La fuerza
de la razón
"En el momento de renunciar
a sus principios y sus valores,
estás muerto, tu cultura está muerta,
su civilización está muerta".
Oriana Fallaci
Oriana Fallaci casi destruye su vida por decir que íbamos camino de ser "Eurabia". Pasó de ser una intelectual respetada “antifascista” a ser perseguida por la Justicia italiana. Esta fue su advertencia a Europa:
"A los hombres no les interesa la verdad, ni la libertad, ni la justicia. Son cosas incómodas y los hombres se sienten cómodos en la mentira, la esclavitud y la injusticia. Ruedan como cerdos. Me di cuenta de esto cuando entré en política. Tienes que meterte en política para entender que los hombres no valen nada, que los charlatanes, impostores y dragones están bien con ellos. Uno entra en la política lleno de esperanza, de intenciones maravillosas, diciéndose que la política es un deber, es una forma de hacer mejores a los hombres, y luego se da cuenta de que es todo lo contrario, que nada en el mundo corrompe tanto como la política. , nada en el mundo lo empeora".
"¡Despierta, gente, despierta! Intimidados como estáis por el miedo de ir a contracorriente o parecer racistas no entendéis, o no queréis entender, que aquí está ocurriendo una Cruzada al Revés. En su esencia, la nuestra es una guerra de religión y quien lo niegue, miente (…) una guerra que ellos llaman Yihad, Guerra Santa (…) No entendéis, no queréis entender, que para los musulmanes Occidente es un mundo que hay que conquistar, castigar, someter al Islam.
Acostumbrados como estáis al doble juego, cegados como estáis por la miopía, no entendéis o no queréis entender que nos han declarado una guerra de religión. Que puede ser que no aspire a conquistar nuestro territorio, pero mira a la conquista de nuestras almas. A la desaparición de nuestra libertad, de nuestra sociedad, de nuestra civilización. Es decir, al aniquilamiento de nuestra manera de vivir o de morir, de nuestra manera de rezar o no rezar, de pensar o no pensar. De nuestra manera de comer y beber, de vestirnos, divertirnos, informarnos.
No entendéis o no queréis entender que si no nos ponemos, si no nos defendemos, si no combatimos, la Yihad vencerá. Vencerá y destruirá el mundo que bien o mal hemos logrado construir, cambiar, mejorar, hacer un poco más inteligente".
"A pesar de las matanzas con las que los hijos de Alá nos ensangrientan y se ensangrientan desde hace más de treinta años, la guerra que el islam ha declarado a Occidente no es una guerrilla militar. Es una guerra cultural. Una guerra que, como diría Tocqueville, antes que nuestro cuerpo quiere atacar nuestra alma. Nuestro sistema de vida, nuestra filosofía de la Vida. Nuestra forma de pensar, de actuar, de amar. Nuestra libertad. No te dejes engañar por sus explosivos. Son sólo una estrategia. Los terroristas, los kamikazes, no nos matan sólo por el gusto de matarnos. Nos matan para doblarnos. Para intimidarnos, para cansarnos, para desanimarnos, para chantajearnos.
Su objetivo no es llenar los cementerios. No es destruir nuestros rascacielos, nuestra Torre de Pisa, nuestro David de Miguel Ángel. Es destruir nuestra alma, nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestros sueños. Es sojuzgar de nuevo a Occidente. Y el auténtico rostro de Occidente no es América: es Europa. (...) El declive de la inteligencia es el declive de la Razón. Y todo lo que hoy sucede en Europa, en Eurabia, pero sobre todo en Italia es declive de la Razón. Antes que éticamente incorrecto es intelectualmente incorrecto. Contra Razón. Pensar ilusamente que existe un Islam bueno y un Islam malo, es decir no darse cuenta de que existe sólo un Islam, que todo el Islam es una charca y que a este paso terminamos todos ahogados en esa charca, va contra la Razón. No defender el propio territorio, la propia casa, los propios hijos, la propia dignidad, la propia esencia, va contra la Razón.
Aceptar pasivamente las tonterías o las cínicas mentiras que nos son administradas como el arsénico en la sopa es ir contra la Razón. Acostumbrarse, resignarse, rendirse por cobardía o por pereza es ir contra la Razón. Morir de sed y de soledad en un desierto en el que brilla el Sol de Alá en vez del Sol del Futuro es ir contra la Razón. Ir contra la Razón es también esperar que el incendio se apague por sí solo gracias a una tempestad o a un milagro de la Virgen. Por lo tanto, escúchame bien, por favor. Escúchame bien porque, como ya he dicho, no escribo por diversión o por dinero. Escribo porque es mi deber. Un deber que me está costando la vida. Y por deber he examinado a fondo esta tragedia, la he estudiado a fondo.
En los últimos dos años no me he ocupado de otra cosa, por no ocuparme de otra cosa he descuidado ocuparme de mí misma. Y me gustaría morir pensando que tanto sacrificio ha servido para algo. Que no me ha ocurrido como a aquel padre que le explica a su hijo dónde está el Bien y dónde está el Mal mientras el hijo en vez de escucharlo cuenta hormigas y después bosteza: «¡Y cien! Eran cien». En mi «Wake up Occidente, despierta Occidente» decía que habíamos perdido la pasión, que es necesario reencontrar la tuerza de la pasión.
Y Dios sabe que es cierto. Para no acostumbrarse» para no resignarse, para no rendirse, es necesaria la pasión. Para vivir es necesaria la pasión. Pero aquí no se trata sólo de vivir y punto. Aquí se trata de sobrevivir. Y para sobrevivir nos hace falta la Razón. El raciocinio, el sentido común, la Razón. Por eso esta vez no apelo a la rabia, al orgullo, a la pasión. Esta vez apelo a la Razón. Y junto a Mastro Cecco que de nuevo sube a la hoguera encendida por la irracionalidad le digo: hay que reencontrar la Fuerza de la Razón".
El fascismo antifascista
La periodista Oriana Fallaci, cuya clarividencia le costó tantos disgustos por adelantarse a lo que venía y por llamar a las cosas por su nombre, dijo que había dos tipos de fascistas: los fascistas y los antifascistas. Oriana era italiana. O sea, que de fascismo sabía. Nosotros también. Lo que está sucediendo es España es más preocupante que lo que puedan deparar las urnas, va más allá de un resultado electoral. Lo que está cada vez más puesto en peligro y al borde de arrumabarse es la esencia de la democracia. Y quienes la están perpetrando en estos momentos son quienes para camuflar su voladura se autoproclaman como antifascistas.
Tales “antifascistas” resultan ser quienes impiden el ejercicio de la libertad, quienes atacan a la gentes cuando estas pretenden expresarse, reunirse, convencer a los demás de sus propuestas. Son quienes atacan un puesto electoral, agreden a quienes pretenden acudir a un mitin, acorralan y zarandean a una candidata o cargan contra una procesión católica e insultan a quienes en ella participan.
En muchos casos los agresores son quienes no solo no han condenado jamás los asesinatos de ETA. Otras veces los presuntos “antifascistas” son los más fanáticos separatistas que niegan la condición ciudadana en sus terriotrios y los derechos constitucionales a quienes osan no compartir sus postulados. Y entienden, tanto unos como otros, que es su “derecho” el poder amenazar, insultar, agredir, imponer y machacar cualquier otro derecho que los demás pretendan ejercer. Derechos esenciales de la democracia: el de expresión, reunión y manifestación, que entienden son privativos y exclusivos de ellos.
Todos los demás son, y esa es la sentencia que los degrada a la categoría de sub-personas, fascistas y, por tanto, carentes de ellos. Llevamos cierto tiempo asistiendo a tales acciones, que fueron incluso defendidas con énfasis por Podemos cuando eran ellos quienes las practicaban como el propio Iglesias contra Rosa Díaz. Para disimular les llamaban escraches. Eran y son coacciones y violencia. Ahora hacen pucheros de condena cuando alguna de estos hechos ya resulta repulsivo para todo aquel que sea en verdad un demócrata.
Pero a los señalados ha venido a unirse un elemento que no parecía posible que sucediera. El Gobierno, su presidente y el PSOE permanecen silentes y en ocasiones hasta parecen justificar tales conductas. E inactivos. Y en Valladolid han dado un paso más que produce escalofríos. Al frente de los insultos a los cofrades de una procesión religiosa, algo que puede calificarse de delito de odio y que como tal lo calificarían ellos mismos si se tratara de una fe diferente a la cristiana, resultaba estar un concejal socialista. ¿No va a haber sanción alguna?
No puede haber en esto equidistancia y hay que señalar quienes están siendo los agresores y quienes los agredidos. Estos últimos, en la campaña, son siempre los mismos: de Vox, Cs y PP cuyo derecho a expresarse está siendo conculcado y con él, los principios esenciales de la democracia. Los agresores también son reconocibles, por mucho que se ecapuchen o camuflen y es deber de las Fuerzas de Seguridad del Estado y de la Justicia que sean detenidos y procesados. No hacerlo hoy puede ser el germen de un mañana que da miedo.
***
La génesis de La fuerza de la Razón es tan sorprendente como su contenido. Oriana Fallaci quería entregarnos sólo un post-scriptumtitulado Dos años después, es decir un breve apéndice a la trigésima edición de La rabia y el orgullo. (Más de un millón de ejemplares vendidos en Italia, superventas en los numerosos países en los que ha sido traducido). Pero cuando terminó su trabajo se dio cuenta de que había escrito otro libro.
Esta vez, Oriana Fallaci parte de los inciviles ataques y de las amenazas de muerte que recibió por La rabia y el orgullo e, identificándose con un tal Mastro Cecco, que por culpa de un libro en 1328 fue quemado vivo por la Inquisición, se presenta como una Mastra Cecca que siete siglos después, herética irreductible y reincidente, sigue sus pasos. Entre la primera y la segunda hoguera, un rigurosísimo análisis de lo que llama el Incendio de Troya, es decir, de una Europa que, a su juicio, ya no es Europa, sino que se ha convertido en Eurabia, colonia del Islam. (E Italia en un baluarte de dicha colonia).
Un análisis en clave histórica filosófica moral y política, afrontando, como en ella es habitual, temas que nadie se atreve a abordar y sometiéndolos a su impecable lógica. La fuerza de la Razón es un himno a la razón y a la verdad. En ella, el lector encontrará un pozo de ideas y noticias expresadas incluso por medio de vivencias personales. (Inolvidable el capítulo en el que Fallaci se declara atea cristiana). Encontrará también una extraordinaria madurez de pensamiento y páginas de un humorismo irresistible. (Véase, por ejemplo, las «cartitas, la crónica imaginaria del auto de fe en el que es quemada viva Mastra Cecca). Pero sobre todo encontrará el lector el valor y la nobleza de ánimo que tanto necesitamos hoy. No sentimos orgullosos de publicar este gran libro del que Oriana Fallaci dice simplemente: «Escribirlo era mi deber».
A los lectores
Hace tres meses dediqué este libro a los muertos de Madrid. Desde entonces, el número de los occidentales asesinados por los enemigos de nuestra civilización ha aumentado mucho.
Esta dedicatoria tengo que hacerla extensiva. La extiendo a Nick Berg, el cordero degollado con el cuchillo del sacrificio halal por las Brigadas Verdes de Mahoma. Una de las bárbaras bandas que los falsos pacifistas es decir los colaboracionistas, los traidores, respetan y apoyan y definen como «guerrilleros de la resistencia iraquí». La extiendo a Paul Johnson, el ingeniero decapitado de la misma forma en Riad por el grupo saudita de Al Qaida. La extiendo a Kim Sun, el intérprete surcoreano decapitado de la misma forma por la misma gente. La extiendo al periodista Daniel Pearl, una de las primeras victimas de su ferocidad, también él decapitado.
La extiendo a todos los demás ciudadanos americanos, ingleses, canadienses, daneses, franceses, polacos, alemanes, japoneses, rusos, coreanos o turcos que son secuestrados a diario en Irak y a menudo degollados como cerdos y después abandonados al borde de un camino como basura. La extiendo a los Marines cuyos cadáveres son mutilados, despedazados y después exhibidos a trozos mientras la canalla devota de Bin Laden y de Sadam Husein exulta de alegría y de placer. Y todo esto sin que los falsos pacifistas expresen la indignación expresada por las personas civilizadas ante los abusos cometidos en la cárcel de Abu Graib.
La extiendo a todas las criaturas a las que los hijos de Alá masacran con sus kamikazes, sus atentados, la extiendo a todas las futuras víctimas de su ferocidad. La extiendo obviamente a nuestros muertos de Nasiriya, a los soldados italianos a los que los profesionales del cinismo y de la mentira llaman «tropas de ocupación». La extiendo al marinero Matteo Vanzan, que murió defendiendo su cuartel atacado. La extiendo al cocinero Antonio Amato, asesinado por las bárbaras bandas porque ejercía su humilde oficio en Arabia Saudita. La extiendo al expanadero Fabrizzio Quattrocchi que humillando la cobardía de nuestros traidores afrontó a sus verdugos diciendo: «Ahora vais a ver cómo muere un italiano». Y cuyo cuerpo fue abandonado a los perros que lo devoraron hasta dejarlo irreconocible. Aquel Fabrizio Quattrocchi al que, por sus ideas políticas, ideas por mi combatidas toda la vida pero con las que no pocos diputados se sientan en el Parlamento, nuestras pávidas instituciones negaron los funerales de Estado e incluso el homenaje póstumo que en el Campidoglio se le ofrece a los difuntos actores de cine Aquel heroico hijo del pueblo en cuyas exequias no participaron ni el presidente de la República ni el alcalde diessino de su ciudad.
Ni siquiera los familiares de los tres rehenes secuestrados junto a él. Y tampoco los representantes de la Izquierda. De ahí que lo que debía ser la acción de gracias de la Patria terminó en manos de los virgen-santísima de la otra acera. La extiendo también a los ochocientos mil italianos que a pesar del tácito veto de las mortadelas en el poder en estos tres meses han comprado el libro y me han leído a la luz del sol. O en la oscuridad de las catacumbas, del vil silencio que nace del terrorismo intelectual del miedo con el que el nuevo fascismo pintado de rojo o de negro o de verde o de blanco, o de arco iris lava los cerebros y apaga las conciencias. La extiendo a cualquiera que de buena fe vegeta en la ceguera, en la sordera, en la ignorancia y en la indiferencia pero está dispuesto a despertarse para recobrar un poco de sentido común. Un poco de razón. Con la razón, un poco de coraje.
Con el coraje, un poco de dignidad. Cosas que vamos a necesitar y mucho. Cosas que cada vez necesitaremos más porque la guerra que nos ha sido declarada se recrudece de hora en hora. Y nos esperan días todavía más duros.
Oriana Fallaci
Junio de 2004
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