba acercando a una auténtica democracia multirracial;una que tal vez pudiera ser un modelo para sociedades diversas del mundo entero.
Sin embargo, justo cuando este nuevo experimento democrático se empezaba a afianzar, el país sufrió una reacción autorita ria tan feroz que sacudió los cimientos de la República y llegó a suscitar preocupación entre los aliados internacionales sobre el porvenir democrático de Estados Unidos. Cuando hay pasos significativos hacia la inclusión democrática a menudo se producen reacciones intensas;autoritarias, incluso. Pero el asalto a la democracia estadounidense fue peor que cualquier escenario que hubiéramos podido anticipar en 2017, cuando escribíamos nuestro primer libro, "Cómo mueren las democracias". Hemos estudiado insurrecciones violentas e intentos de anular comicios en multitud de países, desde Francia y España a Ucrania y Rusia, pasando por Filipinas, Perú y Venezuela, pero aquí nunca imaginamos algo parecido. Como tampoco habríamos supuesto que uno de los dos grandes partidos estadounidenses renegaría de la democracia en el siglo XXI.
El retroceso democrático en Estados Unidos era de una magnitud sobrecogedora. Algunas de las organizaciones que toman el pulso a las democracias de todo el mundo lo traduje ron en un dato. Cada año, la organización no gubernamental Freedom House otorga a los países una puntuación que va de 0 a 100 en su Global Freedom Index (Índice de Libertad Global), donde 100 es indi cativo de una mayor democracia. En 20 15, Estados Unidos recibió una puntuación de 90, a la par con países como Canadá, Italia, Francia, Alemania, Japón, España o el Reino Unido. Sin embargo, con el paso del tiempo fue disminuyendo de modo constante, hasta llegar a un 83 en 2021. No era solamente una puntuación menor a la otorgada a cualquier democracia consolidada de Europa occidental, sino también a algunas con historia turbulenta como Argentina, Chequia, Lituania o Taiwán.
Se trataba de un vuelco insólito en los acontecimientos. Según casi todas las consideraciones en el campo de las ciencias so ciales sobre qué es lo que hace prosperar a las democracias, Estados Unidos debería ser inmune a dicha erosión. Los investigado res han descubierto dos patrones que prácticamente constituyen una ley: nunca mueren las democracias ricas, como nunca mueren las democracias veteranas. En un conocido estudio, los politólogos Adam Przeworski y Fernando Limongi constataron que ningún sistema democrático con más riqueza que el de la Argentina de 1976 -su PIB per cápita era de unos 16.000 dólares actuales- había colapsado jamás. Años más tarde, la democracia de Hungría, cuyo PIB per cápita es de unos 18.000 dólares al cambio actual, ha sufrido un proceso de erosión. El PIB per cápita estadounidense era de unos 63.000 dólares en 2020, casi cuatro veces mayor que el país más rico que en su día sufrió una ruptura democrática.
Del mismo modo, tampoco ha muerto ninguna democracia con más de cincuenta años de historia. Incluso situando la demo cratización de Estados Unidos en la aprobación de la Voting Rights Act de 1965 (es decir, cuando el país adoptó el sufragio pleno para los adultos), nuestra democracia ya tenía cincuenta años cuando Trump alcanzó la presidencia. De modo que tanto la misma historia como las décadas de investigación en ciencias sociales nos dicen que la democracia estadounidense debería haber estado a salvo. Sin embargo, no fue así.
Por supuesto, Estados Unidos no es el único país donde se está produciendo un incremento de la diversidad. Como tampoco el único en vivir una reacción extremista de derechas a dicho cambio demográfico. El número de residentes nacidos fuera del país ha ido en aumento en la mayor parte de los regímenes democráticos más antiguos del mundo, en particular en Europa occidental. Los inmigrantes y sus hijos constituyen una parte creciente de la población, incluso en países que habían sido históricamente homogéneos como Noruega, Suecia o Alemania.
Ciudades como Ámsterdam, Berlín, París o Zúrich presentan una población casi tan diversa como la de las grandes urbes de Estados Unidos. También la crisis de los refugiados de 2015 llevó a millones de recién llegados del norte de África y Oriente Medio a Europa, lo que produjo que la inmigración y la diversidad étnica se convirtieran en cuestiones de gran relevancia política. Junto con las repercusiones de la crisis financiera de 2008, estos cambios desembocaron en una reacción radical. Casi en todos los países de Europa occidental, entre el 10 y el 30 por ciento del electorado -con una gran mayoría de los votantes blancos, con menor nivel educativo y que habitan regiones en declive o alejadas de los centros urba nos-se siente apelado por mensajes xenófobos. En todas partes, desde el Reino Unido, a Francia e Italia, Alemania o Suecia, estos votantes han impulsado la riqueza electoralde los partidos y movimientos de ultraderecha.
Aun así, Estados Unidos destaca en dos sentidos. En primer lugar, la reacción a su creciente diversidad ha sido insólitamente autoritaria. Rara vez el auge de los partidos xenófobos y antisistema en Europa occidental se ha presentado de una manera tan antidemocrática como la que hemos visto en Estados Unidos. Muchas características de los partidos de ultraderecha de Europa occidental son motivo de preocupación, incluyendo su racismo, xenofobia y desprecio por los derechos de las minorías, además de, en ciertos casos, simpatía por el presidente de Rusia, Vladímir Putin. No obstante, hasta el momento, casi todos ellos han se guido las normas de la democracia, aceptando los resultados electorales y rechazando la violencia política. Estados Unidos también difiere en otro aspecto: se llegó a ascender al poder nacional fuerzas extremistas, mientras que, en Europa, han sido relegadas en su mayoría a la oposición o,en unos pocos casos, a Gobiernos de coalición.
De modo que debemos afrontar una realidad incómoda: tanto la diversidad social, como la reacción cultural,así como los par tidos de extrema derecha son omnipresentes en las democracias consolidadas de Occidente.
¿Por qué de entre todas las democracias ricas y consolidadas solo Estados Unidos se asomó al borde del abismo? Esta fue la pregunta que nos persigue a raíz de lo acontecido los días 5 y 6 de enero.
Resulta tentador considerar que hemos pasado la página de la era Trump. Al fin y al cabo, no ganó la campaña para su reelección (FRAUDE ELECTORAL) (¿?), y su empeño por declarar nulos los resultados de los comicios fracasó. En 2022, durante las votaciones de mitad de man dato para el Congreso, en los estados pendulares también perdieron los negacionistas de los resultados más peligrosos. Parecía que habíamos logrado esquivar la bala y que, al fin y al cabo, el sistema funcionaba. Ahora que se disputa el control de Trump sobre el Partido Republicano, tal vez podamos dejar de preocuparnos tanto acerca del destino de nuestra democracia. De hecho, po dría ser que esta no se esté muriend o.
Pensar así es comprensible. Para aquellos de nosotros que acabamos agotados de las crisis que durante la era Trump parecían no tener fin, la «teoría de la bala única» (y esquivada) puede suponer un consuelo. Por desgracia, es infundada. La amenaza a la que se enfrenta la democracia estadounidense nunca fue solo la de un hombre fuerte seguido por una secta de fieles. Los proble mas son más bien endémicos. Se encuentran,de hecho, en las raíces más profundas de nuestra política. Hasta que no abordemos los problemas subyacentes, el sistema seguirá siendo vulnerable.
Para revertir del todo el retroceso democrático de Estados Unidos-y, lo más crucial, impedir que se vuelva a producir-debe mos comprender sus causas.
¿Qué motiva a un partido a descarriarse de la democracia? No es algo que suceda con frecuencia, pero cuando lo hace, es capaz de destrozar incluso un sistema político consolidado. Podemos extraer enseñanzas de lo vivido en otros países, pero también de episodios de nuestra historia, que incluye la reacción autoritaria del Partido Demócrata, en el Sur, a la Reconstrucción que siguió a la Guerra Civil.
Asimismo, tenemos que entender por qué Estados Unidos ha demostrado ser tan proclive a esta erosión democrática. Exige que estudiemos atentamente las instituciones que forman el núcleo de nuestro sistema político. Los votantes reaccionarios son minoría en Estados Unidos, como lo son en Europa. Este aspecto es importante, y a menudo se desatiende. El Partido Republicano, dirigido por Trump, así como los movimientos de la derecha radical en los países europeos,siempre ha representado a una minoría política. Pero a diferencia de los partidos de ultraderecha en Europa, pudo alcanzar la administración del país.
Esto nos conduce a otra inquietante realidad. Parte del problema que hoy afrontamos tiene que ver con un objeto de venera ción para muchos: la Constitución. Estados Unidos posee la carta magna escrita más antigua del mundo. Como el brillante ejemplo de destreza política que es, sentó las bases para la estabilidad y la prosperidad, y durante más de dos siglos ha logrado poner freno al poder de presidentes ambiciosos y que se extralimitaron. Sin embargo, los defectos de la Constitución ponen ahora en pe ligro nuestra democracia.
Concebida en una época predemocrática, la carta magna estadounidense permite que las minorías dentro de los partidos boi coteen a la mayoría de forma frecuente, y que a veces los gobiernen. Las instituciones que dan alas a esas minorías pueden con vertirse en instrun:entos para el gobierno de unos pocos. Y son especialmente peligrosas cuando se encuentran en manos de las facciones extremistas o antidemocráticas de una organización política.
A destacados pensadores de los siglos XVIII y XIX,desde Edmund Burke a John Adams, pasando por John Stuart Mill o Alexis de Tocqueville, les inquietaba el riesgo que entrañaba la democracia si se convertía en una «tiranía de la mayoría, el peligro de que un sistema de este tipo permitiera que la voluntad de muchos pisoteara los derechos de unos pocos. Puede convertirse en un problema real: las mayorías de Gobierno han socavado la democracia en la Venezuela y la Hungría del siglo XXI, y amenazan con hacer lo mismo en Israel.
Sin embargo, el sistema político estadounidense, siempre y sin falta, ha impuesto límites al poder de las mayorías. Hoy en día lo que aflige a la democracia de nuestro país se acerca más al problema contrario: las mayorías electorales a menudo son incapa ces de llegar al poder, y en caso de lograrlo, a menudo no pueden gobernar. Así pues, la amenaza más inminente ahora mismo es el Gobierno de una minoría. Al alejar con tanto ímpetu a la República de las fauces de la Escila de una tiranía de la mayoría, los fundadores de Estados Unidos la dejaron a la merced de la Caribdis de un Gobierno minoritario.
¿Por qué las amenazas contra la democracia estadounidense se manifiestan en este comienzo del siglo xxl? Al fin y al cabo, la Constitución tiene cientos de años. Entender cómo hemos llegado a este punto es el principal cometido de este libro. Más apremiante resulta, sin embargo, preguntarnos cómo saldremos de esta. Solo hay una cosa clara: las instituciones no salvarán nuestra democracia. Tendremos que ser nosotros mismos quienes lo hagamos.
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