PASIÓN POR LA
LIBERTAD
PRÓLOGO
Mario Vargas Llosa es, sin duda, uno de los escritores más extraordinarios de la literatura univenal. La concesión, por fin, del Premio Nobel en 2010, ante la aceptación general de la crítica y de sus millones de lectores, no ha sido más que la confirmación pública y solemne de que se trata de uno de los más grandes novelistas de la historia. Y, desde luego, de la historia de la literatura en español, donde puede colocarse en la estela de Cervantes, junto a un Galdós, por ejemplo.
Desde que en 1959 publicó los relatos de "Los jefes" hasta "El sueño del celta", con el que nos maravilló el pasado otoño, Mario Vargas Llosa no ha parado de inventar historias con las que nos ha seducido, de crear personajes con los que nos ha emocionado y de retratar pasiones humanas en las que, con frecuencia, nos hemos visto reflejados. En definitiva, en estos más de 50 años de escritura, con una constancia admirable y con una dedicación envidiable, Mario Vargas Llosa ha ido elaborando una obra literaria que asombra y seduce a cuantos se acercan a ella.
Pero su actividad intelectual no se ha limitado a crear esos personajes que ya son inmortales o a contar esas historias apasionantes que llenan sus novelas. Como estricto hijo de su tiempo, como les ha ocurrido a la inmensa mayoría de los escritores desde el «J'accuse» de Zola a favor del denigrado capitán Dreyfus, Mario Vargas Llosa también se vio impelido a dar testimonio de sus convicciones políticas desde casi los inicios de su carrera literaria. Y como también una notable mayoría de esos escritores, Mario Vargas Llosa empezó sus manifestaciones políticas al lado de los defensores de posiciones marxistas, revolucionarias y, por qué no reconocerlo, totalitarias. No es extraño, por eso, el entusiasmo con que saludó y apoyó la Revolución cubana. En eso no hacía más que lo mismo que casi todos los intelectuales de Occidente llevan haciendo desde que el diabólico Willi Münzenberg ideara, allá por los años veinte y por encargo de Lenin, la identificación de los artistas y los creadores con la revolución, soviética, por supuesto. Esa identificación de los intelectuales con posturas totalitarias, por aberrante que hoy pueda parecernos, se sigue dando, y ahí están, de vez en cuando, las listas de «abajo firmantes» que o bien defienden posturas inequívocamente colectivistas o bien atacan con saña cualquier propuesta liberal.
Así, el Vargas joven de los años cincuenta y sesenta fue, tal y como se decía en el argot político de la época, un «compañero de viaje» de los movimientos comunistas de Europa y de América Latina. Como lo fueron tantos, como lo fueron casi todos.
La brutal invasión soviética de Checoslovaquia en agosto de 1968 comenzó a arrancarle la vendade los ojos y el caso de Heberto Padilla, con la siniestra farsa de aquella «autocrítica» en La Habana de la primavera de 1971, le hizo romper para siempre con el marxismo, el socialismo, el estatismo y el colectivismo, en los que había creído como posibles soluciones para los males de, sobre todo, los países de Hispanoamérica.
Supongo que esta ruptura tuvo que ser dolorosa porque siempre es doloroso abandonar una cofradía, en la que encuentras amparo y compañía y donde te ofrecen respuestas predeterminadas para todo, y salir a la intemperie, donde sólo cuentas con tu inteligencia y con tu decidida voluntad de elaborarte tú mismo las respuestas para todas las cuestiones políticas que se te planteen. Pero eso es lo que hizo Mario Vargas Llosa, salir a la intemperie. Y así, aunque le costó romper con amistades antiguas, recibir las críticas sectarias de muchos y comprobar en su propia carne cómo se las gastan los hijos de Willi Münzenberg con los que abandonan ese redil del «progresismo», donde no caben ni la disidencia ni el pensamiento verdaderamente crítico, Vargas Llosa inició un itinerario intelectual y político que me atrevo a afirmar que no tiene igual en la historia de los escritores del último siglo.
Mario Vargas Llosa, desde los años setenta del siglo pasado hasta nuestros días, ha dedicado muchas horas y muchos esfuerzos de su trabajo intelectual a elaborar un pensamiento político para dar respuesta al problema central al que se enfrenta cualquiera que se preocupe por el bien común, y que no es otro que mostrar cuál es el mejor camino para alcanzar el máximo desarrollo y bienestar en una sociedad y en un país. Y a esa tarea de búsqueda de las mejores soluciones ha dedicado desde entonces toda su portentosa inteligencia y su proverbial disciplina intelectual y literaria para expresar y comunicarnos sus reflexiones con una claridad y una nitidez extraordinarias.
Para elaborar su pensamiento político, Vargas Llosa ha tenido que luchar, en primer lugar, con su propia condición de novelista. Porque, como muy bien explica en este ensayo Mauricio Rojas al comentar el libro de Mario Vargas Llosa La verdad de las mentiras, todo escritor, en sus novelas, siempre expresa alguna acusación contra lo existente y, con frecuencia, imagina soluciones que se emparentan con lo utópico. Y la experiencia nos ha demostrado cumplidamente que allá donde aparece una utopía como móvil de la política siempre se esconde el germen del totalitarismo. Alertado de ese peligro, el peregrinar de Vargas Llosa para construir su pensamiento político al margen de dogmas, de tópicos o de prejuicios, lo inició con la ayuda de sus dos principales armas intelectuales: leer y escribir.
Ya está universalmente aceptado que Mario Vargas Llosa es uno de los más grandes escritores de la historia. Además, yo añadiría que también es uno de los mejores lectores de todos lostiempos. De su excepcional capacidad para analizar textos literarios y a sus autores nos ha dejado innumerables muestras. Ahí están sus deslumbrantes ensayos sobre el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell o sobre la obra de autores como Gabriel García Márquez, Gustave Flaubert, Victor Hugo, José María Arguedas, Azorín, Juan Carlos Onetti y hasta Corín Tellado.
Así, através de sus artículos y de sus ensayos, Mario Vargas Llosa ha ido describiendo la evolución de su pensamiento político desde su ruptura con cualquier vestigio de colectivismo hasta el liberalismo en el que acabó desembocando su apasionante y arriesgada trayectoria de honesto intelectual que indaga, sin prejuicios, en lo más hondo de los asuntos.
El objetivo cumplido de este libro de Mauricio Rojas es, precisamente, describir esa trayectoria que ha llevado a Vargas Llosa a ser beligerante en la defensa de unos valores y principios que considera irrenunciables: el Estado de derecho, los derechos humanos, la democracia, la tolerancia, la propiedad privada, la economía de mercado y todo lo que hace posible la existencia de la creación más única y valiosa de la civilización occidental: la libertad individual, como el propio Rojas nos señala en su libro.
La defensa a ultranza del capitalismo y de la economía de mercado ha convertido a Vargas Llosa en una de las «bêtes noires» más odiadas y denostadas por los que aún militan en las ruinas de los caducos y siniestros movimientos comunistas y sus aledaños. Y, en justa contrapartida, también lo ha convertido en una de las personalidades más admiradas y queridas por todos los que siempre vamos a anteponer la libertad de los individuos a cualquier «raison d'État».
Como todos sabemos, su adhesión, racional y razonada, al liberalismo no ha sido sólo una toma de postura meramente teórica. Mario Vargas Llosa en 1990 creyó que tenía un compromiso con su país y descendió al terreno del juego político para optar a la presidencia de Perú. Era el paso que le faltaba para completar su ejemplar trayectoria política. Frente a tantos intelectuales de los países desarrollados y ricos que, desde el confort de la «gauche divine» de la sociedad occidental, predican el colectivismo marxista como panacea para los países pobres, Vargas Llosa bajó a la arena política peruana para presentarles a sus compatriotas un proyecto abierto, liberal y alejado de todo intervencionismo. Y bajó al difícil ruedo de la política con la honestidad y la sinceridad por banderas, sin recurrir a promesas populistas ni a declaraciones demagógicas, es decir, sin mentir a sus posibles electores.
Aquel rasgo de coraje político al que le llevaron su honradez intelectual y el amor a su primera patria se saldó con un fracaso político y, al mismo tiempo, con un rotundo éxito humano y con una riquísima experiencia, que, con la brillantez de siempre, nos contó en ese apasionante y seductor libro que es "El pez en el agua". Un libro que explica en primera persona muchos de los hitos de esa evolución política que Mauricio Rojas analiza aquí. "El pez en el agua" es un libro que todos los políticos -y, en especial, los que como yo nos consideramos liberales- debemos leer para comprender que la verdadera victoria moral en unas elecciones es mantenerse fiel a los propios principios y valores, y no caer ni en promesas falsas ni en halagos demagógicos.
Mauricio Rojas, en este libro que expone con extraordinaria brillantez la evolución política de Mario Vargas Llosa, ha querido dedicar un largo y profundo capítulo a la importancia que en esa evolución ha tenido el hecho de ser latinoamericano y de haber vivido con intensidad y apasionamiento las convulsiones políticas de ese continente en las últimas décadas. Probablemente es en la aplicación concreta a la política latinoamericana donde mejor se comprende la evolución ideológica y política de nuestro Premio Nobel. Ya en 1984, en el prólogo de su emocionante Historia de Mayta, Mario Vargas Llosa confiesa que hubo unos años, los de su primera juventud, «en que, en América Latina, se hizo religión la idea, entre impacientes, aventureros e idealistas (yo fui uno de ellos), de que la libertad y la justicia se alcanzarían a tiros de fusil». Pues bien, como explica Rojas siguiendo a Vargas Llosa, «en América Latina se han probado todos los sistemas sociales, menos el de la libertad integral».
Y a criticar todos los sistemas de raigambre más o menos totalitaria que con frecuencia han embelesado a los países de la América hispana, y a defender la libertad como raíz de las políticas más eficaces para lograr esa justicia y ese progreso que tantas veces se les ha vedado a los latinoamericanos, ha dedicado Vargas Llosa muchos de sus mejores escritos políticos. Y es curioso constatar que el más cosmopolita de los grandes escritores de América, el que vive igual de a gusto en Madrid, Londres, París, Nueva York que en Lima, es, al mismo tiempo, el que más se ha manchado las botas en la política concreta de su país. En este sentido, las páginas del libro de Mauricio Rojas dedicadas al pensamiento político de Vargas Llosa sobre América Latina son imprescindibles. Como creo, con nuestro autor, que es imprescindible que esos países sigan la senda de la libertad, de la sociedad abierta, de la economía de mercado y del Estado de derecho y eviten para siempre los caudillismos, la demagogia, los mesianismos y, por supuesto, los totalitarismos en todas sus formas.
De la lectura de este libro y de la lectura de las miles de páginas en las que Mario Vargas Llosa ha dado cuenta de la evolución de su ideas políticas me queda una última lección, la de no rehuir jamás el debate ideológico con los que mantienen posiciones diferentes a las mías. Justo como ha hecho siempre Vargas Llosa. Y dada la coincidencia de mis ideas políticas con las suyas, estoy segura de que, con frecuencia, utilizaré los argumentos que él ha sido capaz de articular para defender la libertad con una contundencia y una brillantez inigualables.
Esperanza Aguirre Gil de Biedma
Muchas cosas sabe la zorra,
pero el erizo sabe una sola y grande.
Arquíloco, siglo VII a.C.
En un ensayo sobre la visión de la historia de Tolstoi el gran historiador de la ideas Isaiah Berlin usa el fragmento recién citado del poeta griego Arquíloco para clasificar a los seres humanos en dos grandes categorías: aquellos (los erizos) que buscan ordenar sus conocimientos y experiencias en un sistema único, basado en un principio que todo lo abarca y explica (por ejemplo, la Providencia divina o las así llamadas leyes de la naturaleza, la razón o la historia), y aquellos (las zorras) que pueden vivir con una multiplicidad de vivencias y explicaciones, sin tratar de integrarlas en un todo coherente ni buscando un sentido común a la diversidad de la experiencia humana. Los erizos tienen, según nos dice Berlin, una visión “centrípeta” de la vida, mientras que por su parte las zorras “llevan vidas, realizan acciones y sostienen ideas centrífugas” (Berlin 2009:39).
Los erizos son, por definición, los grandes planificadores y pueden realizar obras portentosas, pero tienden a amenazar la diversidad y la tolerancia. Las zorras, por su parte, viven y conviven naturalmente con la variedad y las contradicciones de la existencia, pero su vitalidad puede fácilmente dispersarse y sus vidas transformarse en una experiencia caótica y frustrante. En una serie de comentarios escritos en 1980 bajo el título Isaiah Berlin, un héroe de nuestro tiempo Mario Vargas Llosa saca la siguiente conclusión de la distinción recién referida: “Disfrazado o explícito, en todo erizo hay un fanático; en una zorra, un escéptico”. (Vargas Llosa 1983:419)
El erizo vive con la certidumbre del que posee la verdad absoluta; la zorra, con la incertidumbre de la libertad. Vargas Llosa se define a sí mismo como una zorra y dice: “todas las zorras vivimos envidiando perpetuamente a los erizos. Para éstos la vida siempre es más vivible.” (Ibid:420) A pesar de ello, prefiere el predicamento vital de las zorras: “aunque sea más fácil vivir dentro de la claridad y el orden, es un atributo humano irremediable renunciar a esta facilidad y, a menudo, preferir la sombra y el desorden.” (Ibid) Leí este texto de Vargas Llosa hace ya unos treinta años.
Por aquel entonces luchaba, en una pequeña y encantadora ciudad del sur de Suecia llamada Lund, con mis propios demonios que no eran muy distintos de aquellos con que Vargas Llosa había luchado durante los años 70: ambos teníamos un pasado marxista-revolucionario y habíamos creído en el advenimiento del paraíso comunista. Ahora estábamos ambos en un camino que nos alejaba para siempre de los jardines dorados de la utopía, pero Mario había llegado mucho más lejos en el viaje hacia un sueño más modesto y por ello más humano. Leerlo fue un consuelo inapreciable para ese sentimiento de orfandad que aqueja a quienes abandonan el círculo encantado de aquellos que se creen elegidos para ser los mesías de la liberación humana. Pero la lectura del texto de Mario Vargas Llosa significó para mí mucho más que un consuelo o el aprovisionarme de nuevos argumentos para comprender los peligros y la fuerza seductora de la utopía revolucionaria. Descubrí, además, algo inquietante y descorazonador: yo nunca podría, como Mario, decir “nosotros, las zorras”.
El era una zorra que por un tiempo trató de ser erizo, mientras que yo era un erizo que luchaba consigo mismo para combatir, o por lo menos mantener bajo control, su propia naturaleza, buscando para ello ponerse al alero de la doctrina de las zorras, aquel liberalismo abierto y terrenal que es la mejor protección contra aquella sed ilimitada de totalidad y orden de los erizos que transformada en sistema social se llama totalitarismo. Con el tiempo tuve la oportunidad de conocer a Mario personalmente y él tuvo incluso la amabilidad de dedicarme uno de sus conocidos artículos en El País (Vargas Llosa 2005).
Nos hemos encontrado en diversas oportunidades y diferentes lugares, y siempre he podido constatar su calidez y su admirable capacidad para hacerse alcanzable y cercano. Lo que mejor habla de su grandeza es que ésta nunca le haga sombra a ese ser humano entrañable que es Mario Vargas Llosa. Ahora me he tomado la libertad de escribir acerca de él como liberal. Otros lo han hecho y lo seguirán haciendo en cuanto escritor.
En lo que respecta al amigo Mario, lo dejo para la próxima vez que compartamos un momento. El presente trabajo es parte del libro que la Fundación FAES de Madrid publicó en 2011 bajo el título de Pasión por la libertad – El liberalismo integral de Mario Vargas Llosa. Mario tuvo la gran gentileza no solo de leer el manuscrito sino también de participar en el lanzamiento del libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en mayo de 2011 (Vargas Llosa 2011).
Fue una ocasión inolvidable, como inolvidables han sido tantas otras oportunidades en que –ya sea en Estocolmo o Madrid, Lima o Buenos Aires– he tenido el privilegio de gozar de su compañía.
Mauricio Rojas Lund,
mayo de 2014
PD entrevista a Mauricio Rojas, autor de 'Pasión por la libertad'
VER+:
EL DIFÍCIL APRENDIZAJE DE LA LIBERTAD
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