La obsolescencia
del hombre (I)
Sobre el alma en la época
de la segunda revolución industrial
Los dos volúmenes de GÜNTHER ANDERS que componen La obsolescencia del hombre constituyen, según palabras de su autor, “una antropología filosófica en la época de la tecnocracia”, entendida ésta como “el hecho de que el mundo, en que hoy vivimos y que se encuentra por encima de nosotros, es un mundo técnico, hasta el punto de que ya no nos está permitido decir que, en nuestra situación histórica, se da entre otras cosas también la técnica, sino que más bien tenemos que decir que, ahora, la historia se juega en la situación del mundo denominada ‘técnica’ y, por tanto, la técnica se ha convertido en la actualidad en el sujeto de la historia, con la que nosotros sólo somos aún ‘co-históricos’.
El libro trata, pues, de las transformaciones que tanto los hombres en cuanto individuos como también la humanidad en conjunto han sufrido y siguen sufriendo por este Facttum. Estas transformaciones afectan a todas nuestras actividades y pasividades, al trabajo como al tiempo libre, a nuestras relaciones intersubjetivas e incluso a nuestras categorías. Hoy, quien todavía proclame la ‘transformabilidad del hombre’ es una figura del ayer, pues nosotros estamos transformados. Y esta transformación del hombre es tan fundamental que quien hoy aún hable de su ‘esencia’ es una figura de anteayer”.
Este primer volumen, escrito en 1956, no sólo no está anticuado sino que es más actual que entonces, lo que dice más bien poco a favor de la calidad de la situación del mundo y del hombre en él analizados, hasta el punto de que frente a esta primera entrega no nos encontramos ante un pronóstico hecho desde el pasado, sino ante un diagnóstico del presente.
Este volumen, que acabé hace más de un cuarto de siglo, hoy me parece no sólo no anticuado, sino más actual que entonces. Esto no demuestra nada a favor de la calidad de mis análisis de aquel momento, sino por el contrario todo en perjuicio de la calidad de la situación del mundo y del hombre analizados, pues ésta no ha variado en lo fundamental desde el año 1956, ni podría haber cambiado. Mis descripciones de entonces no eran pronósticos, sino diagnósticos. Las tres tesis principales: que no estamos a la altura de la perfección de nuestros productos; que producimos más de lo que podemos imaginar y tolerar; y que creemos que lo que podemos, también nos está permitido -no: lo debemos; no: tenemos que hacerlo-. Estas tres tesis fundamentales son, por desgracia, más actuales y explosivas que entonces ante los peligros de nuestro mundo, que se han hecho más evidentes en el último cuarto de siglo. Subrayo, pues, que hace veinticinco años yo no disponía en absoluto de facultades "proféticas"; que, por entonces, el 99 por ciento de la población mundial era incapaz de prever; no: que había sido metódicamente hecha incapaz de ver -cosa que, por entonces, ya había indicado mediante la introducción de la expresión "ceguera del apocalipsis': Mis artículos sobre la situación atómica ( "Endzeit und Zeitenende"), mi diario de Hiroshima ( "Der Mann a uf der Brücke") y mi intercambio epistolar con el piloto de Hiroshima Claude Eatherly ("OffLimíts für das Gewissen") demuestran que no me desdigo ni un ápice de mi posición respecto al armamento atómico (ensayo 4), sino al contrario, que desde entonces he potenciado mis actividades en esa dirección. De hecho, el gran retraso de la aparición del segundo volumen ha sido provocado, porque consideraba improcedente teorizar sólo académicamente sobre la amenaza apocalíptica. La bomba pende no solamente sobre los tejados de las universidades. El intervalo de tiempo entre el primer y el segundo volumen en gran parte estuvo repleto de actividades relacionadas con el armamento atómico y la guerra de Vietnam. En cualquier caso, hoy sigo sin tener reservas respecto a mi ensayo de aquel tiempo sobre la bomba, incluso lo considero más importante que hace veinticinco años pues, hoy, las centrales nucleares disimulan la visión de la guerra atómica y porque nos han hecho aún más ciegos a los "ciegos del apocalipsis". También el ensayo sobre el Godot de Beckett, "Sein ohne Zeit" [Ser sin tiempo], ha ganado actualidad desde su redacción hace veintiocho años, pues en él presentaba el mundo o, más exactamente, la ausencia de mundo de los parados, una miseria que, hoy, tras medio siglo, empieza a ser de nuevo global. En cambio, ya no estoy del todo de acuerdo con el juicio completamente pesimista de los mass-media en el artículo "Die Welt als Phantom und Matríze" [El mundo como fantasma y matriz]. A pesar de que mis tesis de entonces -el hombre es hecho "pasivo" mediante la televisión y "educado" para que confunda sistemáticamente ser y apariencia; y los acontecimientos históricos se conforman cada vez más a las exigencias de la televisión, de manera que el mundo se convierte en imagen reproducida de imágenes-, dan en el blanco ahora más que entonces; y a pesar de que algunos cancilleres hoy, veinticinco años después de escribir mis reflexiones, acepten mis advertencias, mis tesis de aquel momento exigen un complemento, en especial uno edificante: en este tiempo ha quedado claro que las imágenes televisivas, en determinadas situaciones, pueden introducir en nuestra casa la realidad, que de no ser así no conoceríamos, y pueden estremecernos y animarnos a dar pasos históricamente importantes. Ciertamente, las imágenes percibidas son peores que la realidad percibida, pero son mejor que nada. Sólo las imágenes de la guerra del Vietnam, canalizadas diariamente en los hogares americanos, han "abierto" a millones de ciudadanos los ojos inmovilizados ante la pantalla y desatado una protesta, que ha ayudado mucho a interrumpir aquel genocidio. Este informe a favor de la persistencia de un mundo más humano -no, más modestamente: a favor de la perduración del mundo-, lo escribí cuando muchos de mis eventuales lectores aún no habían visto la resplandeciente luz de nuestro oscuro mundo. Conocerán que la situación revolucionaria -o, más exactamente, catastrófica- en que han nacido y en que por desgracia están acostumbrados a vivir demasiado a menudo es la situación en que la humanidad tiene la capacidad de autoaniquilarse, que esta capacidad, ciertamente no honrosa, ya estaba ahí antes de su nacimiento y que los deberes que tienen ya eran los de sus padres y abuelos.
Concluyo con el ferviente deseo, para ellos y sus descendientes, de que no se cumpla ninguno de mis pronósticos.
Viena, octubre de 1979
La obsolescencia
del hombre (II)
Sobre la destrucción de la vida
en la época de la tercera revolución
El libro trata, pues, de las transformaciones que tanto los hombres en cuanto individuos como también la humanidad en conjunto han sufrido y siguen sufriendo por este Facttum. Estas transformaciones afectan a todas nuestras actividades y pasividades, al trabajo como al tiempo libre, a nuestras relaciones intersubjetivas e incluso a nuestras categorías. Hoy, quien todavía proclame la ætransformabilidad del hombre' es una figura del ayer, pues nosotros estamos transformados. Y esta transformación del hombre es tan fundamental que quien hoy aún hable de su æesencia' es una figura de anteayer.
Se ha dicho de mi descripción del hombre contemporáneo que es unilateral, pues se limita a situaciones y actos de consumo, especialmente a la situación de la radio y la televisión. Este reproche pasa por alto lo principal de mi teoría, porque mi tesis se refiere a que casi todas las ocupaciones del hombre se han hecho dependientes de las ocupaciones de consumo o se han transformado en tales. Hoy ya no vale que el consumo interrumpa de vez en cuando nuestra existencia de no consumo, sino al contrario, que raras veces emerjan actos de no consumo dentro de nuestro continuum consumista.
VER+:
En 1956 que decía en su libro
"LA OBSOLESCENCIA HUMANA" Günther Anders
Anders Gunther - La Obsoles... by tornadointempestivo
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